Secretos de Villalta
Secretos de Villalta
Escribo esto antes de que la noche me sorprenda, antes de que la memoria agote mis neuronas, antes de que tenga que perderme entre los miles de millones de habitantes que somos. También escribo para recordar porque eso escuchaba que solía decir la gente durante las tardes dominicales, cuando se detenían a contemplar como los árboles, al igual que ellos, habiendo envejecido.
Lo que más amé de ella fue su hospitalidad y buenas palabras. Algunos la consideraban ignorante por la decisión que tuvo que afrontar, débil por aquello que de haberlo querido no debió vivir, poco capaz por permanecer en un mundo que pudo desvanecer por medio de la voluntad, pero ¿Qué pudo haber hecho esa mujer en un lugar donde las trampas nos envuelven como el maíz es envuelto por su cáscara?
Recuerdo que para ese tipo de problemas, mi abuela Micaela decía que sólo quedaba soportar los males con paciencia, rezando y rogando al creador para que la mala temporada pronto se alejara, pues solía creer que ante la voluntad divina nada se podía hacer. Aunque muchas veces no concordé con ellas, debo escribir que ambas mujeres se mantuvieron en la bondad que cualquier persona de su condición puede vivir y transmitir.
Los primeros días en Villalta fueron nublados gracias a la
tormenta que azotaba al país. La cosa no mejoraba para nada, pues a tan sólo
unos días del diluvio la tierra comenzaba a recordarnos quien es más fuerte. La
situación se tornó más caótica cuando las clases se cancelaron en el pueblo:
miates deambulaban por las calles más vacías que de costumbre. Los afortunados
estaban trabajando en el campo recogiendo el cultivo del tomate, chícharo y
habas.
-
Maestro, vengo a verlo
para despedirme porque dicen que el mundo se va a acabar el próximo sábado. Uno
nunca sabe y es mejor estar preparado para los designios del creador – dijo Juanita
luego de entrar a mi habitación sin haber tocado la puerta.
-
¿Quién anda diciendo
eso? – respondí riendo por el rostro de espanto que traía aquella mujer, pues
sus ojos parecían abrirse para recalcar sus palabras.
-
Todo el pueblo lo dice
– dijo – los niños, las mamás, los hombres del campo. Yo creo que ya no
llegaremos a la misa del domingo maestro.
-
No ande repitiendo
esas tonterías que lo único que crean es más incertidumbre y pavor entre los
niños. Mejor póngase a recoger lengüitas para que tenga ocupada se mente.
-
Pero maestro ¡Hasta en
las noticias andan diciendo que el volcán esta lanzando fumarolas rojas!
-
No lo sé, la verdad no
he tenido tiempo de ver televisión o escuchar radio. Usted sabe que apenas si
llega la señal.
-
Bueno maestro, sólo
venía por eso… ah… y también quiero pedirle un favor.
Cuando Juanita pronuncio esas palabras, sabía lo que se
acercaba, pues ahora el que estaba a punto de estallar era yo, pues seguramente
era para solapar al vago de su hijo, quien ni picha ni cacha, pero eso si, los
paseos en moto todo el día son la escuela que recibe el muchacho todos los
días.
-
Quiero pedirle que sea
paciente con mi niño, Oscar, el aprende muy lento pero es un chico bueno. Sé
que no ha ido a la escuela en casi tres semanas pero ha sido porque no se puede
mejorar del estómago. Ya lo llevamos a que lo curaran, ahorita anda vendado y
apenas si puede caminar. Estoy segura que en cuanto se mejore el mismo tomará
los libros y vendrá a buscarlo – dijo Juanita.
-
¿No se supone que se
va a acabar el mundo? Entonces ¿Para qué se preocupa? Ya estas palabras están
de más ¿No le parece? – dije muy molesto por la actitud que tomaba frente a
Oscar.
-
Usted sabe… por las
dudas. Le prometo que el pondrá mucho empreño, sólo sea paciente con mi
chamaco.
-
Esta bien señora, seré
paciente con él como lo he sido desde un principio con todos. Él es consiente
de que yo puedo ayudarlo, siempre y cuando el quiera y no falte, porque no
puedo hacer más. Usted Juanita no debería solaparlo, sino ser más estricta con
él – respondí en tono molesto y me detuve antes de recordarle que ni era su
hijo.
-
Gracias maestro,
entonces ya me voy, tengo que ir a despedirme de la demás gente. Usted haga lo
mismo, pero si sobrevivimos nos vemos el lunes.
-
De nada Juanita, vaya
con el creador.
Juanita salió rumbo a la calle buscando alcanzar todas las
puertas posibles para despedirse. Esa tarde, después de salir del cuarto donde
dormía, me di cuenta que había sido poco educado con ella, muy grosero en pocas
palabras tras haber abogado, una vez más, por su sobrino.
Oscar, al inicio del ciclo, me pareció un buen alumno,
cumplía con tareas y trabajaba en clase. No era travieso o se ponía a discutir
con sus compañeros de clase como lo hacían constantemente Andrés o Brayan.
Tampoco recuerdo haber tenido que llamarle la atención por haber tratado de
besar y abrazar a las niñas de segundo año. Incluso mantenía su celular en la
bolsa del pantalón, sacándolo sólo para poder saber la hora.
Transcurrido el mes de agosto y la primera semana de
septiembre, el hijo de Micaela estudiaba y cumplía con tareas. Su letra no era
la mejor del salón, pero se entendía al primer vistazo. Revisarle no me llevaba
tanto tiempo como con otros alumnos aunque si dejaba ver sus faltas de
ortografía. Ningún detalle por el cual alarmarse.
Al paso de los días, su butaca comenzó a estar vacía. Si se
presentaba lunes, no regresaba hasta el jueves con algún detalle extra: dolor
de cabeza o panza. Transcurridas las primeras horas de aquel día, justamente
antes de la clase de matemáticas, solicitaba irse a su casa pues el dolor lo
consumía hasta los cabellos. Al inicio procuré ser comprensivo y mesurado, entonces
accedía a su retirada. Sin embargo, este método se volvió habitual durante un
mes, hasta que despareció por completo.
Eran principios de noviembre cuando Juanita había
solicitado paciencia con él. Para ese entonces, cuando Oscar decía estar
enfermo, su rostro mostraba una actitud de placer y alegría poco oculta cuando
daba permiso para salir de clase, y todo lo contrario cuando negaba permitir su
ausencia: su mirada se centraba en mi rostro, siendo mis ojos quienes
testificaban esa boca sin forma, torcida, acompañada de unas manos cerradas, contraídas,
y una postura erguida.
No comprendía lo que sucedía, pues todo este enjambre de
chismes sobre lo que decía Juanita, Micalela y los demás pueblerinos sobre él
poco a poco cobraban vida, se hacían tangibles y resbaladizos como la
mantequilla ante el débil conocimiento que poseía sobre el miate. Todo ello
nublaba mi mente, podía hacer lo que otros antes de mí: ese era su problema, después
de todo mi sueldo permanecería intacto si el asistiera o no; pero también podía
adentrarme a un mundo del cual me habían advertido abstenerme.
La elotada
Una semana después, la escuela se preparaba para lo que
sería la primera faena del año. Desde que observé por primera vez la escuela,
al menos el salón único que la conformaba, sabía que el porvenir no se
escribiría de forma sencilla: el aula se ubicaba a costillas del abismo,
alejada y castigada por sus habitantes. Ella estaba desnuda, sin alguna prenda
que la protegiera de las manos de sus verdugos o libertadores. También carecía
de luz eléctrica, lo que le permitía ser absorbida por la oscuridad de la noche
y el peligro de los montes.
Posterior al temblor, su cuerpo se rodeaba de las más largas
y profundas grietas: la herida crecía por toda su estructura y se extendía
hasta el techo de la habitación. Los supervisores de obras sólo se burlaban de
ella y de las palabras que emití para defenderla cuando fueron a revisarla.
Ellos finalizaron su diagnóstico diciendo que el lugar era seguro para dar
clases… un error que varias vidas de infantes cobraba en la Ciudad de México.
-
La faena se llevará a
cabo el jueves. En el pizarrón esta escrito lo que deberá traer cada mamá para
ese día –dijo Lupita, la maestra que se encontraba a cargo de los niños de
primer grado.
Los niños, como era costumbre, se limitaban a copiar
aquello que estaba frente a sus ojos sobre las hojas de sus libretas tan vacías
como sus propias expectativas: reflejo de la incapacidad de los maestros para
encaminarlos al mundo de las dudas y de la creatividad, de la cual sólo
quedaban vestigios.
Después de cerrar la jornada escolar de aquel día, Eric
desenvainaba la espada de palabras que cargaba con gran sigilo en su lengua
para averiguar si podía realizar lo que desde el inicio de clases soñaba: una
convivencia entre sus compañeros de clase, los padres de familia y los nuevos
maestros donde el manjar principal era aquel al cual se le culpabilizaba la
creación del hombre según algunas culturas mexicanas.
-
Podemos aprovechar
para hacer una elotada – dijo el niño mientras lo miraba con cierto grado de
extrañeza, pero con el suficiente grado de lógica para deducir lo que Eric
quería decir.
-
¿Qué es eso? –
Pregunté más en tono de sarcasmo que de desconocimiento. Además, tenía cierto
grado de sarcasmo, empero quería escuchar de su mente lo que para el
significaba aquella bendita palabra que intuía sería una idea adecuada.
-
Las mazorcas pronto
darán elotes y nosotros los tomamos para hervirlos con sal, cal y habas entre
la leña más seca que traemos del campo. Los saboreamos rodeándolos con mayonesa
o limón y sal con su chilito piquín. También se los puede comer solos. Hay unos
que están tan tiernitos que se pueden comer crudos –dijo Eric mientras se
levantaba de la butaca emocionado –Se puede tomar el agua de elotes.
-
¿El agua de elotes? –pregunté
-
Si, el agua que queda
de los elotes hervidos es como un ponche. Sabe muy dulce.
-
¿En enserio?
-
Si –dijo la niña Melisa
–es como un té y mi mamá dice que sirve como medicina.
-
¿Medicina? ¿Para qué?
-
No lo sé, pero eso
dice ella.
-
Esta bien ¿Qué le
parece maestra? Lo de la elotada parece una buena idea –dije mirando a Lupita.
-
Si, está bien. Después
de la faena estaría perfecto que hubiera un convivio para finalizar el
bimestre. Por mi no hay problema –contestó la profesora.
-
Entonces hagamos la elotada,
mi primera elotada. ¿Qué debemos traer?
Y las manos se levantaron por todo el salón para decir que
traer, desde la olla para hervir los elotes hasta el agua, la leña, el pericón
y los vasos desechables. Además cada uno propuso traer 10 elotes, sean de las
cosechas de sus padres o “prestados” de los campos cercanos a la comunidad. Los
niños participaban de forma entusiasmada para llevar a cabo su costumbre que en
clase de educación física ¡Los ojos resplandecían junto a sus pequeños dientes!
Y de las sonrisas sobre esas mejillas pálidas y morenas me mostraron la miel
que tienen los estudiantes de secundaria ante actividades tan comunes y
significativas.
