El umbral de la alucinación

El

 

umbral

 

de

 

la

 

alucinación

 


Gracias a la literatura, aprendí a decir mentiras. 

 

       

APERTURA MESHICA

 

Hace más de 50 años que la energía que propagan los átomos de helio que conforman al sol se prolonga por todo el lugar desde una única entrada en forma de rectángulo horizontal. Dicha figura es dividida por cinco barrotes oxidados, los cuales dan sentido a cuatro nuevos rectángulos, pero esta vez verticales. Sobre el fierro de esas barras cilíndricas se pueden contar las diferentes capas de pintura negra, lo cual podría ayudar a calcular los años que han permanecido aquellas barras insertadas sobre el concreto de aquella construcción.

 

El agujero pertenece a una pared de un edificio que encierra a la justicia, a los inocentes y hasta a más de un centenar de errores: es una ventanilla de 90 por 70 centímetros, y con un grosor aproximado de 25. Para el carcelero es fácil adivinar el camino que seguirá la sombra de iluminación que proyecta la estrella celeste antes de que amanezca y por donde desaparecerá durante el atardecer, pues ha permanecido en su puesto por más de 30 años, permitiendo que dicho ciclo sea predecible.

 

Con el paso de los ríos de las décadas sobre las grietas de su cuerpo no sólo lo han convertido en un vidente de la luz, sino también de las sombras, del ruido, del dinero y de los acontecimientos. Por ende, él puede diferenciar el ruido que producen algunos motores del transporte público del sonido que produce un conductor al tocar el acelerador de una moto. El “clakcson” tampoco le es algo nuevo, sobre todo durante la hora pico.

 

Todas esas virtudes que se han colocado sobre sus cuatro lóbulos como parches mal planchados sobre las rodilleras rotas en un pantalón desgastado, han reducido los recuerdos de la infancia y de la adolescencia de aquel hombre, así como los anhelos con los que una vez imaginó. A cambio de esos retazos de tela descoloridos, el oficio le dio un nuevo y aromatizado uniforme, para que olvide el trastorno de la inhumanidad sin culpa y sin preocupación que ha padecido desde que abandonó la juventud.

 

Jugar entre los charcos lodosos que dejaban las lluvias de mayo y junio entre los surcos de la caña de maíz, esperar a que la madre terminara de hacer las tortillas sobre aquel comal de barro que era rodeado por el calor que producían las flamas del fuego al quemar la leña, así como ayudarle a su hermano menor a amararse las agujetas, son señuelos que en su mayoría también han quedado aislados en algún rincón de la gran pared neuronal que conforma su cerebro.    

      

De ese hombre no queda más que una enorme masa corporal sin mente, sin ideas ni aspiraciones éticas y sociales. Respira enormes cantidades de oxígeno que se acompañan con una buena dosis de dióxido de carbono que va directo a los pulmones sin tomar en cuenta siquiera al esófago. Además, él se encuentra más cansado de observar en el retrato que cuelga sobre la pared con grietas la imagen de una mujer sobornada que sostiene una balanza mezquina, rota y oxidada sobre un peñasco rocoso y reseco que por los seis lustros que pasaron como el vuelo del ave, y en los cuales ha prestado su servicio fielmente a las fuerzas de seguridad pública.

 

Él descansa su obesidad y su aparato locomotor apaciblemente sobre una silla de madera que sólo esta barnizada de la mitad del respaldo hacia arriba, desunida entre la base y dos de sus cuatro patas y con los clavos salidos. Una simple caída cerca de ella podría herir tu ojo y hacer que pierdas el sentido de la vista. Asimismo, dicho asiento ha permanecido en el mismo lugar desde el día que se inauguró el Cereso del estado Puebla, por lo que ha sido testigo de la infinita crueldad humana.

 

La madera ahora podrida de la cual está elaborada esa silla chilla de vez en cuando, pero no se sabe si es por la cantidad de secretos que ha tenido que guardar en el interior de su materia o por el mínimo estiramiento de la persona que carga cuando ésta busca relajar los músculos atrofiados por el exceso de alimentos grasosos que consume diariamente, y que, además, permanecen estáticos por más de ocho horas. Muy pronto, el director García tendrá que escuchar su petición y comprar nuevo mobiliario para las oficinas y reemplazar todo lo que ya se encuentre en mal estado, al menos si se quiere evitar algún accidente.

 

Dicha solicitud ha sido ingresada tanto por el carcelero como por varios de los trabajadores de aquel reclusorio, pero poco a poco, los ánimos se han venido esfumando, pues además de que han buscado ese apoyo por más de cinco años, el director García siempre sale con la misma cantaleta de que no hay suficiente presupuesto para cubrir los gastos “diminutos” de ese tipo. 

 

En tanto, la actitud negativa de su jefe ha orillado a aquel vigilante a que mantenga también una postura de indiferencia, pues ya no le importa mucho si tal asiento es nuevo o viejo, o si todavía resistirá un par de años más, pues eso se convertirá en problema del área de mantenimiento de las fuerzas de seguridad. Él ahora sólo espera ansiosamente, como sucede con muchos meshicanos, que llegue el día de su jubilación para poder cobrar una cantidad de dinero considerable sin la necesidad de levantarse temprano un día más para ir a laborar y tener que escuchar las llamadas de atención por parte del jefe directo.  

 

Pretende olvidarse del comandante Castillo y de los regaños que a veces le tocan sin tener que deberla. La prepotencia de su superior se acrecentó luego de haber recibido un reconocimiento especial directamente de las manos del gobernador Gaona durante una ceremonia especial realizada el 16 de septiembre, como parte de los festejos del día de la independencia. Además, tras recibir ese bono especial por ser el líder del año que le permitió cambiar su bocho por un Audi del año, el comandante Castillo se había vuelto una persona insoportable. 

 

A sí mismo se decía que no quería volver a escuchar un acuerdo más que se diera entre una persona adinerada y un perito judicial, luego de que se cometiera un asesinato con alevosía y ventaja por parte del pudiente. Él prefiere aparentar que la palabra secuestro no existe más, al menos no cerca de él, o que sean sólo sílabas que se pronuncian en el mundo de la ciencia ficción: la verdad comienza a causar más navajazos cuando cruzas la línea de los años cuarenta. Asimismo, ansía oír la palabra narcotráfico y corrupción, pero sólo pronunciadas dentro de las escenas de películas meshicanas filmadas o utilizadas por los actores que representan a los personajes en una trama de alguna serie televisiva de moda, sea ya trasmitida por señal abierta o por televisión de paga, ya que las ha escuchado entre algunos de sus compañeros, reclusos y alguno que otro oficinista del Cereso, más con sus acciones que con su lengua.

 

Por tal motivo, la palabra soborno, de la cual su maestra de español y de historia siempre le exhortaron que se alejara, tuvo que ser aceptada como parte de su oración antes de ir a dormir. Para él no tenía tanta importancia como lo era para algunos jueces y abogados, ya que a él no le llegaban grandes cantidades de recursos como a ellos, pero se conformaba con que le tocara lo suficiente como para pagar las cervezas de fin de semana.

 

La “gratificación” más baja que recibió fue de 500 pesos que le había entregado una mujer delgada, con el pelo entrecano y algunas manchas de paño sobre la piel de su rostro, como de unos 50 años, luego de que le hubiera entregado una vieja y torcida imagen de la virgen de Guadalupe supuestamente de oro de 24 quilates que le había encargado un hombre de edad avanzada antes de salir de aquel cuartillo, tras rendir su declaración.

 

A él no le hubiera importado investigar si dicha virgencita era de oro en las casas de empeño o en alguna tienda de remate y sacarle más provecho al artículo, pero dadas las circunstancias y con el posible temor de que el comandante Castillo se enterara del favorcito y le hubiese quitado la imagen, prefirió terminar lo más antes posible con el cambio, puesto que él podría quedarse sin algún tipo de ganancia económica a comparación de su jefe, al cual no sólo le gustaba ganar efectivo, sino también cualquier cosa que fuera de valor con el pretexto de la confiscación.

 

Era bien de saberse entre toda la comunidad del Cereso que una vez que ingresaba un nuevo recluta, las pertenencias de éste solían perderse durante su estancia en el resguardo. Extrañamente, luego de cumplir su condena algún reo, lo único que aparecían era un par de pantalones viejos y una que otra playera agujerada. De las cadenitas, esclavas, anillos, relojes, entre otras cosas, no se volvía a saber más.

 

Algunos familiares y exconvictos interponían quejas con el director del penal, lo cual siempre era en vano. Hasta donde él recordaba, no hubo ni un sólo caso aclarado de las solicitudes ingresadas. En primer lugar, porque eran muy pocas como para hacer un escándalo, y, en segundo lugar, porque eran intimidados con reingresar a los recién liberados con el pretexto de levantar falso testimonio.

 

Asimismo, existía un enorme desconocimiento de derechos por parte de exreclusas y de sus seres queridos sobre la recuperación de bienes luego de una condena cumplida, además de que los requisitos solicitados por parte de la dirección resultaban ser un tanto absurdos, pues la documentación requerida iba desde fotos claras y recientes hasta las facturas a nombre del dueño, afín de comprobar que había una existencia de los artículos supuestamente confisgados: no permitían que hubiera armas conque defenderse.       

 

En cierta ocasión él recibió 5 mil pesos por implicarse en el traslado de unos paquetitos amarillos, envueltos con cinta canela. El tamaño de los paquetitos era similar al de ocho huacales, mismos que estuvieron guardados en el cajón de la despensa en la cocina de los reos hasta que el ejército meshicano se retiró. Anteriormente estaban en el cuarto donde el intendente tenía sus artículos de limpieza, pero si algo salía mal, bien el director podría lavarse las manos desconociendo la existencia de los paquetitos y colocando en su lugar nuevos dueños que no supieran ni leer ni escribir.                    

Al parecer, de todo se cansa el ser humano, incluso, hasta de robar, culpar y procurar hacerse de la vista gorda. El carcelero sólo desea salir limpio de su oficio, con el fin de no perder alguno de sus derechos de antigüedad, y con una jugosa pensión otorgada por el Afore. De este modo llevaría a su familia y a ese cuerpo catalogado de sobrepeso por el doctor de su clínica a las playas de Cancún, comer un grande y frondoso plato con mariscos, y de ser posible, observar unas cuantas veces el mar antes de ir a la cama, no sin antes deambular por algún bar medio decente, como lo hacía casi todos los viernes y sábados en el barrio de Los Sapos en Puebla.

 

Todo lo relacionado a él parecía estar ya rancio. Su gorra ya no tenía ese azul marino que la identificaba cómo cuando dejó su puesto de policía estatal para convertirse en carcelero. La placa también era diferente: pues de un color dorado llamativo pasó a ser un azul opaco y sin brillo. El uniforme que portaba diariamente también sufrió la misma maldición que impone la guerra contra el tiempo. Lo único que parece mantenerse de pie son las botas bien lustradas que viste aquel hombre y las gafas que ocultan el color de su iris: él prefiere contar individuos que calificar personas.

 

Sobre su frente y por debajo de sus mejillas morenas se dibujan una que otra arruga y verruga. El bigote que le nace por encima de los arcos de cupido se perdía muy fácilmente entre los vellos gruesos que se asoman desde sus fosas nasales. Pero ese detalle sólo lo había notado su esposa y algunas chicas con las cuales disfruta de los placeres sexuales que a su mujer le parecían insanos, impuros y contra las buenas costumbres que dictaba la religión. Melani, Melissa, Vanesa, Ariadna y Pamela son algunas de las prostitutas que él recordaba, y ello por los buenos trabajos que realizaron a cambio de un pago moderado.

 

Su favorita, hace algún tiempo había sido Vanesa, con quien había vivido un romance desenfrenado por cerca de tres años. Ella era el tipo de mujer que se ajustaba a su estilo de vida temporal: él era un hombre que deseaba mantener un matrimonio nuclear y de ejemplo, aunque sabía perfectamente que estaba caducado desde el momento que experimento los placeres y privilegios que le otorgaba su trabajo.  

 

Asimismo, Vanesa era una mujer joven, cuyo cuerpo todavía no estaba estropeado por los años. Sus bustos mantenían su resistencia una vez que el sostén rojo desaparecía, mientras que la tanga de hilo dental que se perdía entre los enormes glúteos resultaba ser el paraíso perdido para aquel hombre fetichista de la lencería femenina. La piel morena que revestía a aquella chica le resultaba más atractivo que la falta de color en las caderas de su esposa. Gracias a Vanesa conoció los actos más fogosos y candentes que pueden concebirse durante una noche vigorizante de actividad sexual. 

  

Por su parte, a su amante favorita poco le importaba la vida cotidiana de aquel hombre, si tenía problemas con su conyugue o si alguno de sus hijos había reprobado el ciclo escolar, pues ella se daba por bien servida con obtener una salida extra más el pago regular que él le ofrecía por sus servicios. Después de todo, tenía que llevar pan a la mesa de sus dos hijos y a su moribundo padrastro.  

 

La poca claridad de aquella habitación que estaba al resguardo del carcelero impedía calcular su edad, sin embargo, es algo que no preocupa ni a las amantes que frecuentaba cada vez que podía ni a los presuntos ladrones, homicidas, feminicidas, violadores, secuestradores y narcotraficantes que no llegaban por casualidad a aquel lugar. La indiferencia es recíproca, pues a aquel guardia poco le importa el origen de quienes ingresan a ese cuarto, si tenían hijos que mantener o cuidar, así como la sentencia que determinará el juez por su declaración posterior al juicio.

 

Él antes apoyaba con la limpieza de la mesa metálica y las tres sillas negras que ocupaban los presuntos malhechores y sus colegas cuando comenzaba el relato de la “verdad”, el cual muchas veces terminaba siendo una salsa de cuestiones al aire y respuestas envueltas con mentiras. Pero ahora que la delincuencia parecía estar en su apogeo, apenas si le daba tiempo de ir a desayunar a la fonda de doña Conchita, alias la “Chonchita” por lo ancho de sus caderas que apenas si entraban por las puertas convencionales. Su cocina económica era un espacio “ideal” para comer, pues era tan vieja como él.

 

Muy pronto, aquel cuartito dejaría de ser la caja de confesiones para los inocentes y los inadaptados sino se le daba el mantenimiento oportuno, pues de pintura ya sólo quedaban parches sobre un revocado que la filtración del agua de la lluvia ya había carcomido, vomitado, carcomido y vomitado. Al parecer, el Cereso era una infraestructura no querida, pues por las pocas remodelaciones hechas pertenecía a la lista de construcciones poco prioritarias por mantener, pese a que la “clientela” era constantemente creciente.

 

Las cuarteaduras eran incontables a tal grado de que si se pintaban las grietas con un plumón negro bien se podría formar o un excelente mapa de la República Meshicana con la división política de todos sus estados, incluyendo los municipios, o la ramificación del árbol genealógico de la evolución que han tenido los mamíferos desde hoy en día hasta los primeros microorganismos imaginados por los científicos dentro del periodo precámbrico.

 

Los vértices inferiores de aquella construcción mantenían una mínima cantidad de tierra y polvo, mientras que los vértices superiores eran cubiertos por montones de telarañas abandonadas que todos preferían imaginar que no estaban ahí. Cuando la luna se asomaba por las tardes, alguien activaba el interruptor y entonces el salón se iluminaba con un foco de 100 watts. De vez en cuando deambulaban moscas en el interior de aquel lugar, pero no volaban por ahí mucho tiempo, pues no encontraban alimento sobre cual posarse. Lo mismo casi aplicaba para las grandes y pequeñas cucarachas de la zona, a quienes sólo se les veía caminar en temporada invernal y de lluvia. Los mosquitos eran los mejores visitantes, pues eran recibidos por un gran banquete de distintos tipos de sangre, sobre todo por aquellos incapaces de defenderse.

 

Gracias a la literatura, también aprendí a decir verdades.   


     

METZTLI:

 

El calendario gregoriano marcaba el mes del invierno, el ombligo de diciembre. Mientras tanto, el tiempo azteca que pocos recordaban marcaba el inicio del solsticio. Era muy complicado precisar la fecha exacta del presente que se vivía, sobre todo por el desfase climatológico que imperaba por aquellos amaneceres. El lado más blando de la calamidad no sólo traía consigo los primeros capítulos de la confusión, sino también un extraño aroma a incienso de incertidumbre y poca certeza.

 

Por las tardes, hasta como a eso de la seis, la temperatura alcanzaba hasta los 40 grados centígrados. Posterior a ello, una creciente capa de frío se esparcía junto a las ráfagas de vientos que crecían sus cretas invisibles por las pálidas calles de la ciudad poblana. En ocasiones resultaba ser tan fuerte la potencia de los aires que un crujir se manifestaba como grito de terror entre los edificios de más de un siglo de arquitectura neoclásica decadente, convirtiendo a aquel lugar en una perfecta escena en blanco y negro de los años 60´s.

 

Pero dentro de las paredes que formaban la muralla del Cereso, el clima parcia tornarse un tanto más melancólico que el de costumbre, tanto entre las diferentes celdas donde descansaban los reos como en las oficinas con olor a humedad de los burócratas. Tan sólo con pronunciar la palabra de cárcel en cualquier tipo de conversación era motivo suficiente para que la gente dejara fluir ardientes sospechas, rumores grises y hasta malos pensamientos. Esto era común a lo largo y ancho de la república meshicana.  

 

Y dentro de la frágil realidad que abarcaba el resguardo del carcelero Rico, el cuerpo del misterio dejaba la mitad de su antifaz que cargo desde que fue invitado a deambular por aquellos parajes para que una parte de su piel blanca pudiera deslumbrar a todos aquellos que lo habían nombrado, pensado, pronunciado y hasta insinuado. Incluso, por aquellos que poco lo consideraban por ser fieles misioneros de la ciencia y el progreso se verían eclipsados por la fuerte influencia de su energía. 

 

Asimismo, la gravedad que se desataba por aquella construcción no era la misma que Newton había descubierto y descrito hace algunos siglos atrás, cuando la santa inquisición se daba el lujo de condenar a cualquier hombre que le estorbara de herejía. Sobre la materia que componían los diferentes artefactos de la prisión se empujaban los átomos los unos a los otros por una serie de impulsos más profundos que por las propias leyes. Cuando ese tipo de advenimientos se manifestaban, el carcelero gustaba de tomar la otra mitad del antifaz que dejaba en el suelo el cuerpo del misterio para colocarlo detrás de sus ojos y admirar, con su propia lengua, el sabor dulce que deja cada caso que está a punto de salir a la luz.  

 

Fue lunes cuando el calendario rutinario delimitó el corte temporal. Para esto, según los escasos recuerdos y cálculos inexactos del viejo y empedernido carcelero, era la primera ocasión que altos y corpulentos policías federales, en compañía de algunos elementos militares que portaban gafas y pasamontañas, arribaban a la habitación de su resguardo sin algún civil entre sus macizos brazos. Su arribo más bien parecía especie de reunión de secretos que toda una definida organización para algún tipo de redada. Ello se hacía más evidente debido a la ausencia de alguna autoridad de mayor rango que dirigiera al cuerpo de justicia presente.

 

En total sumaban cuatro los hombres que portaban el uniforme azul con los chalecos antibalas negros con la leyenda “policía federal”. Ni uno de ellos media menos de 1.80 de estatura, lo cual blindaba al lugar de cualquier protesta en contra de su presencia. El carácter era similar al de Rico: recio, firme y con un rostro que no mostraba muchas facciones marcadas. Eran lo que se conoce como seres sin sonrisa, después de todo, los habían capacitado bien dentro de la academia policiaca: los civiles no eran seres de razón, sino de sometimiento a la fuerza bruta. La mayoría de ellos trabajaba con esa idea: la autoridad y el poder son sus dos brazos derechos.   

 

En cuanto a los militares, hombres igual de altos que los elementos federales, también eran cuatro y mostraban la misma postura, un tanto fría, un tanto rígida que el mismo acero forjado por el herrero de Zeus. De vez en cuando dejaban escapar un suave bocado de aire, lo cual hacía recordar que detrás de aquellos trajes había seres humanos y no hombres omnipotentes tallados por la divinidad de la justicia.

 

Ambos grupos de seguridad pública representaban de forma muy lustrada y bien acabada los ideales de honor, valor y justicia que sólo existían dentro de algunas instituciones y para algunas personas, lo cual resultaba ser muy pertinente y estratégico para aquellos que los contrataban, pero cuyo salario provenía a costa del erario público. Cuando fue muy joven y recién ingreso a la policía, Rico se cuestionó a quien protegía y para quien trabaja, y la respuesta que encontró lo orilló a buscar el puesto que ahora cubría.    

 

El carcelero rápidamente buscó entre sus desgatados bolsillos la llave de bronce que quitaría el seguro del cerrojo descuidado, afín de abrir la puerta negra en el menor tiempo posible para que ingresaran los ocho hombres al interior de la pequeña sala de declaración. Sin embargo, como era de esperarse, sólo entraron seis, pues dos de los militares permanecieron afuera de la habitación en posición de resguardo. Tanto el cuerpo del misterio como el aire de suspenso siempre habían extendido sus zonas de influencia tanto en aquella tétrica habitación como por el corredor mudo que la conectaba con las oficinas donde se atendían a los denunciantes. Empero, para esta ocasión, el lugar parecía inundarse con una espesa neblina de grandes cantidades de escalofríos que recorrían tanto a las paredes agrietadas como a los elementos de seguridad pública: una película de terror se concretaría nuevamente.

 

Desde antes de la conquista, entre los diferentes individuos que daban materialización a la cultura meshica, el asunto del miedo y sus representantes parecían conformar una especie de enfermedad crónica que no afectaba ni al sistema nervioso ni al sistema locomotor. Era más fácil sentir una sensación de angustia aguda por lo que implica transitar por los senderos de un fangoso porvenir que por aquello que bien podría traer malestar a la carne y al hueso.

 

Pero incluso el mestizo Rico, quien se había acostumbrado a escuchar detenidamente las fechorías narradas con lujo de detalle por los hombres que utilizan diestramente el arte del cuchillo y del gatillo, así como a aquellos amantes de la pasión que prohíbe la moral religiosa y civil, sintió una pesada sensación nauseabunda que iniciaba desde el estómago hasta el último gramo de su garganta.

Un engrane no embonaba de forma adecuada en el interior de la máquina de rotación de la tierra. Ese aceite que servía para alumbrar el quinqué de las esposas en la espera del amante y que era el mismo que se utilizaba para que no rechinaran las cadenas de la fábrica, se había agotado, desplazando el agradable sonido del silencio por un crujir de rasguños que marcaban las todas paredes de ladrillos y mentales. Ello propiciaba que a la habitación que sólo ingresaban los elementos estatales, y uno que otro municipal perdido, ahora admitía hasta a los vestidos de verde.

 

La rara presencia de los federales causaba algo de disgusto a Rico, pero no el suficiente como para entablar algún lazo de conversación con alguno de ellos. Él tenía muy bien grabado sobre sus masas cerebrales que los elementos que trabajaban para el gobierno federal poco atendían a un homólogo de rango estatal, pues hasta en el propio gremio existía la tremenda división que azotaba al país entero. Ahora estaba de moda ser la oposición, ir en contra de tal postura o tal argumento. La falta de conciencia llegaba a tal grado de que cualquiera podía abrir los músculos de su boca y poner a trabajar a la lengua, dando discursos y declaraciones adornado con un tanto de coherencia barata (pero con toda ausencia de un completo sentido) para después retractarse respaldándose con el pretexto de que la disculpa fue hecha para todos.

 

Rico era un fiel partidario de esta idea oculta, pero sus largos años de contada experiencia en el ramo judicial, en donde todo lo dicho y pronunciado bien reinterpretado y manipulado puede ser usado en tu contra cuando tus adversarios así lo injerten en el interior de un juicio artificial para degollarte vivo mientras sus cercanos devoran lo que quede de tus restos vivos, lo habían hecho un tanto inmune al peligro, por lo cual, prefería portar el bozal de la autocensura.  

    

Por otra parte, a los militares se les estaba haciendo costumbre rondar por esa zona del estado de Puebla. Ello se debía tanto a las investigaciones que se llevaban a cabo para desenterrar a la delincuencia organizada (nombre propio que servía para designar a los ladrones que vivían a costa del abuso de confianza ocupando algún cargo público) como para las redadas sorpresa que consistían en encontrar al delincuente en el acto de sus fechorías. 

 

A la sala de declaraciones no importaba que figura de autoridad asistiera, pues todos (sin excepción) tenían que identificarse con Rico antes de acceder, pues debían ser colocados por nombre y apellido en el interior de las hojas que pertenecían a la libreta negra de registro. Por lo tanto, al no identificarse ni uno de los elementos, el carcelero pensó dos veces en solicitar su identificación, pero finalmente llegó a la conclusión de que aquella operación lindaba entre lo especial, lo reservado y lo secreto, por lo que prefirió hacerse el occiso en esos instantes. 

 

Aquel grupo de hombres llevaba consigo dos portafolios negros con un cerrojo de seguridad digital muy moderno, lo cual era algo sumamente peculiar ya que era lo único actual si se contrastaba con el demás material traído por ellos mismos: una radiograbadora chica, de color gris y algo deteriorada; un monitor análogo de unas 32 pulgadas, un reproductor de video DVD y VHS, así como una extensión color naranja medio carcomida por ratones que media por lo menos 10 metros.

 

Todo el material de set televisivo fue colocado encima de la mesa de la sala de declaraciones. Los seis hombres ahí presentes comenzaron a acomodar todo en la diminuta base, colocaron los tres cables negros a las diferentes entradas de la videocasetera y posteriormente los unieron a las entradas de la televisión, los enchufes de ambos aparatos electrónicos fueron conectados a la extensión y, finalmente, ésta fue conectada a la corriente eléctrica de la habitación.   

 

El reloj de mano digital que se encontraba sobre la muñeca izquierda del carcelero Rico había marcado las 5:00 p.m. cuando permitió el acceso al grupo de seguridad. Ahora marcaba las 5:20, pero la escena seguía siendo la misma: seis hombres rodeando una mesa que cargaba unos artefactos electrónicos y los dos portafolios negros con un cerrojo de primera tecnología: todo continuaba permaneciendo estático.   

 

Poco a poco, el murmullo creciente entre los militares y los policías federales disminuía la tensión generada por ellos mismos. La escasa conversación rondaba entre las ordenes que cada uno había recibido por parte de sus superiores para recoger el material que tenían a su resguardo hasta lo que imaginaban que encontrarían una vez que revisaran los audios y videos.  

 

Entre ellos, el intercambio de palabras seguía siendo un asunto tratado en voz baja, por lo que le resultó imposible al oído mezquino de Rico comprender el tema que hablaban. Los talleres sobre lectura de labios que había recibido por parte del área de capacitación no le ayudaron en lo más mínimo. La jornada laboral del carcelero terminaría en un aproximado de dos horas, por lo que contaba con 120 minutos para enterarse de la situación.        

 

Por lo regular, cuando los asuntos eran de índole general, es decir, los actos delictivos eran comunes, no se hacía un gran embrollo. En estos casos, el protocolo a seguir era sencillo: el presunto culpable era dirigido a la sala de declaración acompañado de un escribano y uno o dos policías. El tiempo podía extenderse hasta a los 60 minutos, lo cual era ya una exageración: los lugareños tenían pésima memoria, sobre todo cuando les convenía, y a ello se unía el poco habito de la descripción.

 

Claro que bajo ese método la mayoría resultaba “ganador” pues el trabajo era menos. Incluso, aunque fuese una declaración tediosa, el seguimiento podía aligerarse dependiendo de las partes que estuvieran involucradas. Eso era parte de lo impredecible del oficio, ya que, por el contrario, había declaraciones un tanto vagas y escuetas, pero dentro del seguimiento las contradicciones se iban haciendo más y más grandes. Por ello, el humano resultaba ser la única criatura que gustaba de hacerse a sí mismo la vida imposible, lo claro lo convertía en oscuro, lo pequeño en grande, y a partir del siglo XIX un fenómeno se manifestaba más latentemente: lo incorruptible en corruptible.     

 

En cambio, cuando el asunto abarcaba un delito donde se veían implicados gobernadores, presidentes municipales o auxiliares, delegados estatales, secretarios de alguna dependencia, así como empresarios y compañías, la cosa se ponía color de hormiga, pues el efecto, al ser de mayor envergadura, tenía que tratarse con una mayor sutileza y precisión, pues no sólo estaban en juego algunas cuentas bancarias con exorbitantes cantidades de dinero, sino también una que otra familia, apellido, prestigio, negocios y hasta vidas.

 

En Puebla, como en Meshico, la mayoría de los implicados lograba librarla justo a tiempo debido a los regalos, a los favores, concesiones y demás privilegios que se daban entre el poder judicial y la clase que se dedicaba a la administración pública. Eran contados aquellos hombres y mujeres que realmente se vieron azotados, aturdidos o amenazados por el peso y el castigo de la ley.        

      

Y lo más grave, como siempre, lo reprochaban los historiadores con orgullo y decencia de la academia. Pero también lo hacían los historiadores respetables de oficio, sobre quienes la memoria y la evidencia recaía más por el atrevimiento y el valor de sus acciones. De esta clase, ya para este siglo, la mayoría estaba descansando en su última morada, y los pocos sobrevivientes palidecían entre los rincones más alejados de los círculos de sabios e intelectuales.

 

Los manuscritos que habían dejado como legado a las generaciones dominantes y venideras estaban prácticamente perdidos. Por un lado, aquellos textos parecían estar mágicamente resguardados por una fuerza celestial poderosa que impedían el acceso oportuno por parte de los herederos para la apropiación de los mismos. Por otra parte, los escritos que alcanzaban a ser tocados por parte de los beneficiados figuraban en un idioma poco comprensible para el diluido intelecto interpretativo. Otro tanto de los beneficiados prefería permanecer lejos de los libros y del legado que en su interior habitaba. Por tanto, no era culpa de los escribanos que la fortuna se hubiese disuelto en medio de esta urbe en constante crecimiento dentro del abismo del deterioro.    

 

La espera por parte de Rico, los policías federales y los militares se prolongó hasta 13 minutos más después de que el reloj marcara las 6:00 p.m. El horario de invierno había ocasionado que el día durara menos, por lo que la luna y las estrellas ya se dejaban observar por lo largo y ancho del firmamento. Con la oscuridad llego la luz artificial, y con ella, casi el fin de turno de Rico. Él no quería abandonar la sala de declaraciones. No sin antes, por lo menos, de enterarse de lo que sucedería en las horas posteriores. Sabía, de forma anticipada, que en aquel embrollo había personajes de alto rango implicados, por lo cual, quería escuchar nombres. No porque quienes estuvieran implicados tuvieran el riesgo de caer o de ser destruidos entre la opinión pública, simplemente por el ámbito de la “mera” curiosidad que mantiene un veterano a punto de jubilarse.

 

Gracias a la literatura, logré asesinar mis bondades.     


   

 

ACUECUEYOTL

   

Afuera, la luna lucía un cuarto creciente rápido mientras se presentaba en lo alto de la cúpula celeste, coronándose como una emperadora de la noche, en medio de las más relucientes estrellas: eterna, siempre presente, nunca ausente, orgullosa de los dominios de los cuales se había adueñado por ausencia de rivales, aunque su rostro mostraba un estado de aburrimiento por estar enfrente del mismo panorama oscuro desde hace ya más de 4 mil millones de años. Empero, a esa actitud absoluta que mantenía, no podía negársele el título de la mejor historiadora documentada en cuanto al estudio de las eras geológicas y a los misterios relacionados con la religión y sus divinidades.

