El umbral de la alucinación
El
umbral
de
la
alucinación
Gracias a la literatura, aprendí a decir mentiras.
APERTURA MESHICA
Hace más
de 50 años que la energía que propagan los átomos de helio que conforman al sol
se prolonga por todo el lugar desde una única entrada en forma de rectángulo
horizontal. Dicha figura es dividida por cinco barrotes oxidados, los cuales
dan sentido a cuatro nuevos rectángulos, pero esta vez verticales. Sobre el
fierro de esas barras cilíndricas se pueden contar las diferentes capas de pintura
negra, lo cual podría ayudar a calcular los años que han permanecido aquellas
barras insertadas sobre el concreto de aquella construcción.
El
agujero pertenece a una pared de un edificio que encierra a la justicia, a los
inocentes y hasta a más de un centenar de errores: es una ventanilla de 90 por
70 centímetros, y con un grosor aproximado de 25. Para el carcelero es fácil
adivinar el camino que seguirá la sombra de iluminación que proyecta la
estrella celeste antes de que amanezca y por donde desaparecerá durante el
atardecer, pues ha permanecido en su puesto por más de 30 años, permitiendo que
dicho ciclo sea predecible.
Con el
paso de los ríos de las décadas sobre las grietas de su cuerpo no sólo lo han
convertido en un vidente de la luz, sino también de las sombras, del ruido, del
dinero y de los acontecimientos. Por ende, él puede diferenciar el ruido que
producen algunos motores del transporte público del sonido que produce un
conductor al tocar el acelerador de una moto. El “clakcson” tampoco le es algo
nuevo, sobre todo durante la hora pico.
Todas
esas virtudes que se han colocado sobre sus cuatro lóbulos como parches mal
planchados sobre las rodilleras rotas en un pantalón desgastado, han reducido
los recuerdos de la infancia y de la adolescencia de aquel hombre, así como los
anhelos con los que una vez imaginó. A cambio de esos retazos de tela
descoloridos, el oficio le dio un nuevo y aromatizado uniforme, para que olvide
el trastorno de la inhumanidad sin culpa y sin preocupación que ha padecido
desde que abandonó la juventud.
Jugar
entre los charcos lodosos que dejaban las lluvias de mayo y junio entre los
surcos de la caña de maíz, esperar a que la madre terminara de hacer las
tortillas sobre aquel comal de barro que era rodeado por el calor que producían
las flamas del fuego al quemar la leña, así como ayudarle a su hermano menor a
amararse las agujetas, son señuelos que en su mayoría también han quedado
aislados en algún rincón de la gran pared neuronal que conforma su
cerebro.
De ese
hombre no queda más que una enorme masa corporal sin mente, sin ideas ni
aspiraciones éticas y sociales. Respira enormes cantidades de oxígeno que se
acompañan con una buena dosis de dióxido de carbono que va directo a los
pulmones sin tomar en cuenta siquiera al esófago. Además, él se encuentra más
cansado de observar en el retrato que cuelga sobre la pared con grietas la
imagen de una mujer sobornada que sostiene una balanza mezquina, rota y oxidada
sobre un peñasco rocoso y reseco que por los seis lustros que pasaron como el
vuelo del ave, y en los cuales ha prestado su servicio fielmente a las fuerzas
de seguridad pública.
Él
descansa su obesidad y su aparato locomotor apaciblemente sobre una silla de
madera que sólo esta barnizada de la mitad del respaldo hacia arriba, desunida
entre la base y dos de sus cuatro patas y con los clavos salidos. Una simple
caída cerca de ella podría herir tu ojo y hacer que pierdas el sentido de la
vista. Asimismo, dicho asiento ha permanecido en el mismo lugar desde el día
que se inauguró el Cereso del estado Puebla, por lo que ha sido testigo de la
infinita crueldad humana.
La madera
ahora podrida de la cual está elaborada esa silla chilla de vez en cuando, pero
no se sabe si es por la cantidad de secretos que ha tenido que guardar en el
interior de su materia o por el mínimo estiramiento de la persona que carga
cuando ésta busca relajar los músculos atrofiados por el exceso de alimentos
grasosos que consume diariamente, y que, además, permanecen estáticos por más de
ocho horas. Muy pronto, el director García tendrá que escuchar su petición y
comprar nuevo mobiliario para las oficinas y reemplazar todo lo que ya se
encuentre en mal estado, al menos si se quiere evitar algún accidente.
Dicha
solicitud ha sido ingresada tanto por el carcelero como por varios de los
trabajadores de aquel reclusorio, pero poco a poco, los ánimos se han venido
esfumando, pues además de que han buscado ese apoyo por más de cinco años, el
director García siempre sale con la misma cantaleta de que no hay suficiente
presupuesto para cubrir los gastos “diminutos” de ese tipo.
En tanto,
la actitud negativa de su jefe ha orillado a aquel vigilante a que mantenga
también una postura de indiferencia, pues ya no le importa mucho si tal asiento
es nuevo o viejo, o si todavía resistirá un par de años más, pues eso se
convertirá en problema del área de mantenimiento de las fuerzas de seguridad.
Él ahora sólo espera ansiosamente, como sucede con muchos meshicanos, que
llegue el día de su jubilación para poder cobrar una cantidad de dinero
considerable sin la necesidad de levantarse temprano un día más para ir a
laborar y tener que escuchar las llamadas de atención por parte del jefe
directo.
Pretende
olvidarse del comandante Castillo y de los regaños que a veces le tocan sin
tener que deberla. La prepotencia de su superior se acrecentó luego de haber
recibido un reconocimiento especial directamente de las manos del gobernador
Gaona durante una ceremonia especial realizada el 16 de septiembre, como parte
de los festejos del día de la independencia. Además, tras recibir ese bono
especial por ser el líder del año que le permitió cambiar su bocho por un Audi
del año, el comandante Castillo se había vuelto una persona insoportable.
A sí
mismo se decía que no quería volver a escuchar un acuerdo más que se diera
entre una persona adinerada y un perito judicial, luego de que se cometiera un
asesinato con alevosía y ventaja por parte del pudiente. Él prefiere aparentar
que la palabra secuestro no existe más, al menos no cerca de él, o que sean
sólo sílabas que se pronuncian en el mundo de la ciencia ficción: la verdad
comienza a causar más navajazos cuando cruzas la línea de los años cuarenta.
Asimismo, ansía oír la palabra narcotráfico y corrupción, pero sólo
pronunciadas dentro de las escenas de películas meshicanas filmadas o
utilizadas por los actores que representan a los personajes en una trama de
alguna serie televisiva de moda, sea ya trasmitida por señal abierta o por
televisión de paga, ya que las ha escuchado entre algunos de sus compañeros,
reclusos y alguno que otro oficinista del Cereso, más con sus acciones que con
su lengua.
Por tal
motivo, la palabra soborno, de la cual su maestra de español y de historia
siempre le exhortaron que se alejara, tuvo que ser aceptada como parte de su
oración antes de ir a dormir. Para él no tenía tanta importancia como lo era
para algunos jueces y abogados, ya que a él no le llegaban grandes cantidades
de recursos como a ellos, pero se conformaba con que le tocara lo suficiente
como para pagar las cervezas de fin de semana.
La
“gratificación” más baja que recibió fue de 500 pesos que le había entregado
una mujer delgada, con el pelo entrecano y algunas manchas de paño sobre la
piel de su rostro, como de unos 50 años, luego de que le hubiera entregado una
vieja y torcida imagen de la virgen de Guadalupe supuestamente de oro de 24
quilates que le había encargado un hombre de edad avanzada antes de salir de
aquel cuartillo, tras rendir su declaración.
A él no
le hubiera importado investigar si dicha virgencita era de oro en las casas de
empeño o en alguna tienda de remate y sacarle más provecho al artículo, pero
dadas las circunstancias y con el posible temor de que el comandante Castillo
se enterara del favorcito y le hubiese quitado la imagen, prefirió terminar lo
más antes posible con el cambio, puesto que él podría quedarse sin algún tipo
de ganancia económica a comparación de su jefe, al cual no sólo le gustaba
ganar efectivo, sino también cualquier cosa que fuera de valor con el pretexto
de la confiscación.
Era bien
de saberse entre toda la comunidad del Cereso que una vez que ingresaba un
nuevo recluta, las pertenencias de éste solían perderse durante su estancia en
el resguardo. Extrañamente, luego de cumplir su condena algún reo, lo único que
aparecían era un par de pantalones viejos y una que otra playera agujerada. De
las cadenitas, esclavas, anillos, relojes, entre otras cosas, no se volvía a
saber más.
Algunos
familiares y exconvictos interponían quejas con el director del penal, lo cual
siempre era en vano. Hasta donde él recordaba, no hubo ni un sólo caso aclarado
de las solicitudes ingresadas. En primer lugar, porque eran muy pocas como para
hacer un escándalo, y, en segundo lugar, porque eran intimidados con reingresar
a los recién liberados con el pretexto de levantar falso testimonio.
Asimismo,
existía un enorme desconocimiento de derechos por parte de exreclusas y de sus
seres queridos sobre la recuperación de bienes luego de una condena cumplida,
además de que los requisitos solicitados por parte de la dirección resultaban
ser un tanto absurdos, pues la documentación requerida iba desde fotos claras y
recientes hasta las facturas a nombre del dueño, afín de comprobar que había
una existencia de los artículos supuestamente confisgados: no permitían que
hubiera armas conque defenderse.
En cierta
ocasión él recibió 5 mil pesos por implicarse en el traslado de unos paquetitos
amarillos, envueltos con cinta canela. El tamaño de los paquetitos era similar
al de ocho huacales, mismos que estuvieron guardados en el cajón de la despensa
en la cocina de los reos hasta que el ejército meshicano se retiró.
Anteriormente estaban en el cuarto donde el intendente tenía sus artículos de
limpieza, pero si algo salía mal, bien el director podría lavarse las manos
desconociendo la existencia de los paquetitos y colocando en su lugar nuevos
dueños que no supieran ni leer ni escribir.
Al
parecer, de todo se cansa el ser humano, incluso, hasta de robar, culpar y
procurar hacerse de la vista gorda. El carcelero sólo desea salir limpio de su
oficio, con el fin de no perder alguno de sus derechos de antigüedad, y con una
jugosa pensión otorgada por el Afore. De este modo llevaría a su familia y a ese
cuerpo catalogado de sobrepeso por el doctor de su clínica a las playas de
Cancún, comer un grande y frondoso plato con mariscos, y de ser posible,
observar unas cuantas veces el mar antes de ir a la cama, no sin antes
deambular por algún bar medio decente, como lo hacía casi todos los viernes y
sábados en el barrio de Los Sapos en Puebla.
Todo lo
relacionado a él parecía estar ya rancio. Su gorra ya no tenía ese azul marino
que la identificaba cómo cuando dejó su puesto de policía estatal para
convertirse en carcelero. La placa también era diferente: pues de un color
dorado llamativo pasó a ser un azul opaco y sin brillo. El uniforme que portaba
diariamente también sufrió la misma maldición que impone la guerra contra el
tiempo. Lo único que parece mantenerse de pie son las botas bien lustradas que
viste aquel hombre y las gafas que ocultan el color de su iris: él prefiere
contar individuos que calificar personas.
Sobre su
frente y por debajo de sus mejillas morenas se dibujan una que otra arruga y
verruga. El bigote que le nace por encima de los arcos de cupido se perdía muy
fácilmente entre los vellos gruesos que se asoman desde sus fosas nasales. Pero
ese detalle sólo lo había notado su esposa y algunas chicas con las cuales
disfruta de los placeres sexuales que a su mujer le parecían insanos, impuros y
contra las buenas costumbres que dictaba la religión. Melani, Melissa, Vanesa,
Ariadna y Pamela son algunas de las prostitutas que él recordaba, y ello por
los buenos trabajos que realizaron a cambio de un pago moderado.
Su
favorita, hace algún tiempo había sido Vanesa, con quien había vivido un
romance desenfrenado por cerca de tres años. Ella era el tipo de mujer que se
ajustaba a su estilo de vida temporal: él era un hombre que deseaba mantener un
matrimonio nuclear y de ejemplo, aunque sabía perfectamente que estaba caducado
desde el momento que experimento los placeres y privilegios que le otorgaba su
trabajo.
Asimismo,
Vanesa era una mujer joven, cuyo cuerpo todavía no estaba estropeado por los
años. Sus bustos mantenían su resistencia una vez que el sostén rojo
desaparecía, mientras que la tanga de hilo dental que se perdía entre los
enormes glúteos resultaba ser el paraíso perdido para aquel hombre fetichista
de la lencería femenina. La piel morena que revestía a aquella chica le
resultaba más atractivo que la falta de color en las caderas de su esposa.
Gracias a Vanesa conoció los actos más fogosos y candentes que pueden
concebirse durante una noche vigorizante de actividad sexual.
Por su
parte, a su amante favorita poco le importaba la vida cotidiana de aquel
hombre, si tenía problemas con su conyugue o si alguno de sus hijos había
reprobado el ciclo escolar, pues ella se daba por bien servida con obtener una
salida extra más el pago regular que él le ofrecía por sus servicios. Después
de todo, tenía que llevar pan a la mesa de sus dos hijos y a su moribundo
padrastro.
La poca
claridad de aquella habitación que estaba al resguardo del carcelero impedía
calcular su edad, sin embargo, es algo que no preocupa ni a las amantes que
frecuentaba cada vez que podía ni a los presuntos ladrones, homicidas,
feminicidas, violadores, secuestradores y narcotraficantes que no llegaban por
casualidad a aquel lugar. La indiferencia es recíproca, pues a aquel guardia
poco le importa el origen de quienes ingresan a ese cuarto, si tenían hijos que
mantener o cuidar, así como la sentencia que determinará el juez por su
declaración posterior al juicio.
Él antes
apoyaba con la limpieza de la mesa metálica y las tres sillas negras que
ocupaban los presuntos malhechores y sus colegas cuando comenzaba el relato de
la “verdad”, el cual muchas veces terminaba siendo una salsa de cuestiones al
aire y respuestas envueltas con mentiras. Pero ahora que la delincuencia parecía
estar en su apogeo, apenas si le daba tiempo de ir a desayunar a la fonda de
doña Conchita, alias la “Chonchita” por lo ancho de sus caderas que apenas si
entraban por las puertas convencionales. Su cocina económica era un espacio
“ideal” para comer, pues era tan vieja como él.
Muy
pronto, aquel cuartito dejaría de ser la caja de confesiones para los inocentes
y los inadaptados sino se le daba el mantenimiento oportuno, pues de pintura ya
sólo quedaban parches sobre un revocado que la filtración del agua de la lluvia
ya había carcomido, vomitado, carcomido y vomitado. Al parecer, el Cereso era
una infraestructura no querida, pues por las pocas remodelaciones hechas
pertenecía a la lista de construcciones poco prioritarias por mantener, pese a
que la “clientela” era constantemente creciente.
Las
cuarteaduras eran incontables a tal grado de que si se pintaban las grietas con
un plumón negro bien se podría formar o un excelente mapa de la República
Meshicana con la división política de todos sus estados, incluyendo los
municipios, o la ramificación del árbol genealógico de la evolución que han
tenido los mamíferos desde hoy en día hasta los primeros microorganismos
imaginados por los científicos dentro del periodo precámbrico.
Los
vértices inferiores de aquella construcción mantenían una mínima cantidad de
tierra y polvo, mientras que los vértices superiores eran cubiertos por
montones de telarañas abandonadas que todos preferían imaginar que no estaban
ahí. Cuando la luna se asomaba por las tardes, alguien activaba el interruptor
y entonces el salón se iluminaba con un foco de 100 watts. De vez en cuando
deambulaban moscas en el interior de aquel lugar, pero no volaban por ahí mucho
tiempo, pues no encontraban alimento sobre cual posarse. Lo mismo casi aplicaba
para las grandes y pequeñas cucarachas de la zona, a quienes sólo se les veía
caminar en temporada invernal y de lluvia. Los mosquitos eran los mejores
visitantes, pues eran recibidos por un gran banquete de distintos tipos de
sangre, sobre todo por aquellos incapaces de defenderse.
Gracias a la literatura, también
aprendí a decir verdades.
METZTLI:
El
calendario gregoriano marcaba el mes del invierno, el ombligo de diciembre.
Mientras tanto, el tiempo azteca que pocos recordaban marcaba el inicio del
solsticio. Era muy complicado precisar la fecha exacta del presente que se
vivía, sobre todo por el desfase climatológico que imperaba por aquellos
amaneceres. El lado más blando de la calamidad no sólo traía consigo los
primeros capítulos de la confusión, sino también un extraño aroma a incienso de
incertidumbre y poca certeza.
Por las
tardes, hasta como a eso de la seis, la temperatura alcanzaba hasta los 40
grados centígrados. Posterior a ello, una creciente capa de frío se esparcía
junto a las ráfagas de vientos que crecían sus cretas invisibles por las
pálidas calles de la ciudad poblana. En ocasiones resultaba ser tan fuerte la
potencia de los aires que un crujir se manifestaba como grito de terror entre
los edificios de más de un siglo de arquitectura neoclásica decadente,
convirtiendo a aquel lugar en una perfecta escena en blanco y negro de los años
60´s.
Pero
dentro de las paredes que formaban la muralla del Cereso, el clima parcia
tornarse un tanto más melancólico que el de costumbre, tanto entre las
diferentes celdas donde descansaban los reos como en las oficinas con olor a
humedad de los burócratas. Tan sólo con pronunciar la palabra de cárcel en
cualquier tipo de conversación era motivo suficiente para que la gente dejara
fluir ardientes sospechas, rumores grises y hasta malos pensamientos. Esto era
común a lo largo y ancho de la república meshicana.
Y dentro
de la frágil realidad que abarcaba el resguardo del carcelero Rico, el cuerpo
del misterio dejaba la mitad de su antifaz que cargo desde que fue invitado a
deambular por aquellos parajes para que una parte de su piel blanca pudiera
deslumbrar a todos aquellos que lo habían nombrado, pensado, pronunciado y
hasta insinuado. Incluso, por aquellos que poco lo consideraban por ser fieles
misioneros de la ciencia y el progreso se verían eclipsados por la fuerte
influencia de su energía.
Asimismo,
la gravedad que se desataba por aquella construcción no era la misma que Newton
había descubierto y descrito hace algunos siglos atrás, cuando la santa
inquisición se daba el lujo de condenar a cualquier hombre que le estorbara de
herejía. Sobre la materia que componían los diferentes artefactos de la prisión
se empujaban los átomos los unos a los otros por una serie de impulsos más
profundos que por las propias leyes. Cuando ese tipo de advenimientos se
manifestaban, el carcelero gustaba de tomar la otra mitad del antifaz que
dejaba en el suelo el cuerpo del misterio para colocarlo detrás de sus ojos y
admirar, con su propia lengua, el sabor dulce que deja cada caso que está a
punto de salir a la luz.
Fue lunes
cuando el calendario rutinario delimitó el corte temporal. Para esto, según los
escasos recuerdos y cálculos inexactos del viejo y empedernido carcelero, era
la primera ocasión que altos y corpulentos policías federales, en compañía de
algunos elementos militares que portaban gafas y pasamontañas, arribaban a la
habitación de su resguardo sin algún civil entre sus macizos brazos. Su arribo
más bien parecía especie de reunión de secretos que toda una definida
organización para algún tipo de redada. Ello se hacía más evidente debido a la
ausencia de alguna autoridad de mayor rango que dirigiera al cuerpo de justicia
presente.
En total
sumaban cuatro los hombres que portaban el uniforme azul con los chalecos
antibalas negros con la leyenda “policía federal”. Ni uno de ellos media menos
de 1.80 de estatura, lo cual blindaba al lugar de cualquier protesta en contra
de su presencia. El carácter era similar al de Rico: recio, firme y con un
rostro que no mostraba muchas facciones marcadas. Eran lo que se conoce como
seres sin sonrisa, después de todo, los habían capacitado bien dentro de la
academia policiaca: los civiles no eran seres de razón, sino de sometimiento a
la fuerza bruta. La mayoría de ellos trabajaba con esa idea: la autoridad y el
poder son sus dos brazos derechos.
En cuanto
a los militares, hombres igual de altos que los elementos federales, también
eran cuatro y mostraban la misma postura, un tanto fría, un tanto rígida que el
mismo acero forjado por el herrero de Zeus. De vez en cuando dejaban escapar un
suave bocado de aire, lo cual hacía recordar que detrás de aquellos trajes
había seres humanos y no hombres omnipotentes tallados por la divinidad de la
justicia.
Ambos grupos
de seguridad pública representaban de forma muy lustrada y bien acabada los
ideales de honor, valor y justicia que sólo existían dentro de algunas
instituciones y para algunas personas, lo cual resultaba ser muy pertinente y
estratégico para aquellos que los contrataban, pero cuyo salario provenía a
costa del erario público. Cuando fue muy joven y recién ingreso a la policía,
Rico se cuestionó a quien protegía y para quien trabaja, y la respuesta que
encontró lo orilló a buscar el puesto que ahora cubría.
El
carcelero rápidamente buscó entre sus desgatados bolsillos la llave de bronce
que quitaría el seguro del cerrojo descuidado, afín de abrir la puerta negra en
el menor tiempo posible para que ingresaran los ocho hombres al interior de la
pequeña sala de declaración. Sin embargo, como era de esperarse, sólo entraron
seis, pues dos de los militares permanecieron afuera de la habitación en
posición de resguardo. Tanto el cuerpo del misterio como el aire de suspenso
siempre habían extendido sus zonas de influencia tanto en aquella tétrica
habitación como por el corredor mudo que la conectaba con las oficinas donde se
atendían a los denunciantes. Empero, para esta ocasión, el lugar parecía
inundarse con una espesa neblina de grandes cantidades de escalofríos que
recorrían tanto a las paredes agrietadas como a los elementos de seguridad
pública: una película de terror se concretaría nuevamente.
Desde
antes de la conquista, entre los diferentes individuos que daban
materialización a la cultura meshica, el asunto del miedo y sus representantes
parecían conformar una especie de enfermedad crónica que no afectaba ni al
sistema nervioso ni al sistema locomotor. Era más fácil sentir una sensación de
angustia aguda por lo que implica transitar por los senderos de un fangoso
porvenir que por aquello que bien podría traer malestar a la carne y al hueso.
Pero
incluso el mestizo Rico, quien se había acostumbrado a escuchar detenidamente
las fechorías narradas con lujo de detalle por los hombres que utilizan diestramente
el arte del cuchillo y del gatillo, así como a aquellos amantes de la pasión
que prohíbe la moral religiosa y civil, sintió una pesada sensación nauseabunda
que iniciaba desde el estómago hasta el último gramo de su garganta.
Un
engrane no embonaba de forma adecuada en el interior de la máquina de rotación
de la tierra. Ese aceite que servía para alumbrar el quinqué de las esposas en
la espera del amante y que era el mismo que se utilizaba para que no rechinaran
las cadenas de la fábrica, se había agotado, desplazando el agradable sonido
del silencio por un crujir de rasguños que marcaban las todas paredes de
ladrillos y mentales. Ello propiciaba que a la habitación que sólo ingresaban
los elementos estatales, y uno que otro municipal perdido, ahora admitía hasta
a los vestidos de verde.
La rara
presencia de los federales causaba algo de disgusto a Rico, pero no el
suficiente como para entablar algún lazo de conversación con alguno de ellos.
Él tenía muy bien grabado sobre sus masas cerebrales que los elementos que
trabajaban para el gobierno federal poco atendían a un homólogo de rango
estatal, pues hasta en el propio gremio existía la tremenda división que
azotaba al país entero. Ahora estaba de moda ser la oposición, ir en contra de
tal postura o tal argumento. La falta de conciencia llegaba a tal grado de que
cualquiera podía abrir los músculos de su boca y poner a trabajar a la lengua,
dando discursos y declaraciones adornado con un tanto de coherencia barata
(pero con toda ausencia de un completo sentido) para después retractarse
respaldándose con el pretexto de que la disculpa fue hecha para todos.
Rico era
un fiel partidario de esta idea oculta, pero sus largos años de contada
experiencia en el ramo judicial, en donde todo lo dicho y pronunciado bien
reinterpretado y manipulado puede ser usado en tu contra cuando tus adversarios
así lo injerten en el interior de un juicio artificial para degollarte vivo
mientras sus cercanos devoran lo que quede de tus restos vivos, lo habían hecho
un tanto inmune al peligro, por lo cual, prefería portar el bozal de la
autocensura.
Por otra
parte, a los militares se les estaba haciendo costumbre rondar por esa zona del
estado de Puebla. Ello se debía tanto a las investigaciones que se llevaban a
cabo para desenterrar a la delincuencia organizada (nombre propio que servía
para designar a los ladrones que vivían a costa del abuso de confianza ocupando
algún cargo público) como para las redadas sorpresa que consistían en encontrar
al delincuente en el acto de sus fechorías.
A la sala
de declaraciones no importaba que figura de autoridad asistiera, pues todos
(sin excepción) tenían que identificarse con Rico antes de acceder, pues debían
ser colocados por nombre y apellido en el interior de las hojas que pertenecían
a la libreta negra de registro. Por lo tanto, al no identificarse ni uno de los
elementos, el carcelero pensó dos veces en solicitar su identificación, pero
finalmente llegó a la conclusión de que aquella operación lindaba entre lo
especial, lo reservado y lo secreto, por lo que prefirió hacerse el occiso en
esos instantes.
Aquel
grupo de hombres llevaba consigo dos portafolios negros con un cerrojo de
seguridad digital muy moderno, lo cual era algo sumamente peculiar ya que era
lo único actual si se contrastaba con el demás material traído por ellos
mismos: una radiograbadora chica, de color gris y algo deteriorada; un monitor
análogo de unas 32 pulgadas, un reproductor de video DVD y VHS, así como una
extensión color naranja medio carcomida por ratones que media por lo menos 10
metros.
Todo el
material de set televisivo fue colocado encima de la mesa de la sala de
declaraciones. Los seis hombres ahí presentes comenzaron a acomodar todo en la
diminuta base, colocaron los tres cables negros a las diferentes entradas de la
videocasetera y posteriormente los unieron a las entradas de la televisión, los
enchufes de ambos aparatos electrónicos fueron conectados a la extensión y,
finalmente, ésta fue conectada a la corriente eléctrica de la habitación.
El reloj
de mano digital que se encontraba sobre la muñeca izquierda del carcelero Rico
había marcado las 5:00 p.m. cuando permitió el acceso al grupo de seguridad.
Ahora marcaba las 5:20, pero la escena seguía siendo la misma: seis hombres
rodeando una mesa que cargaba unos artefactos electrónicos y los dos
portafolios negros con un cerrojo de primera tecnología: todo continuaba
permaneciendo estático.
Poco a
poco, el murmullo creciente entre los militares y los policías federales
disminuía la tensión generada por ellos mismos. La escasa conversación rondaba
entre las ordenes que cada uno había recibido por parte de sus superiores para
recoger el material que tenían a su resguardo hasta lo que imaginaban que
encontrarían una vez que revisaran los audios y videos.
Entre
ellos, el intercambio de palabras seguía siendo un asunto tratado en voz baja,
por lo que le resultó imposible al oído mezquino de Rico comprender el tema que
hablaban. Los talleres sobre lectura de labios que había recibido por parte del
área de capacitación no le ayudaron en lo más mínimo. La jornada laboral del
carcelero terminaría en un aproximado de dos horas, por lo que contaba con 120
minutos para enterarse de la situación.
Por lo
regular, cuando los asuntos eran de índole general, es decir, los actos
delictivos eran comunes, no se hacía un gran embrollo. En estos casos, el
protocolo a seguir era sencillo: el presunto culpable era dirigido a la sala de
declaración acompañado de un escribano y uno o dos policías. El tiempo podía
extenderse hasta a los 60 minutos, lo cual era ya una exageración: los
lugareños tenían pésima memoria, sobre todo cuando les convenía, y a ello se
unía el poco habito de la descripción.
Claro que
bajo ese método la mayoría resultaba “ganador” pues el trabajo era menos.
Incluso, aunque fuese una declaración tediosa, el seguimiento podía aligerarse
dependiendo de las partes que estuvieran involucradas. Eso era parte de lo
impredecible del oficio, ya que, por el contrario, había declaraciones un tanto
vagas y escuetas, pero dentro del seguimiento las contradicciones se iban
haciendo más y más grandes. Por ello, el humano resultaba ser la única criatura
que gustaba de hacerse a sí mismo la vida imposible, lo claro lo convertía en
oscuro, lo pequeño en grande, y a partir del siglo XIX un fenómeno se
manifestaba más latentemente: lo incorruptible en corruptible.
En
cambio, cuando el asunto abarcaba un delito donde se veían implicados
gobernadores, presidentes municipales o auxiliares, delegados estatales,
secretarios de alguna dependencia, así como empresarios y compañías, la cosa se
ponía color de hormiga, pues el efecto, al ser de mayor envergadura, tenía que
tratarse con una mayor sutileza y precisión, pues no sólo estaban en juego
algunas cuentas bancarias con exorbitantes cantidades de dinero, sino también
una que otra familia, apellido, prestigio, negocios y hasta vidas.
En
Puebla, como en Meshico, la mayoría de los implicados lograba librarla justo a
tiempo debido a los regalos, a los favores, concesiones y demás privilegios que
se daban entre el poder judicial y la clase que se dedicaba a la administración
pública. Eran contados aquellos hombres y mujeres que realmente se vieron
azotados, aturdidos o amenazados por el peso y el castigo de la
ley.
Y lo más
grave, como siempre, lo reprochaban los historiadores con orgullo y decencia de
la academia. Pero también lo hacían los historiadores respetables de oficio,
sobre quienes la memoria y la evidencia recaía más por el atrevimiento y el
valor de sus acciones. De esta clase, ya para este siglo, la mayoría estaba
descansando en su última morada, y los pocos sobrevivientes palidecían entre
los rincones más alejados de los círculos de sabios e intelectuales.
Los
manuscritos que habían dejado como legado a las generaciones dominantes y
venideras estaban prácticamente perdidos. Por un lado, aquellos textos parecían
estar mágicamente resguardados por una fuerza celestial poderosa que impedían
el acceso oportuno por parte de los herederos para la apropiación de los
mismos. Por otra parte, los escritos que alcanzaban a ser tocados por parte de
los beneficiados figuraban en un idioma poco comprensible para el diluido
intelecto interpretativo. Otro tanto de los beneficiados prefería permanecer
lejos de los libros y del legado que en su interior habitaba. Por tanto, no era
culpa de los escribanos que la fortuna se hubiese disuelto en medio de esta
urbe en constante crecimiento dentro del abismo del deterioro.
La espera
por parte de Rico, los policías federales y los militares se prolongó hasta 13
minutos más después de que el reloj marcara las 6:00 p.m. El horario de
invierno había ocasionado que el día durara menos, por lo que la luna y las
estrellas ya se dejaban observar por lo largo y ancho del firmamento. Con la
oscuridad llego la luz artificial, y con ella, casi el fin de turno de Rico. Él
no quería abandonar la sala de declaraciones. No sin antes, por lo menos, de
enterarse de lo que sucedería en las horas posteriores. Sabía, de forma
anticipada, que en aquel embrollo había personajes de alto rango implicados,
por lo cual, quería escuchar nombres. No porque quienes estuvieran implicados
tuvieran el riesgo de caer o de ser destruidos entre la opinión pública, simplemente
por el ámbito de la “mera” curiosidad que mantiene un veterano a punto de
jubilarse.
Gracias a la literatura, logré
asesinar mis bondades.
ACUECUEYOTL
Afuera,
la luna lucía un cuarto creciente rápido mientras se presentaba en lo alto de
la cúpula celeste, coronándose como una emperadora de la noche, en medio de las
más relucientes estrellas: eterna, siempre presente, nunca ausente, orgullosa
de los dominios de los cuales se había adueñado por ausencia de rivales, aunque
su rostro mostraba un estado de aburrimiento por estar enfrente del mismo
panorama oscuro desde hace ya más de 4 mil millones de años. Empero, a esa
actitud absoluta que mantenía, no podía negársele el título de la mejor
historiadora documentada en cuanto al estudio de las eras geológicas y a los
misterios relacionados con la religión y sus divinidades.
