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Los sueños de Azucena

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Los sueños de Azucena Corría la primera noche del brumario para una niña de nueve años que vivía en el poblado de Españita, en México. Su nombre era Azucena, o florecita blanca, como solía decirle su abuelita Buganvilla desde que la vio por primera vez. Claro que ahora, ya casi hacían dos años que Buganvilla se había mudado al poblado de las Pléyades por motivos que Azucena apenas sí llegaba a entender pese a las explicaciones de sus padres.     Desde que su abuelita se mudó, a la pequeña Azucena le gustaba levantarse temprano los sábados y domingos para acostarse cerca del pino que se levantaba en el fondo del arriate de su casa, para así, imaginar a su abuelita Buganvilla y recordar los cuentos que ella le platicaba tan gustosamente. Su favorito era ese que hablaba de la señora Viuda Negra: mujer valiente e inteligente, quién por un manifiesto del Dios Arrebol, se le dio la tarea difícil de resguardar uno de los venenos más poderosos del mundo, afín de que no cay...

Tengo talento escondido

Tengo talento escondido Tengo talento escondido, muere a cada instante... allá, más lejos del olvido. Espero sentado sensato en el parque de las hadas; el sol muere a mi costado y el viento triste, también, como mayo. La columna nació cansada, cae con ella las hojas verdes, y mi agotada loca palabra corre a lo lejos hasta perderse. Segundo a minuto, de mi abusa el olvido. Leer más de... Colección Los muros de mi castillo

Salmo a la expiación

Salmo a la expiación Toqué sutilmente con mi mano la puerta de tu morada más no respondiste al llamado de mi alabanza. Los golpes se volvieron más escandalosos pero ni siquiera te asomaste por los lados. Insistí restregando mi rostro por la ventana y sólo fui recibido por una vela insipiente.    Caminé alrededor explorando tu alba más sólo halle una calle cerrada. Decidí esperarte acostado en el primer escalón pensando que pronto me atenderías sin temor. Sin embargo sólo me alcanzó el consuelo de una mañana, la cual tuve que seguir, nuevamente, hasta mi cama. Leer más de... Colección Los muros de mi castillo

A la media noche

A la media noche A la media noche retorno a la muerte temporal en la misma tumba a descansar, regreso a mi derecha: sigue sola mi senda. Empiezo a correr hacia atrás, percibo una agridulzura, una agridulzura proveniente de tus dos hermosos vientres, esos que me siguen atacando porque fui yo el despiadado. Así que sólo me sentaré con esperanza a que renascas, que seas parida por la luz solar, y seas amamantada por la mañana frescural. Equivocarme otra vez yo ante Dios juraré: jamás de los jamaces yo lo haré, pues el dioxido de tus pulmones, es suficiente para mi templo verde que se topa de flores para que cuando tu gustes, llegues y decidas quedarte: para nunca hacia atrás volver. Leer más de... Colección Los muros de mi castillo

El gato de Priscila

El gato de Priscila He perdido la cuenta de las horas, de los minutos y de los segundos que han trascurrido. Las cosas aquí no cambian, pues todo está condenado a lo eterno: el azulejo siempre permanecerá verde, la porcelana siempre será blanca y el cesto de basura nunca dejará su color negro cenizo. Todo permanece intacto, como un cuadro frío y áspero, rígido, que no se preocupa de la vejez y de la muerte. La última vez que vi el reloj, éste había marcado las 11:46 de la noche, muy cerca de la media noche. En aquel momento no había probado ni un bocado de alimento en todo el día. La habitación, recuerdo, permanecía oscura, pues me había negado a encender el interruptor de la lámpara, ya que estaba seguro que pronto recibiría la visita aquí… tu visita… aquí en medio de mi habitación, en medio de mi cama. Nada había cambiado en los últimos 30 años. El color de las paredes seguía siendo el mismo: un amarillo canario que ahora me parece el crudo color del vomito. Ese cuart...

Blanca Nieves y los 7 huachicoleros

Blanca Nieves y los 7 huachicoleros Había una vez una mujer que era muy bella, pero no tenía familia ni tampoco una casa donde vivir. Ella estaba muy triste porque también era pobre. Un día salió al bosque a dar una vuelta y lejos vio una casa muy grande y bonita. La mujer bella se acercó y se dio cuenta que la casa estaba muy polvosa. Pensó que estaba deshabitada, pero de repente salieron 7 hombres que eran huachicoleros. Ese era su trabajo por lo que Blanca nieves se asustó mucho. Esos hombres eran buenos y decidieron dejarla vivir con ellos. Todos los días llegaban cada uno en su tráiler con mucha mercancía, mientras la mujer se quedaba cuidando la casa. Uno de los hombres se enamoró de ella, pero no se atrevía a decírselo porque pensaba que se iba a molestar. Un día se sentó a platicar con ella y le dijo que le gustaba mucho. Blanca Nieves le respondió que a ella también le gustaba mucho, por lo que se casaron y fueron felices. Fin Autor:  Yesica Hernández P...

No tengo ganas de escribir

No tengo ganas de escribir No tengo ganas de escribir porque los anzuelos de hierro fueron carcomidos por la acidez de las sales marinas. No tengo ganas de escribir Porque los remos de la balsa se ocultan por motivo de la lepra que los asesinan. No tengo ganas de escribir Porque las semillas no dieron el durazno dulce que los hambrientos anhelaban. No tengo ganas de escribir Porque la tierra no encuentra lluvia que cure los rasguños del arado. No tengo ganas de escribir Porque las alas de las polillas han traicionado a al espíritu del viento. No tengo ganas de escribir Porque las ruinas de los sagrados templos fueron construidas con látigo y sangre. No tengo ganas de escribir Porque la luna se sacrifico hace millones de años sólo para dar existencia a la noche. No tengo ganas de escribir Porque cubro a mi rostro con arcilla seca para evitar que sea tocado por la gracia y la verdad. Hoy no tengo ganas de escribir. Leer más de....