 

Por otra parte, el ábrego había transitado desde el Atlántico hasta la zona pacífica del sur y del centro, dejando un par de bocanadas que se habían dispersado hacía el golfo de Meshico, logrado así, una clarificación del cielo que estaba sutilmente aborregado. Por ello, en esta parte del extenso y poco explorado del firmamento se hizo presente la constelación de Perseo, Géminis, Cáncer y Tauro. Todas ellas parecían haberse reunido por alguna razón: es como si se tratase de una convención celestial que se convocaba para atestiguar los hallazgos de un descubrimiento que dejaría abombada a la población meshiquense. De cierta manera, la hoja del exterior mostraba esa apariencia abonanzada que es envidia de algunos filósofos, celos de uno que otro activista, inquietud de los insatisfechos, descontento de los malhumorados y adoración de los aquellos que practican con suma rigurosidad la acracia extrema, ya que imitaba a las largas, delgadas y finas mantas de los abedules adultos, mismos que habían elegido bordar ese tono para vestirlo desde aquel primer momento de su exuberante alborada.              

 

En tanto, el reloj negro digital del carcelero se acercaba a señalar las 7:00 de la noche. A 10 minutos de que ello sucediera, ingresó, de una forma precipitada y nerviosa, el director del penal a la sala de declaraciones, el cual iba acompañado de otros cuatro individuos nuevos para el veterano Rico. Debido al pequeño espacio, el tumulto de personas cubría casi media habitación. Uno de los hombres que había llegado junto con García y que vestía un traje negro con una corbata roja, ordenó, con voz ronca e imponente, a los federales y militares que esperaran afuera del cuarto, por lo que ellos se vieron obligados a abandonar aquel cuarto abyecto. Rico permaneció, sin emitir el más mínimo sonido, sentado en su lugar de costumbre. Él esperaba una orden similar, pero buscó disimular lo suficiente para escapar a un mandato similar por parte del director del Cereso o alguno de los presentes. Es cierto: no reconocía a los otros cuatro dado que era la primera vez que observaba sus rostros, pero en el fondo sabía que seguramente ostentaban algún cargo de nivel considerable y no tanto por su vestimenta, sino por las indicaciones desplegadas por el hombre de corbata roja. Por ende, aunque él quisiera quedarse a la sesión para escuchar y enterarse de lo sucedido, si lo mandaban a retirarse bien tendría que apegarse a la indicación emitida.

 

En incontables ocasiones le había tocado presenciar las inimaginables declaraciones de los más sagaces e importunados delincuentes y cuando éstas resultaban ser catalogadas como “graves” o “ad líbitum” la información se resguardaba en un estado de confidencialidad casi eterno, difundiendo sólo los grandes detalles superficiales a la sociedad civil. Ello lo aplicaban mucho con los reporteros y periodistas de la prensa, a no ser, que hubiese intereses de por medio: todo se regía según la disposición económica de los actores que estuvieran involucrados.  

   

La máxima autoridad del Cereso se dispuso a ocupar una de las sillas. Su piel era muy blanca como el tono de la porcelana fina. Lo era tanto que el color azul de las arterias se manifestaba muy notoriamente. Para algunas mujeres solteras, a los 45 años que recién había cumplido, era un hombre formidablemente atractivo con esa espalda esbelta y ancha, ese cabello oscuro y la barba de candado bien marcada y con un intenso color gato de bruja que diariamente portaba. Los ojos negros no sólo resaltaban mucho, sino que estaban dotados con una virtud de dominación y seguridad que hacían un juego perfecto con el tono de voz grave y susurrante, cuando así la situación lo requería. Pero ahora el color de su rostro aguileño parecía más un pálido por el estado de ansiedad por el cual transitaba que por culpa de los melanocitos que estaban en su epidermis. El traje gris que portaba bien planchado todos los días, mostraba diminutos rasgos de preocupación: la corbata estaba desalineada, como si hubiese sido desajustada tras recibir alguna noticia de gran envergadura. El cuello vista blanco de la camisa estaba un poco húmedo a causa de la transpiración de aquel hombre y el saco mostraba algunas arrugas en la parte de los costados y la costura central. En tanto, el hombre de corbata roja y actitud recia y ronca, similar a la voz, hizo lo mismo. A diferencia de García, este era un masculino puramente moreno. El tono de su piel brillaba en cuanto al color, sin embargo, quedaba bien ocultada a causa de los vellos que brotaban desde la hipodermis hasta las células escamosas. Media más de 1.80 de altura y su cabeza tenía la forma de un huevo de gallina. A primera vista, él dejaba entrever un carácter abrupto, contrario al flexible que tenía García.

 

El último asiento disponible fue ocupado por un varón que vestía una camisa azul rey de cuello italiano y un pantalón de vestir recto marrón claro. Él era aproximadamente 5 centímetros menos que la altura de Romero, el hombre de corbata roja, y difería también en el tipo de espalda, pues a diferencia de García que tenía la rectangular y Romero la de triángulo, él, Coto, mantenía la circular, lo cual le permitía lucir perfectamente el chaleco antibalas. En cuanto a los otros dos hombres que vestían ropa casual, Ramírez y Salazar, no les quedo de otra que mantenerse de pie en la sala de declaraciones: uno enfrente del otro. El ambiente del lugar se mantenía entre lo abstruso y la abstinencia por parte de aquellos caballeros. Empero, fue a García a quien le tocó romper ese estado de aberración que se adueñaba del pequeño cuarto en el cual se encontraban:

 

-          Bien caballeros, con el material de audio y video que esta sobre esta mesa seremos los primeros en presenciar las declaraciones de un asesino – dijo García.

 

-          ¡Por Dios García! – dijo enfurecidamente Romero- ¿Y para eso me hiciste conducir más de media hora? Si eso me hubieras dicho por teléfono cuando me marcaste ni hubiera venido. Sabes perfectamente que ya tenemos bastante trabajo en las oficinas.

 

-          No se trata de cualquier asesino y eso te lo puedo asegurar – comentó García – si de ello se tratase yo tampoco estaría presente en estos momentos ¿Crees que dejaría mi escritorio para atender un asunto que otro subordinado puede revisar?

 

-          Entonces ¿Por quién estamos aquí que merece tanto nuestra atención? – preguntó Coto - ¿Acaso estamos hablando del ácrata Jo…

 

-          Sí - interrumpió García - El material que se encuentra frente a nosotros fue rescatado hace unos días. Una semana para ser exacto. El ejército realizaba sus revisiones de rutina en la Sierra Norte de Puebla, cerca de Cuetzalan. Ellos iban acompañados por algunos federales. Les había llegado la noticia de que había sembradíos de amapola entre algunos de los cerros de esa zona por lo que fueron a echar un vistazo. Para mí que fue pitazo de distracción, porque no encontraron esos campos de cultivo.

 

-          Vaya… - vaciló Ramírez – ¿Estás afirmando que el ejército meshicano no encontró ni el más mínimo rastro de droga, pero si audios y videos del ácrata? Debes estar bromeando García y la situación de la república no se presta para bromas.

 

-          Hallaron una cabaña en la espesura del bosque tropical. Al ingresar a ella sólo encontraron un catre, cobijas, una mesa y un tronco mal cortado que al parecer funcionaba como silla. Debajo de la mesa había una bolsa negra que contenía una caja de metal de 60 x 60, con un candado al parecer nuevo, y también una pala pequeña. Dentro de la caja estaban estos casetes – relató García.     

 

-          Espera García. Si ese material lo encontró el ejército entonces no nos corresponde a nosotros tocarlo – comentó Salazar.

 

-          En primer lugar, Salazar, lo encontró un federal. El ejército sólo estuvo presente – afirmó García.

 

-          Aun así, sabes que esto debería estar en otras manos – replicó Salazar.

 

-          ¿Ya se te olvidó cómo funcionan las cosas en Meshico? – sonrió García. 

 

-          ¡Qué más da!… ya están aquí – vaciló Ramírez – yo digo que tenemos que escucharlos.

 

-          Espera un momento – pronunció Romero – García ¿Cómo estás seguro que corresponden al ácrata? Tú mencionaste que seriamos los primeros en analizar este material.

 

-          Por los grabados que tienen los casetes. Observa los bordes – contestó García.

 

-          Aquí sólo hay letras y número, no parecen ser iniciales de nombre o apellido – señaló Romero mientras observaba detenidamente un casete que había tomado con la mano.

 

-          Efectivamente. Esos grabados no corresponden ni a nombres ni a apellidos, sino a jugadas… jugada de ajedrez – se entusiasmó García.

 

-          Bien podrían pertenecer a algún campesino – bromeó Coto.

 

-          ¿A un campesino? Por Dios Coto, jugadas de ajedrez… ¡Ni en toda su miserable vida! – sentenció García.

 

-          Nos meteremos en serios problemas si alguien se llega a enterar de esto – pronunció Salazar                            

 

-          ¡No lo entiendes! – se emocionó García – si somos los primeros en armar la carpeta de ácrata nos convertiremos en los salvadores de todo Puebla.

 

-          ¿Y qué pasará si no sucede así? ¿Qué no te das cuenta? Estamos ocultando y deteniendo información que puede ser importante para la captura de ágata – dijo Salazar - Ya sabes lo persuasiva que puede ser la prensa.

 

-          No tienen porqué saberlo, no por ahora – dijo sobriamente García.

 

-          Estas… como se dice… consciente de que nuestros puestos están en juego ¿Verdad? – dicto Salazar.

 

-          Por eso razón debemos de escalar más allá – animó García.

 

-          García tiene razón. La vida es un albur y tú lo sabes perfectamente Salazar… perfectamente – intervino Ramírez.

 

-          Entonces señores ¿Qué haremos? – lanzó Coto. 

 

-          No se diga más del asunto y escuchemos los audios – propuso Ramírez.

 

-          Miren, a mí no me hagan perder mi tiempo con sus especulaciones. Si quieren imaginar que la voz de ácrata está plasmada en esas cintas háganlo. Yo ya me voy – dijo Romero poniéndose de pie.

 

-          Espera Romero – dijo Coto tomándolo del brazo – tranquilízate. Si García cree que todo esto es propiedad de ácrata, bien podemos escucharlo. De todas maneras, ya estás aquí, ya condujiste más de media hora y pronto conducirás otra ¿Por qué no le damos 10 minutos más a este soñador para que se convenza de que estamos lejos de capturar a ácrata?

 

-          Gracias por tu apoyo Coto, pero si Romero quiere retirarse puede hacerlo. Antes de convocarlos yo les informé debidamente de lo que se trataba y hasta donde sé todos están aquí por convicción no por la fuerza – señaló García.

 

-          Bueno, García, en algo si te equivocas. Lo que nos dijiste por teléfono sólo fueron ideas dispersas. Sin embargo, yo ya presentía que tus intenciones de reunión se relacionaban con el ácrata. Del todo sincero no fuiste – destacó Coto.

 

-          ¿Y que esperaban que yo hiciera? Ustedes saben que la telefonía ya no es de fiar – sentenció García de forma molesta.

 

-          Pudiste ver los audios y los videos para estar seguro antes de convocarnos – dijo Romero volviéndose a sentar.

 

-          Está bien. No volveré a insistir. Quien quiera retirarse, caballeros, este es el momento porque una vez que inicie el primer audio no permitiré que alguno abandone la sala. Rico, avísale a los militares y federales que tras la salida de alguno de nosotros en los siguientes minutos no dejen salir a alguien más – ordenó García.

 

-          A la orden – contestó Rico poniéndose de pie de su silla.

 

-          Espera Rico, espera ¿Tú vas a retenernos aquí, García? – dijo Romero burlándose.

 

-          Ni los federales ni los militares te van a escuchar – dijo Coto sonriendo.

 

-          ¿Ya se te olvidaron los “favores” que he hecho? Te aseguro que puedo hacer que sigan mis mandatos y más – los ojos de García se tornaron fríos.

 

-          No se me olvidan tus “favores”, pero recuerda que yo también he hecho los míos – respondió Romero serenamente.

 

-          Por favor señores, todos estamos aquí por el mismo motivo: acordamos repartir el pastel – dijo Ramírez.

 

-          Pues eso es lo que estoy haciendo, cumpliendo mi palabra – se enorgulleció García.    

 

-          Basta entonces de tonterías y comencemos… - dijo Ramírez tomando entre sus manos uno de los casetes.

 

Gracias a la literatura, duermo con el horror cada noche.   


   

TEPEYOLLOTL

 

-          Aguarda Ramírez, estoy tan ansioso como tú de conocer el contenido que hay dentro de este material, pero no creo que sea lo correcto el tomar uno a uno al azar y verlos así, sin una estructura como tal. Ello podría ser un tanto abrumador ¿No te parece? pues bien podríamos caer en alguna incertidumbre o alguna mala interpretación – dijo Salazar mediante un lenguaje que se prestaba a muchas deducciones no muy acordes a su trabajo.

 

-          Bueno, si tú quieres elegir el primer casete que tenemos que revisar o tienes la intuición mejor desarrollada que yo, adelante, yo no me opongo, dinos por cuál de todos hay que iniciar – señaló Ramírez un tanto indiferente frente a la postura de Salazar.

 

-          Creo que no has entendido bien el mensaje de este hombre de metáforas, mi estimado Ramírez. A lo que el abstraído del buen Salazar se refiere no es precisamente a algo que tenga que relacionarse con cuestión de gustos, preferencias y elección ¿Es qué, acaso ya olvidaste las marcas de jugadas de ajedrez que hay sobre ellos? Eso es un indicio que no está pasando desapercibido por nuestro colega. Por ello, a mí me parece que lo que sugiere Salazar es encontrar el inicio de las jugadas de la partida y con ello precisar el hilo conductor de este material que tenemos enfrente ¿O me equivoco Salazar? – comentó García con los parpados casi cerrados y tocándose la barbilla.

 

-          Vaya García que tú sí tienen bien acicateado el cerebro pese a la hora. Entonces ¿Estás de acuerdo a que acicalemos el asunto o prefieres aprobar el método aciago de Ramírez?  – mencionó Salazar en tono sarcástico y observando detenidamente a cada uno de los presentes.

 

-          ¿Entonces que propones en contra de la agnosia de Ramírez? – preguntó Coto entrando en el juego fortuito de Salazar.

 

-          ¿Ya estás acongojado Coto o qué sucede? Salazar fue muy directo con sus palabras, pero esa propuesta me parece un tanto de acidia. Es preferible que si hay mucho material que revisar pues veamos uno a uno y después nos preocupemos de darles un orden de acuerdo al juego de mesa. Además, seguramente en las evidencias hay más pruebas que nos indiquen una secuencia – intervino el agreste Romero.

 

-          No, no, no – dijo Salazar – esto no se hace así ¿Quieren acosar al ácrata de forma acremente o sólo pretenden acrisolar una parte del caso, que, debo recordarles, se está tornando como un arcoíris acromático? Tenemos que encontrar y seguir el patrón establecido si es que queremos hallar la verdad. ¿Qué no saben, mis estimados caballeros adamados que todo llega para aquel que ha aprendido a esperar? ¿Acaso quieren probar la semilla del acónito en lugar de sus hojas y tallos? El sabor es más amargo que el áloe.  

 

-          Me parece muy pertinente en comentario de Salazar – comentó García en tono afable con los presentes, pues pese a todos los argumentos, él pretendía adunarlos - ¿Alguno de ustedes conoce de forma adepta o adjudicada las reglas o las anotaciones del ajedrez?

 

Todos los hombres permanecieron callados como si fueran unos simples adonis y se abstuvieron de responder la pregunta acuciada de García que había conjeturado tras adular los argumentos agriaros de Salazar. Ellos sabían de mala gana que el hecho de conocer las anotaciones ajedrecísticas no era suficiente para lograr ordenar los casetes que estaban sobre la mesa en poco tiempo, pues si había alguna pista para hallar al ágata, éste se les podría escapar de las manos. Otra complejidad que se agregaba al asunto era que, una vez iniciado el juego las partidas podrían volverse como la apariencia de las flores de las adelfas, pero también adquirirían su sabor adiposo.      

Mientras tanto, Rico, quien permanecía adicto a su propia afonía y sentado sobre su vieja silla sin estar acuitado en lo más mínimo, escuchaba atentamente la discusión de aquellos hombres que los catalogaba como simples actinias: él prefería mantenerse como una simple aburrida acrotera más de aquel sitio, ya que ese tipo de escenas de caballeros agnatos le intrigaban mucho dado que cuando entraba la discordia en juego entonces salían más trapitos al sol.

Por otra parte, García sabía que no podía limitarse al hablar, pues la actitud de ave agachona del carcelero le daba cierta certeza de confiabilidad, además de que era un elemento que no buscaba ocupar su puesto. Por esa característica de “ser una tumba” lo había dejado permanecer en esos instantes, además de que sabía que le esperaba una noche larga de adrenalina, por lo cual necesitaría un testigo fuera de contexto con quien hablar sobre aquella secreta reunión.

 

-          Bien caballeros adustos, dado que la corteza de su pensamiento no comparte el color de la corteza del abeto y para salir de tantos alegatos, les propongo que cada uno copie las marcas de los casetes en una hoja y después las ordene según piense cómo se desarrolla la partida – dijo García.

 

-          Nosotros no somos aedos del ajedrez que van a ser agonistas en el ágora. Lo que ordenas ¿Va a abrazar las esperanzas de la captura del ácrata? ¿Nos mostrará el adarve sobre el cual tenemos que proseguir? – cuestionó Coto.

 

-          Ni la famosa acupuntura repara el cuerpo tan rápidamente. No olvides que todavía no estamos seguros de la evidencia con relación al ácrata, mi acendrado Coto. Estamos varados en el mar extenso y sólo tenemos conocimientos de acuicultura – mencionó Salazar.

 

-          Pero la pregunta de Coto viene a ser admisible – comentó Romero – la estrategia de García es tardada, poco práctica, carece de relevancia y hasta podría acuartelarnos… ¡Es como si quisiéramos pronunciar un abracadabra para deshacerse de las dolencias de los abrojos!

 

-          Escucho tu adorada propuesta – dijo García de mala gana mientras observaba directamente a Romero.

 

-          Seamos prácticos y dejemos de adormecer. Primero es necesario revisar las evidencias, pues bien podrían ser material de fiestas de XV años o como mucho estiman del ácrata. Segundo, alguien necesita regresar a la zona en donde encontraron el material que ahora poseemos. Tercero, y lo que considero más absurdo, reacomodar las partidas de ajedrez – mencionó Romero en tono acerado.

 

-          ¿Formaremos equipos o cada quien se encargará de una tarea diferente? – preguntó Coto aferrándose a la propuesta de Romero, pues él infería que Salazar sólo buscaba adormitarlos.

 

-          En este momento me parece más pertinente que dividamos las tareas de esta manera: García y yo revisaremos el material, Coto y Ramírez se encargarán de regresar a la Sierra Norte y Salazar se encargará de reacomodar las partidas – organizó Romero.

 

-          ¿Por qué he de ser yo quien se encargue del reagrupamiento de las partidas? – se exaltó Salazar al sentirse afrentado con las palabras de Romero.

 

-          Fuiste tú quien detuvo a Ramírez para revisar el material y dijo que deberíamos llevar la investigación de forma más cautelosa ¿Acaso estás menospreciando tu propuesta que adormece? Además, serás el menos afectado si todo esto resulta ser una charlatanería – se burló Romero de la actitud affaire que aparentaba Salazar con su comentario.

 

-          Pues exijo revisar el material con ustedes. Sí esto ha de aflorarse, también quiero créditos por el trabajo realizado – gritó Salazar no abandonando la postura de afrentoso.

 

-          Dejemos a un lado los adoratorios y el egocentrismo. Yo me encargaré de dar un orden a las partidas en esta sala de declaraciones – dijo Ramírez aflautadamente buscando evitar más afrentas – no quiero viajar al norte de Puebla y además tengo que cuidar mis adormideras. Coto puede ir sólo o en compañía de los militares y federales, sufre de aculturación urbana poblana y de una intensa acrofobia que lo puede dejar en cama.

 

-          Bien, que así sea. No quiero escuchar más disparates – mencionó Romero con acerbo mientras veía de entre reojo a Salazar.

 

-          Romero, Salazar y yo empezaremos con los casetes. Ramírez, inicia con las jugadas y tu Coto, ya sabes que tienes que hacer – concretó García.

 

 

Ramírez observaba el rostro aborigen de Salazar y lo que veía no era precisamente un abril de primavera. Según recordaba, él tenía un currículum basto en conocimiento y exploración de zonas boscosas y se preguntaba a sí mismo el por qué no se propuso para ir a la Sierra de Puebla, lugar en donde sus deducciones e inferencias hubieran sido más provechosas para la encomienda a Coto. Por ello, supuso que Salazar transitaba por un estado de abulia a causa de la actitud dominante de Romero y la postura débil de García. Asimismo, esperaba que el comentario sobre la acrofobia de Coto, lo cual no era cierto, causara una especie de aerolito en el cráneo de Salazar y el mismo se propusiera para ir al norte del estado. Algo que, por supuesto, no causó ni el más mínimo reactivo en Salazar. 

 

 

-          Espera Coto, mejor yo voy contigo. Aquí me siento como el planeta Tierra en 3 de julio. Sólo tomo nota de las jugadas en mi agenda y en camino a Cuetzalan las iré ordenando. Esos federales y militares no siempre son de fiar. Es mejor que alguien vaya contigo, aunque también sufro de aerofobia, me tendré que aguantar – dijo mientras observaba con una mirada lamentable a Salazar y regresaba la mirada a Coto.

 

-          Está bien Ramírez. Sirve de que ambos nos vamos ayudando a fortiori para que las dudas que surjan y acongojan al pensamiento cimentado no impidan lo afluente de los ríos de las ideas – pronunció Coto – en el camino yo te ofreceré un buen y frondoso ágape de claridades.

 

 

Coto había interpretado muy bien el juego de miradas de Ramírez, además de que coincidía con él sobre el estado abúlico de Salazar. Él también sabía perfectamente que su colega de trabajo era un experto en la ciencia de geografía, biología y botánica, mismo que había recibido algunas distinciones por la descripción de trabajos realizados durante su larga trayectoria.

 

Las exploraciones en el campo de las ciencias en las cuales Salazar era experto eran considerables, pues abarcaban un sinfín de investigaciones. Entre ellas estaban las publicaciones de las acacias y su fruto de vainilla, el acanto y sus diferentes hojas espinosas, el acebo y sus flores blancas y pequeñas, el aceráceo y su naturaleza hermafrodita, las propiedades nutricionales de las hojas de la achicoria, la sustancia colorante del achiote, las propuestas del acocil como alimento libre de sustancias tóxicas y sustentable en algunas comunidades meshiquenses por medio de la lluvia, los lagos, ríos y la construcción de acequias, así como la búsqueda de nuevos afrodisiacos en especies de plantas que no se habían contemplado en la medicina moderna.

 

Ahora, Coto, con respecto a la figura recóndita de Salazar, se catalogaba de adolecer la extraña enfermedad de ageustia severa. Ello se debía, principalmente, a la actitud afrentosa de su compañero geógrafo que esa misma tarde decembrina había mantenido desde el inicio de la reunión. Ya, anteriormente, había escuchado algunos rumores sobre los cambios de humor que repentinamente le llegaban y esa volubilidad era con la cual también trataba a los subordinados que él tenía a su cargo. Él lo admiraba mucho por el trabajo que había desarrollado como académico en algunas de las universidades de la república y por los comentarios de humanidad que relataban tanto sus alumnos como los exestudiantes que habían tenido el agrado de tratarlo durante alguna de sus cátedras. Incluso, se presumía que él era una de las mentes más brillantes del campus en el cual prestaba sus servicios.

 

Como ponente también lo consideraba como un sabedor de la atracción, la persuasión e incluso, cuando así lo requería, la manipulación, pues durante los congresos a los cuales él asistió, se percató de que Salazar manejaba una receta perfecta de cómo atraer a su auditorio, pues sus oraciones no sólo estaban tan cabalmente trabajadas, con una fluidez extraordinaria, llena de claridad y lejos de la redundancia, sino que además manejaba el lenguaje corporal tan magistralmente que lograba cautivar a cuanto lo escuchaba. Le mantenía una especia de aprecio y devoción por tratarse de un personaje siniestro y singular. Crecía que él era un biólogo que algún día se convertiría en el Newton de la biología y que de continuar con ese empeño y ardua labor que hacía todos los días, muy seguramente se convertiría en el futuro galardonado con algún premio prestigioso, un nobel talvez si antes éste no era comprado por algún otro investigador o científico. 

 

Pero esa apertura desconocida de su personalidad con la cual se confirmaban sus sospechas y por la cual Salazar se había dejado llevar, Coto lo empezaba a clasificar dentro de un grupo de agavillados científicos que lo único que buscaban era la brillantez de gloria, la corrosión del éxito, el ancla de la fama y la venda del poder que le podían traer su cerebro “brillante”. Virtudes mismas que él consideraba desastrosas para un sabio. Cuando Coto cursó la carrera en una de las más prestigiosas universidades de la república meshicana se había topado con mercenarios del conocimiento, lo cual, siempre despreció. Y ahora, etiquetaba a Salazar como uno de ellos: un pobre y desdichado hombre brillante que había caído en la trampa del ultracapitalismo, carga de la cual es imposible deslindarse una vez que se tiene sobre la espalda.

 

Gracias a la literatura, aprendí a amar mis perversiones. 


 

CHICOMECOATL

 

Coto era un hombre un tanto crudo, un tanto serio, un tanto sarcástico que ya casi alcanzaba los 50 años de edad, aunque por esa volubilidad parecía volver a vivir la adolescencia. Tanto como su rostro como su cuerpo ya mostraban algunos signos de cansancio físico, pues lucía la forma robustecida de un álamo de más de un cuarto de vida desde la frente hasta el desgastado color negro de su calzado que a diario vestía.

 

Sin embargo, su pensamiento reflexivo, analítico, cuestionador, así como la articulación de ideas a través de sus oraciones orales mostraban cierta frescura vital: la misma que alguien de 18 o 20 años de edad. Esto también se debía a la experiencia adquirida tanto por la práctica en los casos de investigación como por el hábito de lectura diaria que poseía. Lo anterior lo perfilaba como una persona con más de 300 o 500 años, como si fuese uno de esos personajes que se mencionaban en el antiguo testamento de las sagradas escrituras del pueblo de israelita.

 

Él media aproximadamente el 1.75 de estatura. Su piel tenía un color moreno radiante, similar al de los hombres de costa, de rostro redondo con mejillas anchas y con un tono de cabello albazano. El iris de los ojos eran tonalidad marrón, las cejas eran del tipo arco suave, sus pestañas eran muy pequeñas, débiles y quebradizas. Su madre constantemente le repetía que había heredado el rostro y el semblante de su padre, el cual había fallecido cuando éste tenía apenas seis años.

 

Durante su juventud, esa espalda circular le había permitido lucir sus camisas y playeras de una forma gallarda y coqueta, pero ahora, con la grasa abultada enfrente de su estómago y a los costados dejaban entre ver la “buena vida” de un veterano, aunque él sabía tomarle ventaja a la piel de su rostro sin vello. Los músculos de sus brazos habían dado su último crecimiento a los 30 años y con el paso de la edad, los bíceps, tríceps y el vaso externo ganaban algo de flacidez a comparación de los branquiorradiales del antebrazo, quienes todavía se mantenían algo definidos.

 

La atracción más hacia los textos que hacia las propias mujeres lo llevaron desde temprana a edad a tener poco contacto con el sexo opuesto. Muchos de sus compañeros se mofaban de él diciendo que pronto moriría virgen. Sin embargo, sus travesías sexuales sólo él las tenía claras o por lo menos en el recuerdo, algo que muy seguramente se llevaría al ataúd de su morada eterna.

 

Al igual que las relaciones amorosas, las relaciones interpersonales casi nunca fueron lo suyo, pues como habido lector siempre enfocó su tiempo en frecuentar más las bibliotecas escolares, cuando era estudiante, y las públicas, luego de haberse graduado de la universidad, que todo los bares y antros más concurrentes del estado. Ello no era algo que le preocupara mucho, ya que prefería tener de novia a la soledad sincera y reflexiva que a alguien con quien siempre tuviera conflictos. 

 

La biblioteca que más desde ya varias décadas frecuentaba se llamaba “Profética: Casa de la lectura”, en la cual pasaba más de cuatro horas diarias después de su jornada laboral, y cuando descansaba, casi cubría las 8 horas. También era un cliente frecuente de la cafetería de aquel lugar y gustaba mucho de los capuchinos con sabor a rompope y avellana acompañado de una ensalada a la jardinera con crutones y un suave aderezo miel - mostaza. Tenía la costumbre de solicitar lechuga fresca, aunque sabía en el fondo que ella era casi imposible tratándose de un lugar así y ubicado en el corazón de la ciudad.

 

La rutina también lo había enmarcado gozosamente bajo las escasas librerías de la capital y los bazares ubicados cerca del barrio de Los Sapos en sábados y domingos. Él acudía constantemente a las presentaciones de libros de los “nuevos” talentos, no sin criticar porque las casas editoriales seguían dando preferencia a hombres sin talento, pero con capital que todo a alguien emergente que realmente pudiera dar un giro a la literatura meshicana al ámbito universal.

 

También eran su pasión los cafés literarios, sobre todo cuando había música en vivo con saxofón o piano, las videoconferencias luego de haber emparentadose con la tecnología y uno que otro curso de arte, más como analista que como constructor de la misma, ya que el talento que “poseía” consideraba que era algo sagrado y que, antes de plasmarlo, era preferible encontrar el vínculo adecuado, afín de alejarse de la mala inspiración y éxtasis temporal.  

 

A todos esos lugares y eventos lo único que le acompañaba era el efectivo o la tarjeta de débito, así como esa sensación de placer por conocer y agregar más cúmulos de ciencia y conocimiento que, en muchas ocasiones, lo hacían confabularse y sentirse un ente erudito. Quienes lo conocían se sorprendían de ello, pero también lo consideran como un tonto egocentrista que no había hecho algo realmente relevante durante toda su vida, algo que él, personalmente, catalogaba como mera envidia. 

             

Toda la existencia de Coto se había visto atestada de agravios por parte de la vida, hablando en términos artificiales, y en ciertos momentos, sobre todo durante la adolescencia tardía, le habían sucedido una infinidad de percances y disgustos que poco a poco, sin que él lo pudiera permitir, moldearon el carácter que poseía y con el cual había aprendido a vivir desde hace mucho tiempo atrás.  

 

Ello abonó a que una parte de su personalidad fuese un tanto similar al estilo de Beethoven y Vicent Van Got, sólo que él no estaba tan ligado a las bebidas alcohólicas. Él prefería mantenerse lo más sobrio que le fuera posible o en su caso aplicar la estrategia y el comportamiento que había aprendido de Sócrates durante las fiestas y banquetes en la Grecia antigua a través de los textos de Platón que leyó durante la universidad, pues además tenía muy presente la tragedia que le había ocurrido al dios Azteca y guerrero Quetzalcóatl tras haber bebido demasiado pulque. Por ende, siempre se decía a sí mismo que no debía de perder ni sus dominios terrenales ni mucho menos sus dominios emocionales, pues lo existenciales, bueno, de ellos prefería tenerlos en el rincón del recuerdo.          

 

Por tal motivo, la lucidez de su mente siempre lo orilló a ocuparse en atender todos sus asuntos de manera personal y cada vez que algún amigo tocaba algún punto que se relacionaba con describir su existencia, él buscaba la forma de evadir la pregunta y cambiaba de inmediato la conversación. Esto lo hacía con todos, tanto amigos como familiares y no había excepciones, pues consideraba que cada persona era capaz de asumir sus propios conflictos existencias como mejor le pareciese: sea por la vía filosófica, por la vía religiosa, por la vía cotidiana o por la vía amorosa.

 

A esa idea enraizada desde el interior de sus células neuronales se unían dos problemas que hasta la fecha lograba perfectamente disimular. El primero era la carga de responsabilidad que sentía por la mala salud de su madre durante sus últimos años en el hospital, lugar donde falleció, ya que ella había muerto a causa de la cirrosis que desarrolló por el alcoholismo en el cual fue hundiendo desde la muerte de su marido (el padre de Coto) pues la decepción amorosa a causa de dicha partida le había caído como cruel aguacero formando un suntuoso aguazal en su joven vida.

