Secretos de Villalta



Secretos de Villalta


Escribo esto antes de que la noche me sorprenda, antes de que la memoria agote mis neuronas, antes de que tenga que perderme entre los miles de millones de habitantes que somos. También escribo para recordar porque eso escuchaba que solía decir la gente durante las tardes dominicales, cuando se detenían a contemplar como los árboles, al igual que ellos, habiendo envejecido.  

Mi abuela Juanita era una mujer que, pese a haber nacido con la desgracia de no concebir, logró renacer el vientre materno con sus sobrinos. Era una mujer tierna, amorosa y comprensiva, pero al mismo tiempo muy vulnerable para los males que estaban por venir para la familia, los cuales no se irían tan fácilmente con los remedios caseros que sabía preparar.

Lo que más amé de ella fue su hospitalidad y buenas palabras. Algunos la consideraban ignorante por la decisión que tuvo que afrontar, débil por aquello que de haberlo querido no debió vivir, poco capaz por permanecer en un mundo que pudo desvanecer por medio de la voluntad, pero ¿Qué pudo haber hecho esa mujer en un lugar donde las trampas nos envuelven como el maíz es envuelto por su cáscara? 

Recuerdo que para ese tipo de problemas, mi abuela Micaela decía que sólo quedaba soportar los males con paciencia, rezando y rogando al creador para que la mala temporada pronto se alejara, pues solía creer que ante la voluntad divina nada se podía hacer. Aunque muchas veces no concordé con ellas, debo escribir que ambas mujeres se mantuvieron en la bondad que cualquier persona de su condición puede vivir y transmitir.   


Los primeros días en Villalta fueron nublados gracias a la tormenta que azotaba al país. La cosa no mejoraba para nada, pues a tan sólo unos días del diluvio la tierra comenzaba a recordarnos quien es más fuerte. La situación se tornó más caótica cuando las clases se cancelaron en el pueblo: miates deambulaban por las calles más vacías que de costumbre. Los afortunados estaban trabajando en el campo recogiendo el cultivo del tomate, chícharo y habas.

-          Maestro, vengo a verlo para despedirme porque dicen que el mundo se va a acabar el próximo sábado. Uno nunca sabe y es mejor estar preparado para los designios del creador – dijo Juanita luego de entrar a mi habitación sin haber tocado la puerta.
-          ¿Quién anda diciendo eso? – respondí riendo por el rostro de espanto que traía aquella mujer, pues sus ojos parecían abrirse para recalcar sus palabras.
-          Todo el pueblo lo dice – dijo – los niños, las mamás, los hombres del campo. Yo creo que ya no llegaremos a la misa del domingo maestro.
-          No ande repitiendo esas tonterías que lo único que crean es más incertidumbre y pavor entre los niños. Mejor póngase a recoger lengüitas para que tenga ocupada se mente.
-          Pero maestro ¡Hasta en las noticias andan diciendo que el volcán esta lanzando fumarolas rojas!
-          No lo sé, la verdad no he tenido tiempo de ver televisión o escuchar radio. Usted sabe que apenas si llega la señal.
-          Bueno maestro, sólo venía por eso… ah… y también quiero pedirle un favor.

Cuando Juanita pronuncio esas palabras, sabía lo que se acercaba, pues ahora el que estaba a punto de estallar era yo, pues seguramente era para solapar al vago de su hijo, quien ni picha ni cacha, pero eso si, los paseos en moto todo el día son la escuela que recibe el muchacho todos los días.

-          Quiero pedirle que sea paciente con mi niño, Oscar, el aprende muy lento pero es un chico bueno. Sé que no ha ido a la escuela en casi tres semanas pero ha sido porque no se puede mejorar del estómago. Ya lo llevamos a que lo curaran, ahorita anda vendado y apenas si puede caminar. Estoy segura que en cuanto se mejore el mismo tomará los libros y vendrá a buscarlo – dijo Juanita.
-          ¿No se supone que se va a acabar el mundo? Entonces ¿Para qué se preocupa? Ya estas palabras están de más ¿No le parece? – dije muy molesto por la actitud que tomaba frente a Oscar.
-          Usted sabe… por las dudas. Le prometo que el pondrá mucho empreño, sólo sea paciente con mi chamaco.
-          Esta bien señora, seré paciente con él como lo he sido desde un principio con todos. Él es consiente de que yo puedo ayudarlo, siempre y cuando el quiera y no falte, porque no puedo hacer más. Usted Juanita no debería solaparlo, sino ser más estricta con él – respondí en tono molesto y me detuve antes de recordarle que ni era su hijo.
-          Gracias maestro, entonces ya me voy, tengo que ir a despedirme de la demás gente. Usted haga lo mismo, pero si sobrevivimos nos vemos el lunes.
-          De nada Juanita, vaya con el creador.

Juanita salió rumbo a la calle buscando alcanzar todas las puertas posibles para despedirse. Esa tarde, después de salir del cuarto donde dormía, me di cuenta que había sido poco educado con ella, muy grosero en pocas palabras tras haber abogado, una vez más, por su sobrino.

Oscar, al inicio del ciclo, me pareció un buen alumno, cumplía con tareas y trabajaba en clase. No era travieso o se ponía a discutir con sus compañeros de clase como lo hacían constantemente Andrés o Brayan. Tampoco recuerdo haber tenido que llamarle la atención por haber tratado de besar y abrazar a las niñas de segundo año. Incluso mantenía su celular en la bolsa del pantalón, sacándolo sólo para poder saber la hora.

Transcurrido el mes de agosto y la primera semana de septiembre, el hijo de Micaela estudiaba y cumplía con tareas. Su letra no era la mejor del salón, pero se entendía al primer vistazo. Revisarle no me llevaba tanto tiempo como con otros alumnos aunque si dejaba ver sus faltas de ortografía. Ningún detalle por el cual alarmarse.

Al paso de los días, su butaca comenzó a estar vacía. Si se presentaba lunes, no regresaba hasta el jueves con algún detalle extra: dolor de cabeza o panza. Transcurridas las primeras horas de aquel día, justamente antes de la clase de matemáticas, solicitaba irse a su casa pues el dolor lo consumía hasta los cabellos. Al inicio procuré ser comprensivo y mesurado, entonces accedía a su retirada. Sin embargo, este método se volvió habitual durante un mes, hasta que despareció por completo.

Eran principios de noviembre cuando Juanita había solicitado paciencia con él. Para ese entonces, cuando Oscar decía estar enfermo, su rostro mostraba una actitud de placer y alegría poco oculta cuando daba permiso para salir de clase, y todo lo contrario cuando negaba permitir su ausencia: su mirada se centraba en mi rostro, siendo mis ojos quienes testificaban esa boca sin forma, torcida, acompañada de unas manos cerradas, contraídas, y una postura erguida.

No comprendía lo que sucedía, pues todo este enjambre de chismes sobre lo que decía Juanita, Micalela y los demás pueblerinos sobre él poco a poco cobraban vida, se hacían tangibles y resbaladizos como la mantequilla ante el débil conocimiento que poseía sobre el miate. Todo ello nublaba mi mente, podía hacer lo que otros antes de mí: ese era su problema, después de todo mi sueldo permanecería intacto si el asistiera o no; pero también podía adentrarme a un mundo del cual me habían advertido abstenerme.

La elotada

Una semana después, la escuela se preparaba para lo que sería la primera faena del año. Desde que observé por primera vez la escuela, al menos el salón único que la conformaba, sabía que el porvenir no se escribiría de forma sencilla: el aula se ubicaba a costillas del abismo, alejada y castigada por sus habitantes. Ella estaba desnuda, sin alguna prenda que la protegiera de las manos de sus verdugos o libertadores. También carecía de luz eléctrica, lo que le permitía ser absorbida por la oscuridad de la noche y el peligro de los montes.

Posterior al temblor, su cuerpo se rodeaba de las más largas y profundas grietas: la herida crecía por toda su estructura y se extendía hasta el techo de la habitación. Los supervisores de obras sólo se burlaban de ella y de las palabras que emití para defenderla cuando fueron a revisarla. Ellos finalizaron su diagnóstico diciendo que el lugar era seguro para dar clases… un error que varias vidas de infantes cobraba en la Ciudad de México.

-          La faena se llevará a cabo el jueves. En el pizarrón esta escrito lo que deberá traer cada mamá para ese día –dijo Lupita, la maestra que se encontraba a cargo de los niños de primer grado.
       
Los niños, como era costumbre, se limitaban a copiar aquello que estaba frente a sus ojos sobre las hojas de sus libretas tan vacías como sus propias expectativas: reflejo de la incapacidad de los maestros para encaminarlos al mundo de las dudas y de la creatividad, de la cual sólo quedaban vestigios.
Después de cerrar la jornada escolar de aquel día, Eric desenvainaba la espada de palabras que cargaba con gran sigilo en su lengua para averiguar si podía realizar lo que desde el inicio de clases soñaba: una convivencia entre sus compañeros de clase, los padres de familia y los nuevos maestros donde el manjar principal era aquel al cual se le culpabilizaba la creación del hombre según algunas culturas mexicanas.


-          Podemos aprovechar para hacer una elotada – dijo el niño mientras lo miraba con cierto grado de extrañeza, pero con el suficiente grado de lógica para deducir lo que Eric quería decir.
-          ¿Qué es eso? – Pregunté más en tono de sarcasmo que de desconocimiento. Además, tenía cierto grado de sarcasmo, empero quería escuchar de su mente lo que para el significaba aquella bendita palabra que intuía sería una idea adecuada.
-          Las mazorcas pronto darán elotes y nosotros los tomamos para hervirlos con sal, cal y habas entre la leña más seca que traemos del campo. Los saboreamos rodeándolos con mayonesa o limón y sal con su chilito piquín. También se los puede comer solos. Hay unos que están tan tiernitos que se pueden comer crudos –dijo Eric mientras se levantaba de la butaca emocionado –Se puede tomar el agua de elotes.
-          ¿El agua de elotes? –pregunté
-          Si, el agua que queda de los elotes hervidos es como un ponche. Sabe muy dulce.
-          ¿En enserio?
-          Si –dijo la niña Melisa –es como un té y mi mamá dice que sirve como medicina.
-          ¿Medicina? ¿Para qué?
-          No lo sé, pero eso dice ella.
-          Esta bien ¿Qué le parece maestra? Lo de la elotada parece una buena idea –dije mirando a Lupita.
-          Si, está bien. Después de la faena estaría perfecto que hubiera un convivio para finalizar el bimestre. Por mi no hay problema –contestó la profesora.
-          Entonces hagamos la elotada, mi primera elotada. ¿Qué debemos traer?

Y las manos se levantaron por todo el salón para decir que traer, desde la olla para hervir los elotes hasta el agua, la leña, el pericón y los vasos desechables. Además cada uno propuso traer 10 elotes, sean de las cosechas de sus padres o “prestados” de los campos cercanos a la comunidad. Los niños participaban de forma entusiasmada para llevar a cabo su costumbre que en clase de educación física ¡Los ojos resplandecían junto a sus pequeños dientes! Y de las sonrisas sobre esas mejillas pálidas y morenas me mostraron la miel que tienen los estudiantes de secundaria ante actividades tan comunes y significativas.

                                   

Allá, en la ciudad o en los lugares que eran invadidos por las maquinas tecnológicas inteligentes, la elotada no existía. Entre la gente era inimaginable crear siquiera el termino ¿Cómo lo sabía? Yo venía de esos rumbos. Desde que recuerdo, cuando pasaba el vendedor de elotes, mi mamá los compraba para hervirlos en la estufa al descubierto, sin hoja, tal como lo decían estos niños que se debían de cocinar. Por lo tanto, estaba seguro que el sabor era diferente.

Además, por las calles urbanas se desconocía el pericón: sólo agua era la que bañana el delicioso cuerpo de grano elotero. La familia se reunía para ir a comer a los restaurantes, a comprar helado por las tardes de plaza, a comprar ropa en las grandes tiendas de ropa y almacenes, sobre todo cuando había descuentos de locura. Aquí, en Villalta, eso no existía. Por esas calles sin pavimento y donde que cada esquina podías encontrar más de dos árboles, los lugareños se reunían a comer elotes y habas, bolas de conejo con tortillas azules, lengüitas al vapor con pulque, y en temporada, la salsa de chinicuil que nunca se me antojó.

Por tales contrates, el tiempo se volvía cómplice de la distancia y solían jugar con la inteligencia del hombre como si fuera un barquito de papel, el cual transitaba desde las montañas, los bosques, valles, hasta estrellarse con alguna lago o mar abierto. Esa frágil figura de origami bajaba de los lugares remotos e inhóspitos para navegar por anchuras del tamaño de un gato montés hasta lo de 10 lobos mexicanos.

A su paso recogía sólo lo que le observaban sus dobleces. Lo demás estaba condenado a perderse por la espesura de los pinos y las alturas que resguardaban el cauce del líquido. Viajaba centenas y centenas de kilómetros, tratando de recordar lo que el agua y el límite le habían entregado, siendo incapaz de rescatar aquello que se hallaba tras las rocas altas del olvido.

Esa era la maldición que se completaba por los muros de la pasión ante la situación: bloqueaba a los pasajeros más astutos, tirándolos ante la pesadumbre abismal de la poca comprensión. Y cuando los metros se habían extinguido por completo siendo el valle el destino final, los ojos de la tripulación abandonaban la venda gruesa para quedarse con la delgada. Esta amenazaba constantemente con crecer si no se alimentaba el espíritu: batalla que se había perdido desde mis tatarabuelos, al menos eso contaban mis padres con sus historias, las cuales eran apoyadas por los extensos párrafos de los eruditos e historiadores.

El resultado no sólo era lo que ahora conformaba el bajo grado de comprensión que tenía, sino la época que vivía el pueblo y la ciudad. En las noticias de la tarde mucho se hablaba sobre la modernización del campo, el apoyo a los productores con tractores y fertilizantes en las zonas de siembra. La verdad era inevitable: la actualización de nuestras tierras estaban tan lejos de un campo próspero como los hijos de la palabra amorosa del creador.

Durante los escasos dos meses en que Villalta se había transformado en mi hogar, tan sólo tres tractores logré ver en la zona. Un cuarto adornaba la terracería que estaba a 2 calles de la escuela (cruzando por la caña del maíz) y cuya reparación no alcanzaría por la oxidación que presentaba el mismo por falta de pintura que recubriera su estructura. La culpa, como siempre, jugaba a las escondidillas ¡Pero el buscador en la cama dormía, sin deseos de levantarse para encontrarla!

Es posible, retumbaba en mi mente, que lo maravilloso de este lugar sea el retraso que por el cual transita, permanece y florece. Calentar con los desechos naturales es reciclar, deleitarse con algún platillo que ofrece la naturaleza misma es no gastar lo que no se tiene y evitar deudas que después serían rebasadas por los altos intereses. Habitar en chozas construidas con adobe y techos de palma o láminas podría ser lamentable en tiempo de lluvia y frío. Sin embargo, ellos aprendían a lidiar con esos asuntos y más.

Los negocios son pocos, pero la gente se saluda con un cálido rostro pese al clima crudo que poseía por ser una sierra ¿Acaso eso no compensa todo lo demás? ¿Acaso eso no compensa el movimiento del dinero, el caos del tráfico, el miedo que se vive en las urbes por ser una posible víctima de asalto o secuestro? ¿No?

La ciencia atravesaba por uno de sus peores estados de salud, tanto mental como física. Ella ya no se encontraba en las universidades o las escuelas de algún otro grado: la habían secuestrado desde hace no sé que tiempo por la industria y la empresa. La pobre agonizaba encerrada por esos pasillos oscuros y de acceso restringido. Nadie se preocupaba por ella ni su pronta recuperación. Se bastaban con observarla por noches y días enteros con el fin de exprimirle hasta su última gota de sudor.

De cuando en cuando, los verdugos permitían la visita de algunos que conocían su esencia de lejos para tratar que la revisaran y le dieran un servicio. Muchos de ellos, para acceder a su cárcel, eran obligados a formar un contrato que estipulaba dos clausulas importantísimas. La primera señala que el usuario estaba obligado a estudiarla con algún fin que pudiera ser explotado. La segunda, en compensa a su labor, mencionaba que el usuario podía exigir una especie de honorario, que era la palabra mágica para disfrazar el salario, pero el descubrimiento le pertenecería a aquel que solventaba los gastos de manutención, es decir, a la empresa.

Con tremendas cadenas que ataban a una moribunda ciencia y con los muros que se forjaban entre los hombres de estudio y la finalidad de la razón, la cúspide del progreso y los sonoros ecos de bondad, el desenlace era inevitable ¿Qué se esperaba este pueblo y los científicos de secundaria? Mejor hagamos una elotada.         

La familia de Damaris




Con cada pisada que sentía el viejo camino que conectaba a la escuela con la comunidad se escuchaba la voz del viento: un fuerte silbido transitaba entre las hojas amarillentas de la mazorca, dañadas de esta forma por las últimas heladas que habían visitado a Villalta, eso y la granizada dominical inusual que había alcanzado hasta a Santo Toribio y San Pablo del Monte.

Hace dos meses el paisaje lucía tan verde que podía apostar que la contaminación generada en las capitales más pobladas del países eran un diminuto fantasma que con ciertas medidas algún día lograríamos desaparecer. Pero por el clima devastador de la zona, a tal grado que los cultivos amanecían con escarcha, transformaban a zona en el paisaje naranjado que anunciaba con trompetas la presencia del otoño.

La crudeza del clima sólo existía en el medio ambiente, entre los altos y espesos bosques de pinos que merodeaban al lugar. Para manejar la armonía que la historia ha forzado en blandir, la gente permanecía en primavera: los pétalos de sus labios dejaban volar las palabras y las letras, quienes volaban en forma de abeja para llegar a las secas y desgastadas orejas ajenas, incluyendo las mías.

-          En total somos nueve hermanos, bueno seis son medios hermanos porque son de diferente papá. Aún así tratamos de llevarnos bien, pero a quien más sigo es a mi hermano mayor, el que tiene 18 años y ya se junto, y a mi hermana Belén. Ella tiene 16 años –dijo la niña de piel blanca y con pecas en el rostro llamada Damaris.
-          Tu hermano esta muy joven para haberse juntado –dije de manera precipitada y con poco conocimiento de las relaciones humanas.
-          Ya es papá. Tiene un bebé de 1 año con su esposa y vive con nosotros en la casa del esposo de mi mamá.
-          Tan jóvenes y ya con responsabilidades de adultos. Con poca experiencia y un futuro casi predestinado a la miseria.
-          ¡No! A la miseria no porque mi hermano si trabaja. Incluso ayuda a mi mamá Josefa con algunos gastos, sobre todo los de la comida.

La piel que rodeaba mi cuerpo se estremecía por aquellas palabras de Damaris. Mi padre solía decir, y algo con lo que concordé mucho toda mi existencia, era que la gente gustaba de adornarse con las raíces de la miseria, la cual extendía sus brazos hasta crear un estado ciego y opacidad ante lo que importaba para crecer. Ella cubría con sus finas capas oscuras la frescura de aquellos que se estrella con nuestros sentidos, cubriendo un cerrojo y perdiendo la llave.

Respira de la añoranza los años que trajeron cicatrices irreparables por causa de la fruta podrida que se nos dio para consumir, envenenando todo el centro interior espiritual humano, ahogándolo dentro de un manantial de agua dulce que refresca al instante, pero poco perdura, pues apenas pasados unos momentos puede quemar todavía más que el fuego mismo de los infiernos eternos.

Con ello, el presente tomaba forma de un caballero de piedra, cubierto de armaduras que en lugar de protección le regalan una pesadumbre distractora, agonizante pero sublime, pues se acumulaba como el polvo sobre los brazos y piernas. Como los muslos eran insensibles por la solidez del ahora, resultaba iluso imaginar la posibilidad de remodelar las esfinges cómodamente estancadas por el polvo de siglos.

Las bromas resultaban ser la cotidianidad. Por tal motivo, fácilmente hacía de las suyas los niños traviesos en los lugares de reunión, en los pisos de adoración, hasta en donde se suponía que la verdad ocupaba el lugar primordial de la especie, lugar que pertenecía a la  madre de todas las habilidades y virtudes.

La miseria, girando en torno al universo de mi cabeza, alcanzaría a las nuevas cosechas. La semilla, decía mi padre, poco podía ser ante el puñado de tierra y agua que arrojaba el sembrador. La ingenua sólo absorbía a lo que su blando cuerpo rosaba. No era bendecida con el poder de la elección, como muchas veces se engañaba. Al principio, lo que pudo ser grande y digno de honra, era alcanzado por los alambres con púas, cortado y destazado para ser ofrecido por partes.