Allá, en la ciudad o en los lugares que eran invadidos por
las maquinas tecnológicas inteligentes, la elotada no existía. Entre la gente
era inimaginable crear siquiera el termino ¿Cómo lo sabía? Yo venía de esos
rumbos. Desde que recuerdo, cuando pasaba el vendedor de elotes, mi mamá los
compraba para hervirlos en la estufa al descubierto, sin hoja, tal como lo
decían estos niños que se debían de cocinar. Por lo tanto, estaba seguro que el
sabor era diferente.
Además, por las calles urbanas se desconocía el pericón:
sólo agua era la que bañana el delicioso cuerpo de grano elotero. La familia se
reunía para ir a comer a los restaurantes, a comprar helado por las tardes de
plaza, a comprar ropa en las grandes tiendas de ropa y almacenes, sobre todo
cuando había descuentos de locura. Aquí, en Villalta, eso no existía. Por esas
calles sin pavimento y donde que cada esquina podías encontrar más de dos
árboles, los lugareños se reunían a comer elotes y habas, bolas de conejo con
tortillas azules, lengüitas al vapor con pulque, y en temporada, la salsa de chinicuil
que nunca se me antojó.
Por tales contrates, el tiempo se volvía cómplice de la
distancia y solían jugar con la inteligencia del hombre como si fuera un
barquito de papel, el cual transitaba desde las montañas, los bosques, valles,
hasta estrellarse con alguna lago o mar abierto. Esa frágil figura de origami
bajaba de los lugares remotos e inhóspitos para navegar por anchuras del tamaño
de un gato montés hasta lo de 10 lobos mexicanos.
A su paso recogía sólo lo que le observaban sus dobleces.
Lo demás estaba condenado a perderse por la espesura de los pinos y las alturas
que resguardaban el cauce del líquido. Viajaba centenas y centenas de
kilómetros, tratando de recordar lo que el agua y el límite le habían entregado,
siendo incapaz de rescatar aquello que se hallaba tras las rocas altas del
olvido.
Esa era la maldición que se completaba por los muros de la
pasión ante la situación: bloqueaba a los pasajeros más astutos, tirándolos
ante la pesadumbre abismal de la poca comprensión. Y cuando los metros se
habían extinguido por completo siendo el valle el destino final, los ojos de la
tripulación abandonaban la venda gruesa para quedarse con la delgada. Esta
amenazaba constantemente con crecer si no se alimentaba el espíritu: batalla
que se había perdido desde mis tatarabuelos, al menos eso contaban mis padres con
sus historias, las cuales eran apoyadas por los extensos párrafos de los
eruditos e historiadores.
El resultado no sólo era lo que ahora conformaba el bajo
grado de comprensión que tenía, sino la época que vivía el pueblo y la ciudad.
En las noticias de la tarde mucho se hablaba sobre la modernización del campo,
el apoyo a los productores con tractores y fertilizantes en las zonas de
siembra. La verdad era inevitable: la actualización de nuestras tierras estaban
tan lejos de un campo próspero como los hijos de la palabra amorosa del
creador.
Durante los escasos dos meses en que Villalta se había transformado
en mi hogar, tan sólo tres tractores logré ver en la zona. Un cuarto adornaba
la terracería que estaba a 2 calles de la escuela (cruzando por la caña del
maíz) y cuya reparación no alcanzaría por la oxidación que presentaba el mismo
por falta de pintura que recubriera su estructura. La culpa, como siempre,
jugaba a las escondidillas ¡Pero el buscador en la cama dormía, sin deseos de
levantarse para encontrarla!
Es posible, retumbaba en mi mente, que lo maravilloso de
este lugar sea el retraso que por el cual transita, permanece y florece. Calentar
con los desechos naturales es reciclar, deleitarse con algún platillo que
ofrece la naturaleza misma es no gastar lo que no se tiene y evitar deudas que
después serían rebasadas por los altos intereses. Habitar en chozas construidas
con adobe y techos de palma o láminas podría ser lamentable en tiempo de lluvia
y frío. Sin embargo, ellos aprendían a lidiar con esos asuntos y más.
Los negocios son pocos, pero la gente se saluda con un
cálido rostro pese al clima crudo que poseía por ser una sierra ¿Acaso eso no
compensa todo lo demás? ¿Acaso eso no compensa el movimiento del dinero, el
caos del tráfico, el miedo que se vive en las urbes por ser una posible víctima
de asalto o secuestro? ¿No?
La ciencia atravesaba por uno de sus peores estados de
salud, tanto mental como física. Ella ya no se encontraba en las universidades
o las escuelas de algún otro grado: la habían secuestrado desde hace no sé que
tiempo por la industria y la empresa. La pobre agonizaba encerrada por esos
pasillos oscuros y de acceso restringido. Nadie se preocupaba por ella ni su
pronta recuperación. Se bastaban con observarla por noches y días enteros con
el fin de exprimirle hasta su última gota de sudor.
De cuando en cuando, los verdugos permitían la visita de
algunos que conocían su esencia de lejos para tratar que la revisaran y le
dieran un servicio. Muchos de ellos, para acceder a su cárcel, eran obligados a
formar un contrato que estipulaba dos clausulas importantísimas. La primera
señala que el usuario estaba obligado a estudiarla con algún fin que pudiera
ser explotado. La segunda, en compensa a su labor, mencionaba que el usuario
podía exigir una especie de honorario, que era la palabra mágica para disfrazar
el salario, pero el descubrimiento le pertenecería a aquel que solventaba los
gastos de manutención, es decir, a la empresa.
Con tremendas cadenas que ataban a una moribunda ciencia y
con los muros que se forjaban entre los hombres de estudio y la finalidad de la
razón, la cúspide del progreso y los sonoros ecos de bondad, el desenlace era
inevitable ¿Qué se esperaba este pueblo y los científicos de secundaria? Mejor hagamos
una elotada.
La familia de Damaris
Con cada pisada que sentía el viejo camino que conectaba a
la escuela con la comunidad se escuchaba la voz del viento: un fuerte silbido
transitaba entre las hojas amarillentas de la mazorca, dañadas de esta forma
por las últimas heladas que habían visitado a Villalta, eso y la granizada
dominical inusual que había alcanzado hasta a Santo Toribio y San Pablo del
Monte.
Hace dos meses el paisaje lucía tan verde que podía apostar
que la contaminación generada en las capitales más pobladas del países eran un
diminuto fantasma que con ciertas medidas algún día lograríamos desaparecer.
Pero por el clima devastador de la zona, a tal grado que los cultivos amanecían
con escarcha, transformaban a zona en el paisaje naranjado que anunciaba con
trompetas la presencia del otoño.
La crudeza del clima sólo existía en el medio ambiente, entre
los altos y espesos bosques de pinos que merodeaban al lugar. Para manejar la armonía
que la historia ha forzado en blandir, la gente permanecía en primavera: los
pétalos de sus labios dejaban volar las palabras y las letras, quienes volaban
en forma de abeja para llegar a las secas y desgastadas orejas ajenas, incluyendo
las mías.
-
En total somos nueve
hermanos, bueno seis son medios hermanos porque son de diferente papá. Aún así
tratamos de llevarnos bien, pero a quien más sigo es a mi hermano mayor, el que
tiene 18 años y ya se junto, y a mi hermana Belén. Ella tiene 16 años –dijo la
niña de piel blanca y con pecas en el rostro llamada Damaris.
-
Tu hermano esta muy
joven para haberse juntado –dije de manera precipitada y con poco conocimiento
de las relaciones humanas.
-
Ya es papá. Tiene un bebé
de 1 año con su esposa y vive con nosotros en la casa del esposo de mi mamá.
-
Tan jóvenes y ya con
responsabilidades de adultos. Con poca experiencia y un futuro casi
predestinado a la miseria.
-
¡No! A la miseria no
porque mi hermano si trabaja. Incluso ayuda a mi mamá Josefa con algunos
gastos, sobre todo los de la comida.
La piel que rodeaba mi cuerpo se estremecía por aquellas palabras
de Damaris. Mi padre solía decir, y algo con lo que concordé mucho toda mi
existencia, era que la gente gustaba de adornarse con las raíces de la miseria,
la cual extendía sus brazos hasta crear un estado ciego y opacidad ante lo que
importaba para crecer. Ella cubría con sus finas capas oscuras la frescura de
aquellos que se estrella con nuestros sentidos, cubriendo un cerrojo y
perdiendo la llave.
Respira de la añoranza los años que trajeron cicatrices
irreparables por causa de la fruta podrida que se nos dio para consumir, envenenando
todo el centro interior espiritual humano, ahogándolo dentro de un manantial de
agua dulce que refresca al instante, pero poco perdura, pues apenas pasados
unos momentos puede quemar todavía más que el fuego mismo de los infiernos
eternos.
Con ello, el presente tomaba forma de un caballero de piedra,
cubierto de armaduras que en lugar de protección le regalan una pesadumbre distractora,
agonizante pero sublime, pues se acumulaba como el polvo sobre los brazos y
piernas. Como los muslos eran insensibles por la solidez del ahora, resultaba
iluso imaginar la posibilidad de remodelar las esfinges cómodamente estancadas
por el polvo de siglos.
Las bromas resultaban ser la cotidianidad. Por tal motivo, fácilmente
hacía de las suyas los niños traviesos en los lugares de reunión, en los pisos
de adoración, hasta en donde se suponía que la verdad ocupaba el lugar primordial
de la especie, lugar que pertenecía a la madre de todas las habilidades y virtudes.
La miseria, girando en torno al universo de mi cabeza,
alcanzaría a las nuevas cosechas. La semilla, decía mi padre, poco podía ser
ante el puñado de tierra y agua que arrojaba el sembrador. La ingenua sólo absorbía
a lo que su blando cuerpo rosaba. No era bendecida con el poder de la elección,
como muchas veces se engañaba. Al principio, lo que pudo ser grande y digno de
honra, era alcanzado por los alambres con púas, cortado y destazado para ser
ofrecido por partes.
Si la fortuna te alejaba de las alturas y del peligro que
reinan sobre aquellos infinitos abismos, jalándote a las tierras donde la fertilidad
apremia con un nuevo abrigo de humedad y bufanda calidad, entonces se te
bautizaba como hijo de la inspiración. Gracias a ello un renacimiento estaba
programado para tu cuello, pues se te permitía alzarlo para comer la salud del
conocimiento… dejabas de ser la forma para ser la figura, saltabas de cerebro
en cerebro, de enunciados en enunciados, de rubí en esmeralda, de esmeralda en
jade, de jade en diamante, y de diamante a la mentira, con la intención de
consolidar el oasis de mentiras en el cual el hombre se había acostumbrado
desde la época de los reyes y palacios.
Según sus palabras, la historia, la lectura y la espiritualidad
poseían el peso suficiente para combatir la guerra contra la miseria, y no
cualquier tipo de ésta, sino la más mortífera: la personal. Solía asegurar la
posesión de varios demonios de la miseria sobre los huéspedes vacíos, con otras
mascaras que iban desde la pobreza, la enfermedad, el hambre, la flojera y la envidia; formando un círculo de males
engañosos sobre la resbaladilla de lo efímero.
En eso momento, ni una palabra de lo que comentaba mi padre
pude decírselo a Damaris. Mi boca fue obligada a limitarse por los ojos que la
observaban sentada sobre la cama de la maestra Lupita en el cuarto donde los
padre de familia nos brindaban el hospedaje, pues la comunidad se ubicaba a
cerca de tres horas y media de nuestros hogares. La tarde se cubría por el frío
común de la región, el cual alcanza tanto el interior de mi sangre que
circulaba por todo el cuerpo hasta el interior de mi alma, el cual por primera
vez daba inicio a su florecer.