Por otra
parte, el ábrego había transitado desde el Atlántico hasta la zona pacífica del
sur y del centro, dejando un par de bocanadas que se habían dispersado hacía el
golfo de Meshico, logrado así, una clarificación del cielo que estaba
sutilmente aborregado. Por ello, en esta parte del extenso y poco explorado del
firmamento se hizo presente la constelación de Perseo, Géminis, Cáncer y Tauro.
Todas ellas parecían haberse reunido por alguna razón: es como si se tratase de
una convención celestial que se convocaba para atestiguar los hallazgos de un
descubrimiento que dejaría abombada a la población meshiquense. De cierta
manera, la hoja del exterior mostraba esa apariencia abonanzada que es envidia
de algunos filósofos, celos de uno que otro activista, inquietud de los
insatisfechos, descontento de los malhumorados y adoración de los aquellos que
practican con suma rigurosidad la acracia extrema, ya que imitaba a las largas,
delgadas y finas mantas de los abedules adultos, mismos que habían elegido
bordar ese tono para vestirlo desde aquel primer momento de su exuberante
alborada.
En tanto,
el reloj negro digital del carcelero se acercaba a señalar las 7:00 de la
noche. A 10 minutos de que ello sucediera, ingresó, de una forma precipitada y
nerviosa, el director del penal a la sala de declaraciones, el cual iba
acompañado de otros cuatro individuos nuevos para el veterano Rico. Debido al
pequeño espacio, el tumulto de personas cubría casi media habitación. Uno de
los hombres que había llegado junto con García y que vestía un traje negro con
una corbata roja, ordenó, con voz ronca e imponente, a los federales y
militares que esperaran afuera del cuarto, por lo que ellos se vieron obligados
a abandonar aquel cuarto abyecto. Rico permaneció, sin emitir el más mínimo
sonido, sentado en su lugar de costumbre. Él esperaba una orden similar, pero
buscó disimular lo suficiente para escapar a un mandato similar por parte del
director del Cereso o alguno de los presentes. Es cierto: no reconocía a los
otros cuatro dado que era la primera vez que observaba sus rostros, pero en el
fondo sabía que seguramente ostentaban algún cargo de nivel considerable y no
tanto por su vestimenta, sino por las indicaciones desplegadas por el hombre de
corbata roja. Por ende, aunque él quisiera quedarse a la sesión para escuchar y
enterarse de lo sucedido, si lo mandaban a retirarse bien tendría que apegarse
a la indicación emitida.
En incontables
ocasiones le había tocado presenciar las inimaginables declaraciones de los más
sagaces e importunados delincuentes y cuando éstas resultaban ser catalogadas
como “graves” o “ad líbitum” la información se resguardaba en un estado de
confidencialidad casi eterno, difundiendo sólo los grandes detalles
superficiales a la sociedad civil. Ello lo aplicaban mucho con los reporteros y
periodistas de la prensa, a no ser, que hubiese intereses de por medio: todo se
regía según la disposición económica de los actores que estuvieran
involucrados.
La máxima
autoridad del Cereso se dispuso a ocupar una de las sillas. Su piel era muy
blanca como el tono de la porcelana fina. Lo era tanto que el color azul de las
arterias se manifestaba muy notoriamente. Para algunas mujeres solteras, a los
45 años que recién había cumplido, era un hombre formidablemente atractivo con
esa espalda esbelta y ancha, ese cabello oscuro y la barba de candado bien
marcada y con un intenso color gato de bruja que diariamente portaba. Los ojos
negros no sólo resaltaban mucho, sino que estaban dotados con una virtud de
dominación y seguridad que hacían un juego perfecto con el tono de voz grave y
susurrante, cuando así la situación lo requería. Pero ahora el color de su
rostro aguileño parecía más un pálido por el estado de ansiedad por el cual
transitaba que por culpa de los melanocitos que estaban en su epidermis. El
traje gris que portaba bien planchado todos los días, mostraba diminutos rasgos
de preocupación: la corbata estaba desalineada, como si hubiese sido
desajustada tras recibir alguna noticia de gran envergadura. El cuello vista
blanco de la camisa estaba un poco húmedo a causa de la transpiración de aquel
hombre y el saco mostraba algunas arrugas en la parte de los costados y la
costura central. En tanto, el hombre de corbata roja y actitud recia y ronca,
similar a la voz, hizo lo mismo. A diferencia de García, este era un masculino
puramente moreno. El tono de su piel brillaba en cuanto al color, sin embargo,
quedaba bien ocultada a causa de los vellos que brotaban desde la hipodermis
hasta las células escamosas. Media más de 1.80 de altura y su cabeza tenía la
forma de un huevo de gallina. A primera vista, él dejaba entrever un carácter
abrupto, contrario al flexible que tenía García.
El último
asiento disponible fue ocupado por un varón que vestía una camisa azul rey de
cuello italiano y un pantalón de vestir recto marrón claro. Él era
aproximadamente 5 centímetros menos que la altura de Romero, el hombre de
corbata roja, y difería también en el tipo de espalda, pues a diferencia de
García que tenía la rectangular y Romero la de triángulo, él, Coto, mantenía la
circular, lo cual le permitía lucir perfectamente el chaleco antibalas. En
cuanto a los otros dos hombres que vestían ropa casual, Ramírez y Salazar, no
les quedo de otra que mantenerse de pie en la sala de declaraciones: uno
enfrente del otro. El ambiente del lugar se mantenía entre lo abstruso y la
abstinencia por parte de aquellos caballeros. Empero, fue a García a quien le
tocó romper ese estado de aberración que se adueñaba del pequeño cuarto en el
cual se encontraban:
- Bien caballeros, con el material de audio y video que esta sobre esta
mesa seremos los primeros en presenciar las declaraciones de un asesino – dijo
García.
- ¡Por Dios García! – dijo enfurecidamente Romero- ¿Y para eso me hiciste
conducir más de media hora? Si eso me hubieras dicho por teléfono cuando me
marcaste ni hubiera venido. Sabes perfectamente que ya tenemos bastante trabajo
en las oficinas.
- No se trata de cualquier asesino y eso te lo puedo asegurar – comentó
García – si de ello se tratase yo tampoco estaría presente en estos momentos
¿Crees que dejaría mi escritorio para atender un asunto que otro subordinado
puede revisar?
- Entonces ¿Por quién estamos aquí que merece tanto nuestra atención? –
preguntó Coto - ¿Acaso estamos hablando del ácrata Jo…
- Sí - interrumpió García - El material que se encuentra frente a nosotros
fue rescatado hace unos días. Una semana para ser exacto. El ejército realizaba
sus revisiones de rutina en la Sierra Norte de Puebla, cerca de Cuetzalan.
Ellos iban acompañados por algunos federales. Les había llegado la noticia de
que había sembradíos de amapola entre algunos de los cerros de esa zona por lo
que fueron a echar un vistazo. Para mí que fue pitazo de distracción, porque no
encontraron esos campos de cultivo.
- Vaya… - vaciló Ramírez – ¿Estás afirmando que el ejército meshicano no
encontró ni el más mínimo rastro de droga, pero si audios y videos del ácrata?
Debes estar bromeando García y la situación de la república no se presta para
bromas.
- Hallaron una cabaña en la espesura del bosque tropical. Al ingresar a
ella sólo encontraron un catre, cobijas, una mesa y un tronco mal cortado que
al parecer funcionaba como silla. Debajo de la mesa había una bolsa negra que
contenía una caja de metal de 60 x 60, con un candado al parecer nuevo, y
también una pala pequeña. Dentro de la caja estaban estos casetes – relató
García.
- Espera García. Si ese material lo encontró el ejército entonces no nos
corresponde a nosotros tocarlo – comentó Salazar.
- En primer lugar, Salazar, lo encontró un federal. El ejército sólo
estuvo presente – afirmó García.
- Aun así, sabes que esto debería estar en otras manos – replicó Salazar.
- ¿Ya se te olvidó cómo funcionan las cosas en Meshico? – sonrió
García.
- ¡Qué más da!… ya están aquí – vaciló Ramírez – yo digo que tenemos que
escucharlos.
- Espera un momento – pronunció Romero – García ¿Cómo estás seguro que
corresponden al ácrata? Tú mencionaste que seriamos los primeros en analizar
este material.
- Por los grabados que tienen los casetes. Observa los bordes – contestó
García.
- Aquí sólo hay letras y número, no parecen ser iniciales de nombre o
apellido – señaló Romero mientras observaba detenidamente un casete que había
tomado con la mano.
- Efectivamente. Esos grabados no corresponden ni a nombres ni a
apellidos, sino a jugadas… jugada de ajedrez – se entusiasmó García.
- Bien podrían pertenecer a algún campesino – bromeó Coto.
- ¿A un campesino? Por Dios Coto, jugadas de ajedrez… ¡Ni en toda su
miserable vida! – sentenció García.
- Nos meteremos en serios problemas si alguien se llega a enterar de esto
– pronunció Salazar
- ¡No lo entiendes! – se emocionó García – si somos los primeros en armar la
carpeta de ácrata nos convertiremos en los salvadores de todo Puebla.
- ¿Y qué pasará si no sucede así? ¿Qué no te das cuenta? Estamos ocultando
y deteniendo información que puede ser importante para la captura de ágata –
dijo Salazar - Ya sabes lo persuasiva que puede ser la prensa.
- No tienen porqué saberlo, no por ahora – dijo sobriamente García.
- Estas… como se dice… consciente de que nuestros puestos están en juego
¿Verdad? – dicto Salazar.
- Por eso razón debemos de escalar más allá – animó García.
- García tiene razón. La vida es un albur y tú lo sabes perfectamente
Salazar… perfectamente – intervino Ramírez.
- Entonces señores ¿Qué haremos? – lanzó Coto.
- No se diga más del asunto y escuchemos los audios – propuso Ramírez.
- Miren, a mí no me hagan perder mi tiempo con sus especulaciones. Si
quieren imaginar que la voz de ácrata está plasmada en esas cintas háganlo. Yo
ya me voy – dijo Romero poniéndose de pie.
- Espera Romero – dijo Coto tomándolo del brazo – tranquilízate. Si García
cree que todo esto es propiedad de ácrata, bien podemos escucharlo. De todas
maneras, ya estás aquí, ya condujiste más de media hora y pronto conducirás
otra ¿Por qué no le damos 10 minutos más a este soñador para que se convenza de
que estamos lejos de capturar a ácrata?
- Gracias por tu apoyo Coto, pero si Romero quiere retirarse puede
hacerlo. Antes de convocarlos yo les informé debidamente de lo que se trataba y
hasta donde sé todos están aquí por convicción no por la fuerza – señaló
García.
- Bueno, García, en algo si te equivocas. Lo que nos dijiste por teléfono
sólo fueron ideas dispersas. Sin embargo, yo ya presentía que tus intenciones
de reunión se relacionaban con el ácrata. Del todo sincero no fuiste – destacó
Coto.
- ¿Y que esperaban que yo hiciera? Ustedes saben que la telefonía ya no es
de fiar – sentenció García de forma molesta.
- Pudiste ver los audios y los videos para estar seguro antes de
convocarnos – dijo Romero volviéndose a sentar.
- Está bien. No volveré a insistir. Quien quiera retirarse, caballeros,
este es el momento porque una vez que inicie el primer audio no permitiré que
alguno abandone la sala. Rico, avísale a los militares y federales que tras la
salida de alguno de nosotros en los siguientes minutos no dejen salir a alguien
más – ordenó García.
- A la orden – contestó Rico poniéndose de pie de su silla.
- Espera Rico, espera ¿Tú vas a retenernos aquí, García? – dijo Romero
burlándose.
- Ni los federales ni los militares te van a escuchar – dijo Coto
sonriendo.
- ¿Ya se te olvidaron los “favores” que he hecho? Te aseguro que puedo
hacer que sigan mis mandatos y más – los ojos de García se tornaron fríos.
- No se me olvidan tus “favores”, pero recuerda que yo también he hecho
los míos – respondió Romero serenamente.
- Por favor señores, todos estamos aquí por el mismo motivo: acordamos repartir
el pastel – dijo Ramírez.
- Pues eso es lo que estoy haciendo, cumpliendo mi palabra – se
enorgulleció García.
- Basta entonces de tonterías y comencemos… - dijo Ramírez tomando entre
sus manos uno de los casetes.
Gracias a la literatura, duermo
con el horror cada noche.
TEPEYOLLOTL
- Aguarda Ramírez, estoy tan ansioso como tú de conocer el contenido que
hay dentro de este material, pero no creo que sea lo correcto el tomar uno a
uno al azar y verlos así, sin una estructura como tal. Ello podría ser un tanto
abrumador ¿No te parece? pues bien podríamos caer en alguna incertidumbre o
alguna mala interpretación – dijo Salazar mediante un lenguaje que se prestaba
a muchas deducciones no muy acordes a su trabajo.
- Bueno, si tú quieres elegir el primer casete que tenemos que revisar o
tienes la intuición mejor desarrollada que yo, adelante, yo no me opongo, dinos
por cuál de todos hay que iniciar – señaló Ramírez un tanto indiferente frente
a la postura de Salazar.
- Creo que no has entendido bien el mensaje de este hombre de metáforas,
mi estimado Ramírez. A lo que el abstraído del buen Salazar se refiere no es
precisamente a algo que tenga que relacionarse con cuestión de gustos,
preferencias y elección ¿Es qué, acaso ya olvidaste las marcas de jugadas de
ajedrez que hay sobre ellos? Eso es un indicio que no está pasando
desapercibido por nuestro colega. Por ello, a mí me parece que lo que sugiere
Salazar es encontrar el inicio de las jugadas de la partida y con ello precisar
el hilo conductor de este material que tenemos enfrente ¿O me equivoco Salazar?
– comentó García con los parpados casi cerrados y tocándose la barbilla.
- Vaya García que tú sí tienen bien acicateado el cerebro pese a la hora.
Entonces ¿Estás de acuerdo a que acicalemos el asunto o prefieres aprobar el
método aciago de Ramírez? – mencionó Salazar en tono sarcástico y
observando detenidamente a cada uno de los presentes.
- ¿Entonces que propones en contra de la agnosia de Ramírez? – preguntó
Coto entrando en el juego fortuito de Salazar.
- ¿Ya estás acongojado Coto o qué sucede? Salazar fue muy directo con sus
palabras, pero esa propuesta me parece un tanto de acidia. Es preferible que si
hay mucho material que revisar pues veamos uno a uno y después nos preocupemos
de darles un orden de acuerdo al juego de mesa. Además, seguramente en las
evidencias hay más pruebas que nos indiquen una secuencia – intervino el
agreste Romero.
- No, no, no – dijo Salazar – esto no se hace así ¿Quieren acosar al
ácrata de forma acremente o sólo pretenden acrisolar una parte del caso, que,
debo recordarles, se está tornando como un arcoíris acromático? Tenemos que
encontrar y seguir el patrón establecido si es que queremos hallar la verdad.
¿Qué no saben, mis estimados caballeros adamados que todo llega para aquel que
ha aprendido a esperar? ¿Acaso quieren probar la semilla del acónito en lugar
de sus hojas y tallos? El sabor es más amargo que el áloe.
- Me parece muy pertinente en comentario de Salazar – comentó García en
tono afable con los presentes, pues pese a todos los argumentos, él pretendía
adunarlos - ¿Alguno de ustedes conoce de forma adepta o adjudicada las reglas o
las anotaciones del ajedrez?
Todos los hombres permanecieron callados como si
fueran unos simples adonis y se abstuvieron de responder la pregunta acuciada
de García que había conjeturado tras adular los argumentos agriaros de Salazar.
Ellos sabían de mala gana que el hecho de conocer las anotaciones
ajedrecísticas no era suficiente para lograr ordenar los casetes que estaban
sobre la mesa en poco tiempo, pues si había alguna pista para hallar al ágata,
éste se les podría escapar de las manos. Otra complejidad que se agregaba al
asunto era que, una vez iniciado el juego las partidas podrían volverse como la
apariencia de las flores de las adelfas, pero también adquirirían su sabor
adiposo.
Mientras tanto, Rico, quien permanecía adicto a su
propia afonía y sentado sobre su vieja silla sin estar acuitado en lo más
mínimo, escuchaba atentamente la discusión de aquellos hombres que los
catalogaba como simples actinias: él prefería mantenerse como una simple
aburrida acrotera más de aquel sitio, ya que ese tipo de escenas de caballeros
agnatos le intrigaban mucho dado que cuando entraba la discordia en juego
entonces salían más trapitos al sol.
Por otra parte, García sabía que no podía limitarse
al hablar, pues la actitud de ave agachona del carcelero le daba cierta certeza
de confiabilidad, además de que era un elemento que no buscaba ocupar su
puesto. Por esa característica de “ser una tumba” lo había dejado permanecer en
esos instantes, además de que sabía que le esperaba una noche larga de
adrenalina, por lo cual necesitaría un testigo fuera de contexto con quien
hablar sobre aquella secreta reunión.
- Bien caballeros adustos, dado que la corteza de su pensamiento no
comparte el color de la corteza del abeto y para salir de tantos alegatos, les
propongo que cada uno copie las marcas de los casetes en una hoja y después las
ordene según piense cómo se desarrolla la partida – dijo García.
- Nosotros no somos aedos del ajedrez que van a ser agonistas en el ágora.
Lo que ordenas ¿Va a abrazar las esperanzas de la captura del ácrata? ¿Nos
mostrará el adarve sobre el cual tenemos que proseguir? – cuestionó Coto.
- Ni la famosa acupuntura repara el cuerpo tan rápidamente. No olvides que
todavía no estamos seguros de la evidencia con relación al ácrata, mi acendrado
Coto. Estamos varados en el mar extenso y sólo tenemos conocimientos de
acuicultura – mencionó Salazar.
- Pero la pregunta de Coto viene a ser admisible – comentó Romero – la
estrategia de García es tardada, poco práctica, carece de relevancia y hasta
podría acuartelarnos… ¡Es como si quisiéramos pronunciar un abracadabra para
deshacerse de las dolencias de los abrojos!
- Escucho tu adorada propuesta – dijo García de mala gana mientras
observaba directamente a Romero.
- Seamos prácticos y dejemos de adormecer. Primero es necesario revisar
las evidencias, pues bien podrían ser material de fiestas de XV años o como
mucho estiman del ácrata. Segundo, alguien necesita regresar a la zona en donde
encontraron el material que ahora poseemos. Tercero, y lo que considero más
absurdo, reacomodar las partidas de ajedrez – mencionó Romero en tono acerado.
- ¿Formaremos equipos o cada quien se encargará de una tarea diferente? –
preguntó Coto aferrándose a la propuesta de Romero, pues él infería que Salazar
sólo buscaba adormitarlos.
- En este momento me parece más pertinente que dividamos las tareas de
esta manera: García y yo revisaremos el material, Coto y Ramírez se encargarán
de regresar a la Sierra Norte y Salazar se encargará de reacomodar las partidas
– organizó Romero.
- ¿Por qué he de ser yo quien se encargue del reagrupamiento de las
partidas? – se exaltó Salazar al sentirse afrentado con las palabras de Romero.
- Fuiste tú quien detuvo a Ramírez para revisar el material y dijo que
deberíamos llevar la investigación de forma más cautelosa ¿Acaso estás
menospreciando tu propuesta que adormece? Además, serás el menos afectado si
todo esto resulta ser una charlatanería – se burló Romero de la actitud affaire
que aparentaba Salazar con su comentario.
- Pues exijo revisar el material con ustedes. Sí esto ha de aflorarse,
también quiero créditos por el trabajo realizado – gritó Salazar no abandonando
la postura de afrentoso.
- Dejemos a un lado los adoratorios y el egocentrismo. Yo me encargaré de
dar un orden a las partidas en esta sala de declaraciones – dijo Ramírez
aflautadamente buscando evitar más afrentas – no quiero viajar al norte de
Puebla y además tengo que cuidar mis adormideras. Coto puede ir sólo o en
compañía de los militares y federales, sufre de aculturación urbana poblana y
de una intensa acrofobia que lo puede dejar en cama.
- Bien, que así sea. No quiero escuchar más disparates – mencionó Romero
con acerbo mientras veía de entre reojo a Salazar.
- Romero, Salazar y yo empezaremos con los casetes. Ramírez, inicia con
las jugadas y tu Coto, ya sabes que tienes que hacer – concretó García.
Ramírez observaba el rostro aborigen de Salazar y
lo que veía no era precisamente un abril de primavera. Según recordaba, él
tenía un currículum basto en conocimiento y exploración de zonas boscosas y se
preguntaba a sí mismo el por qué no se propuso para ir a la Sierra de Puebla,
lugar en donde sus deducciones e inferencias hubieran sido más provechosas para
la encomienda a Coto. Por ello, supuso que Salazar transitaba por un estado de
abulia a causa de la actitud dominante de Romero y la postura débil de García.
Asimismo, esperaba que el comentario sobre la acrofobia de Coto, lo cual no era
cierto, causara una especie de aerolito en el cráneo de Salazar y el mismo se
propusiera para ir al norte del estado. Algo que, por supuesto, no causó ni el
más mínimo reactivo en Salazar.
- Espera Coto, mejor yo voy contigo. Aquí me siento como el planeta Tierra
en 3 de julio. Sólo tomo nota de las jugadas en mi agenda y en camino a
Cuetzalan las iré ordenando. Esos federales y militares no siempre son de fiar.
Es mejor que alguien vaya contigo, aunque también sufro de aerofobia, me tendré
que aguantar – dijo mientras observaba con una mirada lamentable a Salazar y
regresaba la mirada a Coto.
- Está bien Ramírez. Sirve de que ambos nos vamos ayudando a fortiori para
que las dudas que surjan y acongojan al pensamiento cimentado no impidan lo
afluente de los ríos de las ideas – pronunció Coto – en el camino yo te
ofreceré un buen y frondoso ágape de claridades.
Coto había interpretado muy bien el juego de
miradas de Ramírez, además de que coincidía con él sobre el estado abúlico de
Salazar. Él también sabía perfectamente que su colega de trabajo era un experto
en la ciencia de geografía, biología y botánica, mismo que había recibido
algunas distinciones por la descripción de trabajos realizados durante su larga
trayectoria.
Las exploraciones en el campo de las ciencias en
las cuales Salazar era experto eran considerables, pues abarcaban un sinfín de
investigaciones. Entre ellas estaban las publicaciones de las acacias y su
fruto de vainilla, el acanto y sus diferentes hojas espinosas, el acebo y sus
flores blancas y pequeñas, el aceráceo y su naturaleza hermafrodita, las
propiedades nutricionales de las hojas de la achicoria, la sustancia colorante
del achiote, las propuestas del acocil como alimento libre de sustancias
tóxicas y sustentable en algunas comunidades meshiquenses por medio de la
lluvia, los lagos, ríos y la construcción de acequias, así como la búsqueda de
nuevos afrodisiacos en especies de plantas que no se habían contemplado en la
medicina moderna.
Ahora, Coto, con respecto a la figura recóndita de
Salazar, se catalogaba de adolecer la extraña enfermedad de ageustia severa.
Ello se debía, principalmente, a la actitud afrentosa de su compañero geógrafo
que esa misma tarde decembrina había mantenido desde el inicio de la reunión.
Ya, anteriormente, había escuchado algunos rumores sobre los cambios de humor
que repentinamente le llegaban y esa volubilidad era con la cual también
trataba a los subordinados que él tenía a su cargo. Él lo admiraba mucho por el
trabajo que había desarrollado como académico en algunas de las universidades
de la república y por los comentarios de humanidad que relataban tanto sus
alumnos como los exestudiantes que habían tenido el agrado de tratarlo durante
alguna de sus cátedras. Incluso, se presumía que él era una de las mentes más
brillantes del campus en el cual prestaba sus servicios.
Como ponente también lo consideraba como un sabedor
de la atracción, la persuasión e incluso, cuando así lo requería, la
manipulación, pues durante los congresos a los cuales él asistió, se percató de
que Salazar manejaba una receta perfecta de cómo atraer a su auditorio, pues
sus oraciones no sólo estaban tan cabalmente trabajadas, con una fluidez
extraordinaria, llena de claridad y lejos de la redundancia, sino que además
manejaba el lenguaje corporal tan magistralmente que lograba cautivar a cuanto
lo escuchaba. Le mantenía una especia de aprecio y devoción por tratarse de un
personaje siniestro y singular. Crecía que él era un biólogo que algún día se
convertiría en el Newton de la biología y que de continuar con ese empeño y
ardua labor que hacía todos los días, muy seguramente se convertiría en el
futuro galardonado con algún premio prestigioso, un nobel talvez si antes éste
no era comprado por algún otro investigador o científico.
Pero esa apertura desconocida de su personalidad
con la cual se confirmaban sus sospechas y por la cual Salazar se había dejado
llevar, Coto lo empezaba a clasificar dentro de un grupo de agavillados
científicos que lo único que buscaban era la brillantez de gloria, la corrosión
del éxito, el ancla de la fama y la venda del poder que le podían traer su
cerebro “brillante”. Virtudes mismas que él consideraba desastrosas para un sabio.
Cuando Coto cursó la carrera en una de las más prestigiosas universidades de la
república meshicana se había topado con mercenarios del conocimiento, lo cual,
siempre despreció. Y ahora, etiquetaba a Salazar como uno de ellos: un pobre y
desdichado hombre brillante que había caído en la trampa del ultracapitalismo,
carga de la cual es imposible deslindarse una vez que se tiene sobre la
espalda.
Gracias a la literatura, aprendí
a amar mis perversiones.
CHICOMECOATL
Coto era un hombre un tanto crudo, un tanto serio,
un tanto sarcástico que ya casi alcanzaba los 50 años de edad, aunque por esa
volubilidad parecía volver a vivir la adolescencia. Tanto como su rostro como
su cuerpo ya mostraban algunos signos de cansancio físico, pues lucía la forma robustecida
de un álamo de más de un cuarto de vida desde la frente hasta el desgastado
color negro de su calzado que a diario vestía.
Sin embargo, su pensamiento reflexivo, analítico,
cuestionador, así como la articulación de ideas a través de sus oraciones
orales mostraban cierta frescura vital: la misma que alguien de 18 o 20 años de
edad. Esto también se debía a la experiencia adquirida tanto por la práctica en
los casos de investigación como por el hábito de lectura diaria que poseía. Lo
anterior lo perfilaba como una persona con más de 300 o 500 años, como si fuese
uno de esos personajes que se mencionaban en el antiguo testamento de las
sagradas escrituras del pueblo de israelita.
Él media aproximadamente el 1.75 de estatura. Su
piel tenía un color moreno radiante, similar al de los hombres de costa, de
rostro redondo con mejillas anchas y con un tono de cabello albazano. El iris
de los ojos eran tonalidad marrón, las cejas eran del tipo arco suave, sus
pestañas eran muy pequeñas, débiles y quebradizas. Su madre constantemente le
repetía que había heredado el rostro y el semblante de su padre, el cual había
fallecido cuando éste tenía apenas seis años.
Durante su juventud, esa espalda circular le había
permitido lucir sus camisas y playeras de una forma gallarda y coqueta, pero
ahora, con la grasa abultada enfrente de su estómago y a los costados dejaban
entre ver la “buena vida” de un veterano, aunque él sabía tomarle ventaja a la
piel de su rostro sin vello. Los músculos de sus brazos habían dado su último
crecimiento a los 30 años y con el paso de la edad, los bíceps, tríceps y el
vaso externo ganaban algo de flacidez a comparación de los branquiorradiales
del antebrazo, quienes todavía se mantenían algo definidos.
La atracción más hacia los textos que hacia las
propias mujeres lo llevaron desde temprana a edad a tener poco contacto con el
sexo opuesto. Muchos de sus compañeros se mofaban de él diciendo que pronto
moriría virgen. Sin embargo, sus travesías sexuales sólo él las tenía claras o
por lo menos en el recuerdo, algo que muy seguramente se llevaría al ataúd de
su morada eterna.
Al igual que las relaciones amorosas, las
relaciones interpersonales casi nunca fueron lo suyo, pues como habido lector
siempre enfocó su tiempo en frecuentar más las bibliotecas escolares, cuando
era estudiante, y las públicas, luego de haberse graduado de la universidad,
que todo los bares y antros más concurrentes del estado. Ello no era algo que
le preocupara mucho, ya que prefería tener de novia a la soledad sincera y
reflexiva que a alguien con quien siempre tuviera conflictos.
La biblioteca que más desde ya varias décadas
frecuentaba se llamaba “Profética: Casa de la lectura”, en la cual pasaba más
de cuatro horas diarias después de su jornada laboral, y cuando descansaba,
casi cubría las 8 horas. También era un cliente frecuente de la cafetería de
aquel lugar y gustaba mucho de los capuchinos con sabor a rompope y avellana
acompañado de una ensalada a la jardinera con crutones y un suave aderezo miel
- mostaza. Tenía la costumbre de solicitar lechuga fresca, aunque sabía en el
fondo que ella era casi imposible tratándose de un lugar así y ubicado en el
corazón de la ciudad.
La rutina también lo había enmarcado gozosamente
bajo las escasas librerías de la capital y los bazares ubicados cerca del
barrio de Los Sapos en sábados y domingos. Él acudía constantemente a las
presentaciones de libros de los “nuevos” talentos, no sin criticar porque las
casas editoriales seguían dando preferencia a hombres sin talento, pero con
capital que todo a alguien emergente que realmente pudiera dar un giro a la
literatura meshicana al ámbito universal.
También eran su pasión los cafés literarios, sobre
todo cuando había música en vivo con saxofón o piano, las videoconferencias luego
de haber emparentadose con la tecnología y uno que otro curso de arte, más como
analista que como constructor de la misma, ya que el talento que “poseía”
consideraba que era algo sagrado y que, antes de plasmarlo, era preferible
encontrar el vínculo adecuado, afín de alejarse de la mala inspiración y
éxtasis temporal.
A todos esos lugares y eventos lo único que le
acompañaba era el efectivo o la tarjeta de débito, así como esa sensación de
placer por conocer y agregar más cúmulos de ciencia y conocimiento que, en
muchas ocasiones, lo hacían confabularse y sentirse un ente erudito. Quienes lo
conocían se sorprendían de ello, pero también lo consideran como un tonto
egocentrista que no había hecho algo realmente relevante durante toda su vida, algo
que él, personalmente, catalogaba como mera envidia.
Toda la existencia de Coto se había visto atestada
de agravios por parte de la vida, hablando en términos artificiales, y en
ciertos momentos, sobre todo durante la adolescencia tardía, le habían sucedido
una infinidad de percances y disgustos que poco a poco, sin que él lo pudiera
permitir, moldearon el carácter que poseía y con el cual había aprendido a
vivir desde hace mucho tiempo atrás.
Ello abonó a que una parte de su personalidad fuese
un tanto similar al estilo de Beethoven y Vicent Van Got, sólo que él no estaba
tan ligado a las bebidas alcohólicas. Él prefería mantenerse lo más sobrio que
le fuera posible o en su caso aplicar la estrategia y el comportamiento que
había aprendido de Sócrates durante las fiestas y banquetes en la Grecia
antigua a través de los textos de Platón que leyó durante la universidad, pues
además tenía muy presente la tragedia que le había ocurrido al dios Azteca y
guerrero Quetzalcóatl tras haber bebido demasiado pulque. Por ende, siempre se
decía a sí mismo que no debía de perder ni sus dominios terrenales ni mucho
menos sus dominios emocionales, pues lo existenciales, bueno, de ellos prefería
tenerlos en el rincón del recuerdo.
Por tal motivo, la lucidez de su mente siempre lo
orilló a ocuparse en atender todos sus asuntos de manera personal y cada vez
que algún amigo tocaba algún punto que se relacionaba con describir su
existencia, él buscaba la forma de evadir la pregunta y cambiaba de inmediato
la conversación. Esto lo hacía con todos, tanto amigos como familiares y no
había excepciones, pues consideraba que cada persona era capaz de asumir sus
propios conflictos existencias como mejor le pareciese: sea por la vía
filosófica, por la vía religiosa, por la vía cotidiana o por la vía amorosa.
A esa idea enraizada desde el interior de sus
células neuronales se unían dos problemas que hasta la fecha lograba
perfectamente disimular. El primero era la carga de responsabilidad que sentía
por la mala salud de su madre durante sus últimos años en el hospital, lugar
donde falleció, ya que ella había muerto a causa de la cirrosis que desarrolló
por el alcoholismo en el cual fue hundiendo desde la muerte de su marido (el
padre de Coto) pues la decepción amorosa a causa de dicha partida le había
caído como cruel aguacero formando un suntuoso aguazal en su joven vida.