Si la fortuna te alejaba de las alturas y del peligro que reinan sobre aquellos infinitos abismos, jalándote a las tierras donde la fertilidad apremia con un nuevo abrigo de humedad y bufanda calidad, entonces se te bautizaba como hijo de la inspiración. Gracias a ello un renacimiento estaba programado para tu cuello, pues se te permitía alzarlo para comer la salud del conocimiento… dejabas de ser la forma para ser la figura, saltabas de cerebro en cerebro, de enunciados en enunciados, de rubí en esmeralda, de esmeralda en jade, de jade en diamante, y de diamante a la mentira, con la intención de consolidar el oasis de mentiras en el cual el hombre se había acostumbrado desde la época de los reyes y palacios.

Según sus palabras, la historia, la lectura y la espiritualidad poseían el peso suficiente para combatir la guerra contra la miseria, y no cualquier tipo de ésta, sino la más mortífera: la personal. Solía asegurar la posesión de varios demonios de la miseria sobre los huéspedes vacíos, con otras mascaras que iban desde la pobreza, la enfermedad, el hambre, la flojera  y la envidia; formando un círculo de males engañosos sobre la resbaladilla de lo efímero.

En eso momento, ni una palabra de lo que comentaba mi padre pude decírselo a Damaris. Mi boca fue obligada a limitarse por los ojos que la observaban sentada sobre la cama de la maestra Lupita en el cuarto donde los padre de familia nos brindaban el hospedaje, pues la comunidad se ubicaba a cerca de tres horas y media de nuestros hogares. La tarde se cubría por el frío común de la región, el cual alcanza tanto el interior de mi sangre que circulaba por todo el cuerpo hasta el interior de mi alma, el cual por primera vez daba inicio a su florecer.

-          Mi mamá ha tenido 4 maridos en total. El mayor, Belén y yo somos de uno. Brenda, la niña que le sigue del mayor pero antes de Belén es de otro. El niño que va a la primaria es de otro, y sus dos hermanos viven con su papá, sólo que a ellos no los conocemos. Uno se murió y la más pequeña tiene un año de nacida –nos platicó Damaris mientras se mecía en el colchón y observaba el azulejo blanco que estaba pegado al piso de la habitación.
-          ¿Y cómo le hace tu mamá para mantener a todos? –preguntó sorprendida la maestra por las palabras que, seguramente, le habían causado estragos. Después de todo hasta el sueño se le había espantado, pues sus cejas permitían el iris café completo de sus ojos.         
-          Pues trabaja mi hermano, su marido y en ocasiones me manda a trabajar al tomate o al chícharo.
-          ¿Por eso faltas mucho a la escuela, verdad? –pregunté impresionado por las noticias reveladas por la pequeña niña de 12 años.
-          Por eso. A veces también me tengo que cuidar a mi hermanita, algo que casi no me gusta.
-          Tienes razón en molestarte. No es responsabilidad, a eso le toca a ella. Tu mamá Josefa es la que quiso volver a ser madre, no tú –dijo Lupita muy molesta.
-          Pues aun así ella me pone a mí y si no la obedezco me pega con un cable. A veces yo me le escapo y me voy a la escuela, porque a ella no le gusta mandarme, prefiere que me quede a hacer las labores domésticas de la casa –dijo Damarias ya como algo común, el pan de cada día.
-          Es tu derecho asistir a la escuela y ella lo sabe, es una lástima sea de esa forma contigo sabiendo que la inversión que haga en tu educación hoy ayuda a mejorar tu calidad de vida en el futuro –le dije sintiendo compasión por el suplicio que la abrazaba por tiempo indefinido.
-          He tenido que trabajar desde que estudiaba tercero de primaria. En ese entonces una señora me pagaba 50 pesos por lavarle los trastes sucios de la semana. Eso si me gustaba pues eran unos cuantos platos y vasos, aparte me daba de comer, pero esa señora se fue de Villalta. Ahora sólo voy a las cosechas de temporada –y sonrió Damaris.   
-          Pronto llegará el día en el que lo que ahora tu padeces desaparezca. Ahora la neblina ronda por los muros en los cuales caminas, pero muy pronto la contemplarás desde lo más lejos posible –fueron las palabras que se me ocurrieron para consolar a la infante –Todos no poseemos la infancia ideal. Muchos corren con la misma suerte que tú: deben de trabajar o tolerar los errores de los padres, sin embargo, si aprovechas lo poco y mucho que te ofrecen tus maestros o las personas que tú consideres sabías, eso puede ser de mucha utilidad para cambiar tu camino.
-          Lo sé. Cuando acaba la secundaria me iré a vivir con mis abuelitos. Ellos me quieren mucho y quieren que siga estudiando. Cuando salió Belén de la secundaria le dijeron a mi mamá que si ella se iba al rancho le pagarían la preparatoria, pero ya no pudo estudiar porque hubo problemas.
-          ¿Con quién Damaris? –preguntó Lupita.
-          Con los papeles de Belén.
-          Cierto. Ya lo recuerdo. Maestro ¿Recuerdas que doña Josefa nos dijo que doña
Catalina hizo perdió el certificado de secundaria de Belén?
-          Cierto… Lupita se refería al problema que habían tenido ambas mamás, en donde salía embarrado el marido actual de doña Catalina.
-          Si, por eso ya no se fue con mis abuelitos a estudiar. Pero no sucederá lo mismo conmigo -dijo Damaris levantando la vista del suelo.     

Limpiando el polvo



Una vez más, las alas invisibles del tiempo empapaban la tierra del cerro donde morábamos desde el inicio de clases. Plato tras plato continuaba resguardando los alimentos que consumíamos. Los amaneceres y anocheceres, como siempre ha sucedido, trabajan y trabajan sin permitir que un milímetro de espacio sea abandonado a su destino. El pueblito continuaba siendo un lugar refrescante para caminar, aunque escarcha de hielo ya comenzaba a colorear los pastos del lugar.

Un caballo blanco era obligado a saltar de cuadrante en cuadrante, y otro de ellos, uno de color negro, permanecía aislado del resto del grupo. Ambos, a pesar de tener la misma oportunidad de ser una animal salvaje e imponente, su ubicación los condenaba a adquirir diferente valor. Ahora todo dependería de la audacia que poseyeran las manos de sus jinetes. El negro podría estar en mayor desventaja, pero un movimiento oportuno junto al descuido del otro traería como resultado la rueda de la vida.

Andrés, el niño más pequeño y travieso del grupo, daba indicios de ser un diamante en bruto. A simple vista podría confundirse con un muñeco de trapo. Sus zapatos eran de la talla más pequeña, pero esa inquietud y hambre con ropaje de curiosidad le daban, lo que yo considero, un futuro prometedor en la escuela. Sus caballos, en ocasiones, resultaban obtener tintes claros, mientras que, de vez en cuando, tintes oscuros.

Él luchaba con un estandarte especial, de ese tipo que combina el las neuronas del pensamiento con el color claro oscuro de su naturalidad. Su rival, Juanito, se abrazaba con el mástil de la bandera del sabor de la superioridad. Aunque había cierta ventaja, por su parte, Andrés no daba cabida a un humillante cierre: la lucha se mantenía hasta el final.

Es un espíritu que se encontraba de moda. Se mencionaba a lo largo y ancho de la televisión, del cine, la radio, así como en las charlas de padre e hijos. Y no estaba mal, pero se pasaban por alto dos principios importantes. Para empezar, el mundo no estaba en condiciones de recibir a millones de soñadores en todos los sentidos. Al contrario, a medida que un “ganador” llegaba a la meta, ésta línea era pospuesta uno o dos kilómetros más.

Dentro de este nuevo espacio, se colocaban arenas movedizas que succionaban los pies de los atletas y corredores cuyas espaldas carecían de alas o alguna especie de grúa que los rescatase del hundimiento. ¿Hasta que punto era menester mantener la formula del éxito unido a la falsa esperanza de la prosperidad resultante de alcanzar los ideales?

La pregunta era tan insistente que, incluso, colocaba unas gafas entre mi mente y las manos de los chiquillos que cambian de un lado al otro sus fichas. Las estrategias, si resultaban ocultas, ahora eran imposibles de ser concebidas. Yo no lograba rescatarlas, a ellos constantemente se les escapaban como manadas de coyotes, y con ello, regresábamos a ese círculo vicioso interminable de volver a iniciar desde un principio.

No todo era grave. Al llegar a ese punto medio entre el futuro y el presente, donde ambos juntan sus manos y entre enlazan sus dedos, los chicos entendían que para llevar a cabo la victoria la jugada maestra tendría que ejecutarse desde la creación de la idea, la configuración de la misma sobre un tablero con ciertas reglas y condiciones, y finalmente caer en el experimento con cierto grado de probabilidad.

Tanto Andrés como Juanito contaban con torres. Las damas en batalla, y casi desde el inicio, no eran tomadas en cuenta para sus movimientos. Preferían dejarlas como un trofeo tras la coronación de algún peón. De esta manera, se desarrollaban los primeros juegos de ajedrez en la comunidad de Villalta, con piezas de plastilina y piedras de color azul y roja sobre los trazos de lápiz en una cartulina, que con cierto grado intuición, dejaba un exquisito sabor a la vista los cuadros hogareños de sus constructores.

La emoción de ser indestructible alimentaba los anhelos de sus retinas. Las risas aparecían y desaparecían según observaban la captura o la ganancia de territorio en cada turno. Al mismo tiempo, mi alma ser llenaba de gozo. El ideal de un maestro es que todos sus alumnos sean reconocidas personalidades o por lo menos un ciudadano honrado y comprometido con el bien común, pero no a todos les toca la misma fortuna.      

En la mesa de atrás y en general por toda el aula, fríos enfrentamientos entre compañeros de clase también se llevaban a cabo. Las manos de Melisa desafiaban al intelecto de Damaris, la cual se veía en desventaja. Eric, Brayan, Rodrigo y los demás niños daban libertad a sus piezas siempre con un mismo fin: imponerse a su rival

         
                                                           Silba tres veces



Son tan cortos los lapsos que regala el sexto sentido que la lección que deja enterrada entre las tumbas neuronales conlleva el despertar de periodos largos de alegría y conciencia, los cuales serán el moño de compañía para una razón más certera tanto para el espíritu como para la carne. Ese mensaje me quedó claro después de aquella noche fría en el camino de Zumpango a Villalta.

Luego de entregar el documento que contenía las calificaciones de los chicos de los tres grados tal y como lo había solicitado la supervisora Cristina un martes por la tarde, caminé hacía la parada de autobús, en donde debía esperar más de tres horas a la combi que me regresara al pueblito. 

Los últimos días de noviembre ya anunciaban los fríos que nos acogerían los siguientes tres meses, aunque en Apizaco la temperatura todavía era agradable.

-          Podemos tomar la combi de las cinco y media. Esa nos deja en la parte alta de Zumpango y sólo caminaríamos como 40 minutos hasta Villalta -dijo doña Georigana, la mamá de Cecilia, una alumna de primer año que por casualidad también se encontraba esperando la combi.
-          No va a quedar otra opción, porque esperarse hasta las 8 de la noche es mucho para mí – respondí inmediatamente -además aún tenemos la suficiente energía para dar marcha.

Doña Georgina y yo esperamos tranquilamente el transporte sobre la calle que estaba a unos cuantos metros de la central camionera y del mercado, por lo que el tráfico de personas y coches era constante. Tras abordar la combi que nos dejaría a medio camino, el bostezo le ganó la batalla a la vista, teniendo que ser despertado por la mano de aquella seria mujer.  

El cambio de horario nos dibujaba la trampa de la tarde, pues siendo apenas las seis y media el camino estaba ya en completa oscuridad. El panorama, lejos de convertirse en un ambiente tétrico, más bien, invitaba a caminar serenamente por lo oculto de sus caminos, atraía de forma hipnótica, diría que gracias a doña Georgina no atendí al llamado de la naturaleza, del cual no pude haber regresado.

La sensación de buscar la oscuridad era tan placentera y maravillante que sacudía fuertemente la delicadeza de mi piel ante los vientos fríos que merodeaban por aquellas colinas ¿Cómo evadir la seducción de tan perfectos brazos que rodean milímetro a milímetro cada cabello, en plena soledad y a la luz de esos luceros fugaces que nunca tocaremos?

Al contrario del éxtasis de peligro que rodeaba mi cabello hasta las uñas de mis pies. Doña Georgina, como de costumbre, permanecía con su vista perdida entre las hojas carentes de claridad. ¿Habrá sido el miedo que ese atardecer producía por lo imponente del color negro y los peligros que podrían azotarnos? Hasta ese momento, la duda me perseguía como serpiente insistente, la cual, al cabo de unos cuantos pasos, se extendería tan profundamente como las mismas eternidades.

-          Hasta aquí llego –dijo el chofer de la combi.
-          Aquí bajamos maestro. Lo que resta del camino es a pata –advirtió dona Georgina.
-          Pues a darle entonces antes de que salgan las víboras y los coyotes –respondí sonriendo con tintes de burla.

Al principio, la parte muda del silencio abundó sobre los labios entre ambos, sin embargo, dados los primeros pasos, la conversación tomaba cierto rumbo, que abarcaba desde la responsabilidad de los padres para con los hijos cuando son pequeños, los hijos cuando se casan, los nietos, así como el valor que se incluye dentro de las acciones de lo material y que rige a nuestra población.

-          Tengo un hijo que vive en Tlaxcala. Tiene 27 años y sale a las 11 de la noche de trabajar, llegando a su casa como en 30 minutos manejando su bici. Lo hace para ahorrarse unos centavos porque está construyendo.
-          Vaya… él tiene que ver estos panoramas todos los días. Entonces ¿Ya tiene el terreno?
-          Algo así. Lo apoyan sus suegros quienes ya le heredaron a su esposa. Ahorita los dos están trabajando para tener una casa bonita. Todavía no son padres, dicen que en unos tres años posiblemente ya encarguen.
-          Es muy grato escuchar esas noticias. Tan jóvenes y ya preparándose para un buen futuro. Entonces usted debe sentirse orgullosa de ese hijo y de los demás. Usted y su marido han hecho un buen trabajo con ellos, aunque no sabía que tenían más hijos. Creí que Cecilia, la alumna de la maestra, y el niño que cursa primaria eran los únicos.
-          Ah… lo que pasa maestro es que mis hijos, los mayores, ya ni uno vive aquí conmigo en Villalta. Uno de ellos es el que le acabo de contar, el otro se fue para Puebla, de por donde es usted, y la más chica es la que vive en la parte baja de Zumpango. Ella es la que me visita de vez en cuando, por que los otros dos casi no vienen al pueblo.
-          Oh ya… eso no lo sabía doña Georgina –comenté sorprendido.  
-          Si, maestro. Y los tres que ya están casado son de mi primer marido, no de la pareja actual que usted y la maestra conocen.
-          Vaya que esto no me lo esperaba. ¿Y cómo le van a sus otros muchachos?    
-          Pues el que vive en Puebla ya tiene dos niños. Él si toma mucho alcohol, su esposa me lo ha platicado cuando viene a verme. Platico con él para tratar de que cambie pero por lo menos no deja a mis nietos con el estómago vacío. Este muchacho se parece a su padre.
-          Supongo que en estos tiempos, que beba y por lo menos este con su familia ya es ganancia. Es lamentable pero ya se tiene un avance pequeño ¿No le parece doña Georgina?
-          Pues si maestro, lamentablemente tiene razón. Mi yerno se la vive en el pulque y mi hija no quiere hacer algo por sus tres pequeños hijos. Donde que una esta ya estudiando el tercer año de primaria, la segunda va a salir este año de tercero de kínder, pero la más pequeña… ¡Todo lo que le falta a la pobre! A veces hasta las tortillas le tengo que pasar, pero ni aun así mueve algún dedo.
-          Que caray… su niña es la que más padece…
-          Pues padece por que quiere. Yo ya le dije que lo deje y que mejor se ponga a trabajar, que vea por sus hijos ¿Qué futuro les aguarda a los pobres con un padre que no les de ni para papas? La verdad es floja, no le gusta trabajar.
-          Tal vez esta decepcionada y desmotivada.
-          Yo creo que es floja –insistió- ya se hubiera puesto a vender tortillas o a lavar ropa ajena, que saque aunque sea pa´ frijoles y que demande al marido que nació cansado de todo.
-          ¿Tan mal le salió su marido?
-          Es lo que ella me platica. Además siempre que me viene a ver es para pedirme algo, ya sea dinero o comida. Yo no niego que se tiene que apoyar a los hijos cuando recién se juntan, pero aquí ya es el colmo. Llevan más de 7 años juntados y siguen viviendo en un cuarto que les prestaron mis consuegros. Es una lástima que los hombres estando tan fuertes y llenos de vida desperdicien el tiempo en cosas que no les deja ni un bien.

Apenas habían transcurrido 15 minutos cuando atravesábamos la parte alta de Zumpango, tomando el camino hacía la punta del cerro para llegar al pueblito. Doña Georgina había desatado todo lo que se es capaz de guardar en el cofre de una personalidad cuya mirada siempre se haya buscando algo a su alrededor, una boca que sólo sirve para comunicarse, pues ha perdido la capacidad de sonreír. Los vientos aumentaban con la falta de luz y el ascenso a la comunidad por la vereda sin pavimento.

-          En ocasiones me reclama que no tengo porque decirle algo, si su papá también se la vivía en el pulque –dijo la mujer molesta.
-          ¿Eso es cierto?
-          Si, pero el jamás los dejo sin el taco del día. Así se hubiera acabado hasta el agua miel, él se iba hasta de albañil pero por lo menos huevos o habas nunca les faltó en la comida. Además le recuerdo que yo aunque sea trabajando de limpieza pero también les daba algo, pero ella eso no lo ve. Yo ya le advertí que si encarga otro chamaco ya ni las tortillas le voy a pasar, porque a la canija ya le gustó esa vida y los niños ¿Qué culpa tienen?
-          No le va a quedar de otra que ser más energética con ella, por que así como usted me lo platica esto ya no cambia para bien, al contrario, me parece que empeorará más y más…
-          Yo le pido mucho al Señor que le quite lo floja y vea que las personas solo hablan por tienen lengua pero pocas veces cambian. Trato de decirle que ella puede cambiar su vida poniéndose a trabajar, aunque tenga que cuidarle a mis nietos, sin embargo anda por el callejón de la amargura…
-          Su actual pareja, el padre de Ceci, ¿Sabe de la situación?
-          Algo. Muy poco. Casi ni le importa. Él es muy seco, muy callado y tiene el carácter peor que el anterior.
-          ¿Y porque lo dejó?
-          Falleció hace ya 8 años. Conocí a mi actual pareja un año después, cuando me regrese de vivir con mi hijo allá en Tlaxcala. A veces me arrepiento pero ya ni modos. Éste tiene su carácter feo y amargado más nunca nos deja sin el pan de cada día.  
-          Comprendo doña Georgina. Incluso me imagino que ha de extrañar a su marido.
-          En ocasiones pienso en él, maestro. Quienes lo extrañan más son mis hijos, los dos varones. Lo querían mucho, pero el vicio se lo llevó.
-          Con esas palabras no hace más que confirmar lo que creo: como hijos siempre vamos a extrañar a los papás, aunque sea para un regaño o jalón de orejas, pero siempre harán falta, siempre…
-          Y si maestro. Mi mamá, gracias a Dios, todavía comparte el techo con nosotros. Quien falleció hace unos años fue mi papá ¡Y viera como me dolió! Nombre ¡Hasta quería que me enterrarán en esa tarde con él. El si que fue un buen hombre, además de que no tomaba tampoco le puso una mano encima a mi mamá. A mis hijos, sus nietos, cuanto pudo les regalo: que el trompo, que las canicas, que la libreta pa que estudien…
-          Ni lo mencione usted. El día que no estén los míos, ese mismo día mí cuerpo sólo va a caminar, pero mi mente estará más tiesa que las mismas piedras.  
-          Por eso pase el mayor tiempo que pueda con ellos. Aunque yo no lo veía todos los días, la llamada diaria nunca le faltó. Mi actual pareja hasta se enojaba… ¿A quién tanto le marcas?...Es mucho tiempo para hablar con tu papá… apenas ayer le marcaste… todo eso me sermoneaba, pero siempre lo ignoré. ¡Nada más imagínese si le hubiera hecho caso!
-          A que… señor tan celoso.
-          Mejor ni le digo cuantas veces me puso la mano encima. Tan sólo la muerte de mi primer marido, luego la situación de mi hija al lado de su esposo, la muerte de mi papá más los tratos de mi actual pareja me llevaron hasta el suicidio.
-          ¿En serio doña Georgina?
-          Si, maestro. A uno le pasan tantas cosas que termina cuestionando al Señor porque tanto sufrimiento.
-          Híjole doña, para ello no tengo respuesta. Recuerdo que en alguna hoja de la biblia leí que todo llega a su tiempo. Los buenos momentos vienen después de los malos o algo así supongo quiere decir.
-          Pues recuerdo muy bien ese día. Estaba frente a una iglesia pidiéndole perdón a Dios por lo que iba a hacer. Salí de la iglesia, la mire de frente, me seque las lágrimas y cuando venía el camión de la ruta estuve así de nada de aventarme porque ya no quería vivir.
-          Por Dios señora ¿y qué fue lo que paso?
-          Mi papá me habló. Me dijo: ¿Qué piensas hacer? Y que me jalan hacia atrás.
-          Jesús bendito ¿Fue él? ¿Su espíritu quien la salvó?
-          Si, su voz en forma de policía. Cuando regrese la mirada hacía atrás estaba un policía que me dijo: pero qué piensa hacer madrecita. Las lágrimas no las pude contener y que se salen como tempestad sobre el brazo de ese hombre. Él me llevo de regreso a la casa de Dios y me dejó ahí con el padrecito.
-          Dios bendito.
-          El padrecito me regañó. Me dijo que cómo era posible que pensará en semejante barbaridad que lo único que iba a traer era sufrimiento para mi familia, sobre todo para los niños pequeños quienes son los que aún me necesitan.
-          Por Dios doña Georgina. Usted vivió un milagro.
-          No sé si sea milagro. Sólo sé que desde ese entonces mi vida cambió. Ahora le echo más ganas por mis niños. Yo veo la forma de cómo ayudarlos. Por eso trabajo en el bordado que la otra vez le enseñé, sino usted ya sabe que por las tardes me voy a hacer el aseo de la primaria. Doscientos pesos no son muchos pero ya sale para acompañas los frijoles con manteca.
-          Esa idea del suicidio jamás creí que hubiera pasado por su mente.
-          ¡Uy maestro! Es que usted no sabe lo que es el sufrimiento, el hambre, los maltratos y encima de eso la preocupación de los hijos estando sola ¡Y luego sin padre que le de los consejos!
-          El agua debía llegarle hasta los ojos para no dejarla ver.
-          A mí y a mis miates. Ellos no me creen ni tampoco mi marido, pero cuando están enfermos o en problemas, su abuelo me avisa.
-          ¿Cómo? –pregunté con mucha intriga.
-          Cuando uno de mis hijos mayores se enferma yo escucho tres silbidos, los mismos silbidos que soplaba mi papá cuando yo era niña. Cuando los oigo, inmediatamente le marco a mis hijos, y si no están enfermos algo malo les paso. Por eso les digo que su papá y su abuelo los cuidan desde el cielo, porque mi padre me llama para avisarme.
-          ¡Que hermoso! Que usted tenga ese don de sentir a su padre aunque ya no lo ve. Estoy seguro que es un regalo divino.
-          No lo veo. Sólo escucho sus tres silbidos, y es que yo sigo platicando con él. Mi pareja me dice que estoy loca, pero estoy completamente segura que él, donde sea que este, me escucha. Por eso es espíritu y pese a que no responda con palabras, sus tres silbidos es la evidencia de que sigue conmigo.