 

El segundo era la agrafía (más mental que todo práctica), lo cual lo demacraba mucho por la impotencia de querer algún día publicar un libro sus ideas, hipótesis, teorías y especulaciones sobre lo que él consideraba como la decadencia de la filosofía del siglo XXI. Por tal motivo se consideraba el Sócrates de este ciclo, en parte orgullo, en parte un síntoma pálido dado que no quería convertirse en la sombra de un fantasma del pasado como le sucedió al sabio griego.

 

La ausencia del padre parecía no haberle afectado, al menos no durante los años de su infancia y adolescencia, ya que durante su estancia en primaria y secundaria fue alguien que prácticamente se relacionaba muy bien con todos sus compañeros del grupo. Incluso, era un alumno muy brillante y participativo. Pero esa actitud y entusiasmo no se mantuvo durante el primer semestre de preparatoria, temporada en la cual te tocó enfrentar otro duelo: la partida de otro familiar.  

 

Dado el tiempo que comenzó a pasar encerrado en su habitación, sobre todo cuando prefería apartarse de esa realidad que compartía con la apatía creciente de su madre alcohólica, Coto se las daba de agorero, pues gustaba de retraerse en sí mismo para predecir lo que sería en unos años más adelante, luego de que creciera, trabajara y se fuera lejos de su casa, pues los problemas que ajetreaban su hogar lo alejaban del estímulo para culminar con buenas calificaciones la preparatoria e ingresar al estudio de una carrera universitaria.

 

Y es que su padre había dejado en el abandono y en la miseria a su familia después de su deceso, pues, aunque tuvo grandes amistades con altos mandos durante un cargo de bajo rango en las aduanas meshiquenses, gozando de un jugoso salario, eso no lo ayudó a salir de la depresión que lo envolvió en los tiempos posteriores debido a los problemas que crecieron en su entorno.

 

Durante aquellos años, cuando sus padres eran jóvenes, el agosteño solía sacrificar parte de su tiempo posterior al de la jornada laboral con el agregado Rosales, a cambio, éste no sólo le confiaba secretos de otros altos mandos, sino que, además, lo apoyaba en cuanto a la promoción de un ascenso cercano. La meta de aquel hombre soñador era destacar en algún cargo público de gran peso e influencia.

 

Empero, eso no fue posible. En un tiempo no mayor a tres años, cuando Coto rondaba entre los dos y tres años de edad, su amigo íntimo y protector Rosales se vio inmiscuido en un problema sobre tráfico de animales, tanto de especies exóticas, raras, caras y poco comunes, como especies que pretendían ser integradas al país para la experimentación de la industria farmacéutica y cosmetológica. Entre aquellos animales con los cuales se le acusaba de traficar estaban los aguamalas, el águila de calva del Canadá, el agutí de la América tropical, un pariente cercano del airón proveniente de Guatemala, así como los exorbitantes y admirados albatros.

 

El rumor primero se dio a conocer en a través de los periódicos y después en la radio. La opinión pública fue muy severa en las columnas y las investigaciones judiciales dieron inicio. Aquel asunto, como era de esperase, primero llegó hasta la corte de justicia estatal, pero al especular que se trataban de millones de pesos y de un fuerte negocio en el mercado negro, llegó hasta la suprema corte, agravándose más la situación y más intensa la vigilancia y el espionaje. El padre de Coto salió embarrado en todo ese asunto de forma indirecta por ser uno de los hombres más cercanos a Rosales, junto con otros 15 funcionarios.

 

El asunto se transformó en un verdadero aguaje para muchos en la aduana meshicana, obligando a varios burócratas sindicalizados a renunciar a sus puestos sin gozo de finiquito y pensión, a cambio claro, de librar la detención por parte del poder Judicial. Mientras tanto, algunos empleados de confianza fueron dados de baja y uno que otro permaneció en su cargo dependiendo de sus capacidades, pero con severas restricciones laborales y un recorte de sueldo.

 

Rosales utilizó sus influencias y logró persuadir a la justicia, no tardó en huir de la república tras conseguir un amparo provisional y algunos periódicos nacionales decían haber sido visto por última ocasión en países sudamericanos, pero nunca se precisó el lugar. En las oficinas aduanales se especulaba que, al haber sido despojado de su cargo como el de otros altos funcionarios, el sistema de justicia dejaría de buscarlos, algo que se concretaba conforme trascurrían los meses.  

 

Mientras tanto, el padre de Coto, como era de esperarse, perdió tanto su trabajo como sus aspiraciones de salir de su situación, que no era tan precaria dado el ahorro que había venido realizando desde algún tiempo. Pero su ego se vio fuertemente dañado, y con él, tanto el orgullo como las ganas de ser un personaje sobresaliente, pues sentía que su nombre y apellido habían quedado fuertemente manchados por aquel caso y, por lo consiguiente, su carrera había terminado.

 

Poco a poco, el padre de Coto, un tanto decepcionado y otro tanto confundido, dejó de ser el hombre aguzado que solía ser cuando trabajaba en la aduana y de tener el apoyo de oficiales de un rango un tanto mayor. Ello lo orilló a descuidar poco a poco su hogar y cambió ese tiempo que invertía en actividades productivas por salidas a bares los fines de semana. En menos de un lustro se lo llevó más rápido la decepción y la tristeza que el pulque y el aguarrás que consumía.

 

Su madre trató de fijarse y mantenerse el adjetivo de mujer aguerrida para sacar adelante a Coto con el apoyo de su ágüela, una mujer con más 70 años que vendía aguacates en el mercado de la colonia en donde ella había crecido. El puestecito no les dejaba mucho para seguir llevando la vida a la que estaban acostumbrados, por lo que pronto se vieron restringidos de muchos lujos.

 

Tras el fallecimiento del padre de Coto, su madre decidió vender la propiedad en donde vivían y se regresó a vivir con su ágüela. El dinero que obtuvo tras la venta del inmueble lo supo administrar bien durante algún tiempo, pero cuando el alcohol se hizo con ella uno sólo, comenzó a hacer el despilfarro de sus bienes y el dinero comenzó a escasear. En tanto, la madre de Coto tuvo que comenzar a trabajar. Por las mañanas, Coto iba a la escuela y cuando no había clases o era fin de semana estaba a cargo de su madre mientras su bisabuela vendía aguacates en el mercado, y por las tardes, la responsabilidad pasaba a ser de aquella veterana mujer, quien le fomentaba mucho el arte de la predicción y los presagios supersticiosos, mientras que su bendita madre trabajaba para aportar ingresos al hogar.     

 

El trabajo en el cual se desempañaba con ahínco la madre de Coto eran unos invernaderos de ajenjo, lo cual le ayudaba a no dejarse caer en la aflicción de la ausencia de su marido, al cual había sido muy unida. Sin embargo, unos meses después, la bisabuela fue atacada en la garganta por una especie de alano cuando regresaba de vender sus aguacates, lo cual le ocasionó una alalia crónica que ni el aile que tanto se tomaba la logro curar.

 

Dentro de ese corto tiempo, la anciana se hizo limpias con ahuehuete, ailanto airoso, ají, albahaca y hasta con una alamanda que consiguió y le recomendó una de sus amigas marchantas, pero nada le devolvía esa alacridad que había mantenido hasta sus últimos años. Durante su último mes de vida se la pasaba hablando de un ahuizote alado y airado que hablaba con ella todas las noches, pero, según ella, sólo lo hacía para ajarla. Por eso, se le escuchaba todas las noches cantar alabanzas extrañas mientras agitaba un alazor: para poner en ahorma a aquel ahuizote.     

 

Tres meses después, la anciana fallece de una fuerte e intensa infección en las cuerdas bucales, o al menos, eso lo diagnosticó el médico forense. Para la madre de Coto, el mundo se tornó de un color todavía más ajedrezado, pues apenas si había superado la ausencia de su a látere y ahora debía de lidiar con una nueva ausencia: de la su ágüela. Lo único que la apapachaba era que su difunta finalmente descansaba en paz tras la larga vida que había tenido, lo cual agradecía y alababa al Señor. Empero, por otra parte, se quedaba sola, desamparada y con una actitud alambicada al tener que vérselas sin algún tipo de apoyo junto a su hijo.

 

Gracias a la literatura, convivo con mi ego sin problema alguno.


  

PATECATL

 

Ramírez era un hombre que pertenecía al Cenozoico primario: un tanto indiferente, un tanto tranquilo, un tanto alegrón, pero también una persona intensamente temperamental. Por lo cual era bien identificado más que por el propio esfuerzo en su trabajo. Él solía sufrir de una especie de vergüenza extrema y radical cuando alguien lo catalogaba de mero alcornoque, pero, además, que se lo hiciera saber tanto de frente e íntimamente como de forma pública o grupal, por lo cual procuraba ser una persona sumamente meticulosa tanto en sus actos como en sus palabras, pero sólo cuando así convenía.  

 

Él se autocatalogaba como una persona muy tolerante y una persona habida en el arte de la quietud y lo que a ella le concierne, diestra en la habilidad del manejo del silencio sin descuidar la acción que puede conllevar en su momento, empero, ello sólo dejaba entrever tanto las lagunas mentales de las cuales palidecía y al mismo tiempo de la poca seguridad que mantenía en la mayoría de sus decisiones: un ser con una fractura irreparable que arrastraba desde la primera adolescencia. 

También presumía de poseer hasta en el último rincón de su dedo meñique del pie derecho infinita sangre de altísima alcurnia y bien acomodada, erudita, así como sofisticada y de nobleza incuestionable. Lo anterior era una de sus más sonados discursos cada vez que asistía a alguna de las reuniones que se llevaban a cabo entre sus conocidos, amigos y familiares, buscando, se esta manera, mantener la cara de un gentil señor, cuyos rivales, jamás lograron apreciar.  

 

Incluso se comparaba con los “nobles” alfonsinos y uno que otro alienista destacado que había escuchado en unas de las tantas conversaciones que había sostenido con sus antiguos colegas de la universidad a la cual había asistido para sus estudios de “educación superior”, aunque su actitud siempre parecía tener un tinte de alifafe diariamente que a veces disimulaba y otras veces no, ya que, a pesar de pertenecer a un seno familiar científico y académico, él gustaba de frecuentar compañías que le hablasen de historias que se catalogan entre lo increíble, lo milagroso, lo inexplicable y lo paranormal.

 

Eso no era lo único en lo cual Ramírez desgasta su existencia, pues también le gustaba familiarizarse con el aldabonazo de sus conocidos, como los que solía decir Coto cuando lo acompañaba a alguna conferencia de su interés, con las historias mágicas utilizando a los alevines como afrodisiacos y también la alectomancia que escuchaba por las noches en el programa paranormal de la radio mientras tenían el alegro como música de fondo y permitía la entrada de los fuertes alisios a través del rectángulo de la ventana de su habitación, haciendo sacudir la cortina y otorgándole un ambiente de suspenso todavía mayor que él, muy en el fondo, adoraba.  

 

En cierta ocasión, trascurridos algunos meses de que ocupara su nuevo cargo, también optó por acompañar a Salazar a una de esas tiendas donde vendían artículos “descomunales”, donde la mayoría de los nombres de los productos que ofrecían a sus clientes él desconocía, lo cual rayaba entre los misterios de la ciencia y la puerta que permite el asomo hacia una dimensión alterna, lo que le ocasionaba cierta intriga mayor a la que le dejaban los relatos que escuchaba por la radio y un fulgor tan enorme como aquel que sentía Salazar visitando aquel lugar.

 

Y es que la lista no sólo era realmente extensa, sino también un tanto colorida, suntuosa y hasta pomposa: concentrados de todos los tipos de aldehídos existentes, huevos frescos de alfaneques domésticos, algalia de buen color, largas y cortos semillas híbridas de algarrobo, alguacilillos recién nacidos, esencia humectante de alhelís, arbustos de todos los tamaños de alheña, alhucemas secas y en trocitos no más grandes que la yema de un dedo, extracto venenoso de alicantes de edad madura (aunque también tenían ya de algunos tiernos), plumas de todos los colores de los alimoches, aliños de todo tipo por imaginar, aljófares auténticos y bien conservados, medicago sativa, algunas especies raras de las diferentes algas recogidas en las comarcas más profundas, entre otros muchos más nombres y productos que, como era de esperarse, Ramírez no se encontraba familiarizado ni en lo más minino, puesto que lo suyo fue más el placer presente.    

 

Lo único que reconoció y adquirió ese día fue un libro de alfabeto cirílico y otro rúnico, mismos que se le hicieron demasiado atractivos por el hecho de estar forjados mediante el arte tradicional de la elaboración de ediciones: la cubierta era de color roja vino con un azul rey cenizo que estaban bien amacizado por la tela tipo gasa que los recubría: una reliquia entre las reliquias.

 

Además, esta tela que le recordaba a la corona del sol en los eclipses solares, estaba muy bien conservada, haciéndola aún más llamativa al permanecer perfectamente bien sujetada al lomo que estaba cubierto de cuero regido y auténtico, el cual se alargaba hasta el extremo contrario formando una especie de cinturón como herramienta de seguridad para proteger el contenido que resguardase el libro.

 

Aquel estilo ya poco se elaboraba dentro de olas grandes casas editoriales y una minoría resguarda tal método con recelo. Su padre le había regalado algunos textos que compartían el mismo diseño, por lo cual su nueva adquisición sentaría muy bien con los anteriores que ya poseía desde su infancia, aunque si se conservaban en buen estado era por el poco uso que él mismo les daba.     

 

También adquirió un alfanje de tamaño miniatura que a primera vista era muy curioso y llamaba mucho la atención de cualquier espectador o coleccionista, claro que aquel estaba en perfectas condiciones como para exhibirlo en alguna exposición o museo. Tal artefacto, además de tener un brillo muy atractivo, poseía un grabado extraño que nacía desde la punta, empero, que se desvanecía nítidamente a un grado majestuoso para haber sido elaborado por cualquier herrero o artesano.

 

Finalmente, se hizo de las letras alfa y omega que estaban bien trazadas sobre un trozo una almadreña con almáciga, simulando alrededor una gran aljama en forma de adoración. Ese detalle lo había reconocido por el diccionario de símbolos que siempre ojeaba después de cenar y antes de encender la radio: era de los pocos libros que había revisado por interés propio y detalladamente durante toda su existencia. El costo lo considero un tanto justo y al mismo tiempo moderado, sobre todo al ver a la muchacha de personalidad alfeñique que atendía aquel lugar, misma a quien trató de hacerle la plática ignorando la advertencia que le había dado Salazar sobre ella y el álgido que despedía siempre. Además, tendría nuevas “curiosidades” que presumir a las visitas que llegaran a la estancia de la casa de sus padres, donde él todavía vivía y disfrutaba de muchas comodidades.         

 

En las noches, por ejemplo, nada de preparar reportes o informes, o planear clases como lo haría cualquier maestro, pues él se libraba de preocupación alguna debido a que, por aquellos años, Ramírez se mantenía a salvo tanto por la influencia de sus padres en el centro educativo donde él laboraba como por el apoyo propio del coordinador de área que tenía y por la “estima” misma del director.

 

Lejos de esa situación incómoda y poco placentera, él solía permanecer acostado con el radio encendido con volumen moderad hasta quedar intensamente alelado y hasta perderse en el sueño profundo del cual padecía desde que era un infante. La mirada siempre la postraba a la colección de artefactos descomunales que resguardaba sobre su luna, en el interior de su alcoba hasta que Morfeo lo seducía y lo finamente lo enviaba al otro mundo donde lo ilógico y lo racional se transforma en la única realidad coherente existente.

 

Sin embargo, con las artes mágicas y poderosas no se juegan, o al menos esa era la idea que siempre rodeaba su cabeza obligándolo a despertar a media noche cantando, de forma arrepentida, un caluroso aleluya. Aun así, su morbo siempre resultaba tener un mayor peso sobre su formación religiosa, ocasionando que buscara más el relato y la intriga de ese tipo de historias que por asistir a alguna reunión religiosa.          

 

Todo ello se agregaba a la personalidad que había conformado: la mayor parte de sus estados de ánimo derivaba de las circunstancias en las cuales estuviera atravesando, por lo que era evidente que Ramírez carecía de la madurez socioemocional que exigía el propio siglo XXI y la propia formación académica, o al menos eso decían los expertos. Lo anterior se reforzaba con algunos de sus típicos argumentos que utilizaba siempre del tipo alquimista de la edad media. 

 

Por tal motivo, poco opinaba con respecto a las actividades o proyectos que se proponían en su nuevo entorno laboral: mucho se había acostumbrado a no dar puntos de vista, pues no sabía tomar decisiones ni tenía como tal un criterio propio, y por ello prefería allanarse a aquel que fuera allende de la almadía sobre el mar, del pensamiento de la Almudena común, aplicando siempre sus técnicas de carácter almibarado, dibujándose a sí mismo como un ser allegado al actuar altruista, ocultando su apariencia desarreglada, de altanería y su tronco podrido de almendro: él era un trozo musical contrario al allegretto italiano, con brazos en forma de almadraba para robar la almazara ajena y rodearla de almenas legales y costosas siempre que fuera necesario.  

 

Esa suerte de haber sido hijo de burócratas siempre lo mantuvo sereno ante las adversidades y vaya que la supo aprovechar, ya que tuvo a su alcance todo lo que un matrimonio profesionista le puede ofrecer a hijo: los textos codiciados de almagesto, las enciclopedias extensas que contenían información de primera desde el alosaurio, las zonas propensas al alud, la forma de cómo extraer el almizcle del almizclero, el comportamiento de las alopecias, y hasta como almibarar los diálogos: contenido bibliotecario que, claro, nunca aprovechó salvo el último de los enlistados. Como bien ya se había dicho antes, siendo hijo de cuna afortunada, parecía vivir una segunda etapa de albor. 

De hecho, para la edad veterana que tenía de más de 40 años, los que lo trataban siempre de decían que era una vergüenza vivir en la casa de sus padres, quienes lo procuraban mucho como si fuera un niño aldeano de 10 años de cualquier aldehuela perdida en el mapa. El aldeorrio que padecía mucho se lo debía tanto a su mamá como a su papá, pero también a la niñera que siempre tuvo a su lado y la cual nunca pudo alentarlo a ser alguien independiente puesto que sus progenitores siempre vieron a los obstáculos como un peligroso alérgeno para Ramírez.     

 

El sueldo para aquella mujer que se encargaba de cuidar al menor, en ese entontes, era jugoso y considerable, por lo cual, luego de que Ramírez llegara a la adolescencia, ella no objeto por llevarle la contraria en alguno de sus berrinches y travesuras, pues al mismo tiempo, ella no se volvía aleve con la postura de los padres y su educación. Además, en varias ocasiones lo encubrió cuando la directora del colegio donde él estudiaba citaba a los padres de familia para darles a conocer alguna queja sobre el comportamiento de Ramírez. A cambio, el adolescente le regala algunos deliciosos alcuzcuces que tanto le fascinaban a ella y que siempre le compraba su mamá los domingos de paseo. 

Sin embargo, la belleza del dinero y la comodidad de la nodriza terminaron en aquella casa luego de que Ramírez esculcara la habitación de sus papás y ellos perdieran varios artefactos de valor: billetes, anillos, collares, un álbum de monedas antiguas y hasta una vieja y oxidada albada traída desde España y que ambos resguardan como pieza histórica invaluable por pertenecer a la madre patria. 

  

Por tal penosa y descarada situación, aquella mujer soltera nunca más volvió a caminar por debajo del grande y viejo alero que estaba por afuera de la cocina y debajo de la puerta de salida para poder dirigirse hacia al fondo del patio trasero para llegar a la habitación en donde dormía de lunes a viernes. Por su parte, los padres de Ramírez no volvieron a contratar a alguien para el cuidado de su ahora joven hijo alevoso.

 

Pronto creció Ramírez y su padre no descansó hasta que su muchacho consiguiera un buen trabajo. De hecho, el puesto que ocupaba actualmente se lo debía al sindicato de trabajadores al cual pertenecía. El cargo que también le habían ofrecido cubrir era el de alcaide, luego de que lo trasfirieran del recinto educativo donde prestó siempre sus servicios. Claro que ello no era un ascenso, pues él había estado implicado en un albazo que se dio al amanecer en el lugar donde se desempeñaba como maestro.

 

La anterior fechoría había sido organizada por él y un grupo de docentes que estaban en contra del trabajo que trataba de implementar el nuevo director de la unidad a la cual pertenecían, y como se sentían “intocables” acusaron a dicho personaje de cometer alcaldada ante los medios de comunicación, pero al no obtener la mirada del sindicato como ellos esperaban, llevaron a cabo la tetra ya mencionada, total, el chiste, era colocar a alguien de su propio círculo que les siguiera tapando sus desmanes y desordenes.

 

Aunado a esto, la ambición de Ramírez caído sobre sus dientes y se había venido acrecentando luego de que sus compañeros lo postularan como el mejor para ocupar el cargo de director, pues que había buscado nítidamente desde hace 20 años. Claro que él no era ese tipo de persona que se preocupara por mejorar el quehacer educativo o que fomentara una educación basada en los principios de libertad, de justicia y de libre albedrio, lo único que buscaba era conseguir más recursos para continuar con sus desmanes y dar privilegios a sus conocidos compañeros.

 

Empero, ese teatrito le había costado caro, pues además de no obtener el apoyo del sindicato y de sus padres, ahora jubilados, lo obligaron a desertar en la ambición que otros habían fortalecido sobre él. La figura de suedorespeto y confianza se manchó con todas esas actividades en las cuales participó, salpicando también a sus simpatizantes, y poco a poco los fueron redistribuyendo en distintas unidades académicas, así como en otras dependencias de gobierno, afín de aparentar la pérdida de derechos y recisión del contrato.

 

Pero ello sólo fue la gota que derramó el vaso, pues ya de por sí tenía muy mala fama tanto por su comportamiento poco activo como por el abandono de sus clases escolares. Muchos de sus compañeros en la secundaria lo conocían por el sobrenombre de “alcatraz”, haciendo referencia a la flor que sólo estaba para contemplarla, pero no tocarla, y a los niños les gustaba dibujarlo en forma de ave, haciendo referencia a la otra definición de alcatraz.

 

Todo el mundo se quejaba de él y del poco desempeño que mostraba. No asistía a los días de evaluación y tampoco entregaba planeaciones debidas. Todas esas faltas laborales le fueron generando poca simpatía con el nuevo encargado del plantel educativo, por lo que éste también andaba buscando un pretexto para removerlo y colocar a otro de su gabinete en su lugar.

 

La vida de irresponsabilidad siempre impero tanto en su círculo laboral, que implicaba sus clases en las secundarias del estado, como dentro del social, donde prefería más deleitarse entre los placeres sexuales, así como en la mayor parte de su temprana juventud y la tardía adultez que siempre estuvo acompañada de cigarros, alcohol, una que otra droga y un gusto moderado por la marihuana. 

 

Siempre fue de promedio estándar hasta en la normal superior del estado, obteniendo su plaza gracias al dinero que aportaron sus papás: cerca de 250 mil pesos para que el pudiese entrar en el talón de pago del área de las ciencias sociales, impartiendo principalmente clases de Historia a los tres grados de la escuela por lo regular después de la hora de receso, ya que, si era antes nunca llegaba, pues Ramírez no era de las personas que albeara: dejaba que sonara la alarma durante algún tiempo y aun así terminaba ignorándola y apagándola.  

     

Gracias a la literatura, la codicia es hermana del éxito.



 

MAYAHUEL

 

-          ¿Cómo les irá al alumbrado y al amoral con la misión amorfa que les tocó cuando estén en la Sierra? – bromeó García mientras observaba a Romero

 

-          Seguramente que llegando al lugar donde encontraron las cintas se van a divertir paseándose entre los centenares de animaluchos que hay en la Sierra. De hecho, ahora que lo pienso ¡Ni tiempo les dará de acordarse del amorcillo! ¡Es más! ¡Ni siquiera de amoscar! – dijo Salazar en tono amanerado.

 

-          Mientras no tengan que cuidarse de los anofeles pienso que todo va a estar de maravilla – comentó García – pero creo que debí acompañarlos en la anacoreta que seguro están teniendo. Aquí tenemos mucho trabajo y tengo más ganas de comenzar que un anopluro. Espera, Romero ¿A dónde vas?   

 

-          Iré a hacerles una llamada a esos dos desamparados. No quiero que se la pasen hablando de ampelidáceas ni de la belleza de la ampo ni de la historia de las ampollas o se enfoquen al estudio de la ampolleta ¡Ya saben cómo se le da al ampuloso y anabaptista de Coto! Es capaz de distraerse con el anabático de la zona o con las ananás al estilo de los anacreónticos, igual que tú, Salazar: hijo del anarquismo. Ustedes, anfitriones, apilen los casetes, pero no inicien la revisión de ellos hasta que yo regrese. Quiero abordar o descartar el asunto, sobre todo si se trata del ácrata – amagó Romero mientas salía de aquel cuarto.

 

-          ¿A quién irá a llamar este amazacotado? ¿Sí será a Coto y Ramírez? – le preguntó con la vista confusa García a Salazar.

 

-          No tengo ni la menor idea, García, pero si llamase a esos anatemas lo debería hacer aquí, enfrente de nosotros ¿No te parece? Sus palabras no son más que unas anchetas de un anarquista – respondió Salazar dando unos cuantos pasos para ir detrás de Romero.

 

-          Espera ahí anatematizador, deja de propagar el barullo – dijo García mientras lo tomaba del brazo – no pienso que sea necesario amagarlo.

 

-          ¿Amagarlo? – preguntó detenidamente Salazar - ¿A ese animalizado? Sólo quiero asegurarme que la anonácea que nos acaba de nacer por estos casetes no se convierta en frutos y hojas para los ánsares que ni les costó trabajo cosecharla y ni siquiera aprovecharan como tal sus propiedades.  

 

-          Sabes a lo que me refiero. En estos instantes lo más preciso es que nos mantengamos aluzados y no amedrentados entre nosotros mismos. Sé que la tensión no es invisible y mucho menos si se trata del ácrata, por lo tanto, es preponderante que amengüemos todo esta peculiar alunizada. Vamos, abandona la angustia y no te aniñares. Deja que el anodino de Romero realice su llamada. No pienso que haya que preocuparse porque un peruano deguste, deliciosamente hablando, la anona que nació en Meshico y que nos pertenece. Mejor tomate un par de ansiolíticos mentales, igual y hasta te curas de la anorquidia igual que Coto.            

 

-          Veo que no se te hace extraño algo extraño ¿Verdad? Que Romero haga una llamada cuando desde un principio había dicho que fue pérdida de tiempo estar aquí – susurró Salazar – ese “amarar” podría ser amilanado tanto para nosotros como para Coto y Ramírez. La anemografía, al igual que muchas ciencias, se ve limitada por el ego del científico, pero quien lo regresa a la realidad y le devuelve lo que durante ese estado de anosmia perdió es el anemoscopio. Es de suma importancia dejar a un lado el anhelo para que haya espacio para encontrar al antagonista.  

 

-          Esa podría ser una amonestación grave, muy grave y de cierta manera es amuela, demasiado amuela de tu parte: te hace parecer un anélido que busca practicar la anemofilia. Romero es un pobre que sufre el síndrome del amartelar para con su amasia. A simple vista amenaza, domina y habla, en cambio, desde su amancebamiento ese hombre dejo de ser la alumbre que solía ser para convertirse en el nardo de amartelamiento para esa amazona. No es más que una simple anémona consumidor de anfetamina.  

 

-          Amén, pero yo dudo mucho siempre: para ver a los anfibios tienes que por lo menos anegarte, pero cuando estos ya no se encuentran en su primer estado, debes imitarlos y deslindarte de la anemofobia. Además, si estoy muy sabedor de ese amasiato que vive, pero vaya que su carácter no concordaría con algo de lo que me acabas de comentar – dijo Salazar con un diminuto semicírculo dibujado por sus labios.

 

-          Pues ni yo mismo lo creí hasta que Coto lo tacho de amatista luego de hacer conocido a su esposa, quien además de catalogarla de mujer amazona, se burló de Romero porque la comparaba con los arcángeles. Fue muy complicado interpretar las palabras de aquel viejo hombre, pero apele a su arrogancia y finalmente me lo explicó, y claro, también sus motivos. Es por ello que éste amatista está cuidando su amate “angelical”. Ya habrás imaginado por qué se negaba a venir hasta aquí. Lo de la oficina fueron meros ambages. Un hombre de su peso y calibre no se puede dar ciertos lujos, como el de evidenciarse. 

 

-          Parece que tomas los sermones de Coto como si fuera alguien que tuviera el peso de hablar desde un ambón o de pertenecer al grupo de los querubines. Tal explicación me parece un tanto ambigua, como los ángelus. El viejo de Coto es sólo eso… un viejo más que sólo dice lo que sus amebas le ordenan ¿Confías más en las interpretaciones de tu amicísimo amonita que gusta de preferir ser un amnícola que en realidad está atrapado en un pedazo de ámbar? Ese hombre vive soñando que saborea ambrosia durante el ambigú. Dime ¿Qué ha hecho de importante durante toda su vida? Cuando estoy cerca de él no huelo sus palabras a ambrosiaco, más bien emite aroma a amebiasis. Apuesto a que no conoce ni siquiera el significado de vocablos tan sencillos como el de la anfractuosidad, el del angstrom, el del anfiteatro o el del anglosajón. 

 

-          Eres una anguila de cuidado, Salazar, de cuidado. Puedes ser muy animoso, pero también ocasionar anoxia. Si fueras mujer te diría que sufres de amenorrea y que en tus entrañas existen ánimas de anovulatorio, pero en realidad eres muy ameno y esta charla está siendo de ese mismo nivel. Anhelo que siempre sea así. En cambio, no es que defienda a Coto y que me angustien tus comentarios hacia él, aunque debo de admitir que a veces pienso que sufre de amnesia, pero es una persona muy elocuente, anímico, admiro su animosidad y respeto los comentarios que hace sobre el animismo. Él también. Al igual que tú, transmite alma y vigor. No tengo algún tipo de animadversión con él. Si ha habido algo que ocasione un distanciamiento es por el trabajo, tú sabes perfectamente cómo es esto. Coto ha platicado ya en diversas ocasiones con Romero, incluso, lo ha acompañado cuando sale con su “amazona” en ya diversas ocasiones y tú sabes cómo es Coto que dice no sufrir de algún tipo de ametropía ni en los oídos, por ende, es su pasatiempo indagar dentro de las situaciones humanas que se tornan amófilas. Tú mismo lo dijiste: es una ameba, pero cuidado con ellas porque también te pueden ocasionar una amebiasis – sonrió García.

 

-          Si la anoxemia es tratable, la amebiasis también lo es La pregunta es ¿Coto tiene lo admirable del anís o será alguien que cause un anquilose? Y la siguiente premisa a analizar es: Sí Coto tiene el sabor de anisete ¿Hasta qué punto hay que beberlo antes de que nos cause dolor de cabeza? Sobre todo si comentó lo que hace rato me dijiste. Así de simple, sin anochecer el asunto ¿Es amigo de Romero sí o no?

 

-          Esa es una pregunta que no podría contestar ni aunque pasaran unos mil annos Dómini, Salazar, sobre todo si ansina lo panteas. Debo destacar que para comprender el pensamiento y la forma de hablar de Coto hay que tener en cuenta que él pertenece a ese tipo de personas que busca pronunciar lo mejor de lo antediluviano. Su antelación, definitivamente, es algo que hay que reconocerle. Es un hombre anticonformista.  