El segundo era la agrafía (más mental que todo
práctica), lo cual lo demacraba mucho por la impotencia de querer algún día
publicar un libro sus ideas, hipótesis, teorías y especulaciones sobre lo que
él consideraba como la decadencia de la filosofía del siglo XXI. Por tal motivo
se consideraba el Sócrates de este ciclo, en parte orgullo, en parte un síntoma
pálido dado que no quería convertirse en la sombra de un fantasma del pasado
como le sucedió al sabio griego.
La ausencia del padre parecía no haberle afectado,
al menos no durante los años de su infancia y adolescencia, ya que durante su
estancia en primaria y secundaria fue alguien que prácticamente se relacionaba
muy bien con todos sus compañeros del grupo. Incluso, era un alumno muy
brillante y participativo. Pero esa actitud y entusiasmo no se mantuvo durante
el primer semestre de preparatoria, temporada en la cual te tocó enfrentar otro
duelo: la partida de otro familiar.
Dado el tiempo que comenzó a pasar encerrado en su
habitación, sobre todo cuando prefería apartarse de esa realidad que compartía
con la apatía creciente de su madre alcohólica, Coto se las daba de agorero,
pues gustaba de retraerse en sí mismo para predecir lo que sería en unos años
más adelante, luego de que creciera, trabajara y se fuera lejos de su casa,
pues los problemas que ajetreaban su hogar lo alejaban del estímulo para
culminar con buenas calificaciones la preparatoria e ingresar al estudio de una
carrera universitaria.
Y es que su padre había dejado en el abandono y en
la miseria a su familia después de su deceso, pues, aunque tuvo grandes
amistades con altos mandos durante un cargo de bajo rango en las aduanas
meshiquenses, gozando de un jugoso salario, eso no lo ayudó a salir de la
depresión que lo envolvió en los tiempos posteriores debido a los problemas que
crecieron en su entorno.
Durante aquellos años, cuando sus padres eran
jóvenes, el agosteño solía sacrificar parte de su tiempo posterior al de la
jornada laboral con el agregado Rosales, a cambio, éste no sólo le confiaba
secretos de otros altos mandos, sino que, además, lo apoyaba en cuanto a la
promoción de un ascenso cercano. La meta de aquel hombre soñador era destacar
en algún cargo público de gran peso e influencia.
Empero, eso no fue posible. En un tiempo no mayor a
tres años, cuando Coto rondaba entre los dos y tres años de edad, su amigo
íntimo y protector Rosales se vio inmiscuido en un problema sobre tráfico de
animales, tanto de especies exóticas, raras, caras y poco comunes, como
especies que pretendían ser integradas al país para la experimentación de la
industria farmacéutica y cosmetológica. Entre aquellos animales con los cuales se
le acusaba de traficar estaban los aguamalas, el águila de calva del Canadá, el
agutí de la América tropical, un pariente cercano del airón proveniente de
Guatemala, así como los exorbitantes y admirados albatros.
El rumor primero se dio a conocer en a través de
los periódicos y después en la radio. La opinión pública fue muy severa en las
columnas y las investigaciones judiciales dieron inicio. Aquel asunto, como era
de esperase, primero llegó hasta la corte de justicia estatal, pero al
especular que se trataban de millones de pesos y de un fuerte negocio en el
mercado negro, llegó hasta la suprema corte, agravándose más la situación y más
intensa la vigilancia y el espionaje. El padre de Coto salió embarrado en todo
ese asunto de forma indirecta por ser uno de los hombres más cercanos a
Rosales, junto con otros 15 funcionarios.
El asunto se transformó en un verdadero aguaje para
muchos en la aduana meshicana, obligando a varios burócratas sindicalizados a
renunciar a sus puestos sin gozo de finiquito y pensión, a cambio claro, de
librar la detención por parte del poder Judicial. Mientras tanto, algunos
empleados de confianza fueron dados de baja y uno que otro permaneció en su
cargo dependiendo de sus capacidades, pero con severas restricciones laborales
y un recorte de sueldo.
Rosales utilizó sus influencias y logró persuadir a
la justicia, no tardó en huir de la república tras conseguir un amparo
provisional y algunos periódicos nacionales decían haber sido visto por última
ocasión en países sudamericanos, pero nunca se precisó el lugar. En las
oficinas aduanales se especulaba que, al haber sido despojado de su cargo como
el de otros altos funcionarios, el sistema de justicia dejaría de buscarlos,
algo que se concretaba conforme trascurrían los meses.
Mientras tanto, el padre de Coto, como era de
esperarse, perdió tanto su trabajo como sus aspiraciones de salir de su
situación, que no era tan precaria dado el ahorro que había venido realizando
desde algún tiempo. Pero su ego se vio fuertemente dañado, y con él, tanto el
orgullo como las ganas de ser un personaje sobresaliente, pues sentía que su
nombre y apellido habían quedado fuertemente manchados por aquel caso y, por lo
consiguiente, su carrera había terminado.
Poco a poco, el padre de Coto, un tanto
decepcionado y otro tanto confundido, dejó de ser el hombre aguzado que solía
ser cuando trabajaba en la aduana y de tener el apoyo de oficiales de un rango
un tanto mayor. Ello lo orilló a descuidar poco a poco su hogar y cambió ese
tiempo que invertía en actividades productivas por salidas a bares los fines de
semana. En menos de un lustro se lo llevó más rápido la decepción y la tristeza
que el pulque y el aguarrás que consumía.
Su madre trató de fijarse y mantenerse el adjetivo
de mujer aguerrida para sacar adelante a Coto con el apoyo de su ágüela, una
mujer con más 70 años que vendía aguacates en el mercado de la colonia en donde
ella había crecido. El puestecito no les dejaba mucho para seguir llevando la
vida a la que estaban acostumbrados, por lo que pronto se vieron restringidos
de muchos lujos.
Tras el fallecimiento del padre de Coto, su madre
decidió vender la propiedad en donde vivían y se regresó a vivir con su ágüela.
El dinero que obtuvo tras la venta del inmueble lo supo administrar bien durante
algún tiempo, pero cuando el alcohol se hizo con ella uno sólo, comenzó a hacer
el despilfarro de sus bienes y el dinero comenzó a escasear. En tanto, la madre
de Coto tuvo que comenzar a trabajar. Por las mañanas, Coto iba a la escuela y
cuando no había clases o era fin de semana estaba a cargo de su madre mientras
su bisabuela vendía aguacates en el mercado, y por las tardes, la
responsabilidad pasaba a ser de aquella veterana mujer, quien le fomentaba
mucho el arte de la predicción y los presagios supersticiosos, mientras que su
bendita madre trabajaba para aportar ingresos al hogar.
El trabajo en el cual se desempañaba con ahínco la
madre de Coto eran unos invernaderos de ajenjo, lo cual le ayudaba a no dejarse
caer en la aflicción de la ausencia de su marido, al cual había sido muy unida.
Sin embargo, unos meses después, la bisabuela fue atacada en la garganta por
una especie de alano cuando regresaba de vender sus aguacates, lo cual le
ocasionó una alalia crónica que ni el aile que tanto se tomaba la logro curar.
Dentro de ese corto tiempo, la anciana se hizo
limpias con ahuehuete, ailanto airoso, ají, albahaca y hasta con una alamanda
que consiguió y le recomendó una de sus amigas marchantas, pero nada le
devolvía esa alacridad que había mantenido hasta sus últimos años. Durante su
último mes de vida se la pasaba hablando de un ahuizote alado y airado que
hablaba con ella todas las noches, pero, según ella, sólo lo hacía para ajarla.
Por eso, se le escuchaba todas las noches cantar alabanzas extrañas mientras
agitaba un alazor: para poner en ahorma a aquel ahuizote.
Tres meses después, la anciana fallece de una
fuerte e intensa infección en las cuerdas bucales, o al menos, eso lo
diagnosticó el médico forense. Para la madre de Coto, el mundo se tornó de un
color todavía más ajedrezado, pues apenas si había superado la ausencia de su a
látere y ahora debía de lidiar con una nueva ausencia: de la su ágüela. Lo
único que la apapachaba era que su difunta finalmente descansaba en paz tras la
larga vida que había tenido, lo cual agradecía y alababa al Señor. Empero, por
otra parte, se quedaba sola, desamparada y con una actitud alambicada al tener
que vérselas sin algún tipo de apoyo junto a su hijo.
Gracias a la literatura, convivo
con mi ego sin problema alguno.
PATECATL
Ramírez era un hombre que pertenecía al Cenozoico
primario: un tanto indiferente, un tanto tranquilo, un tanto alegrón, pero
también una persona intensamente temperamental. Por lo cual era bien
identificado más que por el propio esfuerzo en su trabajo. Él solía sufrir de
una especie de vergüenza extrema y radical cuando alguien lo catalogaba de mero
alcornoque, pero, además, que se lo hiciera saber tanto de frente e íntimamente
como de forma pública o grupal, por lo cual procuraba ser una persona sumamente
meticulosa tanto en sus actos como en sus palabras, pero sólo cuando así
convenía.
Él se autocatalogaba como una persona muy tolerante
y una persona habida en el arte de la quietud y lo que a ella le concierne,
diestra en la habilidad del manejo del silencio sin descuidar la acción que
puede conllevar en su momento, empero, ello sólo dejaba entrever tanto las
lagunas mentales de las cuales palidecía y al mismo tiempo de la poca seguridad
que mantenía en la mayoría de sus decisiones: un ser con una fractura
irreparable que arrastraba desde la primera adolescencia.
También presumía de poseer hasta en el último
rincón de su dedo meñique del pie derecho infinita sangre de altísima alcurnia
y bien acomodada, erudita, así como sofisticada y de nobleza incuestionable. Lo
anterior era una de sus más sonados discursos cada vez que asistía a alguna de
las reuniones que se llevaban a cabo entre sus conocidos, amigos y familiares,
buscando, se esta manera, mantener la cara de un gentil señor, cuyos rivales,
jamás lograron apreciar.
Incluso se comparaba con los “nobles” alfonsinos y
uno que otro alienista destacado que había escuchado en unas de las tantas
conversaciones que había sostenido con sus antiguos colegas de la universidad a
la cual había asistido para sus estudios de “educación superior”, aunque su actitud
siempre parecía tener un tinte de alifafe diariamente que a veces disimulaba y
otras veces no, ya que, a pesar de pertenecer a un seno familiar científico y
académico, él gustaba de frecuentar compañías que le hablasen de historias que
se catalogan entre lo increíble, lo milagroso, lo inexplicable y lo paranormal.
Eso no era lo único en lo cual Ramírez desgasta su
existencia, pues también le gustaba familiarizarse con el aldabonazo de sus
conocidos, como los que solía decir Coto cuando lo acompañaba a alguna
conferencia de su interés, con las historias mágicas utilizando a los alevines
como afrodisiacos y también la alectomancia que escuchaba por las noches en el
programa paranormal de la radio mientras tenían el alegro como música de fondo
y permitía la entrada de los fuertes alisios a través del rectángulo de la ventana
de su habitación, haciendo sacudir la cortina y otorgándole un ambiente de
suspenso todavía mayor que él, muy en el fondo, adoraba.
En cierta ocasión, trascurridos algunos meses de
que ocupara su nuevo cargo, también optó por acompañar a Salazar a una de esas
tiendas donde vendían artículos “descomunales”, donde la mayoría de los nombres
de los productos que ofrecían a sus clientes él desconocía, lo cual rayaba
entre los misterios de la ciencia y la puerta que permite el asomo hacia una
dimensión alterna, lo que le ocasionaba cierta intriga mayor a la que le
dejaban los relatos que escuchaba por la radio y un fulgor tan enorme como
aquel que sentía Salazar visitando aquel lugar.
Y es que la lista no sólo era realmente extensa,
sino también un tanto colorida, suntuosa y hasta pomposa: concentrados de todos
los tipos de aldehídos existentes, huevos frescos de alfaneques domésticos,
algalia de buen color, largas y cortos semillas híbridas de algarrobo,
alguacilillos recién nacidos, esencia humectante de alhelís, arbustos de todos
los tamaños de alheña, alhucemas secas y en trocitos no más grandes que la yema
de un dedo, extracto venenoso de alicantes de edad madura (aunque también
tenían ya de algunos tiernos), plumas de todos los colores de los alimoches,
aliños de todo tipo por imaginar, aljófares auténticos y bien conservados,
medicago sativa, algunas especies raras de las diferentes algas recogidas en
las comarcas más profundas, entre otros muchos más nombres y productos que,
como era de esperarse, Ramírez no se encontraba familiarizado ni en lo más
minino, puesto que lo suyo fue más el placer presente.
Lo único que reconoció y adquirió ese día fue un
libro de alfabeto cirílico y otro rúnico, mismos que se le hicieron demasiado
atractivos por el hecho de estar forjados mediante el arte tradicional de la
elaboración de ediciones: la cubierta era de color roja vino con un azul rey
cenizo que estaban bien amacizado por la tela tipo gasa que los recubría: una
reliquia entre las reliquias.
Además, esta tela que le recordaba a la corona del
sol en los eclipses solares, estaba muy bien conservada, haciéndola aún más
llamativa al permanecer perfectamente bien sujetada al lomo que estaba cubierto
de cuero regido y auténtico, el cual se alargaba hasta el extremo contrario
formando una especie de cinturón como herramienta de seguridad para proteger el
contenido que resguardase el libro.
Aquel estilo ya poco se elaboraba dentro de olas
grandes casas editoriales y una minoría resguarda tal método con recelo. Su
padre le había regalado algunos textos que compartían el mismo diseño, por lo
cual su nueva adquisición sentaría muy bien con los anteriores que ya poseía
desde su infancia, aunque si se conservaban en buen estado era por el poco uso
que él mismo les daba.
También adquirió un alfanje de tamaño miniatura que
a primera vista era muy curioso y llamaba mucho la atención de cualquier
espectador o coleccionista, claro que aquel estaba en perfectas condiciones
como para exhibirlo en alguna exposición o museo. Tal artefacto, además de
tener un brillo muy atractivo, poseía un grabado extraño que nacía desde la
punta, empero, que se desvanecía nítidamente a un grado majestuoso para haber
sido elaborado por cualquier herrero o artesano.
Finalmente, se hizo de las letras alfa y omega que
estaban bien trazadas sobre un trozo una almadreña con almáciga, simulando
alrededor una gran aljama en forma de adoración. Ese detalle lo había
reconocido por el diccionario de símbolos que siempre ojeaba después de cenar y
antes de encender la radio: era de los pocos libros que había revisado por
interés propio y detalladamente durante toda su existencia. El costo lo
considero un tanto justo y al mismo tiempo moderado, sobre todo al ver a la
muchacha de personalidad alfeñique que atendía aquel lugar, misma a quien trató
de hacerle la plática ignorando la advertencia que le había dado Salazar sobre
ella y el álgido que despedía siempre. Además, tendría nuevas “curiosidades”
que presumir a las visitas que llegaran a la estancia de la casa de sus padres,
donde él todavía vivía y disfrutaba de muchas comodidades.
En las noches, por ejemplo, nada de preparar
reportes o informes, o planear clases como lo haría cualquier maestro, pues él
se libraba de preocupación alguna debido a que, por aquellos años, Ramírez se
mantenía a salvo tanto por la influencia de sus padres en el centro educativo
donde él laboraba como por el apoyo propio del coordinador de área que tenía y
por la “estima” misma del director.
Lejos de esa situación incómoda y poco placentera,
él solía permanecer acostado con el radio encendido con volumen moderad hasta
quedar intensamente alelado y hasta perderse en el sueño profundo del cual
padecía desde que era un infante. La mirada siempre la postraba a la colección
de artefactos descomunales que resguardaba sobre su luna, en el interior de su
alcoba hasta que Morfeo lo seducía y lo finamente lo enviaba al otro mundo
donde lo ilógico y lo racional se transforma en la única realidad coherente
existente.
Sin embargo, con las artes mágicas y poderosas no
se juegan, o al menos esa era la idea que siempre rodeaba su cabeza obligándolo
a despertar a media noche cantando, de forma arrepentida, un caluroso aleluya.
Aun así, su morbo siempre resultaba tener un mayor peso sobre su formación
religiosa, ocasionando que buscara más el relato y la intriga de ese tipo de
historias que por asistir a alguna reunión religiosa.
Todo ello se agregaba a la personalidad que había
conformado: la mayor parte de sus estados de ánimo derivaba de las
circunstancias en las cuales estuviera atravesando, por lo que era evidente que
Ramírez carecía de la madurez socioemocional que exigía el propio siglo XXI y
la propia formación académica, o al menos eso decían los expertos. Lo anterior
se reforzaba con algunos de sus típicos argumentos que utilizaba siempre del
tipo alquimista de la edad media.
Por tal motivo, poco opinaba con respecto a las
actividades o proyectos que se proponían en su nuevo entorno laboral: mucho se
había acostumbrado a no dar puntos de vista, pues no sabía tomar decisiones ni
tenía como tal un criterio propio, y por ello prefería allanarse a aquel que
fuera allende de la almadía sobre el mar, del pensamiento de la Almudena común,
aplicando siempre sus técnicas de carácter almibarado, dibujándose a sí mismo
como un ser allegado al actuar altruista, ocultando su apariencia desarreglada,
de altanería y su tronco podrido de almendro: él era un trozo musical contrario
al allegretto italiano, con brazos en forma de almadraba para robar la almazara
ajena y rodearla de almenas legales y costosas siempre que fuera necesario.
Esa suerte de haber sido hijo de burócratas siempre
lo mantuvo sereno ante las adversidades y vaya que la supo aprovechar, ya que
tuvo a su alcance todo lo que un matrimonio profesionista le puede ofrecer a
hijo: los textos codiciados de almagesto, las enciclopedias extensas que
contenían información de primera desde el alosaurio, las zonas propensas al
alud, la forma de cómo extraer el almizcle del almizclero, el comportamiento de
las alopecias, y hasta como almibarar los diálogos: contenido bibliotecario
que, claro, nunca aprovechó salvo el último de los enlistados. Como bien ya se
había dicho antes, siendo hijo de cuna afortunada, parecía vivir una segunda
etapa de albor.
De hecho, para la edad veterana que tenía de más de
40 años, los que lo trataban siempre de decían que era una vergüenza vivir en
la casa de sus padres, quienes lo procuraban mucho como si fuera un niño
aldeano de 10 años de cualquier aldehuela perdida en el mapa. El aldeorrio que
padecía mucho se lo debía tanto a su mamá como a su papá, pero también a la
niñera que siempre tuvo a su lado y la cual nunca pudo alentarlo a ser alguien
independiente puesto que sus progenitores siempre vieron a los obstáculos como
un peligroso alérgeno para Ramírez.
El sueldo para aquella mujer que se encargaba de
cuidar al menor, en ese entontes, era jugoso y considerable, por lo cual, luego
de que Ramírez llegara a la adolescencia, ella no objeto por llevarle la
contraria en alguno de sus berrinches y travesuras, pues al mismo tiempo, ella
no se volvía aleve con la postura de los padres y su educación. Además, en
varias ocasiones lo encubrió cuando la directora del colegio donde él estudiaba
citaba a los padres de familia para darles a conocer alguna queja sobre el
comportamiento de Ramírez. A cambio, el adolescente le regala algunos
deliciosos alcuzcuces que tanto le fascinaban a ella y que siempre le compraba
su mamá los domingos de paseo.
Sin embargo, la belleza del dinero y la comodidad
de la nodriza terminaron en aquella casa luego de que Ramírez esculcara la
habitación de sus papás y ellos perdieran varios artefactos de valor: billetes,
anillos, collares, un álbum de monedas antiguas y hasta una vieja y oxidada
albada traída desde España y que ambos resguardan como pieza histórica
invaluable por pertenecer a la madre patria.
Por tal penosa y descarada situación, aquella mujer
soltera nunca más volvió a caminar por debajo del grande y viejo alero que
estaba por afuera de la cocina y debajo de la puerta de salida para poder
dirigirse hacia al fondo del patio trasero para llegar a la habitación en donde
dormía de lunes a viernes. Por su parte, los padres de Ramírez no volvieron a
contratar a alguien para el cuidado de su ahora joven hijo alevoso.
Pronto creció Ramírez y su padre no descansó hasta
que su muchacho consiguiera un buen trabajo. De hecho, el puesto que ocupaba
actualmente se lo debía al sindicato de trabajadores al cual pertenecía. El
cargo que también le habían ofrecido cubrir era el de alcaide, luego de que lo
trasfirieran del recinto educativo donde prestó siempre sus servicios. Claro
que ello no era un ascenso, pues él había estado implicado en un albazo que se
dio al amanecer en el lugar donde se desempeñaba como maestro.
La anterior fechoría había sido organizada por él y
un grupo de docentes que estaban en contra del trabajo que trataba de
implementar el nuevo director de la unidad a la cual pertenecían, y como se
sentían “intocables” acusaron a dicho personaje de cometer alcaldada ante los
medios de comunicación, pero al no obtener la mirada del sindicato como ellos
esperaban, llevaron a cabo la tetra ya mencionada, total, el chiste, era
colocar a alguien de su propio círculo que les siguiera tapando sus desmanes y
desordenes.
Aunado a esto, la ambición de Ramírez caído sobre
sus dientes y se había venido acrecentando luego de que sus compañeros lo
postularan como el mejor para ocupar el cargo de director, pues que había
buscado nítidamente desde hace 20 años. Claro que él no era ese tipo de persona
que se preocupara por mejorar el quehacer educativo o que fomentara una
educación basada en los principios de libertad, de justicia y de libre
albedrio, lo único que buscaba era conseguir más recursos para continuar con
sus desmanes y dar privilegios a sus conocidos compañeros.
Empero, ese teatrito le había costado caro, pues
además de no obtener el apoyo del sindicato y de sus padres, ahora jubilados,
lo obligaron a desertar en la ambición que otros habían fortalecido sobre él.
La figura de suedorespeto y confianza se manchó con todas esas actividades en
las cuales participó, salpicando también a sus simpatizantes, y poco a poco los
fueron redistribuyendo en distintas unidades académicas, así como en otras
dependencias de gobierno, afín de aparentar la pérdida de derechos y recisión
del contrato.
Pero ello sólo fue la gota que derramó el vaso,
pues ya de por sí tenía muy mala fama tanto por su comportamiento poco activo
como por el abandono de sus clases escolares. Muchos de sus compañeros en la
secundaria lo conocían por el sobrenombre de “alcatraz”, haciendo referencia a
la flor que sólo estaba para contemplarla, pero no tocarla, y a los niños les
gustaba dibujarlo en forma de ave, haciendo referencia a la otra definición de
alcatraz.
Todo el mundo se quejaba de él y del poco desempeño
que mostraba. No asistía a los días de evaluación y tampoco entregaba
planeaciones debidas. Todas esas faltas laborales le fueron generando poca
simpatía con el nuevo encargado del plantel educativo, por lo que éste también
andaba buscando un pretexto para removerlo y colocar a otro de su gabinete en
su lugar.
La vida de irresponsabilidad siempre impero tanto
en su círculo laboral, que implicaba sus clases en las secundarias del estado,
como dentro del social, donde prefería más deleitarse entre los placeres
sexuales, así como en la mayor parte de su temprana juventud y la tardía
adultez que siempre estuvo acompañada de cigarros, alcohol, una que otra droga
y un gusto moderado por la marihuana.
Siempre fue de promedio estándar hasta en la normal
superior del estado, obteniendo su plaza gracias al dinero que aportaron sus
papás: cerca de 250 mil pesos para que el pudiese entrar en el talón de pago
del área de las ciencias sociales, impartiendo principalmente clases de
Historia a los tres grados de la escuela por lo regular después de la hora de
receso, ya que, si era antes nunca llegaba, pues Ramírez no era de las personas
que albeara: dejaba que sonara la alarma durante algún tiempo y aun así
terminaba ignorándola y apagándola.
Gracias a la literatura, la
codicia es hermana del éxito.
MAYAHUEL
- ¿Cómo les irá al alumbrado y al amoral con la misión amorfa que les tocó
cuando estén en la Sierra? – bromeó García mientras observaba a Romero
- Seguramente que llegando al lugar donde encontraron las cintas se van a
divertir paseándose entre los centenares de animaluchos que hay en la Sierra.
De hecho, ahora que lo pienso ¡Ni tiempo les dará de acordarse del amorcillo!
¡Es más! ¡Ni siquiera de amoscar! – dijo Salazar en tono amanerado.
- Mientras no tengan que cuidarse de los anofeles pienso que todo va a
estar de maravilla – comentó García – pero creo que debí acompañarlos en la
anacoreta que seguro están teniendo. Aquí tenemos mucho trabajo y tengo más
ganas de comenzar que un anopluro. Espera, Romero ¿A dónde vas?
- Iré a hacerles una llamada a esos dos desamparados. No quiero que se la
pasen hablando de ampelidáceas ni de la belleza de la ampo ni de la historia de
las ampollas o se enfoquen al estudio de la ampolleta ¡Ya saben cómo se le da
al ampuloso y anabaptista de Coto! Es capaz de distraerse con el anabático de
la zona o con las ananás al estilo de los anacreónticos, igual que tú, Salazar:
hijo del anarquismo. Ustedes, anfitriones, apilen los casetes, pero no inicien
la revisión de ellos hasta que yo regrese. Quiero abordar o descartar el
asunto, sobre todo si se trata del ácrata – amagó Romero mientas salía de aquel
cuarto.
- ¿A quién irá a llamar este amazacotado? ¿Sí será a Coto y Ramírez? – le
preguntó con la vista confusa García a Salazar.
- No tengo ni la menor idea, García, pero si llamase a esos anatemas lo
debería hacer aquí, enfrente de nosotros ¿No te parece? Sus palabras no son más
que unas anchetas de un anarquista – respondió Salazar dando unos cuantos pasos
para ir detrás de Romero.
- Espera ahí anatematizador, deja de propagar el barullo – dijo García
mientras lo tomaba del brazo – no pienso que sea necesario amagarlo.
- ¿Amagarlo? – preguntó detenidamente Salazar - ¿A ese animalizado? Sólo
quiero asegurarme que la anonácea que nos acaba de nacer por estos casetes no
se convierta en frutos y hojas para los ánsares que ni les costó trabajo
cosecharla y ni siquiera aprovecharan como tal sus propiedades.
- Sabes a lo que me refiero. En estos instantes lo más preciso es que nos
mantengamos aluzados y no amedrentados entre nosotros mismos. Sé que la tensión
no es invisible y mucho menos si se trata del ácrata, por lo tanto, es
preponderante que amengüemos todo esta peculiar alunizada. Vamos, abandona la
angustia y no te aniñares. Deja que el anodino de Romero realice su llamada. No
pienso que haya que preocuparse porque un peruano deguste, deliciosamente
hablando, la anona que nació en Meshico y que nos pertenece. Mejor tomate un
par de ansiolíticos mentales, igual y hasta te curas de la anorquidia igual que
Coto.
- Veo que no se te hace extraño algo extraño ¿Verdad? Que Romero haga una
llamada cuando desde un principio había dicho que fue pérdida de tiempo estar
aquí – susurró Salazar – ese “amarar” podría ser amilanado tanto para nosotros
como para Coto y Ramírez. La anemografía, al igual que muchas ciencias, se ve
limitada por el ego del científico, pero quien lo regresa a la realidad y le
devuelve lo que durante ese estado de anosmia perdió es el anemoscopio. Es de
suma importancia dejar a un lado el anhelo para que haya espacio para encontrar
al antagonista.
- Esa podría ser una amonestación grave, muy grave y de cierta manera es
amuela, demasiado amuela de tu parte: te hace parecer un anélido que busca
practicar la anemofilia. Romero es un pobre que sufre el síndrome del amartelar
para con su amasia. A simple vista amenaza, domina y habla, en cambio, desde su
amancebamiento ese hombre dejo de ser la alumbre que solía ser para convertirse
en el nardo de amartelamiento para esa amazona. No es más que una simple
anémona consumidor de anfetamina.
- Amén, pero yo dudo mucho siempre: para ver a los anfibios tienes que por
lo menos anegarte, pero cuando estos ya no se encuentran en su primer estado,
debes imitarlos y deslindarte de la anemofobia. Además, si estoy muy sabedor de
ese amasiato que vive, pero vaya que su carácter no concordaría con algo de lo
que me acabas de comentar – dijo Salazar con un diminuto semicírculo dibujado
por sus labios.
- Pues ni yo mismo lo creí hasta que Coto lo tacho de amatista luego de
hacer conocido a su esposa, quien además de catalogarla de mujer amazona, se
burló de Romero porque la comparaba con los arcángeles. Fue muy complicado
interpretar las palabras de aquel viejo hombre, pero apele a su arrogancia y
finalmente me lo explicó, y claro, también sus motivos. Es por ello que éste
amatista está cuidando su amate “angelical”. Ya habrás imaginado por qué se
negaba a venir hasta aquí. Lo de la oficina fueron meros ambages. Un hombre de
su peso y calibre no se puede dar ciertos lujos, como el de evidenciarse.
- Parece que tomas los sermones de Coto como si fuera alguien que tuviera
el peso de hablar desde un ambón o de pertenecer al grupo de los querubines.
Tal explicación me parece un tanto ambigua, como los ángelus. El viejo de Coto
es sólo eso… un viejo más que sólo dice lo que sus amebas le ordenan ¿Confías
más en las interpretaciones de tu amicísimo amonita que gusta de preferir ser
un amnícola que en realidad está atrapado en un pedazo de ámbar? Ese hombre
vive soñando que saborea ambrosia durante el ambigú. Dime ¿Qué ha hecho de
importante durante toda su vida? Cuando estoy cerca de él no huelo sus palabras
a ambrosiaco, más bien emite aroma a amebiasis. Apuesto a que no conoce ni
siquiera el significado de vocablos tan sencillos como el de la anfractuosidad,
el del angstrom, el del anfiteatro o el del anglosajón.
- Eres una anguila de cuidado, Salazar, de cuidado. Puedes ser muy
animoso, pero también ocasionar anoxia. Si fueras mujer te diría que sufres de
amenorrea y que en tus entrañas existen ánimas de anovulatorio, pero en
realidad eres muy ameno y esta charla está siendo de ese mismo nivel. Anhelo
que siempre sea así. En cambio, no es que defienda a Coto y que me angustien
tus comentarios hacia él, aunque debo de admitir que a veces pienso que sufre
de amnesia, pero es una persona muy elocuente, anímico, admiro su animosidad y
respeto los comentarios que hace sobre el animismo. Él también. Al igual que
tú, transmite alma y vigor. No tengo algún tipo de animadversión con él. Si ha
habido algo que ocasione un distanciamiento es por el trabajo, tú sabes
perfectamente cómo es esto. Coto ha platicado ya en diversas ocasiones con
Romero, incluso, lo ha acompañado cuando sale con su “amazona” en ya diversas
ocasiones y tú sabes cómo es Coto que dice no sufrir de algún tipo de ametropía
ni en los oídos, por ende, es su pasatiempo indagar dentro de las situaciones
humanas que se tornan amófilas. Tú mismo lo dijiste: es una ameba, pero cuidado
con ellas porque también te pueden ocasionar una amebiasis – sonrió García.
- Si la anoxemia es tratable, la amebiasis también lo es La pregunta es
¿Coto tiene lo admirable del anís o será alguien que cause un anquilose? Y la
siguiente premisa a analizar es: Sí Coto tiene el sabor de anisete ¿Hasta qué
punto hay que beberlo antes de que nos cause dolor de cabeza? Sobre todo si
comentó lo que hace rato me dijiste. Así de simple, sin anochecer el asunto ¿Es
amigo de Romero sí o no?
- Esa es una pregunta que no podría contestar ni aunque pasaran unos mil
annos Dómini, Salazar, sobre todo si ansina lo panteas. Debo destacar que para
comprender el pensamiento y la forma de hablar de Coto hay que tener en cuenta
que él pertenece a ese tipo de personas que busca pronunciar lo mejor de lo
antediluviano. Su antelación, definitivamente, es algo que hay que reconocerle.
Es un hombre anticonformista.