-
Mi mamá ha tenido 4
maridos en total. El mayor, Belén y yo somos de uno. Brenda, la niña que le
sigue del mayor pero antes de Belén es de otro. El niño que va a la primaria es
de otro, y sus dos hermanos viven con su papá, sólo que a ellos no los
conocemos. Uno se murió y la más pequeña tiene un año de nacida –nos platicó
Damaris mientras se mecía en el colchón y observaba el azulejo blanco que
estaba pegado al piso de la habitación.
-
¿Y cómo le hace tu
mamá para mantener a todos? –preguntó sorprendida la maestra por las palabras
que, seguramente, le habían causado estragos. Después de todo hasta el sueño se
le había espantado, pues sus cejas permitían el iris café completo de sus ojos.
-
Pues trabaja mi
hermano, su marido y en ocasiones me manda a trabajar al tomate o al chícharo.
-
¿Por eso faltas mucho
a la escuela, verdad? –pregunté impresionado por las noticias reveladas por la
pequeña niña de 12 años.
-
Por eso. A veces
también me tengo que cuidar a mi hermanita, algo que casi no me gusta.
-
Tienes razón en
molestarte. No es responsabilidad, a eso le toca a ella. Tu mamá Josefa es la
que quiso volver a ser madre, no tú –dijo Lupita muy molesta.
-
Pues aun así ella me
pone a mí y si no la obedezco me pega con un cable. A veces yo me le escapo y
me voy a la escuela, porque a ella no le gusta mandarme, prefiere que me quede
a hacer las labores domésticas de la casa –dijo Damarias ya como algo común, el
pan de cada día.
-
Es tu derecho asistir
a la escuela y ella lo sabe, es una lástima sea de esa forma contigo sabiendo
que la inversión que haga en tu educación hoy ayuda a mejorar tu calidad de
vida en el futuro –le dije sintiendo compasión por el suplicio que la abrazaba
por tiempo indefinido.
-
He tenido que trabajar
desde que estudiaba tercero de primaria. En ese entonces una señora me pagaba
50 pesos por lavarle los trastes sucios de la semana. Eso si me gustaba pues
eran unos cuantos platos y vasos, aparte me daba de comer, pero esa señora se
fue de Villalta. Ahora sólo voy a las cosechas de temporada –y sonrió Damaris.
-
Pronto llegará el día
en el que lo que ahora tu padeces desaparezca. Ahora la neblina ronda por los
muros en los cuales caminas, pero muy pronto la contemplarás desde lo más lejos
posible –fueron las palabras que se me ocurrieron para consolar a la infante –Todos
no poseemos la infancia ideal. Muchos corren con la misma suerte que tú: deben
de trabajar o tolerar los errores de los padres, sin embargo, si aprovechas lo
poco y mucho que te ofrecen tus maestros o las personas que tú consideres
sabías, eso puede ser de mucha utilidad para cambiar tu camino.
-
Lo sé. Cuando acaba la
secundaria me iré a vivir con mis abuelitos. Ellos me quieren mucho y quieren
que siga estudiando. Cuando salió Belén de la secundaria le dijeron a mi mamá
que si ella se iba al rancho le pagarían la preparatoria, pero ya no pudo
estudiar porque hubo problemas.
-
¿Con quién Damaris? –preguntó
Lupita.
-
Con los papeles de
Belén.
-
Cierto. Ya lo
recuerdo. Maestro ¿Recuerdas que doña Josefa nos dijo que doña
Catalina hizo perdió el certificado de secundaria de Belén?
-
Cierto… Lupita se
refería al problema que habían tenido ambas mamás, en donde salía embarrado el
marido actual de doña Catalina.
-
Si, por eso ya no se
fue con mis abuelitos a estudiar. Pero no sucederá lo mismo conmigo -dijo Damaris levantando la vista del suelo.
Limpiando el polvo
Una vez más, las alas invisibles del tiempo empapaban la
tierra del cerro donde morábamos desde el inicio de clases. Plato tras plato
continuaba resguardando los alimentos que consumíamos. Los amaneceres y
anocheceres, como siempre ha sucedido, trabajan y trabajan sin permitir que un milímetro
de espacio sea abandonado a su destino. El pueblito continuaba siendo un lugar
refrescante para caminar, aunque escarcha de hielo ya comenzaba a colorear los
pastos del lugar.
Un caballo blanco era obligado a saltar de cuadrante en
cuadrante, y otro de ellos, uno de color negro, permanecía aislado del resto
del grupo. Ambos, a pesar de tener la misma oportunidad de ser una animal
salvaje e imponente, su ubicación los condenaba a adquirir diferente valor.
Ahora todo dependería de la audacia que poseyeran las manos de sus jinetes. El
negro podría estar en mayor desventaja, pero un movimiento oportuno junto al
descuido del otro traería como resultado la rueda de la vida.
Andrés, el niño más pequeño y travieso del grupo, daba
indicios de ser un diamante en bruto. A simple vista podría confundirse con un
muñeco de trapo. Sus zapatos eran de la talla más pequeña, pero esa inquietud y
hambre con ropaje de curiosidad le daban, lo que yo considero, un futuro
prometedor en la escuela. Sus caballos, en ocasiones, resultaban obtener tintes
claros, mientras que, de vez en cuando, tintes oscuros.
Él luchaba con un estandarte especial, de ese tipo que
combina el las neuronas del pensamiento con el color claro oscuro de su
naturalidad. Su rival, Juanito, se abrazaba con el mástil de la bandera del
sabor de la superioridad. Aunque había cierta ventaja, por su parte, Andrés no
daba cabida a un humillante cierre: la lucha se mantenía hasta el final.
Es un espíritu que se encontraba de moda. Se mencionaba a
lo largo y ancho de la televisión, del cine, la radio, así como en las charlas
de padre e hijos. Y no estaba mal, pero se pasaban por alto dos principios
importantes. Para empezar, el mundo no estaba en condiciones de recibir a
millones de soñadores en todos los sentidos. Al contrario, a medida que un “ganador”
llegaba a la meta, ésta línea era pospuesta uno o dos kilómetros más.
Dentro de este nuevo espacio, se colocaban arenas movedizas
que succionaban los pies de los atletas y corredores cuyas espaldas carecían de
alas o alguna especie de grúa que los rescatase del hundimiento. ¿Hasta que
punto era menester mantener la formula del éxito unido a la falsa esperanza de
la prosperidad resultante de alcanzar los ideales?
La pregunta era tan insistente que, incluso, colocaba unas
gafas entre mi mente y las manos de los chiquillos que cambian de un lado al
otro sus fichas. Las estrategias, si resultaban ocultas, ahora eran imposibles
de ser concebidas. Yo no lograba rescatarlas, a ellos constantemente se les
escapaban como manadas de coyotes, y con ello, regresábamos a ese círculo
vicioso interminable de volver a iniciar desde un principio.
No todo era grave. Al llegar a ese punto medio entre el
futuro y el presente, donde ambos juntan sus manos y entre enlazan sus dedos,
los chicos entendían que para llevar a cabo la victoria la jugada maestra
tendría que ejecutarse desde la creación de la idea, la configuración de la
misma sobre un tablero con ciertas reglas y condiciones, y finalmente caer en
el experimento con cierto grado de probabilidad.
Tanto Andrés como Juanito contaban con torres. Las damas en
batalla, y casi desde el inicio, no eran tomadas en cuenta para sus movimientos.
Preferían dejarlas como un trofeo tras la coronación de algún peón. De esta manera,
se desarrollaban los primeros juegos de ajedrez en la comunidad de Villalta,
con piezas de plastilina y piedras de color azul y roja sobre los trazos de lápiz
en una cartulina, que con cierto grado intuición, dejaba un exquisito sabor a
la vista los cuadros hogareños de sus constructores.
La emoción de ser indestructible alimentaba los anhelos de
sus retinas. Las risas aparecían y desaparecían según observaban la captura o
la ganancia de territorio en cada turno. Al mismo tiempo, mi alma ser llenaba
de gozo. El ideal de un maestro es que todos sus alumnos sean reconocidas
personalidades o por lo menos un ciudadano honrado y comprometido con el bien
común, pero no a todos les toca la misma fortuna.
En la mesa de atrás y en general por toda el aula, fríos
enfrentamientos entre compañeros de clase también se llevaban a cabo. Las manos
de Melisa desafiaban al intelecto de Damaris, la cual se veía en desventaja.
Eric, Brayan, Rodrigo y los demás niños daban libertad a sus piezas siempre con
un mismo fin: imponerse a su rival
Silba tres veces
Son tan cortos los lapsos que regala el sexto sentido que
la lección que deja enterrada entre las tumbas neuronales conlleva el despertar
de periodos largos de alegría y conciencia, los cuales serán el moño de
compañía para una razón más certera tanto para el espíritu como para la carne.
Ese mensaje me quedó claro después de aquella noche fría en el camino de
Zumpango a Villalta.
Luego de entregar el documento que contenía las
calificaciones de los chicos de los tres grados tal y como lo había solicitado
la supervisora Cristina un martes por la tarde, caminé hacía la parada de
autobús, en donde debía esperar más de tres horas a la combi que me regresara al
pueblito.
Los últimos días de noviembre ya anunciaban los fríos que
nos acogerían los siguientes tres meses, aunque en Apizaco la temperatura
todavía era agradable.
-
Podemos tomar la combi
de las cinco y media. Esa nos deja en la parte alta de Zumpango y sólo
caminaríamos como 40 minutos hasta Villalta -dijo doña Georigana, la mamá de
Cecilia, una alumna de primer año que por casualidad también se encontraba esperando
la combi.
-
No va a quedar otra
opción, porque esperarse hasta las 8 de la noche es mucho para mí – respondí
inmediatamente -además aún tenemos la suficiente energía para dar marcha.
Doña Georgina y yo esperamos tranquilamente el transporte
sobre la calle que estaba a unos cuantos metros de la central camionera y del
mercado, por lo que el tráfico de personas y coches era constante. Tras abordar
la combi que nos dejaría a medio camino, el bostezo le ganó la batalla a la
vista, teniendo que ser despertado por la mano de aquella seria mujer.
El cambio de horario nos dibujaba la trampa de la tarde,
pues siendo apenas las seis y media el camino estaba ya en completa oscuridad.
El panorama, lejos de convertirse en un ambiente tétrico, más bien, invitaba a
caminar serenamente por lo oculto de sus caminos, atraía de forma hipnótica,
diría que gracias a doña Georgina no atendí al llamado de la naturaleza, del
cual no pude haber regresado.
La sensación de buscar la oscuridad era tan placentera y
maravillante que sacudía fuertemente la delicadeza de mi piel ante los vientos
fríos que merodeaban por aquellas colinas ¿Cómo evadir la seducción de tan
perfectos brazos que rodean milímetro a milímetro cada cabello, en plena
soledad y a la luz de esos luceros fugaces que nunca tocaremos?
Al contrario del éxtasis de peligro que rodeaba mi cabello
hasta las uñas de mis pies. Doña Georgina, como de costumbre, permanecía con su
vista perdida entre las hojas carentes de claridad. ¿Habrá sido el miedo que
ese atardecer producía por lo imponente del color negro y los peligros que podrían
azotarnos? Hasta ese momento, la duda me perseguía como serpiente insistente,
la cual, al cabo de unos cuantos pasos, se extendería tan profundamente como
las mismas eternidades.