Los ojos de doña Georgina parecían cobrar más luminosidad que la propia lámpara que nos alumbraba el camino. El misterio de la mujer seguía creciendo dentro de mí, y las dudas eran más profundas todavía, tanto como alguna vez lo fueron sus heridas, hoy en día, cicatrizadas.

Al cabo de la conversación, llegamos finalmente a la entrada de Villalta. Nuevamente ella había vivido un milagro. ¿Por qué tuve que ir a dejar las calificaciones este día y no otro? ¿Será que su padre me eligió para que ella se regresa al pueblo acompañada? Esa noche, antes de dormir, salí al campo para hacer del baño, como de costumbre. En lugar de observar la grandeza del firmamento que nos rodea con todo su esplendor del misterio, observé unos instantes las luces de Buenavista, la comunidad que estaba sobre las faldas del cerro donde descansaba Villalta.

Después de unos instantes, cerré los ojos, permanecí quieto y procurando hacer el menor ruido posible, comencé a implorarle a la vida, a Dios y a la naturaleza mismas escuchar por tan sólo un momento esos tres silbido… los tres silbidos del padre de  doña Georgina o por lo menos los de alguien más…

Las ilusiones de la Luz

Sus manos eran morenas, arrugadas y con manchas sobre cada uno de los dedos, aún más oscuros que el color de su piel. Ellas vertían una especie de crema sobre los tacos dorados de tinga, papa y salchicha que vendía. El queso que llevaba después de la crema tenía poco sabor, no sólo le faltaba sal, sino también un mejor aroma. A ello se le agregaba una salsa que, por no ser casera, resultaba ser muy ácida para las papilas gustativas.

Sin embargo, los niños compraban cada taco a 2.50 pesos. De vez en cuando también ofrecía de longaniza, pero los que nunca faltaron ni un día de la bendita semana fueron los de pollo. Recuerdo que un viernes dijo que vendería tortas a 4.00 pesos cada una, pero eso sí, partidas a la mitad. En mi interior sonreí un poco, aunque en el fondo comprendí la razón de comentario.

Eso fue lo único que consideré comida saludable. Sus demás dulces, que tanto compré cada vez que instalaba su puesto, abarcaban desde paletas cubiertas de chile en polvo, la tradicional manita y tarrito, hasta los mazapanes de cacahuate, los jugos con envases de gusanos y pingüinos, gelatinas de vaso, velitas, los deliciosos chicharrines, palomitas, papas fritas, así como las pepitas saladas de girasol.

Sus golosinas no costaban más de 3.00 pesos. Eso resultaba muy atractivo por lo que diario se llevaba 10.00 pesos míos en sus ganancias. Los chicos pedían más fiado que compras de contado. Cuando ellos preguntaban sobre su cuenta, algunos alcanzaban hasta los 30.00 pesos de deuda. Pese a ello, doña Luz siempre me respondía que los chicos le pagaban cuando yo la cuestionaba.

En cierta ocasión, escuché a la mujer decir: me debes 25.00 pesos, dándole la cuenta final a Damaris cuando ella lo solicitó… son 28.00 pesos, siendo ahora Andrés quien quería su cuenta. A mi parecer, aquella mujer era una abuelita bondadosa que veía a todos los niños como a unos nietos, ya que podías pagar llevándole leña, habas, chícharos o agua del campo a su casa. Eso o tal vez una negociante brillante.



Su cabello se vestía del plateado del cincel y el negro del tizne haciendo un juego perfecto con su voz de flauta de carrizo completamente desgastada por el sin fin de melodías que en su juventud deleitó al público merecedor. La estatura de la mujer no rebasaba el metro y medio, lo cual permitía estar a la altura de Armando y Juanito, dos de los chicos más altos de la secundaria.

No era una mujer robusta, pero tampoco delgada. Es el tipo de señoras que mi familia calificaba como árboles con unas cuantas ramas. Durante mi etapa de barros a reventar me divertía jugando maquinitas, un pasatiempo para el cual tenía permiso de una hora. Lo intrigante radicaba en el sobrenombre que recibía el dueño del negocio: tío… ¿tío sustituía el típico apodo de abuelo?

Ahora, las nuevas esperanzas de México bautizaban con el apodo de “tía” a doña María de Luz. El origen de ese sobrenombre, al igual que el del señor durante mi pubertad, lo ignoré. El agua como en grieta de pared, punzaba sobre mi razón para descubrir la lógica tanto en el parecido como en el posible cariño. Sí, era algo tan insignificante y tan envolvente al corazón de los oídos que jamás me atreví a preguntarle ya sea a los niños o a la señora el apodo de tía.

¿Acaso serían familiares cercanos a ella? ¿tal vez los unía algún parentesco muy ligero? ¿confusión entre hermanos, tíos, tíos-abuelos? Esa simpleza merodeaba y merodeaba, pero no hallaba algo que pudiera satisfacer a mi diminuta mente. La magia autentica, esa sensación ante lo que es desconocido, pero se tiene una pequeña certeza de los que puede ser, el asombro ante la posibilidad y el nacimiento del brillo que se refleja sobre los dientes cuando alguien sonríe son expresiones que se pierden diariamente en las ciudades.

Entonces ¿Por qué dejarse seducir y enredarse entre el juego de la racionalidad con la lógica cuando hay entes en peligro de extinción? Eso creaba un muro lo suficientemente fortificado para que no saliera la pregunta ¿Por qué le dicen tía? Cuando escuchaba a los infantes pronunciarlo ante doña Luz, para evitar la ruptura de la magia unida al cariño y respeto por la gente adulta. Era preferible ignorar algunas preguntas y perder algunas deducciones.

La ciencia y las artes que presume el hombre de ser evidencia de un alto grado de intelecto e ingenio no es más que una interpretación de lo que a nuestro alcance se encuentra, la generación de un orden que ha existido desde milenios. Es cierto, no se le resta la importante herencia que permite el desentrañamiento de redes, las cuales, entre los espacios, dan la oportunidad para dibujar artefactos sofisticados, empero ¿a cambio de qué?

Doña Luz me compartió esas ideas unas semanas antes, cuando noté que ella observaba con cierto grado de añoranza a los niños jugar en el patio central, con un tubo de PVC como cuerda y luego de que por mera casualidad le preguntara cómo había sido su infancia, en tiempos de secundaria, tras considerar que una educación escolarizada era más fructífera que una abierta:

-          Mi infancia no fue tan buena como la que ahora viven esto niños. Yo no tuve oportunidad de ir a la secundaria. Es más, antes ni la exigían… sólo con estudiar primaria ya eras capaz de trabajar en cualquiera lado.
-          ¿Entonces cómo terminó la secundaria, doña Luz?
-          Los estudios de secundaria yo los tuve que terminar en una escuela para adultos. Eso fue apenas, hace unos cinco años. La primaria la terminé en el pueblo de Zumpango cuando estaba bien chamaca. En ese entonces en un salón entraban los niños de los seis grados con una maestra que nos atendía a todos. Mi familia era muy pobre… tanto que me iba descalza a tomar las lecciones todos los días.
-          ¿Descalza? ¿Y con los fríos que se sienten, doña Luz? -dijo la maestra Lupita.
-          No quedaba de otra. En esos años los maestros sí eran maestros, las tareas eran largas y cuidadito que te equivocaras en algo porque te llovían los reglazos sobre los dedos de tus manos. A mí me llegaron a jalar la oreja bien feo.    
-          Eso también lo aseguran mis abuelitos -agregué.
-          Es que antes así la educación era y los papás no reclamaban a los maestros. Al contrario, los apoyaban y más si conocían lo bien traviesos y rezongones que eran sus hijos. Yo siento que eso estaba bien porque ahora los niños ya quieren salirse del huacal, hacer lo que les dé la gana; le contestan a los papás y a los maestros por igual… el respeto se ha perdido mucho.
-          Considero lo mismo, señora.
-          Yo veo a mis hijas, sobre todo a Petra como a veces batalla con su hijo el mayor, que ya es papá y no ha cumplido ni los 18 años. Pero ella tiene la culpa por no haberlo mandado a la secundaria y que aprendiera lo que es bueno. A ella su papá Pedro y yo la apoyamos para que terminara su secundaria cuando estaba pequeña, con tirones y jalones lo logró, más a mi hija nunca le ha importado la educación de sus hijos.
-          No pensé que doña Petra tuviera su certificado de secundaria, como saco a Irvin de la escuela creí que ella no pisó suelo de este grado de estudios y por tal motivo quería lo mismo para su hijo.
-          Su papá estuvo dispuesto para darle hasta bachiller, sin embargo no quiso. Ahora sí que no dirá que no se le apoyo, que ella desaprovecho pues fue su error, nosotros si quisimos darle esa oportunidad. Yo siento que es de mucha importancia tener buenos estudios, prepararte para la vida que cada día está más difícil.
-          Seño ¿usted porque no acabó la secundaria cuando era niña?
-          En ese entonces no existía la secundaria en el pueblo de Zumpango. Yo soy originaria de allá. Mis papás se ilusionaban con la idea de que yo obtuviera mi papel de ese nivel por lo que me dejaron ir con unas tías a la capital de México. Lamentablemente el arrimado y el muerto a los tres días apestan.
-          ¿La regresaron a Zumpango?
-          Yo me les escapé.
-          ¿Cómo? ¿Por qué? -Preguntamos impresionados la maestra y yo.
-          Porque me dieron mala vida. Mandarme a la escuela fue lo que prometieron a mis papás, pero desde los primeros días se vieron sus intenciones: esa familia una chacha veían en mí. Aquellos familiares poseían un pequeño rancho, con vacas, caballos y montones de gallinas. La casa donde vivían no contaba con muchos lujos, pero si era de buen tamaño. A sus hijos no los ponían a realizar las labores domésticas o a que cuidaran los animales. Eso le correspondía a la niña que venía de Zumpango. A las 4 o 5 de la mañana cantaba el gallo y a esa hora yo debía estar fuera de la cama, buscando la escoba para barrer los gallineros o la cubeta para comenzar a ordeñar las vacas. Después de eso, me mandaban a lavar el patio… y cuidadito no lo dejara como a mi tía le gustará porque me tiraban más jabón por todo el patio para que lo hiciera de nuevo. Luego me ponían a hacer tortillas y era mi obligación ayudar a cocinar la comida. Yo probaba bocado de alimentos al último con una sola tortilla, pues si agarra una más los golpes me caían en cualquier parte del cuerpo.      
-          Jesús bendito ¿Jamás los acusó con sus papás?
-          Bien escondidita que me mantenían. Cuando ellos llegaron de visita al rancho, que también no fueron muchas veces por la falta de dinero, me encerraban en el cuarto más alejado y si gritaba decían que no iba a vivir para contarlo. En ese entonces yo tenía 10 años, era una chamaca ignorante, y así aguante hasta los 16. Tuve que escaparme de ese infierno, lográndolo gracias a una señora que vivía por ahí.
-          ¿Ella la trajo a Zumpango?
-          Yo le conté lo mal que me trataba esa gente. Lo bueno es que me creyó y en la primera oportunidad que pude, que empaco en una caja las pocas de mis pertenencias para regresarme al pueblo. Ella ya falleció, pero la tengo en muy gran estima porque me apoyó, pues pago el boleto y me explicó muy bien para que no me perdiera.
-          ¿Y qué le preguntaron sus papás cuando la vieron de regreso en el pueblo? -preguntó la maestra.
-          Se molestaron mucho conmigo y al principio no me creyeron todo lo que les conté de la forma en cómo me trató esa familia, porque éramos parientes. El mismito día que pisé Zumpago, mi papá llamó a mis tíos para avisarles que yo estaba con ellos, pero no existió persona que contestara el teléfono. Así lo intentó mi papá durante todo el mes, y dice que cuando alguien alzaba la bocina y escuchaba su voz inmediatamente le colgaban. Como la situación no avanzaba ni para la derecha ni para la izquierda, mi papá le dijo a mi mamá que así dejaría las cosas hasta que ellos vinieran de visita, pero eso no sucedió en un buen tiempo. Fácil, pasaron como unos treinta años para que los familiares de México regresaran. Para ese entonces mi papá ya estaba en el otro mundo. Mi mamá ya no hizo mucho al respecto, sin embargo, en mí si quedó esa mala espinita: me prometieron estudio y me dieron un tubo.
-          ¡Qué coraje doña Luz! -pronunció Lupita.
-          Y ese día de la visita, Petra más o menos tenía mi edad ¡Y los muy descarados me rogaban que ella se fuera con ellos! Disque para darle estudios y un mejor futuro.
-          ¡Qué horror! -exclamé tan molesto como Lupita.
-          Que los mandó a ya saben adónde. Petra si estaba muy emocionada, pero fui muy rencorosa y dije no. Nada más imagínense, si de esa manera me trataron a mí que era la sobrina sólo Dios sabe lo que le hubiera esperado a Petrita, que ya es parienta lejana. Mi hija se enojó un tiempo conmigo, pero ni modos, como dicen ahora: los hijos por delante de mis narices.  
-          Es muy triste que la propia familia lo trate de esa manera.
-          Exactamente -interrumpió doña Luz -porque creces con la tonta idea de que si eso hace tu propia sangre ¿Qué será de la ajena? Y pues la desconfianza se pierde, en verdad que se pierde…
-          Y desgraciadamente por esa situación pasan miles de niños a diaria en pleno siglo de la “era de la paz y la tolerancia”.
-          Por eso debemos tener mucho cuidado. Yo espero que mis hijos guíen a mis nietos de la forma más adecuada, pues primero que nada para que sean hombre de bien y responsables con sus esposas, porque ustedes ya vieron la situación que se vive en Villalta. Gracias a Dios Pedrito siempre me ha respondido; hasta cuando tengo consulta no se despega de mí. También lo han visto que en ocasiones aquí está conmigo, trayendo la carretilla con los tacos y dulces para vender. Ahorita está viendo lo de un colado, por eso no me ha acompañado, pero nada más que pase eso y aquí lo van a tener de vuelta.
-          Me da gusto escuchar eso doña Luz – y surgió en mí la confianza para darle unas palmaditas sobre el chal gris que cubrí su espalda.
-          Si maestros, Dios bendiga a mi dulce Pedrito, como amo a mi Pedrito…                

Música de cartón


Desde que la indicación había sido dada en aquellos días cuando los niños ya solían dar jaque mate a su adversario, las preguntas no terminaban de llegar a mis oídos. Por lo regular eran siempre las mismas, todas girando en torno al papel cascarón que debían de llevar. Ese entusiasmo me daba la certeza de que la propuesta no era tan descabellada como al principio cuando surgió aquella helada madrugada.

Las nubes grises no dejaban de transitar a unos cuantos metros de mi vista, podría jurar que subiéndome a la copa de un árbol era capaz de sentirlas con cada vena que habita en mis pulmones. En cierto modo, tal vez fue ese un llamado de la inspiración a la conciencia: Si mis dedos hubiesen caminado por encina de la melodía de un piano ¿en qué lugar estaría este momento? ¿Lejos de Villalta? ¿Tocando en algún concierto?...

Cuando alcanzas la edad de los veinticinco y más te das cuenta de que aún te falta millones de actividades artísticas y de oficio por experimentar, surgen tus otros yo que por algún motivo tuviste que dar por fallecidos en el viejo y eterno cementerio de tu mente, donde abundan los recuerdos de la niñez y de la primaria. Lástima que, por motivos insignificantes, ese néctar que da ilusión tangible al tacto del pecho tienda a perderse entre el polvo de las cicatrices y sea cubierto por la ira, el odio y el rencor, sentimientos que en pocas ocasiones comprendemos su razón de existir.

¿Vamos a construir otro ajedrez? ¿Haremos en el cartón? ¿Cuándo ocuparemos el papel cascarón? ¿Para qué lo pidió? ¡Ya se le olvidó para que lo ocuparemos! ¿Este tamaño está bien o era uno más grande? ¿Qué podemos hacer con lo que sobre? ¿El lunes trabajaremos con él?... En esos días me convertí en el acusado por mis pequeños jueces, quienes con cada palabra pronunciada le echaban fuego a la pólvora de los fuegos artificiales.

Honestamente, la adrenalina iba de la mano con la duda, pero la hora se acercaba a medida que el calendario marcaba los últimos días del mes. Un lunes, fue un lunes cuando todo inicio. La jaula de la razón, una vez más, concedía el permiso a la creatividad, al riesgo y a la posibilidad, porque es cierto lo que aconsejan los mayores: no hay miedo más sano que aquel que está respaldado por la buena voluntad de hacer las cosas.

Esa mañana tan común para los miles de personas que somos, para mí se transformaba en un momento de cambio de humor, puesto que es cierto que las ciencias duras exigen un grado disciplina y riguridad, en tanto que, el arte, requiere todo lo contrario. Ella nace con la liberación de las voces internas, crece con la fluidez de la personalidad pura y se expande con el entusiasmo que se le obsequia como bienvenida.

No podemos afirmar, del todo, que es enemiga de las reglas, la constancia y la perseverancia ¡Claro que su cuerpo necesita del intelecto! Más es un intelecto virgen, uno que busca la manera de ser en nuestra realidad por medio de aquellos cuya sensibilidad es tan frágil como el equilibro con el cual se rige el entorno natural. Por tal motivo, era indispensable desterrase, aunque sea por unas horas, lo rasposo que puede ser una institución educativa.