 

-          ¡Por Dios Santo García! No me vengas con esos juegos. A cualquier hombre mundano, antojoso, antinomia, le permitiría esa respuesta que no es ni vacuna, ni cabra, ni carnero, pero a ti, luz que penetra hasta en el más rincón de cualquier antro meshicano cerebral… ¡Al dios de la sospecha! ¡Al progenitor del desmantelamiento de la añagaza! No mi diseñador de los apantles, a mí no me ves la cara de un simple apacible ¿A qué estamos jugando? ¿A descubrir las anteras enfrente de alguien que ya las estudió? ¿Quieres encubrir algo que es evidente? ¿Los resultados de este antibiograma que radica entre lo exacto y la verdad? No le trates de decir a este anticlerical que el anteridio es exclusivo de la divinidad y no de un proceso evolutivo que se puede demostrar en cualquier laboratorio – dijo Salazar exaltado, casi furioso, con los brazos al aire.

 

-          Mira, Salazar, los detalles que tú tengas con ese antialcohólico son detalles que a mí no me interesan en lo más mínimo. Yo aspiro a formar parte de lo antiatómico, de lo que se acerca a lo apolíneo y se aleja de lo antojadizo. Admiro lo que para unos puede ser antiestético y anticuario. También respeto a aquellos que son fanáticos de las antífonas y lo que a ello le atañe. Empero, yo sólo busco que te apacigües y no vayas tras de Romero. Es más, deberías de agradecerme que te estoy dando el alimento antiemético que ocasionaría si tú escuchas los argumentos de Romero. Él no te va a tratar con antífrasis livianas y rodeadas de algunos antófagos: su carácter llega a constituir un mal antiperistáltico. Y yo digo ¿Para que necesitas tu una antigualla en este momento?     

 

-          ¿Quieres que beba el antihelmíntico para amenguar lo que podría decir Romero si voy tras de él? Pero tal medicamente se torna al sabor del antimonio. La historia siempre ha demostrado que estamos condenados a luchar en contra del antipapa, aunque no se mencione con fuerza y certidumbre. Es menester que apele yo a ella y traslade tal antipapa a nuestra charla para que yo diga con mucha mayor fuerza lo siguiente: ¿Qué escondes? ¿Hay algo que no quieras que escuche de Romero? Según tú y los disparates de hace un momento provienen de Coto, empero, son habladurías que, en primer lugar, ni vienen al caso, y en segundo, no me interesan. Coto habrá salido y acompañado a Romero, pero si ese hombre se reviste de la moral y la ética, pienso que no debería hacer ese tipo de descalificaciones y menos a las espaldas de su compañero de trabajo. Recuerda que hasta el neutrón ya tiene su antineutrón – dijo Salazar en cólera media.

 

-          Vaya que hoy es tu tarde para practicar la antropofagia – dijo García medio burlista – será mejor que dejes para otra ocasión esos comentarios, antropófago. Aunque ahora que me incitas a deslindarme de toda simulación de apapachos para con nuestros congéneres, debo destacar que el tinte del añil se está desvaneciendo sobre tu figura antropomorfa y también vislumbro una anunciación dentro de esta apachurradera dentro de la cual me envuelves. Dejando mi estado de homo sapiens y entrando a mi estado de antropopiteco ahora yo te digo: todo el tiempo te la pasaste discutiendo antes de que se fuera Coto y Ramírez y ahora mira cómo te han dejado unas simples ideas de Coto. Pienso que la presión del trabajo o te está matando esa visión clara de la que siempre has gozado o te está ocasionando una simple presión en la aorta ¡Tú dímelo! Romero ya sabe lo que opina Coto de su relación. Él mismo se lo dijo cuando lo acompañó a comprar una americana para su esposa luego de haber terminado el curso de antropometría al cual tu faltaste y que no justificaste, hasta donde yo recuerdo.

 

-          García, a mí me pagan por encontrar a los hijos de los antropoides de nuestros tiempos, no para andar escuchando chismes o involucrarme en la añoranza ajena y en lo que a mí respecta todos tenemos que ser vigilados como si fueramos unos aoristos. Además, no es por presumir, pero a comparación de otros, yo sí puedo darme el lujo de decir que soy un anuro añoso. Hay centenas de hombres que practican el aojar y no dentro del nivel del año lunar y todo lo que a ello le atañe, sino en lo real. Ramírez… bueno, lamentablemente la delincuencia ha penetrado hasta en los más altos mandos de la justicia y no sólo es algo reprobable, sino también algo vergonzoso para Meshico, incluso, a través de la mirada internacional ¡Nos estamos destruyendo! Muy pronto yo estaré apartado de todo este tipo de asuntos, por lo cual, aspiro a alejarme sin estar apenado ni por el más mínimo detalle ¿Sí me explico? Todo tiene que estar aperlado cuando así suceda.  

 

-          Finalmente nos hemos entendido. Recuerda que es nuestro deber mantenernos cerca de lo imparcial, lejos de la apartheid, del catolicismo y del conductismo. Nos tocó ser, o más bien, elegimos ser hijos de los apostatas utópicos y ello se tiene que anteponer siempre. No lo digo en tono apático, Salazar, sino con la más vehemencia posible: como tú lo dices, hay que apergaminarse en todo, pero sutil con nuestros mismos a la vez. Descartemos los apercibimientos posibles ¿No te parece? Al menos el de Romero, el de Coto, y aunque nos cueste, también el de Ramírez, aunque este último me cause un poco de apepsia. Hay que ser aplomados por lo menos hasta que este apétalo regrese de hacer su apetencia para con la amazona, perdón, digo, para con su amada.  

 

-          En lo primero, debo admitir que concuerdo contigo. Tenemos, me agrade o no, que ser sujetos del aplanamiento aun cuando toda circunstancia se tilde de la mayor sangre apocalíptica. Ubicarse entre lo apocado y la apología es algo en cual soy un adicto, aunque a veces así no lo quiera. Hemos de vivir en la eonidad que ofrece la aporía: no sólo tenemos que ser sus hijos o sus defensores, sino el significado de la palabra propia hecha carne. Talvez tu y yo comprendamos eso, pero mantengo mi postura con respecto a los demás. Coto, incluso, a pesar de ser un fiel servidor de la aporía, en lo personal, sólo lo hace mediante el apodo, porque él pertenece a la clase de ápodo: ha perdido, no sé en qué momento ni es algo que me cause molestia mínima, la originalidad, sin darse cuenta cayo en el apócope de la aporía. Por tal motivo, me atrevo a indagar en los apócrifos de cada uno de los aposentos que se nos presentan ahorita, en este presente y con estas problemáticas a abordad… ¿Cuáles serán las desventajas que nos traerá ser un apátrida en todo lugar? ¿Cuáles…? ¿Cuáles serán las desventajas de no lograr un aposentamiento cuando lo evidente nos grita para que lo desenterremos y entonces actuemos bajo lo que es correcto y justo?                                

 

Gracias a la literatura, probé lo dulce de la sal.



HUITZILOPOCHTLI:

 

Mientras García y Salazar discutían y esperaban a que Romero se reintegrase con ellos para la revisión del material, talvez no aposturadamente, Ramírez y Coto se alistaban para ir camino a la Sierra dentro de una camioneta 4x4 con los vidrios polarizados, con el fin de aprehender o localizar más pistas sobre el ácrata. De las bocinas del estero sonaba una melodía del estilo del arrullo, tal vez, con fines artemisos para lo que estaba por venir, pues el viaje no estaba resultando tan artificioso como se esperaba. Además, el clima era tan espinoso como las propias arengas que manifestaron cada líder revolucionario en determinado momento de la historia humana y su relación con la rebelión.

 

Aunque se les había solicitado anteponer la prudencia durante su estadía en aquella zona montañosa, muy probablemente el transporte oficial o los delataría o anticiparía a los distintos moradores a elegir entre que decir y que no, según claro está, fuera conveniente: el arenque no sólo se consume ahumado, como es típico, sino también al fresco, aunque su sabor parezca arisco. Después de todo, ellos atravesaban un siglo en donde es difícil distinguir la división de artificio dentro del arte plumario, pues incluso el arrurruz ya se plantaba en el mundo occidental, haciéndolo, talvez, tenuemente, artificial como el propio artesa. Ya la ciencia había demostrado que es posible sufrir de arteriosclerosis hasta en el propio pensamiento.     

 

La apreciación sensitiva era algo de lo que Coto consideraba necesario disimular con aquellos que se topasen para hablar. Desde hace algunos años atrás el apresto era algo que tomaba muy enserio. Pese a tal apuración, incluso muy señalada por Coto desde un principio, al final, ni él ni Ramírez se opusieron a viajar en el vehículo oficial y llevar consigo a uno de los militares que esperaban afuera del cuarto en donde se hallaba el material a resguardo de sus congéneres.

 

Esto porque después de todo siempre estaría disponible una que otra artimaña para que cualquier detalle o información fuera asequible. Bastaba con recordar algunos de los casos anteriores, así como el estudio de la atarazana. Tener aserto sobre la aserción, bueno, ese ya era otro detalle a considerar que requería más meticulosidad, afín de no realizar la práctica de un arúspice sobre las asaduras de un artrópodo o un artiodáctilo y caer en algún tipo de asechanza.        

 

Dentro del vehículo, Ramírez observó un aerómetro con un fino tono argentado, siendo ese el motivo por el cual le llamo la atención. Aquel artefacto estaba encima de lo que parecían ser restos de argamasa y uno que otro arvejón amarillo, lo cual le recordó al viejo monje austriaco y su experimento sobre las leyes de la herencia que una vez vio en biología. Más que asaeta, le causó un estado de ascuas científicas por Mendel y su relación con el ascetismo, talvez Budista, talvez, Kantiano, según le había comentado Coto en alguna no muy lejana ocasión.   

 

Asimismo, encima del aerómetro sobrevolaba una pequeña y apreciable arica. La danza de ésta y su zumbido le habían hecho recordar la aria que había escuchado en el intermedio de la práctica del areópago escolar durante su etapa de “activista”. De vez en cuando, la conciencia de Ramírez lo arguyaba en contra de su etapa profesional actual, porque Aries nunca sería Capricornio, ni Leo, ni Géminis. Ese también fue un golpe fugaz, una mordedura áspera de una aspid que lo asolaba por debajo de una asonada neuronal, dándole principios de aspaventa por lo que estuviera por efectuarse. Ni modos, a Ramírez no le quedo de otra que asir su asidero de asiduidad y colocarlo por debajo de su piel de astracán, dibujarse una aspa de forma disimulada entre los ojos, la nariz y la boca, respirar profundamente, aparentar asiduodidad para no levantar asomo, ocultar su carácter astroso y atarazar un asta invisible que tuviera efecto de aspirina para calmar su astigmatismo mental.

 

Sus órganos, nuevamente volvían a astringirse, pero estaba aprendiendo a atalayar, mantenerse bajo un estado de ataraxia, más por influencia de Coto que por sí mismo, quien en ese instante se convertiría en su atalaya, librándolo un poco, tan sólo un poco, de la astracanada que vivía diariamente por deambular en su propia, egocéntrica, y poco fructífera astrobiología: él era el blanco a través de la aspillera que sus padres, y algunas de las generaciones atrás, habían construido.                 

Coto poseía el ojo y parte del oído más aristocrático que Ramírez por lo que también pudo reconocer al arica antes de que se esfumara por la puerta recién abierta para su ingreso. De hecho, siguió a la arica hasta colocarse encima de un armatoste con símbolos de armenios y de armiños que estaba junto al depósito de basura. Una parte de ese armatoste se hundía entre alt sucia, negra y pestilente.

 

El vuelo de la arica, era evidente que no despedía aroma, sin embargo, Coto imaginó un camino de aromo detrás de su diminuto y frágil cuerpo mientras tarareaba un arpegio con poca arpía. Él tenía cierto aire de atavismo y se atenía a él de forma atestada muchas veces sin lograr evitarlo. Su psicólogo fue quien se lo hizo notar, y, aunque al principio lo negó, terminó por aceptar e incluso en sacarle cierta ventaja a ese atril, que lo dejaba autoleerse de vez en cuando.         

 

En tanto, el militar atezado abrió la puerta para tomar el lugar del piloto. Atisbó a Ramírez y Coto sin atisbo alguno, atusó su corta cabellera y colocó su gorra verde, atestó la llave sin atolladero y encendió el vehículo para atosigar el viaje. Sus actos desbordaban una postura atravesada al mismo tiempo que los movimientos toscos y musculares de aquel hombre lo remitían al paleolítico del paleolítico, cuya arqueología era mejor ignorar dado que las explicaciones sólo las comprenderían los arqueopterigios, sin llegar, claro está, a alguna atrocidad.

 

Además, en cuanto a seguridad, disciplina y atufo moderado, era el perfecto arquetipo de los de su clase, incluso, mejor que sus otros compañeros. Bien se podría decir que infundía cierto grado alto de augustosidad y que por esas carnes que revestían su grueso esqueleto le esperaba una vida todavía muy lejos de la parca atropina, gozando sus descendientes de atingencia con cualquier tipo de atrofia o atonía, claro, con una reluciente y atildada piel atezada.         

 

Asimismo, aquel hombre dejo entrever una especie de apósito sobre una de sus piernas mientras iba manejando, ocasionándole a Ramírez un estado de aprensión y atrabiliario, dado que le recordaba situaciones de unos ayeres no muy lejanos. Además, por la seriedad que presentaba aquel uniformado lo catalogaba de apretado salido de un cualquier aprisco, un arquíptero arrapiezo salido de un atlas viejo y olvidado en su ático, un vil austero que no pasaba del atracadero, dedicándose toda la vida a atoar de cualquier barco de carga pesquera o basurera, claro que ello no se lo hizo saber por miedo a ser atomizado argumentalmente hablando.

 

El nombre de aquel hombre era Héctor: delgado y de espalda rectangular, de piel tan áspera a causa de humedad o crema como el atolón, con rostro similar al de los viejos arameos y portaba ropa de tono araguato con un aroma extraño y similar al arándano. Sobre su cuello colgaba una cadena delgada con cuatro arandelas del mismo tamaño y en medio de ella un dije en forma de indescriptible araucaria. El rostro en forma de rombo denotaba tener la característica de un artero, pero no de cualquier artero, sino uno del estilo del ascetismo, lo cual lo hacía más peligroso: él era capaz de decidir, asentir y asaltar sin aturrullarse.       

 

Había una actitud de aprensivo que también notó Coto, pero no en el nuevo acompañante Héctor, sino en la postura de “apuesto” que insinuaba Ramírez para con el hombre de verde y arbitrario. Para Coto, un individuo que había decidido colocar su vida dentro del trabajo del colegio militar, era alguien que gozaba de una armadura hecha en dos partes: el casco estaba bien solidificado con la áptera y la armadura con la cubierta del aprecio. Por ende, aqueste, más allá de colocarse una delgada capa de indiferencia, optó por buscar aquistarlo para que se convirtiera, más que un personaje del mismo bando, fuese alguien con quien lo propuesto o lo dicho pasara por su aquiescencia: no hay como compartir el ara con los semitas para que todos seamos hijos del mismo papagayo. 

 

Después de todo, Coto también pensaba que el militar bien podría ser el arabesco de la arquitectura de las coníferas, el a posteriori de los arcángeles guardianes del árbol de la vida, pues la intuición le arrojaba que a la zona de búsqueda en donde llegarían, muy posiblemente, necesitarían a un experto en campo abierto y zonas de difícil acceso y qué mejor de alguien aquerenciado por los livianos aquilones que se perciben más allá de los 3 mil o 4 mil metros sobre el nivel del mar. En este trabajo, si se aspiraba a encontrar la verdad era preponderante apuntalar que alguien dedicado al oficio de lo aquilatado sólo retrasaría y oscurecería el desarrollo de la investigación, y su conductor, parecía despojarse, o desconocer, tal actividad propia de un hacendado.  

 

Además, aquel hombre no sólo les traería la comodidad de ir descansando de los apuntes, de lo arbolado y arbustivo que hubiere en las veredas y hectáreas por caminar, sino que también él sería un guía que los colocaría justamente en el punto donde encontraron las grabaciones, aparentemente, del ácrata: no habría desperdicio de días, noches, e incluso semanas, irían directo a la medula espinal del asunto, anteponiéndose así a aquello que pudiera incurrir en traición o desgracia. Por ende era menester mantenerse como los hijos de las hojas del árbol perenne, para no repetir el acto de la Noche Triste.

 

Y para su suerte de no arrancado, Coto estaba cerca de lo correcto. La formación de Héctor no se remontaba a la de un mero sujeto servil o cualquier arreo simple emanado de un suertudo arrayán, pues él estaba ligado, de forma arregostada, a los conocimientos de la arboricultura, del estudio de lo arborescente, el meticuloso proceso del arborecer, dado que aquí abarcaba tanto su pasatiempo como su especialidad (sobre todo del arce), y poseía un gran catalogo mental de los arboles caducifolios. Además, él diferenciaba que hierbas eran comestibles y cuales causaban arcada, era un magnifico edificador de arriates, contemplador de arrambles, arreboles y arreglos florales, así como un arribista como cualquiera de su especie.  De hecho, Héctor tenía sobre la espalda un tatuaje que sobresalía por más cuando se ruborizaba: el árbol de la de la ciencia del bien y del mal.

 

Héctor tenía otro tatuaje sobre su brazo izquierdo que era más visible que el otro: un arcabuz que era sostenido por una ardilla con una argucia penetrable, aunque, aun así, se alejaba de arrecio para acercarse a las 13 monedas que conforman el arras. Después de todo, cada cual posee su historia, su vida, la cual no permite ni una acción del tipo del arrebaño: cualquier detalle o corriente siempre sale a relucir o contradecir, como los hijos del dogma del arrianismo. No había duda, el militar ayudaría tanto a Coto como a Ramírez a aupar tanto la zona como el objetivo mismo.   

  

Todo lo anterior decía mucho, y al mismo tiempo, poco sobre Héctor. El aura estaba de su lado, al menos, por ahora. Es posible que también tuviera sus momentos arrechuchos, empero, sólo los arrimados lo sabrían a la perfección, como otros retoques sobre su personalidad. De hecho, quien lo conocía sabía que él gustaba del dibujo clásico, arquitectónico y de los auranciácea. Estos últimos eran como el áureo para los mineros.

 

Bien se podría decir que sobre él se posaba la aureola de la composición y la perspectiva, que él poseía el don y la glorificación del lápiz sobre el cuadernillo y la hoja en blanco que ni su hermana, primos, tíos o padres poseía. Dentro de su aurícula no se acumulaba sangre, sino líquidos con aurífero que dan vitalidad al corazón pensante. Posiblemente, el ahora y temporalmente auriga de los investigadores hubiese entrado dentro de la categoría de niño prodigio, la aurora del avante.  

 

Ello porque desde muy temprana edad practicaba esa arte y dentro de ese lapso prematuro había realizado majestuosos bocetos donde se destacaban los arbotantes, las archivoltas, así como algunos arcos de medio cañón, de ojival, de triunfo y algunos mayas. También tenía una avefría, un avechucho, un ave del paraíso, un ave fénix y un autillo de acuarela descansando en algunos pliegos de bond, cada uno ocasionando desde el auspicio, la austeridad, hasta el autismo para quien osaba contemplarlos y el auspicio para los agoreros que enterraban la mirada en su obra.

 

Cada una de ellas era única, autentico, del estilo autobombo y autócrata entre el gremio del pincel, aunque Héctor así no lo quisiera. Por la gran cantidad de matices y diferencias, parecía que cada avatar de aquel militar había pintado su propia marca dentro de aquellas líneas y dibujos. La artería corría dentro de sus arterias, nombrándolo casi casi por naturalidad, arrumaco, ateneo y atributo de lo artífice.   

 

Cuando fue adolescente ardía ejecutando tal ardid durante su tiempo libre, que generalmente era por las tardes y los fines de semana. Sus padres no negaron tal ardimiento para la geometría y el espacio, y, aunque sus primeros trazos no los consideraron ardites, poco ardor le fomentaron para elegir la carrera de arquitectura, pintura o artes plástica, pues conforme pasaban los años preferían que él se entregara de lleno a un oficio más remunerado, como de esos que se dedican a la auscultación o a emitir el auto de formal prisión. Esto para lograr ser alguien similar a una autarquía, ya que consideraban que esa era mejor herencia que le podían dejar.

 

La familia a la cual Héctor pertenecía era pequeña, de origen austral con oficio de enfermería y especialidad en colaboración dentro de la autoplastia. Habían llegado a Méshico, a través de una avenencia con la embajada de relaciones exteriores para estudiar un diplomado en tratamientos para la avariosis. Pero ese era sólo el motivo superfluo, pues en realidad en su lugar de origen tanto el trabajo como el alimento habían escaseado demasiado, además, de que ambos (los padres de Héctor) deseaban cambiar de aires y respiros, y que mejor, en uno de los países en donde abunda la cultura y la diversidad de seres autótrofos, ya que ellos, deseaban aprender a sembrar y probar productos directos de la tierra, ya que estaban cansados y aburridos de los alimentos congelados y enlatados.

 

En tanto, quienes integraban a la nueva familia meshicana eran Héctor y la hermana mayor, llamada Azur, misma que ya estaba casada y tenía dos hijos con un hombre devoto del señor de la asunción: uno cursaba el preescolar y el otro era una nenita de brazos. Azur siempre se había distinguido por ser una mujer poco avasallada, y ahora de casada con un azteca, aquello no había cambiado mucho. Empero, ambos trabajaban en el local de productos de limpieza que habían puesto con el arrimo de los padres de Héctor. A grandes rasgos, les pintaba un presente tranquilo y, de así sostenerlo, un matrimonio feliz.

 

Los padres, tras acabar la especialidad que tomaron, tuvieron que ocultarse con el fin de no ser deportados. Con el paso del tiempo y con la llegada a Azur a sus vidas, lograron conseguir la nacionalidad meshicana y se dedicaron a ser comerciantes, logrando poseer negocios de ropa en los tianguis. Por ello mismo, se acostumbraron a siempre andar viajando a lo largo y ancho del país. Al llegar su segundo hijo, Héctor, su padre vio la posibilidad de acabar con su sueño frustrado: ingresar a la academia militar. Y es que él no fue aceptado en la milicia de su país luego de que le diagnosticaran arritmia.

 

Aunque la decepción lo agobió por cierta temporada, no le impidió salir adelante cuando conoció a su esposa y probó suerte en el matrimonio. Sí, bien, toda su vida se arrobó de arrogante, tenía prueba de ello en la actualidad: autos, casas, terrenos y locales conformaban parte de su gran patrimonio. Además, él era de las personas que arrostraba a lo que fuere, incluso, se decía a sí mismo, a la propia muerte, pues se glorificaba arrollar su propia enfermedad como cualquier perro arrufado.

 

Gracias a la literatura, mi ambición es mi pasión.



CHALCHIUHTLICUE

 

-          No sé a qué hora llegue… mi barragana de follaje elegante y flores rosadas en forma de corazón Azucena. Primero tengo que lidiar con esta barbacana pesada del averno que me causa demasiada aversión. Esto es una lección, una prueba para conocer y saber que estamos dispuestos a hacer para defender nuestra barraca, nuestro barragán, nuestra barcarola, nuestro barcino y nuestro barlovento. Ni modos, yo me he avezado barajustemente, a veces en contra de mi propia voluntad, y espero que tú lo hagas también: siempre habrá un barbitúrico para la carne, pero sobre todo para la voluntad. Recuerda que es necesario aviar todo lo que se encuentre en nuestras manos y tú lo sabes… el bargueño es admirable, pero constante de construir aún si se tiene un barrilete perfecto, de última generación. Y hay algo mucha más relevante ¡Difícil de valorar el bargueño a través del baremo! Simplemente, porque no hay tal tabla, no existe, es imposible querer pesar lo que no es materia, lo que no vale en oro, diamante o maíz. Asimismo, el trabajo sobre el bargueño aspirar a la hermosura y el talento de la bayadera, más cuidarse de no lindar cerca de lo basto, del barullo o de lo barroquísimo, porque bien podría convertirse en un bastardear o en una bazofia. Por ende, si el barrizal y el basalto se ha colocado ante nuestras manos y pies construyamos la basa de nuestra batea, de nuestra batería, de nuestro bauprés del batiscafo que nos otorgará la beatitud. Te amo como jamás llegue a imaginarlo, haz eliminado lo baladí que habitaba en mi mente, dentro mis palabras, sobre mis pensamientos y por debajo de mi corazón que ahora lleva la bastardilla de tus flores blancas y fragantes. Tengo una avidez bastante de llegar a casa y estar contigo navegando en nuestro solitario batel que un día se convertirá en un batelón, pero hay un ávido suelto y es parte de mi trabajo indagar el paradero de ese hombre de baldón que ha causado grandes baladros para batallar, si es necesario hasta hacer un batido minucioso. Hay que bazar ahora que se puede. Su costo está valuado hasta en balboa… quien lo diría… ¡Ya hasta lo busca cualquier beato y beata! Por lo que mientras más rápido sea capturado, mejor, para ambos y para todos, afín de que se apacigüe el batiboleo de los sobrevivientes. Además, estos avorazados, azarosos, azogues y baladrones que están a cargo del ácrata necesitan de mis dotes de avieso y vileza, así como del carácter avinagrado que poseo. No tienen ni idea de que es la bayonesa, ni la autógena ni el autogiro, ni el baldar, es más ni la axiología o lo axial, ni siquiera notan la diferencia entre la balaustrada, la balalaica, el bajo relieve, el balandro y la ballenera, por ende, para hacer la avulsión del caso es necesario eliminar el azolve… tengo que desazolvar incluso los ojos de esos avicultores que sólo saben hablar el sonido iracundo del balido – azotó con palabras en forma de baluarte Romero a través del teléfono celular que sostenía muy pegado a la oreja, buscando evitar que alguien escuchara la beatería que le ocasionaba comunicarse con la beldad de Azucena.  

 

-          La avicultura, mi belicista, mi bellaco, mi benemérito y mi benéfico, es tan digna y tan noble como los propios avícolas, los batracios, así como los propios belicosos benevolentes, por lo que las mismas palabras del baturro se bañan en bálsamos de baobab, batata, bejuco, belladona y bellota para después ser pulidas con la bayeta de benevolencia digna de beneplácito, adquiriendo el brillo tan suntuoso de la benigna bauxita. Pienso que utilizarlo para designarlo a tus compañeros de trabajo, esas bestezuelas, es síntoma de balumba y bambolla, por ello no es tan honroso como debería de parecer, además de que es indigno de alguien como tú, begardo. Pero no dejaré que esto se convierta en una baraúnda y si quieres, podrías cambiarlo por azoospermias, pienso que eso causaría más azuzua y azote para ellos, más que relacionarlos con alguna bandada o bandurrilla. Les ocasionará azaro aun sabiendo el más mínimo axioma, mi amado bardo baquiano y la befa será bendita por los benefactores, los bergamotos, los bibliófilos y hasta los benedictinos, ya que hasta un bebido aficionado a la bibliomancia y a la bibliopegia podría comprender lo que quieres decir. Recuerda que no hace falta ser un químico para conocer la composición del benzol, del berilio, del berkelio o saber que es el beriberi o el becuadro – avió bergantemente Azucena.

 

-          Con el viento de benjuí de tus bezos que son de ben, has tocado la bandolina, el bandolón y el bandoneón junto con la bandurrilla para que se lleve a cabo el bamboleado en el bambuco frente al bendito baptisterio. El bel canto de tu garganta hace que mi carácter bestial se transforme al color beige, es decir, haciendo que esta bestialidad se transforme en bibliofilia, es más, que lo bicharraco pase a ser un suculento besugo, incluso, haciéndome creer que es bicéntrico es posible, aunque sea sólo incrustado en un bibelot. ¿Sabes que por ti soy capaz de colocarme un bezote aunque mi rostro parezca berza y mi lengua se vuelva hoja de berro tono bermejo y pierda hasta mi nombramiento de bey, mi berlina, así como el poco carácter beodo que me queda? Soy un simple belén beduino buscador de becadas bermellones. Por eso, mi bienaventurada berilo, reconozco el significado del betún que me has dado: soy hijo del behaviorismo. Es más, eso que has dicho me gusta, me ha convencido, como la beca y el bebistrajo al becario que se cuida del bedel, voy a barloventear de lo que respires, aunque tenga que llevar a cabo un bandazo, pero de mi barracuda: azoospermistas para esos barbilampiños barbilindos, aunque también les quedaría el de avitaminosis a esos azores – contestó el boccato di cardinale Romero con su boca de belfo y el también ayo noble de medio tiempo.     

 

-          Siempre tan ameno, Romero, suave como el azabache e intrigante y bien cultivado como el ayate o el azotador. Debo confesar que amo tu cuerpo de bigarro libre en mi casa, en mi biotopo con esos mechones de cabello que te hacer parecer un bizco. Con tus manos gruesas abres el bitoque de mis bezos que buscan alimentar a tu biznaga y no por obligación o por abono, sino por una intensa necesidad de salvajismo puro por saciar la espera que realizaste hasta ver mi arribo hacía tus gruesos brazos. Esto, mi bisoño de biscuit no lo digo como birria o en bisbisar, pues me estaría condenando a una muerte bisemanal con cura, si es que la hubiese, bienal. Sabes, mi bienquerer, a veces me pregunto qué birlibirloque tendría que llegar a hacer si yo me convirtiese en una bicoca para ti, porque sería capaz de entregar mi vida a las fuerzas oscuras con tal de que pertenezcamos a un biocenosis. Sé que no es correcto birlar tu libertad, tus ideas o tus sentimientos, pero ¿Qué otra alternativa tendré si no soy yo la que sea motivo de que te conviertas en bínubo? Debo de admitir que no es menester que vista un binóculo con un bicornio para darme que cuenta que he dejado de ser la hembra que solía ser para convertirme en tu bofe dentro de esta biblia loca que hemos escritos con nuestras caricias y cuerpos – dijo Azucena – cuídate mucho mi corazón de azalea de azul celeste y que no se acongojen tus sentidos, porque hay que decir la verdad: tú tienes el don de la bilocación porque esa parte de boga se encuentra aquí, conmigo, ahora mismo y no es de alguien más, sino que eres tú, mi bonancible blasonado que no dice ni la más mínima blasfemia al dio Eros.  

 

-          No te azogues mi corazón de azafrán, que tú has llegado para convertirte en el bies blancuzco de mi bombasí, porque haz de ser aquella que me ha traído blasón y boato no sólo a mi vida bohemia, sino también al bodegón que conformaba cada uno de mis órganos vitalicios. Ese bigarro que mencionas ha blandeado para lucir el bombasí con blonda ¡Y vaya que ello parece retrato de Picasso por la bluff que trae consigo mismo, aunque a simple vista parezca un bodrio para los críticos que no son capaces de apreciar la estética de la bola!... Pues así de ilógico asedia a lo lógico con un potente bochinche, porque has de saber que la boa es capaz de jugar bolera con pinos de bohordo en el interior de un bohío acompañada de una bojiganga, empero ¿Ello a que nos remite, Azucena? A que el mundo, mi bledo sanador y rejuvenecedor, es similar a un bock: quien realmente descubre lo sutil que puede ser su sabor y lo bebe queda simplemente con rastro de bocera y buscará más incluso en el más alejado rincón de la boardilla. Sin embargo, quien lo ignora muy seguramente sufre de blefaritis o se distrae fácilmente como un practicante de bobsleighing que se ata afanosamente a la velocidad, porque no sabe lo que es bueno. Por ende, tus palabras de azahar me mantendrán ayunto al avizora de las malas avutardas que buscan destruir el ayacaxtli de los bebés – susurró tiernamente Romero.