- ¡Por Dios Santo García! No me vengas con esos juegos. A cualquier hombre
mundano, antojoso, antinomia, le permitiría esa respuesta que no es ni vacuna,
ni cabra, ni carnero, pero a ti, luz que penetra hasta en el más rincón de
cualquier antro meshicano cerebral… ¡Al dios de la sospecha! ¡Al progenitor del
desmantelamiento de la añagaza! No mi diseñador de los apantles, a mí no me ves
la cara de un simple apacible ¿A qué estamos jugando? ¿A descubrir las anteras
enfrente de alguien que ya las estudió? ¿Quieres encubrir algo que es evidente?
¿Los resultados de este antibiograma que radica entre lo exacto y la verdad? No
le trates de decir a este anticlerical que el anteridio es exclusivo de la
divinidad y no de un proceso evolutivo que se puede demostrar en cualquier
laboratorio – dijo Salazar exaltado, casi furioso, con los brazos al aire.
- Mira, Salazar, los detalles que tú tengas con ese antialcohólico son
detalles que a mí no me interesan en lo más mínimo. Yo aspiro a formar parte de
lo antiatómico, de lo que se acerca a lo apolíneo y se aleja de lo antojadizo.
Admiro lo que para unos puede ser antiestético y anticuario. También respeto a
aquellos que son fanáticos de las antífonas y lo que a ello le atañe. Empero,
yo sólo busco que te apacigües y no vayas tras de Romero. Es más, deberías de
agradecerme que te estoy dando el alimento antiemético que ocasionaría si tú
escuchas los argumentos de Romero. Él no te va a tratar con antífrasis livianas
y rodeadas de algunos antófagos: su carácter llega a constituir un mal
antiperistáltico. Y yo digo ¿Para que necesitas tu una antigualla en este
momento?
- ¿Quieres que beba el antihelmíntico para amenguar lo que podría decir
Romero si voy tras de él? Pero tal medicamente se torna al sabor del antimonio.
La historia siempre ha demostrado que estamos condenados a luchar en contra del
antipapa, aunque no se mencione con fuerza y certidumbre. Es menester que apele
yo a ella y traslade tal antipapa a nuestra charla para que yo diga con mucha
mayor fuerza lo siguiente: ¿Qué escondes? ¿Hay algo que no quieras que escuche
de Romero? Según tú y los disparates de hace un momento provienen de Coto,
empero, son habladurías que, en primer lugar, ni vienen al caso, y en segundo,
no me interesan. Coto habrá salido y acompañado a Romero, pero si ese hombre se
reviste de la moral y la ética, pienso que no debería hacer ese tipo de
descalificaciones y menos a las espaldas de su compañero de trabajo. Recuerda
que hasta el neutrón ya tiene su antineutrón – dijo Salazar en cólera media.
- Vaya que hoy es tu tarde para practicar la antropofagia – dijo García
medio burlista – será mejor que dejes para otra ocasión esos comentarios,
antropófago. Aunque ahora que me incitas a deslindarme de toda simulación de
apapachos para con nuestros congéneres, debo destacar que el tinte del añil se
está desvaneciendo sobre tu figura antropomorfa y también vislumbro una
anunciación dentro de esta apachurradera dentro de la cual me envuelves.
Dejando mi estado de homo sapiens y entrando a mi estado de antropopiteco ahora
yo te digo: todo el tiempo te la pasaste discutiendo antes de que se fuera Coto
y Ramírez y ahora mira cómo te han dejado unas simples ideas de Coto. Pienso
que la presión del trabajo o te está matando esa visión clara de la que siempre
has gozado o te está ocasionando una simple presión en la aorta ¡Tú dímelo!
Romero ya sabe lo que opina Coto de su relación. Él mismo se lo dijo cuando lo
acompañó a comprar una americana para su esposa luego de haber terminado el
curso de antropometría al cual tu faltaste y que no justificaste, hasta donde
yo recuerdo.
- García, a mí me pagan por encontrar a los hijos de los antropoides de
nuestros tiempos, no para andar escuchando chismes o involucrarme en la
añoranza ajena y en lo que a mí respecta todos tenemos que ser vigilados como
si fueramos unos aoristos. Además, no es por presumir, pero a comparación de
otros, yo sí puedo darme el lujo de decir que soy un anuro añoso. Hay centenas
de hombres que practican el aojar y no dentro del nivel del año lunar y todo lo
que a ello le atañe, sino en lo real. Ramírez… bueno, lamentablemente la
delincuencia ha penetrado hasta en los más altos mandos de la justicia y no
sólo es algo reprobable, sino también algo vergonzoso para Meshico, incluso, a
través de la mirada internacional ¡Nos estamos destruyendo! Muy pronto yo
estaré apartado de todo este tipo de asuntos, por lo cual, aspiro a alejarme
sin estar apenado ni por el más mínimo detalle ¿Sí me explico? Todo tiene que
estar aperlado cuando así suceda.
- Finalmente nos hemos entendido. Recuerda que es nuestro deber
mantenernos cerca de lo imparcial, lejos de la apartheid, del catolicismo y del
conductismo. Nos tocó ser, o más bien, elegimos ser hijos de los apostatas
utópicos y ello se tiene que anteponer siempre. No lo digo en tono apático,
Salazar, sino con la más vehemencia posible: como tú lo dices, hay que
apergaminarse en todo, pero sutil con nuestros mismos a la vez. Descartemos los
apercibimientos posibles ¿No te parece? Al menos el de Romero, el de Coto, y
aunque nos cueste, también el de Ramírez, aunque este último me cause un poco
de apepsia. Hay que ser aplomados por lo menos hasta que este apétalo regrese
de hacer su apetencia para con la amazona, perdón, digo, para con su amada.
- En lo primero, debo admitir que concuerdo contigo. Tenemos, me agrade o
no, que ser sujetos del aplanamiento aun cuando toda circunstancia se tilde de
la mayor sangre apocalíptica. Ubicarse entre lo apocado y la apología es algo
en cual soy un adicto, aunque a veces así no lo quiera. Hemos de vivir en la
eonidad que ofrece la aporía: no sólo tenemos que ser sus hijos o sus
defensores, sino el significado de la palabra propia hecha carne. Talvez tu y
yo comprendamos eso, pero mantengo mi postura con respecto a los demás. Coto,
incluso, a pesar de ser un fiel servidor de la aporía, en lo personal, sólo lo
hace mediante el apodo, porque él pertenece a la clase de ápodo: ha perdido, no
sé en qué momento ni es algo que me cause molestia mínima, la originalidad, sin
darse cuenta cayo en el apócope de la aporía. Por tal motivo, me atrevo a
indagar en los apócrifos de cada uno de los aposentos que se nos presentan
ahorita, en este presente y con estas problemáticas a abordad… ¿Cuáles serán
las desventajas que nos traerá ser un apátrida en todo lugar? ¿Cuáles…? ¿Cuáles
serán las desventajas de no lograr un aposentamiento cuando lo evidente nos
grita para que lo desenterremos y entonces actuemos bajo lo que es correcto y
justo?
Gracias a la literatura, probé lo
dulce de la sal.
HUITZILOPOCHTLI:
Mientras García y Salazar discutían y esperaban a
que Romero se reintegrase con ellos para la revisión del material, talvez no
aposturadamente, Ramírez y Coto se alistaban para ir camino a la Sierra dentro
de una camioneta 4x4 con los vidrios polarizados, con el fin de aprehender o
localizar más pistas sobre el ácrata. De las bocinas del estero sonaba una
melodía del estilo del arrullo, tal vez, con fines artemisos para lo que estaba
por venir, pues el viaje no estaba resultando tan artificioso como se esperaba.
Además, el clima era tan espinoso como las propias arengas que manifestaron
cada líder revolucionario en determinado momento de la historia humana y su
relación con la rebelión.
Aunque se les había solicitado anteponer la
prudencia durante su estadía en aquella zona montañosa, muy probablemente el
transporte oficial o los delataría o anticiparía a los distintos moradores a
elegir entre que decir y que no, según claro está, fuera conveniente: el
arenque no sólo se consume ahumado, como es típico, sino también al fresco,
aunque su sabor parezca arisco. Después de todo, ellos atravesaban un siglo en
donde es difícil distinguir la división de artificio dentro del arte plumario,
pues incluso el arrurruz ya se plantaba en el mundo occidental, haciéndolo,
talvez, tenuemente, artificial como el propio artesa. Ya la ciencia había
demostrado que es posible sufrir de arteriosclerosis hasta en el propio
pensamiento.
La apreciación sensitiva era algo de lo que Coto
consideraba necesario disimular con aquellos que se topasen para hablar. Desde
hace algunos años atrás el apresto era algo que tomaba muy enserio. Pese a tal
apuración, incluso muy señalada por Coto desde un principio, al final, ni él ni
Ramírez se opusieron a viajar en el vehículo oficial y llevar consigo a uno de
los militares que esperaban afuera del cuarto en donde se hallaba el material a
resguardo de sus congéneres.
Esto porque después de todo siempre estaría
disponible una que otra artimaña para que cualquier detalle o información fuera
asequible. Bastaba con recordar algunos de los casos anteriores, así como el
estudio de la atarazana. Tener aserto sobre la aserción, bueno, ese ya era otro
detalle a considerar que requería más meticulosidad, afín de no realizar la
práctica de un arúspice sobre las asaduras de un artrópodo o un artiodáctilo y
caer en algún tipo de asechanza.
Dentro del vehículo, Ramírez observó un aerómetro
con un fino tono argentado, siendo ese el motivo por el cual le llamo la atención.
Aquel artefacto estaba encima de lo que parecían ser restos de argamasa y uno
que otro arvejón amarillo, lo cual le recordó al viejo monje austriaco y su
experimento sobre las leyes de la herencia que una vez vio en biología. Más que
asaeta, le causó un estado de ascuas científicas por Mendel y su relación con
el ascetismo, talvez Budista, talvez, Kantiano, según le había comentado Coto
en alguna no muy lejana ocasión.
Asimismo, encima del aerómetro sobrevolaba una
pequeña y apreciable arica. La danza de ésta y su zumbido le habían hecho
recordar la aria que había escuchado en el intermedio de la práctica del
areópago escolar durante su etapa de “activista”. De vez en cuando, la
conciencia de Ramírez lo arguyaba en contra de su etapa profesional actual,
porque Aries nunca sería Capricornio, ni Leo, ni Géminis. Ese también fue un
golpe fugaz, una mordedura áspera de una aspid que lo asolaba por debajo de una
asonada neuronal, dándole principios de aspaventa por lo que estuviera por
efectuarse. Ni modos, a Ramírez no le quedo de otra que asir su asidero de
asiduidad y colocarlo por debajo de su piel de astracán, dibujarse una aspa de
forma disimulada entre los ojos, la nariz y la boca, respirar profundamente,
aparentar asiduodidad para no levantar asomo, ocultar su carácter astroso y
atarazar un asta invisible que tuviera efecto de aspirina para calmar su
astigmatismo mental.
Sus órganos, nuevamente volvían a astringirse, pero
estaba aprendiendo a atalayar, mantenerse bajo un estado de ataraxia, más por
influencia de Coto que por sí mismo, quien en ese instante se convertiría en su
atalaya, librándolo un poco, tan sólo un poco, de la astracanada que vivía
diariamente por deambular en su propia, egocéntrica, y poco fructífera
astrobiología: él era el blanco a través de la aspillera que sus padres, y
algunas de las generaciones atrás, habían construido.
Coto poseía el ojo y parte del oído más
aristocrático que Ramírez por lo que también pudo reconocer al arica antes de
que se esfumara por la puerta recién abierta para su ingreso. De hecho, siguió
a la arica hasta colocarse encima de un armatoste con símbolos de armenios y de
armiños que estaba junto al depósito de basura. Una parte de ese armatoste se
hundía entre alt sucia, negra y pestilente.
El vuelo de la arica, era evidente que no despedía
aroma, sin embargo, Coto imaginó un camino de aromo detrás de su diminuto y
frágil cuerpo mientras tarareaba un arpegio con poca arpía. Él tenía cierto
aire de atavismo y se atenía a él de forma atestada muchas veces sin lograr
evitarlo. Su psicólogo fue quien se lo hizo notar, y, aunque al principio lo
negó, terminó por aceptar e incluso en sacarle cierta ventaja a ese atril, que
lo dejaba autoleerse de vez en cuando.
En tanto, el militar atezado abrió la puerta para
tomar el lugar del piloto. Atisbó a Ramírez y Coto sin atisbo alguno, atusó su
corta cabellera y colocó su gorra verde, atestó la llave sin atolladero y
encendió el vehículo para atosigar el viaje. Sus actos desbordaban una postura
atravesada al mismo tiempo que los movimientos toscos y musculares de aquel
hombre lo remitían al paleolítico del paleolítico, cuya arqueología era mejor
ignorar dado que las explicaciones sólo las comprenderían los arqueopterigios,
sin llegar, claro está, a alguna atrocidad.
Además, en cuanto a seguridad, disciplina y atufo
moderado, era el perfecto arquetipo de los de su clase, incluso, mejor que sus
otros compañeros. Bien se podría decir que infundía cierto grado alto de
augustosidad y que por esas carnes que revestían su grueso esqueleto le
esperaba una vida todavía muy lejos de la parca atropina, gozando sus
descendientes de atingencia con cualquier tipo de atrofia o atonía, claro, con
una reluciente y atildada piel atezada.
Asimismo, aquel hombre dejo entrever una especie de
apósito sobre una de sus piernas mientras iba manejando, ocasionándole a
Ramírez un estado de aprensión y atrabiliario, dado que le recordaba
situaciones de unos ayeres no muy lejanos. Además, por la seriedad que presentaba
aquel uniformado lo catalogaba de apretado salido de un cualquier aprisco, un
arquíptero arrapiezo salido de un atlas viejo y olvidado en su ático, un vil
austero que no pasaba del atracadero, dedicándose toda la vida a atoar de
cualquier barco de carga pesquera o basurera, claro que ello no se lo hizo
saber por miedo a ser atomizado argumentalmente hablando.
El nombre de aquel hombre era Héctor: delgado y de
espalda rectangular, de piel tan áspera a causa de humedad o crema como el
atolón, con rostro similar al de los viejos arameos y portaba ropa de tono
araguato con un aroma extraño y similar al arándano. Sobre su cuello colgaba
una cadena delgada con cuatro arandelas del mismo tamaño y en medio de ella un
dije en forma de indescriptible araucaria. El rostro en forma de rombo denotaba
tener la característica de un artero, pero no de cualquier artero, sino uno del
estilo del ascetismo, lo cual lo hacía más peligroso: él era capaz de decidir,
asentir y asaltar sin aturrullarse.
Había una actitud de aprensivo que también notó
Coto, pero no en el nuevo acompañante Héctor, sino en la postura de “apuesto”
que insinuaba Ramírez para con el hombre de verde y arbitrario. Para Coto, un
individuo que había decidido colocar su vida dentro del trabajo del colegio
militar, era alguien que gozaba de una armadura hecha en dos partes: el casco
estaba bien solidificado con la áptera y la armadura con la cubierta del
aprecio. Por ende, aqueste, más allá de colocarse una delgada capa de
indiferencia, optó por buscar aquistarlo para que se convirtiera, más que un
personaje del mismo bando, fuese alguien con quien lo propuesto o lo dicho
pasara por su aquiescencia: no hay como compartir el ara con los semitas para
que todos seamos hijos del mismo papagayo.
Después de todo, Coto también pensaba que el
militar bien podría ser el arabesco de la arquitectura de las coníferas, el a
posteriori de los arcángeles guardianes del árbol de la vida, pues la intuición
le arrojaba que a la zona de búsqueda en donde llegarían, muy posiblemente,
necesitarían a un experto en campo abierto y zonas de difícil acceso y qué
mejor de alguien aquerenciado por los livianos aquilones que se perciben más
allá de los 3 mil o 4 mil metros sobre el nivel del mar. En este trabajo, si se
aspiraba a encontrar la verdad era preponderante apuntalar que alguien dedicado
al oficio de lo aquilatado sólo retrasaría y oscurecería el desarrollo de la
investigación, y su conductor, parecía despojarse, o desconocer, tal actividad
propia de un hacendado.
Además, aquel hombre no sólo les traería la
comodidad de ir descansando de los apuntes, de lo arbolado y arbustivo que
hubiere en las veredas y hectáreas por caminar, sino que también él sería un
guía que los colocaría justamente en el punto donde encontraron las
grabaciones, aparentemente, del ácrata: no habría desperdicio de días, noches,
e incluso semanas, irían directo a la medula espinal del asunto, anteponiéndose
así a aquello que pudiera incurrir en traición o desgracia. Por ende era
menester mantenerse como los hijos de las hojas del árbol perenne, para no
repetir el acto de la Noche Triste.
Y para su suerte de no arrancado, Coto estaba cerca
de lo correcto. La formación de Héctor no se remontaba a la de un mero sujeto
servil o cualquier arreo simple emanado de un suertudo arrayán, pues él estaba
ligado, de forma arregostada, a los conocimientos de la arboricultura, del
estudio de lo arborescente, el meticuloso proceso del arborecer, dado que aquí
abarcaba tanto su pasatiempo como su especialidad (sobre todo del arce), y
poseía un gran catalogo mental de los arboles caducifolios. Además, él
diferenciaba que hierbas eran comestibles y cuales causaban arcada, era un
magnifico edificador de arriates, contemplador de arrambles, arreboles y
arreglos florales, así como un arribista como cualquiera de su especie.
De hecho, Héctor tenía sobre la espalda un tatuaje que sobresalía por más
cuando se ruborizaba: el árbol de la de la ciencia del bien y del mal.
Héctor tenía otro tatuaje sobre su brazo izquierdo
que era más visible que el otro: un arcabuz que era sostenido por una ardilla
con una argucia penetrable, aunque, aun así, se alejaba de arrecio para
acercarse a las 13 monedas que conforman el arras. Después de todo, cada cual
posee su historia, su vida, la cual no permite ni una acción del tipo del
arrebaño: cualquier detalle o corriente siempre sale a relucir o contradecir,
como los hijos del dogma del arrianismo. No había duda, el militar ayudaría
tanto a Coto como a Ramírez a aupar tanto la zona como el objetivo mismo.
Todo lo anterior decía mucho, y al mismo tiempo,
poco sobre Héctor. El aura estaba de su lado, al menos, por ahora. Es posible
que también tuviera sus momentos arrechuchos, empero, sólo los arrimados lo
sabrían a la perfección, como otros retoques sobre su personalidad. De hecho,
quien lo conocía sabía que él gustaba del dibujo clásico, arquitectónico y de
los auranciácea. Estos últimos eran como el áureo para los mineros.
Bien se podría decir que sobre él se posaba la
aureola de la composición y la perspectiva, que él poseía el don y la
glorificación del lápiz sobre el cuadernillo y la hoja en blanco que ni su
hermana, primos, tíos o padres poseía. Dentro de su aurícula no se acumulaba
sangre, sino líquidos con aurífero que dan vitalidad al corazón pensante.
Posiblemente, el ahora y temporalmente auriga de los investigadores hubiese
entrado dentro de la categoría de niño prodigio, la aurora del avante.
Ello porque desde muy temprana edad practicaba esa
arte y dentro de ese lapso prematuro había realizado majestuosos bocetos donde
se destacaban los arbotantes, las archivoltas, así como algunos arcos de medio
cañón, de ojival, de triunfo y algunos mayas. También tenía una avefría, un
avechucho, un ave del paraíso, un ave fénix y un autillo de acuarela
descansando en algunos pliegos de bond, cada uno ocasionando desde el auspicio,
la austeridad, hasta el autismo para quien osaba contemplarlos y el auspicio
para los agoreros que enterraban la mirada en su obra.
Cada una de ellas era única, autentico, del estilo
autobombo y autócrata entre el gremio del pincel, aunque Héctor así no lo
quisiera. Por la gran cantidad de matices y diferencias, parecía que cada
avatar de aquel militar había pintado su propia marca dentro de aquellas líneas
y dibujos. La artería corría dentro de sus arterias, nombrándolo casi casi por
naturalidad, arrumaco, ateneo y atributo de lo artífice.
Cuando fue adolescente ardía ejecutando tal ardid
durante su tiempo libre, que generalmente era por las tardes y los fines de
semana. Sus padres no negaron tal ardimiento para la geometría y el espacio, y,
aunque sus primeros trazos no los consideraron ardites, poco ardor le
fomentaron para elegir la carrera de arquitectura, pintura o artes plástica,
pues conforme pasaban los años preferían que él se entregara de lleno a un
oficio más remunerado, como de esos que se dedican a la auscultación o a emitir
el auto de formal prisión. Esto para lograr ser alguien similar a una
autarquía, ya que consideraban que esa era mejor herencia que le podían dejar.
La familia a la cual Héctor pertenecía era pequeña,
de origen austral con oficio de enfermería y especialidad en colaboración
dentro de la autoplastia. Habían llegado a Méshico, a través de una avenencia
con la embajada de relaciones exteriores para estudiar un diplomado en
tratamientos para la avariosis. Pero ese era sólo el motivo superfluo, pues en
realidad en su lugar de origen tanto el trabajo como el alimento habían
escaseado demasiado, además, de que ambos (los padres de Héctor) deseaban
cambiar de aires y respiros, y que mejor, en uno de los países en donde abunda
la cultura y la diversidad de seres autótrofos, ya que ellos, deseaban aprender
a sembrar y probar productos directos de la tierra, ya que estaban cansados y
aburridos de los alimentos congelados y enlatados.
En tanto, quienes integraban a la nueva familia
meshicana eran Héctor y la hermana mayor, llamada Azur, misma que ya estaba
casada y tenía dos hijos con un hombre devoto del señor de la asunción: uno cursaba
el preescolar y el otro era una nenita de brazos. Azur siempre se había
distinguido por ser una mujer poco avasallada, y ahora de casada con un azteca,
aquello no había cambiado mucho. Empero, ambos trabajaban en el local de
productos de limpieza que habían puesto con el arrimo de los padres de Héctor.
A grandes rasgos, les pintaba un presente tranquilo y, de así sostenerlo, un
matrimonio feliz.
Los padres, tras acabar la especialidad que
tomaron, tuvieron que ocultarse con el fin de no ser deportados. Con el paso
del tiempo y con la llegada a Azur a sus vidas, lograron conseguir la
nacionalidad meshicana y se dedicaron a ser comerciantes, logrando poseer
negocios de ropa en los tianguis. Por ello mismo, se acostumbraron a siempre
andar viajando a lo largo y ancho del país. Al llegar su segundo hijo, Héctor,
su padre vio la posibilidad de acabar con su sueño frustrado: ingresar a la
academia militar. Y es que él no fue aceptado en la milicia de su país luego de
que le diagnosticaran arritmia.
Aunque la decepción lo agobió por cierta temporada,
no le impidió salir adelante cuando conoció a su esposa y probó suerte en el
matrimonio. Sí, bien, toda su vida se arrobó de arrogante, tenía prueba de ello
en la actualidad: autos, casas, terrenos y locales conformaban parte de su gran
patrimonio. Además, él era de las personas que arrostraba a lo que fuere,
incluso, se decía a sí mismo, a la propia muerte, pues se glorificaba arrollar
su propia enfermedad como cualquier perro arrufado.
Gracias a la literatura, mi
ambición es mi pasión.
CHALCHIUHTLICUE
- No sé a qué hora llegue… mi barragana de follaje elegante y flores
rosadas en forma de corazón Azucena. Primero tengo que lidiar con esta
barbacana pesada del averno que me causa demasiada aversión. Esto es una
lección, una prueba para conocer y saber que estamos dispuestos a hacer para
defender nuestra barraca, nuestro barragán, nuestra barcarola, nuestro barcino
y nuestro barlovento. Ni modos, yo me he avezado barajustemente, a veces en contra
de mi propia voluntad, y espero que tú lo hagas también: siempre habrá un
barbitúrico para la carne, pero sobre todo para la voluntad. Recuerda que es
necesario aviar todo lo que se encuentre en nuestras manos y tú lo sabes… el
bargueño es admirable, pero constante de construir aún si se tiene un barrilete
perfecto, de última generación. Y hay algo mucha más relevante ¡Difícil de
valorar el bargueño a través del baremo! Simplemente, porque no hay tal tabla,
no existe, es imposible querer pesar lo que no es materia, lo que no vale en
oro, diamante o maíz. Asimismo, el trabajo sobre el bargueño aspirar a la
hermosura y el talento de la bayadera, más cuidarse de no lindar cerca de lo
basto, del barullo o de lo barroquísimo, porque bien podría convertirse en un
bastardear o en una bazofia. Por ende, si el barrizal y el basalto se ha
colocado ante nuestras manos y pies construyamos la basa de nuestra batea, de
nuestra batería, de nuestro bauprés del batiscafo que nos otorgará la beatitud.
Te amo como jamás llegue a imaginarlo, haz eliminado lo baladí que habitaba en
mi mente, dentro mis palabras, sobre mis pensamientos y por debajo de mi
corazón que ahora lleva la bastardilla de tus flores blancas y fragantes. Tengo
una avidez bastante de llegar a casa y estar contigo navegando en nuestro
solitario batel que un día se convertirá en un batelón, pero hay un ávido
suelto y es parte de mi trabajo indagar el paradero de ese hombre de baldón que
ha causado grandes baladros para batallar, si es necesario hasta hacer un
batido minucioso. Hay que bazar ahora que se puede. Su costo está valuado hasta
en balboa… quien lo diría… ¡Ya hasta lo busca cualquier beato y beata! Por lo
que mientras más rápido sea capturado, mejor, para ambos y para todos, afín de
que se apacigüe el batiboleo de los sobrevivientes. Además, estos avorazados,
azarosos, azogues y baladrones que están a cargo del ácrata necesitan de mis
dotes de avieso y vileza, así como del carácter avinagrado que poseo. No tienen
ni idea de que es la bayonesa, ni la autógena ni el autogiro, ni el baldar, es
más ni la axiología o lo axial, ni siquiera notan la diferencia entre la
balaustrada, la balalaica, el bajo relieve, el balandro y la ballenera, por
ende, para hacer la avulsión del caso es necesario eliminar el azolve… tengo
que desazolvar incluso los ojos de esos avicultores que sólo saben hablar el
sonido iracundo del balido – azotó con palabras en forma de baluarte Romero a
través del teléfono celular que sostenía muy pegado a la oreja, buscando evitar
que alguien escuchara la beatería que le ocasionaba comunicarse con la beldad
de Azucena.
- La avicultura, mi belicista, mi bellaco, mi benemérito y mi benéfico, es
tan digna y tan noble como los propios avícolas, los batracios, así como los
propios belicosos benevolentes, por lo que las mismas palabras del baturro se
bañan en bálsamos de baobab, batata, bejuco, belladona y bellota para después
ser pulidas con la bayeta de benevolencia digna de beneplácito, adquiriendo el
brillo tan suntuoso de la benigna bauxita. Pienso que utilizarlo para
designarlo a tus compañeros de trabajo, esas bestezuelas, es síntoma de balumba
y bambolla, por ello no es tan honroso como debería de parecer, además de que
es indigno de alguien como tú, begardo. Pero no dejaré que esto se convierta en
una baraúnda y si quieres, podrías cambiarlo por azoospermias, pienso que eso
causaría más azuzua y azote para ellos, más que relacionarlos con alguna
bandada o bandurrilla. Les ocasionará azaro aun sabiendo el más mínimo axioma,
mi amado bardo baquiano y la befa será bendita por los benefactores, los
bergamotos, los bibliófilos y hasta los benedictinos, ya que hasta un bebido
aficionado a la bibliomancia y a la bibliopegia podría comprender lo que
quieres decir. Recuerda que no hace falta ser un químico para conocer la
composición del benzol, del berilio, del berkelio o saber que es el beriberi o
el becuadro – avió bergantemente Azucena.
- Con el viento de benjuí de tus bezos que son de ben, has tocado la
bandolina, el bandolón y el bandoneón junto con la bandurrilla para que se
lleve a cabo el bamboleado en el bambuco frente al bendito baptisterio. El bel
canto de tu garganta hace que mi carácter bestial se transforme al color beige,
es decir, haciendo que esta bestialidad se transforme en bibliofilia, es más,
que lo bicharraco pase a ser un suculento besugo, incluso, haciéndome creer que
es bicéntrico es posible, aunque sea sólo incrustado en un bibelot. ¿Sabes que
por ti soy capaz de colocarme un bezote aunque mi rostro parezca berza y mi
lengua se vuelva hoja de berro tono bermejo y pierda hasta mi nombramiento de
bey, mi berlina, así como el poco carácter beodo que me queda? Soy un simple
belén beduino buscador de becadas bermellones. Por eso, mi bienaventurada
berilo, reconozco el significado del betún que me has dado: soy hijo del
behaviorismo. Es más, eso que has dicho me gusta, me ha convencido, como la
beca y el bebistrajo al becario que se cuida del bedel, voy a barloventear de
lo que respires, aunque tenga que llevar a cabo un bandazo, pero de mi
barracuda: azoospermistas para esos barbilampiños barbilindos, aunque también
les quedaría el de avitaminosis a esos azores – contestó el boccato di
cardinale Romero con su boca de belfo y el también ayo noble de medio tiempo.
- Siempre tan ameno, Romero, suave como el azabache e intrigante y bien
cultivado como el ayate o el azotador. Debo confesar que amo tu cuerpo de
bigarro libre en mi casa, en mi biotopo con esos mechones de cabello que te
hacer parecer un bizco. Con tus manos gruesas abres el bitoque de mis bezos que
buscan alimentar a tu biznaga y no por obligación o por abono, sino por una
intensa necesidad de salvajismo puro por saciar la espera que realizaste hasta
ver mi arribo hacía tus gruesos brazos. Esto, mi bisoño de biscuit no lo digo
como birria o en bisbisar, pues me estaría condenando a una muerte bisemanal
con cura, si es que la hubiese, bienal. Sabes, mi bienquerer, a veces me
pregunto qué birlibirloque tendría que llegar a hacer si yo me convirtiese en
una bicoca para ti, porque sería capaz de entregar mi vida a las fuerzas
oscuras con tal de que pertenezcamos a un biocenosis. Sé que no es correcto
birlar tu libertad, tus ideas o tus sentimientos, pero ¿Qué otra alternativa
tendré si no soy yo la que sea motivo de que te conviertas en bínubo? Debo de
admitir que no es menester que vista un binóculo con un bicornio para darme que
cuenta que he dejado de ser la hembra que solía ser para convertirme en tu bofe
dentro de esta biblia loca que hemos escritos con nuestras caricias y cuerpos –
dijo Azucena – cuídate mucho mi corazón de azalea de azul celeste y que no se
acongojen tus sentidos, porque hay que decir la verdad: tú tienes el don de la
bilocación porque esa parte de boga se encuentra aquí, conmigo, ahora mismo y
no es de alguien más, sino que eres tú, mi bonancible blasonado que no dice ni
la más mínima blasfemia al dio Eros.
- No te azogues mi corazón de azafrán, que tú has llegado para convertirte
en el bies blancuzco de mi bombasí, porque haz de ser aquella que me ha traído
blasón y boato no sólo a mi vida bohemia, sino también al bodegón que
conformaba cada uno de mis órganos vitalicios. Ese bigarro que mencionas ha
blandeado para lucir el bombasí con blonda ¡Y vaya que ello parece retrato de
Picasso por la bluff que trae consigo mismo, aunque a simple vista parezca un
bodrio para los críticos que no son capaces de apreciar la estética de la
bola!... Pues así de ilógico asedia a lo lógico con un potente bochinche,
porque has de saber que la boa es capaz de jugar bolera con pinos de bohordo en
el interior de un bohío acompañada de una bojiganga, empero ¿Ello a que nos
remite, Azucena? A que el mundo, mi bledo sanador y rejuvenecedor, es similar a
un bock: quien realmente descubre lo sutil que puede ser su sabor y lo bebe
queda simplemente con rastro de bocera y buscará más incluso en el más alejado
rincón de la boardilla. Sin embargo, quien lo ignora muy seguramente sufre de
blefaritis o se distrae fácilmente como un practicante de bobsleighing que se
ata afanosamente a la velocidad, porque no sabe lo que es bueno. Por ende, tus
palabras de azahar me mantendrán ayunto al avizora de las malas avutardas que
buscan destruir el ayacaxtli de los bebés – susurró tiernamente Romero.
- No estaré azogada, es más, ni el más mínimo ázoe de preocupación o
melancolía lo hará mi delicado, bendito, bonísimo y bien parecido bonsái.