-          Acomoden su papel cascarón de forma vertical. Mídanlo y tracen una línea para que quede dividido a la mitad – dije frente al grupo que de inmediato obedeció – después tomen una mitad y nuevamente divídanla a la mitad. Cuando terminen, la mitad de la orilla le deberán dibujar franjas de 2 centímetros hasta tener cubierto todo su rectángulo.     

Todo el salón, como era costumbre, el salón se convirtió en nido de pollitos parlanchines: ¿Así está bien maestro? ¿Cómo me quedo? ¿Está chueco? El primero en culminar dicha orden fue Andrés, seguido por Melisa y Osvaldo. Ahora coincido con muchos pedagogos que sostienen que los niños son las personas más inteligentes del mundo, pues a las joyas de Villalta no se les escapó el detalle de la actividad pues pronto desenterraron la sorpresa:

-          Mira Andrés, parece un piano -dijo Damaris mientras colocaba sus dedos sobre las franjas dibujadas en el papel cascaron, tocando con las yemas de sus dedos los espacios blancos entre líneas y líneas, imaginando que era una mujer pianista. Ese sueño se vio acompañado con algunos tonos que cantó en ese momento, el cual, me pareció invaluable.

-          Damaris le ha atinado -dije tras observar a aquellos niños.
-          ¿En serio va a ser un piano? – cuestionó Melisa con rostro de sorprendida.
-          ¿Apoco si va a ser un piano? -preguntó Andrés.
-          Si -respondí con cierto grado de timidez.
-          Ya ven, le atiné -dijo Damaris contenta, con esa sonrisa entre la inocencia y el orgullo que la caracteriza.
-          ¿Y cómo va a tocar? – gritó Eric.
-          Eso es una sorpresa.
-          Ya sé cómo -le respondió Damaris- vamos a ponerle debajo unos pollitos y cuando apachurremos las teclas ellos van a chillar pio-pio y así sonará.

No pude evitar mis risas que se dibujaron de mejilla a mejilla. Tampoco pude disimular el tiempo tan grato que vivía con las ideas de los chicos. Mi imaginación la sentí corta, pero creció gracias a ese comentario: pollitos para cantar. La discusión crecía nuevamente en el aula, que si pollitos, que si silbatos, que si chiflidos… ¿Por qué no? ¿Por qué negarme vivir mi infancia una vez más con ellos? ¿Por qué ser tan rígido con esas almas que pronto crecería?

-          Si, tendrá pollitos y así tocará -respaldé a Damaris.
-          ¿Y cómo les vamos a dar de comer? -preguntó Andrés -Además se pueden escapar.
-          Ya les diré cómo le haremos. Por eso ahora no se preocupen, lo importante es que si va a sonar y bien bonito.
-          ¡No es cierto maestro! -dijo Damaris dejando ver su astucia -nos está mintiendo.
-          Es en serio. Le volviste a atinar, pero primero debemos terminarlo por completo, así que apúrense chicos -dije mientras continuaba revisando, uno a uno, el avance de los niños.

Ese día, aunque todos siguieron las instrucciones, la mayoría no logró culminar hasta el último paso su “teclado artesanal”, como yo solía llamarle, por lo que la elaboración del mismo se tuvo que alagar, lo cual nos llevó casi dos semanas, una hora diaria, debido a que no podíamos dejar de lado las demás materias del segundo bimestre. Gracias a aquel transcurso pude percatarme de que la enseñanza en las escuelas se encuentra sumamente limitada en cuanto al acceso a los espejos del arte. A los pequeños se les implanta la idea de que en el salón sólo se estudia sentado, escribiendo, con dinámicas baratas por falta de una capacitación autentica.

Los resultados nos orillan al corte de las ramas que pudieron crecer más lejos que la misma copa, sin oportunidad de dar, por lo menos, sombra para aquellos que el sol puede resultar abrazador. Los obligamos a pensar que cumplir sus metas es crecer, es ser una persona de orgullo y éxito cuando ni nosotros mismos tenemos en nuestro entendimiento un significado profundo de aquellos conceptos.

Con el transcurso sobre nosotros y el empeño en nuestros brazos, los chicos moldeaban la materia que una vez fue plana y vacía en un rectángulo de ilusiones musicales. Tras trazar las franjas blancas continuaron con las negras dando lugar a los sostenidos. Con un cúter verde que llevé y con uno azul y otro negro que en cierta ocasión le había quitado a Osvaldo, por cuestiones vagas de seguridad en lugar de enseñarlo a ser cauteloso, cortaron las líneas a fin de dar movilidad al cartón.

La otra mitad que estaba aún sin utilizarse pronto sirvió para dar volumen al instrumento casero. Las ahora teclas fueron estaban listas para ser tocadas por los pequeños pianistas. Los resortes para obligar a la tecla a regresar a su lugar de origen una vez que ellos dejaran de oprimirla fueron elaborados con cartulina, tanto para las teclas negras como para las blancas. Para esos instantes, los miates ya comenzaban a tararear, dándole de esa manera sonidos a un objeto que, por sí sólo, nunca lo haría
         
                                   

Para no variar, Andrés fue el primero en culminar su piano, término que no era el correcto, pero que los niños me habían enseñado. Era de color rojo, cubierto con una tapa de caja de zapatos algo vieja, pues su papel cascarón era chico. A simple vista, parecía un trabajo que debía detallarse más, pero siendo el niño más travieso del grupo, debía de darme por bien servido. El instrumento de Melisa fue decorado con diamantina roja, algo que no solicité, sin embargo, le daba un tono excepcional de alguien que sabe darle ese toque a las cosas sencillas.

También hubo un “piano payaso”, el de Eric, pues cada tecla era de diferente color: rosa, rojo, azul cielo y marino, verde claro y oscuro, amarillo, café, rojo y negro, repartidos simultáneamente. El trabajo de Rodrigo fue bautizado con el nombre de “piano mutante” pues lo decoró con un marcatextos verde fluorescente. No puedo decir que se veía mal, aunque tampoco bien. Osvaldo prefirió el tono clásico en las teclas y para la cubierta el café con líneas en zic zac “el piano trueno”.

-          ¿Cuándo le pondremos los pollitos? -preguntó Andrés -Nada más nos engañó.
-          Si y no -me defendí- la verdad es que no sonarán.
-          ¿Entonces para que los hicimos? -dijo Osvaldo abriendo la senda para los reclamos.
-          Tengo uno que si tocará, así que mañana nos vemos tempranito, a la hora de entrada en la casa de doña Maximina. Ahí se encuentra el que los envolverá con sus melodías. Los pianos que ustedes acaban de elaborar les servirá para practicar en sus ratos libres. Recuerden que todo está en la práctica.

Esa misma mañana lo tenía preparado todo, desde el lugar donde los aprendices practicarían, hasta notas de canciones sencillas para que se vieran motivados. Llevar el teclado hasta Villalta resultó algo complicado, pues hacía mucho bulto en el autobús, además de que tuvo que ser en la mañana, pero antes de que saliera el sol, por lo que viaje con miedo a ser víctima de los flojos que buscan el camino fácil. También me vi en la tarea de quitarle el polvo, incluyendo las telarañas en mis manos, pues hacía bastante tiempo que no me acercaba a él.

Sin más preámbulos, las clases de música dieron inicio, con falta de experiencia y mucha incertidumbre, pero con toda la emoción y alegría que era nutrida por los rostros de los niños, aquellos niños que, estoy completamente seguro, podrían llegar lejos y ser artistas de esos que dejan huella si tan sólo alguien se preocupara por brindarles una mejor y mayor oportunidad en cuanto a educación.  

    
El mensaje en las lágrimas

¿Qué es la frustración? ¿Es acaso un sentimiento que ocasiona malestar a nuestro cuerpo? ¿Será tal vez un estado que debilita la fortaleza de una persona? ¿Es un concepto que se refiere a la falta de sentido de realización? ¿Significa ira, enojo, cansancio o molestia? Quizá no se refiera a nada de lo dicho anteriormente, pues puede ser solo un defecto creado para dar el nacimiento a la perseverancia, incluso sea también la madre de la tolerancia.

De ser cierto lo anterior ¿cómo podemos evitar que los valores mencionados tengan sangre y espíritu de posible frustración y sea desarrollado durante alguna anomalía en el hombre. Empero ¿Quién es el padre de la frustración? ¿Quién? ¿Las metas ajenas o las propias? ¿Los objetivos de la vida cotidiana? ¿Quién?...

Estas ideas de la frustración agitaban sus alas alrededor de los nidos que estaban construidos por las plumas de los niños. Cada uno de ellos colocaba cierto esmero y dedicación. Trabajaban todas las mañanas en la construcción de su hogar, aunque no fueran conscientes de ello. Debido a sus gustos y personalidad, diría que a casi todos un estilo de vida decente los aguardaba.

Al contrario, algunos de estos jóvenes con los que compartía parte de mi existencia, optaría por un camino fácil, es decir, buscando la forma de llevar la tortilla y el agua sin tener que hacer un gran esfuerzo: la vida no los sorprendería hasta que sus errores les colocaran una máscara de hierro, no sólo difícil de cargar para mantener la frente en alto, sino también para condenarlos en la eterna oscuridad, permaneciendo así hasta la tumba. Al menos esas fueron las palabras de don Cleto, quien de golpe vino a mi mente tras ver a Rodrigo llorar.





Rodrigo tenía 13 años y cursaba el tercer año de secundaria. Al principio, al igual que la mayoría de los chicos, decía groserías por cualquier motivo, sobre todo con Brayan cuando surgía alguna pequeña discusión. Al cabo de unos cuantos días, con algo de disciplina, él fue uno de los primeros en moderar su vocabulario tras las tareas extras que dejaba como castigo a aquel que pronunciara una mala palabra calificativa.

Gracias a ello, pude percatarme de dos cosas. La primera es que Rodrigo imitaba las palabras que decían sus compañeros. La segunda fue que vi a su persona como libro abierto: todavía era un niño que se permitía así mismo que alguien más escribiera hábitos adecuados. Asimismo, ese niño de origen Oaxaqueño resultó moderar su propio comportamiento, reflexionar sobre sus actos y ser alguien educado y respetuoso.

Aquel niño moreno tenía de donde heredar pues su mamá, la señora Gloria, era una mujer apacible, carismática, con un carácter que hacía posible el diálogo y una tarde amena. Según recuerdo, en la década de sus veintes se había visto obligada a abandonar su lugar de nacimiento en Oaxaca, principalmente por la escases de trabajo en aquella zona. La violencia, según su versión, se debía tanto a los disturbios políticos como a los traficantes, situación que lamentaba profundamente.

Por tales motivos, aquella mujer de hermosa piel morena, viajó al norte del país con el fin de cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos. Tras lograr esa “esperanza” con ayuda del coyote, permaneció en la Unión Americana durante algunos años aplicando los conocimientos que había heredado de sus padres: sembrar la tierra, cuidar el ganado, levantar la cosecha, atener los partos de las puercas, entre otras actividades más.

Pronto, aquella mujer de convicciones y estirpe incomparable, conoció a un compatriota en los Estados Unidos. Este era un hombre de piel blanca, delgado, estatura promedio mexicana, serio pero cortés y amable, tímido y reservado pero responsable y trabajador. Si algo compartían en común, decía doña Gloria, era aquel anhelo de madurar en medio de un hogar honorable, tal vez no con fuente o barandales de cristal, pero si con lo adecuado para creer que es posible cambiar el destino.

Tal vez fue ese motivo el culpable de que hayan formado un hogar. Las estacione iniciaban y terminaban cíclicamente como lo hace cada año. Sin embargo, lo que para muchos, incluyéndome, fue un invierno temporal como cualquier otro de los años anteriores, para Eduardo y Gloria la blancura de la navidad se convertía en blancura de vestido de novia, pues ambos daban inicio a los preparativos de las nupcias que se celebrarían al siguiente año.

Por ello trabajaron un año enterito sin descanso ni siquiera para comer. La fiesta se celebraría y tenían que juntar un buen colchoncito, pues lo que doña Gloria creía, o al menos eso entendí, es que de cariño y amor, en este mundo violento, no se puede vivir. Para empezar, me dijo, tiene que trabajar el hombre y la mujer, velar por la casa y las necesidades de la familia, hay que agregarle la educación de los hijos, la cual se descuida porque el dinero de un solo miembro de la familia es insuficiente.

No estoy seguro que sus palabras tengan esa resistencia similar a los mandamientos de Moisés, esculpidas por la diestra del señor, porque en el fondo, ambos, doña Gloria y don Eduardo viven una situación amena, y aunque no lo puedan observar como yo, llena de amor. Es dan diminuta, sublime y escurridiza que si quieres verla tienes que hacer un acto sencillo que te ennoblezca. 
            
He escuchado a miles de personas decir que de amor no se vive, pero mi papá opina lo contrario. Él dice que se puede y se tiene que existir de esa fuente inagotable de paz y bondad porque si no hay amor todos los días, entonces ¿qué sentimiento humano camina con nosotros a lo largo de nuestras labores cotidianas? Él aconseja que el amor se viste con caras amables y graciosas, de esas que moldean su tono de voz y saludan a todo el mundo, conozcan o no a la persona.

Sostiene que ese vestido no sólo lo utiliza el amor, sino también el interés, y en muchas ocasiones, la mentira. Por lo tanto, él sugiere seamos cautelosos y prudentes, como lo hace Rodrigo. Opina que la diferencia entre quien porta tal atuendo es fácil de reconocer, pues el amor camina con la sinceridad, mientras que los mentirosos sólo se polvean el rostro con la honestidad, la cual se desvanece en cuestión de meses.

También me ha dicho que el amor busca la luz divina para renovarse constantemente y con ello ayudar en las adversidades, sean grandes, pequeñas, invisibles, largas, con secuelas o eternas; sucediendo lo contrario con el interés, el cual necesita del brillo de otros para tener vitalidad, espaldas como bases para impulsarse, pues sus piernas tienen los músculos atrofiados.

Hasta estos días opino como él. Cada día que el creador alumbra para los habitantes de Villalta, aunque el clima sea siempre frío, puedo afirmar que es la clave para desentrañar el paradigma entre lo mucho que se puede hacer teniendo poco material pero con los pulmones cargados de oxígeno y las pocas acciones que se llevan a cabo con gran cantidad de recursos pero con los ojos vendados por la ambición, desconfianza y el desinterés por los demás.

Esa encrucijada, si es que se llega a descifrar, se esconde en lo profundo de cada una de nuestras memorias, donde el acceso no está restringido, pero pasa inadvertido por otras puertas con placas distractoras. La preocupación se desvanece en la superficie de mi mente cuando estoy con los niños en el salón de clases y tenemos la hora para apoyar a los compañeros que tienen dificultad para aprender.

Sin embargo, eso se lo tengo que agradecer al buen Rodrigo, ese niño de dientes grandes y ojos saltones. ¿Cómo fue es posible? Lamentablemente tuvo que decirlo a través de sus lágrimas. A veces, las palabras se quedan cortas si las comparamos con esas gotas que resbalan por debajo de nuestras cejas, atravesando nuestras mejillas para estancarse en la barbilla. Si tenemos suerte, serán vertidas sobren tierra seca que volverán fértil. En cambio, si se pierden, es porque toparon con alguna de nuestras prendas.

Fue un viernes cuando todo ocurrió. No comprendo el motivo por el cual Tú permitiste que fuera viernes, teniendo otros cuatro días de la semana para obtener tiempo y resolver el asunto. Quiero pensar que lo elegiste para iluminarme con una nueva lección. Quiero pensar que señalaste aquel fin de semana como el desvanecimiento de mi profesorado para que quedara a la vista mi tiempo de apóstol.  
 
Supongo que se debe a ello. El papel de padre debe eliminarse, pues ellos ya tienen dos, más ¿Cuál papel debo desempeñar? ¿El de amigo? ¿El de guía? ¿El de filósofo? Las jornadas laborales consecutivas a aquella mañana fueron tu divina respuesta, una nueva instrucción que me costó abrazar, puesto que primero debí eliminar a la vieja usanza para bañarme sobre tus llamados de miel.

Ese viernes también me partiste el corazón en trillones de pedazos. Mis ojos fueron lavados y a la par refrescados. Ese acto fue tristemente necesario ¿Sabes por qué? Porque tras aquel acontecimiento en el cual pude observar como la vulnerabilidad es más fuerte que la misma rigurosidad cuando se disputan en un duelo final. De tal batalla sangriento, sólo quedaron rastros fructíferos que fueron la nueva cuna del amor que nos rodea como el mismo aire.

Ese día, Rodrigo lloró por frustración. El ejercicio fue sencillo: resolver un problema de química. La operación indispensable para encontrar la solución era la división, pero la división con punto decimal. Estando Rodrigo en tercer año supuse que sería pan comido para él. Error de principiante. El niño hizo lo que pudo en su libreta durante algunos momentos, al menos eso vi por los borrones la hoja.

No comprendí sino hasta ese entonces los mensajes que forman las letras que escriben los ojos en el papel de la mente. Es tan sublime que conmueve al primer instante y destroza si es necesario. ¿Cómo puede un cuerpo mantenerse de pie ante tal embestida? De cierto la causa me obliga a decir que el siguiente paso tras un suceso de tal magnitud es la acción acompañada de un par de palmada en la espalda.

-          Esas nunca las aprendí -fueron las palabras que dijo sin contener el estadillo de su horror.
-          Tranquilo, no llores -dije atónito mientras lo consolaba- hoy aprenderás a resolverlas. 
 

  Villa estrellada



Se construyen presas para detener el cauce del arroyo. Para que el incendio se extinga basta con arrojarle agua. El hombre cuenta con las maquinas hidráulicas para atender cualquier deslave de cerro. Los fuertes vientos son aprovechados para la generación de energía limpia, gracias a la investigación, al desarrollo de la tecnología y a los científicos cuya tarea es aprovechar nuestros recursos naturales.

Los satélites han rebasado a Plutón, llegando a una zona más intrigante para la curiosidad humana. Los bocetos de Leonardo Da Vinci han alcanzado velocidades supersónicas. El internet amenaza con desaparecer los centros educativos, los juegos infantiles que se heredaban de generación en generación; y el descontento social crece en cada uno de los ciudadanos que exigen condiciones adecuadas para su país.

Mientras todo lo anterior avanza a su propio ritmo amenazando con saltar una barda que nos separa del vacío, existe algo que todavía se escapa de nuestras yemas: el avance inevitable del fin de esta era. Unido a esto se haya nuestro planeta y por cuanto nos hemos negado a escucharlo, suficiente es la palabra que se pierde significado para las neuronas que todavía sobreviven en un diminuto cráneo.

En tanto, muchos esperan sentados plácidamente el momento del último respiro. Tendrán que esperar como cualquier otro, dejando que sólo su edad crezca en número con pocos cambios en cuanto a hábitos. Ahora comprendo porque ellos dicen que nuestro peor enemigo es la propia mente, la cual nos sacude fieramente mientras nos encierra para perder la llave en lo más profundo del interior del cuerpo.

Por tal motivo, la navidad de este año no debe de aplazarse, ni tampoco todos los detalles que por costumbre se exigen a la propia época: con un árbol de plástico con dos metros de altura, sea blanco, verde, rojo, azul o negro. De preferencia, los nuevos adornos navideños tienen que tener luces led, pues los foquillos, además de elevar el costo del recibo de luz, ya pasaron de moda.

Las esferas tienen que ser tradicionales, fabricadas en lugares cuya elaboración data de años, lo cual puede elevar su costo. También deberán ser llamativas, con diamantina o doradas. Aquellas que son de material de plástico se ven opacadas cuando se adquieren las de vidrio soplado. Una navidad no es auténtica sin la estrella es la cúpula de árbol navideño, pues gracias a ella, los reyes magos lograron venerar a un niño recién nacido.

Con este niño recién nacido debajo de las esferas más exquisitas a la vista, se tiene que acompañar por los representantes de María y José, es decir, dos estatuillas de yeso pintadas con atuendos rosa y azul, para ella, y verde con café, para él. Supongo que el azul es por el color del cielo, mientras que el rosa es por la carne divina hecha hombre. El verde junto al café tal vez reflejen al material que utiliza como materia prima el carpintero. Sinceramente, desconozco el motivo.

Algunos hogares se bañan con chispas de colores por las luces que emiten sus adornos. Se tiene que correr a prisa para comprar los regalos navideños que se darán el 24 de diciembre, o en su caso, la madrugada del 25. En la cena habrá vino, refresco, ponche, ensalada de manzana y betabel con las ricas nueces que tanto les peleamos a las ardillas. El espagueti es perfecto para la pierna adobada, aunque el jugoso pavo también es una buena elección. Después de todo es una fecha especial.