 

-          No estaré azogada, es más, ni el más mínimo ázoe de preocupación o melancolía lo hará mi delicado, bendito, bonísimo y bien parecido bonsái. Escucharé cada una de las palabras que has dicho grácilmente, que has pronunciado con el enorme estilo de bonhomía que a ti te caracteriza porque en su interior habitan los incorruptibles y helados vientos del polo norte ártico que dan la figura a la majestuosa, maravillosa y apantallante aurora boreal. Y esas, además, las silabas que conforman cada vocablo que has dicho ya y que borbotean por doquier como chapulines entre campos tlaxcaltecas invernales, se clavarán en los más profundo de mi pecho porque han sido lanzadas desde tus amores de bombarda hacia mí, quedándose como la fuente de agua naciente que nutra cada uno de los músculos que ahora te pertenecen, mi amante Romero, hijo de los dioses de la bondad verdadera e irrefutable para los filósofos, sabios y oradores. Velaré porque tu carne conformada por los más estudiosos y escritores bonzos se una a este pensamiento que has dejado aquí, junto a mí, para que se fundan debajo de estas manos que sólo buscan acariciarte, complacerte y besarte. Yo, amor sublime mío, seré el azafate que te dé los mejores frutos de vida amorosa nutritiva ¿Por qué? Porque a cambio yo recibo la bona fide de ti… esa bona fide que despliega una invisible bonanza en estos momentos, entre tú y yo que nos permite existir aún en la distancia. Mi boquirroto, ten presente muy bien estos sentimientos que tengo hacia ti de aquí en adelante, siempre, hasta el último momento en que permanezcamos dentro de esta existencia y te alabo porque, gracias a ti, tanto como el miedo y lo que de él proviene se pierde entre las sabanas oscuras que dan vida y figura a la poco estudiada borda – susurró Azucena como lo suelen hacer los jóvenes boricuas luego de haber bañado su paladar con una cantidad inmensa de suave y añejo borgoña al mismo tiempo que se bañan con un pequeñísimo toque de fino bouquet italiano, sufriendo entonces de lo que los estudiosos académicos con merito en grado de borla, pero también insensibles al mundo de lo emotivo, han denominado como bovarismo.    

 

-          Haces que este en babia, Azucena ¿Lo sabes? A tu lado soy un mortal babieca, un bachiller con báculo, con el más mínimo boxito no sólo en el corazón, sino en la propia persona, poseyendo un gigante, significante y ostentoso bombín o bonete nuevo, tas lustroso como el propio polvo estelar, limpio y tan bien protegido como la siembra de temporal a la intemperie ¿Entiendes? Lejos de ti sería un simple bagazo que ha perdido toda su capacidad de ser un bagre para ejecutar cualquier bailongo en cualquier bajareque cubano. Tú, Azucena, te has convertido en el bajel de mi vida, en la bajá máxima de mis recompensas de reconocimiento, en el bajo profundo que delita mis conciertos a la luz de la luna. Eres, Azucena, el bacteriostático que necesito para la enfermedad corporal, la bacía que resguarda mi perfume de café ¡Hasta eres el badil que remueve cautelosamente las llamas de mi ardor por ti ¿Por qué? Porque simplemente eres una mujer… mi mujer badulaque con babucha divina para este hombre perdido en el bacanal del odio a causa de su pasado bacante. Pero de la borona de ayer que tanto consumí y me ocasiono un milenio de males ya no le veo mucho caso hablar o mencionar el comentario más diminuto, porque ello, y me atrevo a confesártelo ahorita mismo siendo testigo esta boyantes que me has obsequiado con la esencia de tu presencia, la he botado lejos, muy lejos, demasiado lejos, tan lejos que se acerca al borrón y a lo borroso ¡Bendito soy de que sea así! De que finalmente mi cultivo de borraja y boniato que tanto alimenté con boñiga, porque así la naturaleza lo requiere, este alcanzando su boom máximo y haya sobrevivido a la gran borrasca de nuestros tiempos fríos y oscuros donde el romance deambula, lamentablemente, cerca de la alcantarilla y cerca de las aguas sucias. Empero, la borraja y el boniato no se extienden de forma borrascosa como suele ser la vida verde en la zona boscosa, sino en completa regla tal y como lo dicta el estudio de los vegetales, y eso que, me atrevo a decir que, yo, Romero, amante de los borceguí y del botín más que por convicción, por costumbre, soy un docto borrico en los asuntos que le concierne a Afrodita y a Xochiquetzalli: no recibí a tiempo y en su momento el bórico indispensable para atender las heridas de la pasión, el cariño y la ternura – dijo Romero en tono borricado, con la energía de un bosón, buscando trazar el bosquejo por primera vez de sus emociones que tanto aprisionó desde su adolescencia tardía, cuando aspiró afanosamente deslindarse del estado borreguil en el cual lo colocó su “primer” amorío.   

 

-          ¿Qué puedo decir ante tal secreto de viento y ruido estrepitoso y agitado que fue celosamente resguardado tan profundamente dentro de la breña que forma la corteza cruel, violenta, formidable, colosal y brutal de tus sentimientos de la infancia y que ahora, después de tantos atardeceres repletos de pena y agonía y cubiertas por la carne de la bruja extrema, ha visto la luz del sol a causa de un brebaje que has bebido como el antídoto que tanto solicitaste a los cuatro elementos, pero no para hacer la famosa fotosíntesis al estilo típico y único de las pequeñas brácteas orientales y mediterráneas, sino para enfrentar su destino, su naturaleza de vampiro? Dada la situación, mi hombre Romero con sangre bronca hasta en las uñas de los pies ¡Alegrémonos y dejemos que esta felicidad nos inunde hasta consumir el último oxigeno de nuestros pulmones! ¡Que la brega que te costó tanto de deshacerte de tus recuerdos del miedo hacia la entrega del cariño a través de los labios sea el principio para construir el breviario de los amantes, de las almas gemelas, de los eternos enamorados que tan sólo aspiran a ver crecer el tallo de su brezo de caricias y ternuras infinitas! Seamos uno en el viento suave del Este que se levanta al amanecer, y que es suave y fresco para todas y cada una de las aves cantoras ¡Qué más da si lo nuestro resulta bromoso para los envidiosos, los desdichados y los alimentadores de la ira y del rencor que no llegan a ser algo más allá que hijos de los bravucones enfermos de una terrible bradicardia que ellos mismos se han provocado por andar dentro de su círculo vicioso irrompible! ¿Quién hace al bravío, bravío? ¿Y quién le quita lo bravío al bravío? ¡Pues nosotros mismos! Por eso, mi Romero ¡No permitamos que la belleza de lo brumoso tome los tintes de lo nublado oscuro, confuso e incomprensible, cuando sabemos perfectamente que lo nebuloso es hermano de la brizna de la aurora boreal! Cantemos y alabemos a la vida ¡No! Mejor cantemos y alabemos al destino ¡No! Que nuestras lágrimas de agradecimiento sean para ese bendito Dios ¡No! Que los regalos sean para los brahmanes y el hinduismo ¡No! Mejor que nuestros frutos de sacrificio sean para la misma existencia que muy seguramente nos volvió a reunir una vez más… ¡Nuestro amor ha de ser tan intenso y sagrado como el que se da entre los bosquimanos! ¡Imploremos a todas las deidades para que seamos dignos de poseer el brío ante lo que este por venir! Y si ello se nos fuera concedido, bravío Romero, te pido que ¡Lo defendámoslo de cualquier manifestación bravata que busque romperlo, sea con el más mínimo monosílabo, sea con la propia muerte!       

 

                            

Gracias a la literatura, aprendí la estética de la mentira



MICTECACIHUATL

 

-          La situación del ácrata se ha vuelto compleja y bradipepsia ¿Qué es lo que estamos haciendo? En Meshico ¿Asesinos seriales? Hemos olvidado la cábala hebrea tradicional ¿A que costó? ¿A que costó? El sentido de las tradiciones se olvida inevitablemente con cada generación que viene y se va ¿No lo crees así? Debemos estar evolucionando en las enfermedades mentales, Salazar, y no comprendo el motivo autentico de todo esto ¿Acaso hay un periodo de regresión dentro de la historia de la humanidad? Antes hablábamos español ¿Y ahora? ¿Bramido? Simplemente, pienso que es algo que se está saliendo de nuestras manos: hay demasiada bruma que impide ver la correcta navegación de nuestros brulotes y eso, Salazar, podría traer consecuencias no negativas, sino desastrosas, muy desastrosas – dijo García especulando.

 

-          Siempre es así y más en este país con pensamientos tan atrasados como el mismo sentido común, siempre. Se invierte tanto en la producción, el trabajo y el fomento al progreso ¿Y qué hay de la ciencia? ¿La investigación? Piensan que con haber encontrado fósiles de brontosaurio o brontoterio la tarea ha culminado para los investigadores ¿Y qué hay de lo cabalístico? ¿Qué hay? Eso es lo que ha permitido el avance tecnológico que nos ha permitido llevar estilos de vida más ligeros, más modernos. Aun así, es más fácil comprar que construir. Siempre ha sido así y siempre será. Y eso me ocasiona asco, mucho asco y repudio. La existencia es maravillosa, en cambio, ellos nos han dado una vida de asco – comentó Salazar.

 

-          No todo es tan grave Salazar, no lo es. Es más, respóndeme ¿Cuándo fue la última vez que colocaste un caballete, sea propio o se ajeno?... ¿y bien?… pues quiero suponer que nunca lo has hecho… desconoces el ramo de la construcción ¿Cierto? No te mortifiques ni mortifiques a los demás. Llevamos vidas modestas ¿Eso qué tiene de malo? Dime ¿Qué tiene? Lo que si me preocupa es nuestra incapacidad ya demostrada para dar carpetazo a este asunto. La burla de un brocho como el del ácrata nos retiene hasta esta hora de la noche… que vergüenza... Sabes Salazar, me pregunto cuánto tiempo más ocultaremos esto a la ciudadanía, aunque sabes, pienso que a la mayoría tampoco le importa mucho – dijo García – viven casados con la idea de que a ellos nunca les va a ocurrir y no es sino hasta cuando les sucede cuando la preocupación entra en ellos a través de los cinco sentidos.

 

-          Esa burla no existiría si tú ego no fuera tan grande como tus gritos. Talvez sea momento de quitarle a tu espíritu esa broza que tanto la ha amargado, manchado y corrompido. Aunque debo de admitir que sí, efectivamente, tienes razón en cuanto a la indiferencia… ya no existe ni uno sólo que trabaje en apoyo al otro, siempre hay un interés de por medio. Y, aun así, míranos, seguimos construyendo y reproduciendo un estilo de vida oxidado. Qué puedo decir… nosotros también estamos oxidados y lejos de las lijas. Aunque este tipo de verdad salga al aire, quien sabe si ocasione pánico. La capacidad de pensamiento, creación y de cuestión se ha vuelto tan grande como el cerebro de los caballas del pacífico y del atlántico – dijo Salazar apresuradamente.

 

-          ¿Mi ego? ¿Qué hay del tuyo? Todo te disgusta como si la vida te debiera algo. Déjame decirte lo que le digo a muchos de aquí, sobre todo a los reos cuando tengo oportunidad: la vida siempre reparte cabalmente, siempre. Talvez no lo parezca a simple vista, sim embargo, así es. En cuanto a ti, mi querido Salazar, lo que has dicho sólo nos dice un detalle muy peculiar, que tu espíritu también ha sido manchado, talvez no por broza, talvez sólo por brote, empero, aun así, ello genera una mancha, aunque sea del tono de la brizna ¿No lo crees así? A veces pienso que lo único que necesitamos es un poco de relajación y olvidarnos también de este asunto y de todo aquello que simplemente nos agote. No hay algo mejor en este mundo que relaje por completo al cuerpo que unos cuantos tragos de whisky, algo de sexo talvez no te caería mal a ti. Algo excitante ¿No te parece? – se escuchó una sonrisa picaresca de García. 

 

-          Lo que a mí me excita tal vez a ti te aterre. Tú, aspirante a cabecilla, no eres más allá que un hombre de sociedad: no hay algo que te sea suficiente, eres fácil de leer, como todos los cablegramas de mediados del siglo XX. No llegarás más allá de la tercera generación… no lo harás… En cambio… yo… yo soy del estilo brujeador y el mundo es mi objetivo – miró Salazar fijamente a García.  

 

-          Es cierto, muy cierto. Cuando se trata de adquirir más juguetes para mi colección no soy un hombre del estilo cabizbajo, sino todo lo contrario. Soy claro, soy seguro, soy preciso. Y esas virtudes tienen costo, así como las tuyas Salazar. Por ende, tú conoces el viejo dicho de que todo sacrificio tiene su recompensa ¿O me equivoco? A mí, por ejemplo, me excita el alcohol, tequila y vodka en específico, y el bucle femenino. Puede ser castaño, rubio, pero el negro definitivamente hace un buen juego con la piel. Hay algo más, y aquí entre hombres, las bragas. Sé que esto suena un poco grotesco y poco de caballeros, más es la realidad mi amante de las buganvillas: yo no le mentiría a mi compañero de trabajo ¿Qué te excita a ti? ¿La justicia? – preguntó García.  

 

-          Anteriormente todo lo que se podía encontrar dentro de la bucólica. De ahí que me dedique a lo que me dedique. El cacao. No hay fruto que se compare con otro en este mundo. No sólo es único, sino que es originario de Meshico. Eso es algo que me llena de orgullo, mucho orgullo. Sólo que en estos últimos años hay algo que me ha estado coqueteando muy pasionalmente. Talvez eso se deba a la vejez mi estimado cabezudo. Muchos de ustedes la han bautizado como muerte.

 

-          ¿La muerte? ¿Cuál? ¿De quién? Esto que acabas deja abiertas dos sendas. La primera bien podría ser un simple bulo de tu parte, y la segunda, la manifestación de tu ira hacia las personas. Tus palabras son bastante claras, en cambio, el mensaje tiene muchos tintes de cachaza y no mentiré… desconozco cuál es el motivo de ello. Lejos de ello y más cerca a esta realidad, pienso que yo tenía razón cuando te decía que te hace falta intimidad sexual – se asombró García.

 

-          No soy un buitre, García, no lo soy, y por ello no anhelo la muerte de personas. Todas las tribus son importantes como los propios cabila africanos, todos. Yo busco la muerte del pensamiento, de los dogmas que dominan a este mundo que no ha definido su rumbo. No nacemos sólo por nacer, aunque así parezca. Esta existencia requiere seres que la construyan. Ese es el principal motivo por el cual nos encontramos aquí, y a partir de ahí, dime ¿Qué sigue?... ¿Qué?...

 

-          No comprendo del todo ese comentario, Salazar. De hecho, más bien parecen palabras bullangueras. No pierdas el cachet que te caracteriza, porque entonces ahora sí encontraras a la muerte que tanto quieres encontrar. Sólo te diré que lo que en realidad no comprendo y pienso que nunca comprenderé es porque hay humanos que les excite la muerte, la maldad y todo ese tipo de fetiches extravagantes – dijo García aturdido.

 

-          No les excita, pero tampoco les aterra. No hay que bromatólogo para comprender la bromatología. Simplemente buscan que otros paguen lo que alguien les hizo: matarlos en vida y existir como cadáveres ambulantes. Así de simple es el asunto – dijo muy seguro de sí mismo Salazar.

 

-          ¿Eso te sucede a ti, amante de los bromeliáceos? No te lo voy a negar, es algo que me intriga demasiado.

 

-          No a ese extremo, García, no a ese extremo. Todavía habita algo en mí de aquella doctrina que surgió hace mucho tiempo en el Nepal. Misma que estudié y decidí ejercer, claro, por determinado tiempo. Sólo digamos que la buenaventura todavía está aquí, conmigo – respondió Salazar en un tono que era entre bufo y entre lo siniestro. 

 

 

Luego de haber dicho aquel comentario, en la habitación hubo ausencia de sonidos en la habitación. El silencio que se prolongaba por un par de minutos vino a fungir como broquel de lo que cada uno había dicho. Empero, después de algunos segundos, Salazar decidió regresar el volumen a las gargantas que se había perdido, afín de no ocasionar más controversia.  

   

 

-          Si Romero continúa hablando por el teléfono, estaremos revisando el material de esta mesa en el próximo brumario. En verdad que ahora si iré por ese broncíneo – aseguró Salazar.

 

-          Tranquilo mi amigo budista, tranquilo, profesa lo que has aprendido, no lo que te dicta tu ira y tu ego: la tensión continua en ti – dijo García.

 

-          ¿Ya viste tu reloj? Pronto será la hora de ir a dormir para mí. Yo no soy un búho, como tú y Romero – dijo Salazar.

 

-          Espera. Ya sé que es lo que necesitas mi buñuelo amigo – dijo García.

 

 

García caminó hacia Rico como lo hacen los burdéganos meshicanos en plena juventud. La charla llevada a cabo hasta ese momento con Salazar le había ocasionado más hambre que confusión y, sabiendo que la charla de Romero posiblemente se alargara todavía un poco más, decidió traer algo de aperitivos para que las ansias se hicieran invisibles, más para Salazar que todo para él. 

   

 

-          Rico ¿Podrías traerme dos cafés por favor?

 

-          Claro. Dígame ¿Quiere que vaya a comprarlos a la tienda?

 

-          No, encima del librero de mi oficina está la cafetera. Adentro tiene una bujía, quítasela y la dejas a un lado. Ten cuidado con la bula que se encuentra a un lado de ella. Es una réplica antigua de gran valor.   

 

-          Sí, señor.

 

-          ¿Les coloco azúcar, señor?

 

-          No lo sé. Mejor tráelos sin azúcar y la cafetera completa, por favor.

 

-          Está bien, señor.

 

-          Encima de mi bufete entre la computadora y el búcaro buriel hay un bule decorado con algunas briofitas, un brete argentino y un bungalow. De todos, el color es de burdeos, es el único recipiente que hay. En él todavía hay algo de bretón con breva y butifarra. Eso será mi buffet. También necesito que vayas con el buhonero. A esta hora su esposa ya está vendiendo tacos. Pide un paquete y lo pagas. Ahorita que regreses yo te doy lo que haya costado.

 

-          Sí señor, está bien.

 

-          Muchas gracias Rico, eres mi mejor bumerán.

 

 

García se detuvo a observar unos momentos a Rico. No convivían mucho, pero si había alguien de confianza era él. Además, García sabía que estaba cerca de su jubilación y con él tendría la oportunidad de acomodar a uno de sus conocidos. Después de unos minutos, García regresó la vista y la palabra a Salazar, quien contemplaba detenidamente el material que descansaba sobre la mesa.

 

 

-          No te preocupes, si el bragazas de Romero no regresa en 5 minutos, yo mismo iré por él. Vendrá cantando hasta bulerías… él sabe perfectamente como esto. Además, que no se haga a la idea de que nosotros estaremos a su disposición. Tenemos que inquirir ahora y no cuando él lo decida – dijo García más para calmar a Salazar que todo por decisión propia.  

 

-          Lo que ese corriente búlgaro braquicéfalo necesita son unas buenas braveadas de parte de la federación para que se dé cuenta que en estos asuntos no hay alguien que se ande con calidad o carisma. En fin, espero que cumplas lo que has dicho. Ya es muy tarde – comentó Salazar disgustadamente.

 

-          Ya no hay que bregar, al menos no por ahora. Además, le ordené al buscavidas de Rico que fuera por algo de café a mi oficina y también por alimentos con el buhonero. Espero que te gusten los tacos. Los de ahí son los mejores de la zona. Así que ya no te preocupes ni por el buffet, Salazar.

 

-          Bien, García, bien. Espero que ese burriciego no se demore mucho. La verdad es que con tantas especulaciones y sorpresas ya me dio mucha hambre: me comería un enorme trozo de costilla asada con cebollas cambray o en mole de buret con elotes tiernitos – dijo Salazar tornándose de mal gusto a un estado de ánimo más ameno y grato.  

 

 

Rico se dirigió a la puerta principal. Primero iría por el encargo con la esposa del buhonero y después se dirigiría a la oficina de García. Afuera, Rico pudo percibir que el clima era tan molesto como el propio burán, pero claro, no lo era tanto como aquel que se manifestaba adentro entre aquellos hombres que discutían y discutían. Pronto el buril del destino trazaría parte de sus caracteres y no habría burladero suficientemente fuerte para resguardarlos mentalmente.      

 

Gracias a la literatura, soy un hombre de locuras



TONATIUH

 

-          ¿Qué habrán encontrado esos tres hijos de la camorra en los mendigos casetes? ­– dijo Ramírez para canalizar la conversación de entre el silencio - Usando esos cacharros para reproducirlos… como se nota que el presupuesto que debería utilizarse para comprar las campañillas en realidad se está cayendo en otros bolsillos ajenos para comprar los campechanos a su antojo y todavía hasta acompañarlos con un té de camomila.  

 

-          Tiene que ser información del cabrón del ácrata ¿De quién más Ramírez? ¿De quién más? No creo que sea uno de esos documentales sobre la campánula o el camptosaurio – comentó Coto – al menos nosotros por ahora estamos cancaneando, aunque sólo sea mientras dura el viaje hasta la Sierra. 

 

-          Mi querido candelabro candoroso ¿Será eso posible? Nos encontramos frente a un rufián astuto bajado del Can Mayor que ha dejado más dudas que evidencias. Él se ha campeado sobre nosotros. Te diré algo: la curiosidad me está atacando con el poder de las campanadas y eso que todavía no llegamos a la batalla campal. Pero dime ¿Por qué estás tan seguro de que finalmente tengamos información relevante sobre aquel canijo? – cabriola Ramírez para quedar de frente, observando la posición lateral del Coto por un instante.  

 

-          Todo funciona como los hilos metálicos que conducen corriente eléctrica. El conducto está trazado, lo único que hay que hacer es dejar que la corriente nos sirva de guía, es lo único, muy simple. Además, según las escasas pistas que hemos recogido por parte de las revisiones de los asesinatos, siempre hay algo relacionado con el ajedrez: nombres, piezas, jugadas. Ese loco quiere asestar un jaque mate final. La pregunta es ¿Contra quién?... ¿Contra quién? Esa es la pregunta. Tú llevas notas que copiaste del material recabado. Si se colocan según la partida, talvez nos dé un indicio antes de que azote su golpe final.  Hay otra perturbación en nuestro cable. Varios de los cadáveres recogidos y estudiados no parecían pertenecer a la zona correspondiente ¿Recuerdas el último? El cadáver fue reconocido por una familia de Zacapoaxtla, dime ¿Eso tiene lógica? ¿Aquí en la capital? Si la tiene, sólo es cuestión de encontrarla. Nos dirigimos tal vez a la zona que debimos revisar primero: el campeche finalmente nos está dando ese matiz que por mucho tiempo nos demoramos en encontrar.    

 

-          Todo eso que dices suena bastante lógico dentro de las notas de tu melodía. Incluso asienta demasiado bien dentro de aquel baile francés de mediados del siglo XIX. Aun así ¿Qué tan lógico es viajar a una zona con suficiente candor sin haber nosotros presenciado las escenas dentro del material recabado? Te seré muy honesto, esto me hace sentir como un cangrejo en medio del desierto de Sonora en la temporada de la canícula buscando agua en el interior de una cacatúa.

 

-          Aun para las cacatúas, los cangrejos y hasta los canguros australianos es más fácil interpretar la cabrilla de las Pléyades sin tener que sufrir la candonga por la interpretación inadecuada que realicen: ellas o ellos no han perdido esa corriente de canela con el cosmos, es más ni con el propio universo o la energía mística. No te haré el cuento largo, me refiero a lo siguiente: García nos reunió a elevadas horas de la noche, algo poco usual para que se trate de un asunto de algún despistado y hablador camorrista. Eso hubiera sido algo muy fastidioso de su parte. Por lo tanto, era de lógico deducir que se trataba de un camote, y uno muy grande. Además, él insinuó que todo este embrollo correspondiente al ácrata sin que alguno de nosotros lo comentará de forma muy seria. Recuerda que él no quiso esperar hasta mañana para revisar el material. Sí algún asunto fuera de urgencia es porque se conoce la problemática. Ya sabes cómo es esto: a García le gusta jugar mucho y asumir el papel de candil.   

 

-          Es posible que la constelación zodiacal que antes estaba en la cuarta casa este de tu lado, Coto. ¿Tú sabes algo sobre el asunto, soldado? – preguntó Ramírez con la destreza de un caco de la indagación.  

 

-          Sólo unos contados detalles que se han comentado dentro del equipo cachalote – respondió Héctor.

 

-          ¿El equipo cachalote? – preguntó Coto.

 

-          Así se llama el equipo especial – respondió Héctor con el rostro calentándose.  

 

-          Y nosotros conformamos el equipo de los cacahuates – se mofó Ramírez, aunque, como era de esperarse, Héctor continuó serio.  

 

-          ¿Cómo te llaman, soldado? – preguntó Coto.

 

-          Héctor, señor. Bueno entre los integrantes del grupo y algunos conocidos muy cercanos me llaman el ninja Héctor – respondió el soldado.

 

-          ¿El ninja Héctor? ¿Y eso a que se debe? Ninja Héctor – cachondeó Ramírez, pero esta vez guardo más su compostura

 

-          Me he destacado en distintas artes marciales desde que inicié mi entrenamiento en el grupo especial – respondió calamocanamente Héctor. 

 

-          Está bien… mmm… Héctor… cómo te lo digo para no generar una mala interpretación o desconfianza – dijo Coto.

 

-          Sólo dígalo, señor – mencionó Héctor.

 

-          De acuerdo – comentó Coto – Dime ¿Estás autorizado para decirnos lo que sabes sobre el material?

 

-          No. Sin embargo, es inevitable escuchar su conversación, así que se los diré. Los videos sí pertenecen a la persona que están buscando y que se les ha estado escapado por mucho tiempo – respondió Héctor.

 

-          Bien, Coto, nuevamente has demostrado ser un cacomixtle diestro en el uso de la cachiporra. Usar la cachimba trae sus dotes. Resultaste ser el canapé sobre el cual descansa el caviar y las anchoas – enfatizó Ramírez – Entonces, Héctor, ¿Cuántos de los videos ya revisaron ustedes? ¿Todos?

 

-          Sólo uno. Cuando le avisamos a nuestro jefe a cargo, éste nos indicó que lleváramos el material con el licenciado García, director del penal de forma inmediata. Pienso que a él le fue notificado el contenido del material. Nuestro jefe también nos exigió callar lo que habíamos observado en el video. Pienso que al licenciado García también se le solicitó que no dijera algo sobre los videos. Y es que al parecer hay un motivo de urgencia – respondió Héctor.

 

-          Bueno, de entrada, definitivamente eso ya me alegra más: vamos por el buen camino mi candileja Coto. Aunque no me explico porque tomaron esa decisión esos cagarrutas de no comentarnos toda la información que ya tienen al respecto del material – mencionó Ramírez.

 

-          García había dicho que sólo nosotros y ustedes sabíamos del material encontrado. Vaya que se las quiso jugar con su cacumen. ¿Por qué no nos dijo la verdad, Ramírez? Supongo que no quería generar más cachivaches – dijo Coto.

 

-          Se supone que estamos tratando con material de extrema reservación, señor, por lo delicado del contenido. Por ende, no debe haber mucha difusión en torno a todo esto – comentó Héctor.

 

-          ¿Entre nosotros? No comprendo el motivo. Somos los primeros que debemos estar bien informados. Más bien, esto me suena a que alguien planea jugar un cachirulo en el dominó – se disgustó Ramírez.

 

-          El dato duro es el siguiente: mi jefe creen que posiblemente haya un infiltrado – afirmó Héctor.

 

-          ¡Un infiltrado! – Coto y Ramírez quedaron atónitos.  

 

-          Así es, un infiltrado. Tal vez varios. En la grabación que revisamos, el asesino menciona que hay personal de seguridad pública que le ha estado dando información a cambio de favores. No dice nombres, no menciona sobre nombres, sólo hay claves, incluso una voz en un altavoz de un teléfono celular que aparece en la cinta, bueno, en una de sus escenas grabadas – aseguró Héctor.

 

-          Debes estar bromeando. Si ese fuera el caso ¿Por qué nos enviarían el material a nosotros directamente? Ustedes iniciarían una averiguación previa antes de que, prácticamente, nos den el pitazo. Ya dime ¿Por quién nos quieren tomar? Por los hijos malnacidos de algún caifán -dijo Ramírez dirigiéndose a Héctor.

 

-          Se supone que la notificación fue para aquellos que son las cabezas de distintos núcleos en seguridad pública. Se supone que de esta manera será más fácil identificar al o a los infiltrados y dar con el asesino – aseveró Héctor.

 

-          La situación es delicada, muy delicada, además de que ahora tenemos otra tarea: localizar el tipo de cacles con el cual camina el personal de seguridad pública. Aunque esto debe ser una cacofonía – dijo Coto en torno a lo dicho por Héctor - ¿Y eso lo sabía García, Héctor, el director del Cereso?

 

-          Quiero suponer que sí – respondió Héctor.

 

-          Vaya… vaya… Ese cadavérico hizo su cacografía y nosotros fuimos el cadalso en donde realizó sus marcas – dijo Ramírez molesto - ¿Quiénes serán los infiltrados… o quién…?

 

-          Para empezar, te sugiero que hagas la cacoquimia a un lado mi joven cadi que la candencia de dar a cada quien lo que le corresponde apenas comenzará a sonar y estoy seguro que a muchas cactáceas no les gustará eso. En cuanto a García, pienso que no del todo cambio el cálifa por el califa. Él sólo actuó a calcar según lo que le dijeron. Además, te recuerdo que no fue obra del caduceo que nos enviara a la Sierra, nosotros decidimos actuar como la calabaza luego de que el calabobos llegará a alimentarnos. Por tal motivo, no nos obligaron – reprendió Coto a Ramírez - Pero espera, Héctor, si el material si pertenece al ácrata, es decir, al asesino que estamos buscando ¿Ustedes también ya están llevando a cabo otro tipo de averiguación para ir tras de él?

 

-          No realmente. Nosotros sólo estamos apoyando y hasta donde yo sé la tarea ha recaído en ustedes. Nuestro jefe dice que el asunto le corresponde a la seguridad pública y no a los integrantes del ejército – comentó Héctor.     

 

-          Claro, era de suponer, no permitirán que el cacto verde aparezca como una fuerza caduca y que la detiene hasta el más pequeño cadmio. Los verdes son los jugadores y nosotros somos el caddy… vaya jueguito de cafetín, a ver si no nos perdemos entre tanta cala como únicos buceadores – comentó Ramírez.

 

-          Esa idea te ha calado como un cálamo encima del calico. Ramírez: actúa como la caguama bañada en bálsamo de calambuco… no hay más que decir. Espera ¿A quién piensas llamar? – preguntó Coto viendo Ramírez quien sacaba del bolsillo su teléfono celular.

 

-          ¿A quien más ha de ser? A la calderilla de García para sacarlo de esa calda pacífica, tranquila e imaginaria en la que vive. Si quiere salir de calígine en la cual está más metido que nosotros tiene que dejarse de hacerse el calé dominguero que viaja en calesita y hablar con la verdad o me dirás que esto no te calienta mucho – dijo Ramírez.

 

-          Pasaste del ardor a la fiebre, Ramírez. Es más, estás imitando a García ahora mismo, él va en la calesa y tú eres el calesero. Si tienes tantito caletre dejarás que él se encargue de salir de su propia calina. A nosotros ya se nos encomendó una calidad en el asunto, no veo el motivo por el cual hacer que nuestra calistenia se envuelva en torno a lo caliginoso. No te agites, usa tu propio calendario republicano. Dejemos que ellos se encarguen del camino que les corresponde y nosotros a la calleja que decidimos transitar ¿Sí me explico o te lo repito? – dijo Coto.   

 

-          No dejaré que la caligrafía de tus palabras me convenza. Ese cabeza caliza nos logró camelar como a cualquier calzonudo. Seguro a de pensar que yo no fui al calmécac para aprender sobre las camarillas – se exaltó Ramírez.

                                           

-          No hagas calumnias en caló. Ten algo de camándula dentro de tu camastro. Ya te dije, García actuó como cambium de candeal. Actuemos como los camélidos en el desierto del Sahara – recalcó Coto.    