Escucharé cada una de las palabras que has dicho grácilmente, que has
pronunciado con el enorme estilo de bonhomía que a ti te caracteriza porque en
su interior habitan los incorruptibles y helados vientos del polo norte ártico
que dan la figura a la majestuosa, maravillosa y apantallante aurora boreal. Y
esas, además, las silabas que conforman cada vocablo que has dicho ya y que
borbotean por doquier como chapulines entre campos tlaxcaltecas invernales, se
clavarán en los más profundo de mi pecho porque han sido lanzadas desde tus
amores de bombarda hacia mí, quedándose como la fuente de agua naciente que
nutra cada uno de los músculos que ahora te pertenecen, mi amante Romero, hijo
de los dioses de la bondad verdadera e irrefutable para los filósofos, sabios y
oradores. Velaré porque tu carne conformada por los más estudiosos y escritores
bonzos se una a este pensamiento que has dejado aquí, junto a mí, para que se
fundan debajo de estas manos que sólo buscan acariciarte, complacerte y
besarte. Yo, amor sublime mío, seré el azafate que te dé los mejores frutos de
vida amorosa nutritiva ¿Por qué? Porque a cambio yo recibo la bona fide de ti…
esa bona fide que despliega una invisible bonanza en estos momentos, entre tú y
yo que nos permite existir aún en la distancia. Mi boquirroto, ten presente muy
bien estos sentimientos que tengo hacia ti de aquí en adelante, siempre, hasta
el último momento en que permanezcamos dentro de esta existencia y te alabo
porque, gracias a ti, tanto como el miedo y lo que de él proviene se pierde
entre las sabanas oscuras que dan vida y figura a la poco estudiada borda –
susurró Azucena como lo suelen hacer los jóvenes boricuas luego de haber bañado
su paladar con una cantidad inmensa de suave y añejo borgoña al mismo tiempo
que se bañan con un pequeñísimo toque de fino bouquet italiano, sufriendo
entonces de lo que los estudiosos académicos con merito en grado de borla, pero
también insensibles al mundo de lo emotivo, han denominado como
bovarismo.
- Haces que este en babia, Azucena ¿Lo sabes? A tu lado soy un mortal
babieca, un bachiller con báculo, con el más mínimo boxito no sólo en el
corazón, sino en la propia persona, poseyendo un gigante, significante y
ostentoso bombín o bonete nuevo, tas lustroso como el propio polvo estelar,
limpio y tan bien protegido como la siembra de temporal a la intemperie
¿Entiendes? Lejos de ti sería un simple bagazo que ha perdido toda su capacidad
de ser un bagre para ejecutar cualquier bailongo en cualquier bajareque cubano.
Tú, Azucena, te has convertido en el bajel de mi vida, en la bajá máxima de mis
recompensas de reconocimiento, en el bajo profundo que delita mis conciertos a
la luz de la luna. Eres, Azucena, el bacteriostático que necesito para la
enfermedad corporal, la bacía que resguarda mi perfume de café ¡Hasta eres el
badil que remueve cautelosamente las llamas de mi ardor por ti ¿Por qué? Porque
simplemente eres una mujer… mi mujer badulaque con babucha divina para este
hombre perdido en el bacanal del odio a causa de su pasado bacante. Pero de la
borona de ayer que tanto consumí y me ocasiono un milenio de males ya no le veo
mucho caso hablar o mencionar el comentario más diminuto, porque ello, y me
atrevo a confesártelo ahorita mismo siendo testigo esta boyantes que me has
obsequiado con la esencia de tu presencia, la he botado lejos, muy lejos,
demasiado lejos, tan lejos que se acerca al borrón y a lo borroso ¡Bendito soy
de que sea así! De que finalmente mi cultivo de borraja y boniato que tanto
alimenté con boñiga, porque así la naturaleza lo requiere, este alcanzando su
boom máximo y haya sobrevivido a la gran borrasca de nuestros tiempos fríos y
oscuros donde el romance deambula, lamentablemente, cerca de la alcantarilla y
cerca de las aguas sucias. Empero, la borraja y el boniato no se extienden de
forma borrascosa como suele ser la vida verde en la zona boscosa, sino en completa
regla tal y como lo dicta el estudio de los vegetales, y eso que, me atrevo a
decir que, yo, Romero, amante de los borceguí y del botín más que por
convicción, por costumbre, soy un docto borrico en los asuntos que le concierne
a Afrodita y a Xochiquetzalli: no recibí a tiempo y en su momento el bórico
indispensable para atender las heridas de la pasión, el cariño y la ternura –
dijo Romero en tono borricado, con la energía de un bosón, buscando trazar el
bosquejo por primera vez de sus emociones que tanto aprisionó desde su
adolescencia tardía, cuando aspiró afanosamente deslindarse del estado
borreguil en el cual lo colocó su “primer” amorío.
- ¿Qué puedo decir ante tal secreto de viento y ruido estrepitoso y
agitado que fue celosamente resguardado tan profundamente dentro de la breña
que forma la corteza cruel, violenta, formidable, colosal y brutal de tus
sentimientos de la infancia y que ahora, después de tantos atardeceres repletos
de pena y agonía y cubiertas por la carne de la bruja extrema, ha visto la luz
del sol a causa de un brebaje que has bebido como el antídoto que tanto
solicitaste a los cuatro elementos, pero no para hacer la famosa fotosíntesis
al estilo típico y único de las pequeñas brácteas orientales y mediterráneas,
sino para enfrentar su destino, su naturaleza de vampiro? Dada la situación, mi
hombre Romero con sangre bronca hasta en las uñas de los pies ¡Alegrémonos y
dejemos que esta felicidad nos inunde hasta consumir el último oxigeno de
nuestros pulmones! ¡Que la brega que te costó tanto de deshacerte de tus
recuerdos del miedo hacia la entrega del cariño a través de los labios sea el
principio para construir el breviario de los amantes, de las almas gemelas, de
los eternos enamorados que tan sólo aspiran a ver crecer el tallo de su brezo
de caricias y ternuras infinitas! Seamos uno en el viento suave del Este que se
levanta al amanecer, y que es suave y fresco para todas y cada una de las aves
cantoras ¡Qué más da si lo nuestro resulta bromoso para los envidiosos, los
desdichados y los alimentadores de la ira y del rencor que no llegan a ser algo
más allá que hijos de los bravucones enfermos de una terrible bradicardia que ellos
mismos se han provocado por andar dentro de su círculo vicioso irrompible!
¿Quién hace al bravío, bravío? ¿Y quién le quita lo bravío al bravío? ¡Pues
nosotros mismos! Por eso, mi Romero ¡No permitamos que la belleza de lo brumoso
tome los tintes de lo nublado oscuro, confuso e incomprensible, cuando sabemos
perfectamente que lo nebuloso es hermano de la brizna de la aurora boreal!
Cantemos y alabemos a la vida ¡No! Mejor cantemos y alabemos al destino ¡No!
Que nuestras lágrimas de agradecimiento sean para ese bendito Dios ¡No! Que los
regalos sean para los brahmanes y el hinduismo ¡No! Mejor que nuestros frutos
de sacrificio sean para la misma existencia que muy seguramente nos volvió a
reunir una vez más… ¡Nuestro amor ha de ser tan intenso y sagrado como el que
se da entre los bosquimanos! ¡Imploremos a todas las deidades para que seamos
dignos de poseer el brío ante lo que este por venir! Y si ello se nos fuera
concedido, bravío Romero, te pido que ¡Lo defendámoslo de cualquier
manifestación bravata que busque romperlo, sea con el más mínimo monosílabo,
sea con la propia muerte!
Gracias a la literatura, aprendí
la estética de la mentira
MICTECACIHUATL
- La situación del ácrata se ha vuelto compleja y bradipepsia ¿Qué es lo
que estamos haciendo? En Meshico ¿Asesinos seriales? Hemos olvidado la cábala
hebrea tradicional ¿A que costó? ¿A que costó? El sentido de las tradiciones se
olvida inevitablemente con cada generación que viene y se va ¿No lo crees así?
Debemos estar evolucionando en las enfermedades mentales, Salazar, y no
comprendo el motivo autentico de todo esto ¿Acaso hay un periodo de regresión
dentro de la historia de la humanidad? Antes hablábamos español ¿Y ahora?
¿Bramido? Simplemente, pienso que es algo que se está saliendo de nuestras
manos: hay demasiada bruma que impide ver la correcta navegación de nuestros
brulotes y eso, Salazar, podría traer consecuencias no negativas, sino
desastrosas, muy desastrosas – dijo García especulando.
- Siempre es así y más en este país con pensamientos tan atrasados como el
mismo sentido común, siempre. Se invierte tanto en la producción, el trabajo y
el fomento al progreso ¿Y qué hay de la ciencia? ¿La investigación? Piensan que
con haber encontrado fósiles de brontosaurio o brontoterio la tarea ha
culminado para los investigadores ¿Y qué hay de lo cabalístico? ¿Qué hay? Eso
es lo que ha permitido el avance tecnológico que nos ha permitido llevar
estilos de vida más ligeros, más modernos. Aun así, es más fácil comprar que
construir. Siempre ha sido así y siempre será. Y eso me ocasiona asco, mucho
asco y repudio. La existencia es maravillosa, en cambio, ellos nos han dado una
vida de asco – comentó Salazar.
- No todo es tan grave Salazar, no lo es. Es más, respóndeme ¿Cuándo fue
la última vez que colocaste un caballete, sea propio o se ajeno?... ¿y bien?…
pues quiero suponer que nunca lo has hecho… desconoces el ramo de la
construcción ¿Cierto? No te mortifiques ni mortifiques a los demás. Llevamos
vidas modestas ¿Eso qué tiene de malo? Dime ¿Qué tiene? Lo que si me preocupa
es nuestra incapacidad ya demostrada para dar carpetazo a este asunto. La burla
de un brocho como el del ácrata nos retiene hasta esta hora de la noche… que
vergüenza... Sabes Salazar, me pregunto cuánto tiempo más ocultaremos esto a la
ciudadanía, aunque sabes, pienso que a la mayoría tampoco le importa mucho –
dijo García – viven casados con la idea de que a ellos nunca les va a ocurrir y
no es sino hasta cuando les sucede cuando la preocupación entra en ellos a
través de los cinco sentidos.
- Esa burla no existiría si tú ego no fuera tan grande como tus gritos.
Talvez sea momento de quitarle a tu espíritu esa broza que tanto la ha
amargado, manchado y corrompido. Aunque debo de admitir que sí, efectivamente,
tienes razón en cuanto a la indiferencia… ya no existe ni uno sólo que trabaje
en apoyo al otro, siempre hay un interés de por medio. Y, aun así, míranos,
seguimos construyendo y reproduciendo un estilo de vida oxidado. Qué puedo
decir… nosotros también estamos oxidados y lejos de las lijas. Aunque este tipo
de verdad salga al aire, quien sabe si ocasione pánico. La capacidad de
pensamiento, creación y de cuestión se ha vuelto tan grande como el cerebro de
los caballas del pacífico y del atlántico – dijo Salazar apresuradamente.
- ¿Mi ego? ¿Qué hay del tuyo? Todo te disgusta como si la vida te debiera
algo. Déjame decirte lo que le digo a muchos de aquí, sobre todo a los reos
cuando tengo oportunidad: la vida siempre reparte cabalmente, siempre. Talvez
no lo parezca a simple vista, sim embargo, así es. En cuanto a ti, mi querido
Salazar, lo que has dicho sólo nos dice un detalle muy peculiar, que tu
espíritu también ha sido manchado, talvez no por broza, talvez sólo por brote,
empero, aun así, ello genera una mancha, aunque sea del tono de la brizna ¿No
lo crees así? A veces pienso que lo único que necesitamos es un poco de
relajación y olvidarnos también de este asunto y de todo aquello que simplemente
nos agote. No hay algo mejor en este mundo que relaje por completo al cuerpo
que unos cuantos tragos de whisky, algo de sexo talvez no te caería mal a ti.
Algo excitante ¿No te parece? – se escuchó una sonrisa picaresca de
García.
- Lo que a mí me excita tal vez a ti te aterre. Tú, aspirante a cabecilla,
no eres más allá que un hombre de sociedad: no hay algo que te sea suficiente,
eres fácil de leer, como todos los cablegramas de mediados del siglo XX. No
llegarás más allá de la tercera generación… no lo harás… En cambio… yo… yo soy
del estilo brujeador y el mundo es mi objetivo – miró Salazar fijamente a
García.
- Es cierto, muy cierto. Cuando se trata de adquirir más juguetes para mi
colección no soy un hombre del estilo cabizbajo, sino todo lo contrario. Soy
claro, soy seguro, soy preciso. Y esas virtudes tienen costo, así como las
tuyas Salazar. Por ende, tú conoces el viejo dicho de que todo sacrificio tiene
su recompensa ¿O me equivoco? A mí, por ejemplo, me excita el alcohol, tequila
y vodka en específico, y el bucle femenino. Puede ser castaño, rubio, pero el
negro definitivamente hace un buen juego con la piel. Hay algo más, y aquí
entre hombres, las bragas. Sé que esto suena un poco grotesco y poco de
caballeros, más es la realidad mi amante de las buganvillas: yo no le mentiría
a mi compañero de trabajo ¿Qué te excita a ti? ¿La justicia? – preguntó García.
- Anteriormente todo lo que se podía encontrar dentro de la bucólica. De
ahí que me dedique a lo que me dedique. El cacao. No hay fruto que se compare
con otro en este mundo. No sólo es único, sino que es originario de Meshico.
Eso es algo que me llena de orgullo, mucho orgullo. Sólo que en estos últimos
años hay algo que me ha estado coqueteando muy pasionalmente. Talvez eso se
deba a la vejez mi estimado cabezudo. Muchos de ustedes la han bautizado como
muerte.
- ¿La muerte? ¿Cuál? ¿De quién? Esto que acabas deja abiertas dos sendas.
La primera bien podría ser un simple bulo de tu parte, y la segunda, la
manifestación de tu ira hacia las personas. Tus palabras son bastante claras,
en cambio, el mensaje tiene muchos tintes de cachaza y no mentiré… desconozco
cuál es el motivo de ello. Lejos de ello y más cerca a esta realidad, pienso
que yo tenía razón cuando te decía que te hace falta intimidad sexual – se
asombró García.
- No soy un buitre, García, no lo soy, y por ello no anhelo la muerte de
personas. Todas las tribus son importantes como los propios cabila africanos,
todos. Yo busco la muerte del pensamiento, de los dogmas que dominan a este
mundo que no ha definido su rumbo. No nacemos sólo por nacer, aunque así
parezca. Esta existencia requiere seres que la construyan. Ese es el principal
motivo por el cual nos encontramos aquí, y a partir de ahí, dime ¿Qué sigue?...
¿Qué?...
- No comprendo del todo ese comentario, Salazar. De hecho, más bien
parecen palabras bullangueras. No pierdas el cachet que te caracteriza, porque
entonces ahora sí encontraras a la muerte que tanto quieres encontrar. Sólo te
diré que lo que en realidad no comprendo y pienso que nunca comprenderé es
porque hay humanos que les excite la muerte, la maldad y todo ese tipo de
fetiches extravagantes – dijo García aturdido.
- No les excita, pero tampoco les aterra. No hay que bromatólogo para
comprender la bromatología. Simplemente buscan que otros paguen lo que alguien
les hizo: matarlos en vida y existir como cadáveres ambulantes. Así de simple
es el asunto – dijo muy seguro de sí mismo Salazar.
- ¿Eso te sucede a ti, amante de los bromeliáceos? No te lo voy a negar,
es algo que me intriga demasiado.
- No a ese extremo, García, no a ese extremo. Todavía habita algo en mí de
aquella doctrina que surgió hace mucho tiempo en el Nepal. Misma que estudié y
decidí ejercer, claro, por determinado tiempo. Sólo digamos que la buenaventura
todavía está aquí, conmigo – respondió Salazar en un tono que era entre bufo y
entre lo siniestro.
Luego de haber dicho aquel comentario, en la habitación
hubo ausencia de sonidos en la habitación. El silencio que se prolongaba por un
par de minutos vino a fungir como broquel de lo que cada uno había dicho.
Empero, después de algunos segundos, Salazar decidió regresar el volumen a las
gargantas que se había perdido, afín de no ocasionar más controversia.
- Si Romero continúa hablando por el teléfono, estaremos revisando el
material de esta mesa en el próximo brumario. En verdad que ahora si iré por
ese broncíneo – aseguró Salazar.
- Tranquilo mi amigo budista, tranquilo, profesa lo que has aprendido, no
lo que te dicta tu ira y tu ego: la tensión continua en ti – dijo García.
- ¿Ya viste tu reloj? Pronto será la hora de ir a dormir para mí. Yo no
soy un búho, como tú y Romero – dijo Salazar.
- Espera. Ya sé que es lo que necesitas mi buñuelo amigo – dijo García.
García caminó hacia Rico como lo hacen los
burdéganos meshicanos en plena juventud. La charla llevada a cabo hasta ese
momento con Salazar le había ocasionado más hambre que confusión y, sabiendo
que la charla de Romero posiblemente se alargara todavía un poco más, decidió
traer algo de aperitivos para que las ansias se hicieran invisibles, más para
Salazar que todo para él.
- Rico ¿Podrías traerme dos cafés por favor?
- Claro. Dígame ¿Quiere que vaya a comprarlos a la tienda?
- No, encima del librero de mi oficina está la cafetera. Adentro tiene una
bujía, quítasela y la dejas a un lado. Ten cuidado con la bula que se encuentra
a un lado de ella. Es una réplica antigua de gran valor.
- Sí, señor.
- ¿Les coloco azúcar, señor?
- No lo sé. Mejor tráelos sin azúcar y la cafetera completa, por favor.
- Está bien, señor.
- Encima de mi bufete entre la computadora y el búcaro buriel hay un bule
decorado con algunas briofitas, un brete argentino y un bungalow. De todos, el
color es de burdeos, es el único recipiente que hay. En él todavía hay algo de
bretón con breva y butifarra. Eso será mi buffet. También necesito que vayas
con el buhonero. A esta hora su esposa ya está vendiendo tacos. Pide un paquete
y lo pagas. Ahorita que regreses yo te doy lo que haya costado.
- Sí señor, está bien.
- Muchas gracias Rico, eres mi mejor bumerán.
García se detuvo a observar unos momentos a Rico.
No convivían mucho, pero si había alguien de confianza era él. Además, García
sabía que estaba cerca de su jubilación y con él tendría la oportunidad de
acomodar a uno de sus conocidos. Después de unos minutos, García regresó la
vista y la palabra a Salazar, quien contemplaba detenidamente el material que
descansaba sobre la mesa.
- No te preocupes, si el bragazas de Romero no regresa en 5 minutos, yo
mismo iré por él. Vendrá cantando hasta bulerías… él sabe perfectamente como
esto. Además, que no se haga a la idea de que nosotros estaremos a su
disposición. Tenemos que inquirir ahora y no cuando él lo decida – dijo García
más para calmar a Salazar que todo por decisión propia.
- Lo que ese corriente búlgaro braquicéfalo necesita son unas buenas
braveadas de parte de la federación para que se dé cuenta que en estos asuntos
no hay alguien que se ande con calidad o carisma. En fin, espero que cumplas lo
que has dicho. Ya es muy tarde – comentó Salazar disgustadamente.
- Ya no hay que bregar, al menos no por ahora. Además, le ordené al
buscavidas de Rico que fuera por algo de café a mi oficina y también por
alimentos con el buhonero. Espero que te gusten los tacos. Los de ahí son los
mejores de la zona. Así que ya no te preocupes ni por el buffet, Salazar.
- Bien, García, bien. Espero que ese burriciego no se demore mucho. La
verdad es que con tantas especulaciones y sorpresas ya me dio mucha hambre: me
comería un enorme trozo de costilla asada con cebollas cambray o en mole de
buret con elotes tiernitos – dijo Salazar tornándose de mal gusto a un estado
de ánimo más ameno y grato.
Rico se dirigió a la puerta principal. Primero iría
por el encargo con la esposa del buhonero y después se dirigiría a la oficina
de García. Afuera, Rico pudo percibir que el clima era tan molesto como el
propio burán, pero claro, no lo era tanto como aquel que se manifestaba adentro
entre aquellos hombres que discutían y discutían. Pronto el buril del destino
trazaría parte de sus caracteres y no habría burladero suficientemente fuerte
para resguardarlos mentalmente.
Gracias a la literatura, soy un
hombre de locuras
TONATIUH
- ¿Qué habrán encontrado esos tres hijos de la camorra en los mendigos
casetes? – dijo Ramírez para canalizar la conversación de entre el silencio -
Usando esos cacharros para reproducirlos… como se nota que el presupuesto que
debería utilizarse para comprar las campañillas en realidad se está cayendo en
otros bolsillos ajenos para comprar los campechanos a su antojo y todavía hasta
acompañarlos con un té de camomila.
- Tiene que ser información del cabrón del ácrata ¿De quién más Ramírez?
¿De quién más? No creo que sea uno de esos documentales sobre la campánula o el
camptosaurio – comentó Coto – al menos nosotros por ahora estamos cancaneando,
aunque sólo sea mientras dura el viaje hasta la Sierra.
- Mi querido candelabro candoroso ¿Será eso posible? Nos encontramos
frente a un rufián astuto bajado del Can Mayor que ha dejado más dudas que
evidencias. Él se ha campeado sobre nosotros. Te diré algo: la curiosidad me
está atacando con el poder de las campanadas y eso que todavía no llegamos a la
batalla campal. Pero dime ¿Por qué estás tan seguro de que finalmente tengamos
información relevante sobre aquel canijo? – cabriola Ramírez para quedar de
frente, observando la posición lateral del Coto por un instante.
- Todo funciona como los hilos metálicos que conducen corriente eléctrica.
El conducto está trazado, lo único que hay que hacer es dejar que la corriente
nos sirva de guía, es lo único, muy simple. Además, según las escasas pistas
que hemos recogido por parte de las revisiones de los asesinatos, siempre hay
algo relacionado con el ajedrez: nombres, piezas, jugadas. Ese loco quiere
asestar un jaque mate final. La pregunta es ¿Contra quién?... ¿Contra quién?
Esa es la pregunta. Tú llevas notas que copiaste del material recabado. Si se
colocan según la partida, talvez nos dé un indicio antes de que azote su golpe
final. Hay otra perturbación en nuestro cable. Varios de los cadáveres
recogidos y estudiados no parecían pertenecer a la zona correspondiente
¿Recuerdas el último? El cadáver fue reconocido por una familia de Zacapoaxtla,
dime ¿Eso tiene lógica? ¿Aquí en la capital? Si la tiene, sólo es cuestión de
encontrarla. Nos dirigimos tal vez a la zona que debimos revisar primero: el
campeche finalmente nos está dando ese matiz que por mucho tiempo nos demoramos
en encontrar.
- Todo eso que dices suena bastante lógico dentro de las notas de tu
melodía. Incluso asienta demasiado bien dentro de aquel baile francés de
mediados del siglo XIX. Aun así ¿Qué tan lógico es viajar a una zona con
suficiente candor sin haber nosotros presenciado las escenas dentro del
material recabado? Te seré muy honesto, esto me hace sentir como un cangrejo en
medio del desierto de Sonora en la temporada de la canícula buscando agua en el
interior de una cacatúa.
- Aun para las cacatúas, los cangrejos y hasta los canguros australianos
es más fácil interpretar la cabrilla de las Pléyades sin tener que sufrir la
candonga por la interpretación inadecuada que realicen: ellas o ellos no han
perdido esa corriente de canela con el cosmos, es más ni con el propio universo
o la energía mística. No te haré el cuento largo, me refiero a lo siguiente:
García nos reunió a elevadas horas de la noche, algo poco usual para que se
trate de un asunto de algún despistado y hablador camorrista. Eso hubiera sido
algo muy fastidioso de su parte. Por lo tanto, era de lógico deducir que se
trataba de un camote, y uno muy grande. Además, él insinuó que todo este
embrollo correspondiente al ácrata sin que alguno de nosotros lo comentará de
forma muy seria. Recuerda que él no quiso esperar hasta mañana para revisar el
material. Sí algún asunto fuera de urgencia es porque se conoce la
problemática. Ya sabes cómo es esto: a García le gusta jugar mucho y asumir el
papel de candil.
- Es posible que la constelación zodiacal que antes estaba en la cuarta
casa este de tu lado, Coto. ¿Tú sabes algo sobre el asunto, soldado? – preguntó
Ramírez con la destreza de un caco de la indagación.
- Sólo unos contados detalles que se han comentado dentro del equipo
cachalote – respondió Héctor.
- ¿El equipo cachalote? – preguntó Coto.
- Así se llama el equipo especial – respondió Héctor con el rostro
calentándose.
- Y nosotros conformamos el equipo de los cacahuates – se mofó Ramírez,
aunque, como era de esperarse, Héctor continuó serio.
- ¿Cómo te llaman, soldado? – preguntó Coto.
- Héctor, señor. Bueno entre los integrantes del grupo y algunos conocidos
muy cercanos me llaman el ninja Héctor – respondió el soldado.
- ¿El ninja Héctor? ¿Y eso a que se debe? Ninja Héctor – cachondeó
Ramírez, pero esta vez guardo más su compostura
- Me he destacado en distintas artes marciales desde que inicié mi
entrenamiento en el grupo especial – respondió calamocanamente Héctor.
- Está bien… mmm… Héctor… cómo te lo digo para no generar una mala
interpretación o desconfianza – dijo Coto.
- Sólo dígalo, señor – mencionó Héctor.
- De acuerdo – comentó Coto – Dime ¿Estás autorizado para decirnos lo que
sabes sobre el material?
- No. Sin embargo, es inevitable escuchar su conversación, así que se los
diré. Los videos sí pertenecen a la persona que están buscando y que se les ha
estado escapado por mucho tiempo – respondió Héctor.
- Bien, Coto, nuevamente has demostrado ser un cacomixtle diestro en el
uso de la cachiporra. Usar la cachimba trae sus dotes. Resultaste ser el canapé
sobre el cual descansa el caviar y las anchoas – enfatizó Ramírez – Entonces,
Héctor, ¿Cuántos de los videos ya revisaron ustedes? ¿Todos?
- Sólo uno. Cuando le avisamos a nuestro jefe a cargo, éste nos indicó que
lleváramos el material con el licenciado García, director del penal de forma
inmediata. Pienso que a él le fue notificado el contenido del material. Nuestro
jefe también nos exigió callar lo que habíamos observado en el video. Pienso
que al licenciado García también se le solicitó que no dijera algo sobre los
videos. Y es que al parecer hay un motivo de urgencia – respondió Héctor.
- Bueno, de entrada, definitivamente eso ya me alegra más: vamos por el
buen camino mi candileja Coto. Aunque no me explico porque tomaron esa decisión
esos cagarrutas de no comentarnos toda la información que ya tienen al respecto
del material – mencionó Ramírez.
- García había dicho que sólo nosotros y ustedes sabíamos del material
encontrado. Vaya que se las quiso jugar con su cacumen. ¿Por qué no nos dijo la
verdad, Ramírez? Supongo que no quería generar más cachivaches – dijo Coto.
- Se supone que estamos tratando con material de extrema reservación,
señor, por lo delicado del contenido. Por ende, no debe haber mucha difusión en
torno a todo esto – comentó Héctor.
- ¿Entre nosotros? No comprendo el motivo. Somos los primeros que debemos
estar bien informados. Más bien, esto me suena a que alguien planea jugar un
cachirulo en el dominó – se disgustó Ramírez.
- El dato duro es el siguiente: mi jefe creen que posiblemente haya un
infiltrado – afirmó Héctor.
- ¡Un infiltrado! – Coto y Ramírez quedaron atónitos.
- Así es, un infiltrado. Tal vez varios. En la grabación que revisamos, el
asesino menciona que hay personal de seguridad pública que le ha estado dando
información a cambio de favores. No dice nombres, no menciona sobre nombres,
sólo hay claves, incluso una voz en un altavoz de un teléfono celular que
aparece en la cinta, bueno, en una de sus escenas grabadas – aseguró Héctor.
- Debes estar bromeando. Si ese fuera el caso ¿Por qué nos enviarían el
material a nosotros directamente? Ustedes iniciarían una averiguación previa
antes de que, prácticamente, nos den el pitazo. Ya dime ¿Por quién nos quieren
tomar? Por los hijos malnacidos de algún caifán -dijo Ramírez dirigiéndose a
Héctor.
- Se supone que la notificación fue para aquellos que son las cabezas de
distintos núcleos en seguridad pública. Se supone que de esta manera será más
fácil identificar al o a los infiltrados y dar con el asesino – aseveró Héctor.
- La situación es delicada, muy delicada, además de que ahora tenemos otra
tarea: localizar el tipo de cacles con el cual camina el personal de seguridad
pública. Aunque esto debe ser una cacofonía – dijo Coto en torno a lo dicho por
Héctor - ¿Y eso lo sabía García, Héctor, el director del Cereso?
- Quiero suponer que sí – respondió Héctor.
- Vaya… vaya… Ese cadavérico hizo su cacografía y nosotros fuimos el
cadalso en donde realizó sus marcas – dijo Ramírez molesto - ¿Quiénes serán los
infiltrados… o quién…?
- Para empezar, te sugiero que hagas la cacoquimia a un lado mi joven cadi
que la candencia de dar a cada quien lo que le corresponde apenas comenzará a
sonar y estoy seguro que a muchas cactáceas no les gustará eso. En cuanto a
García, pienso que no del todo cambio el cálifa por el califa. Él sólo actuó a
calcar según lo que le dijeron. Además, te recuerdo que no fue obra del caduceo
que nos enviara a la Sierra, nosotros decidimos actuar como la calabaza luego
de que el calabobos llegará a alimentarnos. Por tal motivo, no nos obligaron –
reprendió Coto a Ramírez - Pero espera, Héctor, si el material si pertenece al
ácrata, es decir, al asesino que estamos buscando ¿Ustedes también ya están
llevando a cabo otro tipo de averiguación para ir tras de él?
- No realmente. Nosotros sólo estamos apoyando y hasta donde yo sé la
tarea ha recaído en ustedes. Nuestro jefe dice que el asunto le corresponde a
la seguridad pública y no a los integrantes del ejército – comentó Héctor.
- Claro, era de suponer, no permitirán que el cacto verde aparezca como
una fuerza caduca y que la detiene hasta el más pequeño cadmio. Los verdes son
los jugadores y nosotros somos el caddy… vaya jueguito de cafetín, a ver si no
nos perdemos entre tanta cala como únicos buceadores – comentó Ramírez.
- Esa idea te ha calado como un cálamo encima del calico. Ramírez: actúa
como la caguama bañada en bálsamo de calambuco… no hay más que decir. Espera ¿A
quién piensas llamar? – preguntó Coto viendo Ramírez quien sacaba del bolsillo
su teléfono celular.
- ¿A quien más ha de ser? A la calderilla de García para sacarlo de esa
calda pacífica, tranquila e imaginaria en la que vive. Si quiere salir de
calígine en la cual está más metido que nosotros tiene que dejarse de hacerse
el calé dominguero que viaja en calesita y hablar con la verdad o me dirás que
esto no te calienta mucho – dijo Ramírez.
- Pasaste del ardor a la fiebre, Ramírez. Es más, estás imitando a García
ahora mismo, él va en la calesa y tú eres el calesero. Si tienes tantito
caletre dejarás que él se encargue de salir de su propia calina. A nosotros ya
se nos encomendó una calidad en el asunto, no veo el motivo por el cual hacer
que nuestra calistenia se envuelva en torno a lo caliginoso. No te agites, usa
tu propio calendario republicano. Dejemos que ellos se encarguen del camino que
les corresponde y nosotros a la calleja que decidimos transitar ¿Sí me explico
o te lo repito? – dijo Coto.
- No dejaré que la caligrafía de tus palabras me convenza. Ese cabeza
caliza nos logró camelar como a cualquier calzonudo. Seguro a de pensar que yo
no fui al calmécac para aprender sobre las camarillas – se exaltó Ramírez.
- No hagas calumnias en caló. Ten algo de camándula dentro de tu camastro.
Ya te dije, García actuó como cambium de candeal. Actuemos como los camélidos
en el desierto del Sahara – recalcó Coto.