En Villalta mucho de lo anterior se conoce, sin embargo no siempre se lleva a cabo, al menos de eso hablaban las mamás estando a cuatro días de ser noche buena. Algunas capitales estatales ya lucían sus villas iluminadas. En cambio, lo único que brillaba en el pueblito eran las estrellas del firmamento. Por esa razón, los habitantes de la comunidad tenían su villa estrellada, algo que a simple vista, enamoraba.

-          Maestro, aquí no es necesario que sean invitados a la arrullada o a alguna posada. Si alguno de aquí hace esa fiesta, con el sólo hecho de andar por estos rumbos ya es usted un invitado. Hoy habrá tres posadas. Una con doña Aurora, mamá de Evelin y Raquel; otra con doña Alejandra, la mamá de Brayan; y la otra con el tío de Damaris –dijo mi abuela doña Micaela.

-          De donde vengo estamos acostumbrados a que no podemos llegar a un evento sin ser invitados –le comenté a esa dulce mujer.
-          ¡Ay maestro! Aquí todos nos conocemos y todos convivimos como una sola familia, aunque no lo seamos. Esta es una vieja costumbre del pueblo: quien hace fiesta es porque invitará a todos.
-          ¡Jesús bendito! ¿Apoco no gastan mucho?
-          No es cuanto se gaste sino con cuanta amabilidad se ofrezca. Compartimos lo que Dios y la tierra nos da. En las posadas se brinda lo que esta al alcance, claro que los niños, pues como son niños buscan la colación. Sin contarlos a ellos, los adultos nos conformamos con un vaso con ponche.
-          ¿También se reúnen para el pavo de la cena?
-          En ocasiones porque algunos se van del pueblo, pero aquí la tradición no es cenar pavo, sino lo que cubran los bolsillos. Lo mismo pasa con los adornos de temporada. Usted ya se dio cuenta que no hay mucho por las calles…    

Y doña Micaela tenía razón, pues por los muros de las casas no se lucían foquitos luminosos. Mucho menos árboles adornados artificialmente. Lo que si había era maíz sobre el techo de las casas,  y los campos, hijos del sol, listos para piscar. El frío puede ser abrumador. Tanto que el pastizal, las ventanas y los muros de aquellos hogares, algunos de adobe, se transformaban en iglús con el reloj marcando las 9 de la mañana.

Este tipo de fríos son los que embriagan a la fecha, dan motivo a la bufanda y a los pesados abrigos, muchos de los cuales se encontraban en las espaldas incorrectas de los habitantes de las planicies, lejos de Damaris, de Melisa, Eric, Jonathan, doña Enriqueta, Juanita y Micaela, que buena falta les hace. Pese a ello, su alegría no deja de brindar el calor que regala el astro solar en primavera.

Es tanta la felicidad que desbordan sus mejillas frías y el iris marrón de estas divinas criaturas que sustituyen el plástico por el pino natural. Recuerdo que un día antes, la clase había terminado un par de horas más temprano a lo común. Los niños insistieron en la colocación del árbol navideño para resguardar al infante que iba a nacer. Gracias a esa insistencia infantil, fui obligado a ir al monte a cortar mi primer pino para navidad contanco con 26 años.


Rumbo al monte, los chamacos me enseñaron a beber el aguamiel del maguey. En realidad fue algo muy sencillo. Andrés, Osvaldo y Damaris cortaron unas baritas secas, las cuales no tenían nada en su interior, por lo que funcionaban como auténticos popotes. Para deleitar tus papilas sólo debías meterte entre las pencas y aspirar, además de cuidar que no llegara el dueño porque habría problemas.

¿En qué ser me estaba transformando? ¿Uno que solapa en lugar de reprender? Mi conciencia dejaba de funcionar y daba cabida a que el cerrojo infantil, cerrado y empolvado por la falta de la limpieza del alma. No pase el instante donde mencioné un tipo sermón sobre el respeto a lo ajeno… algo que no pude sostener, porque como ya lo había dije, también soy culpable de saborear el manjar de los tlacuaches.

Ellos se divertían, ya que sobre su mente no transitaba la idea de culpabilidad por ingerir el trabajo de otros. Al contrario, insistían continuamente a que bebiera sin pena, antes de que se acabara. Al tratar de reprenderlos, sólo se limitaron a decir que no me preocupara, pues aseguraban que por la tarde habría más. Lo que no dijeron es que mientras más aguamiel encontráramos era significado de que el raspador había invertido más tiempo.    

Después de esa travesura, los infantes me guiaron por un camino arenoso que se dirigía a la punta del cerro. Durante nuestra caminata, recolectamos las esferas naturales, es decir, las semillas en forma de piñas. En el camino encontrabas de todo tipo, grandes, largas, pequeñas, cerradas, abiertas, pero las mejores y recomendadas eran aquellas que levantabas de entre la espesura del bosque, pues no estaban aplastadas ni quebradas.


-          El año pasado –dijo Melisa- las pintamos con amarillo y blanco. Cuando la pintura quedo completamente seca les colocamos pegamento y las bañamos en diamantina. Para mí, maestro, quedaron unos adornos muy bonitos.
-          ¿Dará tiempo de decorarlas este año? –pregunté-
-          No maestro porque ya no queda tiempo para ir por los materiales, pero con lo que ya llevamos y como lo adornemos creo que quedará bonito. Sirve que así también ahorramos. Es más, si lo hubiéramos hecho con tiempo hasta las podemos vender y pues las pagan mas o menos.
-          Puede ser y con eso compraríamos de otro tipo.
-          Pues es cuestión de que nos apuremos –resaltó Melisa- y la caminata continuó.

Llegar a la cima del monte fue sencillo, después de todo Villalta se ubicaba casi en la punta de éste. Cuando mi pie tocó lo que ellos aseguraban ser el piso más alto del lugar, camine por la historia. Esto porque, según Melisa y Damaris, el lugar había sido, por mucho tiempo, la morada de las decisiones. Ahí, además de efectuarse las primeras misas, era el lugar elegido por los primeros habitantes para meditar.

Todavía puede apreciarse lo que fue el altar, donde los sacerdotes convierten el pan y el vino en cuerpo y sangre de Jesús. Junto a él la última voluntad de un hombre: ser enterrado en el lugar cúspide de la alborada de una nación. Caminamos rápidamente para recostarnos sobre un verde pasto, bajo la sombra de unas ramas. Para ese momento el sorprendido era yo, pues ahora sólo quería jugar a perseguir chapulines con ellos, como cuando tenía 11 años.


La hora marcó el minuto de regresar… ¡Qué lamentable perecer ante la fantasía de regresar a aquellos momentos! El cuerpo caminaba, en cambio, el espíritu no se dejaba, se jalaba, deseaba quedarse ahí otra vez. Lo sostuve fuerte entre mis entrañas y me sinceré con él: has salido nuevamente, pues si así fue dispuesto, no lo puedo impedir… y los dos nos fuimos riendo de la mano.

Los niños se daban cuenta ¿Cómo? Por la forma en como les ayudaba a cortar nuestro árbol de navidad. Ese mismo que aparecería en la arrullada y que adornaríamos con el material que estuviera a nuestro alcance. Es increíble como retornar a la madre naturaleza, apreciarla y respetarla, al instante, te trae de regreso esos años donde mancharse de chocolate las manos y revolcar los pantalones con la arena era signo de que ese momento bien había valido la pena.


Cargamos nuestro pino hasta el salón de clases. Al principio los miates se quejaron porque llevarlo hasta la escuela resultaba algo incomodo. ¿Quién termino cargándolo? Andrés y yo. En ocasiones ayudaba Osvaldo y Diego, empero ¿Qué mas da? El mejor regalo de navidad, sin darme cuenta aún, lo estaba recibiendo en ese instante: el amor fraternal que existe entre la especie humana.     




     

Forasteros en el pueblo













 
La temporada decembrina tocaba su anochecer finalmente. Las fechas más significativas, al menos para esta sociedad occidental, habían sido una de las que no olvidaría mientras ejerciera mi oficio o hasta que partiera a otro lugar. Observar a los niños cantar canciones navideñas y pasar mi cumpleaños cerca de ellos fueron unos de los regalos más valiosos que la vida pudo haberme concebido.



El clima, por el contrario, se encrudecía más con el paso de los primeros días del nuevo año. Los autos se pintaban de blanco en una sola noche. Lo mismo sucedía con los árboles, los pastizales, los techos de las casas, las llaves de agua, los tinacos, los vidrios y todo cuanto el frío y la helada alcanzaba. Se decía que Villalta había alcanzado hasta los 5 grados bajo cero.



Aunque el frío ocasionaba que los habitantes trajeran consigo hasta tres sudaderas por las mañanas, para ser honesto tanto la maestra Lupita como yo parecíamos luchadores de sumo por el exceso de chamaras y chalecos que también portábamos durante todo el día, así fueran las tres o cuatro de la tarde. Pese a ello, las clases debían de continuar y no quedo de otra que impartirlas media hora más al horario oficial.



Aun así, eso no fue motivo para disfrutar de los exóticos paisajes que la zona mostraba por ocasión de la temporada: por primera ocasión mi lengua probó un hielo que no fuera fabricado por los congeladores. Mis manos, resecas por la piel, jugaban con los cristales de hielo tratando de formar bolas de nievo. Claro está que eso era iluso, pues la temperatura no era tan baja que permitiera llevar a cabo tal acción. Empero, lo que si se podía hacer era imaginar que los zapatos eran patines, y la hierba cubierta de hielo una pista de hielo. En menos de lo que imaginamos todo el pueblo se había convertido en una gigantesca pista de hielo: regalo de la naturaleza para aquellos que resguardan su salud antes que cualquier interés destructivo.


La recompensa existe hasta en la naturaleza misma. Supongo que el premiar lo imitamos de ella ¿Cómo olvidar esa herencia que por mínima que sea hace posible que las piedras se conviertan en presas que detienen el agua en un estanque temporal para poder brincar y jugar sobre ellos? Es lo que suelen decir mucho durante esta seca temporada, supongo que parte es cierto y parte es para buscar la fuerza interna que nos dé la armadura para soportar las inclemencias del clima: una ventana fantasma para evitar los robos y la envidia a aquellos almacenes que muestran sus productos costosos, y en la mayoría de los casos, poco útiles.

El engaño se encuentra a la vuelta de la esquina. La sonrisa ha dejado de ser el alma de la honestidad, ésta se ha esfuma y en su lugar ha dejado un frío vacío que ha sido invadido por la trampa del comercio. Eso no es algo nuevo, es algo que se repite a diario en los periódicos y dentro de los círculos intelectuales y tocarlo con la mano desnuda, es decir, sin piel, trae consigo uno de los horrores más exterminadores del cielo celeste.

En cambio, bajo las cejas de quienes amanecer para ver a sus amores es suficiente para ser visitados por el aroma de la gracia, son los que mantienen perpetuo el anhelo eterno del principio humano que se rodea por la misma colaboración. Sólo alcance a definir dicha conclusión cuando mi respiro fue sofocado por las mismas fosas nasales que dieron la apertura a la respiración a través del órgano que cubre mis tejidos musculosos.

Si bien, el auténtico aliento se nos escapa de los pulmones, entonces ¿Cómo recobrar el suspiro profundo que dé oxígeno a las venas cercadas por la contaminación de las influencias sangrientas y grises mentes que encubrieron el valor central que da sentido a la forma de aquello que se encuentra cerca y afuera de nosotros, pero cada vez bajo miles de kilómetros?

La salida, o, mejor dicho, el retorno urgentemente necesario es la mirada sobre los seres que portan sobre la retina de sus ojos la dulzura de la pelea que cambia, en tan sólo unos minutos, a platica amigable; sobre los que escriben con dedos de iluminación a la hoja del desorientado, por muy pequeña que esta sea; sobre los que prestan lo que les fue conferido por cierto tiempo sin tener esperanza; sobre lo que han conservado la sinceridad sobre sus mejillas.

No hay gran ciencia para descubrir porque una hoja se ha marchitado, no por la falta de agua ni de sol, tampoco por el desprendimiento de la rama que la sostenía, sino por la mentira que recibió del viento para no permanecer en su lugar de nacimiento. Fue engaña y lastimada. Lo peor está por venir: la mentira se reproduce y en consecuencia su acto será imitado por otras más.

Las osadas permanecerán en aquel contingente de sobrevivencia eterna. Las más audaces que caigan bajo el tronco que las vio crecer lograrán comprender el motivo sobrio de la trampa para al fin redimirse y volver a nacer, pues hay que recordar que en este universo nada es desechado. Otras tardarán para salir por esa ventana. Tarde o temprano lo harán ¿Y qué queda al final del día? La sobrevivencia de la verdad: en todos los casos la verdad de la vida se perpetúa, no sobre aquellos, sino sobre todos nosotros.

Como el asunto resulta más complejo de lo que aparenta, hay que obligarnos a seguir a aquellos cuyas hiervas se mantiene verdes. No puedo presumir que he alcanzado a distinguir entre las distintas tonalidades de dicho color la que sea motivo de viveza, ya que todavía sigo siendo perturbado por las cadenas sociales. Por tal motivo, me limitaré a señalar que aquel principio que será el cántaro de la hoja del cual surgirá un manantial en forma de gota de lluvia reside sobre ellos de los cuales me rodeo.











¿Cómo puedo sostener esas palabras? Porque lo digo a imitación de ellos: es tan simple como cuando identificas el chocolate de la vainilla, aunque ambos sabores resultan ser exquisitos, tienes que definir cual prefieres o en qué momento tomarás o el otro. No es que no puedas tomar los dos, es sólo que debes de dejar uno para aquel que está detrás de ti. Incluso, si tu amor aspira a buscar un nivel más profundo tendrás que preguntarle al que te antecede cual prefiere. Los que cavan más fondo huelen la claridad y dan su lugar. Claro que todo es por etapas.





Es tan sencillo como morder un pan o una rosca. El pan es sabroso y compartirlo te hace un ciudadano. Morder la rosca te convierte en persona. Una pieza de pan te eleva a la individualidad, partirlo para darle una parte a alguien más abre tu apetito en alguien más. Morder una rosca trae consigo a más de dos. Es entonces cuando portas la figura de hombre. Aquí tus lagrimas empiezan a perder el sabor salado por el cual se distinguen. Volvemos casi al mismo dilema ya que para ser humano hay que tomar el cuchillo entre los dedos, utilizarlo para tomar la parte que te corresponde de la rosca y dar el turno para que pase alguien más. Esperar a tomar una parte muestra el respeto que tienes hacia los demás y eso habla bien de ti. Agarrar la parte que te corresponde y llevarla con alguien que no estuvo presente en el lugar de los hechos es señal de que el humano se ha acabado: has alcanzado la etapa del hermano.





Te acercas sin empujar ni gritar y sin olvidar la conmoción que produce encontrar alguna sorpresa en tu rosca. Esto abarca desde el sabor a canela horneada, el delicioso sabor que produce el azúcar hasta el plástico blanco que los panaderos esconden entre la masa. Si logras que dicha emoción cubra tu mente a sabiendas que llegarás a tu casa para esperar las horas indeterminadas para dar otro bocado de alimento, seguramente es porque portas los zapatos grandes. En cambio, la opción de masticar los ingredientes, morder el muñequito, salir corriendo por el balón que te regalaron y todavía regresar para sersoriarte a quién no le tocarán los tamales el 2 de febrero se restringe para los que creen que las personas son capaces de escuchar el mar por medio de un caracol. Ellos me resultan tiernos y divertidos. En nivel que se escapa con el paso de los cumpleaños y resplandece entre todos los demás se refiere al que toma el regalo sorpresa y juega con él, dándole la animación de la que está condenado a carecer a través de los eones, pero sobre la cual le gustaría rodearse por siempre en cada una de las etapas del crecer.





Es de esta manera como todo se contrasta. Al igual que la hoja marchita, lo que tiene que prevalecer estará sujeto a esto. Lo que quiera estar cerca de lo eterno habrá de pulirse, no como aquello que se haya protegido con la fortaleza de lo eterno, sino con el barniz de lo renovado, tal y como ha venido sucediendo desde la creación de los millones destellos que danzan en la penumbra de nuestra galaxia.





Ese es su cometido y el mensaje de la naturaleza que, aunque se ve cruelmente amenazado por las sigilosas, dolorosas y asquerosas armas que se construyen con los pervertidos pasos que se dan por los grandes traidores que se dicen ser fieles amigos de las personas pero que seguramente la historia se encargará de hacerles el justo juicio, convive con el ensueño de un mejor provenir y que se acompaña de la jovialidad lineal, la cual también se extenderá hasta que ellos lo decidan.





¿Quién dice que estamos obligados sólo a traer, por un sueño escrupuloso y poco claro, las bondades de la tecnología, el avance económico y el progreso cuando por mera prudencia, que visten las aulas del conocimiento, deberíamos sentarnos a escuchar detenidamente sus inquietudes que seguramente no abarcarán más allá de lo que un hombre contaminado desea explotar y usurpar?





¿Quién asegura que el proyecto de renovación que se ejecutará no irá a extinguir lo que por 40 años los ha mantenido unidos bajo un estado aparentemente convaleciente, pero en realidad es mucho más sano que las relaciones interpersonales que actualmente permean sobre las megalópolis y que dé ejemplo puede ofrecer una afanosa respuesta que tanto se busca en vanas creaciones hijas de la vanidad y del orgullo?                      


¿Quién?...


         











Paraísos helados















Eran las como las 7:00 de la mañana. El reloj no se distinguía todavía muy bien a simple vista. Yo todavía estaba recostado sobre el colchón con tres cobijas cubriendo mi cuerpo. El frío comenzaba a desvanecerse ya desde hace varias semanas, pero al dejar todavía un pequeño rastro de su sombra, mi cuerpo solicitaba mantenerlo a una temperatura adecuada. Eso unido a la costrumbre que había adquirido hace ya casi un año.





Como siempre, mi cuerpo no deseaba destaparse para ir al baño, asear mi rostro y cambiarme de ropa para ir a la jornada escolar. Constantemente mi carne luchaba en contra de mi mente, en ocasiones ganaba una y en ocasiones la otra. Lamentablemente, el instinto se había perdido entre el laberinto de los días pasados… en su lugar reposaba cómodamente un esqueleto blanco, sin calcio y mal abultado.





Empero, el deber llamaba a la puerta de la responsabilidad. Mis manos hicieron a un lado las suaves cobijas. Tomé una sudadera y un pans para cubrir mi piel tibia y caminé hacia la puerta que separaba del patio de la casa de doña Maximina y la jalé con fuerza para que ésta pudiera abrirse. Traté de hacer el menor ruido posible, pues Lupita aún se encontraba durmiendo.





Al abrir la puerta, mi vista tumbó la idea de dirigirme al baño, en su lugar, se colocó la respiración ante un panorama alucinante, de esos que embriagan los sentidos, que los envuelven entre la majestuosidad del manto de la naturaleza y la belleza de la capa de la neblina. Los ojos, ciegos ante aquel espectáculo vivo, comenzaban a desprenderse de las gafas invisibles que siempre vistieron por culpa de la ignorancia.





Mis pies me llevaron afuera del zaguán blanco y sentí una extraña sensación de curiosidad y maravillosidad que me transmitía la energía de ese vapor de agua por todo el rostro y que finalmente se extendía por toda la piel tratando de penetrar por el centro de los poros, afín de hipnotizarme y atraerme a la búsqueda de su centro, de su corazón, disfrutando el camino hacia ese lugar mágico que no me daría algo de valor, pues el mismo regalo sería ese recorrido.





¿Acaso podría llegar a ser más dichoso? ¿Qué le podía pedir más a este mundo sino la pureza del agua misma que ya se me estaba entregando? La plegaria había sido escuchada por los oídos ocultos del viento y del sol, por tal motivo me compensaban con energía y admiración, con la humedad en las mejillas, en la frente, en mi nariz de los más sublime del agua.





Aspirar oxigeno era como tomar agua con las fosas nasales. No fue necesario ir al lavabo del baño para lavar mi rostro: el espíritu del agua acaricia con sus dedos cada poro de mi cuello, de mis labios, de las cejas y pestañas… era él quien me hacía cariñitos detrás de las orejas, en las patillas y hasta en el corte de cabello. Sus besos traspasaban mis órganos llegando hasta el grado de refrescar a la misma sangre.





Nuevamente, se desataba una batalla naval entre el castillo de la razón que gobierna a una isla desierta y un barco que insiste en desembarcar sobre aquellas arenas secas, trayendo consigo algunas formas de vida extraídas de las profundidades de mi mar del silencioso. Los cañones pueden derrumbar muros, pero la fortaleza estaba bien fortificada. No tuvo otra opción que abortar la tarea y dejar que el castillo, sin hacer el mínimo esfuerzo, venciera.