-
Hasta aquí llego –dijo
el chofer de la combi.
-
Aquí bajamos maestro.
Lo que resta del camino es a pata –advirtió dona Georgina.
-
Pues a darle entonces
antes de que salgan las víboras y los coyotes –respondí sonriendo con tintes de
burla.
Al principio, la parte muda del silencio abundó sobre los
labios entre ambos, sin embargo, dados los primeros pasos, la conversación tomaba
cierto rumbo, que abarcaba desde la responsabilidad de los padres para con los
hijos cuando son pequeños, los hijos cuando se casan, los nietos, así como el
valor que se incluye dentro de las acciones de lo material y que rige a nuestra
población.
-
Tengo un hijo que vive
en Tlaxcala. Tiene 27 años y sale a las 11 de la noche de trabajar, llegando a
su casa como en 30 minutos manejando su bici. Lo hace para ahorrarse unos
centavos porque está construyendo.
-
Vaya… él tiene que ver
estos panoramas todos los días. Entonces ¿Ya tiene el terreno?
-
Algo así. Lo apoyan
sus suegros quienes ya le heredaron a su esposa. Ahorita los dos están
trabajando para tener una casa bonita. Todavía no son padres, dicen que en unos
tres años posiblemente ya encarguen.
-
Es muy grato escuchar
esas noticias. Tan jóvenes y ya preparándose para un buen futuro. Entonces
usted debe sentirse orgullosa de ese hijo y de los demás. Usted y su marido han
hecho un buen trabajo con ellos, aunque no sabía que tenían más hijos. Creí que
Cecilia, la alumna de la maestra, y el niño que cursa primaria eran los únicos.
-
Ah… lo que pasa
maestro es que mis hijos, los mayores, ya ni uno vive aquí conmigo en Villalta.
Uno de ellos es el que le acabo de contar, el otro se fue para Puebla, de por
donde es usted, y la más chica es la que vive en la parte baja de Zumpango. Ella
es la que me visita de vez en cuando, por que los otros dos casi no vienen al
pueblo.
-
Oh ya… eso no lo sabía
doña Georgina –comenté sorprendido.
-
Si, maestro. Y los
tres que ya están casado son de mi primer marido, no de la pareja actual que
usted y la maestra conocen.
-
Vaya que esto no me lo
esperaba. ¿Y cómo le van a sus otros muchachos?
-
Pues el que vive en
Puebla ya tiene dos niños. Él si toma mucho alcohol, su esposa me lo ha
platicado cuando viene a verme. Platico con él para tratar de que cambie pero
por lo menos no deja a mis nietos con el estómago vacío. Este muchacho se
parece a su padre.
-
Supongo que en estos
tiempos, que beba y por lo menos este con su familia ya es ganancia. Es lamentable
pero ya se tiene un avance pequeño ¿No le parece doña Georgina?
-
Pues si maestro,
lamentablemente tiene razón. Mi yerno se la vive en el pulque y mi hija no
quiere hacer algo por sus tres pequeños hijos. Donde que una esta ya estudiando
el tercer año de primaria, la segunda va a salir este año de tercero de kínder,
pero la más pequeña… ¡Todo lo que le falta a la pobre! A veces hasta las
tortillas le tengo que pasar, pero ni aun así mueve algún dedo.
-
Que caray… su niña es
la que más padece…
-
Pues padece por que
quiere. Yo ya le dije que lo deje y que mejor se ponga a trabajar, que vea por
sus hijos ¿Qué futuro les aguarda a los pobres con un padre que no les de ni
para papas? La verdad es floja, no le gusta trabajar.
-
Tal vez esta
decepcionada y desmotivada.
-
Yo creo que es floja –insistió-
ya se hubiera puesto a vender tortillas o a lavar ropa ajena, que saque aunque
sea pa´ frijoles y que demande al marido que nació cansado de todo.
-
¿Tan mal le salió su
marido?
-
Es lo que ella me
platica. Además siempre que me viene a ver es para pedirme algo, ya sea dinero
o comida. Yo no niego que se tiene que apoyar a los hijos cuando recién se
juntan, pero aquí ya es el colmo. Llevan más de 7 años juntados y siguen
viviendo en un cuarto que les prestaron mis consuegros. Es una lástima que los
hombres estando tan fuertes y llenos de vida desperdicien el tiempo en cosas
que no les deja ni un bien.
Apenas habían transcurrido 15 minutos cuando atravesábamos
la parte alta de Zumpango, tomando el camino hacía la punta del cerro para
llegar al pueblito. Doña Georgina había desatado todo lo que se es capaz de guardar
en el cofre de una personalidad cuya mirada siempre se haya buscando algo a su
alrededor, una boca que sólo sirve para comunicarse, pues ha perdido la capacidad
de sonreír. Los vientos aumentaban con la falta de luz y el ascenso a la
comunidad por la vereda sin pavimento.
-
En ocasiones me
reclama que no tengo porque decirle algo, si su papá también se la vivía en el
pulque –dijo la mujer molesta.
-
¿Eso es cierto?
-
Si, pero el jamás los
dejo sin el taco del día. Así se hubiera acabado hasta el agua miel, él se iba
hasta de albañil pero por lo menos huevos o habas nunca les faltó en la comida.
Además le recuerdo que yo aunque sea trabajando de limpieza pero también les
daba algo, pero ella eso no lo ve. Yo ya le advertí que si encarga otro chamaco
ya ni las tortillas le voy a pasar, porque a la canija ya le gustó esa vida y
los niños ¿Qué culpa tienen?
-
No le va a quedar de
otra que ser más energética con ella, por que así como usted me lo platica esto
ya no cambia para bien, al contrario, me parece que empeorará más y más…
-
Yo le pido mucho al
Señor que le quite lo floja y vea que las personas solo hablan por tienen
lengua pero pocas veces cambian. Trato de decirle que ella puede cambiar su
vida poniéndose a trabajar, aunque tenga que cuidarle a mis nietos, sin embargo
anda por el callejón de la amargura…
-
Su actual pareja, el
padre de Ceci, ¿Sabe de la situación?
-
Algo. Muy poco. Casi ni
le importa. Él es muy seco, muy callado y tiene el carácter peor que el
anterior.
-
¿Y porque lo dejó?
-
Falleció hace ya 8
años. Conocí a mi actual pareja un año después, cuando me regrese de vivir con
mi hijo allá en Tlaxcala. A veces me arrepiento pero ya ni modos. Éste tiene su
carácter feo y amargado más nunca nos deja sin el pan de cada día.
-
Comprendo doña
Georgina. Incluso me imagino que ha de extrañar a su marido.
-
En ocasiones pienso en
él, maestro. Quienes lo extrañan más son mis hijos, los dos varones. Lo querían
mucho, pero el vicio se lo llevó.
-
Con esas palabras no
hace más que confirmar lo que creo: como hijos siempre vamos a extrañar a los
papás, aunque sea para un regaño o jalón de orejas, pero siempre harán falta,
siempre…
-
Y si maestro. Mi mamá,
gracias a Dios, todavía comparte el techo con nosotros. Quien falleció hace
unos años fue mi papá ¡Y viera como me dolió! Nombre ¡Hasta quería que me enterrarán
en esa tarde con él. El si que fue un buen hombre, además de que no tomaba
tampoco le puso una mano encima a mi mamá. A mis hijos, sus nietos, cuanto pudo
les regalo: que el trompo, que las canicas, que la libreta pa que estudien…
-
Ni lo mencione usted.
El día que no estén los míos, ese mismo día mí cuerpo sólo va a caminar, pero
mi mente estará más tiesa que las mismas piedras.
-
Por eso pase el mayor
tiempo que pueda con ellos. Aunque yo no lo veía todos los días, la llamada
diaria nunca le faltó. Mi actual pareja hasta se enojaba… ¿A quién tanto le
marcas?...Es mucho tiempo para hablar con tu papá… apenas ayer le marcaste…
todo eso me sermoneaba, pero siempre lo ignoré. ¡Nada más imagínese si le
hubiera hecho caso!
-
A que… señor tan
celoso.
-
Mejor ni le digo
cuantas veces me puso la mano encima. Tan sólo la muerte de mi primer marido,
luego la situación de mi hija al lado de su esposo, la muerte de mi papá más
los tratos de mi actual pareja me llevaron hasta el suicidio.
-
¿En serio doña
Georgina?
-
Si, maestro. A uno le
pasan tantas cosas que termina cuestionando al Señor porque tanto sufrimiento.
-
Híjole doña, para ello
no tengo respuesta. Recuerdo que en alguna hoja de la biblia leí que todo llega
a su tiempo. Los buenos momentos vienen después de los malos o algo así supongo
quiere decir.
-
Pues recuerdo muy bien
ese día. Estaba frente a una iglesia pidiéndole perdón a Dios por lo que iba a
hacer. Salí de la iglesia, la mire de frente, me seque las lágrimas y cuando
venía el camión de la ruta estuve así de nada de aventarme porque ya no quería
vivir.
-
Por Dios señora ¿y qué
fue lo que paso?
-
Mi papá me habló. Me
dijo: ¿Qué piensas hacer? Y que me jalan hacia atrás.
-
Jesús bendito ¿Fue él?
¿Su espíritu quien la salvó?
-
Si, su voz en forma de
policía. Cuando regrese la mirada hacía atrás estaba un policía que me dijo:
pero qué piensa hacer madrecita. Las lágrimas no las pude contener y que se
salen como tempestad sobre el brazo de ese hombre. Él me llevo de regreso a la
casa de Dios y me dejó ahí con el padrecito.
-
Dios bendito.
-
El padrecito me
regañó. Me dijo que cómo era posible que pensará en semejante barbaridad que lo
único que iba a traer era sufrimiento para mi familia, sobre todo para los
niños pequeños quienes son los que aún me necesitan.
-
Por Dios doña
Georgina. Usted vivió un milagro.
-
No sé si sea milagro.
Sólo sé que desde ese entonces mi vida cambió. Ahora le echo más ganas por mis
niños. Yo veo la forma de cómo ayudarlos. Por eso trabajo en el bordado que la
otra vez le enseñé, sino usted ya sabe que por las tardes me voy a hacer el
aseo de la primaria. Doscientos pesos no son muchos pero ya sale para acompañas
los frijoles con manteca.
-
Esa idea del suicidio
jamás creí que hubiera pasado por su mente.
-
¡Uy maestro! Es que
usted no sabe lo que es el sufrimiento, el hambre, los maltratos y encima de
eso la preocupación de los hijos estando sola ¡Y luego sin padre que le de los
consejos!
-
El agua debía llegarle
hasta los ojos para no dejarla ver.
-
A mí y a mis miates.
Ellos no me creen ni tampoco mi marido, pero cuando están enfermos o en
problemas, su abuelo me avisa.
-
¿Cómo? –pregunté con
mucha intriga.
-
Cuando uno de mis
hijos mayores se enferma yo escucho tres silbidos, los mismos silbidos que
soplaba mi papá cuando yo era niña. Cuando los oigo, inmediatamente le marco a
mis hijos, y si no están enfermos algo malo les paso. Por eso les digo que su
papá y su abuelo los cuidan desde el cielo, porque mi padre me llama para
avisarme.