- Tu camafeo ha sobresalido de entre el calmo y de la camelia. Pero sólo
porque tus ideas se encuentran dentro de mi camarín y no lo digo en camelo. Sin
embargo, en cuanto tenga la primera oportunidad de estar en frente de García si
le voy a echar en cara. Debería haber más confianza entre nosotros.
- Es posible, es posible – concluyo Ramírez.
Gracias a la literatura, canto
salmos en el infierno.
CIPACTONAL
Ahora sí, el cuerpo efímero y caníbal de la
oscuridad de la noche ya cubría como caney a la parte occidental y de candombe
a la papa de la Tierra. Sólo algunos de los postes luminosos apenas si
reemplazan la luz del sol, aplicando un juego curioso de canevá, en donde el
papel de la omisión lo tenía la forma y figura de las cosas. Esto debido a la
intensidad de aquellos focos que apenas si abarcaban un par de metros, tal vez
asemejando a la fuerza de unas 10 candelas juntas descansando sobre sus
candeleros oxidados y corroídos. El paso del desgaste era inevitable esconderlo
para ellos, pues toda la estructura metálica tomaba el semblante de una canica
exclusivamente mexicana.
El clima era perfecto para que cualquier ser
aplicara su habilidad de la cartomancia sobre lo que estaba a punto de ocurrir,
ya que no había nubes que se opusieran al paso de la energía lunar, tampoco
gatos quejándose ni mucho menos el ladrido de algún can que se atreviera a
perturbar el espeluznante silencia que a diario se impone alrededor del recinto
penitencia, lugar en donde se reguardan las almas y los cuerpos de aquellos que
decidieron desafiar a las leyes y de aquellos que comen con la lamentación de
pagar unas culpas que no necesariamente son de
ellos.
Rico salió del centro penitenciario y se dirigió
hacia la calle que daba a la taquería que se destacaba de entre muchas de la
zona. En el camino, se tropezó con un viejo cárter, mismo que le ocasionó un
poco de terror puesto que no se había fijado a tiempo para poder evitarlo. De
mala gana, le soltó un patadón que lo alejo como unos tres metros de largo.
Mientras aquel artefacto terminaba de rodar causando un verdadero escándalo
para la tranquilidad de aquel lugar, Rico continúo con su camino hacia la
taquería.
En la entrada había entrevisto al cantaclaro de
Romero con ojo de canónigo cannabáceo que aún se encontraba hablando por el
teléfono celular, pero no le tomó mucha importancia: él era un hombre cascado y
Romero tenía la fama del típico perfil cascarrabias. Por un momento su mente
divago y sólo por ese momento preciso pasó por su cabeza la idea de que Romero
era un casaca, pero por algún motivo ese rayo imaginativo no sólo lo ignoró,
sino que lo olvidó casi de forma inmediata una vez formulado y terminado su
desfile.
Asimismo, durante todo el trayecto, Rico también se
la pasó pensando en lo que había estado escuchando de la reunión de aquellos
hombres dentro del penal. El miedo que sentía era casi nulo, casi, dado que
conocía de antemano los asesinatos perpetuados por el ácrata, y de acuerdo a
las pistas, él se escapaba de su lista: el ácrata había asesinado solamente a
mujeres, aunque había ya entre los peritos la circulación de hipótesis de que
también había hombres muertos ejecutados por el ácrata, sobre todo por la
coincidencia de algunos datos. Para Rico, se avecinaba un estado de caos en las
investigaciones, sino es que ya se estaba dentro del núcleo de lo
caótico.
Rico descartó esa idea ya que si fuera cierto las
investigaciones se hubiesen vuelto más meticulosas y severas, además de que el
negocio de la noticia tendría pan caliente para vender todos los días, aunque
el jefe estaba de por sí mantener a la prensa lo más alejada posible de las
investigaciones que se llevaban a cabo, pues lo único que les faltaba era
desatar una semana del terror por todo el estado. En tanto, al terminó de
cruzar el pequeño estacionamiento que se encontraba en frente del Cereso y se
percató de que ya sólo quedaban unos tres autos estacionados en él, uno de
ellos, le pertenecía a su jefe García.
Tras atravesar esos espacios para autos y caminar
aproximadamente doscientos metros, lo equivalente a dos cuadras, llegó a la
esquina y casi antes de entrar a La Casa del Taco, nombre de aquel lugar en
donde compraría el encargo, se topó con el buhonero, quien se encontraba junto
con el taquero destazando el trompo de carne. A ambos los saludó con un gesto
muy amable, como es costumbre en Meshico, y decidió apurarse a llevar el
encargo, afín de que pronto llegara a su casa a descansar.
Cuando entró a la taquería se dirigió de inmediato
a la caja para darle las buenas noches a la esposa del buhonero: una señora de
aproximadamente 45 años y que tenía fama de ser una cantarina, lo cual no era
una novedad para Rico, pues tenía la misma personalidad cascabelera que
mostraban muchas de las mujeres con las cuales había convivido, claro que la
esposa del buhonero vendía otro tipo de carnes igual de exquisitas que las
otras damas consultados por él.
Detrás de aquella señora, sobre la pared bien
pintada, descansaban unos cuadros de algunos hombres con posiciones invitando a
la piedad y la misericordia. Rico ya los tenía de memoria dentro de su mente:
eran hombres que habían sido canonizados por el papa, pero que él desconocía
tanto de las obras de bondad realizadas por ellos como los propios nombres
completos y originales. Era como muchos de los meshicanos: creyentes hasta el
tuétano, pero muy alejados del porqué y de la literatura que giraba en torno a
sus figuras de respeto y veneración.
Asimismo, Rico le solicitó a la mujer un paquete de
carne árabe para llevar y que incluyera el refresco. La mujer tomó su orden de
inmediato y le dijo que podía esperar sentado. Como era de esperar, el lugar
estaba a más de la mitad de clientes, pues, además de estas bien ubicado, la
sazón y el condimento estaba en su punto. La televisión estaba puesta en el
canal de música cantora y rítmica con imágenes que mostraban algunos paisajes
entre reales y utópicos.
Según lo que le había platicado su amigo, el
buhonero, aquel negocio ya tenía más de 20 años dentro del gremio
restaurantero. Como suele suceder con muchos otros emprendedores, ellos habían
comenzado con un carrito pequeño: bien pintado de blanco y la mitad de acero
inoxidable, así como con unos cuantos banquitos verde bandera de plástico. Con
ello y con la mente alejada de lo cansino y cerca de lo esperanzador. Ellos
conocían la situación que se vivía en Meshico, es decir, que la falta de
capital para inversión completa orillaba a muchos a unirse al comercio
informal, claro, con un permiso muy accesible de suelo.
Conforme pasaron los años, entre dos y tres, el
negocio creció debido al aumento de la clientela y claro a la buena
acreditación de los alimentos y bebidas que ahí ofrecían: tan suculentos al
paladar como lo es la caoba a la propia vista. Ello los obligó a abrir el
negocio, ya no a partir de las 7 u 8 de la noche, sino desde las 4 y 5 de la
tarde. También comenzaron a contar con entrega a domicilio y ofrecer sus
servicios para fiestas y todo tipo de eventos sociales.
Cuando juntaron el dinero suficiente, decidieron
rentar el lugar de la esquina, es decir, donde actualmente se encontraban.
Aquella propiedad le pertenecía, en ese entonces, a una mujer que había quedado
viuda. Mucha de la familia de su difunto marido era oriunda de la zona y no
trataba muy bien a la mujer, ya que aseguraban que ella lo había asesinado por
medio de brebajes de cantárida y otros maleficios para heredar tanto los
terrenos como para poder cobrar el seguro de vida. La situación cada vez se
ponía como canto rodado camino al cantil, pues la familia buscaba despojarla de
cuanto pudieran a la fuerza.
Ella se vio forzada a interponer una demanda,
logrando que el juez le concediera el poder de obtención de casi todos los
bienes de su difunto esposo, más que nada, por el hijo que habían tenido ambos
cuando él estaba en vida. Pero, aun así, la paz fue del estilo capcioso, pues
la decisión que aplicó el juez sólo fue un cañonazo de mal gusto para los
inconformes que continuaron con los hostigamientos en contra de la viuda en
cuanto podían, de extremo a extremo, obligando a la mujer a vender todo por ahí
y cambiarse de residencia, algo que le cayó tanto al buhonero como a su esposa
como cantiga o canto al músico o al poeta. De aquella mujer y su infante que
fueron blanco de malos tratos y múltiples injurias nunca más volvieron a saber.
Pese a toda esa cantilena de embrollos en que
fueron testigos, el negocio de los tacos prospero, pues de los cien metros
cuadrados de construcción, la infraestructura creció hasta ser prácticamente un
edificio de tres pisos. Mientras que en el primero y el segundo piso se alojaba
todo lo referente al negocio, el tercero resguardaba el hogar de aquella
familia de cuatro integrantes. Pese a la ilusión y la capitulación de ambos por
criar y tener una familia grande, la mujer del buhonero sólo había podido dar a
luz una vez, porque su vientre no se había desarrollado, había quedado del
tamaño de una adolescente de la segunda etapa, por lo que volver a embarazarse
hubiera resultado la muerte para aquella mujer, pues inclusive, durante su
embarazo, sufrió una especie de caquexia grave.
Sin embargo, aun con el único embarazo que tuvo
aquella señora, había dado a luz a dos niños gemelos: Luis y Enrique, quienes a
pesar de contar con tan sólo 18 años ya ambos rebasaban a sus padres tanto en
cuerpo como en estatura. Eran lo que se conoce en Meshico como de huesos
anchos. El color de piel era evidente que lo habían heredado de su padre, pero
la forma del cabello, indiscutiblemente de la madre.
En tanto, Rico espero sentado en una de las mesas
que estaban frente de la esposa del buhonero. Junto al refrigerador de
refrescos que se encontraba a un lado de la base en donde preparaban los tacos
se encontraba una candiota venezolana que servía como aparato promotor del
consumo de la cerveza que también vendían ahí. Además, el lugar tenía cuatro
cuadros: los ojos de un cárabo se postraban sobre el cañamón que se encontraba
encima de un caqui japonés y el fondo del espacio se encontraba ocupado por una
alta colina.
Había otro en el cual aparecía una imagen de un
capirote que se encontraba pastando junto a un cárdeno y un carabao de Oceanía,
en el fondo se dibujaban lo que parecían ser algunos cardos, pero la técnica no
permitía diferenciar si así era o en realidad eran otras florecillas. El tercer
cuadro se componía de una capuchina sentada junto a un sujeto, el cual bien
podría ser Mateo Bassi de San Francisco. La religiosa bordaba sobre una tela
similar al caqui unos capullos con canutillo.
El cuarto cuadro, al fondo, se podía apreciar a la
constelación zodiacal que se ubica en la décima casa del zodiaco. Encima de él
destaca la imagen de un capitolio romano con la figura escultural de Minerva,
Juno y Júpiter. Este último parecía capitanear a los otros dos hacia algún
evento. Esta pintura despertaba un deseo repentino e irreflexivo hacía la
fantasía de la composición para la mayoría de los clientes.
Rico se encontraba observando la imagen de una
araña que tenía tatuado en su vientre el fruto del capulín y que parecía
descender de una de las flores naranjas en forma de capucha cuando fue
interrumpido por uno de los meseros de la taquería. Él le entregó la capirotada
y el taco de cortesía que siempre le otorgaban en aquel lugar por ser amigo de
la familia y uno de los clientes más frecuentes.
Mientras comía tranquilamente su taco árabe con
salsa de la que pica, por un momento, los ojos de Rico se perdieron observando
a un par de varones bien parecidos que no parecían rebasar los 21 años. Ellos
se encontraban a un lado de su mesa cenando un canelón que era muy agradable a
la pupila. Además, ambos estaban tan metidos en su estado de caradura que no
les importó revivir la escena de la película infantil la Dama y el Vagabundo.
Al principio, Rico se sobresaltó un poco y hasta un
¡caray! se le se salió de la boca pues se sintió incomodo por aquel evento, sin
embargo, al cabo de unos cuantos minutos recordó la época en la cual él creció,
en donde lo que decía el cardenal simplemente era la ley divina, pero ahora,
ellos mismos se habían visto inmiscuidos en actos de carantoñas que lo habían
hecho reflexionar entre la importancia del camarlengo y la importancia de la
caracteriología. Después de todo, él ya se consideraba un hombre de estado
carcamal.
Por ende, escribía con su carboncillo imaginario
sobre su carmesí mental el carbúnculo futuro que le esperaba o que pretendía
poseer: cómo le iría si colocase una taquería ahora que se jubilara, puesto
que, si bien se la quería pasar descansando, pensaba que pronto se aburriría de
ello, sobre todo si le toco vivir una existencia lejos de lo caridoliente, de
la cardiopatía o cardiomiopatía o cardialgia o hasta del ántrax maligno.
Sin embargo, aquellos pensamientos se disiparon
entre el carbohielo gaseoso de la realidad, al ser Rico interrumpido por la
esposa del buhonero quien le entregó el pedido. Al registrase los bolsillos se
percató de que su memoria ya no carburaba tan bien puesto que se le había
olvidado su cartera en el Cereso, por lo que al tomar el pedido le solicito a
aquella mujer que lo esperara unos momentos, pues le explicó el motivo de la
falta de efectivo. La señora se cardó el cabello con las manos y tras años de
conocerlo no tuvo algún inconveniente en acceder a su prorroga.
Rico, por un instante, sufrió un ligero cardillo
porque algunos de los clientes del lugar escucharon la diminuta plegaria que
sostuvo con aquella dama, por lo que tomó el paquete y salió de inmediato hacia
el Cereso, no en forma de carey, dirigiéndose a la oficina de García para
buscar el encargo. Tras ingresar e ignorar la foto que tenía de sí mismo al
lado de unos cariocas sobre la playa arriba de su escritorio, no le costó
trabajo identificar lo solicitado por su jefe. En tanto, colocó las bolsas de
plástico que contenían la carne con las tortillas sobre la silla de visitas y
puso a trabajar a la cafetera.
Rico espero tranquilamente a que el café estuviera
listo sentado en la silla principal de aquella oficina. Las escenas de él
preparando un tronco de carpaza regresaron para adormitarlo hasta que un sonido
similar al de las cariópsides al romperse lo trajeron por segunda vez a la
supuesta realidad que vivía: era el chorrito del agua de la cafetera. Esa
figura la asemejó a un reloj de arena y por primera vez se comenzó a preguntar
si realmente había disfrutado su existencia como hombre, porque era cierto que
había tenido muchos placeres carnales y carlancos desde hace mucho tiempo,
cuando se concentraba en ser alguien carismático, pero había otro Rico… otro
Rico que le hacía dudar si realmente ese era el lugar que le correspondía
estar.
Aquel autocarmena que se hizo sólo fue un
carranceado utópico a su carniza, pues todo cobraba un sentido similar al del
carnero en la mesa durante las carnestolendas. Al regresar la mirada a la
cafetera y percatarse de que el café estaba listo regreso en sí, quitándole la
dominación a las carótidas. Agarró la cafetera, misma que tenía grabado un
carpófago, y se dispuso a buscar vasos, pero se dio cuenta que no podría
llevarlo todo a la vez, por lo que decidió ir por uno de los hombres que se encontraban
en el cuarto de confesión y pedirles ayuda.
Rico salió de la oficina y cuando se estaba
acercando hacía el confesionario, vio a Romero de espaldas guardando ya su
teléfono celular en el bolsillo. Rico le habló y Romero se detuvo y dio la
vuelta para quedar frente a él. Rico le comentó la situación y la intención con
que iba de regreso a buscar a García. Romero le dio unas palmadas en el carillo
derecho y le ordenó que espera en la oficina y tuviera allá todo listo, pues
seguramente irían a cenar a ese lugar, pues la habitación en donde se
encontraban guardaba olores de un hombre con problemas de gases en el tubo
digestivo, es decir, carminativos compulsivos; además de tener el tamaño de un
laboratorio destinado a la carpología y de ser sumamente incómodo tanto para el
apetito visual como para el apetito sencitivo.
Rico se molestó un poco por la actitud y el tono de
voz que uso Romero al hablarle, por lo que ya no lo vio como un hombre, sino
como una carroña que debía de ser removida con un carrizo puntiagudo. Luego de
reírse un poco por esas ideas maniáticas, decidió ignorarlo y beber de su
cártamo imaginario del retiro, por lo que siguió las instrucciones que este le
había dado, por lo que regresó a la oficina a esperar a los demás hombres.
Gracias a la literatura, bebo
sangre de la copa
ITZTLACOLIUHQUI:
- Esta investigación… lo repetiré… simplemente no tiene sentido. Estamos
moviendo recursos económicos y humanos ¿Para qué? ¿Para qué resulte que no se
encuentra la olla de oro al final del arcoíris? Estamos varados dentro de una
gigantesca casona, nosotros somos los invitados del casorio, pero los actores
principales no han sido develados. Me siento como un casimir arrepujado dentro
de un cajón de una fallecida costurera que no tuvo herederos.
- Tu casino de primer rango te está consumiendo los nervios y el poco
cascabeleo que te queda, mi sacudido amigo. Además, pienso que te adelantas
demasiado a tus hipótesis sin antes deambular bastante tiempo alrededor de los
hechos, Salazar. Espero que algún día te cures de lo casquivano que eres.
Sabes, recorriendo el arcoíris quien quite y encontremos algunas piezas de
castaña, tal vez no tan valiosas para el comercio como el oro, pero suculentas
para nuestro pensamiento de castor, y al estar ahí, arrojadas, arrinconadas y
abandonadas sobre una superficie que ni uno esperara encontrar, pero claro, por
lo mismo de que no se atrevían a revisar, encontremos la castañeta: cáspita del
ingenio, del armado correcto del caso, del camino hacia la castañuela del
ácrata.
- ¿Cantar el macho de la perdiz? Vaya que para ti es fácil confundir la
castaña con el fruto del castaño. Pero ello no me agarró por detrás de mi
espalda esa parte castrada que posees. Te falta leer esa rama de la teología
moral que nació durante la contrarreforma. Mi casulla gris ¿Qué te diré con
respecto a lo postulado dentro de este castro físico y mental? Que la respuesta
se haya en las corrientes de los catabáticos: un catacaldo la siente, pero sólo
eso, la siento, mientras ésta se burla de él y de su incapacidad de catador no
sólo para probar, sino para juzgar, criticar, clasificar. Aun así, son las
pintas las que están dispersas y sólo hay que rearmar la olla que fue
arrastrada, pero el avance es del tamaño de la salud de un hombre que sufre de
catalepsia prematura. Además, hay otra parte de mí que se siente como un
catafalco en la semana mayor: es inevitable sentir esa pesadumbre, es
inevitable recuperarse de ella cuando reconoces y aceptas que lo escrito… pues
dicho esta y no es posible cambiar.
- Es el primer comentario radical que escucho y que por más que le dé
vueltas, pienso que es imposible de refutar. Claro que sólo me refiero al
último, sólo a ese. La materia de las ideas no es tan rígida como la materia
del catamarán ¡Y, aun así, la primera puede llegar a endurecerse y perder esa
virtud de cataplasma que adquiere de manera natural! Bueno, te aclaro que cada
una de sus propiedades es natural salvo el artificio de unirlas alrededor de un
artefacto con fondo. Pues a falta de otras palabras que lo expliquen mejor, así
te siento ahora, en este preciso momento: con un entusiasmo que va de la teoría
a la materia, y viceversa.
- ¡Casus belli! ¡Casus belli en mí! ¿Cuál es el cate que provoca ese casus
belli en mí? Mis catecolaminas me delatan ¿No es así? Soy un hombre que alguna
vez fue catacumenado por otro, empero, él desistió y no sé si por falta de fe
en sí o en mí, sólo sé que una vez desapareció y nunca regresó. Con él no sólo
se llevó la capacidad de catar que poseía, sino que además me dejo como
obsequio una caja que contenía un poco de catatonia, la cual, yo inocentemente
probé y bueno ¡Mira ahora el resultado de ello aquí en frente de ti! La media
noche es parte complementaria de mi serenidad.
- Eso es grato escucharlo, Salazar, eso es grato. Así como lo dices parece
caterético, y bueno, en cierto sentido lo es. No me tomes mi comentario como
una caterva frente a palacio nacional, tómalo como la practicidad que se le ha
dado al catgut: ambos somos sabedores de que para cauterizar una herida
doliente y escondida es necesario recitarla con el tono y el énfasis de una
catilinaria de Cicerón, ya que es de esta manera como un catire en Nueva York
puede finalmente identificarse, luego de radicar ahí casi desde los seis años y
no saber quién en realidad es. ¡Haz dejado el estado catirrino del cual era
víctima! ¿A qué precio? Lo ignoro, lo ignoro, y tú también ¿Qué sucederá
mañana? No lo sabemos, simplemente es así, no lo sabemos. Aun así, no me caso
de destacar que ¡Por fin dejaste a un lado tu postura del retador dudoso!
- Estoy en la puerta de lo katholikós, García. Y ello me postula entre lo
catrín, lo cautio, la cola de los cometas y también hasta de la fortuna. Tus
comentarios son inevitables deslindarlos del caudillaje Argentino o Chileno:
eres como un caudimano y el árbol selvático es mi cuello. No seas caustico para
mis órganos, te lo exijo, no te lo imploro, no vaya a ser que despiertes a la
cautela de mi bestia que ahora duerme entre las almohadas de lo cauto en lo más
profundo e inimaginable de la cava de mi pensamiento y mi razón.
- Cavilo en todos los asuntos que así lo requieren. Soy cayado del ser
celestial cuando así el destino lo impone. Incluso, para algunos bien podría
convertirme en el cayo si es que así lo amerita el momento doloroso. Pero
cuando está en mis manos, soy el cayuco vacío, sin tripulación, sin timón, que
combate al más gigantesco y poderoso cazón. No es por miedo, más bien es por
astucia que en este tipo de enredos e interpretaciones prefiero convertirme en
cazabe: quien me permita el ingreso a sus extrañas sólo debe tener en cuenta
que provocaré diferentes reacciones ¿Por qué? Porque esto es sencillo, es
fácil, es nutrición elemental: cada organismo es diferente aun en los
individuos de la misma especie ¿O dime? ¿Acaso me equivoco en esto último que
te digo? No soy una broma, Salazar, no lo soy y sería poco capaz de convertirme
en ello sabiendo que todos guardamos un cazurro muy dentro de nosotros y vasta
con un pequeño, que digo pequeño, un pequeñísimo error para que cobren vida
aquellos gérmenes maliciosos en nuestro interior neuronal.
- Y no sólo tenemos una parte de cazurro, García, sino también de cebado
con un dolor intenso de cabeza que perturba nuestro caminar disimulado de cebú.
Es difícil mantenerse como cedro o como el céfiro cuando alguien te provoca:
lamentablemente tienes que actuar como tentáculos de cefalópodo antes de que el
cedazo te alcance y te elimine del salado mar. Hay artefactos que actúan como
una cecografía para los sordos, pero nosotros somos la ceiba adecuada para las
almohadas, solamente reserva esa energía oscura o limpia para lo que ha de
venir.
- Ese celacanto que menciones y que se asoma por el cejo durante un celaje
de amanecer ¿Tiene nombre? ¿Romero… talvez?
- ¿Ese insensato que no es ni capaz de organizar una celada para el
ácrata? Para nada ¿Por quién me tomas? Por un celenterado viejo, cansado y
débil. Hay algo que me fascina desde hace mucho tiempo hacer: el célere en la
palabrería y la argumentación. Discuto con ese celtíbero sólo para hacerle ver
que nadie es superior, ni aunque ostenten el cargo que ostenten. Todos,
absolutamente todos, al final de una buena reflexión sobre lo posibilidad, lo
que se es y lo que se puede ser: la tierra, lo físico y la muerte nos recuerdan
que somos unos diminutos seres mortales. Incluso, aun el celerífero siendo de
metal y petróleo, cambió. ¿Has leído a la Celestina? Ella nos hace recordar lo
frágil que es lo humano y lo que gira en torno ello. Digamos entonces que me
gusta representar el papel de la perfección espiritual que un día descendió
desde la callisca. Por ende, García, alguien tiene que recordárselos a diario,
sólo para que dejen de imaginar que son como dioses, o en su defecto, de que
descienden de alguno de ellos.
- Tus palabras me recuerdan al mito del celta que sufría de celotipia y a
pesar de que reconocía ese mal como algo que conformaba su espada, no realizó
algo para impedir que ese estado lo llevara a la desgracia: perdió tanto su
honor como su propia vida guerrera, su espíritu de ventura y de estratega, su
ardua labor. Una mancha mínima lo podría arruinar todo, absolutamente todo.
- Sí, lo conozco a la perfección… a la perfección. Tanto que no se me
olvida la habilidad que le daba esa espada de la que haces mención: la
propiedad única de la celosía que le permitió asomarse a la celoma enemiga y
por ende atacar, vencer antes de caer. Es cierto, tuvo su consecuencia negativa
por no controlar esa virtud, pero al final de cuentas fue eso: una virtud. Por
ello, mi estimado García, yo sólo soy una normal, pero con una impetuosa fuerza
de voluntad. No hay algo que temer o algo que retractar.
- Ese mito, pienso, tiene un final demasiado celuloide. Llevar al extremo
su cenaaoscuras, ser demasiado tajante durante los cenáculos, destruir su
cenador con ridiculeces artificiales… todo ello lo orilló al cenagal que
finalmente lo hundió… ¡Lo tenía todo y como terminó! Sólo me limitaré a decir
que la historia dirá quién es quién.
- No discutiré eso contigo García. Sin embargo, aquel celta dejo ese
aspecto cenagoso en su cuerpo. Incluso también ese cencerro simbólico que lo
ahorcaba, una vez en el profundo sueño, se liberó. Y eso no es divagué mío, al
final del mito queda bastaste claro cuando dice que finalmente el celta perdió
el arte de cencerrear que una vez lo apresó. Al final del día, lo que fue
bautizado como alicante por los europeos, resultó ser cencuate para nosotros,
los meshicanos.
Un delgado cendal de corriente de frío se esparcía
por aquellos muros viejos que resguardaban a los investigadores y a un centenar
de cenicientos desnutridos, olvidados por la sociedad y la misericordia,
acusados por la moral y las buenas costumbres y alimentados por la fe que nace
de la esperanza y la añoranza de la libertad. El cenit de la estrella más
cercana sería la única testigo de lo que estaba a punto de acontecer, como
suele suceder con muchas de las atrocidades que quedan cubiertas por la memoria
deficiente del veterano del tiempo.
Al cabo de unos cuantos minutos, Salazar y García
comenzaron a escuchar unos ruidos que comenzaron a tomar forma de pasos que
provenían del corredor que conectaba al confesionario con las oficinas de
recepción. El eco se imponía de una forma brutal y por la imagen y el clima
tenebroso que merodeaba por ahí poco faltaba para que aquel lugar se
convirtiera en un cenobio de la edad media.
- ¡Cáspita! – dejo salir de sus labios García.
Romero entró por aquella vieja puerta y se quedó
observando a sus colegas por unos cuantos segundos. Por su parte, Salazar,
quien se encontraba todavía dándole vueltas al asunto del mito del celta, al
sentir una mirada detrás de su espalda y observar la desviación de la atención
de García hacia alguien que no era él, comprendió el cáspita que García había
pronunciado hace algunos instantes.
Finalmente, Salazar volteó y clavó su mirada a
Romero. Ambos hombres quedaron con la mirada frente a frente, descansando uno
en el otro su visión, la cual buscaba sobre lo más profundo de las retinas la
primera palabra emitida para dar inicio a la contrariedad, como si fueran un
par de mineros buscando encontrar la mancha de carbón para que fuera una
especie de combustible que hiciera estallar a la locomotora, y como era de
esperarse, Salazar pronto dio el inicio de dinamita: él le reprocharía el
exceso de tiempo ocupado por Romero, ya que ello los había hecho retrasarse en
su labor:
- Ya era hora, Romero – lanzó Salazar contra Romero – Ya hasta estaba
pensando que me daría tiempo de ir y regresar del baño.
- Pues no fuiste porque no quisiste – se burló Romero – bueno, antes de
comenzar a discutir sin sentido ¿Quieren cenar primero? O prefieren
acabar con la revisión del material que está enfrente de nosotros. La llamada
que acabo de realizar me aclaró el panorama y calmó mis ansias de querer
terminar pronto el asunto. Además, también me relajó y despejó por completo.
- Sólo para que actualices tu oxidado archivo, te recuerdo que tenemos
prioridades y pienso que es indispensable que recuperemos el tiempo que
perdimos… gracias a ti y tu llamada que “te relajo” - respondió con una mirada
tenebrosa, pero al mismo tiempo misteriosa el experto en hierbas de Salazar a
Romero.
- Lo que quiero decir es que Rico ya tiene tu encargo, García, y se
encuentra en tu oficina. Yo le dije que en unos momentos iríamos a cenar con él
allá.
- ¿Por qué allá? – preguntó García.
- Por el mal hedor – respondió Romero.
- Bien pensando – dijo García - ¿Qué dices, Salazar, cenamos primero? De
cualquier manera, ya es tarde y créeme que de aquí vamos a salir temprano, pero
hasta mañana en la mañana.
- ¿Qué? ¿La cena? – preguntó Salazar.
- La cena que le pedí a Rico comprar – respondió García.
- Se me había olvidado por completo – dijo Salazar.
- La cena primero – y Romero dio la vuelta para salir de aquel cuarto.
Salazar observó a Romero y por un momento se
estancó sobre su espalda. Al cabo de que Romero avanzará unos cuantos metros,
García lo comenzó a seguir, mientras que a Salazar no le quedo de otra que
seguir a sus colegas. A pesar de que Romero se había impuesto, Salazar no había
mostrado disgusto o contrariedad, algo que no resultaba muy usual en aquel
hombre de personalidad abismal.
Gracias a la literatura, diseño
instrumentos de tortura.
EHECATL:
Delante de los cristales, en especial del
parabrisas que se sobreponía a la vista de los pasajeros, Coto y Héctor se
mantenían a la observancia de un descolorido tramo de la carretera y de las
señales de pintura que descansaban sobre ésta, afín de mantener la dirección
centrada de la camioneta en aquel carril. La materia transparente que
conformaba el cristal permitía brindar la visión a los dos hombres, y, al mismo
tiempo, la protección de la intemperie de la zona boscosa que imperaba en la
geografía del lugar. Aunado a ello, una situación con tintes de cenobio se
mantenía sobre aquellos viajeros centinelas que buscaban cumplir con su parte
del pacto.
Por la constante velocidad del vehículo que
mantenía en su dirección recta era imposible, al menos para los oídos humanos
de aquellos pasajeros, detectar el chillido de los grillos que estaban
esparcidos a lo largo del camino y que los lugareños asemejaban con el chillido
que imploraba la lluvia. Lo mismo aplicaba para el zumbido de algunos de los
moquitos perdidos que por ahí rondaba de pura casualidad: sólo que este sonido
resulta ser muy molesto porque de antemano cada persona ya sabe que es lo que
busca y que es lo que provoca el ruido de los mosquitos.
Las hormigas también eran ignoradas, las
serpientes, los roedores y hasta los temibles coyotes, si es que todavía había
alguno por dicha zona, ya que la modernidad estaba modificando drásticamente el
ecosistema que se había mantenido desde hace ya varios milenios antes, por
supuesto, del actual, dándole a la vida la facultad del adjetivo centrífugo, lo
cual se agravaba al ser considerado un problema menor que atender, al menos
para las autoridades que ostentaban los cargos de administración pública actual
y ya desde hace varias décadas: los verdaderos jueces ahora compartían el
debate y la sentencia de temas a la altura de los ceñidores con los centunviros
clásicos, pues la cepa de la vida y el cepo de lo que se consideraba indigno de
la existencia en el mundo sólo les estaba permitida a los más ambiciosos, los
más altaneros, los que se encontraban lejos de la comprensión y cerca de lo
radical: los ceporros falsos.