Lupita no logró darse cuenta del espectáculo natural a causa del sueño y yo, imposibilitado para ir a despertarla, decidí salir antes de la hora normal de la casa y dar un recorrido por Villalta y desentrañar que otros secretos me esconde… aunque en realidad los secretos no existen como tal, pero los mensajes no percibidos no pueden ser revelados sino sólo sentidos por esa intuición esquelética que se corroe mientras vamos creciendo.










La soledad inundaba las pocas calles de aquel pueblito. Tan sólo logré ver dos pastores con sus borregos y sus vacas con dirección al campo aun pese a las condiciones climatológicas. Ellos caminaban tranquilamente, sin la emoción de la cual era víctima, además de que no vestían pesados abrigos que los protegiera del clima húmedo: viviendo en el interior de esos fenómenos era común que el día fuese como cualquier otro.





El adobe, el concreto y las láminas de las casas mostraban el rastro del espíritu del agua y de la visita que habían tenido. Lo mismo pasaba con los vidrios y cartones en el marco de las ventanas. El suelo, en su mayoría terracería, recibía con las mejores caricias a aquel visitante, pues prácticamente la rigidez se transformaba en un lodo blando, a tal grado de poder resbalarse fácilmente.





Los pinos, principalmente, mostraban sus largos y delgados brazos diminutas bolas de cristal que adornaban como perlas desde sus troncos hasta las raíces que lograban escaparse de las capas de la tierra. Las hojas de los demás arboles y plantas mostraban la misma sensación: el cuerpo frágil y cristalino del agua se combinaba tenuemente para resaltar el verde de cada uno de ellos.





Quien diría que aquel pueblo con una de las vistas más atractivas debido a la altura que le proporcionaba la montaña donde se había fundado hace ya más de 40 años, recibiría la visita de un humo que no contamina, al contrario, uno que rejuvenece todas las pieles a tal grado de regresarlos a la era de las corretizas, de las escondidillas, a los cantos de la rueda de San Miguel y la víbora de la mar.





Son tierra de ensueños, de ilusiones, de posibilidades y de magia por que ¿quién ha tocado las venas de los sueños con el pulgar de sus manos? Nadie… éstos se escapan una vez que se han logrado, se extinguen, se consumen dejando un voraz hocico vacío que alimentar acompañado de una plaga que se expande por los callejones de las grandes, largas y contaminadas urbes.





¿Quién ha platicado, sentado y con la vista de frente, con el par de pupilas de la ilusión? Si ella misma ha declaro quedarse perdida, estancada y humillada bajo los charcos sucios que se posan en los caminos y carreteras, los cuales sólo son frecuentados por el plástico oscuro de las llantas y las cenizas que dejan el smoc. Incluso, los más pequeños han dejado de reflejar sus mejillas en ellos y preguntarse ¿quién es ese que se encuentra en frente de mí?   





Las posibilidades, antes frondosas por el follaje de esperanza que daban al caminante, han sido relegadas a meras ramas secas, polveadas, sin semilla que dé nacimiento a los frutos del mañana. En su mayoría, estos alimentos han sido desplazados por la chatarra colorida que crece en los campos bañados en fertilizantes químicos. El sabor original se ha perdido desde antes que yo naciera, siendo muy pocos quienes aún creen probar posibilidades.





De la magia, de ella las palabras es lo único que ha quedado. Sus investiduras fueron carcomidas por los demonios glotones que lo quieren todo, aunque no lo comprendan. Su sangre ha saboreado tanta satisfacción que han usurpado dicha palabra con el arte sublime del engaño: destruyen, roban, desaparecen, asesinan… y los ojos que deberían juzgar con puño y fuerza ahora se ocultan bajo la manga de los placeres.





La desgracia que corroe y se expande como infección de garganta hacia otras partes del cuerpo es la mismas que daña lo poco que tiene lucidez en las metrópolis. Los grandes lobos se reúnen en manadas para destazar a las liebres que se alejaron demasiado de sus madrigueras. La belleza se baña sobre las aguas benditas ocultando su verdadero rostro entre el olor a tulipanes y jazmines.





La lucha continua y continuará hasta que la tierra se quede sin espacio que ofrecer. La línea ha dejado de ser ancha y pronto los puentes que servían de comunicación serán meros observatorios de espías y soplones que servirán de maquina de carnicería para destripar al enemigo, conseguir sus tesoros y consérvalos en el mismo lugar que su dueño anterior, así hasta que el último humano de su último respiro.







Pero la desgracia, como el color negro del chapopote, no ha caminado por estos rumbos hasta estos momentos. En Villalta el aire de la educación y de las buenas costumbres permanece y se mantiene intacto, no sólo en los moradores, sino también en todo el bosque que cubre y recubre al pueblo entero. Ellos, como lo he dicho antes, fieles a la naturaleza, son los que reciben lo mejor de la cosecha sobre sus mesas.    





Ahora comprendo el motivo por el cual los adolescentes aquí todavía gozan de jugar a la gallinita ciega, de trepar los árboles para saborear las dulces y jugosas peras y manzanas. Finalmente, mis ojos contemplan el motivo de sus sonrisas luego de andar todo el día en bicicleta con el charpe entre sus dedos. Mi cuerpo se serena al mismo tiempo que mis oídos se deleitan con los gritos que se escuchan a lo largo y ancho del único corredor de la escuela.    


Los quince años de Melisa

El cielo esta aquí en la tierra, lo que vemos sobre nosotros, ese infinito, sólo es el cuerpo del cielo, ya que nosotros nos encontramos viviendo, aquí, en su corazón. Las nubes todos los días caminan en medio de cada persona, de cada perro, de cada gato. Estas nubes no se han manchado con la tinta blanca de la imperfección, al contrario, se han mantenido puras. Por tal motivo son difíciles de ver con los ojos mundanos que tenemos sobre nuestro hambriento rostro. Para lograr estar de pie frente a ellas necesariamente estamos obligados a tocarlas… no hay otra forma… no la hay…

Si aspiramos a admirar el color rojo de la rosa joven también tendremos que extender la mirada a las espinas delgadas que crecen alrededor de su cuello. Ese es el precio de la belleza, nos agrade o nos cause nauseas. Empero, esas ajugas verdes no causan daño si somos cautelosos, si nosotros aceptamos el motivo por el cual cubren semejante cuerpo precioso. Dado que tenemos que recordar que están para proteger y no para atacar o defender.

Esos dardos naturales perfectamente curveados que resguardan la piel de la rosa adolescente, según recuerdo, nacieron a causa del implacable viento, en ocasiones agresivo, en ocasiones sumiso. Lamentablemente fue él quien pulió la forma que tienen esas aletas de tiburón que advierten del inminente peligro de rebasar su delgado límite entre tu espacio y su inocencia.    

Al menos de ello me percaté luego de que sobre sus hojas, en forma de gotas cayendo hacia el suelo pero con el semblante hacia el horizonte, dejaran de reflejar la luz solar sobre sus células para dar paso al temple oscuro que, por carecer de mascara, dice la verdad: no hay peligro, no hay miedo, no hay preocupaciones, sólo lo que es… la más infinita y pura verdad: sus tejidos, abiertos sin lagrimas de dolor, se presentan ante el enfrentamiento con sable de oro y resistencia de diamantes.

Asimismo, esta flor eterna deambula hasta donde la raíz se lo permite, dado que aunque ella quisiera llegar más lejos que los saltos del chita, sabemos que es poco posible por culpa de esos lazos que nos entierran en un subsuelo oscuro, agusanado y muchos veces erizo y muerto. Pese a ello, crece la planta por el divino instinto de la supervivencia que le han heredado sus tatarabuelos a través de sus bisabuelos, conducto de sus abuelos y cimientos de los padres.

De atreverse a desenterrar esos lazos profundos que la unen a sus progenitores, con el origen de su existencia y con lo que ella siempre creyó que es la vida, esos dulces y suaves pétalos estarán condenados a romper la eterna maldición de lo no visible. Se verá obligada a explorar algunos rincones esperando que la sorpresa no la defraude y de esta manera pueda aproximarse al mar con sus infinitas olas que incitan a navegar.

Ese deleite, dicen los sabios, como Buda, es la opción que llevó al universo a expandirse en centenares de nebulosas, de polvo cósmico bellamente esparcido entre galaxias y materia negra; también fue lo que obligó a las especies acuáticas a desarrollar pulmones y piel gruesa, como la de los cocodrilos, a cambiar las aletas por las patas y sus garras, como el ornitorrinco.

Por tal motivo, es preferible que esos estambres, dagas de auroras listas para ser bien recibidas por la buenaventura, no se aten a las cadenas de un volcán caprichoso que amenaza con hacer erupción constantemente y asesinar lo que se encuentre sobre sus faldas, sino lo opuesto, tomar esas pesadas cuerdas como parte de su armadura para las adversidades del bosque de media noche.

Si, es cierto, podría perecer en el intento, pero ¿Es mejor que seguir con los pies enterrados en una tierra que no te corresponde? Aunque hayas nacido ahí no es motivo de peso completo para sostener que deberás permanecer ahí hasta el inicio de tu renovación en la fuente de energía. Es necesario imitar los pasos de movimiento que dan todas las especies, incluso, los que dan las profundas corrientes marinas sin que nos percatemos de ello.

Permanecer de frente y estáticos amerita un fuerte sacrifico: la muerte de los danzantes, del músico que toca el piano, la flauta y el violín; amerita el deceso del escritor y de su pluma, del actor y su escenario, de todas las virtudes que nos engalanan con su presencia en los eventos familiares y sociales: es casi asegurar que podemos crecer y andar por los parques sin tocar la resbaladilla.

El oxigeno entonces se vuelve pesado y tedioso para las venas, más que eso. Lo peor de todo es que ello se ve infinitamente reflejado en la condición de las personas, se convierten en zombies con los dientes amarillos, muestra del desgate que también sufren sus huesos, la garganta, el riñón y todos los órganos que adelantan su jubilación antes de que el cuerpo entero lo solicite. Pero así estamos acostumbrados y así continuará por un par de décadas más.  
  
Reitero, espero que su cáliz mantenga ese fulgor suave hasta que por cuestiones naturales algún día tenga que tornarse frágil, bueno, más frágil de lo que ya es, pero me refiero a ese momento en el cual su resequedad alcance hasta al último colchón de sus hojas y entonces tome el color café, semejante al de la piel morena, para coronarse como reina del tiempo y de la vida misma.

Por ahora me conformo con admirar los cuarzos azules sobre sus espinas, sobre los pétalos y sobre ese torso joven y delgado que baila al lado de una melodía que algún día recordará cuando se dé cuenta que el pastizal que se encuentra cerca de ella ha crecido demasiado ocasionando que le impida a su vista transitar por la otra planicie. Para ese momento, sonreirá con la dulzura que caracteriza a la música instrumental.

Por ahora también me conformaré con contemplar a las abejas que han llegado con ella desde ese lejano viaje que todos hicimos antes de llegar a este mundo. Abejas que ahora se lucen cuando se arrodillan y agachan sus alas ante el radiante color de este botón azul rey mientras los silbidos de los canarios y los más finos gorriones se deslizan entre lo insípido de la intemperie.

Esas cuatro abejas han dejado, por conveniencia, los aguijones lejos de estas tierras fértiles, enterrados en lo más profundo de los cartílagos montañosos del olvido, donde seguramente permanecerán hasta que su misma forma sea carcomida por el hambre de la materia que solicita la presencia de todo aquello que posee tan sólo unas pequeñas gotas de la energía universal.

Esa bravura que los ha caracterizado entre las demás especies, sutilmente se disuelve entre los parpados de todos los espectadores con cada desliz que dan sus zapatos debajo de sus pies sobre la espalda rígida de la tierra. Por primera vez mis ojos pueden comparar la ferocidad de los zarpazos del león con el apapacho de un gato tierno que se acerca por las noches a la hora de la cena.

Es demasiado grato al firmamento eterno unir los contrastes que reinan sobre este incomprensible mundo para fundirlos bajo una sola llamarada que coexista en medio de unas condiciones que son tan volubles como el mismo carácter humano. Empero, gracias a ello, el polvo cósmico que nunca se agota abraza a los forasteros que por casualidad decidieron transitar por países muy lejanos a su imaginación.

Las palabras que se convierten en ecos que resuenan más fuerte que el mismo trueno, así como aquellos brazos fuertes que están siendo criados para cuidar vacas y sembrar habas, dejan de mostrar sus venas para que el viento acepte su propuesta de orientarlos dentro de las finas y secretas artes del movimiento sensual, sublime y de respeto. Fueron los elegidos entre muchos y para no permitir que se manchen sus cuerpos por una palabra que incurra en el olvido, hacen frente a sus promesas que mantienen firmes como las rocas que no se conmueven ante los golpes azotadores de las mareas: ellos nacieron para danzar.

Apuesto a que el sol y la luna, engendradores de muchos de nosotros, también festejan con el vino del calor su ardua labor para con estos seres cuya sonrisa desconoce el nacimiento del fin, pues se haya recostada sobre el recuerdo que no se extingue dado que es resguardado por la sensación de la paz que ocasiona la gran explosión de emoción que revela un sinfín de dinamitas rojas de delicadeza, de esfuerzo, de amor, pero sobre todo de cooperación entre amigos y familiares: virtud por excelencia entre los verdaderos hombres que han dejado a un lado el egoísmo y lo han cambiado por la suntuosa empatía.

Las abejas se alzan y alcanzan lo que parecía imposible. Forman un círculo alrededor del botón color rubí y suben y bajan, como los caballitos alrededor de un carrusel. Se detienen para acercarse lentamente al centro de sus tributos, dejando al espectador el regalo de un tornado que no destruye y no produce lamentos, sino admiración y reflejo de centenas de ensueños.

Ofrendan respeto y veneran la virginidad que resguardan sus mejillas. Dan un paso hacia afuera y mágicamente sus alas se transforman en sables con punta de velas, cuya flama el viento se encarga de hacerla temblar como al mismo mar hasta que la desaparecen para dar paso al nacimiento del pavorreal que fluye en medio de esa flor. Todos los invitados admiran y es imposible voltear hacia otro lado: finalmente una trampa que no asesina pero si rehabilita, ha sido, después de tanto tiempo, empleada.

Hay llanto al ritmo del amante que choca las cerdas del violín en contra de sus cuerdas. El regalo de las maravillas se resume en que en lugar de dolor florecen las mejillas rojas, los gestos de dulzura, los ademanes de cordialidad y los círculos infinitos de aplausos: ella lo ha logrado, aquella rosa con espinas, aquel botón con piedras preciosas: Melisa, la mujer quinceañera ha ejecutado un vals incomparable en apoyo de sus abejas, sus productores de exquisita miel, de aquellos que conformaron el cuadro de chambelanes aquella noche sabatina de febrero.


Una amarga noticia

Ahora que me detengo a observar la luz del foco de la habitación me doy cuenta de que prefiero la oscuridad. La luz no se puede distinguir ni admirar durante la claridad del día, pues lamentablemente se pierde, se vuelve invisible ante nuestro sentido perspicaz de la vista. En cambio, durante la noche, en medio de la oscuridad, la luz se manifiesta, se hace visible, se hace presente para el ciego y para el necesitado: sólo ellos pueden percibirla pese a andar en campos crudos: de esta manera la valoran más, la cuidan más, no sólo la buscan y la protegen, sino que la preservan por ser quien es, dado que al final de todo cumple su cometido de brindar apoyo a las criaturas que por si solas no pueden generar iluminación.

Por ello, además de que aun somos ciegos, también somos insignificantes. No es porque demerite nuestra inteligencia, tal sea la de Issac Newton, la de Aristóteles, la de Sor Juana Inés de la Cruz, no, no demerito el esfuerzo que cada uno colocó en llevar a cabo su razón e ingenio a uno de los más altos niveles concebidos en este planeta, sin embargo, continuamos siendo unos diminutos peces en el agua, o más que eso, pues nuestra mente es más cerrada dado que la fauna marina domina más de las tres cuartas partes del planeta y nosotros apenas si el cuarto.

Es en este momento cuando pienso ¿Quiénes son los que están atrapados? ¿Ellos o nosotros? Y me respondo: ellos fueron capaces de dejar sus océanos, sus raíces y su madre para evolucionar y continuar. Nosotros, por el contrario, no hemos tenido la sagacidad suficiente de retornar a ese hogar que abandonamos hace millones de años y tampoco hemos logrado avanzar más allá de nuestra atmosfera terrestre: Simplemente estamos estancados.

El esfuerzo que lograron nuestros ancestros se perdió ¿En dónde? Quien sabe… solo sé que ahora nos hemos quedado como un infante llorando en la esquina de un parque desierto porque no hay quien llegue a consolarlo; el berrinche nos ha alcanzado hasta el grado de bloquear el amor por nosotros mismos y no activar el movimiento de las neuronas para salir del fango que ahoga nuestras gargantas, impidiendo la fluidez energética que diariamente nos bendice.

La razón que una ocasión nos libró de la extinción hace centenas de décadas, ahora nos amenaza con regresarnos a la era de la muerte, de la deshumanidad, de la putrefacción que progresa constantemente en medio de la podredumbre. Posiblemente venga a nuestros pies desnudos un suplicio más profundo que el mismo dolor: la locura colectiva que se manifiesta diariamente en las rutinas que giran alrededor de nosotros para conformar ese margen llamado cotidianidad.

La curiosidad nos ha dejado en medio de una isla volcánica que no se destruye, pero tampoco permite el crecimiento de las flores. Esa es la mayor de la carencia que nos aquejan como especie. Se ha arrancado de la frente aquello que nos movía hacia nuevos horizontes, en la búsqueda de respuestas infinitas que una ocasión descubrieron los filántropos y sabios. La cicatriz sigue abierta, sangrando, con una infección que causa tremendas alucinaciones. En su lugar no quedó una biblioteca vacía, dado que los estantes pueden cubrirse con nuevos libros, sino un enorme vacío. El problema no es la ausencia, sino en que lo que ha quedado es desconocido para el entendimiento humano: ignoramos su nombre, su significado y su esencia. De lo que estamos seguros es de que es algo que está derrumbando lo que las manos civilizatorias construyeron una vez. Nos hemos corrompido.

Si mi boca gritase y hablara el idioma universal, le pediría al sol que nos regrese ese instinto disuelto, que con su poderosa mano extienda sus brazos hacia la superficie terrestre: que desgarre la capa de ozono y que nos amenace con los rayos ultravioleta, que destruya nuestra piel, que infecte nuestros órganos y que desmiembre cada una de nuestras partes, a ver si con ello se reviven los sentidos dormidos y seamos capaces de regresar a ese instante donde nuestra evolución abordó el barco fantasma que nos dirige a una catástrofe inminente.

Después de tantas revoluciones, tantas luchas que se llevaron a cabo en favor de la tolerancia, el respeto, la libertad y el amor por la equidad al parecer han sido lluvias temporales cuyos acuíferos se visten con la resequedad del carbón ardiente. Los líderes cuyas manos ostentan el cetro de la ordenanza se mantienen bajo la misma resonancia sin percatarse que esa melodía rompe los tímpanos del jilguero que ha sido incapaz de afinar sus oídos, viéndose obligado a escuchar un eco que ensordece, despertando el cáncer que ataca las cuerdas bucales y condenándolos a quedarse sin voz y sin música.

Bien es cierto que la claridad del mar llega cuando la tormenta ha dejado de azotar las masas de agua, pues bien, los tiburones y las tortugas aún así han aprendido a nadar en medio de la tempestad, al contrario de nosotros que buscamos afanosamente un refugio, una salvación para aquello que no nos pertenece: la carne que ha sido prestada y tenemos miedo a devolverla para volver a esa energía pura de la cual escapamos por un momento.

Aquí uno de los errores universales: creer que algo es nuestro cuando en realidad no lo es, dado que somos parte de un todo, de un conjunto infinito que va y viene por capricho de su naturaleza la cual no se puede modificar ¿Por qué no comprender eso que nos amarra al sufrimiento, al miedo y a la ira? ¿Por qué tener que batallar con algo que es necesariamente inevitable?

La muerte… la muerte es a lo que me refiero, a la partida hacia lo desconocido. Es cierto, lo admito, admito de frente: el alma se acongoja por tal batalla que se avecina entre los familiares del moribundo, como lo fue con mis tíos y tías tras el aparente fallecimiento de mi abuela Celia, empero, tras esa experiencia, debo de dejar en claro que ellos sufren por causa de lo que vendrá después, más de lo que aprecian sus ojos.

