El gato de Priscila



El gato de Priscila

He perdido la cuenta de las horas, de los minutos y de los segundos que han trascurrido. Las cosas aquí no cambian, pues todo está condenado a lo eterno: el azulejo siempre permanecerá verde, la porcelana siempre será blanca y el cesto de basura nunca dejará su color negro cenizo. Todo permanece intacto, como un cuadro frío y áspero, rígido, que no se preocupa de la vejez y de la muerte.

La última vez que vi el reloj, éste había marcado las 11:46 de la noche, muy cerca de la media noche. En aquel momento no había probado ni un bocado de alimento en todo el día. La habitación, recuerdo, permanecía oscura, pues me había negado a encender el interruptor de la lámpara, ya que estaba seguro que pronto recibiría la visita aquí… tu visita… aquí en medio de mi habitación, en medio de mi cama. Nada había cambiado en los últimos 30 años. El color de las paredes seguía siendo el mismo: un amarillo canario que ahora me parece el crudo color del vomito.

Ese cuarto siempre fue frío, muy frío. Desconozco si se deba a que estaba alejado del centro de Santa Cruz o si es porque se hallaba junto al río de aguas sucias. No lo sé y ahora creo que ello carece de relevancia al igual que las imágenes viejas que aún han de estar: mis santitos. Hasta hace un par de años todavía era maravilloso lustrarlos de vez en cuando. Ahora, al igual que mi fe, se han congelado con el paso de los días, de las semanas.

Supongo que el color se ha desvanecido un poco más, lo mismo que los ruegos y los rezos con los cuales los bañaba todos los domingos. De vez en cuando los recuerdo, como en estos momentos, y me pregunto qué hubiese pasado si finalmente me hubiera decidido a  estrellarlos contra el suelo, contra la pared o contra el mismo techo. No lo sabré, no sabré si algún castigo de la santísima trinidad me hubiera caído por haber destruido aquellos frágiles cuerpos, y es que alrededor de ellos giran tantas leyendas que me es difícil comprender su utilidad.

Creo que no soy tan diferente a ellos, con esa mirada agotada hacía el suelo, eterna, condenada a estar siempre clavada a un solo punto con esos rostros plagados de una falsa esperanza, de un asombro asqueroso… no son, ni siquiera son capaces de reflejar el dolor de una madre al parir: viven en medio de una armonía imperfecta, falsa, construida; ocultan la amargura del parto con ropas limpias, generando un engaño que ha de ser sustentado con lo que una vez, arrodillados, nos hicieron creer.

No sólo descansan sobre el ropero aquellas figurillas de yeso, sino también fotos, certificados y una pila de libros. Todos ellos acumulando más materia y más polvo, todo me pertenece, bueno, me perteneció alguna vez: son una escultura, un reflejo fiel del interior de mi cuerpo, de lo que fue parte de mi memoria. Ya no me preocupa el desorden entre aquellos artículos ya añejados. Cuando fui joven me encantaba presumirlos, acomodándolos de una y mil maneras: del más grande al más chico, del cual compré primero hasta el último, por géneros (terror, amor, filosofía, autoayuda, historia, etc.), en fin… ahora pienso que fue tiempo perdido.   

Antes eran tíos, primos, hermanos y hasta enemigos, pero ahora se han convertido en seres  desconocidos los que aparecen en las fotografías que conservo sobre la repisa. Y no es que no los quiera, los desprecie, sino porque ha pasado tanto tiempo que no he hablado con ellos que su existencia talvez ya no sea de este mundo: una generación más escrita y perdida entre el álbum genealógico de esta especie, de este planeta.

Papeles, muchos papeles que en un momento fueron importantes se han convertido en basura…montones y montones de basura que me quitan espacio. Hay recibos de luz, agua, de gas, todos pagados. También hay tiqueks de autobuses que una utilicé para poder viajar. Hay incluso comprobantes de pago que recibía cuando pagaba los abonos al banco que me prestó dinero. Seguramente hay hasta invitaciones de fiestas, a las cuales no asistí.

Es pesado recordar, pero es más pesado deshacerse de todo esto. Hay ropa, mucha ropa que ya no se utilizará más. Una vez estuvo de moda, ahora, gracias a las revistas de moda y los canales de glamour han pasado a ser anticuados… que bonita es la vida. Montones de tenis, zapatos descoloridos, todo carece de eso que la gente me enseñó a calificar de nuevo. Pese a ello, estoy seguro que algunos conservan ese aire grato que una vez me estremecieron al lucirlos cuando caminaba por el césped de los parques a los cuales asistí mucho.

Presiento juguetes, juguetes que en algún momento alimentaron los juegos de mi infancia. Una vez también fueron los objetos de discordia entre hermanos y primos. Incluso, fui regañado por no compartirlos, amenazado, alimentado por el miedo y el terror, los cuales crecieron conmigo hasta llegar a la adultez. Sólo que ahora, aquellos regaños han quedado encerrados sobre sus plásticos desgastados, bueno, no tanto como lo están en lo profundo de mi memoria.

Hay un payaso, uno de trapo rojo y verde. Como toda persona que se dedica a dicho oficio, el mío tiene el rostro blanco, resaltando óvalos y círculos rojos alrededor de los ojos y de la boca. Tiene moños azules y rojos, botones verdes  y zapatos grandes. Carece de cabello sintético, en su lugar hay tinta café vertida en lo que simula la forma craneal de aquel juguete.