Lo único que se imponía y era evidente evitar era
la oscuridad constante, la ausencia del sol y de los colores y aunque la luna
que se presentaba ante ellos era muy brillante y llamativa, ella no lograba
desvanecer el cuerpo de las sombras y traer consigo a la gloria del sol. Para
ese momento del viaje de aquellos investigadores, la manecilla horaria del
reloj marcaba ya más del número doce y ninguno de los viajeros se detenía a
recordar las leyendas que suelen contarse sobre las esferas de fuego y los
animales negros con los ojos rojos pese a la ceraunomancia humana de la que
estaban imposibilitados para escapar. Además de ello, había en sus pensamientos
una tenue sensación de cenofobia ocasionada por la caja oscura de espacio
gigantesco del universo: la típica ventura de los inocentes.
Héctor, retomando la virtud y la postura rígida de
un cenotafio esculpido para un guerrero honorable, se concentraba en mantener
la dirección correcta detrás del volante: no tenía otra tarea más en que
ocuparse, más por el hecho de que ahí iba su vida que por el mandato de
seguridad y prudencia que se le había ordenado. Su respiración era suave y su
mirada fija como lo puede ser una flecha en su objetivo. Él prefería mantenerse
lejos de la conversación con civiles, a quienes consideraba incapaces de
sobrevivir en un entorno que estaban por habitar. Ramírez, desde hace ya algún
tiempo, se había quedado amarrado en un entero y profundo sueño que lo mantenía
perdido entre algunos sueños que, como es de esperar, pronto olvidaría una vez
que despertara. Para él, la tarea que le había sido encomendada con Coto
tendría relevancia una vez que cenara y descansara plácidamente, es decir, por
la mañana del día siguiente. Había acatado la autocensura ya que esperaba que
la mayoría del trabajo la hiciera Coto.
Por su parte, Coto no dejaba de maravillarse por la
espesura negra que se distribuía por toda la zona que recorrían. Él no se
cansaba de mirar y mirar y mirar a través del espejo, pues a diferencia de
Ramírez, él prefería imaginar cómo sería la vida de un ermitaño, de un
antisocial, de un anarquista en la cima de una montaña, rodeado completamente e
árboles y árboles, de arbustos, de la Madre Naturaleza. Él mismo se sentía como
aquella bestia quimérica mitad hombre y mitad caballo: con la fuerza bruta en
reposo y con la inteligencia activa y fresca que le otorgaba su propia especie.
Muchas veces se había dejado ahogar por ese tipo de
ideales, no sólo por lo bello que le parecía mantenerse cerca de un estado
animal, sino por la belleza que le admiraba cada uno de los paisajes dispuestos
para aquellos que se adentraban en la aventura de la exploración. Por ende, él
viaja de una manera muy gustosa, muy placentera, pues consideraba que, aun
viajando dentro de un auto con las distintas protecciones que éste le pudiesen
otorgan, el sólo hecho de viajar en la madrugada, ya era una continuidad sutil
de esa parte chamanica que poseía.
Y es que Coto no exageraba en la belleza recogida
por cada uno de sus pensamientos sobre las formaciones de la geografía del
lugar: la Sierra Norte de Puebla era uno de los paraísos más emblemáticos de la
majestuosidad ambiental: montes se alzaban desde los caminos en cuerpo de
veredas, las carreteras y hasta la zona de los pastizales y mesetas, y, a
comparación de los montes de Apan, en Hidalgo, de los cuales tampoco se les
demeritaba su belleza de tierra árida, estos estaban repletos de árboles
distintos con follaje verde, no tan exuberante como la selva, pero si lo
suficientemente grato para aquellos artistas y pensadores que degustan de las
ideas filántropas y de las simpatizantes.
- Llegaremos a Cuetzalan en unos 30 minutos – dijo Héctor.
- Muy bien Héctor. Gracias. Cuando estemos en la entrada me avisas
nuevamente para que despierte a Ramírez.
- Como diga usted.
- Héctor, ¿A lo largo de tu vida te has llegado a topar con algo que sea
asunto del misterio?
- ¿Del misterio?
- Sí, del misterio.
- ¿A qué se refiere?
- A cualquiera de sus formas. ¿Te imaginas porque estoy aquí?
- Todos estamos aquí porque buscamos a un asesino.
- Claro… estas en lo cierto. Pero ese asesino es hijo del misterio. Hasta
ahorita no conozco a alguno que realmente tenga indicios de su paradero.
Tampoco conocemos el motivo de sus asesinatos. Hay acercamientos, especulaciones,
ideas que sugirieren y rodean al motivo principal. Sin embargo, todos sabemos a
fondo que todo este asunto se encuentra bajo el misterio, y para ser honesto
contigo, ese es uno de mis focos de atracción. Tú no eres tonto y Héctor, y lo
digo en el buen sentido de la palabra. Por ello apuesto a que ya has observado
y escuchado mucho de lo que ahorita aparentamos ser y has llegado a algunas
conclusiones.
- Bueno yo…
- Es normal que no estés en la mejor disposición de compartir lo que ahorita
pase por tu mente ¿Sabes qué significa eso para mí? Lo mismo veo a través de
esta oscuridad, a través de este vidrio y este tipo de materia transparente…
así es Héctor… es un misterio. Talvez no de gran envergadura, talvez no
trascendente, pero al final de cuentas es eso… estamos plagados de misterios y
de dudas porque nuestro sentido de la comprensión se ha apagado como la mecha
de una vela: dejamos que el viento de afuera soplara y la apagara, y siendo una
lumbre débil, pues míranos aquí, vamos por atrás de un hombre que parece no
dejar huella.
- Pero eso es sólo una opinión, con todo respeto señor. Todo misterio
pienso que tiene sus factores que lo condicionan a ser y aunque no se
encuentren a nuestro alcance, por ahora, eso no los mantiene por siempre en
aras del misterio. Más bien, pienso, que usted tiene una idea muy romántica del
misterio, muy pasional, porque el misterio siempre va a tener un movimiento que
lo delate, es decir, si tenemos un sentido muy agudo o desarrollado, pues eso
que a primera vista cae en el paradigma del misterio, pues muy fácilmente cobra
genio y figura.
- ¿Pero cómo se construyen esos factores? Tienes que examinarlos uno a uno
para comprender el fenómeno completo, pues de no ser así y actuar con cautela
puede que aquello que cobre genio y figura en realidad sea una mera mentira ¿No
te parece? Y entonces, por lógica, el misterio seguiría siendo eso: un
misterio.
- Pero no puede negar que el hecho de que la probabilidad sea mayor acerca
de ese genio y figura no será considerado como real, como verdadero, porque al
final de ese estudio meticuloso que usted propone sustentará lo que se está
evidenciando.
- Pero aun así se escapa un detalle y por muy mínimo que este sea esta
dentro del misterio, al menos, hasta que sea descubierto, pero ¿Y si jamás le
toca la luz del sol? ¿Cómo estamos seguros de que esta completo nuestro
estudio? ¿De qué ya no existe ni un mínimo rincón oscuro? ¿De qué no hay una
parte escondida? ¿Quién lo garantiza? ¿Quién da esa certeza? ¿Quién?
- Lo otorgara la solución del asunto. Así de fácil. Si el asunto de
estudio está resuelto y se han encontrado lo que se tenía que encontrar, es
ello lo que dará la seguridad y la sustentabilidad a lo que se llegó, por así
decirlo, al genio y a la figura.
- ¿Pero qué hay de aquello que se malinterprete? Si se malinterpreta y el
resultado que dictó en realidad es un resultado impreciso ¿Qué sucede ahí?
- Entonces se procedería a una reinterpretación.
- ¿Con los mismos datos?
- Con los mismos. Salvo que, claro está, si el resultado cubre lo que
estaba en tela de juicio no hay más trabajo que hacer.
- Es posible, Héctor, es posible. Y no es que te quiera llevar la
contraria, sin embargo, aun así, mantengo mi postura, pues siempre habrá una
variante, un factor, que siempre se nos escape, que no se considera hasta que
veamos que el resultado obtenido no satisface por completo a los factores ¿Sí
me explico? Es como una ecuación, como un equilibrio, para que comprendamos la
naturaleza negra, la naturaleza oculta del universo hay que estudiar cada una
de su composición, es decir su equivalente, afín de realizar una descripción
satisfactoria del universo.
- Me agradaría seguir hablando del asunto de misterio señor, pero ya
estamos entrando a Cuetzalan. Al lugar donde tenemos que llegar exactamente,
bueno, donde encontramos en material, es más conveniente llegar de día. Cerca
de la plaza principal hay unos hoteles, yo diría que…
- Sí, está bien. Nos hospedaremos y mañana continuaremos… Ramírez,
despierta, ya llegamos…
Gracias a la literatura, aprendí a tallar con el lápiz
CENTEOTL:
Rico, con algo de carrazón entre los dedos de sus
manos y su actitud, se había tomado la pequeña libertad de mover algunos
artículos del escritorio de García para hacer espacio y acomodar todo lo que
incluía la cena, pero era evidente que por mucho que moviera la lapicera y
demás papelería, sólo le alcanzaba para colocar la bolsa completa. Él no se
atrevió a documentos que tuvieran algún escrito, firma o sello, es más, ni
siquiera las hojas membretadas en blanco, pues pensaba que podría ocasionar un
mínimo desorden, algo que, por supuesto, molestaría mucho a su jefe y lo que
menos buscaba era un regaño a última hora de la noche. Además, no quería
cercenar el carácter ameno y favorable que influye el alimento a los
hambrientos.
El murmullo de las voces que provenían de afuera
puso en guardia a Rico, sin embargo, a medida que estos se hacían y hacían más
fuertes, él guardia pudo reconocer las voces de cada uno. Él esperaba que
después de que entrara su jefe y lo viera parado ahí sin hacer algo de
importancia y simplemente de pie se dispusiera a despedirlo, pues, aunque se le
antojaban los tacos árabes lo que ansiaba más en ese momento era probar las
cobijas de su cama, aquel mundo donde todavía podía alcanzar a tocar lo tenue
de la aureola que se dibuja alrededor del sol y de un cielo imponentemente de
color cerúleo y que sólo él y su yo interno resguardan celosamente ese secreto.
Ningún hombre que le hubiera conocido la vida voraz
que había y continuaba llevando el cerril de Rico creería que ese carcelero
cercopiteco degustara de los platones de trigo, maíz, arroz y centeno, pero así
es de tramposo el ser humano, aparenta ser alguien muy ceremonioso, pero por
debajo vive y se alimenta un grande y oscuro cernícalo que se dedica a cerner a
cuanto esté cerca de él, con palabras y actos cubiertos de un cerio
radioactivo, por considerar a todos los demás como un número sin valor, como un
cero absoluto.
Más los ánimos de Rico se desvanecieron al ver
entrar por la puerta solamente a los cervatillos de Salazar y Romero, quienes
venían más discutiendo que platicando y no en torno al asunto del ácrata, sino
a sus asuntos personales y diferencias entre los propios egos, por lo que Rico
los acusó, en su yo interno, de cetonias cesantes, pero que seguían accediendo
a una jugosa parte del cetro de mando.
Eso, por supuesto, molestó un poco a Rico, quien
consideraba que no se necesitaba tener grandes estudios universitarios como
para tener sentido común y, por ende, priorizar las urgencias pertinentes en
las cuales se disputaba la vida y la muerte de próximas personas, y aunque el
carcelero tenía fama de chacharear al estilo de la chabacanería, ahora sí le
había dado en el blanco, con su simple charpe, a los chacales.
- Muchas gracias mi chabacano amigo Rico – dijo Salazar como si hubiera
probado un poco de cesio oxigenado con la lengua – lo digo como el fruto
prodigioso, no en tono “de a ochavo”, mi estimado, porque este manjar huele
exquisito.
- De nada señor. Realmente los recomiendo. Los tacos de por aquí son muy
famosos y deliciosos como los que le ofrecían al Chac Mool los pueblos
nahuatlacas del valle de México.
- Sí, me imagino – dijo Salazar en palabras mientras sus ojos disfrutaban
la chacota que había dicho el chalán de Rico. Se chafareo la camisa y regresó
la vista a Romero - ¿Tú que dices? Esto huele bien ¿No crees?
Romero alzó la pestaña y el parpado colocando una
mirada de extrañeza sobre el comentario que había hecho Salazar. Lo que le
extrañaba no era la pregunta sobre el alimento, sino por el tono menos rudo que
había empleado Salazar con respecto a su cuestionamiento y sobre todo para
dirigirse al él. Sin embargo, para no contraer chahuistle por culpa de ese
chamagoso, Romero no le dio crédito a tales comentarios de aquel chafirete y
sólo dibujo en su rostro una liviana sonrisa en tono de respuesta, para no
perder los hábitos educativos que tenía desde chamaco y desde chamuco. Después
regresó la vista a Rico y se dispuso a decirle lo siguiente:
- En unos momentos nos alcanza el chancho de García para cenar los tacos
árabes que trajiste. Muchas Gracias. Por cierto ¿Te vas a quedar a compartir la
cena con nosotros? ¿Verdad, Rico?
- No es por despreciar esa invitación, pero mi esposa preparó salsas y
carne de puerco para que cenáramos unas chalupas ¡Hasta guisó unos champiñones
con chamiza porque sabe que es una de mis comidas favoritas para chalarme más
de lo que ya estoy! Y por eso, la verdad no quisiera que todo lo que hizo se
vaya para los chamarices de chacra abandonada en medio de la nada, sólo porque
este chambón se quedó a pasar más tiempo con sus compañeros de trabajo. Además,
también preparó un delicioso champurrado en la mañana y como sobró un buen
tanto, pues usted me comprende: todo oficio siempre se convierte en una simple
chamba cotidiana, aunque llegue a tener semejanza de chalchihuite. Somos unos
simples chancas, con todo respeto, señor, habitando en un chalet mundano,
temporal… ¡y más a mi edad que se tomas más enserio el significado de la
palabra chambear!… Pero, bueno, todo dependerá de lo que ahorita me diga mi
jefe García.
- Ya es la hora en que los chamanka y los practicadores del chamanismo
salen a las calles, por ende, ahorita ni un mariscal es de fiar, pues obtiene
chambona hasta por respirar. No pretendo asustarte, Rico, pero pienso que lo
más seguro es que te quedes a cenar aquí, con nosotros – comentó Salazar.
- García fue a poner llave al chamuscadero de hombres para resguardar el
material que vamos a revisar, porque tú comprenderás que no se tiene que
perder. Él pronto vendrá aquí y pienso que te dejará ir. No te ofendas, pero el
asunto en el que estamos es algo confidencial – comentó Romero.
- Entonces pienso que será mejor que vaya a verlo al confesionario.
Necesito sacar mi mochila de ahí y una chambra que le compré a mi esposa y
puede ser que él las deje allí adentro.
- Bueno… como gustes… - finalizó Romero y se dirigió al pequeño sillón de
piel que estaba cerca de la puerta y debajo de una pintura que retrataba una
danza de los chamulas usando lo que parecían ser unos chanclos de hule negro,
para poder sentarse.
- Es mejor que tú y yo comencemos a cenar, Romero, antes de que llegué
alguien de la chancillería y nos distraiga más de lo debido. Después que se una
García, total no ha de tardar mucho tiempo.
- Inicia tú, Salazar, yo lo espero.
Salazar se acercó al escritorio y Rico le comenzó a
explicar en dónde estaban los condimentos: la salsa verde, las cebollitas
asadas, la salsa árabe y la salsa roja, el guacamole, los limones y hasta los
chiles habaneros. Posteriormente, Salazar abrió el empaque de unicel en donde
venía la carne y notó que algunos trozos parecían chamizo, por lo que buscó
evitarlos en la preparación de su taco.
Asimismo, agarró una tortilla de harina, la cual
parecía tener un barniz de chantilly, y comenzó a colocarle un tanto de carne,
bien proporcionado, le vertió un poco de sala verde e inmediatamente se lo
llevó a la boca. esa primera mordida le había agradado tanto que había
recordado las chanclas que había cenado una noche anterior, por lo que
nuevamente incitó a Romero con la mirada para que se uniera a él.
Por otra parte, ese delicioso aroma de aquel manjar
nocturno se comenzó a esparcir por toda la oficina de García. Mientras tanto,
Rico comenzaba a despedirse de mano aquellos dos hombres, pero con la vista
hacia el suelo, pues planeaba que no le hicieran preguntas sobre toda la
chapucería que les había dicho para poder retirarse, aunque ni Romero ni
Salazar consideraban que Rico los había chapuceado, ya que no les interesaba
los asuntos de aquel hombre. Momento después, sin hacer ruido, se apareció
García como chaneque abriendo la puerta:
- Salazar ¡No me vayas a dejar sin chanfaina! – bromeó García - Espera ¿No
eras vegetariano?
- No soy tan chapeado como crees. Además, cuando tengo hambre me da por
chapalear cualquier cosa, cualquier.
- Sólo era un comentario al estilo de las chaparreras. En fin, Rico,
aquí están tus cosas, las tuve que sacar del cuarto porque deje cerrado con
llave. ¿Ya cenaste? – preguntó García interpretando un grado alto de ansiedad
que dominaba en los días limpios por el chapopote de Rico.
- En la taquería, señor – contestó Rico como si estuviera en frete de un
chaperón que no es cuestionable.
- Me gustaría que nos acompañaras con otro taco aquí, Rico, tengo de esos
chapulines que tanto te gustan comer como botana para abrir el apetito. Pero
bueno, como tu gustes y te sientas cómodo. Hace mucho que ya debiste haber
salido y mira la hora que es. Además, parece que pronto por aquí se va a dejar
venir un chaparrón más fuerte que la furia del dios Tláloc – dijo García.
- ¡Qué amable es usted, señor! Chapurrear no sólo es una de sus virtudes,
sino también la de evitar que este chaparro tenga que irse chapoteando para
llegar a su casa. Pero no se preocupe señor, si ya no necesita algo más en lo
que le pueda servir, prefiero proceder a retirarme – comentó Rico buscando
aplicar un chanchullo argumentativo a su favor.
- No seré un chapucero contigo, Rico, por ahora todo está bien. Ya te
puedes retirar. Ojalá mañana me puedas conseguir un poco charamusca, bueno, de
la que prepara tu esposa. Sabes que te pagaré. Por cierto, sabes que a mí no me
gusta hacerles chapuza con su salario y trabajo, por eso, este tiempo se te
pagará extra: podrá comprarte ese chaquet del que me hablaste hace dos semanas.
- Va a decir que me gusta chaquetear, señor, pero qué cree… ya no
compraré el chaquet, prefiero gastar ese dinero llevando a mi esposa al
concierto de la charanga y después de ahí, a lo mejor, ir a pescar charales en
la charca de su pueblo el fin de semana. Sirve de que, además, nos ponemos a
chapuzar entre toda la familia. Ya después ir talvez a la charcutería y hacer una
lunada a la luz de una fogata con charamasca aromática. En esos momentos las
charadas abren su cuerpo a los ojos que las buscan. Ya si me alcanza, mejor
compraré una chaqueta más económica o una chaquetilla para mi cuñado porque ya
se viene su cumpleaños y a ese hombre charlestón le gusta coleccionar atuendos
de todo tipo: charreteras, de chatría, de checo, y hasta de chicano, aunque
prefiere lo charolado con algo de chic. Todo eso para él tiene más valor que
mil millones de chelines. Con respecto al charamusca ¿Quiere que le ponga algo
de chayote como el de la otra ocasión o lo prefiere con chía? Apenas hizo uno
con chartreuse ¿Cómo ve usted? Por cierto, gracias por lo del pago extra,
señor, gracias. Otro detalle, antes de que se me olvide, le dije a Romero que…
- Sí, Rico, ya me puso al tanto de la situación. Ahorita mismo voy a pagar
el pedido que hiciste, gracias. Iré de una vez no sea que esto se vaya a
convertir en un chascarrillo, pero con algo de chasco. El charamusca tráelo de…
de… tráelo con chartreuse… ese no lo he probado, pero que escucha que tiene un
buen sabor. Sólo que entonces, por favor, me lo entregas a la hora de salida,
no vaya a ser que quede picado y ya sabes cómo se pone todo esto ¡Peor que los
chauvinismos porque me pongo a hablar hasta de la charnela con charol que viste
a los charranes que se la pasan en puro charranear! – interrumpió García.
- Si usted quiere, puedo pasar a pagar ahorita que ya me voy. Pasaré por
una chicha con esencia de cheremba prepara al estilo de los cherenques muiscas
a la taquería, porque esa bebida le gusta a mi esposa. Ya sabe, por la hora,
para que no se enoje conmigo y piense que ando envuelto en algún tipo de
chicana o charranada – se ofreció Rico.
- Gracias, Rico, pero ya es muy tarde y ya hiciste mucho. Además, por ahí
tengo un asuntillo con aquellos descendientes de los charrúas que emparejar.
Así de una vez aprovecho la vuelta – aseguró García y después jugó – pero nos
acompañamos hasta la salida, Rico, no sea que escuchemos un charrasqueo de una
charrasca de una chicharra que busque chicolearme o chicolearte. Con el clima
que impera es mejor no recibir ni un tipo de chicoleo ni de los mismos
chicuacos que viven en el chicozapote. Ya después de ahí yo me desvío ¿Qué te
parece?
- Muy bien. Como usted ordene. Bueno, señores, con su permiso me retiro.
Gracias y que pasen una excelente noche – y Rico abrió la puerta y se retiró
acompañado de García.
- ¡Chao! – pronunciaron al mismo tiempo tanto Romero como Salazar, quien
seguía mordiendo y disfrutando su taco.
- Bueno, no me tardo. Estén pendientes al celular por si se me aparece un
moro con chilaba les doy el chiflido. Romero, con toda confianza, comienza a
prepararte un taco. Cuidado con el chile habanero porque no tiene la misma
consistencia que los chilacayotes y con una mordida que le dé tu boca vas a
terminar bailando una chilena para enfriarte. Ahorita también traigo
chilepiquín, que no es tan fuerte como el habanero y que le da un sabor a los
tacos muy al estilo de los meshicanos prehispánicos. Atrás de la cafetera dejé
unas chilindrinas, son de la mañana, también, si quieren, pueden agarrar una,
sólo que a mí me apartan la más doradita. Bien, continúen porque si se enfría
la carne se pone como manteca y el sabor ya no es el mismo. Yo ahorita regreso.
– dijo García y cerró la puerta de su oficina.
Gracias a la literatura, mis cadenas tienen alma
CHANTICO
Romero mantenía la vista
sobre el chinesco de medio cuerpo de Salazar que se proyectaba sobre la pared a
un lado de él. Le causaba cierto desagrado la presencia de su compañero y la
intervención completa dentro del asunto del ácrata. En él veía a un posible
chueco chilpayate en chilla que cuando hablaba dejaba ver entre líneas gritos
agudos y despreciables muy similares a las voces vascas txistulari y txistu,
que son propias de los chinacas y de los chinacates.
Tan sólo, con observar el
perfil de Salazar le recordaba a una chichilla chota que únicamente había
aprendido a comunicarse mediante la queja y el sufrimiento propio que dejan los
daños y que, por ende, se encontraba a sí mismo como un vulgar perdido dentro
de la chinampa olvidada. Más él se repetía siempre que todo ese asunto era un
juego de chinescas de literatura Zamora michoacana, por lo que su deber chozno
de la justicia y la verdad era mantener la mayor lucidez en cualquier momento
ante cualquier choteo tiránico que buscase denigrar a la bella chusmita en
cualquier chotacabras.
Lo que relajaba a Romero un
poco y que al mismo tiempo le divertía era considerar a Salazar como un simple hijo
de mulato y negra sobreviviente al Meshico colonial, con gusto por usar
chincuete de chinché con un par de chinelas salido de un carnaval de locas
víctimas de un chubasco. En el fondo, lo único que realmente le chingaba hasta
en los tuétanos por parte de su compañero era que él se sentía como el chucho chingón
de las Montañas Rocallosas, de las planicies de Montana, Wyoming y Colorado,
así como del chinook del invierno y de principio de la primavera, cuando en
realidad era una chingadera que necesitaba unos buenos chingadazos verbales
hacia su ego y que ello permitiera quitarle el título de chucuto, para que no
lo pisaran.
De continuar con ese
chipichipi de pensamientos que le fastidiaban como noche de cholitos pronto
necesitaría unos chiquiadores para el dolor de cabeza. Sin embargo, un
distractor cada vez más fuerte le penetraba los lóbulos frontales obligándolo a
salir de la chirona en la que se encontraba: el aroma de alimento recién freído
como el que despide la carne árabe después de chirriar era sumamente imposible
de ignorar en esa pequeña oficina, sobre todo para tales horas de la noche y el
hambre que se hacía más y más pesada para los agentes investigadores del
Cereso.
Así pues, Romero abandonó
la comodidad del sofá y se dirigió hacia lo que él consideraba el chirimbolo de
García y comenzó a husmear lo que había dentro de la bolsa que había traído
Rico, esperando encontrar, además de los tacos una refrescante agua horchata
con algo de chufa en cuadritos. Más, al no encontrar el resultado que esperaba,
porque sólo percibió un recipiente con líquido tono chumbo, prefirió tomar una
tortilla de harina y, con la misma torpeza que Salazar, le colocó carne árabe para
hacerse su taco.
También le colocó un par
de delgadas tiras de chumberas asados. Agarró un limón, lo chupó, lo dejó sobre
el escritorio y regresó al sillón comiendo el manjar deleitable del siglo XXI.
Luego de darle la primera mordida, la textura le recordó un poco a la suave
chocha al horno rellena de chochos criollos bañados con salsa de chirimoya.
Además, la textura de churrasco propia de la carne le daba ese toque magnifico
a la imaginación a la mente mientras masticaban y masticaban sus dientes.
Salazar no dudo en
prepararse un taco más, al cual también le agregó una chumbera como romero,
sólo que él le colocó una más chupada. Este ya era el tercero y el nuevo sabor
le pareció que era necesario acompañarlo con un fruto aromático del cidro. Claro
que el gusto de recordar aquella carne jugosa como el propio limón no le
distrajo mucho al volver la mirada a su compañero.
Así pues, miró de
entreojo a Romero buscando una mínima murmuración para romper ese momento de
chirle, pero si homólogo, aunque se percató de ello, mantuvo una postura entre
chochez, chochopascle y un endurecido cieno. Ambos agentes compartían no sólo
el carácter fuerte de chunga originarios de sus ancestros chontalli, sino que,
además, las mismas aspiraciones de continuar creciendo laboralmente y con la
chulería entre sus cercanos para mantener el carisma de unos buenos chupacirios,
por lo que no esperaban una chiripa de los divinos chorotegas.
En el caso de Salazar la
ambición tomaba el eco de los sonidos de una chirimía, la cual se sobreponía
con mayor intensidad a la de Romero que tenía cuerpo de chiribitil en el fondo
de un chiquihuite, cubierta con una chiripá, pues actualmente su naciente
relación con Azucena amortiguaba esa característica para darle paso a la opción
de pareja, pues consideraba que ella era el chirimoyo que siempre había buscado
y esperado, algo a lo que su compañero y rival había renunciado desde hace ya
mucho tiempo por considerar ese tipo de actividades como materia de chirigota.
A cambio de abandonar tal
virtud como un pintor o un albañil lo hace con sus mejores chulos, Salazar se
había vuelto más observador y más meticuloso en torno a varios asuntos y
disciplinas científicas, ya que se había dado el tiempo para ir perfeccionando
poco a poco, más y más capacidades que en un principio había considerado no
apto para su personalidad o para sus gustos (incluida la práctica del famoso
chirinola solitario).
Bien se podría decir que
Salazar era un perfecto diseño churrigueresco cerebral que le encantaba
comportarse como el chupamirto cicatero del racionalismo extremo, pues pertenecía
a ese limitado grupo de pensadores aferrados y casados con la razón, amantes y
seductores de la razón, defensores y luchadores de la razón, y hasta
progenitores y propagadores de la razón que imponían siempre un ¡chist!.
Aunado a ello, el viejo
experto en estudios del chirimoyo comparado sabía que si la situación de Romero
continuaba con Azucena en forma de chotis y chozpando, eso lo distraería lo
suficiente como para hacer de su ascenso una chuchería y le dejaría el paso
libre a él para imponerse en las próximas promociones y con ello su integración
dentro de los proyectos especiales y con mayor renombre, dándole más chirridos
a la fama a la que aspiraba a través de su conocimiento y experiencia; y
pronto, muy seguramente, podría posicionarse en un buen puesto que le asegurara
no sólo el sustento económico y alimentario hasta el retiro, sino uno en donde
pudiera disponer para colocar a personal de su confianza y dar un chirio a los
que consideraba sus enemigos.
-
Estoy sabedor de que ambos buscamos ser
ese chirrión que rompa hasta el chisguete más violento, aquel que disuelva
chismorreo en su contra de cualquier méndigo chivato de chistera falsa y
chisparse de las represalias que pudieran asomarse por ello, apareciendo como
un buen espíritu chocarrero ante la vista de todos; chochear a los historiadores
de la prensa por medio de profundas depresiones nerviosas y circulatorias en
dado caso de que no quieran ser parte de la chorcha chorrera que estemos
dispuestos a vestir para vernos más chulos; abandonar para siempre el estado
churumbel para proseguir por aquel que invita a estar dentro de la fama y la
gloria, puesto que los grandes profesionales colocan sus nombres y sus manos
sobre los más buscados documentos porque son éstos los que poseen un valor de
trascendencia mayor que sólo meras actas de nacimiento o credenciales… en fin desaparecer
de ese estado de chupatintas al cual estamos “clavados”. Más la competencia no
puede seguir de esta manera y con tintes de churro, mi cicerone, al menos no
cuando se trata del ciclón del ácrata.
-
Tus palabras tienen el tamaño de un
herrero de la fragua de Vulcano, más déjame decirte que las gigantescas
construcciones no siempre han perdurado ni permanecido dentro de la memoria
social… ¡Ya no hay hombre que vaya a admirar el ciclorama del teatro! Y aunque
éste no se ha extinto, la muchedumbre prefiere observar los cierzos a través de
las pantallas tecnológicas y sofisticadas. Por lo tanto, es imposible que
logres atraer a los inquietos con una melodía deleitable sino sabes tocar el
címbalo ¡Y más si son como yo que no nos interesa en lo más mínimo la música,
la opereta y la orquesta! Agarra todo el churro que te apetezca de las ovejas,
que yo me quedaré aquí apaciblemente sentado tocando hasta cansarme la
churumbela – aseguró Romero.
-
Lo que has dicho parece un chuzo muy bien
disfrazado de chusque y dado que la ciar no proviene de la cía por mucho que a
simple vista parezca que guardan una estrecha relación, debo recalcar que tu
método para la evasión es bastante bueno, bastante, tanto como el valor de la
cicádea dentro de los países tropicales, mi estimado Cicerón, más al ser yo
hijo del cianuro tanto por sus efectos y no por su veneno, debo recalcarte que
esa no es la respuesta que yo esperaba, siendo perfectamente deducible que tampoco
imaginé que colocaras un escudo de negación, una cianosis dentro de una
cianofícea. Hay mucho más en juego, al menos, más de lo que tú crees.
-
No me interesan tus objetivos ni tus
arrebatos, Salazar, cada quien se dirige hacia donde le dicte su conciencia, su
ideal, incluso, hasta su ira. Si consideras que para ti es imperante beber del
ciborio para calmar el ciático de tu pasado, que así sea entonces, más no me
coloques dentro de tu ciclotimia. Algunos sólo preferimos aceptar el ciclo
natural y caminar por donde nos plazca, sea cerca del ciprés o estar meditando
sobre la propia cierne y pienso que eso, pariente del ciclamato, es algo que
carece de valor para ti.
-
Con que… ciclamato… vaya que me agrada ese
sentido del humor que tienes. Y dado que has dicho las palabras correctas y con
el mejor tono posible tal y como lo hace un ciclóstomo, entonces, tendremos que
mantenernos bajo esa línea que dirige a la ciconiforme que proviene de París
además de comportarnos como sus pequeños regalos y no permitir que la cicuta
mayor rompa con lo que ha de ser el objetivo principal de este equipo. Después
de todo, tú eres el hijo primogénito del cid. Además, ya tenemos suficiente con
tener todo el tiempo encima a la prensa, a los delegados y a la propia
población, que todos juntos conforman ese doloroso y temible cincho para
nuestras espaldas.
-
Y por ilógico que parezca, es este
ciclotrón lo que nos mantiene a estas altas horas de la noche trabajando aquí.
-
¿Te refieres al ciclo del prestigio?
-
A la línea del trabajo recto.
-
El trabajo recto trae consigo el
prestigio. Suele tardar hasta 50 años, pero de que llega, llega.