-
¡Que hermoso! Que usted
tenga ese don de sentir a su padre aunque ya no lo ve. Estoy seguro que es un
regalo divino.
-
No lo veo. Sólo
escucho sus tres silbidos, y es que yo sigo platicando con él. Mi pareja me
dice que estoy loca, pero estoy completamente segura que él, donde sea que este,
me escucha. Por eso es espíritu y pese a que no responda con palabras, sus tres
silbidos es la evidencia de que sigue conmigo.
Los ojos de doña Georgina parecían cobrar más luminosidad
que la propia lámpara que nos alumbraba el camino. El misterio de la mujer seguía
creciendo dentro de mí, y las dudas eran más profundas todavía, tanto como
alguna vez lo fueron sus heridas, hoy en día, cicatrizadas.
Al cabo de la conversación, llegamos finalmente a la
entrada de Villalta. Nuevamente ella había vivido un milagro. ¿Por qué tuve que
ir a dejar las calificaciones este día y no otro? ¿Será que su padre me eligió
para que ella se regresa al pueblo acompañada? Esa noche, antes de dormir, salí
al campo para hacer del baño, como de costumbre. En lugar de observar la
grandeza del firmamento que nos rodea con todo su esplendor del misterio,
observé unos instantes las luces de Buenavista, la comunidad que estaba sobre
las faldas del cerro donde descansaba Villalta.
Después de unos instantes, cerré los ojos, permanecí quieto
y procurando hacer el menor ruido posible, comencé a implorarle a la vida, a
Dios y a la naturaleza mismas escuchar por tan sólo un momento esos tres
silbido… los tres silbidos del padre de doña Georgina o por lo menos los de alguien
más…
Las ilusiones de la Luz
Sus manos eran morenas, arrugadas y con manchas sobre cada
uno de los dedos, aún más oscuros que el color de su piel. Ellas vertían una
especie de crema sobre los tacos dorados de tinga, papa y salchicha que vendía.
El queso que llevaba después de la crema tenía poco sabor, no sólo le faltaba
sal, sino también un mejor aroma. A ello se le agregaba una salsa que, por no ser
casera, resultaba ser muy ácida para las papilas gustativas.
Sin embargo, los niños compraban cada taco a 2.50 pesos. De
vez en cuando también ofrecía de longaniza, pero los que nunca faltaron ni un
día de la bendita semana fueron los de pollo. Recuerdo que un viernes dijo que
vendería tortas a 4.00 pesos cada una, pero eso sí, partidas a la mitad. En mi
interior sonreí un poco, aunque en el fondo comprendí la razón de comentario.
Eso fue lo único que consideré comida saludable. Sus demás
dulces, que tanto compré cada vez que instalaba su puesto, abarcaban desde
paletas cubiertas de chile en polvo, la tradicional manita y tarrito, hasta los
mazapanes de cacahuate, los jugos con envases de gusanos y pingüinos, gelatinas
de vaso, velitas, los deliciosos chicharrines, palomitas, papas fritas, así
como las pepitas saladas de girasol.
Sus golosinas no costaban más de 3.00 pesos. Eso resultaba
muy atractivo por lo que diario se llevaba 10.00 pesos míos en sus ganancias.
Los chicos pedían más fiado que compras de contado. Cuando ellos preguntaban
sobre su cuenta, algunos alcanzaban hasta los 30.00 pesos de deuda. Pese a
ello, doña Luz siempre me respondía que los chicos le pagaban cuando yo la
cuestionaba.
En cierta ocasión, escuché a la mujer decir: me debes 25.00
pesos, dándole la cuenta final a Damaris cuando ella lo solicitó… son 28.00
pesos, siendo ahora Andrés quien quería su cuenta. A mi parecer, aquella mujer
era una abuelita bondadosa que veía a todos los niños como a unos nietos, ya
que podías pagar llevándole leña, habas, chícharos o agua del campo a su casa.
Eso o tal vez una negociante brillante.
Su cabello se vestía del plateado del cincel y el negro del
tizne haciendo un juego perfecto con su voz de flauta de carrizo completamente
desgastada por el sin fin de melodías que en su juventud deleitó al público
merecedor. La estatura de la mujer no rebasaba el metro y medio, lo cual
permitía estar a la altura de Armando y Juanito, dos de los chicos más altos de
la secundaria.
No era una mujer robusta, pero tampoco delgada. Es el tipo
de señoras que mi familia calificaba como árboles con unas cuantas ramas.
Durante mi etapa de barros a reventar me divertía jugando maquinitas, un
pasatiempo para el cual tenía permiso de una hora. Lo intrigante radicaba en el
sobrenombre que recibía el dueño del negocio: tío… ¿tío sustituía el típico
apodo de abuelo?
Ahora, las nuevas esperanzas de México bautizaban con el
apodo de “tía” a doña María de Luz. El origen de ese sobrenombre, al igual que
el del señor durante mi pubertad, lo ignoré. El agua como en grieta de pared,
punzaba sobre mi razón para descubrir la lógica tanto en el parecido como en el
posible cariño. Sí, era algo tan insignificante y tan envolvente al corazón de
los oídos que jamás me atreví a preguntarle ya sea a los niños o a la señora el
apodo de tía.
¿Acaso serían familiares cercanos a ella? ¿tal vez los unía
algún parentesco muy ligero? ¿confusión entre hermanos, tíos, tíos-abuelos? Esa
simpleza merodeaba y merodeaba, pero no hallaba algo que pudiera satisfacer a
mi diminuta mente. La magia autentica, esa sensación ante lo que es
desconocido, pero se tiene una pequeña certeza de los que puede ser, el asombro
ante la posibilidad y el nacimiento del brillo que se refleja sobre los dientes
cuando alguien sonríe son expresiones que se pierden diariamente en las
ciudades.
Entonces ¿Por qué dejarse seducir y enredarse entre el
juego de la racionalidad con la lógica cuando hay entes en peligro de
extinción? Eso creaba un muro lo suficientemente fortificado para que no
saliera la pregunta ¿Por qué le dicen tía? Cuando escuchaba a los infantes
pronunciarlo ante doña Luz, para evitar la ruptura de la magia unida al cariño
y respeto por la gente adulta. Era preferible ignorar algunas preguntas y
perder algunas deducciones.
La ciencia y las artes que presume el hombre de ser
evidencia de un alto grado de intelecto e ingenio no es más que una
interpretación de lo que a nuestro alcance se encuentra, la generación de un
orden que ha existido desde milenios. Es cierto, no se le resta la importante
herencia que permite el desentrañamiento de redes, las cuales, entre los
espacios, dan la oportunidad para dibujar artefactos sofisticados, empero ¿a
cambio de qué?
Doña Luz me compartió esas ideas unas semanas antes, cuando
noté que ella observaba con cierto grado de añoranza a los niños jugar en el
patio central, con un tubo de PVC como cuerda y luego de que por mera
casualidad le preguntara cómo había sido su infancia, en tiempos de secundaria,
tras considerar que una educación escolarizada era más fructífera que una
abierta:
-
Mi infancia no fue tan
buena como la que ahora viven esto niños. Yo no tuve oportunidad de ir a la
secundaria. Es más, antes ni la exigían… sólo con estudiar primaria ya eras
capaz de trabajar en cualquiera lado.
-
¿Entonces cómo terminó
la secundaria, doña Luz?
-
Los estudios de
secundaria yo los tuve que terminar en una escuela para adultos. Eso fue
apenas, hace unos cinco años. La primaria la terminé en el pueblo de Zumpango cuando
estaba bien chamaca. En ese entonces en un salón entraban los niños de los seis
grados con una maestra que nos atendía a todos. Mi familia era muy pobre… tanto
que me iba descalza a tomar las lecciones todos los días.
-
¿Descalza? ¿Y con los
fríos que se sienten, doña Luz? -dijo la maestra Lupita.
-
No quedaba de otra. En
esos años los maestros sí eran maestros, las tareas eran largas y cuidadito que
te equivocaras en algo porque te llovían los reglazos sobre los dedos de tus
manos. A mí me llegaron a jalar la oreja bien feo.
-
Eso también lo
aseguran mis abuelitos -agregué.
-
Es que antes así la
educación era y los papás no reclamaban a los maestros. Al contrario, los
apoyaban y más si conocían lo bien traviesos y rezongones que eran sus hijos.
Yo siento que eso estaba bien porque ahora los niños ya quieren salirse del
huacal, hacer lo que les dé la gana; le contestan a los papás y a los maestros
por igual… el respeto se ha perdido mucho.
-
Considero lo mismo,
señora.
-
Yo veo a mis hijas,
sobre todo a Petra como a veces batalla con su hijo el mayor, que ya es papá y
no ha cumplido ni los 18 años. Pero ella tiene la culpa por no haberlo mandado
a la secundaria y que aprendiera lo que es bueno. A ella su papá Pedro y yo la
apoyamos para que terminara su secundaria cuando estaba pequeña, con tirones y
jalones lo logró, más a mi hija nunca le ha importado la educación de sus
hijos.
-
No pensé que doña
Petra tuviera su certificado de secundaria, como saco a Irvin de la escuela
creí que ella no pisó suelo de este grado de estudios y por tal motivo quería
lo mismo para su hijo.
-
Su papá estuvo dispuesto
para darle hasta bachiller, sin embargo no quiso. Ahora sí que no dirá que no
se le apoyo, que ella desaprovecho pues fue su error, nosotros si quisimos
darle esa oportunidad. Yo siento que es de mucha importancia tener buenos
estudios, prepararte para la vida que cada día está más difícil.
-
Seño ¿usted porque no
acabó la secundaria cuando era niña?
-
En ese entonces no
existía la secundaria en el pueblo de Zumpango. Yo soy originaria de allá. Mis
papás se ilusionaban con la idea de que yo obtuviera mi papel de ese nivel por
lo que me dejaron ir con unas tías a la capital de México. Lamentablemente el
arrimado y el muerto a los tres días apestan.
-
¿La regresaron a
Zumpango?
-
Yo me les escapé.
-
¿Cómo? ¿Por qué?
-Preguntamos impresionados la maestra y yo.
-
Porque me dieron mala
vida. Mandarme a la escuela fue lo que prometieron a mis papás, pero desde los
primeros días se vieron sus intenciones: esa familia una chacha veían en mí.
Aquellos familiares poseían un pequeño rancho, con vacas, caballos y montones
de gallinas. La casa donde vivían no contaba con muchos lujos, pero si era de
buen tamaño. A sus hijos no los ponían a realizar las labores domésticas o a
que cuidaran los animales. Eso le correspondía a la niña que venía de Zumpango.
A las 4 o 5 de la mañana cantaba el gallo y a esa hora yo debía estar fuera de
la cama, buscando la escoba para barrer los gallineros o la cubeta para
comenzar a ordeñar las vacas. Después de eso, me mandaban a lavar el patio… y
cuidadito no lo dejara como a mi tía le gustará porque me tiraban más jabón por
todo el patio para que lo hiciera de nuevo. Luego me ponían a hacer tortillas y
era mi obligación ayudar a cocinar la comida. Yo probaba bocado de alimentos al
último con una sola tortilla, pues si agarra una más los golpes me caían en
cualquier parte del cuerpo.
-
Jesús bendito ¿Jamás
los acusó con sus papás?