 

-          Tu camafeo ha sobresalido de entre el calmo y de la camelia. Pero sólo porque tus ideas se encuentran dentro de mi camarín y no lo digo en camelo. Sin embargo, en cuanto tenga la primera oportunidad de estar en frente de García si le voy a echar en cara. Debería haber más confianza entre nosotros.

 

-          Es posible, es posible – concluyo Ramírez.

 

Gracias a la literatura, canto salmos en el infierno.



CIPACTONAL

 

Ahora sí, el cuerpo efímero y caníbal de la oscuridad de la noche ya cubría como caney a la parte occidental y de candombe a la papa de la Tierra. Sólo algunos de los postes luminosos apenas si reemplazan la luz del sol, aplicando un juego curioso de canevá, en donde el papel de la omisión lo tenía la forma y figura de las cosas. Esto debido a la intensidad de aquellos focos que apenas si abarcaban un par de metros, tal vez asemejando a la fuerza de unas 10 candelas juntas descansando sobre sus candeleros oxidados y corroídos. El paso del desgaste era inevitable esconderlo para ellos, pues toda la estructura metálica tomaba el semblante de una canica exclusivamente mexicana.

 

El clima era perfecto para que cualquier ser aplicara su habilidad de la cartomancia sobre lo que estaba a punto de ocurrir, ya que no había nubes que se opusieran al paso de la energía lunar, tampoco gatos quejándose ni mucho menos el ladrido de algún can que se atreviera a perturbar el espeluznante silencia que a diario se impone alrededor del recinto penitencia, lugar en donde se reguardan las almas y los cuerpos de aquellos que decidieron desafiar a las leyes y de aquellos que comen con la lamentación de pagar unas culpas que no necesariamente son de ellos.      

 

Rico salió del centro penitenciario y se dirigió hacia la calle que daba a la taquería que se destacaba de entre muchas de la zona. En el camino, se tropezó con un viejo cárter, mismo que le ocasionó un poco de terror puesto que no se había fijado a tiempo para poder evitarlo. De mala gana, le soltó un patadón que lo alejo como unos tres metros de largo. Mientras aquel artefacto terminaba de rodar causando un verdadero escándalo para la tranquilidad de aquel lugar, Rico continúo con su camino hacia la taquería.

 

En la entrada había entrevisto al cantaclaro de Romero con ojo de canónigo cannabáceo que aún se encontraba hablando por el teléfono celular, pero no le tomó mucha importancia: él era un hombre cascado y Romero tenía la fama del típico perfil cascarrabias. Por un momento su mente divago y sólo por ese momento preciso pasó por su cabeza la idea de que Romero era un casaca, pero por algún motivo ese rayo imaginativo no sólo lo ignoró, sino que lo olvidó casi de forma inmediata una vez formulado y terminado su desfile.

 

Asimismo, durante todo el trayecto, Rico también se la pasó pensando en lo que había estado escuchando de la reunión de aquellos hombres dentro del penal. El miedo que sentía era casi nulo, casi, dado que conocía de antemano los asesinatos perpetuados por el ácrata, y de acuerdo a las pistas, él se escapaba de su lista: el ácrata había asesinado solamente a mujeres, aunque había ya entre los peritos la circulación de hipótesis de que también había hombres muertos ejecutados por el ácrata, sobre todo por la coincidencia de algunos datos. Para Rico, se avecinaba un estado de caos en las investigaciones, sino es que ya se estaba dentro del núcleo de lo caótico. 

 

Rico descartó esa idea ya que si fuera cierto las investigaciones se hubiesen vuelto más meticulosas y severas, además de que el negocio de la noticia tendría pan caliente para vender todos los días, aunque el jefe estaba de por sí mantener a la prensa lo más alejada posible de las investigaciones que se llevaban a cabo, pues lo único que les faltaba era desatar una semana del terror por todo el estado. En tanto, al terminó de cruzar el pequeño estacionamiento que se encontraba en frente del Cereso y se percató de que ya sólo quedaban unos tres autos estacionados en él, uno de ellos, le pertenecía a su jefe García.

 

Tras atravesar esos espacios para autos y caminar aproximadamente doscientos metros, lo equivalente a dos cuadras, llegó a la esquina y casi antes de entrar a La Casa del Taco, nombre de aquel lugar en donde compraría el encargo, se topó con el buhonero, quien se encontraba junto con el taquero destazando el trompo de carne. A ambos los saludó con un gesto muy amable, como es costumbre en Meshico, y decidió apurarse a llevar el encargo, afín de que pronto llegara a su casa a descansar.

 

Cuando entró a la taquería se dirigió de inmediato a la caja para darle las buenas noches a la esposa del buhonero: una señora de aproximadamente 45 años y que tenía fama de ser una cantarina, lo cual no era una novedad para Rico, pues tenía la misma personalidad cascabelera que mostraban muchas de las mujeres con las cuales había convivido, claro que la esposa del buhonero vendía otro tipo de carnes igual de exquisitas que las otras damas consultados por él.

 

Detrás de aquella señora, sobre la pared bien pintada, descansaban unos cuadros de algunos hombres con posiciones invitando a la piedad y la misericordia. Rico ya los tenía de memoria dentro de su mente: eran hombres que habían sido canonizados por el papa, pero que él desconocía tanto de las obras de bondad realizadas por ellos como los propios nombres completos y originales. Era como muchos de los meshicanos: creyentes hasta el tuétano, pero muy alejados del porqué y de la literatura que giraba en torno a sus figuras de respeto y veneración.   

 

Asimismo, Rico le solicitó a la mujer un paquete de carne árabe para llevar y que incluyera el refresco. La mujer tomó su orden de inmediato y le dijo que podía esperar sentado. Como era de esperar, el lugar estaba a más de la mitad de clientes, pues, además de estas bien ubicado, la sazón y el condimento estaba en su punto. La televisión estaba puesta en el canal de música cantora y rítmica con imágenes que mostraban algunos paisajes entre reales y utópicos.   

 

Según lo que le había platicado su amigo, el buhonero, aquel negocio ya tenía más de 20 años dentro del gremio restaurantero. Como suele suceder con muchos otros emprendedores, ellos habían comenzado con un carrito pequeño: bien pintado de blanco y la mitad de acero inoxidable, así como con unos cuantos banquitos verde bandera de plástico. Con ello y con la mente alejada de lo cansino y cerca de lo esperanzador. Ellos conocían la situación que se vivía en Meshico, es decir, que la falta de capital para inversión completa orillaba a muchos a unirse al comercio informal, claro, con un permiso muy accesible de suelo.

 

Conforme pasaron los años, entre dos y tres, el negocio creció debido al aumento de la clientela y claro a la buena acreditación de los alimentos y bebidas que ahí ofrecían: tan suculentos al paladar como lo es la caoba a la propia vista. Ello los obligó a abrir el negocio, ya no a partir de las 7 u 8 de la noche, sino desde las 4 y 5 de la tarde. También comenzaron a contar con entrega a domicilio y ofrecer sus servicios para fiestas y todo tipo de eventos sociales. 

 

Cuando juntaron el dinero suficiente, decidieron rentar el lugar de la esquina, es decir, donde actualmente se encontraban. Aquella propiedad le pertenecía, en ese entonces, a una mujer que había quedado viuda. Mucha de la familia de su difunto marido era oriunda de la zona y no trataba muy bien a la mujer, ya que aseguraban que ella lo había asesinado por medio de brebajes de cantárida y otros maleficios para heredar tanto los terrenos como para poder cobrar el seguro de vida. La situación cada vez se ponía como canto rodado camino al cantil, pues la familia buscaba despojarla de cuanto pudieran a la fuerza.

 

Ella se vio forzada a interponer una demanda, logrando que el juez le concediera el poder de obtención de casi todos los bienes de su difunto esposo, más que nada, por el hijo que habían tenido ambos cuando él estaba en vida. Pero, aun así, la paz fue del estilo capcioso, pues la decisión que aplicó el juez sólo fue un cañonazo de mal gusto para los inconformes que continuaron con los hostigamientos en contra de la viuda en cuanto podían, de extremo a extremo, obligando a la mujer a vender todo por ahí y cambiarse de residencia, algo que le cayó tanto al buhonero como a su esposa como cantiga o canto al músico o al poeta. De aquella mujer y su infante que fueron blanco de malos tratos y múltiples injurias nunca más volvieron a saber.  

Pese a toda esa cantilena de embrollos en que fueron testigos, el negocio de los tacos prospero, pues de los cien metros cuadrados de construcción, la infraestructura creció hasta ser prácticamente un edificio de tres pisos. Mientras que en el primero y el segundo piso se alojaba todo lo referente al negocio, el tercero resguardaba el hogar de aquella familia de cuatro integrantes. Pese a la ilusión y la capitulación de ambos por criar y tener una familia grande, la mujer del buhonero sólo había podido dar a luz una vez, porque su vientre no se había desarrollado, había quedado del tamaño de una adolescente de la segunda etapa, por lo que volver a embarazarse hubiera resultado la muerte para aquella mujer, pues inclusive, durante su embarazo, sufrió una especie de caquexia grave.

 

Sin embargo, aun con el único embarazo que tuvo aquella señora, había dado a luz a dos niños gemelos: Luis y Enrique, quienes a pesar de contar con tan sólo 18 años ya ambos rebasaban a sus padres tanto en cuerpo como en estatura. Eran lo que se conoce en Meshico como de huesos anchos. El color de piel era evidente que lo habían heredado de su padre, pero la forma del cabello, indiscutiblemente de la madre.    

 

En tanto, Rico espero sentado en una de las mesas que estaban frente de la esposa del buhonero. Junto al refrigerador de refrescos que se encontraba a un lado de la base en donde preparaban los tacos se encontraba una candiota venezolana que servía como aparato promotor del consumo de la cerveza que también vendían ahí. Además, el lugar tenía cuatro cuadros: los ojos de un cárabo se postraban sobre el cañamón que se encontraba encima de un caqui japonés y el fondo del espacio se encontraba ocupado por una alta colina.

 

Había otro en el cual aparecía una imagen de un capirote que se encontraba pastando junto a un cárdeno y un carabao de Oceanía, en el fondo se dibujaban lo que parecían ser algunos cardos, pero la técnica no permitía diferenciar si así era o en realidad eran otras florecillas. El tercer cuadro se componía de una capuchina sentada junto a un sujeto, el cual bien podría ser Mateo Bassi de San Francisco. La religiosa bordaba sobre una tela similar al caqui unos capullos con canutillo. 

 

El cuarto cuadro, al fondo, se podía apreciar a la constelación zodiacal que se ubica en la décima casa del zodiaco. Encima de él destaca la imagen de un capitolio romano con la figura escultural de Minerva, Juno y Júpiter. Este último parecía capitanear a los otros dos hacia algún evento. Esta pintura despertaba un deseo repentino e irreflexivo hacía la fantasía de la composición para la mayoría de los clientes.       

 

Rico se encontraba observando la imagen de una araña que tenía tatuado en su vientre el fruto del capulín y que parecía descender de una de las flores naranjas en forma de capucha cuando fue interrumpido por uno de los meseros de la taquería. Él le entregó la capirotada y el taco de cortesía que siempre le otorgaban en aquel lugar por ser amigo de la familia y uno de los clientes más frecuentes.

 

Mientras comía tranquilamente su taco árabe con salsa de la que pica, por un momento, los ojos de Rico se perdieron observando a un par de varones bien parecidos que no parecían rebasar los 21 años. Ellos se encontraban a un lado de su mesa cenando un canelón que era muy agradable a la pupila. Además, ambos estaban tan metidos en su estado de caradura que no les importó revivir la escena de la película infantil la Dama y el Vagabundo.

 

Al principio, Rico se sobresaltó un poco y hasta un ¡caray! se le se salió de la boca pues se sintió incomodo por aquel evento, sin embargo, al cabo de unos cuantos minutos recordó la época en la cual él creció, en donde lo que decía el cardenal simplemente era la ley divina, pero ahora, ellos mismos se habían visto inmiscuidos en actos de carantoñas que lo habían hecho reflexionar entre la importancia del camarlengo y la importancia de la caracteriología. Después de todo, él ya se consideraba un hombre de estado carcamal.    

 

Por ende, escribía con su carboncillo imaginario sobre su carmesí mental el carbúnculo futuro que le esperaba o que pretendía poseer: cómo le iría si colocase una taquería ahora que se jubilara, puesto que, si bien se la quería pasar descansando, pensaba que pronto se aburriría de ello, sobre todo si le toco vivir una existencia lejos de lo caridoliente, de la cardiopatía o cardiomiopatía o cardialgia o hasta del ántrax maligno.

 

Sin embargo, aquellos pensamientos se disiparon entre el carbohielo gaseoso de la realidad, al ser Rico interrumpido por la esposa del buhonero quien le entregó el pedido. Al registrase los bolsillos se percató de que su memoria ya no carburaba tan bien puesto que se le había olvidado su cartera en el Cereso, por lo que al tomar el pedido le solicito a aquella mujer que lo esperara unos momentos, pues le explicó el motivo de la falta de efectivo. La señora se cardó el cabello con las manos y tras años de conocerlo no tuvo algún inconveniente en acceder a su prorroga.  

 

Rico, por un instante, sufrió un ligero cardillo porque algunos de los clientes del lugar escucharon la diminuta plegaria que sostuvo con aquella dama, por lo que tomó el paquete y salió de inmediato hacia el Cereso, no en forma de carey, dirigiéndose a la oficina de García para buscar el encargo. Tras ingresar e ignorar la foto que tenía de sí mismo al lado de unos cariocas sobre la playa arriba de su escritorio, no le costó trabajo identificar lo solicitado por su jefe. En tanto, colocó las bolsas de plástico que contenían la carne con las tortillas sobre la silla de visitas y puso a trabajar a la cafetera.

 

Rico espero tranquilamente a que el café estuviera listo sentado en la silla principal de aquella oficina. Las escenas de él preparando un tronco de carpaza regresaron para adormitarlo hasta que un sonido similar al de las cariópsides al romperse lo trajeron por segunda vez a la supuesta realidad que vivía: era el chorrito del agua de la cafetera. Esa figura la asemejó a un reloj de arena y por primera vez se comenzó a preguntar si realmente había disfrutado su existencia como hombre, porque era cierto que había tenido muchos placeres carnales y carlancos desde hace mucho tiempo, cuando se concentraba en ser alguien carismático, pero había otro Rico… otro Rico que le hacía dudar si realmente ese era el lugar que le correspondía estar.

 

Aquel autocarmena que se hizo sólo fue un carranceado utópico a su carniza, pues todo cobraba un sentido similar al del carnero en la mesa durante las carnestolendas. Al regresar la mirada a la cafetera y percatarse de que el café estaba listo regreso en sí, quitándole la dominación a las carótidas. Agarró la cafetera, misma que tenía grabado un carpófago, y se dispuso a buscar vasos, pero se dio cuenta que no podría llevarlo todo a la vez, por lo que decidió ir por uno de los hombres que se encontraban en el cuarto de confesión y pedirles ayuda.

 

Rico salió de la oficina y cuando se estaba acercando hacía el confesionario, vio a Romero de espaldas guardando ya su teléfono celular en el bolsillo. Rico le habló y Romero se detuvo y dio la vuelta para quedar frente a él. Rico le comentó la situación y la intención con que iba de regreso a buscar a García. Romero le dio unas palmadas en el carillo derecho y le ordenó que espera en la oficina y tuviera allá todo listo, pues seguramente irían a cenar a ese lugar, pues la habitación en donde se encontraban guardaba olores de un hombre con problemas de gases en el tubo digestivo, es decir, carminativos compulsivos; además de tener el tamaño de un laboratorio destinado a la carpología y de ser sumamente incómodo tanto para el apetito visual como para el apetito sencitivo.

 

Rico se molestó un poco por la actitud y el tono de voz que uso Romero al hablarle, por lo que ya no lo vio como un hombre, sino como una carroña que debía de ser removida con un carrizo puntiagudo. Luego de reírse un poco por esas ideas maniáticas, decidió ignorarlo y beber de su cártamo imaginario del retiro, por lo que siguió las instrucciones que este le había dado, por lo que regresó a la oficina a esperar a los demás hombres.     

 

Gracias a la literatura, bebo sangre de la copa



ITZTLACOLIUHQUI:

 

-          Esta investigación… lo repetiré… simplemente no tiene sentido. Estamos moviendo recursos económicos y humanos ¿Para qué? ¿Para qué resulte que no se encuentra la olla de oro al final del arcoíris? Estamos varados dentro de una gigantesca casona, nosotros somos los invitados del casorio, pero los actores principales no han sido develados. Me siento como un casimir arrepujado dentro de un cajón de una fallecida costurera que no tuvo herederos.    

 

-          Tu casino de primer rango te está consumiendo los nervios y el poco cascabeleo que te queda, mi sacudido amigo. Además, pienso que te adelantas demasiado a tus hipótesis sin antes deambular bastante tiempo alrededor de los hechos, Salazar. Espero que algún día te cures de lo casquivano que eres. Sabes, recorriendo el arcoíris quien quite y encontremos algunas piezas de castaña, tal vez no tan valiosas para el comercio como el oro, pero suculentas para nuestro pensamiento de castor, y al estar ahí, arrojadas, arrinconadas y abandonadas sobre una superficie que ni uno esperara encontrar, pero claro, por lo mismo de que no se atrevían a revisar, encontremos la castañeta: cáspita del ingenio, del armado correcto del caso, del camino hacia la castañuela del ácrata.  

 

-          ¿Cantar el macho de la perdiz? Vaya que para ti es fácil confundir la castaña con el fruto del castaño. Pero ello no me agarró por detrás de mi espalda esa parte castrada que posees. Te falta leer esa rama de la teología moral que nació durante la contrarreforma. Mi casulla gris ¿Qué te diré con respecto a lo postulado dentro de este castro físico y mental? Que la respuesta se haya en las corrientes de los catabáticos: un catacaldo la siente, pero sólo eso, la siento, mientras ésta se burla de él y de su incapacidad de catador no sólo para probar, sino para juzgar, criticar, clasificar. Aun así, son las pintas las que están dispersas y sólo hay que rearmar la olla que fue arrastrada, pero el avance es del tamaño de la salud de un hombre que sufre de catalepsia prematura. Además, hay otra parte de mí que se siente como un catafalco en la semana mayor: es inevitable sentir esa pesadumbre, es inevitable recuperarse de ella cuando reconoces y aceptas que lo escrito… pues dicho esta y no es posible cambiar.

 

-          Es el primer comentario radical que escucho y que por más que le dé vueltas, pienso que es imposible de refutar. Claro que sólo me refiero al último, sólo a ese. La materia de las ideas no es tan rígida como la materia del catamarán ¡Y, aun así, la primera puede llegar a endurecerse y perder esa virtud de cataplasma que adquiere de manera natural! Bueno, te aclaro que cada una de sus propiedades es natural salvo el artificio de unirlas alrededor de un artefacto con fondo. Pues a falta de otras palabras que lo expliquen mejor, así te siento ahora, en este preciso momento: con un entusiasmo que va de la teoría a la materia, y viceversa.   

 

-          ¡Casus belli! ¡Casus belli en mí! ¿Cuál es el cate que provoca ese casus belli en mí? Mis catecolaminas me delatan ¿No es así? Soy un hombre que alguna vez fue catacumenado por otro, empero, él desistió y no sé si por falta de fe en sí o en mí, sólo sé que una vez desapareció y nunca regresó. Con él no sólo se llevó la capacidad de catar que poseía, sino que además me dejo como obsequio una caja que contenía un poco de catatonia, la cual, yo inocentemente probé y bueno ¡Mira ahora el resultado de ello aquí en frente de ti! La media noche es parte complementaria de mi serenidad.

 

-          Eso es grato escucharlo, Salazar, eso es grato. Así como lo dices parece caterético, y bueno, en cierto sentido lo es. No me tomes mi comentario como una caterva frente a palacio nacional, tómalo como la practicidad que se le ha dado al catgut: ambos somos sabedores de que para cauterizar una herida doliente y escondida es necesario recitarla con el tono y el énfasis de una catilinaria de Cicerón, ya que es de esta manera como un catire en Nueva York puede finalmente identificarse, luego de radicar ahí casi desde los seis años y no saber quién en realidad es. ¡Haz dejado el estado catirrino del cual era víctima! ¿A qué precio? Lo ignoro, lo ignoro, y tú también ¿Qué sucederá mañana? No lo sabemos, simplemente es así, no lo sabemos. Aun así, no me caso de destacar que ¡Por fin dejaste a un lado tu postura del retador dudoso!

 

-          Estoy en la puerta de lo katholikós, García. Y ello me postula entre lo catrín, lo cautio, la cola de los cometas y también hasta de la fortuna. Tus comentarios son inevitables deslindarlos del caudillaje Argentino o Chileno: eres como un caudimano y el árbol selvático es mi cuello. No seas caustico para mis órganos, te lo exijo, no te lo imploro, no vaya a ser que despiertes a la cautela de mi bestia que ahora duerme entre las almohadas de lo cauto en lo más profundo e inimaginable de la cava de mi pensamiento y mi razón.

 

-          Cavilo en todos los asuntos que así lo requieren. Soy cayado del ser celestial cuando así el destino lo impone. Incluso, para algunos bien podría convertirme en el cayo si es que así lo amerita el momento doloroso. Pero cuando está en mis manos, soy el cayuco vacío, sin tripulación, sin timón, que combate al más gigantesco y poderoso cazón. No es por miedo, más bien es por astucia que en este tipo de enredos e interpretaciones prefiero convertirme en cazabe: quien me permita el ingreso a sus extrañas sólo debe tener en cuenta que provocaré diferentes reacciones ¿Por qué? Porque esto es sencillo, es fácil, es nutrición elemental: cada organismo es diferente aun en los individuos de la misma especie ¿O dime? ¿Acaso me equivoco en esto último que te digo? No soy una broma, Salazar, no lo soy y sería poco capaz de convertirme en ello sabiendo que todos guardamos un cazurro muy dentro de nosotros y vasta con un pequeño, que digo pequeño, un pequeñísimo error para que cobren vida aquellos gérmenes maliciosos en nuestro interior neuronal.  

 

-          Y no sólo tenemos una parte de cazurro, García, sino también de cebado con un dolor intenso de cabeza que perturba nuestro caminar disimulado de cebú. Es difícil mantenerse como cedro o como el céfiro cuando alguien te provoca: lamentablemente tienes que actuar como tentáculos de cefalópodo antes de que el cedazo te alcance y te elimine del salado mar. Hay artefactos que actúan como una cecografía para los sordos, pero nosotros somos la ceiba adecuada para las almohadas, solamente reserva esa energía oscura o limpia para lo que ha de venir.

 

-          Ese celacanto que menciones y que se asoma por el cejo durante un celaje de amanecer ¿Tiene nombre? ¿Romero… talvez?

 

-          ¿Ese insensato que no es ni capaz de organizar una celada para el ácrata? Para nada ¿Por quién me tomas? Por un celenterado viejo, cansado y débil. Hay algo que me fascina desde hace mucho tiempo hacer: el célere en la palabrería y la argumentación. Discuto con ese celtíbero sólo para hacerle ver que nadie es superior, ni aunque ostenten el cargo que ostenten. Todos, absolutamente todos, al final de una buena reflexión sobre lo posibilidad, lo que se es y lo que se puede ser: la tierra, lo físico y la muerte nos recuerdan que somos unos diminutos seres mortales. Incluso, aun el celerífero siendo de metal y petróleo, cambió. ¿Has leído a la Celestina? Ella nos hace recordar lo frágil que es lo humano y lo que gira en torno ello. Digamos entonces que me gusta representar el papel de la perfección espiritual que un día descendió desde la callisca. Por ende, García, alguien tiene que recordárselos a diario, sólo para que dejen de imaginar que son como dioses, o en su defecto, de que descienden de alguno de ellos.

 

-          Tus palabras me recuerdan al mito del celta que sufría de celotipia y a pesar de que reconocía ese mal como algo que conformaba su espada, no realizó algo para impedir que ese estado lo llevara a la desgracia: perdió tanto su honor como su propia vida guerrera, su espíritu de ventura y de estratega, su ardua labor. Una mancha mínima lo podría arruinar todo, absolutamente todo.  

 

-          Sí, lo conozco a la perfección… a la perfección. Tanto que no se me olvida la habilidad que le daba esa espada de la que haces mención: la propiedad única de la celosía que le permitió asomarse a la celoma enemiga y por ende atacar, vencer antes de caer. Es cierto, tuvo su consecuencia negativa por no controlar esa virtud, pero al final de cuentas fue eso: una virtud. Por ello, mi estimado García, yo sólo soy una normal, pero con una impetuosa fuerza de voluntad.  No hay algo que temer o algo que retractar.

 

-          Ese mito, pienso, tiene un final demasiado celuloide. Llevar al extremo su cenaaoscuras, ser demasiado tajante durante los cenáculos, destruir su cenador con ridiculeces artificiales… todo ello lo orilló al cenagal que finalmente lo hundió… ¡Lo tenía todo y como terminó! Sólo me limitaré a decir que la historia dirá quién es quién.

 

-          No discutiré eso contigo García. Sin embargo, aquel celta dejo ese aspecto cenagoso en su cuerpo. Incluso también ese cencerro simbólico que lo ahorcaba, una vez en el profundo sueño, se liberó. Y eso no es divagué mío, al final del mito queda bastaste claro cuando dice que finalmente el celta perdió el arte de cencerrear que una vez lo apresó. Al final del día, lo que fue bautizado como alicante por los europeos, resultó ser cencuate para nosotros, los meshicanos.

 

 

 

Un delgado cendal de corriente de frío se esparcía por aquellos muros viejos que resguardaban a los investigadores y a un centenar de cenicientos desnutridos, olvidados por la sociedad y la misericordia, acusados por la moral y las buenas costumbres y alimentados por la fe que nace de la esperanza y la añoranza de la libertad. El cenit de la estrella más cercana sería la única testigo de lo que estaba a punto de acontecer, como suele suceder con muchas de las atrocidades que quedan cubiertas por la memoria deficiente del veterano del tiempo.   

 

Al cabo de unos cuantos minutos, Salazar y García comenzaron a escuchar unos ruidos que comenzaron a tomar forma de pasos que provenían del corredor que conectaba al confesionario con las oficinas de recepción. El eco se imponía de una forma brutal y por la imagen y el clima tenebroso que merodeaba por ahí poco faltaba para que aquel lugar se convirtiera en un cenobio de la edad media.

 

 

 

-          ¡Cáspita! – dejo salir de sus labios García.

 

 

Romero entró por aquella vieja puerta y se quedó observando a sus colegas por unos cuantos segundos. Por su parte, Salazar, quien se encontraba todavía dándole vueltas al asunto del mito del celta, al sentir una mirada detrás de su espalda y observar la desviación de la atención de García hacia alguien que no era él, comprendió el cáspita que García había pronunciado hace algunos instantes.

Finalmente, Salazar volteó y clavó su mirada a Romero. Ambos hombres quedaron con la mirada frente a frente, descansando uno en el otro su visión, la cual buscaba sobre lo más profundo de las retinas la primera palabra emitida para dar inicio a la contrariedad, como si fueran un par de mineros buscando encontrar la mancha de carbón para que fuera una especie de combustible que hiciera estallar a la locomotora, y como era de esperarse, Salazar pronto dio el inicio de dinamita: él le reprocharía el exceso de tiempo ocupado por Romero, ya que ello los había hecho retrasarse en su labor:

 

 

-          Ya era hora, Romero – lanzó Salazar contra Romero – Ya hasta estaba pensando que me daría tiempo de ir y regresar del baño.

 

-          Pues no fuiste porque no quisiste – se burló Romero – bueno, antes de comenzar a discutir sin sentido ¿Quieren cenar primero?  O prefieren acabar con la revisión del material que está enfrente de nosotros. La llamada que acabo de realizar me aclaró el panorama y calmó mis ansias de querer terminar pronto el asunto. Además, también me relajó y despejó por completo.  

 

-          Sólo para que actualices tu oxidado archivo, te recuerdo que tenemos prioridades y pienso que es indispensable que recuperemos el tiempo que perdimos… gracias a ti y tu llamada que “te relajo” - respondió con una mirada tenebrosa, pero al mismo tiempo misteriosa el experto en hierbas de Salazar a Romero.

 

-          Lo que quiero decir es que Rico ya tiene tu encargo, García, y se encuentra en tu oficina. Yo le dije que en unos momentos iríamos a cenar con él allá.

 

-          ¿Por qué allá? – preguntó García.

 

-          Por el mal hedor – respondió Romero.  

 

-          Bien pensando – dijo García - ¿Qué dices, Salazar, cenamos primero? De cualquier manera, ya es tarde y créeme que de aquí vamos a salir temprano, pero hasta mañana en la mañana. 

 

-          ¿Qué? ¿La cena? – preguntó Salazar.

 

-          La cena que le pedí a Rico comprar – respondió García.

 

-          Se me había olvidado por completo – dijo Salazar.  

 

-          La cena primero – y Romero dio la vuelta para salir de aquel cuarto.

 

 

Salazar observó a Romero y por un momento se estancó sobre su espalda. Al cabo de que Romero avanzará unos cuantos metros, García lo comenzó a seguir, mientras que a Salazar no le quedo de otra que seguir a sus colegas. A pesar de que Romero se había impuesto, Salazar no había mostrado disgusto o contrariedad, algo que no resultaba muy usual en aquel hombre de personalidad abismal.

 

Gracias a la literatura, diseño instrumentos de tortura.



EHECATL:

 

Delante de los cristales, en especial del parabrisas que se sobreponía a la vista de los pasajeros, Coto y Héctor se mantenían a la observancia de un descolorido tramo de la carretera y de las señales de pintura que descansaban sobre ésta, afín de mantener la dirección centrada de la camioneta en aquel carril. La materia transparente que conformaba el cristal permitía brindar la visión a los dos hombres, y, al mismo tiempo, la protección de la intemperie de la zona boscosa que imperaba en la geografía del lugar. Aunado a ello, una situación con tintes de cenobio se mantenía sobre aquellos viajeros centinelas que buscaban cumplir con su parte del pacto. 

 

Por la constante velocidad del vehículo que mantenía en su dirección recta era imposible, al menos para los oídos humanos de aquellos pasajeros, detectar el chillido de los grillos que estaban esparcidos a lo largo del camino y que los lugareños asemejaban con el chillido que imploraba la lluvia. Lo mismo aplicaba para el zumbido de algunos de los moquitos perdidos que por ahí rondaba de pura casualidad: sólo que este sonido resulta ser muy molesto porque de antemano cada persona ya sabe que es lo que busca y que es lo que provoca el ruido de los mosquitos.

 

Las hormigas también eran ignoradas, las serpientes, los roedores y hasta los temibles coyotes, si es que todavía había alguno por dicha zona, ya que la modernidad estaba modificando drásticamente el ecosistema que se había mantenido desde hace ya varios milenios antes, por supuesto, del actual, dándole a la vida la facultad del adjetivo centrífugo, lo cual se agravaba al ser considerado un problema menor que atender, al menos para las autoridades que ostentaban los cargos de administración pública actual y ya desde hace varias décadas: los verdaderos jueces ahora compartían el debate y la sentencia de temas a la altura de los ceñidores con los centunviros clásicos, pues la cepa de la vida y el cepo de lo que se consideraba indigno de la existencia en el mundo sólo les estaba permitida a los más ambiciosos, los más altaneros, los que se encontraban lejos de la comprensión y cerca de lo radical: los ceporros falsos.    