-
De lo que hablas, Salazar, es de una
ganancia que posiblemente se obtenga de forma indirecta, circa, pero la
Historia es controlada por los eruditos, como la cimología de las enzimas y sus
efectos.
-
Es lo mismo. Ambas son ciencias y ambas se
rigen por la objetividad. El prestigio o el desprestigio, bueno, siempre es
menester hacerse de aliados hasta dentro de las academias. Además, es tan
sencillo de observar estos mecanismos como la funcionabilidad del cinescopio: no
hay que renegar lo que viene como extra detrás de hacer un buen trabajo ¿Acaso
eso no te parece lo justo? Tú mismo lo ha dicho ¡Ya es de madrugada y ni la
cintra esta despierta a esta hora!
-
Nuevamente, Salazar, veo en ti a un
estudiante de la escuela filosófica griega de Antístenes. Es más, yo creo que
superas a Diógenes. Más ello para mí viene a ser tan interesante como la vida
de un cínife. Si tu deseas poseer el circón que emule con todas tus demás
virtudes, habilidades o capacidades, yo seré como un simple cipo a tu lado.
Después de todo, la cinia posee muchísimo más propiedades, si es que el
botánico sabe encontrarlas que todo el circón para los químicos.
-
Suenas tan convincente, Romero, que te
asemejo con la predicción de una bella mujer cíngara. Y es que todo lo que
mencionas me parece tan desatinado y sobre todo si consideramos la situación
particular en la cual nos hemos o nos han metido. Mira ¡Ya hasta me estás
haciendo dudar! ¿Será lo mismo la cincografía que el cincograbado? En
conclusión ¿Serán aquellas palabras que has dictado los verdaderos deseos de tu
yo interno?
-
Eres tan obstinado que realmente dudo que
tal pregunta provenga de la curiosidad, porque parece que en realidad proviene
del horror. Te repetiré una vez más tal cual es la naturaleza de la cinemática:
ambos tenemos prioridades diferentes ¡Ya no te acongojes más!
-
¿Pero si estarás de acuerdo en que es
momento de una tregua? ¿verdad?
-
¿Tregua?
-
No hay porque negar que nuestros egos se
encuentran dentro de un ring de box, rivalizando desde el inconsciente hasta lo
que logramos concebir.
-
Es decir…
-
Que todos conformamos un equipo de
investigación hasta el final.
-
Si eso es lo que quieres escuchar,
adelante, somos un equipo hasta el final.
-
No sólo eres un hombre de entendimiento,
sino astuto e inteligente.
-
Los halagos son persuasión y eso no
funciona conmigo, Salazar, pero esto tú ya lo sabes.
-
Entiendo. No te apures, no tengo más que
decir.
-
Entonces, continuemos cenando.
Mientras Romero y Salazar
continuaban cenando e intentando llevar una charla no tan rígida, Rico y García
ya habían atravesado el estacionamiento del Cereso y cada quien había seguido
su camino. Rico se alejó caminando entre las lámparas de luz, pues tomaría un
taxi de la estación “Kyon”, la cual se encontraba en la plazuela principal, es
decir, a unas 10 cuadras de aquel lugar. Por otra parte, García ya se
encontraba dentro de la taquería, conversando un poco y pagándole a la esposa
del buhonero. La noche continuaba siguiendo esa rutina que algo o alguien le
había impuesto desde su primer momento de existencia, y García se disponía a
regresar hacia el reclusorio.
Gracias
a la literatura, la miseria es riqueza
CITLALICUE
El astro lunar o tenía un
miedo gigantesco tan imposible de ocultar sobre su figura de conejo a causa de
una cincha divina o prefería evitar ser el testigo de los acontecimientos que
se desarrollarían en los próximos minutos y que poseían la naturaleza del
circonio, puesto que su presencia no era percibida completamente aquella noche,
sobre todo ahora que García se encontraba ya abandonado la taquería luego de
haber resuelto sus asuntos con el dueño y ser, posiblemente, un cisco más del
ácrata: el reflejo que previene la extinción de la vida a través de una
naciente cizalla cobriza larga no se hacía presente para este hombre,
haciéndolo fácilmente el fin claro de una clava.
Así pues, la luna dejada
de ser el conejo lindo color perfecto sin mancha tal cual clavelito y se
convertía en un coala que coadyuva a coartar el florecimiento de la cogida del
colibrí de la verdad, ya que tan sólo acompañaban a aquel hombre, sin el
privilegio del abrigo, la protección algunas de las estrellas que manifestaban
su existencia a través de una tímida clavellina sin algún fuerte resplandor:
era como si los cuerpos del cielo buscaran evitar a toda costa convertirse en
los cómplices de los actos de los malhabidos y malechores, y es que, conforme
avanzaban los segundos una sensación de desolación se esparcía por todo el
occidente del planeta Tierra a causa del cloroformo que finalmente había
ocasionado un efecto de tránsito, de puente, permitiendo el viaje de la
indiferencia sobre un clíper para sustituir a la sensibilidad.
De un instante
inesperado, el viento comenzó a dar sus típicos silbidos que logran silenciar con
clavos de olor a toda codorniz distraída, atrapándolas bajo los ramajes del
clavero y alejándolas de algunos pedacillos de cocón que se encontraban
esparcidos por el piso y cuyo interés no había desertado a los palomos. Más, tras
haber realizado esa tarea, la voz del viento se restringía a coexistir con
aquel condenado por el cocodrilo que asechaba a tan sólo unos cuantos metros de
él.
Así pues, se simulaba que nuevamente todo regresaba a la absoluta calma, otorgando un frío y temeroso silencio a este incomprensible reino en colapso por falta de la codeína natural y sintética. Más lo único que sí se lograba sobreponer a cada rincón era el eterno espíritu de la oscuridad, y no sólo de la noche como tal, porque esta es sólo una de sus máscaras, sino esa otra del tono de la cólera que lograba extender sus brazos hasta a la claridad de las mentes generadoras de ideas y especulaciones, razones y soluciones dentro de los coloquios en donde se creía que la coeducación encerraba un tesoro.
Como un niño que sufre de
una osteoporosis sólo detectada por su organismo, más no por la conciencia de
él mismo, y aun así insiste y se dispone a jugar a la comba, sucede algo
similar siempre en la vida cotidiana con un ser que se atreve, finalmente, a
desentrañar la realidad y el cohecho de la misma por culpa del clericalismo y
el colaboracionista confundido, desafiando a la tremenda máquina de la cultura y
al tremendo cíclope de lo cognoscitivo sólo por el afán de desentrañar a la verdad,
o si tal ventura no es posible, por lo menos coincidir con en ella, siempre y
cuando sus agudos sentidos estuvieran dentro de la plenitud para dar ese paso
hacia la exploración del espacio, en donde el permiso para el acceso de los
infinitos secretos es de la muchedumbre, pero que pocos logran acceder (algunos
llegan pero sólo al cumplir el papel de comisionados), por ilógico que parezca.
Hace ya más de medio
siglo que en aquel club de colonos herederos más porque lo dictaba el codicilo
que por convicción, en donde se levantaban los hogares de los moradores
temporales, había sido visitado por el cíngulo de un predicador, trayendo como
consecuencia el castigo de la extinción de los cinamomos, quedando sobre
aquella corteza tan sólo la dureza del pavimento de chapopote negro, el
concreto gris y el revocado de los muros que se alzaban para conformar cada una
de las manzanas de la zona, y todo tan desgastado como el propio clavicordio,
pariente cercano del clavicémbalo: aquí el correr de las horas se media todavía
a través de una clepsidra.
Por tal motivo, la
ausencia de los cantos perfectamente melódicos como en la isla de Ceilán, se
acrecentaban, por lo menos, hasta en una circunferencia de 50 kilómetros. Las
calles, como cualquier otra ciudad, aparentaban ser parejas, rectas, siendo un
símbolo del intelecto arquitectónico circulante y del intento del trazo
perfecto de la capital, tal y como los conquistadores españoles lo vislumbraron
hace unos 500 años. Sin embargo, cada vez era más el número de los cojitrancos
cofrades que gustaban de colmarse de los bienes ajenos y el aumento de una
gigantesca colección de deshechos que todos pretendían ignorar, aunque esto
causara cierto grado de clavija. Esta situación se reproducía como coliflor
transg, por lo que muy pronto el presente les echaría en cara los errores tanto
al colectivista como al propio burgués.
Dado que se había
circuncidado cada cirián de cada rincón, incluso los que buscan sobrevivir a
través de las aberturas o grietas de la acera, ni siquiera los insectos
recorrían aquella zona frívola destinada a servir solamente a la raza humana y a
aquellos que fuera n considerados una amenaza para la razón, el orden público,
las buenas costumbres y hasta los errores del propio estado.
Tan sólo deambulaba por
esos parajes una que otra solitaria criatura despistada de alguna especie
equidistante. La estética de los arcos y las columnas, lo llamativo de los
colores y la herrería trabajada y forjada por mano dura y obrera, aunque
buscaban simular la geometría natural a través de algunas formas y figuras,
simplemente, terminaban empolvándose y convirtiéndose en un retrato gris a
causa del smog de los autos y de las fábricas aldeanas: eran circulares que
nunca lograrían su cometido de atracción hacia los pobladores, por más
insistentes que estos fueran elaborados.
Únicamente, esta sobre carga barroca de contaminación, finamente, había tocado fondo y culminado con la inconformidad de los ambientalistas. Así pues comenzó entre las academias y los programas sociales una pequeña pulsación que arremetía contra todo aquello que no fuera ecológico, sustentable o amigable con el medio ambiente; sin embargo, paradójicamente, si no cubría con la perspectiva del mercado imperante y con la empleabilidad urgente que diera el sustente al centenar de familias crecientes, aunque sea mínimamente, era preferible que todo permaneciera dentro del discurso, pues eso daría el tiempo suficiente para los visionarios del mercado actualizar sus productos y mercancías, dando cabida al círculo vicioso de los adictos al control, a los enfermos de posesión material y a los esquizofrénicos que creían ser el centro de toda circunspección porque sus homólogos les seguían la corriente en el juego macabro de lo circunloquio, lo perturbante, lo ilógico y lo confuso.
Aunado a lo anterior, se
transitaba por una especie de pérdida de derechos en todos los sentidos, como
lo que sucedió en algún momento los circuncisos, sólo que ahora el objetivo
principal a someter no era una secta, sino meramente a los engañados. Algunos
se preguntaban si ello se debía principalmente a que el crecimiento exponencial
de la especie humana era tan descomunal que era prácticamente imposible
garantizar tales virtudes a cada uno de los individuos o simplemente se debía a
la terquedad de un grupo privilegiado que se negaba a ceder ante las ideas de
igualdad que cada vez era más virales al tiempo que eran rancias. Claro que tal
malestar azotaba no sólo a dicho rincón y al circuir cercano, sino que
solamente lo permeaba como una clarisa ingenua clama dentro del claustro de su
propia orden, porque era un ambiente que se mantenía en entera armonía falsa
sobre toda la circunsuperficie terrestre: un tanto de forma natural, un tanto
de forma heredada, un tanto de forma artificial y lo que se asomara para las
próximas generaciones.
Por otra parte, los
amantes, los amantes falsos (como aquellos que pertenecían al círculo de
Borgoña), tampoco degustaban de deambular por aquellas calles desgastadas,
sucias, viejas, débiles, enfermas de cistitis, carentes de la lógica racional progresista
y sin colores vivos o espectaculares motivadores que los orillaran a disfrutar del
amor a través de esa forma dominante y poco clara en donde no había espacio
para la palabra, el diálogo y la trascendencia, ya que, un divorcio siempre era
negocio para el abogado, lo mismo que el amparo para un juez.
En cambio, los amantes,
los amantes reales que son enemigos de lo circunspecto porque consideran que lo
puro no tiene porqué permanecer oculto como sucede con las ciudades secretas,
al igual que sus contrapartes preferían frecuentar espacios en donde era
posible revivir ese enamoramiento que se construye a través del arte de
escuchar, del arte de contemplar y del arte de compartir; porque los amantes,
los verdaderos amantes que se rigen o que por lo menos buscan regirse por la
lógica bondadosa, son todavía más hermanos del misterio y del placer, de la
pasión y de lo que está prohibido hablar, al menos, para este extraño tiempo
humano que tiene identificado simuladamente hacia dónde quiere ir sin percibir
las consecuencias que le podría acarrear. Más no por ello despreciaban a
aquellos aposentos en donde el espíritu de la civilidad también estaba extinto,
sobre todo para los miserables, porque hasta para sentir el peso de la
justicia, mientras que a unos se les deleitaba con el clarín, a otros se les
deleitaba con el clarinete. Bastaba con leer los reportajes en periódicos y
revistas para comprobar la verdad de los hechos.
Para los visitantes, no
había ni la más mínima duda de que esta parte de la zona de la ciudad estaba
destinada para salvoguardar la existencia y la tangibilidad del abandono y lo
que a ambas les atañe, y no sólo por aquellos que son atraídos por los centros
de distracción, sino también por los inadaptados sociales, sean o no sean los
culpables; por aquellos que la fortuna los había traicionado, siendo engañados
por lo que creyeron parte de sí porque algo o alguien se los inculcó, pero que
resultó tan sólo ser de beneficio al tiempo que era de perjuicio para otros: el
desbalance eterno que se extiende muchísimo más allá de lo que alcanzamos a comprender.
Y aunque mucho se citaba al dios de la claridad meridiana, los resultados casi
siempre eran los mismos.
Bajo todo lo ya dicho,
apenas sí lograba ampararse García, a una parte de sus ideas y una estructura
vacía y oxidada de patriotismo. Como buen jefe de una unidad de seguridad e
hijo del clan Claudus, un arma de gran calibre lo acompañaba como su nuevo
ángel de la guarda, como el cisma que permite la agrupación, la observación y
la identificación. Más la posesión de tal objeto estaba más inspirado por el
miedo que surge de la impotencia mortal que todo por la propia gracia del
espíritu de la seguridad, cuyo origen se remonta hasta la divinidad, lo cual traía
consigo cierta ofensiva muchísimo más robusta que todo el instinto, mismo que
ya casi estaba extinto en él.
Tal descuido y el defecto
de percibir con claridad los objetos distantes por ausencia de la luz estaba a
punto de reclamar lo que quedaba de su cuerpo una vez que se olvidara por
completo de él la precaución y la seguridad, tal y como sucede con el
desvanecimiento claroscuro del proceso de la respiración a cualquier ser de este
planeta, y es que, quien tome para sí la confianza sin el beneficio de la duda
mínimo, al menos dentro de estos juegos y dilemas, tiene la muerte más que asegurada,
mucho antes de que así sea designado por orden de los tres misterios.
Y es que la cara del mal puede
portar la clámide de los clásicos para pasar sin ser visto, alimentarse con
toda esa energía que emerge de la envidia y que se ensancha con los lazos de la
complicidad, logrando poseer los cuerpos de pies a cabeza tal cual titiritero
hacia sus marionetas, agravándose el asunto porque no hay un exorcismo lo
suficientemente potente como para erradicar los demonios que asesinan al alma,
ocupando se lugar manipulando una máquina, una escultura, un robot sombrío,
haciendo del poder de la imaginación y la creación algo clandestino.
Así es como éste hombre,
sin darse cuenta, una sombra lo merodeaba cercándolo dentro de una cámara de
vulnerabilidad para su ataque, una sombra que era producto del civilismo de la
generación de la esperanza que había sobrevivido a toda la masacre de sus
homólogos, capaz de oler el aroma de su piel de pies a cabeza, claridoso en la buscaba
de sus movimientos y de sus debilidades, para asestar el golpe, no el último,
porque muy seguramente éste sería otro de tantos ya incontables que comenzaran
a clavar hasta al más alumbrado al poseer un historial ininterrumpido de
crímenes y fechorías ocultas bajo la personalidad y el respaldo de un clavel,
siendo que el crimen es demasiado fácil de ejecutar en tanto que la autoridad ya
ha sido rebasado por los asaltos, los secuestros, la trata de blancas y las
incontables desapariciones forzadas.
Y es que García, aun
teniendo el grado de mando que poseía, no logró advertir como las manos que
empuñaban su cacería tenían un par de guantes informáticos, botas sumamente
protegidas y lustradas por la clavería, gafas detectoras de calor importadas
por el mercado negro y que son adquiridas por los enlaces y por aquellos que
tienen valores para ser intercambiados, una claraboya que da vista a aquel que
lo resguarda en sus zarpazos, así como el equipamiento similar al de un
astronauta que realiza un sinfín expediciones a los telescopios flotantes en el
espacio.
Una empresa grande
implica, antes que nada, el lado oscuro de la perseverancia y el comportamiento
del sigilo, la claridad suficiente tal cual arquitecto traza su plano. Quien la
ejecuta se adiestra entre el arte del camuflaje de la noche y hasta de la luna.
No es filósofo y no obedece a algún tipo de súplica: es fiero, ágil, verdugo, poseedor
de una clarividencia que le permita generar las trampas incluso para las presas
más astutas, porque así lo requiere el manejo de un secuestro o de una
desaparición. No es de extrañar que sea un aficionado a la disección, a la
anatomía y a los tejidos, porque es aquí en donde se encuentra la musa de su existir.
Aun en más lugares
despejados, en las explanadas aparentemente limpias, en los barrios tranquilos,
siempre hay una banqueta, una bolsa negra de basura que el propio descuidado
abandonó y más sí recordamos que esa es una costumbre mundial. Y si eso no
fuera suficiente, siempre se tendrá que llegar al auto, al transporte público,
a la entrada del comercio, del edificio, adornada con arbustos, con escaleras… para
el cleptómano insistente y bien remunerado que alimente su morbosidad no hay
clerecía santa o respetable, ya que para él toda persona es clueca que puede
ser dominada y coaccionada hasta con una putrefacta coa sin necesidad de un
coadjuntor, y en este caso, para el clavero de la prisión que se convertiría en
cobayo de las turbias indicaciones de aquellos que se blindan con la cobardía, no
sería la excepción.
Basta con aprovechar que
los rondines de los vigilantes cumplan con su curso estipulado, aunque si es
necesario eliminar a uno e incluso tomar su lugar, también es válido cuando se
quiere alcanzar el objetivo. Aquellos que traen consigo las hojas de coca
mascadas con cal dentro de sus genes es digno de ser cognoscible, tratable y
hasta buscar integrarlo a la cofradía, porque él ha probado el alcaloide de la
coca, sea porque se despertó dentro de sus genes o sea porque la adquirió por
alguna otra manera…
Y es que se vive dentro
de un colaboracionismo cambiante como la propia suerte, porque mientras otros tantos
son cohibidos otros tantos se plagan de las bendiciones del arte de cohonestar,
permitiéndose ceder todos los ideales educativos a cambio de unos cuantos pagos
que resultan ser el triple de su salario mensual, porque se dejan persuadir por
la idea de que los números son más importantes que salvoguardar la vida humana,
ya que hay un cimiento mal colocado en sus prioridades: sólo se vive una vez.
El armamento cada vez es
más sofisticado y mejor manipulado. Las navajas y los cuchillos son
instrumentos clásicos, como lo suele ser el machete y las jarras o jarrones y
hasta los coletazos. Pero ahora, hasta la tapa de una lata de atún, la propia
arena, una simple cuerda, un lapicero, un piso grasoso o alguna sustancia
pegajosa, un celular, un billete, una moneda, un anillo, una cadena de oro y kumbala
pueden tomar el lugar del objeto distractor, del objeto que coarta la sensación
de los sentidos.
Gracias
a la literatura, no hay erotismo culpable
COATLICUE
En la oficina de García,
la clavija vacila entre imponerse sobre las reflexiones escondidas de Salazar y
las palabras defensivas de Romero, más la clínica que habían recibido desde su
integración a las filas de seguridad, les dictaba que el momento imperante era
una malísima clonación de otras madrugadas dentro de aquellos cuatro muros. De
esta manera, Romero fue el primero en abandonar la coacción diurna que dibujaba
sobre Salazar para atreverse a pronunciar:
-
Si mi cociente intelectual me dicta bien,
yo diría que ya es demasiado arena la que ha caído de la esfera superior a la
esfera inferior del reloj ¿No te parece, Salazar? Uno de nosotros debió
acompañarlo o por lo menos seguir sus pasos desde cierta distancia, entre las
cochinillas. Es mejor que le llame por teléfono a ese mequetrefe... le voy a
propinar un buen cocolazo por dejarnos con el Jesús entre el cogote ¡Y vaya que
no estamos para este tipo de novelas!
-
Yo intuí desde un principio lo mismo que
tú, Romero, más no hay de que alarmarse. García seguramente se entretuvo
hablando con un clítoris y está muy bien que lo interrumpas antes de que
nosotros tengamos que hacer lo mismo que él. Fíjate que imaginé que regresaría
con Rico, sabes lo bien que a ese hombre se le da la gracia de la persuasión,
aunque mucho se le resistan. En fin, también dile que si no llega de inmediato
dejaremos su oficina peor que un cochitril.
Romero metió la mano en
el bolsillo derecho y sacó un teléfono negro, el cual tenía pegada la
calcomanía de un cnidario dorado rodeado de clorofíceas. Salazar vio aquello
como algo infantil, sobre todo por el calibre de hombre que era Romero: un
carácter más irritante que los propios cloratos. Aunque quería desatar su
cocinilla nuevamente, se repetía una y otra vez que era mejor dejarla encerrada
junto con el coco de Romero.
Mientras tanto, Romero continuaba
pegado al teléfono, insistiendo una y otra vez mientras trataba de concebir la
justificación del porqué García no respondía: él esperaba que el cocuyo
continuara encendido para García y es que estar metido en los asuntos del
ácrata era adentrarse en el desciframiento completo del código Hammurabi y el
declive de la gran Babilonia. Sin embargo, la única respuesta que obtenía era
el sonido de su línea telefónica rascando un muro invisible, y, al ser
desviada, intentaba nuevamente.
Al cabo de unos cuantos
intentos más, Romero dio un vistazo de coeficiencia a Salazar en donde no sabía
si gritarle o preocuparle, porque por primera vez en toda su vida sentía una
helada sensación coercitiva por su incomunicado coetáneo: ahora no sólo el
cogollo sería propiamente el ácrata, sino muy seguramente también lo sería
García. Recordó los cognomentos con los cuales unos le bautizaban y otros lo
dignificaban. Así pues, guardó su celular dentro del bolsillo, se acercó a
Salazar sacando la fortaleza de un centenar de cohorte y no esperó ni otro
suspiro más para dictar:
-
¡A ese insensato hay que salir a buscarlo
¡Pero ya! ¡Tal cual si fuéramos cohetes! – gritó Romero dándole la espalda a
Salazar y agarrando la perilla de la puerta para salir inmediatamente de la
oficina.
-
¡Serénate hortaliza! Que eso mismo estaba
a punto de decirte. Más no confundamos los argumentos con el cohecho. Lo vamos
a topar en el camino y entre los dos le reprochamos su misteriosa ausencia a
ese mendigo cojo – dijo Salazar mientras seguía a Romero – Oye ¿tenemos que
decírselo a los muchachos?
-
¡No! Primero hay que salir y desenredar
este embrollo. Es posible que bien lo hayas predicho y nos topemos ahorita.
Sólo que, de no ser así, el terror pronto invadirá no sólo a toda la prisión
¿Te imaginas el impactó que habrá si algo le sucede a García?
-
¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero no habrá un culpable
más que él. Renunció a la escolta que le ofrecieron y todos estamos metidos en
la caza del ácrata ¡Sabíamos los riesgos que esto conlleva!
-
¿A qué te refieres? – dijo Romero mientras
se detenía y regresaba el cuerpo para quedar frente a Salazar, quien iba detrás
de él.
-
¡Por Dios, Romero! ¡No seas inocente! El
ácrata ya ha cobrado un centenar de vidas y esto se ha retenido…
-
¿Se ha retenido? – interrumpió Romero -
¡Es noticia a nivel nacional!
-
Ahí sí te equivocas Romero, te equivocas.
Es noticia a nivel nacional las víctimas. Lo que se ha retenido a la prensa es
la información del ácrata.
-
Todas las víctimas están ligadas a un
mismo sujeto ¡Tú y yo lo sabemos!
-
Pero ellos no. Todos piensan que han sido
asesinatos simultáneos por diferentes individuos. Más no es así. Lo último que
necesitamos es un asesino serial que se burle de nosotros a través de los
editores y los periodistas. En nuestras manos está no sólo la seguridad estatal
o nacional ¡Sino una gran reputación que cuidar!
-
Mira, luego discutimos esos detalles, pero
si García no aparece, más vale que vayas pensando que decirle a Rosales, a la
prensa, a todos los oportunistas y a los procuradores del colectivismo que se vayan
haciendo visibles, porque esto, mi estimado colactáneo, dejó de ser algo
exclusivamente de los coleópteros.
Romero y Salazar salieron
corriendo despavoridos como cola de pescado en la búsqueda de García. Aunque el
terror los consumía colateralmente, se dispusieron comportarse de forma discrecional:
había que colegir todo lo que estaban viviendo bajo el sabor de un dulce de
colación y con la vitalidad que otorga el colagogo, aun ya percibiendo el
crecimiento de un cólico que sería crónico.
Romero no quería causar
una falsa alarma de los hechos o algún tipo de intriga a lo que ya por sí mismo
era un asunto delicado. Sin embargo, su conciencia estaba atrapada dentro de
una colegiata que le impedía diferenciar cuales eran los oficios adecuados para
atender tal situación: habría que colar primeramente sus prioridades, sus
convicciones y lo que fuera lo más adecuado, aunque, como sostenía Salazar, no
fuera la verdad. Tan sólo esperaba que García ni hubiese sido derribado
completamente si es que los colmillos del ácrata ya lo habían alcanzado.
Mientras se caminaban por
los pasillos de la comandancia de la prisión, Salazar y Romero iban teniendo
ciertas colisiones corporales, ya que el nerviosismo que pretendían amenguar
era imposible de retener dentro de sus huesos. Al llegar a la entrada principal
se percataron de que el vigilante a cargo en turno que debía estar resguardando
la seguridad entre las viejas columnas no se encontraba cubriendo su puesto
como de costumbre, por lo que Romero le ordenó a Salazar que se quedara al
pendiente desde las escalinatas mientras él salía a revisar el estacionamiento,
desde el comedio hasta los alrededores, y las calles contiguas para tratar de localizar
a su compañero.
Romero se dispuso a
revisar la explana del estacionamiento con su arma cargada en la mano izquierda.
Comenzó por la zona que conectaba la fachada principal con el comedio, y al
notar que prácticamente los autos estacionado eran mínimos, decidió acercase primeramente
al coche de García, el cual permanecía en completo silencio, inmóvil. Se agachó
para asegurar que no había alguien tratando de ocultarse por detrás de las
llantas: tan sólo una paloma caminaba sobre el cemento, picoteando el suelo
para desmoronar lo que parecía un pedacillo de cemita.
Romero dejó de tocar el
suelo con sus manos y acercó lentamente su arma que apuntaba a los vidrios
polarizados. Tras observar detalladamente el interior del coche, tanto la parte
delantera como la trasera y no obtuvo resultado alguno de García. Sobre el
retrovisor todavía descansaba el rosario de ónix que le había obsequiado en uno
de sus cumpleaños, y en el fondo de ésta, la figurilla que le había colocado su
esposa: un colibrí con las alas extendidas y con el pico dentro de una campana.
Romero continuó indagando
el vehículo y se acercó cuidadosamente a la cajuela. Confiaba que el oficio
obligaba a Salazar para estar coaligado con él y por tal motivo le vigilaba la
espalda debajo del opaco vitral con forma de colmena desde la entrada por lo
que colocó su oreja sobre el frío cofre unos cuantos segundos. Sin embargo, tampoco
escuchó ruido alguno y, aunque trato de forcejear la cerradura, no logró abrir
el automóvil. Así pues, quedaba descartado que García estuviera por ahí lo
mismo que estuviera herido, ya que no había logrado encontrar algún rastro de
sangre por todo lo que ya había monitoreado su colmilluda vista. Claro que no
se tendría que cantar victoria en la cina del collado hasta que García
apareciera frente a él.
Desde lejos, Salazar
observaba a Romero todos sus movimientos: había un colmo disimulado que solamente
conocían sus aliados. Además, giraba el cuello para vislumbrar si algo extraño
ocurría, pero todo circulaba dentro de un colmado silencio. Por su parte
Romero, comenzó a caminar en dirección de los demás autos, para realizar la
misma revisión, pero el resultado era el mismo: ni siquiera una abeja lejos de
su colmenar. Romero comenzaba a desconcertarse de la situación: su rostro se
quedaba sin el colorín que lo caracterizaba. Sin más preámbulos, regreso a toda
prisa en donde se encontraba Salazar al no lograr columbrar a García y le ordenó:
-
Regresa a donde está el material y quédate
pegado ahí, no sea que un coludido del ácrata este merodeando entre estas
desgastadas comarcas. Espero que no sea necesario embestir esta madrugada,
aunque me temo que estamos a punto de sollozar por culpa del comedido de
García. Tú trata de localizarlo por celular y si no funciona, entonces insiste
con los comendadores que se fueron hace ya bastante tiempo, porque algo tenemos
que hacer. Yo, para cualquier detalle, estaré pendiente en el teléfono para
cualquier glosa que se ofrezca ¡No dudes en marcarme si algo extraño notas o
hallas!
-
¿A dónde vas? Es cómodo que yo sea sabedor
de ello, compinche, no sea que alguno me pregunte por ti y piensen que armamos
un complot.
-
Estoy en compunción, Salazar ¿Cómo
permitimos que el comedimiento de García desembocara en este embrollo? ¡Un
colombófilo no descuida su pasión sabiendo que un gavilán anda libre dentro del
palomar! Yo tengo entendido que la taquería esta por aquí cerca y es menester
indagar el paradero de aquel hombre antes de que se haga más tarde.
-
Tener colombofilia no elimina la condición
de imperfección de ser humano. Tú has de serenarte porque no es seguro que
vayas tú solo, no al menos ahorita que García no aparece. Por dios ¡Romero!
Esto que acabas de decir es lo más descabellado de la noche.
-
Si García no aparece, no podemos permitir
que tampoco aparezca después el material que tenemos ¡Hay una gran
responsabilidad en todo esto! Él nos citó a todos aquí por algún motivo. Pienso
que…
-
Espera – interrumpió Salazar - Le voy a
llamar a Ramírez o a ese raro comunista de Coto.
-
No hay tiempo ¿Tengo que compeler contigo?
¿Verdad que no o sí? Más vale actuar que explicar.
-
Bueno, les llamaré según tus palabras: mientras
regresó a la habitación. Pienso que voy a caer en coma. Espera, Romero ¿Llevas
tu arma contigo? De ser así, dispara al estilo del comando, así sabré que
necesitas ayuda o que estás en peligro ¡No te vayas a hacer el comediógrafo!
-
Aquí la llevo – Romero ajustó su arma – no
te preocupes. Tenlo por seguro de que si así se requiere balazos habrá.
-
En esta madrugada no debe de caer uno más.
-
Así será.
Mientras Salazar se
introducía dentro de los pasillos de la comandancia, Romero caminaba cautelosa
y sagazmente, porque él sabía que la noche, si bien ella no era aliada de la
delincuencia, sabía que la delincuencia si la utilizaba como su mejor aliada.
No sólo le preocupaba García, sino su propio bienestar y más ahora que Azucena
se encontraba dentro de sus planes. Los ojos y las manos estaban ocupadas vigilando
todo el panorama cuanto podían y, aunque nunca había sido necesario emplear su
potencial, estaba completamente seguro de utilizarla, aunque le costara una
acusación. Al cabo de unos cuantos minutos, su celular comenzó a timbrar:
-
¿Encontraste a García? – preguntó Romero a
Salazar.
-
¡La puerta está abierta! ¡La puerta que
resguardaba el material y el salón está completamente vacío!
-
¡Maldita sea! ¡Y el vigilante en turno!
-
¡No lo sé! Pero es mejor que regreses
inmediatamente. García era quien guardaba la llave ¿Qué haremos ahora? Ni Ramírez
ni Coto no me respondes.
-
¡Demonios!
-
¡Esos hijos…! ¡Voy para allá!
-
¡Corre!
Gracias
a la literatura, puedo trabajar en la oscuridad
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fantasma
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