-
Bien escondidita que
me mantenían. Cuando ellos llegaron de visita al rancho, que también no fueron
muchas veces por la falta de dinero, me encerraban en el cuarto más alejado y
si gritaba decían que no iba a vivir para contarlo. En ese entonces yo tenía 10
años, era una chamaca ignorante, y así aguante hasta los 16. Tuve que escaparme
de ese infierno, lográndolo gracias a una señora que vivía por ahí.
-
¿Ella la trajo a Zumpango?
-
Yo le conté lo mal que
me trataba esa gente. Lo bueno es que me creyó y en la primera oportunidad que
pude, que empaco en una caja las pocas de mis pertenencias para regresarme al
pueblo. Ella ya falleció, pero la tengo en muy gran estima porque me apoyó,
pues pago el boleto y me explicó muy bien para que no me perdiera.
-
¿Y qué le preguntaron
sus papás cuando la vieron de regreso en el pueblo? -preguntó la maestra.
-
Se molestaron mucho
conmigo y al principio no me creyeron todo lo que les conté de la forma en cómo
me trató esa familia, porque éramos parientes. El mismito día que pisé Zumpago,
mi papá llamó a mis tíos para avisarles que yo estaba con ellos, pero no
existió persona que contestara el teléfono. Así lo intentó mi papá durante todo
el mes, y dice que cuando alguien alzaba la bocina y escuchaba su voz
inmediatamente le colgaban. Como la situación no avanzaba ni para la derecha ni
para la izquierda, mi papá le dijo a mi mamá que así dejaría las cosas hasta
que ellos vinieran de visita, pero eso no sucedió en un buen tiempo. Fácil,
pasaron como unos treinta años para que los familiares de México regresaran.
Para ese entonces mi papá ya estaba en el otro mundo. Mi mamá ya no hizo mucho
al respecto, sin embargo, en mí si quedó esa mala espinita: me prometieron
estudio y me dieron un tubo.
-
¡Qué coraje doña Luz!
-pronunció Lupita.
-
Y ese día de la
visita, Petra más o menos tenía mi edad ¡Y los muy descarados me rogaban que
ella se fuera con ellos! Disque para darle estudios y un mejor futuro.
-
¡Qué horror! -exclamé
tan molesto como Lupita.
-
Que los mandó a ya
saben adónde. Petra si estaba muy emocionada, pero fui muy rencorosa y dije no.
Nada más imagínense, si de esa manera me trataron a mí que era la sobrina sólo
Dios sabe lo que le hubiera esperado a Petrita, que ya es parienta lejana. Mi
hija se enojó un tiempo conmigo, pero ni modos, como dicen ahora: los hijos por
delante de mis narices.
-
Es muy triste que la
propia familia lo trate de esa manera.
-
Exactamente
-interrumpió doña Luz -porque creces con la tonta idea de que si eso hace tu
propia sangre ¿Qué será de la ajena? Y pues la desconfianza se pierde, en
verdad que se pierde…
-
Y desgraciadamente por
esa situación pasan miles de niños a diaria en pleno siglo de la “era de la paz
y la tolerancia”.
-
Por eso debemos tener
mucho cuidado. Yo espero que mis hijos guíen a mis nietos de la forma más
adecuada, pues primero que nada para que sean hombre de bien y responsables con
sus esposas, porque ustedes ya vieron la situación que se vive en Villalta. Gracias
a Dios Pedrito siempre me ha respondido; hasta cuando tengo consulta no se
despega de mí. También lo han visto que en ocasiones aquí está conmigo,
trayendo la carretilla con los tacos y dulces para vender. Ahorita está viendo
lo de un colado, por eso no me ha acompañado, pero nada más que pase eso y aquí
lo van a tener de vuelta.
-
Me da gusto escuchar
eso doña Luz – y surgió en mí la confianza para darle unas palmaditas sobre el
chal gris que cubrí su espalda.
-
Si maestros, Dios
bendiga a mi dulce Pedrito, como amo a mi Pedrito…
Desde que la indicación
había sido dada en aquellos días cuando los niños ya solían dar jaque mate a su
adversario, las preguntas no terminaban de llegar a mis oídos. Por lo regular
eran siempre las mismas, todas girando en torno al papel cascarón que debían de
llevar. Ese entusiasmo me daba la certeza de que la propuesta no era tan
descabellada como al principio cuando surgió aquella helada madrugada.
Las nubes grises no
dejaban de transitar a unos cuantos metros de mi vista, podría jurar que
subiéndome a la copa de un árbol era capaz de sentirlas con cada vena que
habita en mis pulmones. En cierto modo, tal vez fue ese un llamado de la
inspiración a la conciencia: Si mis dedos hubiesen caminado por encina de la
melodía de un piano ¿en qué lugar estaría este momento? ¿Lejos de Villalta?
¿Tocando en algún concierto?...
Cuando alcanzas la edad
de los veinticinco y más te das cuenta de que aún te falta millones de
actividades artísticas y de oficio por experimentar, surgen tus otros yo que
por algún motivo tuviste que dar por fallecidos en el viejo y eterno cementerio
de tu mente, donde abundan los recuerdos de la niñez y de la primaria. Lástima
que, por motivos insignificantes, ese néctar que da ilusión tangible al tacto
del pecho tienda a perderse entre el polvo de las cicatrices y sea cubierto por
la ira, el odio y el rencor, sentimientos que en pocas ocasiones comprendemos
su razón de existir.
¿Vamos a construir otro
ajedrez? ¿Haremos en el cartón? ¿Cuándo ocuparemos el papel cascarón? ¿Para qué
lo pidió? ¡Ya se le olvidó para que lo ocuparemos! ¿Este tamaño está bien o era
uno más grande? ¿Qué podemos hacer con lo que sobre? ¿El lunes trabajaremos con
él?... En esos días me convertí en el acusado por mis pequeños jueces, quienes
con cada palabra pronunciada le echaban fuego a la pólvora de los fuegos
artificiales.
Honestamente, la
adrenalina iba de la mano con la duda, pero la hora se acercaba a medida que el
calendario marcaba los últimos días del mes. Un lunes, fue un lunes cuando todo
inicio. La jaula de la razón, una vez más, concedía el permiso a la
creatividad, al riesgo y a la posibilidad, porque es cierto lo que aconsejan
los mayores: no hay miedo más sano que aquel que está respaldado por la buena
voluntad de hacer las cosas.
Esa mañana tan común
para los miles de personas que somos, para mí se transformaba en un momento de
cambio de humor, puesto que es cierto que las ciencias duras exigen un grado
disciplina y riguridad, en tanto que, el arte, requiere todo lo contrario. Ella
nace con la liberación de las voces internas, crece con la fluidez de la
personalidad pura y se expande con el entusiasmo que se le obsequia como
bienvenida.
No podemos afirmar, del
todo, que es enemiga de las reglas, la constancia y la perseverancia ¡Claro que
su cuerpo necesita del intelecto! Más es un intelecto virgen, uno que busca la
manera de ser en nuestra realidad por medio de aquellos cuya sensibilidad es
tan frágil como el equilibro con el cual se rige el entorno natural. Por tal
motivo, era indispensable desterrase, aunque sea por unas horas, lo rasposo que
puede ser una institución educativa.
-
Acomoden su papel cascarón de forma
vertical. Mídanlo y tracen una línea para que quede dividido a la mitad – dije
frente al grupo que de inmediato obedeció – después tomen una mitad y
nuevamente divídanla a la mitad. Cuando terminen, la mitad de la orilla le
deberán dibujar franjas de 2 centímetros hasta tener cubierto todo su
rectángulo.
Todo el salón, como era
costumbre, el salón se convirtió en nido de pollitos parlanchines: ¿Así está
bien maestro? ¿Cómo me quedo? ¿Está chueco? El primero en culminar dicha orden
fue Andrés, seguido por Melisa y Osvaldo. Ahora coincido con muchos pedagogos
que sostienen que los niños son las personas más inteligentes del mundo, pues a
las joyas de Villalta no se les escapó el detalle de la actividad pues pronto
desenterraron la sorpresa:
-
Mira Andrés, parece un piano -dijo
Damaris mientras colocaba sus dedos sobre las franjas dibujadas en el papel
cascaron, tocando con las yemas de sus dedos los espacios blancos entre líneas
y líneas, imaginando que era una mujer pianista. Ese sueño se vio acompañado
con algunos tonos que cantó en ese momento, el cual, me pareció invaluable.
-
Damaris le ha atinado -dije tras
observar a aquellos niños.
-
¿En serio va a ser un piano? – cuestionó
Melisa con rostro de sorprendida.
-
¿Apoco si va a ser un piano? -preguntó
Andrés.
-
Si -respondí con cierto grado de
timidez.
-
Ya ven, le atiné -dijo Damaris contenta,
con esa sonrisa entre la inocencia y el orgullo que la caracteriza.
-
¿Y cómo va a tocar? – gritó Eric.
-
Eso es una sorpresa.
-
Ya sé cómo -le respondió Damaris- vamos
a ponerle debajo unos pollitos y cuando apachurremos las teclas ellos van a
chillar pio-pio y así sonará.
No pude evitar mis
risas que se dibujaron de mejilla a mejilla. Tampoco pude disimular el tiempo
tan grato que vivía con las ideas de los chicos. Mi imaginación la sentí corta,
pero creció gracias a ese comentario: pollitos para cantar. La discusión crecía
nuevamente en el aula, que si pollitos, que si silbatos, que si chiflidos… ¿Por
qué no? ¿Por qué negarme vivir mi infancia una vez más con ellos? ¿Por qué ser
tan rígido con esas almas que pronto crecería?
-
Si, tendrá pollitos y así tocará
-respaldé a Damaris.
-
¿Y cómo les vamos a dar de comer?
-preguntó Andrés -Además se pueden escapar.
-
Ya les diré cómo le haremos. Por eso
ahora no se preocupen, lo importante es que si va a sonar y bien bonito.
-
¡No es cierto maestro! -dijo Damaris
dejando ver su astucia -nos está mintiendo.
-
Es en serio. Le volviste a atinar, pero
primero debemos terminarlo por completo, así que apúrense chicos -dije mientras
continuaba revisando, uno a uno, el avance de los niños.
Ese día, aunque todos
siguieron las instrucciones, la mayoría no logró culminar hasta el último paso
su “teclado artesanal”, como yo solía llamarle, por lo que la elaboración del
mismo se tuvo que alagar, lo cual nos llevó casi dos semanas, una hora diaria,
debido a que no podíamos dejar de lado las demás materias del segundo bimestre.
Gracias a aquel transcurso pude percatarme de que la enseñanza en las escuelas
se encuentra sumamente limitada en cuanto al acceso a los espejos del arte. A
los pequeños se les implanta la idea de que en el salón sólo se estudia
sentado, escribiendo, con dinámicas baratas por falta de una capacitación
autentica.
Los resultados nos
orillan al corte de las ramas que pudieron crecer más lejos que la misma copa,
sin oportunidad de dar, por lo menos, sombra para aquellos que el sol puede
resultar abrazador. Los obligamos a pensar que cumplir sus metas es crecer, es
ser una persona de orgullo y éxito cuando ni nosotros mismos tenemos en nuestro
entendimiento un significado profundo de aquellos conceptos.