No lograron manejar la situación: lloraron, gritaron, se empujaron, se echaban la culpa unos a otros demostrando el lado ciego de la racionalidad, su falta de organización e iniciativa; trayendo a la superficie esa falta de educación y cariño que no se les enseñó y que también fueron incapaces de descubrir por si mismos, dado que tuvieron una miseria de curiosidad en cada migaja de pan que llegaron a sus estómagos.

No alardeo de que la tristeza merodeaba en medio de mis ojos o que las lagrimas no se hayan derramado por motivo de tal acontecer. Así fue… así fue como también se inundó mi espíritu bajo el ángel de la preocupación clavando su espada en mi columna dorsal, contaminando de incertidumbre todo el interior de mi cuerpo, apagando el brillo de la sonrisa, opacando la energía que reposa sobre mis articulaciones.

Yo lo permití, fui incapaz de ver que tenia un escudo, un arma que era capaz de blandir aquel tumulto canceroso que se extendía más allá de mis músculos. No cabe duda de que lo mismo transitó Toño cuando falleció doña Ester, su madre; o Rafael, mi amigo del restaurante ahora que su papá ya no se encuentra en este mundo, o el caso de mi estimado canguro cuya madre se encuentra en agonía por la dialización.

Son estos momentos donde cruza una sensación extraña de dolor que retiembla por todo lo que creemos que nos pertenece. Lo único que puedo aconsejar es visitar y consentir a esa persona antes de que regresa al lugar donde moran las fragancias sustanciales, además de abrazarla y amarla, felicitarla y quererla porque, aunque algún día nos reencontraremos en otras vidas, por ello será necesario frecuentarla mientras este acompañándonos. Después, como dirían los sabios, no será tarde, simplemente el encuentro se retardará hasta una infinidad de tiempo.

Es menester mantener la riqueza, el lujo y la codicia en niveles que puedes manejar, ya que si no aspiramos a ser ricos ¿Cómo vamos a querer salir del estado de mediocridad en el cual ahora nos encontramos? Si nos hallamos lejos del lujo ¿Cómo podremos convencer a nuestras mentes que vale la pena trabajar? Si no tomamos la copa de la codicia ¿Cómo lograremos alcanzar con nuestras propias manos la copa del fruto de la victoria? No dudo que la caja de las virtudes tenga en su interior herramientas más honorables que aquellas que sirven para asesinar el vientre de los oprimidos, no lo dudo; en cambio, no se debe de desperdiciar ni un granito de todos los defectos.

El sol se apaga pero volvemos al mismo circulo interminable: ya existe la luz artificial y aunque no fuese de esa manera, cuando caminas en medio de un camino oscuro y desconcertante, donde a tu alrededor solo hay pinos, arboles y campos de cosecha, donde el cielo es el único que brilla a causa de las estrellas, y donde la luna es capaz de guiarte aunque no posea luz propia, te das cuenta de que tu mismo conoces el camino seguro a seguir para alcanzar el final del sendero. Ese trayecto abona a que el espíritu eterno se desarrolle y revitalice el agua dulce, el agua de la lluvia, de los lagos, ríos y mares que serán la fuente de la flora y fauna tanto marina como silvestre, aunque cada uno continúe hacia otros pueblos.  



Son la distancia entre los pueblos lo que le permite a la agonía serenarse para retomar el arado que trabaja sobre la tierra para dar nacimiento a la cosecha. La maleza puede que también fluya, más no por ello se tendrá que desterrar dado que es un nuevo principio: un alimento provechoso para el insecto, el ganado, el hombre, incluso no se tiene que descartar la idea de un posible remedio natural para lo que puede ser un malestar, pues a medida que nuestros pasos se vuelvan más débiles y lentos, descubrimos el poder de delegar sabios consejos.



Una despedida digna para Oscar

No paso mucho tiempo después, si acaso unas tres semanas, cuando el festejo de Melisa todavía se hablaba por las calles de Villalta. Algo se decía sobre su vestido, sobre el pastel, sobre el baile, los recuerditos y la comida que sirvieron ese sábado. Pese a lo sencillo del evento por tratarse de una familia que va sacando el pan de cada día con el sudor de la madre y los hijos estudiantes de secundaria, me atrevo a resaltar que ha sido una de las experiencias más renovadoras para un frente vieja y cansada, con corona opaca y oxidada cuyo cráneo se localiza arriba de mi cerebro.

En la escuela los chicos comentaban y comentaban lo que había sucedido durante el baile posterior a la presentación del vals y el reparto del pastel, pues las parejas de baile se dejaron formar hasta pasada las 3 de la madrugada de aquel domingo. La cerveza y el pulque se hicieron presente entre los invitados y hasta en los colados. Pese a ello, no hubo accidentes o algún acto que lamentar o al menos eso se rumoraba entre los infantes de Villalta.

Las venas rotas de mi madre a causa de su soprepeso, presión y azúcar alta, así como la infección en la garganta de Lupita que se extendía hacia sus ojos y oídos, continuaban creciendo cada según su rumbo. Dado la distancia que me separaba de la presencia de mis seres queridos, mi tía Laura y Malena se encargaban de mantenerme al tanto de lo que sucedía en casa de mis padres. En cambio, a la maestra no le fue tal mal puesto que por lo menos mis consuelos no le hacían falta.

En cuanto a los niños, muchos se dejaban llevar por la emoción y la ansiedad que provoca el saber que pronto dejarán el aula de tercero de secundaria, para alcanzar, de ser posible, los pupitres de primero de bachillerato. Otros, por el contrario, como en el caso de Juan Diego y Andrés, daba inicio su etapa laboral a tan sólo los 15 años cumplidos. En México eso no es raro ya que la escasez de dinero, después de más de 50 años de reformas, continúa siendo un asunto de cada día.

Una piedra en medio del camino parece no lastimar a quienes transitan por su espalda, ya que su cuerpo deforme es parte de otras muchas piedras que existen. Si un caballo se ha quedado sin su herradura tal vez le produzca cierta molestia, que, a la larga, resultaría cierta dificultad para cabalgar. Al caminante podría ocasionarle disgusto cuando sienta la naturaleza del suelo sobre la planta de sus pies por motivo de una suela desgastada.

La piedra también puede formar parte de los cimientos de una casa. Ese tipo de piedras, por ejemplo, no sólo causa un bien para el constructor y quien ha de habitar ese hogar, ya que resistirá los movimientos que realizan las placas tectónicas. También recuerdo a los diamantes, las esmeraldas, el rubí o los cuarzos, los cuales, de igual manera, son piedras preciosas.

La cuestión aquí es ¿Qué determina a cada uno de ellos ser una buena piedra o una mala piedra? Por simple inspección yo respondería que quien tiene la responsabilidad de determinar eso es aquel que se ve afectado por alguna característica o utilidad de la piedra, dado que su composición ya esta dada por su proceso de formación. Aquí yace el tesoro del asunto de Oscar.

Oscar, el buen Oscar, transita por su estado similar al de la piedra. Si el se encuentra en medio del sendero de forma estática, seguramente habrá con quienes comparta esa grandiosa similitud de permanecer inertes ante la vista de sol y de la luna, así hasta que su cuerpo sea consumido por el viento, el frío y la cantidad enorme de calor que a diario nos proporcionan los rayos ultravioleta.

En ese estado, Oscar permanecerá sin causar molestia alguna, pero ¿Qué sucede si uno de sus hermanos toma el papel del caballo y necesita de su apoyo para lograr transitar al otro lado del camino evitando la mayor parte de los inconvenientes que le podría ocasionar una piedra? Entonces, el buen Oscar pasaría de ser una piedra que se alinea a la demás para dejar ese modo estático para entrar al estado de estorbo.

¿Y si el caminante resulta ser su padre, viejo y cansado por permanecer a otra era tecnológica, necesita de un camino cuya piedra se compadezca de él para que no le lastime los pies arrugados? ¿Será acaso Oscar una piedra necia que obedeciendo a su naturaleza desconozca la sangre que le dio vida y permanezca quieto ante lo que en algunos momentos lo puede necesitar para alcanzar una comprensión de las exigencias del nuevo mundo?

El desacierto, hijo de la incertidumbre, se envuelve en medio de mis colas neuronales para impedir que la corriente eléctrica sea visible para mis retinas, dejando en completa inmovilidad a mis músculos por motivo de la inseguridad, prima cercana del desacierto. La ventaja de ello es que la hoja blanca de la vida puede ser cubierta por nuevas palabras cuyo grafito sea del lápiz del ingenio y la imaginación renovada.

Por tal motivo, aunque las nubes grises quieran azotar los campos de cultivo con granizo que amenace la quema de la cosecha, por experiencia predeciremos que los ríos se volverán más anchos, mientras que los lagos y lagunas tomarán más espacio terrestre y un grado de mayor profundidad, lo que va a permitir que tengamos el suficiente liquido para calmar la sed diaria.     

Lo mismo podría suceder con Oscar: de ser una piedra que origine dolor, tristeza, decepción y preocupación, también puede que sea una piedra que de pie al crecimiento de largo y altos muros que resguarden, no sólo a sus hijos sino también a su demás familia, de la furia que descarga el cielo con grandes cubos de hielo, con esos ecos que tiemblan y resuenan desde las orejas hasta el interior de los tímpanos; de las mareas solares que carcomen poco a poco el color fresco de la piel y de la pintura; así como del polvo que es levantado por la danza clásica de los cuatro vientos.

En este caso, el constructor que se apoye de Oscar será bendecido y recordado por las generaciones que lo hayan conocido. Si el oasis del olvido lo permite, una generación más pronunciará el nombre del constructor, aunque si el oasis lo prohíbe, de igual manera el bien que trasciende ya lo habrá hecho en el inconsciente. Por tal motivo, la ganancia será infinita.

Y si la fortuna, esposa de la suerte, escucha el nombre de Oscar, decide acercarse para conocerlo, descubrir sus inquietudes, entender sus necesidades, conocer sus saberes, platicar de sus habilidades y compartir sus sueños, estoy seguro que ira a visitar a sus amigos, el esfuerzo, el trabajo, la persistencia y a la tranquilidad, para que lo ayuden a dejar ese estado rasposo que ha heredado por uno más liso y suave, como aquel que tienen las piedras de río: con diferentes tonos coloridos vistosos y llamativos a la vista de todos.

Ya que si el tiempo también decide participar en este festejo trayendo consigo su capa del aprendizaje y la espada de la ejecución, aunque la fortuna tenga que partir con su esposa y la mayoría de sus amigos, Oscar habrá dejado el carbón que una vez fue para convertirse en un esplendoroso e invaluable diamante, y no porque no lo sea, pero como dicen por ahí: continúa siendo un diamante sin ser pulido.

Es más, porque conformarse con ser un diamante cuando incluso puede aspirar a ser un rubí, una esmeralda, un gigante y radiante jade que brille con la luz que la luna roba del astro solar ¿Qué es crucial para que se rebase tal objetivo? Que Oscar aprenda a dialogar con el tiempo, para que éste le enseñe a utilizar la capa del aprendizaje y la espada de la ejecución.

Al menos eso fue lo que le recomendé a doña Micaela, mi abuela y madre de Oscar, aquella tarde de lunes que se apareció en la escuela con el alma del diablo dominando sus ojos y con las ideas revueltas. Ella no sólo demandaba que su hijo fuera considerado inocente, sino también exigía la claridad en el misterio de los rayones y las groserías plasmadas sobre una recién pintada pared, en el cual su niño era el principal sospechoso por la similitud en la escritura.  

Los eventos habían ocurrido un martes de hace dos semanas, aproximadamente, luego de haber culminado la hora de receso. Las palabras con plumón negro eran tanto ofensivas para el alumnado como dañinas a la propiedad de la institución. El acto no resultaba del todo ser tan grave: pues había pintura para cubrir las palabras obscenas. Lo que estaba en peligro era la impunidad del asunto, y ya hemos visto lo que ocasiona la impunidad a grandes escalas: tanto ira y descontento social como la reproducción de los hechos por otras personas.

No estoy seguro de que el castigo sea la mejor herramienta para resanar lo que ocasionó el error. En su lugar dijo que sería mejor una actividad física o de labor social para dar a conocer que hay remedios con resultados de beneficio común. Sin embargo, pese a dar esa opción, doña Micaela y Juanita optaron por el retiro de su niño afín de evitar un supuesto bullying.
    
Oscar fue marcado por el sello de la baja definitiva en el ciclo escolar estando a cuatro meses de culminar segundo año de secundaria, a la edad de 15 años. Ese día, en lo personal, fue una perdida irreparable para aquellos que buscamos propagar una vida digna y rodeada de sabiduría para el manejo adecuado de las circunstancias sociales, pero también una ganancia para aquellas sombras que rodean a las almas inocentes para esclavizarlas en una eterna selva de mentiras, donde estar a la defensiva es crucial para sobrevivir, en donde si no eres predador simplemente no sobrevives por mucho tiempo. 


Lluvia de estrellas

Sobre las calles lodosas de Villalta, así como por las sombras de mis pensamientos, son ya varias semanas las que permanece ese extenso manto gris, el cual no se ha querido remover pese a la llegada los cantos melodiosos que ejecutan los canarios danzantes en símbolo de bienvenida al ángel que anuncia el renacimiento de la primavera. El follaje de muchos de los pinos que dominan la parte boscosa da inicio al desprendimiento de la piel vieja que cuelga por debajo de esas extensas ramas secas, así como aquella que cubre las venas que merodean la corteza del tallo.  

Aunado a ello, el hielo se robustece con ayuda de la tormenta de nieve que azota cada centímetro que dan los segundos. Alrededor de aquello que alcanza a distinguir mi lucidez, puedo comprobar que ese manto gris se ha convertido en un presagio de lo que se aproxima, y que es necesario esperar con cierta cautela a que el mismo viento ayude a que regrese la luminosidad del sol, no sin antes claro, descubrir el mensaje que ha de dejarme las palabras inscritas secretamente en aquel manto gris.

Debo reconocer la ignorancia que ciñe a mis parpados cansados. El brillo de estos ha sido carcomido por el despertar a diario rutinario, y por más que procuro pulir esos domos oxidados, la lluvia arruina mi trabajo e insiste en mantener su color amarillo corrosivo. Hay ocasiones, en las cuales, le pregunto a ese ser supremo qué he de hacer frente a las adversidades que amenazan con desprender mi carne de la sabiduría, y él responde e insiste con el silencio que siempre lo ha caracterizado.

Hay millares de frases y palabras que han de leerse con los ojos cerrados y con la guía de los sonidos que provienen de la respiración profunda. Hemos de serenar nuestro cerebro a tal grado de dejarlo que se vuelva a sumergir, como lo hacía cuando éramos muy pequeños, en medio del corazón del mar, donde no hay agitación y tormenta, en donde los remolinos no existen, y en aquel lugar donde los relámpagos nunca han manchado con sus cuerpos la muerte de otros.

Siendo capaces de alcanzar ese estado, la profecía se abrirá ante nosotros por instinto propio como lo hacen los pétalos de las flores para recibir la llamarada de esplendor que les envía el sol, y sea cual fuese la palabra divina que llegará hacía los senderos de nuestro entendimiento, ha de efectuarse o ha de ser tomado para prevención de lo que podría ser una desgracia irreparable.

Tras el fallecimiento de algunas personas cercanas, la salida de Oscar, así como el manto gris que todavía permeaba sin ser descifrado por la carencia que me bloquea, se acercaba el deceso de un nuevo lucero, el cual brilló por determinado tiempo, pero parecer ser que su energía se terminó, o tal vez, el mismo la dio por apagada. A esto me refiero cuando hablo sobre las desgracias irreparables.

Brayan también se vio obligado a tener que cursar por una situación de deserción escolar. Los motivos son tantos y variados que se esconden entre un polvo oscuro y una neblina espesa, por lo que a mis débiles ojos se les escapa fácilmente esa verdad. Lo mismo sucedía con la actitud de los padres, sobre de todo de su madre, doña Alejandra, a quién no parecía preocuparle la decisión de su hijo.

Recién iniciado el ciclo escolar, doña Alejandra habló conmigo. Si es que la memoria no se arropa con la capa del olvido, dijo que su niño tenía uno de los caracteres menos indomables que se tenían en la comunidad. Su agresividad e inquietud le había costado la expulsión de primer año hace algún tiempo. Aunado a ello, el niño padecía ataques epilépticos por lo cual necesitaba cuidados especiales.

En lo personal, hasta ese momento jamás me enfrenté a aulas que tuvieran en la clase a niños con algún tipo de enfermedad como la que padecía Brayan, por otra parte, el carácter volátil y explosivo del niño era común, dado que todos poseemos ese espíritu de liebre que aspira a alcanzar su hogar, allá, en lo alto de la cúpula celeste y dormir sobre los antiguos cráteres de la luna.

Por tal motivo, no me preocupaba enfrentarme a ese reto, porque no siquiera era enfrentarse, sino aprender a acercarse a la persona con su tipo de carácter. Supongo que eso es algo que la mayoría ignora, sobre todos los padres que a diario conviven con sus hijos: olvidan que también son seres humanos y que por ende poseen sus propias inquietudes y anhelos dado que procuran alinearlos a un estilo de vida cuyo sentido ellos mismos desconocen, incluso, desde los primeros años cuando emitieron sus primeras palabras.

Esa oscuridad continúa haciendo de las suyas a tal grado de plantarse sobre la tierra fresca y fértil de los recién nacidos. La mayoría de los niños crecen con ese bloque que impide elevarlos de su plano terrenal al plano celestial donde el potencial avanza como masa amorfa para cubrir de un líquido espeso y nutritivo la mente que lo guiará a comprender el motivo de sus actos, el desemboque de estos y el tránsito por el plano divino sobre su presente.

Lo mismo me pasó a mí y me sigue pasando constantemente, pero en el día a día procuro que se extinga un centímetro menos esa larga y gruesa muralla de ladrillo que sólo encadena la fuerza devastadora que se gesta en el interior de mis músculos. En ocasiones, cuando vuelvo la mirada hacia atrás me percato que del oxido que contiene aquellos aros metálicos donde la soldadura una vez los unió: tanto ella pierde esa resistencia como mis brazos adquieren energía… muy, muy de cerca puedo sentir como la verdad es respirada por mis fosas nasales para alcanzar lo profundo de mi corteza y oxigenar las raíces que volverán a tomar una forma gruesa que de batalla a las palabras infecciosas que escucho a diario.

El fruto, de ser posible, lo han de saborear no sólo aquellos que extiendan sus brazos y entierren sus dedos para remover la tierra que oculta la riqueza de la tierra, sino también aquellos que sean unidos a mi por el mero hecho de ser parte de mis nuevas vidas, es decir, aquellos que compartan los mismos ideales de fraternidad que un día yo tuve y promoví mientras me fue permitido.

En el caso de Brayan, puedo mencionar un pensamiento sustancial: mi acercamiento y el convencimiento que maneje con su madre para evitar que el niño continuase con sus estudios, no fue el adecuado. Es cierto, ella nunca se tomó esa molestia de caminar a la escuela y exponer la molestia que a su infante le generaba asistir a la escuela, tampoco tuvo esa iniciativa de presentarse a la casa de doña Maximina, donde sabía podría encontramos (incluyo a la maestra) para atender el asunto.

Pese a ello, y por la grandiosa fortuna de que el pueblo no abarca más allá de los 300 habitantes, logre estar de frente con ella en una de esas camitas que solía hacer por la tarde. La conversación fue tan larga como la flojera de la hormiga para levantar sus alimentos. Doña Alejandra se defendió diciendo que respetaba la decisión de Brayan, quien decía ya no querer estudiar puesto que prefería estar en el campo trabajando.

Los pretextos de no enviar al niño a la escuela por su enfermedad y por el carácter de demonio que este tenía, según su propia madre, comenzaban a derrumbarse para dar paso a la liberación del principal motivo por el cual el niño no asistía a la escuela: porque era primordial llevar una cooperación para el alimento familiar ¿Cómo puedo explicar eso? La madre cobró la beca por adelanta, razón suficiente para mandar al niño a buscar otro ingreso extra… total… en Villalta reinaba la idea que los niños asistieran o no clases, los maestros siempre los pasaban de grado, pues al final de las administraciones sólo interesan las cifras, los números altos que les permitan seguir haciendo de las suyas con los recursos del pueblo mexicano.

Aquí doña Alejandra se convertía en uno más de los millones de cómplices que prefieren velar y anteponer sus intereses que los del futuro ciudadano de este único planeta que tenemos, y que, por cierto, como muchos autores ya lo han dicho, ni siquiera es nuestro, pues tenemos la facultad para administrarlo, pero eso nos convierte en los dueños, sino es los principales responsables del mismo.