 

Lo único que se imponía y era evidente evitar era la oscuridad constante, la ausencia del sol y de los colores y aunque la luna que se presentaba ante ellos era muy brillante y llamativa, ella no lograba desvanecer el cuerpo de las sombras y traer consigo a la gloria del sol. Para ese momento del viaje de aquellos investigadores, la manecilla horaria del reloj marcaba ya más del número doce y ninguno de los viajeros se detenía a recordar las leyendas que suelen contarse sobre las esferas de fuego y los animales negros con los ojos rojos pese a la ceraunomancia humana de la que estaban imposibilitados para escapar. Además de ello, había en sus pensamientos una tenue sensación de cenofobia ocasionada por la caja oscura de espacio gigantesco del universo: la típica ventura de los inocentes.

 

Héctor, retomando la virtud y la postura rígida de un cenotafio esculpido para un guerrero honorable, se concentraba en mantener la dirección correcta detrás del volante: no tenía otra tarea más en que ocuparse, más por el hecho de que ahí iba su vida que por el mandato de seguridad y prudencia que se le había ordenado. Su respiración era suave y su mirada fija como lo puede ser una flecha en su objetivo. Él prefería mantenerse lejos de la conversación con civiles, a quienes consideraba incapaces de sobrevivir en un entorno que estaban por habitar. Ramírez, desde hace ya algún tiempo, se había quedado amarrado en un entero y profundo sueño que lo mantenía perdido entre algunos sueños que, como es de esperar, pronto olvidaría una vez que despertara. Para él, la tarea que le había sido encomendada con Coto tendría relevancia una vez que cenara y descansara plácidamente, es decir, por la mañana del día siguiente. Había acatado la autocensura ya que esperaba que la mayoría del trabajo la hiciera Coto.    

 

Por su parte, Coto no dejaba de maravillarse por la espesura negra que se distribuía por toda la zona que recorrían. Él no se cansaba de mirar y mirar y mirar a través del espejo, pues a diferencia de Ramírez, él prefería imaginar cómo sería la vida de un ermitaño, de un antisocial, de un anarquista en la cima de una montaña, rodeado completamente e árboles y árboles, de arbustos, de la Madre Naturaleza. Él mismo se sentía como aquella bestia quimérica mitad hombre y mitad caballo: con la fuerza bruta en reposo y con la inteligencia activa y fresca que le otorgaba su propia especie.

 

Muchas veces se había dejado ahogar por ese tipo de ideales, no sólo por lo bello que le parecía mantenerse cerca de un estado animal, sino por la belleza que le admiraba cada uno de los paisajes dispuestos para aquellos que se adentraban en la aventura de la exploración. Por ende, él viaja de una manera muy gustosa, muy placentera, pues consideraba que, aun viajando dentro de un auto con las distintas protecciones que éste le pudiesen otorgan, el sólo hecho de viajar en la madrugada, ya era una continuidad sutil de esa parte chamanica que poseía.  

 

Y es que Coto no exageraba en la belleza recogida por cada uno de sus pensamientos sobre las formaciones de la geografía del lugar: la Sierra Norte de Puebla era uno de los paraísos más emblemáticos de la majestuosidad ambiental: montes se alzaban desde los caminos en cuerpo de veredas, las carreteras y hasta la zona de los pastizales y mesetas, y, a comparación de los montes de Apan, en Hidalgo, de los cuales tampoco se les demeritaba su belleza de tierra árida, estos estaban repletos de árboles distintos con follaje verde, no tan exuberante como la selva, pero si lo suficientemente grato para aquellos artistas y pensadores que degustan de las ideas filántropas y de las simpatizantes.

 

 

-          Llegaremos a Cuetzalan en unos 30 minutos – dijo Héctor.

 

-          Muy bien Héctor. Gracias. Cuando estemos en la entrada me avisas nuevamente para que despierte a Ramírez.

 

-          Como diga usted.

 

-          Héctor, ¿A lo largo de tu vida te has llegado a topar con algo que sea asunto del misterio?

 

-          ¿Del misterio?

 

-          Sí, del misterio.

 

-          ¿A qué se refiere?

 

-          A cualquiera de sus formas. ¿Te imaginas porque estoy aquí?

 

-          Todos estamos aquí porque buscamos a un asesino.

 

-          Claro… estas en lo cierto. Pero ese asesino es hijo del misterio. Hasta ahorita no conozco a alguno que realmente tenga indicios de su paradero. Tampoco conocemos el motivo de sus asesinatos. Hay acercamientos, especulaciones, ideas que sugirieren y rodean al motivo principal. Sin embargo, todos sabemos a fondo que todo este asunto se encuentra bajo el misterio, y para ser honesto contigo, ese es uno de mis focos de atracción. Tú no eres tonto y Héctor, y lo digo en el buen sentido de la palabra. Por ello apuesto a que ya has observado y escuchado mucho de lo que ahorita aparentamos ser y has llegado a algunas conclusiones.

 

-          Bueno yo…

 

-          Es normal que no estés en la mejor disposición de compartir lo que ahorita pase por tu mente ¿Sabes qué significa eso para mí? Lo mismo veo a través de esta oscuridad, a través de este vidrio y este tipo de materia transparente… así es Héctor… es un misterio. Talvez no de gran envergadura, talvez no trascendente, pero al final de cuentas es eso… estamos plagados de misterios y de dudas porque nuestro sentido de la comprensión se ha apagado como la mecha de una vela: dejamos que el viento de afuera soplara y la apagara, y siendo una lumbre débil, pues míranos aquí, vamos por atrás de un hombre que parece no dejar huella.

 

-          Pero eso es sólo una opinión, con todo respeto señor. Todo misterio pienso que tiene sus factores que lo condicionan a ser y aunque no se encuentren a nuestro alcance, por ahora, eso no los mantiene por siempre en aras del misterio. Más bien, pienso, que usted tiene una idea muy romántica del misterio, muy pasional, porque el misterio siempre va a tener un movimiento que lo delate, es decir, si tenemos un sentido muy agudo o desarrollado, pues eso que a primera vista cae en el paradigma del misterio, pues muy fácilmente cobra genio y figura.

 

-          ¿Pero cómo se construyen esos factores? Tienes que examinarlos uno a uno para comprender el fenómeno completo, pues de no ser así y actuar con cautela puede que aquello que cobre genio y figura en realidad sea una mera mentira ¿No te parece? Y entonces, por lógica, el misterio seguiría siendo eso: un misterio.

 

-          Pero no puede negar que el hecho de que la probabilidad sea mayor acerca de ese genio y figura no será considerado como real, como verdadero, porque al final de ese estudio meticuloso que usted propone sustentará lo que se está evidenciando.

 

-          Pero aun así se escapa un detalle y por muy mínimo que este sea esta dentro del misterio, al menos, hasta que sea descubierto, pero ¿Y si jamás le toca la luz del sol? ¿Cómo estamos seguros de que esta completo nuestro estudio? ¿De qué ya no existe ni un mínimo rincón oscuro? ¿De qué no hay una parte escondida? ¿Quién lo garantiza? ¿Quién da esa certeza? ¿Quién?

 

-          Lo otorgara la solución del asunto. Así de fácil. Si el asunto de estudio está resuelto y se han encontrado lo que se tenía que encontrar, es ello lo que dará la seguridad y la sustentabilidad a lo que se llegó, por así decirlo, al genio y a la figura.

 

-          ¿Pero qué hay de aquello que se malinterprete? Si se malinterpreta y el resultado que dictó en realidad es un resultado impreciso ¿Qué sucede ahí?

 

-          Entonces se procedería a una reinterpretación.

 

-          ¿Con los mismos datos?

 

-          Con los mismos. Salvo que, claro está, si el resultado cubre lo que estaba en tela de juicio no hay más trabajo que hacer.

 

-          Es posible, Héctor, es posible. Y no es que te quiera llevar la contraria, sin embargo, aun así, mantengo mi postura, pues siempre habrá una variante, un factor, que siempre se nos escape, que no se considera hasta que veamos que el resultado obtenido no satisface por completo a los factores ¿Sí me explico? Es como una ecuación, como un equilibrio, para que comprendamos la naturaleza negra, la naturaleza oculta del universo hay que estudiar cada una de su composición, es decir su equivalente, afín de realizar una descripción satisfactoria del universo.

 

-          Me agradaría seguir hablando del asunto de misterio señor, pero ya estamos entrando a Cuetzalan. Al lugar donde tenemos que llegar exactamente, bueno, donde encontramos en material, es más conveniente llegar de día. Cerca de la plaza principal hay unos hoteles, yo diría que…

 

-          Sí, está bien. Nos hospedaremos y mañana continuaremos… Ramírez, despierta, ya llegamos…                                              

 

Gracias a la literatura, aprendí a tallar con el lápiz 



CENTEOTL:

 

Rico, con algo de carrazón entre los dedos de sus manos y su actitud, se había tomado la pequeña libertad de mover algunos artículos del escritorio de García para hacer espacio y acomodar todo lo que incluía la cena, pero era evidente que por mucho que moviera la lapicera y demás papelería, sólo le alcanzaba para colocar la bolsa completa. Él no se atrevió a documentos que tuvieran algún escrito, firma o sello, es más, ni siquiera las hojas membretadas en blanco, pues pensaba que podría ocasionar un mínimo desorden, algo que, por supuesto, molestaría mucho a su jefe y lo que menos buscaba era un regaño a última hora de la noche. Además, no quería cercenar el carácter ameno y favorable que influye el alimento a los hambrientos.  

 

El murmullo de las voces que provenían de afuera puso en guardia a Rico, sin embargo, a medida que estos se hacían y hacían más fuertes, él guardia pudo reconocer las voces de cada uno. Él esperaba que después de que entrara su jefe y lo viera parado ahí sin hacer algo de importancia y simplemente de pie se dispusiera a despedirlo, pues, aunque se le antojaban los tacos árabes lo que ansiaba más en ese momento era probar las cobijas de su cama, aquel mundo donde todavía podía alcanzar a tocar lo tenue de la aureola que se dibuja alrededor del sol y de un cielo imponentemente de color cerúleo y que sólo él y su yo interno resguardan celosamente ese secreto.

 

Ningún hombre que le hubiera conocido la vida voraz que había y continuaba llevando el cerril de Rico creería que ese carcelero cercopiteco degustara de los platones de trigo, maíz, arroz y centeno, pero así es de tramposo el ser humano, aparenta ser alguien muy ceremonioso, pero por debajo vive y se alimenta un grande y oscuro cernícalo que se dedica a cerner a cuanto esté cerca de él, con palabras y actos cubiertos de un cerio radioactivo, por considerar a todos los demás como un número sin valor, como un cero absoluto.     

 

Más los ánimos de Rico se desvanecieron al ver entrar por la puerta solamente a los cervatillos de Salazar y Romero, quienes venían más discutiendo que platicando y no en torno al asunto del ácrata, sino a sus asuntos personales y diferencias entre los propios egos, por lo que Rico los acusó, en su yo interno, de cetonias cesantes, pero que seguían accediendo a una jugosa parte del cetro de mando.

 

Eso, por supuesto, molestó un poco a Rico, quien consideraba que no se necesitaba tener grandes estudios universitarios como para tener sentido común y, por ende, priorizar las urgencias pertinentes en las cuales se disputaba la vida y la muerte de próximas personas, y aunque el carcelero tenía fama de chacharear al estilo de la chabacanería, ahora sí le había dado en el blanco, con su simple charpe, a los chacales. 

 

 

-          Muchas gracias mi chabacano amigo Rico – dijo Salazar como si hubiera probado un poco de cesio oxigenado con la lengua – lo digo como el fruto prodigioso, no en tono “de a ochavo”, mi estimado, porque este manjar huele exquisito.

 

-          De nada señor. Realmente los recomiendo. Los tacos de por aquí son muy famosos y deliciosos como los que le ofrecían al Chac Mool los pueblos nahuatlacas del valle de México.

 

-          Sí, me imagino – dijo Salazar en palabras mientras sus ojos disfrutaban la chacota que había dicho el chalán de Rico. Se chafareo la camisa y regresó la vista a Romero - ¿Tú que dices? Esto huele bien ¿No crees?

 

 

Romero alzó la pestaña y el parpado colocando una mirada de extrañeza sobre el comentario que había hecho Salazar. Lo que le extrañaba no era la pregunta sobre el alimento, sino por el tono menos rudo que había empleado Salazar con respecto a su cuestionamiento y sobre todo para dirigirse al él. Sin embargo, para no contraer chahuistle por culpa de ese chamagoso, Romero no le dio crédito a tales comentarios de aquel chafirete y sólo dibujo en su rostro una liviana sonrisa en tono de respuesta, para no perder los hábitos educativos que tenía desde chamaco y desde chamuco. Después regresó la vista a Rico y se dispuso a decirle lo siguiente:

 

 

-          En unos momentos nos alcanza el chancho de García para cenar los tacos árabes que trajiste. Muchas Gracias. Por cierto ¿Te vas a quedar a compartir la cena con nosotros? ¿Verdad, Rico?

 

-          No es por despreciar esa invitación, pero mi esposa preparó salsas y carne de puerco para que cenáramos unas chalupas ¡Hasta guisó unos champiñones con chamiza porque sabe que es una de mis comidas favoritas para chalarme más de lo que ya estoy! Y por eso, la verdad no quisiera que todo lo que hizo se vaya para los chamarices de chacra abandonada en medio de la nada, sólo porque este chambón se quedó a pasar más tiempo con sus compañeros de trabajo. Además, también preparó un delicioso champurrado en la mañana y como sobró un buen tanto, pues usted me comprende: todo oficio siempre se convierte en una simple chamba cotidiana, aunque llegue a tener semejanza de chalchihuite. Somos unos simples chancas, con todo respeto, señor, habitando en un chalet mundano, temporal… ¡y más a mi edad que se tomas más enserio el significado de la palabra chambear!… Pero, bueno, todo dependerá de lo que ahorita me diga mi jefe García.

 

-          Ya es la hora en que los chamanka y los practicadores del chamanismo salen a las calles, por ende, ahorita ni un mariscal es de fiar, pues obtiene chambona hasta por respirar. No pretendo asustarte, Rico, pero pienso que lo más seguro es que te quedes a cenar aquí, con nosotros – comentó Salazar.

 

-          García fue a poner llave al chamuscadero de hombres para resguardar el material que vamos a revisar, porque tú comprenderás que no se tiene que perder. Él pronto vendrá aquí y pienso que te dejará ir. No te ofendas, pero el asunto en el que estamos es algo confidencial – comentó Romero.

 

-          Entonces pienso que será mejor que vaya a verlo al confesionario. Necesito sacar mi mochila de ahí y una chambra que le compré a mi esposa y puede ser que él las deje allí adentro.

 

-          Bueno… como gustes… - finalizó Romero y se dirigió al pequeño sillón de piel que estaba cerca de la puerta y debajo de una pintura que retrataba una danza de los chamulas usando lo que parecían ser unos chanclos de hule negro, para poder sentarse.

 

-          Es mejor que tú y yo comencemos a cenar, Romero, antes de que llegué alguien de la chancillería y nos distraiga más de lo debido. Después que se una García, total no ha de tardar mucho tiempo.

 

-          Inicia tú, Salazar, yo lo espero.

 

 

Salazar se acercó al escritorio y Rico le comenzó a explicar en dónde estaban los condimentos: la salsa verde, las cebollitas asadas, la salsa árabe y la salsa roja, el guacamole, los limones y hasta los chiles habaneros. Posteriormente, Salazar abrió el empaque de unicel en donde venía la carne y notó que algunos trozos parecían chamizo, por lo que buscó evitarlos en la preparación de su taco.

 

Asimismo, agarró una tortilla de harina, la cual parecía tener un barniz de chantilly, y comenzó a colocarle un tanto de carne, bien proporcionado, le vertió un poco de sala verde e inmediatamente se lo llevó a la boca. esa primera mordida le había agradado tanto que había recordado las chanclas que había cenado una noche anterior, por lo que nuevamente incitó a Romero con la mirada para que se uniera a él.

 

Por otra parte, ese delicioso aroma de aquel manjar nocturno se comenzó a esparcir por toda la oficina de García. Mientras tanto, Rico comenzaba a despedirse de mano aquellos dos hombres, pero con la vista hacia el suelo, pues planeaba que no le hicieran preguntas sobre toda la chapucería que les había dicho para poder retirarse, aunque ni Romero ni Salazar consideraban que Rico los había chapuceado, ya que no les interesaba los asuntos de aquel hombre. Momento después, sin hacer ruido, se apareció García como chaneque abriendo la puerta:

 

 

-          Salazar ¡No me vayas a dejar sin chanfaina! – bromeó García - Espera ¿No eras vegetariano?

 

-          No soy tan chapeado como crees. Además, cuando tengo hambre me da por chapalear cualquier cosa, cualquier.

-           Sólo era un comentario al estilo de las chaparreras. En fin, Rico, aquí están tus cosas, las tuve que sacar del cuarto porque deje cerrado con llave. ¿Ya cenaste? – preguntó García interpretando un grado alto de ansiedad que dominaba en los días limpios por el chapopote de Rico.

 

-          En la taquería, señor – contestó Rico como si estuviera en frete de un chaperón que no es cuestionable.

 

-          Me gustaría que nos acompañaras con otro taco aquí, Rico, tengo de esos chapulines que tanto te gustan comer como botana para abrir el apetito. Pero bueno, como tu gustes y te sientas cómodo. Hace mucho que ya debiste haber salido y mira la hora que es. Además, parece que pronto por aquí se va a dejar venir un chaparrón más fuerte que la furia del dios Tláloc – dijo García.

 

-          ¡Qué amable es usted, señor! Chapurrear no sólo es una de sus virtudes, sino también la de evitar que este chaparro tenga que irse chapoteando para llegar a su casa. Pero no se preocupe señor, si ya no necesita algo más en lo que le pueda servir, prefiero proceder a retirarme – comentó Rico buscando aplicar un chanchullo argumentativo a su favor. 

 

-          No seré un chapucero contigo, Rico, por ahora todo está bien. Ya te puedes retirar. Ojalá mañana me puedas conseguir un poco charamusca, bueno, de la que prepara tu esposa. Sabes que te pagaré. Por cierto, sabes que a mí no me gusta hacerles chapuza con su salario y trabajo, por eso, este tiempo se te pagará extra: podrá comprarte ese chaquet del que me hablaste hace dos semanas.

 

-           Va a decir que me gusta chaquetear, señor, pero qué cree… ya no compraré el chaquet, prefiero gastar ese dinero llevando a mi esposa al concierto de la charanga y después de ahí, a lo mejor, ir a pescar charales en la charca de su pueblo el fin de semana. Sirve de que, además, nos ponemos a chapuzar entre toda la familia. Ya después ir talvez a la charcutería y hacer una lunada a la luz de una fogata con charamasca aromática. En esos momentos las charadas abren su cuerpo a los ojos que las buscan. Ya si me alcanza, mejor compraré una chaqueta más económica o una chaquetilla para mi cuñado porque ya se viene su cumpleaños y a ese hombre charlestón le gusta coleccionar atuendos de todo tipo: charreteras, de chatría, de checo, y hasta de chicano, aunque prefiere lo charolado con algo de chic. Todo eso para él tiene más valor que mil millones de chelines. Con respecto al charamusca ¿Quiere que le ponga algo de chayote como el de la otra ocasión o lo prefiere con chía? Apenas hizo uno con chartreuse ¿Cómo ve usted? Por cierto, gracias por lo del pago extra, señor, gracias. Otro detalle, antes de que se me olvide, le dije a Romero que…

 

-          Sí, Rico, ya me puso al tanto de la situación. Ahorita mismo voy a pagar el pedido que hiciste, gracias. Iré de una vez no sea que esto se vaya a convertir en un chascarrillo, pero con algo de chasco. El charamusca tráelo de… de… tráelo con chartreuse… ese no lo he probado, pero que escucha que tiene un buen sabor. Sólo que entonces, por favor, me lo entregas a la hora de salida, no vaya a ser que quede picado y ya sabes cómo se pone todo esto ¡Peor que los chauvinismos porque me pongo a hablar hasta de la charnela con charol que viste a los charranes que se la pasan en puro charranear! – interrumpió García.

 

-          Si usted quiere, puedo pasar a pagar ahorita que ya me voy. Pasaré por una chicha con esencia de cheremba prepara al estilo de los cherenques muiscas a la taquería, porque esa bebida le gusta a mi esposa. Ya sabe, por la hora, para que no se enoje conmigo y piense que ando envuelto en algún tipo de chicana o charranada – se ofreció Rico.

 

-          Gracias, Rico, pero ya es muy tarde y ya hiciste mucho. Además, por ahí tengo un asuntillo con aquellos descendientes de los charrúas que emparejar. Así de una vez aprovecho la vuelta – aseguró García y después jugó – pero nos acompañamos hasta la salida, Rico, no sea que escuchemos un charrasqueo de una charrasca de una chicharra que busque chicolearme o chicolearte. Con el clima que impera es mejor no recibir ni un tipo de chicoleo ni de los mismos chicuacos que viven en el chicozapote. Ya después de ahí yo me desvío ¿Qué te parece?   

 

-          Muy bien. Como usted ordene. Bueno, señores, con su permiso me retiro. Gracias y que pasen una excelente noche – y Rico abrió la puerta y se retiró acompañado de García.

 

-          ¡Chao! – pronunciaron al mismo tiempo tanto Romero como Salazar, quien seguía mordiendo y disfrutando su taco.

 

-          Bueno, no me tardo. Estén pendientes al celular por si se me aparece un moro con chilaba les doy el chiflido. Romero, con toda confianza, comienza a prepararte un taco. Cuidado con el chile habanero porque no tiene la misma consistencia que los chilacayotes y con una mordida que le dé tu boca vas a terminar bailando una chilena para enfriarte. Ahorita también traigo chilepiquín, que no es tan fuerte como el habanero y que le da un sabor a los tacos muy al estilo de los meshicanos prehispánicos. Atrás de la cafetera dejé unas chilindrinas, son de la mañana, también, si quieren, pueden agarrar una, sólo que a mí me apartan la más doradita. Bien, continúen porque si se enfría la carne se pone como manteca y el sabor ya no es el mismo. Yo ahorita regreso. – dijo García y cerró la puerta de su oficina.             

 

Gracias a la literatura, mis cadenas tienen alma


 

CHANTICO

Romero mantenía la vista sobre el chinesco de medio cuerpo de Salazar que se proyectaba sobre la pared a un lado de él. Le causaba cierto desagrado la presencia de su compañero y la intervención completa dentro del asunto del ácrata. En él veía a un posible chueco chilpayate en chilla que cuando hablaba dejaba ver entre líneas gritos agudos y despreciables muy similares a las voces vascas txistulari y txistu, que son propias de los chinacas y de los chinacates.


Tan sólo, con observar el perfil de Salazar le recordaba a una chichilla chota que únicamente había aprendido a comunicarse mediante la queja y el sufrimiento propio que dejan los daños y que, por ende, se encontraba a sí mismo como un vulgar perdido dentro de la chinampa olvidada. Más él se repetía siempre que todo ese asunto era un juego de chinescas de literatura Zamora michoacana, por lo que su deber chozno de la justicia y la verdad era mantener la mayor lucidez en cualquier momento ante cualquier choteo tiránico que buscase denigrar a la bella chusmita en cualquier chotacabras.


Lo que relajaba a Romero un poco y que al mismo tiempo le divertía era considerar a Salazar como un simple hijo de mulato y negra sobreviviente al Meshico colonial, con gusto por usar chincuete de chinché con un par de chinelas salido de un carnaval de locas víctimas de un chubasco. En el fondo, lo único que realmente le chingaba hasta en los tuétanos por parte de su compañero era que él se sentía como el chucho chingón de las Montañas Rocallosas, de las planicies de Montana, Wyoming y Colorado, así como del chinook del invierno y de principio de la primavera, cuando en realidad era una chingadera que necesitaba unos buenos chingadazos verbales hacia su ego y que ello permitiera quitarle el título de chucuto, para que no lo pisaran.     


De continuar con ese chipichipi de pensamientos que le fastidiaban como noche de cholitos pronto necesitaría unos chiquiadores para el dolor de cabeza. Sin embargo, un distractor cada vez más fuerte le penetraba los lóbulos frontales obligándolo a salir de la chirona en la que se encontraba: el aroma de alimento recién freído como el que despide la carne árabe después de chirriar era sumamente imposible de ignorar en esa pequeña oficina, sobre todo para tales horas de la noche y el hambre que se hacía más y más pesada para los agentes investigadores del Cereso.


Así pues, Romero abandonó la comodidad del sofá y se dirigió hacia lo que él consideraba el chirimbolo de García y comenzó a husmear lo que había dentro de la bolsa que había traído Rico, esperando encontrar, además de los tacos una refrescante agua horchata con algo de chufa en cuadritos. Más, al no encontrar el resultado que esperaba, porque sólo percibió un recipiente con líquido tono chumbo, prefirió tomar una tortilla de harina y, con la misma torpeza que Salazar, le colocó carne árabe para hacerse su taco.


También le colocó un par de delgadas tiras de chumberas asados. Agarró un limón, lo chupó, lo dejó sobre el escritorio y regresó al sillón comiendo el manjar deleitable del siglo XXI. Luego de darle la primera mordida, la textura le recordó un poco a la suave chocha al horno rellena de chochos criollos bañados con salsa de chirimoya. Además, la textura de churrasco propia de la carne le daba ese toque magnifico a la imaginación a la mente mientras masticaban y masticaban sus dientes.  


Salazar no dudo en prepararse un taco más, al cual también le agregó una chumbera como romero, sólo que él le colocó una más chupada. Este ya era el tercero y el nuevo sabor le pareció que era necesario acompañarlo con un fruto aromático del cidro. Claro que el gusto de recordar aquella carne jugosa como el propio limón no le distrajo mucho al volver la mirada a su compañero.


Así pues, miró de entreojo a Romero buscando una mínima murmuración para romper ese momento de chirle, pero si homólogo, aunque se percató de ello, mantuvo una postura entre chochez, chochopascle y un endurecido cieno. Ambos agentes compartían no sólo el carácter fuerte de chunga originarios de sus ancestros chontalli, sino que, además, las mismas aspiraciones de continuar creciendo laboralmente y con la chulería entre sus cercanos para mantener el carisma de unos buenos chupacirios, por lo que no esperaban una chiripa de los divinos chorotegas.


En el caso de Salazar la ambición tomaba el eco de los sonidos de una chirimía, la cual se sobreponía con mayor intensidad a la de Romero que tenía cuerpo de chiribitil en el fondo de un chiquihuite, cubierta con una chiripá, pues actualmente su naciente relación con Azucena amortiguaba esa característica para darle paso a la opción de pareja, pues consideraba que ella era el chirimoyo que siempre había buscado y esperado, algo a lo que su compañero y rival había renunciado desde hace ya mucho tiempo por considerar ese tipo de actividades como materia de chirigota.


A cambio de abandonar tal virtud como un pintor o un albañil lo hace con sus mejores chulos, Salazar se había vuelto más observador y más meticuloso en torno a varios asuntos y disciplinas científicas, ya que se había dado el tiempo para ir perfeccionando poco a poco, más y más capacidades que en un principio había considerado no apto para su personalidad o para sus gustos (incluida la práctica del famoso chirinola solitario).


Bien se podría decir que Salazar era un perfecto diseño churrigueresco cerebral que le encantaba comportarse como el chupamirto cicatero del racionalismo extremo, pues pertenecía a ese limitado grupo de pensadores aferrados y casados con la razón, amantes y seductores de la razón, defensores y luchadores de la razón, y hasta progenitores y propagadores de la razón que imponían siempre un ¡chist!.


Aunado a ello, el viejo experto en estudios del chirimoyo comparado sabía que si la situación de Romero continuaba con Azucena en forma de chotis y chozpando, eso lo distraería lo suficiente como para hacer de su ascenso una chuchería y le dejaría el paso libre a él para imponerse en las próximas promociones y con ello su integración dentro de los proyectos especiales y con mayor renombre, dándole más chirridos a la fama a la que aspiraba a través de su conocimiento y experiencia; y pronto, muy seguramente, podría posicionarse en un buen puesto que le asegurara no sólo el sustento económico y alimentario hasta el retiro, sino uno en donde pudiera disponer para colocar a personal de su confianza y dar un chirio a los que consideraba sus enemigos.       


 

-          Estoy sabedor de que ambos buscamos ser ese chirrión que rompa hasta el chisguete más violento, aquel que disuelva chismorreo en su contra de cualquier méndigo chivato de chistera falsa y chisparse de las represalias que pudieran asomarse por ello, apareciendo como un buen espíritu chocarrero ante la vista de todos; chochear a los historiadores de la prensa por medio de profundas depresiones nerviosas y circulatorias en dado caso de que no quieran ser parte de la chorcha chorrera que estemos dispuestos a vestir para vernos más chulos; abandonar para siempre el estado churumbel para proseguir por aquel que invita a estar dentro de la fama y la gloria, puesto que los grandes profesionales colocan sus nombres y sus manos sobre los más buscados documentos porque son éstos los que poseen un valor de trascendencia mayor que sólo meras actas de nacimiento o credenciales… en fin desaparecer de ese estado de chupatintas al cual estamos “clavados”. Más la competencia no puede seguir de esta manera y con tintes de churro, mi cicerone, al menos no cuando se trata del ciclón del ácrata.

 

-          Tus palabras tienen el tamaño de un herrero de la fragua de Vulcano, más déjame decirte que las gigantescas construcciones no siempre han perdurado ni permanecido dentro de la memoria social… ¡Ya no hay hombre que vaya a admirar el ciclorama del teatro! Y aunque éste no se ha extinto, la muchedumbre prefiere observar los cierzos a través de las pantallas tecnológicas y sofisticadas. Por lo tanto, es imposible que logres atraer a los inquietos con una melodía deleitable sino sabes tocar el címbalo ¡Y más si son como yo que no nos interesa en lo más mínimo la música, la opereta y la orquesta! Agarra todo el churro que te apetezca de las ovejas, que yo me quedaré aquí apaciblemente sentado tocando hasta cansarme la churumbela – aseguró Romero.

 

-          Lo que has dicho parece un chuzo muy bien disfrazado de chusque y dado que la ciar no proviene de la cía por mucho que a simple vista parezca que guardan una estrecha relación, debo recalcar que tu método para la evasión es bastante bueno, bastante, tanto como el valor de la cicádea dentro de los países tropicales, mi estimado Cicerón, más al ser yo hijo del cianuro tanto por sus efectos y no por su veneno, debo recalcarte que esa no es la respuesta que yo esperaba, siendo perfectamente deducible que tampoco imaginé que colocaras un escudo de negación, una cianosis dentro de una cianofícea. Hay mucho más en juego, al menos, más de lo que tú crees.

 

-          No me interesan tus objetivos ni tus arrebatos, Salazar, cada quien se dirige hacia donde le dicte su conciencia, su ideal, incluso, hasta su ira. Si consideras que para ti es imperante beber del ciborio para calmar el ciático de tu pasado, que así sea entonces, más no me coloques dentro de tu ciclotimia. Algunos sólo preferimos aceptar el ciclo natural y caminar por donde nos plazca, sea cerca del ciprés o estar meditando sobre la propia cierne y pienso que eso, pariente del ciclamato, es algo que carece de valor para ti.

-          Con que… ciclamato… vaya que me agrada ese sentido del humor que tienes. Y dado que has dicho las palabras correctas y con el mejor tono posible tal y como lo hace un ciclóstomo, entonces, tendremos que mantenernos bajo esa línea que dirige a la ciconiforme que proviene de París además de comportarnos como sus pequeños regalos y no permitir que la cicuta mayor rompa con lo que ha de ser el objetivo principal de este equipo. Después de todo, tú eres el hijo primogénito del cid. Además, ya tenemos suficiente con tener todo el tiempo encima a la prensa, a los delegados y a la propia población, que todos juntos conforman ese doloroso y temible cincho para nuestras espaldas.  

 

-          Y por ilógico que parezca, es este ciclotrón lo que nos mantiene a estas altas horas de la noche trabajando aquí.

 

-          ¿Te refieres al ciclo del prestigio?