Con el transcurso sobre
nosotros y el empeño en nuestros brazos, los chicos moldeaban la materia que
una vez fue plana y vacía en un rectángulo de ilusiones musicales. Tras trazar
las franjas blancas continuaron con las negras dando lugar a los sostenidos.
Con un cúter verde que llevé y con uno azul y otro negro que en cierta ocasión
le había quitado a Osvaldo, por cuestiones vagas de seguridad en lugar de
enseñarlo a ser cauteloso, cortaron las líneas a fin de dar movilidad al
cartón.
La otra mitad que
estaba aún sin utilizarse pronto sirvió para dar volumen al instrumento casero.
Las ahora teclas fueron estaban listas para ser tocadas por los pequeños
pianistas. Los resortes para obligar a la tecla a regresar a su lugar de origen
una vez que ellos dejaran de oprimirla fueron elaborados con cartulina, tanto
para las teclas negras como para las blancas. Para esos instantes, los miates
ya comenzaban a tararear, dándole de esa manera sonidos a un objeto que, por sí
sólo, nunca lo haría
Para no variar, Andrés
fue el primero en culminar su piano, término que no era el correcto, pero que
los niños me habían enseñado. Era de color rojo, cubierto con una tapa de caja
de zapatos algo vieja, pues su papel cascarón era chico. A simple vista,
parecía un trabajo que debía detallarse más, pero siendo el niño más travieso
del grupo, debía de darme por bien servido. El instrumento de Melisa fue
decorado con diamantina roja, algo que no solicité, sin embargo, le daba un
tono excepcional de alguien que sabe darle ese toque a las cosas sencillas.
También hubo un “piano
payaso”, el de Eric, pues cada tecla era de diferente color: rosa, rojo, azul
cielo y marino, verde claro y oscuro, amarillo, café, rojo y negro, repartidos
simultáneamente. El trabajo de Rodrigo fue bautizado con el nombre de “piano
mutante” pues lo decoró con un marcatextos verde fluorescente. No puedo decir
que se veía mal, aunque tampoco bien. Osvaldo prefirió el tono clásico en las
teclas y para la cubierta el café con líneas en zic zac “el piano trueno”.
-
¿Cuándo le pondremos los pollitos?
-preguntó Andrés -Nada más nos engañó.
-
Si y no -me defendí- la verdad es que no
sonarán.
-
¿Entonces para que los hicimos? -dijo
Osvaldo abriendo la senda para los reclamos.
-
Tengo uno que si tocará, así que mañana
nos vemos tempranito, a la hora de entrada en la casa de doña Maximina. Ahí se
encuentra el que los envolverá con sus melodías. Los pianos que ustedes acaban
de elaborar les servirá para practicar en sus ratos libres. Recuerden que todo
está en la práctica.
Esa misma mañana lo
tenía preparado todo, desde el lugar donde los aprendices practicarían, hasta
notas de canciones sencillas para que se vieran motivados. Llevar el teclado
hasta Villalta resultó algo complicado, pues hacía mucho bulto en el autobús,
además de que tuvo que ser en la mañana, pero antes de que saliera el sol, por
lo que viaje con miedo a ser víctima de los flojos que buscan el camino fácil.
También me vi en la tarea de quitarle el polvo, incluyendo las telarañas en mis
manos, pues hacía bastante tiempo que no me acercaba a él.
Sin más preámbulos, las
clases de música dieron inicio, con falta de experiencia y mucha incertidumbre,
pero con toda la emoción y alegría que era nutrida por los rostros de los
niños, aquellos niños que, estoy completamente seguro, podrían llegar lejos y
ser artistas de esos que dejan huella si tan sólo alguien se preocupara por
brindarles una mejor y mayor oportunidad en cuanto a educación.
El mensaje en las lágrimas
¿Qué es la frustración? ¿Es acaso un sentimiento que ocasiona malestar a
nuestro cuerpo? ¿Será tal vez un estado que debilita la fortaleza de una
persona? ¿Es un concepto que se refiere a la falta de sentido de realización?
¿Significa ira, enojo, cansancio o molestia? Quizá no se refiera a nada de lo
dicho anteriormente, pues puede ser solo un defecto creado para dar el
nacimiento a la perseverancia, incluso sea también la madre de la tolerancia.
De ser cierto lo anterior ¿cómo podemos evitar que los valores mencionados tengan
sangre y espíritu de posible frustración y sea desarrollado durante alguna
anomalía en el hombre. Empero ¿Quién es el padre de la frustración? ¿Quién?
¿Las metas ajenas o las propias? ¿Los objetivos de la vida cotidiana?
¿Quién?...
Estas ideas de la frustración agitaban sus alas alrededor de los nidos que
estaban construidos por las plumas de los niños. Cada uno de ellos colocaba
cierto esmero y dedicación. Trabajaban todas las mañanas en la construcción de
su hogar, aunque no fueran conscientes de ello. Debido a sus gustos y
personalidad, diría que a casi todos un estilo de vida decente los aguardaba.
Al contrario, algunos de estos jóvenes con los que compartía parte de mi
existencia, optaría por un camino fácil, es decir, buscando la forma de llevar
la tortilla y el agua sin tener que hacer un gran esfuerzo: la vida no los sorprendería
hasta que sus errores les colocaran una máscara de hierro, no sólo difícil de
cargar para mantener la frente en alto, sino también para condenarlos en la eterna
oscuridad, permaneciendo así hasta la tumba. Al menos esas fueron las palabras
de don Cleto, quien de golpe vino a mi mente tras ver a Rodrigo llorar.
Rodrigo tenía 13 años y
cursaba el tercer año de secundaria. Al principio, al igual que la mayoría de
los chicos, decía groserías por cualquier motivo, sobre todo con Brayan cuando
surgía alguna pequeña discusión. Al cabo de unos cuantos días, con algo de
disciplina, él fue uno de los primeros en moderar su vocabulario tras las
tareas extras que dejaba como castigo a aquel que pronunciara una mala palabra
calificativa.
Gracias a ello, pude percatarme
de dos cosas. La primera es que Rodrigo imitaba las palabras que decían sus
compañeros. La segunda fue que vi a su persona como libro abierto: todavía era
un niño que se permitía así mismo que alguien más escribiera hábitos adecuados.
Asimismo, ese niño de origen Oaxaqueño resultó moderar su propio
comportamiento, reflexionar sobre sus actos y ser alguien educado y respetuoso.
Aquel niño moreno tenía
de donde heredar pues su mamá, la señora Gloria, era una mujer apacible,
carismática, con un carácter que hacía posible el diálogo y una tarde amena.
Según recuerdo, en la década de sus veintes se había visto obligada a abandonar
su lugar de nacimiento en Oaxaca, principalmente por la escases de trabajo en
aquella zona. La violencia, según su versión, se debía tanto a los disturbios
políticos como a los traficantes, situación que lamentaba profundamente.
Por tales motivos,
aquella mujer de hermosa piel morena, viajó al norte del país con el fin de
cruzar la frontera y llegar a los Estados Unidos. Tras lograr esa “esperanza”
con ayuda del coyote, permaneció en la Unión Americana durante algunos años
aplicando los conocimientos que había heredado de sus padres: sembrar la
tierra, cuidar el ganado, levantar la cosecha, atener los partos de las
puercas, entre otras actividades más.
Pronto, aquella mujer
de convicciones y estirpe incomparable, conoció a un compatriota en los Estados
Unidos. Este era un hombre de piel blanca, delgado, estatura promedio mexicana,
serio pero cortés y amable, tímido y reservado pero responsable y trabajador.
Si algo compartían en común, decía doña Gloria, era aquel anhelo de madurar en
medio de un hogar honorable, tal vez no con fuente o barandales de cristal,
pero si con lo adecuado para creer que es posible cambiar el destino.
Tal vez fue ese motivo
el culpable de que hayan formado un hogar. Las estacione iniciaban y terminaban
cíclicamente como lo hace cada año. Sin embargo, lo que para muchos,
incluyéndome, fue un invierno temporal como cualquier otro de los años
anteriores, para Eduardo y Gloria la blancura de la navidad se convertía en blancura
de vestido de novia, pues ambos daban inicio a los preparativos de las nupcias
que se celebrarían al siguiente año.
Por ello trabajaron un
año enterito sin descanso ni siquiera para comer. La fiesta se celebraría y
tenían que juntar un buen colchoncito, pues lo que doña Gloria creía, o al
menos eso entendí, es que de cariño y amor, en este mundo violento, no se puede
vivir. Para empezar, me dijo, tiene que trabajar el hombre y la mujer, velar
por la casa y las necesidades de la familia, hay que agregarle la educación de
los hijos, la cual se descuida porque el dinero de un solo miembro de la
familia es insuficiente.
No estoy seguro que sus
palabras tengan esa resistencia similar a los mandamientos de Moisés,
esculpidas por la diestra del señor, porque en el fondo, ambos, doña Gloria y
don Eduardo viven una situación amena, y aunque no lo puedan observar como yo,
llena de amor. Es dan diminuta, sublime y escurridiza que si quieres verla tienes
que hacer un acto sencillo que te ennoblezca.
He escuchado a miles de
personas decir que de amor no se vive, pero mi papá opina lo contrario. Él dice
que se puede y se tiene que existir de esa fuente inagotable de paz y bondad porque
si no hay amor todos los días, entonces ¿qué sentimiento humano camina con
nosotros a lo largo de nuestras labores cotidianas? Él aconseja que el amor se
viste con caras amables y graciosas, de esas que moldean su tono de voz y
saludan a todo el mundo, conozcan o no a la persona.
Sostiene que ese
vestido no sólo lo utiliza el amor, sino también el interés, y en muchas
ocasiones, la mentira. Por lo tanto, él sugiere seamos cautelosos y prudentes,
como lo hace Rodrigo. Opina que la diferencia entre quien porta tal atuendo es
fácil de reconocer, pues el amor camina con la sinceridad, mientras que los
mentirosos sólo se polvean el rostro con la honestidad, la cual se desvanece en
cuestión de meses.
También me ha dicho que
el amor busca la luz divina para renovarse constantemente y con ello ayudar en
las adversidades, sean grandes, pequeñas, invisibles, largas, con secuelas o
eternas; sucediendo lo contrario con el interés, el cual necesita del brillo de
otros para tener vitalidad, espaldas como bases para impulsarse, pues sus
piernas tienen los músculos atrofiados.
Hasta estos días opino
como él. Cada día que el creador alumbra para los habitantes de Villalta,
aunque el clima sea siempre frío, puedo afirmar que es la clave para
desentrañar el paradigma entre lo mucho que se puede hacer teniendo poco
material pero con los pulmones cargados de oxígeno y las pocas acciones que se
llevan a cabo con gran cantidad de recursos pero con los ojos vendados por la
ambición, desconfianza y el desinterés por los demás.
Esa encrucijada, si es
que se llega a descifrar, se esconde en lo profundo de cada una de nuestras
memorias, donde el acceso no está restringido, pero pasa inadvertido por otras
puertas con placas distractoras. La preocupación se desvanece en la superficie
de mi mente cuando estoy con los niños en el salón de clases y tenemos la hora
para apoyar a los compañeros que tienen dificultad para aprender.