No me canso de recordar todo lo que una vez fue porque ahora tengo todo el tiempo del mundo. Las cosas aquí no cambian, pues todo está condenado a lo eterno: el azulejo siempre permanecerá verde, la porcelana siempre será blanca y el cesto de basura nunca dejará su color negro cenizo. Todo permanece intacto, como un cuadro frío y áspero, rígido, que no se preocupa de la vejez y de la muerte.

Ahora me doy el lujo de preguntarme cosas que jamás me interesaron, como ¿Cuál es la diferencia entre matar un gusano y una araña? ¿Y la diferencia entre matar a un gusano y una cucaracha? ¿Y envenenar una rata o un gato? Este último tal vez sea una perdida más lamentable para el mundo humano y el sobrenatural que los demás insectos. Esto porque los gatos tienen ese aire místico, mágico, atrayente. Una rata de alcantarilla no. Ella sólo trae rabia y otras enfermedades a quien recibe una de sus mordidas.

No hay alma que se apiade de las cucarachas dado que son insectos de aspecto repugnante, con esas patas asquerosas que se sujetan a la pared, al techo, a los acabados de yeso ¿Y los gusanos? Pues estos sólo traen la muerte si devoran por completo el hígado. Es más, basta que tan sólo uno encuentre el camino al interior del cráneo, se acerque a los músculos rosas que conforman el cerebro para que los delirios, poco a poco, carcoman la paciencia para dar espacio al horror. Las arañas, sean o no venenosas, están malditas: son feas por su centenar de ojos, colmillos y patas que ocasionan pavor a miles de personas.

Pero al final del día, matar es matar, privar del movimiento a quien le fue prestado, así sea gusano, cucaracha o gato… ¿Qué hubiera pasado si en lugar de salvar ratas, cucarachas o gusanos de los insecticidas y trampas que compró mi mamá hubiera salvado a aquel gato de mi vecina Priscila? Seguramente yo todavía estaría ahí, lavando mi ropa y lustrando mi calzado.  

No entiendo cómo es que ella, Priscila, se dio cuenta de la muerte de su amigo pardo. Ella ni siquiera lo cuidaba, ni lo alimenta, es más, jamás vi que le diera un tazón de agua. Por eso el infeliz animal venía a hacer sus destrozos al cuarto de servicio, y cuando mamá dejaba la ventana abierta, a la cocina. Yo bien sabía que aquel mugriento animal estaría mejor en el otro mundo, allá, lejos de mí y de Priscila, en donde no molestaría.

Total, la gente de hoy en día, como solían decir mis maestros, es tan tonta que están más preocupados por obtener dinero y satisfacer sus placeres terrenales que cuidar el medio ambiente. Ellos odian a través de sus sonrisas, se maldicen a través de los saludos, se echan envidias a través de sus bendiciones… sólo que no se dan cuenta de ello. Hablan porque han aprendido a emitir sonidos, pero no porque realmente conozcan el sentido de las palabras. No les importa en lo absoluto la dicha y felicidad de otros. Prefieren alardear de lo que poseen que de las virtudes que les hacen falta para crecer. Buscan afanosamente el éxito y la fama sin saber el significado central de esos conceptos ¿Por qué se afanan tanto en ser infelices? ¿Para buscar afligidos a un dios que escuche plegarias ingenuas todos los domingos?

El mundo se inunda en medio de un apestoso lago que crece en uno modo descomunal, pues sus desagües se han tapado. Vivir entre olores putrefactos es algo común. No hay ni uno sólo que se queje de esta realidad, prefieren colocarse encima largas y pesadas máscaras que purifican de vez en cuando el aire a afrontar la realidad del cáncer que nos asfixia a todos. Talvez sea momento de detener esta paranoia colectiva que corroe a todos los estratos sociales, tal vez…

Pero eso es algo que ya no me corresponde resolver a mí. Tal vez lo haga Priscila… si, ella tiene el poder y la magia. Si ella pudo encontrar la encontrar el palo de la escoba con la cual hice reventar las tripas de su feo gato la vez que lo encontré acostado en mi habitación, seguramente ella puede corregir esos males de los cuales yo también fui presa. Si ella fue capaz de maldecirme y condenarme a ser su eterno reflejo a través de los espejos, quien puede refutar que sea ella quien salve a esta podrida humanidad.

Si ella fue capaz de desenterrarlo y permitir que el cadáver de aquel animal me viera como era azotado por ese mismo palo sin que alguien lo tocase, destrozando cada uno de mis huesos, seguramente es capaz de más. Si ella fue capaz de encerrarme en los espejos y enseñarme como el gato todavía maulla en las noches de luna llena, seguramente puede lograr más… incluso, impedir que yo arda en cólera y me detenga antes de aquel maldito momento donde disfrute darle la paliza a su gato. Pero mientras ese día llega y mientras veo como mi mamá todavía se ahoga en penas, no me queda más que contemplar como todo permanece intacto, como un cuadro frío y áspero, rígido, que ya no se preocupa de la vejez y  ni de la muerte.


          


  




Comentarios

  1. Me han entrado ganas de ver Cementerio de animales. Debes meterte con alguien de tu tamaño. Un gorila, por ejemplo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Participar en un panel de discución

Material Complementario