La centella de María Guadalupe




La centella de María Guadalupe


Todos estaban en la adoración de la santa cruz… todos… yo lo único que hacía era estar ahí, en cuerpo, sentado, presente. Sin embargo, había una lucha de ideas en mi cabeza: las que decían tienes que estar aquí y las que lastimaban diciendo no tienes que estar aquí. De cualquier manera, la voluntad venció a la imposición, lo que me llevó sentirme muy cómodo dándole el pésame a los familiares de aquella familia en esperanza, en resistencia, en perseverancia y en ánimo.

Desde antes de que llegara al patio en donde se llevó a cabo la adoración, aquellos cielos oscuros anunciaban el paso de unas gotas de lluvia: los truenos y uno que otro relámpago pasaban primero, por muy enfrente del desfile que caminaba lentamente a merced de los vientos del norte. Aquello me hacía recordar una caravana, pero una especial que no necesariamente era para admiración, sino más bien de meditación.

Al reloj no le dio tiempo de marcar su minutera hasta el seis cuando partió del cuatro cuando de repente se presentaron las primeras marchas de las gotas (es un sonido curioso, puesto que nunca he podido descifrar el cuerpo que lo compone… ¿Por qué lo mágico y esencial se me escapa de las manos?... recordé al viejo principito…). Las personas que estaban en frente de mí con su vela encendida, de la derecha pronto comenzaron a moverse hacia la izquierda. Era evidente la inclinación que traían las gotas.

Afortunadamente, la lona nos resguardó de aquel incidente pasajero. Pero para mi sorpresa, el canto empezaba a sonar más macizo (a falta de un mejor nombre) y por pura casualidad un minihielito cayó cerca de mi pie derecho. Yo lo observé detenidamente porque por alguna extraña razón ese tono claro me atrajo mucho de él. Y no paso mucho tiempo cuando enseguida ¡Zas! Otro cubito de hielo revotó de mi pierna izquierda hacia el suelo.

Ese pequeño travieso me distrajo de la flama que quemaba los hilitos de la mecha de la vela que sostenía en memoria de María Guadalupe. Antes ya me había pasado eso de perderme en las velas y en las mechas, aunque en esta ocasión, al mismo tiempo me preguntaba que hacer por María Guadalupe: mi mente no quería rezar porque se aferraba a la idea de que era estaba viva, no sabía en donde, pero estaba viva, incluso, más viva que nunca.

Otra parte de mí me decía que debía mejor orar por ella, pero volvía al mismo lugar, y es que ¿Por qué orar por ella si yo sé de antemano que ya está con el creador, con el señor omnipotente, con el dador de paz, de vida y de energía? La batalla fue interrumpida por el mensaje de la Santísima Trinidad que se acercaba a mí para darme la respuesta que tanto le pedía escuchar:


-          Es cierto, está aquí…

-          Es cierto, estoy aquí…


Yo quede vacío de palabras y sanado en el alma porque aquella maravilla de la existencia se había pronunciado para mí, afín de que pudiera desentrañar el mensaje autentico que se me otorgaba a través de la lluvia fuerte y granizo que sacudía la noche del 14 de marzo del 2020, y lejos del temor, me puse a disfrutar atentamente lo que se había escrito exclusivamente para mí:


-          Yo soy la lluvia y el granizo y vengo de esta forma a ti. Soy la lluvia porque de ella proviene la vida y soy el granizo porque también soy fuerte como el recuerdo e indomable como el propio rayo destellante.


Permanecí callado, asombrado, inaudito y sorprendido, empero, lejos de bañarme en el miedo una extraña capa de serenidad se me aferro no sólo a la espalda, sino también a los pies y los brazos. Incluso, me atrevo a decir que el velo a la verdad me fue abierto por unos momentos para comprender aquello que los demás ignoraban pues permanecían atrapados en el llanto y el dolor:


-          Es cierto, soy yo… María Guadalupe y vengo a decirte que siempre estaré aquí y aunque mi partida a causado cierto desconcierto, te pido que cuando puedas les recuerdes mi vida alegre y lo mucho que la goce en compañía de todos ustedes…


El mensaje había sido claro y especifico, y después de algún tiempo (no más de 10 minutos) el clima misteriosamente regreso a la normalidad: no sé si las nubes desaparecieron porque la luna me impedía ver al cielo, pero tanto el agua como el granizo se detuvieron, de hecho, ya sólo se escuchaba el canto del grillo solicitar nuevamente a la lluvia, o, talvez, al espíritu de María Guadalupe.         


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