Pocos tenemos presente y entendemos que algún día, y por desgracia parece que no lejano, el juez eterno y por excelencia, el universo, nos llevará a un juicio único donde seremos cuestionados nuestra falta de responsabilidad en el cuidado de aquello que se nos prestó: tanto del planeta, de los árboles, los animales, los mares, ríos, lagos y lagunas (incluyendo también los acuíferos). El castigo no será en futuro, como estamos acostumbrados en esta sociedad, sino en presente: la agonía invadirá el interior de nuestros ojos para hacerlos sangrar, quedando ahogadas bajo nuestras culpas y, como dice los sabios escribanos que han sido malinterpretados por los corrompidos filósofos, seremos eliminados del libro de la vida: por haber propagado la destrucción de uno mismo y acarreando a las demás especies: inocentes que sólo nos sirven para llevar a cabo ciertas causas, que la mayoría, suelen ser engañosas.


Lo han dicho muchos y como en este sentido no ha habido avance, sólo me resta volver a recalcarlo: me parece que, para evitar muchas desgracias, debemos aprender a vivir como los animales, a ser un poquito, un tantito, como ellos. Su sabiduría ya los orilló sobrevivir varias sequías, eras glaciares e incluso a loas rocas insensibles que todo lo arrasan con su llegada: los meteoros. Ellos lo han conseguido sin destruirse a si mismos y tampoco a la naturaleza. Lo mismo le recomendaría a doña Alejandra, si pudiera escucharme dado que es algo que le comenté la ultima vez que vi a Brayan cuando este caminaba con una sola borrega para ir a pastarla.      


La antorcha de los olvidados

La belleza de la mentira se construye a través de varios aspectos que provienen del falso conocimiento y de su hermana: la ignorancia. Ambos crecen al mismo tiempo y se alimentan mutuamente. Al paso de los meses, el resultado es la edificación de un solo entorno, dejando afuera otros que, incluso, mejores pudieron ser. Al paso de los años es muy difícil mejorarlos. Al paso de las generaciones el llanto y la esclavitud toman el mismo grado de importancia que comer o respirar.

Empero, ante la sequía que azota a ese mar generacional a causa de la belleza de la mentira, existe lo que algunos denominan: las excepciones, las cuales se ven sometidas a una rigurosa prueba de la casualidad y la recompensa, pues con su asombroso don de intervención cuando el cielo permanece cubierto por una capa infinitamente gruesa de nubes grises, logran que las plantas de sombra recobren la vitalidad ante la luz del sol que mata a cada momento sus delicadas hojas verdes.

Al menos, eso fue la lección de piel dura que tuve que los niños de Santiago Villalta me enseñaron aquella mañana en la cancha de futbol rápido de Atlangatepec. La duda se acercaba para reprocharme lo que hice mal durante todo el ciclo escolar, mientras que la nostalgia buscaba la forma de consolar esa inquietud que me envolvía a causa de los partidos en los cuales los niños participaban.

El torneo inició temprano, como a eso de las nueve de la mañana. Debo mencionar que llegamos tarde dado que los niños, la mayoría de ellos, llegaron tarde al punto de reunión. Algunos de ellos, incluso, llegaron todavía sin haber decidido si nos acompañarían a participar en aquel torneo. Tal fue el caso de Andrés, quién apenas pedía permiso para asistir. Damarias iba y venía de su casa al punto de reunión, viendo quien asistiría y quien no, aunque al final de cuentas, asistió. Lo mismo ocurrió con Víctor y su hermano Irvin, quienes fueron con zapatos en lugar de tenis. En el interior de la cabina se fueron Evelin, Raquel, Melisa y Armando, hermano del ausente Oscar.

Durante el transcurso, los estudiantes iban hablando de la rivalidad que ellos tenían con los alumnos de la escuela secundaria de Tezoyo, porque según ellos eran los únicos que daban batalla sobre la cancha, dado que los niños de la Herradura, Chapultepec, Santa Clara Ozumba y Casa Blanca, sólo les ayudaban al calentamiento, aunque en el torneo pasado éstos últimos se disputaron el primer y segundo lugar. Las mamás que nos acompañaban, doña Amelia y doña Gregoria opinaban lo mismo.

Llegando al lugar del encuentro, la adrenalina ya empezaba a asomarse entre los participantes. Observar las franjas rosas y grises que portaban los uniformes del equipo de Santa Clara, con un número determinado y nombre en la parte posterior de las playeras, a cargo de Marisol, daban una sensación de organización y unidad superior a comparación de los otros equipos.

En el caso de la Herradura, a cargo de Lalo, el color que rondaba era el azul cielo con morado. Cabe mencionar que entre los de su equipo había un joven que se ganó el sobrenombre de “casado” por parte de Irvin, Víctor, Andrés y Diego, debido a que para ser estudiante de secundaria se veía muy grade, tanto por su cuerpo robusto y espalada ancha, como por el bigote que ya se le asomaba.

En el caso de Tezoyo, a cargo de Giovani y Gabriela, el equipo portaba uniformes color negro con blanco. No todos lo vestían, pero si en su mayoría. Además, era un equipo grande, tanto de niños como de niñas, pues cada uno rebasaba a los 12 jugadores. Según los entrenadores, habían estado en ejercicio constante desde hace al menos tres meses antes de que se programara la fecha del torneo.

En cuanto a nuestro equipo, el de Lupita y mío, no portaban color alguno. Lupita había mencionado semanas antes que no importaba si ganaban o perdían, sino que la intención principal del torneo era divertirse y convivir con las demás escuelas, por tal motivo un uniforme no era prioridad para ella. Por otra parte, recibía mi apoyo por tal motivo y también por el hecho de que no quería ocasionar un gasto a las familias de los niños. Cierto, el uniforme te identifica como equipo, como unidad, empero el que tiene talento simplemente lo tiene, no importa el color que vista o donde se encuentre, pienso que eso todos lo tenemos más que claro, y eso he procurado fomentar en el interior de mis enseñanzas.

Chapultepec y Casa Blanca no se presentaron. En el caso de Chapultepec ignoro el motivo por el cual no llegaron. Según los rumores por parte de la asistente, Cristina, fue porque los padres de familia no dieron permiso para que los niños salieran de la escuela. En tanto, los jugadores de Casa Blanca no lograron conseguir el apoyo de transporte. Eso aunado a un problema grave por el cual transitaba la escuela: al parecer una de las alumnas dejaba el aula, las libretas, los libros y los colores, para tomar en sus manos pañales, baberos, mamilas, entre otras cosas.

Ese golpe fue devastador no sólo para Casa Blanca, sino para toda la comunidad estudiantil que conocí cuando anduve por esos rumbos. Más que un escándalo fue un caso para reflexionar sobre los errores que se mantienen pese al avance de la tecnología, pues los celulares y las computadores siguen mejorando con sus nuevas aplicaciones, pero el cerebro del hombre parece que siempre será vulnerable mientras permanezca sumergido en la inocencia y en el paraíso de los sueños eternos que nos describen día a día, pero que ni uno hombre o mujer ha pisado por el simple hecho de que no existe… o más bien no hemos logrado concretar, puesto que los cimientos están puestos pero no hay manos trabajadoras suficientes para llevar a cabo la obra.

Las intenciones si están presentes ya que puedo sentirlas en cada uno de nosotros. Lo que hace falta es el diluvio detonante que inunde esas semillas que se encuentran muy en lo profundo de las capas de tierra que las rodean a causa del desaliento y del desánimo. Las veo en el esfuerzo que muchos de los niños colocan a diario en la escuela para aprender algo nuevo o diferente. Y ahora también lo veo en cada gota de sudor que derraman los jugadores al unirse como equipo para lograr un fin en común: ostentar las medallas de la victoria y el trofeo del recuerdo. Algo que sin lugar a dudas lograron los grandes futbolistas de Villalta.         

El primer partido se llevo a cabo entre Tezoyo y la Herradura. Ambos equipos no sólo mostraron sagacidad para manejar el balón, así como esa tenacidad en sus piernas para dar una batalla digna, sino que además mostraron su profesionalismo en el deporte aun a temprana edad, pues no fue necesario que el arbitro marcara una tarjera roja o amarilla. El único detalle es que alguien tiene que ganar, y ese alguien fueron los niños de la herradura.

No se espero más de 10 minutos para que diera inicio el siguiente partido. Esta vez los protagonistas fueron los jugadores de Santa Clara Ozumba, campeones del año pasado, y los futbolistas de Santiago Villalta. Es aquí donde lo increíble se hizo presente tanto en la vida de Lupita como en la mía: ese mito de que entre los niños de nuestra secundaria no había uno sólo que valiera la pena o brillara como lo hacen las luciérnagas durante las noches finalmente se desquebrajaba como tierra seca sobre nuestros dedos.

Se rompió el mito y se fortificó aquello que Lupita y yo siempre defendimos a capa y espada: aquí hay talento, mucho talento que todavía no se descubre, como sucede en muchos rincones de México, los cuales por falta de recursos, apoyo y motivación se pierden en medio de las ciudades industriales dentro de las fábricas que dañan su personalidad y excavan agujeros vacíos donde vierten lo grande que pudieron ser.

Los goles fueron clavados en el interior de la portería de Ozumba principalmente por Andrés, Rodrigo y Diego. La defensa estuvo a cargo de Irvin, al cual tuve que prestarle mis tenis con tal de que lo dejaran participar. Puedo presumir que usé los tenis de la victoria, una victoria en la cual no participé, es más ni siquiera contribuí, empero, a la cual aboné con una insignificante acción. Vaya que fue una grata sorpresa para mí que aquellos niños inquietos libraran toda esa energía en la cancha. El marcador culminó 6 a 3, en favor de nuestros niños.

La tensión se mantenía y crecía en los espectadores. El partido que se llevó a cabo Ozumba y la Herradura estuvo demasiado cerrada. Tanto que fue necesario entrar a tiempos extra, dejando tocar a los niños de Santa Clara la victoria por algunos minutos. El grito y la porra para ese equipo resonó por en medio de las calles, y aunque el lazo de la derrota acarició al equipo contrario, el apoyo por parte de sus aficionados no dejó de verse a lo largo del torneo.

Al cabo de este partido, inició la lucha entre los titanes de la Herradura y Villalta. La guerra se veía difícil por el jugador “casado” que apoyaba al equipo, pero conforme pasaba el tiempo del partido, la cortina de humo comenzó a esfumarse para colocarse a favor de los infantes de Villalta, logrando dejar huella con un marcador final de 7 a 1. Mientras tanto, el sudor no dejaba de correr sobre las camisetas de los jugadores de Tezoyo, quienes dejaron ver su superioridad ante los futbolistas de Santa Clara Ozumba, ya que los vencieron con un marcador de 4-2. 

Era el momento de revivir lo que muchos denominan un clásico: tocaba el encuentro entre Tezoyo y Villalta. Al principio hubo mucha batalla por ambos bandos. Armando, el portero de nuestro equipo no dejaba que el balón entrara pese a la constante invasión de la parte delantera de Tezoyo. Lo mismo ocurría en el bando contrario. Empero, al minuto 7 el marcador se inclinó a favor del equipo “Los leones de Villalta” recién bautizado luego de haber vencido Ozumba.

Al grito del ¡gol! Otra vez por parte de la afición que apoyaba a Villalta no pude evitar que la alegría se dibujará en mi uniforme negro, y más por motivo de la envidia que dejaban ver los entrenadores de Tezoyo. El problema comenzaba a agradarse para los uniformados de blanco y negro, pues el tercer gol fue anotado minutos después. Y es que las jugadas sino eran majestuosas por lo menos eran astutas: Andrés, como chita, se agachaba y se escondía entre los jugadores, pegando su vista siempre al balón. En tanto, Rodrigo, tomaba ventaja de su baja estatura para saltar por el arco que se formaba entre el concreto de la cancha y el cuerpo del jugador que le impedía tomar el balón, obviamente, robándoselo. Ese tipo de detalles fue lo que los llevó a colocar un aplastante marcador de 15 a 1. La victoria sobre los de Tezoyo simplemente fue aplastante.

    
El viaje de las perlas

Recostado sobre mi fría colchoneta, rodeado entre el cuerpo del silencio y de la oscuridad, lo único que puedo ver es el techo que es sostenido por los cuatro muros que me alejan de la intemperie. Lupita yace del otro lado de la habitación, tranquila y sumergida entre los tejidos de sueño que han formado sobre su mente aquellos seres mágicos que se encargan del descanso humano.

La nostalgia ha dejado su morada que se encuentra en lo más profundo de los bosques, en donde el hombre nunca ha puesto un pie, pero aun así ostenta hojas, ramas y semillas de dicho lugar en el interior de sus bolsillos. Una tormenta extraña se avecina a Villalta, de esas que no traen granizo, fuertes vientos, relámpagos y truenos intimidantes, sino de esas que desbaratan la luz que emite el alma, de esas que retuercen al cuerpo para recordarles que ellos y todo lo que a su alrededor gira se encuentra hecho de papel.

Quien podría imaginarse que aún los días con el sol colocado en la cúpula celeste puede sentirse un frío glaciar alrededor del corazón y de las yemas de los dedos, imposibilitando a la garganta emitir algún tipo de sonido o susurro, y llevando a un largo bloqueo de la respiración, agitando al cuerpo, liberando la ansiedad en cada gota de sudor que surge por la preocupación de lo que pronto vendrá.

Incluso, el dulce sabor del café al cual estamos acostumbrados toma un sabor amargo e incipiente, el aroma tan acogedor que cada grano libera al disolverse en medio del agua caliente o se esfuma sin ser percibido o queda atrapado en el interior del grano para extinguirse de forma espontánea o nuestros sentidos quedan tan aturdidos por la tormenta que es imposible percibir el perfume del café, por más que éste trate de embriagarnos como siempre lo hace.

¿Cuál? Yo grito a los cuatro vientos ¿Cuál es el motivo? Le grito a los dioses ¿Cuál es la causa principal por la cual mi sangre se convierte en hielos gigantes tapando mis venas y dejando sin oxígeno a cada uno de mis órganos? Grito, pero no hay alma que escuche… grito, pero no hay ser vivo que acuda a mi llamada de auxilio… grito y aun así me continúo ahogando con mis propias palabras… grito con la garganta seca porque no hay gota de agua dulce que refresque mis cuerdas bucales…

Trato de ignorar todo eso que causa resequedad a mi piel. Cubro mis ojos con la cobija que todavía me pertenece, pero que muy pronto regresará a su dueño original y posiblemente la ocupe otro. Ayuda muy poco tal acción, porque las especulaciones, como dardos venenosos, se entierran en el corazón de mis neuronas para seguir infectándolas con esa sustancia de inquietad y poco sociego: la verdad se acerca, es inevitable y acongoja. 

Finalmente me levanto y abandono el colchón y las cobijas, ya que es imposible conciliar el sueño. Me dirijo a la puerta y la perrilla gira lentamente, con el fin de no despertar a alguien más. Afuera, en la calle, observó el cielo… ese cielo que hace ya casi un año me vio llegar en una combi que en su momento fue extraña, y ahora, hasta el nombre del chofer pronuncio: don Sergio.   

Casi nada ha cambiado en Villalta, bueno, a excepción de los niños que se han graduado: Melisa, Diego, Andrés y Rodrigo ¿Qué les espera a la vuelta de su vida? ¿Abandonarán o continuarán sus estudios? ¿Se dedicarán a un oficio o a ser mano de obra en alguna fábrica? ¿Habré sido el verdugo que en silencio los condenó hacía algún destino que no les correspondía o logré orientarlos al camino que les corresponde?

Continúo observando el cielo blanco que se viste de miles de puntos brillosos, los cuales siempre me embriagaron con su exquisitez. La luna no se oculta, permanece firme allá en lo alto, parece contenta y orgullosa por el tono gris que posee. Me pregunto si algún día volveré a vivir una elotada, volveré a tener una navidad con un pino auténtico o si disfrutaré de una rosca de reyes en medio de los cerros.

¿Qué será de Lupia y de todas esas carcajadas que juntos solíamos dar? ¿Quedarán en el recuerdo de los lugareños o quedarán enterradas entre los brazos de los cerros verdes que ahora se renuevan gracias a la humedad que dejan las tardes eternas de lluvia? Las bromas, los juegos, los chismes… de todas aquellas noches de platicas sin fin que tuvimos durante todo el año.

¿Y de las mamás que será? ¿Qué será de doña Amelia, quien yace sola con sus cuatro hijos? ¿Será capaz de brindarles los consejos oportunos que prevengan los errores propios de su puberta edad? ¿Dejará de ver los apoyos que le brindan los programas de apoyo social y mostrará más energía para sacar a sus niños adelante? ¿Melisa finalmente recibirá apoyo de su padre o continuará siendo un cero a la izquierda como sus otros tres hermanos?

¿Y quién dominará sobre el pequeño Erick? ¿Será acaso su inteligencia para el español y las matemáticas o el carácter explosivo que heredo a causa del maltrato que recibió desde los tres años por parte de su ignorante progenitor? ¿Aprenderá Jonatan y Amanda a leer y a escribir o pasarán otro año más deletreando y comiéndose las letras como Víctor? ¿E Irvin? ¿Terminará la secundaria a sus 17 años o hasta los 18?

¿Cuántas faltas tendrá Damaris el siguiente ciclo escolar ahora que su hermanita cumplió los dos años? Belén, su hermana ¿Centrará su mente en el trabajo o saldrá embarazada de alguno de sus novios? ¿Tendrá hijos de tres diferentes hombres como le pasó a su madre, doña Josefina? ¿Qué?... ¿Qué sucederá con todos en este lugar? Con doña Alejandra y doña Maximina, las hermanas huérfanas de padres que tuvieron que crecer con los tíos a causa de un matrimonio fallido…

Tantas, tantas historias llenas de heridas que escuché y otras que preferí ignorar ¿A dónde irán a estancarse? ¿Serán maldiciones del lugar que hechicen a la nueva generación o el agua de purificación será alcanzada por los labios de cada uno de los moradores? Sólo las estrellas conocerán sus caminos, por lo cual, les suplico tranquilamente que sea uno más cómodo, ese es mi deseo.

No fumo, pero en estos momentos necesito un cigarrillo. He escuchado a un puñado de hombres asegurar que aquella droga tranquiliza, serena, apacigua en tiempos de maremotos. Pienso que es mentira, pero vaya que si me hace falta. Estoy tranquilo, respiro el último oxígeno puro que recibiré de estos bosques de pino, dado que, desconozco el lugar que mañana estaré pisando.

¿Qué me resta decir?... nada que reclamar… sólo agradecer… agradecer a este pequeño pueblito por haber compartido conmigo sus secretos… los secretos de Villalta que ahora retumban entre las paredes de mis venas, entre cada ladrillo de glóbulo rojo que algún día se secarán en el interior de un ataúd, en medio de la tierra y debajo de los pétalos coloridos con que se engalanan las flores.

Secretos que de ser exhibidos podrían ser pergamino de orientación para muchos en el futuro, y de esta manera, prevenir de alguna manera lo que tiende a ser mejorable. Secretos que son necesarios colocar sobre la mesa que sostienen los alimentos durante los domingos familiares, o sábados; o que quedarían muy bien como adorno debajo del reloj que a diario revisamos para llevar a cabo nuestras actividades; secretos que no caerían mal como fondo de pantalla en el celular.

Secretos que destrozan cada una de las partes que conforman mi cuerpo, revientan la carne de mis dedos desnudando el esqueleto que de blanco paso a amarillo… secretos que rompen las costillas y que tumban los pulmones y deshacen como ácido cada órgano que a su paso se encuentras… secretos que estiran las extremidades hasta desquebrajarlas haciendo resonar el núcleo de la tierra… secretos que colocan los lentes sobre mis ojos humanos para leer la verdad.  

Porque el día gira y con él un cofre maldito, viejo, feo y oxidado, que está sumamente cansado tanto por la edad, dado que es más viejo que el mismo universo, como por el peso excesivo del cual se ha acaparado por la cantidad inconmensurable de verdades que sobre él descansan. Son tantas las palabras que resguarda sobre cada una de sus esquinas que podría asegurar que estamos frente a la biblioteca más extensa que la propia naturaleza haya construido para sí misma.

Son tantos los secretos y siempre con el mismo mensaje que la mayoría están cansados de escucharlos, pero no de reproducirlos. Son tantas las mentiras que es preferible acercarse a ellas, dado que es más fácil acariciar el velo de la ilusión que saborear lo que suele ser el amargo suplicio de la verdad. Simplemente, parece que es algo cotidiano: un ancla que nos amarra inevitablemente al oscuro e incierto fondo del mar.


Fin 
  
          








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