 

-          A la línea del trabajo recto.

 

-          El trabajo recto trae consigo el prestigio. Suele tardar hasta 50 años, pero de que llega, llega.

 

-          De lo que hablas, Salazar, es de una ganancia que posiblemente se obtenga de forma indirecta, circa, pero la Historia es controlada por los eruditos, como la cimología de las enzimas y sus efectos.  

 

-          Es lo mismo. Ambas son ciencias y ambas se rigen por la objetividad. El prestigio o el desprestigio, bueno, siempre es menester hacerse de aliados hasta dentro de las academias. Además, es tan sencillo de observar estos mecanismos como la funcionabilidad del cinescopio: no hay que renegar lo que viene como extra detrás de hacer un buen trabajo ¿Acaso eso no te parece lo justo? Tú mismo lo ha dicho ¡Ya es de madrugada y ni la cintra esta despierta a esta hora!

 

-          Nuevamente, Salazar, veo en ti a un estudiante de la escuela filosófica griega de Antístenes. Es más, yo creo que superas a Diógenes. Más ello para mí viene a ser tan interesante como la vida de un cínife. Si tu deseas poseer el circón que emule con todas tus demás virtudes, habilidades o capacidades, yo seré como un simple cipo a tu lado. Después de todo, la cinia posee muchísimo más propiedades, si es que el botánico sabe encontrarlas que todo el circón para los químicos. 

 

-          Suenas tan convincente, Romero, que te asemejo con la predicción de una bella mujer cíngara. Y es que todo lo que mencionas me parece tan desatinado y sobre todo si consideramos la situación particular en la cual nos hemos o nos han metido. Mira ¡Ya hasta me estás haciendo dudar! ¿Será lo mismo la cincografía que el cincograbado? En conclusión ¿Serán aquellas palabras que has dictado los verdaderos deseos de tu yo interno?

 

-          Eres tan obstinado que realmente dudo que tal pregunta provenga de la curiosidad, porque parece que en realidad proviene del horror. Te repetiré una vez más tal cual es la naturaleza de la cinemática: ambos tenemos prioridades diferentes ¡Ya no te acongojes más!

 

-          ¿Pero si estarás de acuerdo en que es momento de una tregua? ¿verdad?

 

-          ¿Tregua?

 

-          No hay porque negar que nuestros egos se encuentran dentro de un ring de box, rivalizando desde el inconsciente hasta lo que logramos concebir.

 

-          Es decir…

 

-          Que todos conformamos un equipo de investigación hasta el final.

 

-          Si eso es lo que quieres escuchar, adelante, somos un equipo hasta el final.

 

-          No sólo eres un hombre de entendimiento, sino astuto e inteligente.

 

-          Los halagos son persuasión y eso no funciona conmigo, Salazar, pero esto tú ya lo sabes.

 

-          Entiendo. No te apures, no tengo más que decir.

 

-          Entonces, continuemos cenando.

 


Mientras Romero y Salazar continuaban cenando e intentando llevar una charla no tan rígida, Rico y García ya habían atravesado el estacionamiento del Cereso y cada quien había seguido su camino. Rico se alejó caminando entre las lámparas de luz, pues tomaría un taxi de la estación “Kyon”, la cual se encontraba en la plazuela principal, es decir, a unas 10 cuadras de aquel lugar. Por otra parte, García ya se encontraba dentro de la taquería, conversando un poco y pagándole a la esposa del buhonero. La noche continuaba siguiendo esa rutina que algo o alguien le había impuesto desde su primer momento de existencia, y García se disponía a regresar hacia el reclusorio.       


Gracias a la literatura, la miseria es riqueza


CITLALICUE


El astro lunar o tenía un miedo gigantesco tan imposible de ocultar sobre su figura de conejo a causa de una cincha divina o prefería evitar ser el testigo de los acontecimientos que se desarrollarían en los próximos minutos y que poseían la naturaleza del circonio, puesto que su presencia no era percibida completamente aquella noche, sobre todo ahora que García se encontraba ya abandonado la taquería luego de haber resuelto sus asuntos con el dueño y ser, posiblemente, un cisco más del ácrata: el reflejo que previene la extinción de la vida a través de una naciente cizalla cobriza larga no se hacía presente para este hombre, haciéndolo fácilmente el fin claro de una clava.


Así pues, la luna dejada de ser el conejo lindo color perfecto sin mancha tal cual clavelito y se convertía en un coala que coadyuva a coartar el florecimiento de la cogida del colibrí de la verdad, ya que tan sólo acompañaban a aquel hombre, sin el privilegio del abrigo, la protección algunas de las estrellas que manifestaban su existencia a través de una tímida clavellina sin algún fuerte resplandor: era como si los cuerpos del cielo buscaran evitar a toda costa convertirse en los cómplices de los actos de los malhabidos y malechores, y es que, conforme avanzaban los segundos una sensación de desolación se esparcía por todo el occidente del planeta Tierra a causa del cloroformo que finalmente había ocasionado un efecto de tránsito, de puente, permitiendo el viaje de la indiferencia sobre un clíper para sustituir a la sensibilidad.


De un instante inesperado, el viento comenzó a dar sus típicos silbidos que logran silenciar con clavos de olor a toda codorniz distraída, atrapándolas bajo los ramajes del clavero y alejándolas de algunos pedacillos de cocón que se encontraban esparcidos por el piso y cuyo interés no había desertado a los palomos. Más, tras haber realizado esa tarea, la voz del viento se restringía a coexistir con aquel condenado por el cocodrilo que asechaba a tan sólo unos cuantos metros de él.


Así pues, se simulaba que nuevamente todo regresaba a la absoluta calma, otorgando un frío y temeroso silencio a este incomprensible reino en colapso por falta de la codeína natural y sintética. Más lo único que sí se lograba sobreponer a cada rincón era el eterno espíritu de la oscuridad, y no sólo de la noche como tal, porque esta es sólo una de sus máscaras, sino esa otra del tono de la cólera que lograba extender sus brazos hasta a la claridad de las mentes generadoras de ideas y especulaciones, razones y soluciones dentro de los coloquios en donde se creía que la coeducación encerraba un tesoro. 

 

Como un niño que sufre de una osteoporosis sólo detectada por su organismo, más no por la conciencia de él mismo, y aun así insiste y se dispone a jugar a la comba, sucede algo similar siempre en la vida cotidiana con un ser que se atreve, finalmente, a desentrañar la realidad y el cohecho de la misma por culpa del clericalismo y el colaboracionista confundido, desafiando a la tremenda máquina de la cultura y al tremendo cíclope de lo cognoscitivo sólo por el afán de desentrañar a la verdad, o si tal ventura no es posible, por lo menos coincidir con en ella, siempre y cuando sus agudos sentidos estuvieran dentro de la plenitud para dar ese paso hacia la exploración del espacio, en donde el permiso para el acceso de los infinitos secretos es de la muchedumbre, pero que pocos logran acceder (algunos llegan pero sólo al cumplir el papel de comisionados), por ilógico que parezca.


Hace ya más de medio siglo que en aquel club de colonos herederos más porque lo dictaba el codicilo que por convicción, en donde se levantaban los hogares de los moradores temporales, había sido visitado por el cíngulo de un predicador, trayendo como consecuencia el castigo de la extinción de los cinamomos, quedando sobre aquella corteza tan sólo la dureza del pavimento de chapopote negro, el concreto gris y el revocado de los muros que se alzaban para conformar cada una de las manzanas de la zona, y todo tan desgastado como el propio clavicordio, pariente cercano del clavicémbalo: aquí el correr de las horas se media todavía a través de una clepsidra.   


Por tal motivo, la ausencia de los cantos perfectamente melódicos como en la isla de Ceilán, se acrecentaban, por lo menos, hasta en una circunferencia de 50 kilómetros. Las calles, como cualquier otra ciudad, aparentaban ser parejas, rectas, siendo un símbolo del intelecto arquitectónico circulante y del intento del trazo perfecto de la capital, tal y como los conquistadores españoles lo vislumbraron hace unos 500 años. Sin embargo, cada vez era más el número de los cojitrancos cofrades que gustaban de colmarse de los bienes ajenos y el aumento de una gigantesca colección de deshechos que todos pretendían ignorar, aunque esto causara cierto grado de clavija. Esta situación se reproducía como coliflor transg, por lo que muy pronto el presente les echaría en cara los errores tanto al colectivista como al propio burgués.


Dado que se había circuncidado cada cirián de cada rincón, incluso los que buscan sobrevivir a través de las aberturas o grietas de la acera, ni siquiera los insectos recorrían aquella zona frívola destinada a servir solamente a la raza humana y a aquellos que fuera n considerados una amenaza para la razón, el orden público, las buenas costumbres y hasta los errores del propio estado.


Tan sólo deambulaba por esos parajes una que otra solitaria criatura despistada de alguna especie equidistante. La estética de los arcos y las columnas, lo llamativo de los colores y la herrería trabajada y forjada por mano dura y obrera, aunque buscaban simular la geometría natural a través de algunas formas y figuras, simplemente, terminaban empolvándose y convirtiéndose en un retrato gris a causa del smog de los autos y de las fábricas aldeanas: eran circulares que nunca lograrían su cometido de atracción hacia los pobladores, por más insistentes que estos fueran elaborados.    


Únicamente, esta sobre carga barroca de contaminación, finamente, había tocado fondo y culminado con la inconformidad de los ambientalistas. Así pues comenzó entre las academias y los programas sociales una pequeña pulsación que arremetía contra todo aquello que no fuera ecológico, sustentable o amigable con el medio ambiente; sin embargo, paradójicamente, si no cubría con la perspectiva del mercado imperante y con la empleabilidad urgente que diera el sustente al centenar de familias crecientes, aunque sea mínimamente, era preferible que todo permaneciera dentro del discurso, pues eso daría el tiempo suficiente para los visionarios del mercado actualizar sus productos y mercancías, dando cabida al círculo vicioso de los adictos al control, a los enfermos de posesión material y a los esquizofrénicos que creían ser el centro de toda circunspección porque sus homólogos les seguían la corriente en el juego macabro de lo circunloquio, lo perturbante, lo ilógico y lo confuso.   

   

Aunado a lo anterior, se transitaba por una especie de pérdida de derechos en todos los sentidos, como lo que sucedió en algún momento los circuncisos, sólo que ahora el objetivo principal a someter no era una secta, sino meramente a los engañados. Algunos se preguntaban si ello se debía principalmente a que el crecimiento exponencial de la especie humana era tan descomunal que era prácticamente imposible garantizar tales virtudes a cada uno de los individuos o simplemente se debía a la terquedad de un grupo privilegiado que se negaba a ceder ante las ideas de igualdad que cada vez era más virales al tiempo que eran rancias. Claro que tal malestar azotaba no sólo a dicho rincón y al circuir cercano, sino que solamente lo permeaba como una clarisa ingenua clama dentro del claustro de su propia orden, porque era un ambiente que se mantenía en entera armonía falsa sobre toda la circunsuperficie terrestre: un tanto de forma natural, un tanto de forma heredada, un tanto de forma artificial y lo que se asomara para las próximas generaciones.   


Por otra parte, los amantes, los amantes falsos (como aquellos que pertenecían al círculo de Borgoña), tampoco degustaban de deambular por aquellas calles desgastadas, sucias, viejas, débiles, enfermas de cistitis, carentes de la lógica racional progresista y sin colores vivos o espectaculares motivadores que los orillaran a disfrutar del amor a través de esa forma dominante y poco clara en donde no había espacio para la palabra, el diálogo y la trascendencia, ya que, un divorcio siempre era negocio para el abogado, lo mismo que el amparo para un juez.


En cambio, los amantes, los amantes reales que son enemigos de lo circunspecto porque consideran que lo puro no tiene porqué permanecer oculto como sucede con las ciudades secretas, al igual que sus contrapartes preferían frecuentar espacios en donde era posible revivir ese enamoramiento que se construye a través del arte de escuchar, del arte de contemplar y del arte de compartir; porque los amantes, los verdaderos amantes que se rigen o que por lo menos buscan regirse por la lógica bondadosa, son todavía más hermanos del misterio y del placer, de la pasión y de lo que está prohibido hablar, al menos, para este extraño tiempo humano que tiene identificado simuladamente hacia dónde quiere ir sin percibir las consecuencias que le podría acarrear. Más no por ello despreciaban a aquellos aposentos en donde el espíritu de la civilidad también estaba extinto, sobre todo para los miserables, porque hasta para sentir el peso de la justicia, mientras que a unos se les deleitaba con el clarín, a otros se les deleitaba con el clarinete. Bastaba con leer los reportajes en periódicos y revistas para comprobar la verdad de los hechos.      


Para los visitantes, no había ni la más mínima duda de que esta parte de la zona de la ciudad estaba destinada para salvoguardar la existencia y la tangibilidad del abandono y lo que a ambas les atañe, y no sólo por aquellos que son atraídos por los centros de distracción, sino también por los inadaptados sociales, sean o no sean los culpables; por aquellos que la fortuna los había traicionado, siendo engañados por lo que creyeron parte de sí porque algo o alguien se los inculcó, pero que resultó tan sólo ser de beneficio al tiempo que era de perjuicio para otros: el desbalance eterno que se extiende muchísimo más allá de lo que alcanzamos a comprender. Y aunque mucho se citaba al dios de la claridad meridiana, los resultados casi siempre eran los mismos.  


Bajo todo lo ya dicho, apenas sí lograba ampararse García, a una parte de sus ideas y una estructura vacía y oxidada de patriotismo. Como buen jefe de una unidad de seguridad e hijo del clan Claudus, un arma de gran calibre lo acompañaba como su nuevo ángel de la guarda, como el cisma que permite la agrupación, la observación y la identificación. Más la posesión de tal objeto estaba más inspirado por el miedo que surge de la impotencia mortal que todo por la propia gracia del espíritu de la seguridad, cuyo origen se remonta hasta la divinidad, lo cual traía consigo cierta ofensiva muchísimo más robusta que todo el instinto, mismo que ya casi estaba extinto en él.


Tal descuido y el defecto de percibir con claridad los objetos distantes por ausencia de la luz estaba a punto de reclamar lo que quedaba de su cuerpo una vez que se olvidara por completo de él la precaución y la seguridad, tal y como sucede con el desvanecimiento claroscuro del proceso de la respiración a cualquier ser de este planeta, y es que, quien tome para sí la confianza sin el beneficio de la duda mínimo, al menos dentro de estos juegos y dilemas, tiene la muerte más que asegurada, mucho antes de que así sea designado por orden de los tres misterios.    


Y es que la cara del mal puede portar la clámide de los clásicos para pasar sin ser visto, alimentarse con toda esa energía que emerge de la envidia y que se ensancha con los lazos de la complicidad, logrando poseer los cuerpos de pies a cabeza tal cual titiritero hacia sus marionetas, agravándose el asunto porque no hay un exorcismo lo suficientemente potente como para erradicar los demonios que asesinan al alma, ocupando se lugar manipulando una máquina, una escultura, un robot sombrío, haciendo del poder de la imaginación y la creación algo clandestino.   


Así es como éste hombre, sin darse cuenta, una sombra lo merodeaba cercándolo dentro de una cámara de vulnerabilidad para su ataque, una sombra que era producto del civilismo de la generación de la esperanza que había sobrevivido a toda la masacre de sus homólogos, capaz de oler el aroma de su piel de pies a cabeza, claridoso en la buscaba de sus movimientos y de sus debilidades, para asestar el golpe, no el último, porque muy seguramente éste sería otro de tantos ya incontables que comenzaran a clavar hasta al más alumbrado al poseer un historial ininterrumpido de crímenes y fechorías ocultas bajo la personalidad y el respaldo de un clavel, siendo que el crimen es demasiado fácil de ejecutar en tanto que la autoridad ya ha sido rebasado por los asaltos, los secuestros, la trata de blancas y las incontables desapariciones forzadas.


Y es que García, aun teniendo el grado de mando que poseía, no logró advertir como las manos que empuñaban su cacería tenían un par de guantes informáticos, botas sumamente protegidas y lustradas por la clavería, gafas detectoras de calor importadas por el mercado negro y que son adquiridas por los enlaces y por aquellos que tienen valores para ser intercambiados, una claraboya que da vista a aquel que lo resguarda en sus zarpazos, así como el equipamiento similar al de un astronauta que realiza un sinfín expediciones a los telescopios flotantes en el espacio.


Una empresa grande implica, antes que nada, el lado oscuro de la perseverancia y el comportamiento del sigilo, la claridad suficiente tal cual arquitecto traza su plano. Quien la ejecuta se adiestra entre el arte del camuflaje de la noche y hasta de la luna. No es filósofo y no obedece a algún tipo de súplica: es fiero, ágil, verdugo, poseedor de una clarividencia que le permita generar las trampas incluso para las presas más astutas, porque así lo requiere el manejo de un secuestro o de una desaparición. No es de extrañar que sea un aficionado a la disección, a la anatomía y a los tejidos, porque es aquí en donde se encuentra la musa de su existir.


Aun en más lugares despejados, en las explanadas aparentemente limpias, en los barrios tranquilos, siempre hay una banqueta, una bolsa negra de basura que el propio descuidado abandonó y más sí recordamos que esa es una costumbre mundial. Y si eso no fuera suficiente, siempre se tendrá que llegar al auto, al transporte público, a la entrada del comercio, del edificio, adornada con arbustos, con escaleras… para el cleptómano insistente y bien remunerado que alimente su morbosidad no hay clerecía santa o respetable, ya que para él toda persona es clueca que puede ser dominada y coaccionada hasta con una putrefacta coa sin necesidad de un coadjuntor, y en este caso, para el clavero de la prisión que se convertiría en cobayo de las turbias indicaciones de aquellos que se blindan con la cobardía, no sería la excepción.


Basta con aprovechar que los rondines de los vigilantes cumplan con su curso estipulado, aunque si es necesario eliminar a uno e incluso tomar su lugar, también es válido cuando se quiere alcanzar el objetivo. Aquellos que traen consigo las hojas de coca mascadas con cal dentro de sus genes es digno de ser cognoscible, tratable y hasta buscar integrarlo a la cofradía, porque él ha probado el alcaloide de la coca, sea porque se despertó dentro de sus genes o sea porque la adquirió por alguna otra manera…


Y es que se vive dentro de un colaboracionismo cambiante como la propia suerte, porque mientras otros tantos son cohibidos otros tantos se plagan de las bendiciones del arte de cohonestar, permitiéndose ceder todos los ideales educativos a cambio de unos cuantos pagos que resultan ser el triple de su salario mensual, porque se dejan persuadir por la idea de que los números son más importantes que salvoguardar la vida humana, ya que hay un cimiento mal colocado en sus prioridades: sólo se vive una vez.


El armamento cada vez es más sofisticado y mejor manipulado. Las navajas y los cuchillos son instrumentos clásicos, como lo suele ser el machete y las jarras o jarrones y hasta los coletazos. Pero ahora, hasta la tapa de una lata de atún, la propia arena, una simple cuerda, un lapicero, un piso grasoso o alguna sustancia pegajosa, un celular, un billete, una moneda, un anillo, una cadena de oro y kumbala pueden tomar el lugar del objeto distractor, del objeto que coarta la sensación de los sentidos.                     

Gracias a la literatura, no hay erotismo culpable


COATLICUE


 En la oficina de García, la clavija vacila entre imponerse sobre las reflexiones escondidas de Salazar y las palabras defensivas de Romero, más la clínica que habían recibido desde su integración a las filas de seguridad, les dictaba que el momento imperante era una malísima clonación de otras madrugadas dentro de aquellos cuatro muros. De esta manera, Romero fue el primero en abandonar la coacción diurna que dibujaba sobre Salazar para atreverse a pronunciar:

 

-          Si mi cociente intelectual me dicta bien, yo diría que ya es demasiado arena la que ha caído de la esfera superior a la esfera inferior del reloj ¿No te parece, Salazar? Uno de nosotros debió acompañarlo o por lo menos seguir sus pasos desde cierta distancia, entre las cochinillas. Es mejor que le llame por teléfono a ese mequetrefe... le voy a propinar un buen cocolazo por dejarnos con el Jesús entre el cogote ¡Y vaya que no estamos para este tipo de novelas! 

 

-          Yo intuí desde un principio lo mismo que tú, Romero, más no hay de que alarmarse. García seguramente se entretuvo hablando con un clítoris y está muy bien que lo interrumpas antes de que nosotros tengamos que hacer lo mismo que él. Fíjate que imaginé que regresaría con Rico, sabes lo bien que a ese hombre se le da la gracia de la persuasión, aunque mucho se le resistan. En fin, también dile que si no llega de inmediato dejaremos su oficina peor que un cochitril.  

 

Romero metió la mano en el bolsillo derecho y sacó un teléfono negro, el cual tenía pegada la calcomanía de un cnidario dorado rodeado de clorofíceas. Salazar vio aquello como algo infantil, sobre todo por el calibre de hombre que era Romero: un carácter más irritante que los propios cloratos. Aunque quería desatar su cocinilla nuevamente, se repetía una y otra vez que era mejor dejarla encerrada junto con el coco de Romero.


Mientras tanto, Romero continuaba pegado al teléfono, insistiendo una y otra vez mientras trataba de concebir la justificación del porqué García no respondía: él esperaba que el cocuyo continuara encendido para García y es que estar metido en los asuntos del ácrata era adentrarse en el desciframiento completo del código Hammurabi y el declive de la gran Babilonia. Sin embargo, la única respuesta que obtenía era el sonido de su línea telefónica rascando un muro invisible, y, al ser desviada, intentaba nuevamente.


Al cabo de unos cuantos intentos más, Romero dio un vistazo de coeficiencia a Salazar en donde no sabía si gritarle o preocuparle, porque por primera vez en toda su vida sentía una helada sensación coercitiva por su incomunicado coetáneo: ahora no sólo el cogollo sería propiamente el ácrata, sino muy seguramente también lo sería García. Recordó los cognomentos con los cuales unos le bautizaban y otros lo dignificaban. Así pues, guardó su celular dentro del bolsillo, se acercó a Salazar sacando la fortaleza de un centenar de cohorte y no esperó ni otro suspiro más para dictar:

 

-          ¡A ese insensato hay que salir a buscarlo ¡Pero ya! ¡Tal cual si fuéramos cohetes! – gritó Romero dándole la espalda a Salazar y agarrando la perilla de la puerta para salir inmediatamente de la oficina. 

 

-          ¡Serénate hortaliza! Que eso mismo estaba a punto de decirte. Más no confundamos los argumentos con el cohecho. Lo vamos a topar en el camino y entre los dos le reprochamos su misteriosa ausencia a ese mendigo cojo – dijo Salazar mientras seguía a Romero – Oye ¿tenemos que decírselo a los muchachos?

 

-          ¡No! Primero hay que salir y desenredar este embrollo. Es posible que bien lo hayas predicho y nos topemos ahorita. Sólo que, de no ser así, el terror pronto invadirá no sólo a toda la prisión ¿Te imaginas el impactó que habrá si algo le sucede a García?   

 

-          ¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero no habrá un culpable más que él. Renunció a la escolta que le ofrecieron y todos estamos metidos en la caza del ácrata ¡Sabíamos los riesgos que esto conlleva!

 

-          ¿A qué te refieres? – dijo Romero mientras se detenía y regresaba el cuerpo para quedar frente a Salazar, quien iba detrás de él.

 

-          ¡Por Dios, Romero! ¡No seas inocente! El ácrata ya ha cobrado un centenar de vidas y esto se ha retenido…

 

-          ¿Se ha retenido? – interrumpió Romero - ¡Es noticia a nivel nacional!

 

-          Ahí sí te equivocas Romero, te equivocas. Es noticia a nivel nacional las víctimas. Lo que se ha retenido a la prensa es la información del ácrata.

 

-          Todas las víctimas están ligadas a un mismo sujeto ¡Tú y yo lo sabemos!

 

-          Pero ellos no. Todos piensan que han sido asesinatos simultáneos por diferentes individuos. Más no es así. Lo último que necesitamos es un asesino serial que se burle de nosotros a través de los editores y los periodistas. En nuestras manos está no sólo la seguridad estatal o nacional ¡Sino una gran reputación que cuidar!

 

-          Mira, luego discutimos esos detalles, pero si García no aparece, más vale que vayas pensando que decirle a Rosales, a la prensa, a todos los oportunistas y a los procuradores del colectivismo que se vayan haciendo visibles, porque esto, mi estimado colactáneo, dejó de ser algo exclusivamente de los coleópteros.          

 

Romero y Salazar salieron corriendo despavoridos como cola de pescado en la búsqueda de García. Aunque el terror los consumía colateralmente, se dispusieron comportarse de forma discrecional: había que colegir todo lo que estaban viviendo bajo el sabor de un dulce de colación y con la vitalidad que otorga el colagogo, aun ya percibiendo el crecimiento de un cólico que sería crónico.


Romero no quería causar una falsa alarma de los hechos o algún tipo de intriga a lo que ya por sí mismo era un asunto delicado. Sin embargo, su conciencia estaba atrapada dentro de una colegiata que le impedía diferenciar cuales eran los oficios adecuados para atender tal situación: habría que colar primeramente sus prioridades, sus convicciones y lo que fuera lo más adecuado, aunque, como sostenía Salazar, no fuera la verdad. Tan sólo esperaba que García ni hubiese sido derribado completamente si es que los colmillos del ácrata ya lo habían alcanzado.  


Mientras se caminaban por los pasillos de la comandancia de la prisión, Salazar y Romero iban teniendo ciertas colisiones corporales, ya que el nerviosismo que pretendían amenguar era imposible de retener dentro de sus huesos. Al llegar a la entrada principal se percataron de que el vigilante a cargo en turno que debía estar resguardando la seguridad entre las viejas columnas no se encontraba cubriendo su puesto como de costumbre, por lo que Romero le ordenó a Salazar que se quedara al pendiente desde las escalinatas mientras él salía a revisar el estacionamiento, desde el comedio hasta los alrededores, y las calles contiguas para tratar de localizar a su compañero.  


Romero se dispuso a revisar la explana del estacionamiento con su arma cargada en la mano izquierda. Comenzó por la zona que conectaba la fachada principal con el comedio, y al notar que prácticamente los autos estacionado eran mínimos, decidió acercase primeramente al coche de García, el cual permanecía en completo silencio, inmóvil. Se agachó para asegurar que no había alguien tratando de ocultarse por detrás de las llantas: tan sólo una paloma caminaba sobre el cemento, picoteando el suelo para desmoronar lo que parecía un pedacillo de cemita.


Romero dejó de tocar el suelo con sus manos y acercó lentamente su arma que apuntaba a los vidrios polarizados. Tras observar detalladamente el interior del coche, tanto la parte delantera como la trasera y no obtuvo resultado alguno de García. Sobre el retrovisor todavía descansaba el rosario de ónix que le había obsequiado en uno de sus cumpleaños, y en el fondo de ésta, la figurilla que le había colocado su esposa: un colibrí con las alas extendidas y con el pico dentro de una campana.


Romero continuó indagando el vehículo y se acercó cuidadosamente a la cajuela. Confiaba que el oficio obligaba a Salazar para estar coaligado con él y por tal motivo le vigilaba la espalda debajo del opaco vitral con forma de colmena desde la entrada por lo que colocó su oreja sobre el frío cofre unos cuantos segundos. Sin embargo, tampoco escuchó ruido alguno y, aunque trato de forcejear la cerradura, no logró abrir el automóvil. Así pues, quedaba descartado que García estuviera por ahí lo mismo que estuviera herido, ya que no había logrado encontrar algún rastro de sangre por todo lo que ya había monitoreado su colmilluda vista. Claro que no se tendría que cantar victoria en la cina del collado hasta que García apareciera frente a él.   


Desde lejos, Salazar observaba a Romero todos sus movimientos: había un colmo disimulado que solamente conocían sus aliados. Además, giraba el cuello para vislumbrar si algo extraño ocurría, pero todo circulaba dentro de un colmado silencio. Por su parte Romero, comenzó a caminar en dirección de los demás autos, para realizar la misma revisión, pero el resultado era el mismo: ni siquiera una abeja lejos de su colmenar. Romero comenzaba a desconcertarse de la situación: su rostro se quedaba sin el colorín que lo caracterizaba. Sin más preámbulos, regreso a toda prisa en donde se encontraba Salazar al no lograr columbrar a García y le ordenó:

 

-          Regresa a donde está el material y quédate pegado ahí, no sea que un coludido del ácrata este merodeando entre estas desgastadas comarcas. Espero que no sea necesario embestir esta madrugada, aunque me temo que estamos a punto de sollozar por culpa del comedido de García. Tú trata de localizarlo por celular y si no funciona, entonces insiste con los comendadores que se fueron hace ya bastante tiempo, porque algo tenemos que hacer. Yo, para cualquier detalle, estaré pendiente en el teléfono para cualquier glosa que se ofrezca ¡No dudes en marcarme si algo extraño notas o hallas!

 

-          ¿A dónde vas? Es cómodo que yo sea sabedor de ello, compinche, no sea que alguno me pregunte por ti y piensen que armamos un complot. 

 

-          Estoy en compunción, Salazar ¿Cómo permitimos que el comedimiento de García desembocara en este embrollo? ¡Un colombófilo no descuida su pasión sabiendo que un gavilán anda libre dentro del palomar! Yo tengo entendido que la taquería esta por aquí cerca y es menester indagar el paradero de aquel hombre antes de que se haga más tarde.  

 

-          Tener colombofilia no elimina la condición de imperfección de ser humano. Tú has de serenarte porque no es seguro que vayas tú solo, no al menos ahorita que García no aparece. Por dios ¡Romero! Esto que acabas de decir es lo más descabellado de la noche.

 

-          Si García no aparece, no podemos permitir que tampoco aparezca después el material que tenemos ¡Hay una gran responsabilidad en todo esto! Él nos citó a todos aquí por algún motivo. Pienso que…

 

-          Espera – interrumpió Salazar - Le voy a llamar a Ramírez o a ese raro comunista de Coto. 

 

-          No hay tiempo ¿Tengo que compeler contigo? ¿Verdad que no o sí? Más vale actuar que explicar. 

 

-          Bueno, les llamaré según tus palabras: mientras regresó a la habitación. Pienso que voy a caer en coma. Espera, Romero ¿Llevas tu arma contigo? De ser así, dispara al estilo del comando, así sabré que necesitas ayuda o que estás en peligro ¡No te vayas a hacer el comediógrafo!

 

-          Aquí la llevo – Romero ajustó su arma – no te preocupes. Tenlo por seguro de que si así se requiere balazos habrá.

 

-          En esta madrugada no debe de caer uno más.

 

-          Así será.

 

Mientras Salazar se introducía dentro de los pasillos de la comandancia, Romero caminaba cautelosa y sagazmente, porque él sabía que la noche, si bien ella no era aliada de la delincuencia, sabía que la delincuencia si la utilizaba como su mejor aliada. No sólo le preocupaba García, sino su propio bienestar y más ahora que Azucena se encontraba dentro de sus planes. Los ojos y las manos estaban ocupadas vigilando todo el panorama cuanto podían y, aunque nunca había sido necesario emplear su potencial, estaba completamente seguro de utilizarla, aunque le costara una acusación. Al cabo de unos cuantos minutos, su celular comenzó a timbrar:

 

-          ¿Encontraste a García? – preguntó Romero a Salazar.

 

-          ¡La puerta está abierta! ¡La puerta que resguardaba el material y el salón está completamente vacío!

 

-          ¡Maldita sea! ¡Y el vigilante en turno!

 

-          ¡No lo sé! Pero es mejor que regreses inmediatamente. García era quien guardaba la llave ¿Qué haremos ahora? Ni Ramírez ni Coto no me respondes.

 

-          ¡Demonios!

 

-          ¡Esos hijos…! ¡Voy para allá!

 

-          ¡Corre!  

Gracias a la literatura, puedo trabajar en la oscuridad

 

 

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