Sin embargo, eso se lo
tengo que agradecer al buen Rodrigo, ese niño de dientes grandes y ojos
saltones. ¿Cómo fue es posible? Lamentablemente tuvo que decirlo a través de
sus lágrimas. A veces, las palabras se quedan cortas si las comparamos con esas
gotas que resbalan por debajo de nuestras cejas, atravesando nuestras mejillas
para estancarse en la barbilla. Si tenemos suerte, serán vertidas sobren tierra
seca que volverán fértil. En cambio, si se pierden, es porque toparon con
alguna de nuestras prendas.
Fue un viernes cuando
todo ocurrió. No comprendo el motivo por el cual Tú permitiste que fuera
viernes, teniendo otros cuatro días de la semana para obtener tiempo y resolver
el asunto. Quiero pensar que lo elegiste para iluminarme con una nueva lección.
Quiero pensar que señalaste aquel fin de semana como el desvanecimiento de mi
profesorado para que quedara a la vista mi tiempo de apóstol.
Supongo que se debe a
ello. El papel de padre debe eliminarse, pues ellos ya tienen dos, más ¿Cuál
papel debo desempeñar? ¿El de amigo? ¿El de guía? ¿El de filósofo? Las jornadas
laborales consecutivas a aquella mañana fueron tu divina respuesta, una nueva
instrucción que me costó abrazar, puesto que primero debí eliminar a la vieja
usanza para bañarme sobre tus llamados de miel.
Ese viernes también me
partiste el corazón en trillones de pedazos. Mis ojos fueron lavados y a la par
refrescados. Ese acto fue tristemente necesario ¿Sabes por qué? Porque tras
aquel acontecimiento en el cual pude observar como la vulnerabilidad es más
fuerte que la misma rigurosidad cuando se disputan en un duelo final. De tal
batalla sangriento, sólo quedaron rastros fructíferos que fueron la nueva cuna
del amor que nos rodea como el mismo aire.
Ese día, Rodrigo lloró
por frustración. El ejercicio fue sencillo: resolver un problema de química. La
operación indispensable para encontrar la solución era la división, pero la
división con punto decimal. Estando Rodrigo en tercer año supuse que sería pan
comido para él. Error de principiante. El niño hizo lo que pudo en su libreta
durante algunos momentos, al menos eso vi por los borrones la hoja.
No comprendí sino hasta
ese entonces los mensajes que forman las letras que escriben los ojos en el
papel de la mente. Es tan sublime que conmueve al primer instante y destroza si
es necesario. ¿Cómo puede un cuerpo mantenerse de pie ante tal embestida? De
cierto la causa me obliga a decir que el siguiente paso tras un suceso de tal
magnitud es la acción acompañada de un par de palmada en la espalda.
-
Esas nunca las aprendí -fueron las
palabras que dijo sin contener el estadillo de su horror.
-
Tranquilo, no llores -dije atónito
mientras lo consolaba- hoy aprenderás a resolverlas.
Villa
estrellada
Se construyen presas
para detener el cauce del arroyo. Para que el incendio se extinga basta con
arrojarle agua. El hombre cuenta con las maquinas hidráulicas para atender
cualquier deslave de cerro. Los fuertes vientos son aprovechados para la
generación de energía limpia, gracias a la investigación, al desarrollo de la
tecnología y a los científicos cuya tarea es aprovechar nuestros recursos
naturales.
Los satélites han
rebasado a Plutón, llegando a una zona más intrigante para la curiosidad
humana. Los bocetos de Leonardo Da Vinci han alcanzado velocidades supersónicas.
El internet amenaza con desaparecer los centros educativos, los juegos
infantiles que se heredaban de generación en generación; y el descontento
social crece en cada uno de los ciudadanos que exigen condiciones adecuadas
para su país.
Mientras todo lo
anterior avanza a su propio ritmo amenazando con saltar una barda que nos
separa del vacío, existe algo que todavía se escapa de nuestras yemas: el
avance inevitable del fin de esta era. Unido a esto se haya nuestro planeta y
por cuanto nos hemos negado a escucharlo, suficiente es la palabra que se
pierde significado para las neuronas que todavía sobreviven en un diminuto
cráneo.
En tanto, muchos
esperan sentados plácidamente el momento del último respiro. Tendrán que
esperar como cualquier otro, dejando que sólo su edad crezca en número con
pocos cambios en cuanto a hábitos. Ahora comprendo porque ellos dicen que
nuestro peor enemigo es la propia mente, la cual nos sacude fieramente mientras
nos encierra para perder la llave en lo más profundo del interior del cuerpo.
Por tal motivo, la
navidad de este año no debe de aplazarse, ni tampoco todos los detalles que por
costumbre se exigen a la propia época: con un árbol de plástico con dos metros
de altura, sea blanco, verde, rojo, azul o negro. De preferencia, los nuevos
adornos navideños tienen que tener luces led, pues los foquillos, además de
elevar el costo del recibo de luz, ya pasaron de moda.
Las esferas tienen que
ser tradicionales, fabricadas en lugares cuya elaboración data de años, lo cual
puede elevar su costo. También deberán ser llamativas, con diamantina o
doradas. Aquellas que son de material de plástico se ven opacadas cuando se
adquieren las de vidrio soplado. Una navidad no es auténtica sin la estrella es
la cúpula de árbol navideño, pues gracias a ella, los reyes magos lograron
venerar a un niño recién nacido.
Con este niño recién
nacido debajo de las esferas más exquisitas a la vista, se tiene que acompañar
por los representantes de María y José, es decir, dos estatuillas de yeso
pintadas con atuendos rosa y azul, para ella, y verde con café, para él.
Supongo que el azul es por el color del cielo, mientras que el rosa es por la
carne divina hecha hombre. El verde junto al café tal vez reflejen al material
que utiliza como materia prima el carpintero. Sinceramente, desconozco el
motivo.
Algunos hogares se
bañan con chispas de colores por las luces que emiten sus adornos. Se tiene que
correr a prisa para comprar los regalos navideños que se darán el 24 de
diciembre, o en su caso, la madrugada del 25. En la cena habrá vino, refresco,
ponche, ensalada de manzana y betabel con las ricas nueces que tanto les
peleamos a las ardillas. El espagueti es perfecto para la pierna adobada,
aunque el jugoso pavo también es una buena elección. Después de todo es una
fecha especial.
En Villalta mucho de lo
anterior se conoce, sin embargo no siempre se lleva a cabo, al menos de eso
hablaban las mamás estando a cuatro días de ser noche buena. Algunas capitales estatales ya
lucían sus villas iluminadas. En cambio, lo único que brillaba en el pueblito
eran las estrellas del firmamento. Por esa razón, los habitantes de la comunidad
tenían su villa estrellada, algo que a simple vista, enamoraba.
-
Maestro, aquí no es necesario que sean
invitados a la arrullada o a alguna posada. Si alguno de aquí hace esa fiesta,
con el sólo hecho de andar por estos rumbos ya es usted un invitado. Hoy habrá
tres posadas. Una con doña Aurora, mamá de Evelin y Raquel; otra con doña
Alejandra, la mamá de Brayan; y la otra con el tío de Damaris –dijo mi abuela
doña Micaela.
-
De donde vengo estamos acostumbrados a
que no podemos llegar a un evento sin ser invitados –le comenté a esa dulce
mujer.
-
¡Ay maestro! Aquí todos nos conocemos y
todos convivimos como una sola familia, aunque no lo seamos. Esta es una vieja
costumbre del pueblo: quien hace fiesta es porque invitará a todos.
-
¡Jesús bendito! ¿Apoco no gastan mucho?
-
No es cuanto se gaste sino con cuanta
amabilidad se ofrezca. Compartimos lo que Dios y la tierra nos da. En las
posadas se brinda lo que esta al alcance, claro que los niños, pues como son niños
buscan la colación. Sin contarlos a ellos, los adultos nos conformamos con un
vaso con ponche.
-
¿También se reúnen para el pavo de la
cena?
-
En ocasiones porque algunos se van del
pueblo, pero aquí la tradición no es cenar pavo, sino lo que cubran los
bolsillos. Lo mismo pasa con los adornos de temporada. Usted ya se dio cuenta
que no hay mucho por las calles…
Y doña Micaela tenía
razón, pues por los muros de las casas no se lucían foquitos luminosos. Mucho
menos árboles adornados artificialmente. Lo que si había era maíz sobre el
techo de las casas, y los campos, hijos
del sol, listos para piscar. El frío puede ser abrumador. Tanto que el
pastizal, las ventanas y los muros de aquellos hogares, algunos de adobe, se
transformaban en iglús con el reloj marcando las 9 de la mañana.
Este tipo de fríos son
los que embriagan a la fecha, dan motivo a la bufanda y a los pesados abrigos,
muchos de los cuales se encontraban en las espaldas incorrectas de los
habitantes de las planicies, lejos de Damaris, de Melisa, Eric, Jonathan, doña
Enriqueta, Juanita y Micaela, que buena falta les hace. Pese a ello, su alegría
no deja de brindar el calor que regala el astro solar en primavera.
Es tanta la felicidad
que desbordan sus mejillas frías y el iris marrón de estas divinas criaturas
que sustituyen el plástico por el pino natural. Recuerdo que un día antes, la
clase había terminado un par de horas más temprano a lo común. Los niños
insistieron en la colocación del árbol navideño para resguardar al infante que
iba a nacer. Gracias a esa insistencia infantil, fui obligado a ir al monte a
cortar mi primer pino para navidad contanco con 26 años.
Rumbo al monte, los
chamacos me enseñaron a beber el aguamiel del maguey. En realidad fue algo muy
sencillo. Andrés, Osvaldo y Damaris cortaron unas baritas secas, las cuales no
tenían nada en su interior, por lo que funcionaban como auténticos popotes.
Para deleitar tus papilas sólo debías meterte entre las pencas y aspirar,
además de cuidar que no llegara el dueño porque habría problemas.
¿En qué ser me estaba
transformando? ¿Uno que solapa en lugar de reprender? Mi conciencia dejaba de
funcionar y daba cabida a que el cerrojo infantil, cerrado y empolvado por la
falta de la limpieza del alma. No pase el instante donde mencioné un tipo
sermón sobre el respeto a lo ajeno… algo que no pude sostener, porque como ya
lo había dije, también soy culpable de saborear el manjar de los tlacuaches.
Ellos se divertían, ya
que sobre su mente no transitaba la idea de culpabilidad por ingerir el trabajo
de otros. Al contrario, insistían continuamente a que bebiera sin pena, antes
de que se acabara. Al tratar de reprenderlos, sólo se limitaron a decir que no
me preocupara, pues aseguraban que por la tarde habría más. Lo que no dijeron
es que mientras más aguamiel encontráramos era significado de que el raspador
había invertido más tiempo.
Después de esa
travesura, los infantes me guiaron por un camino arenoso que se dirigía a la
punta del cerro. Durante nuestra caminata, recolectamos las esferas naturales,
es decir, las semillas en forma de piñas. En el camino encontrabas de todo
tipo, grandes, largas, pequeñas, cerradas, abiertas, pero las mejores y
recomendadas eran aquellas que levantabas de entre la espesura del bosque, pues
no estaban aplastadas ni quebradas.
-
El año pasado –dijo Melisa- las pintamos
con amarillo y blanco. Cuando la pintura quedo completamente seca les colocamos
pegamento y las bañamos en diamantina. Para mí, maestro, quedaron unos adornos
muy bonitos.
-
¿Dará tiempo de decorarlas este año? –pregunté-
-
No maestro porque ya no queda tiempo
para ir por los materiales, pero con lo que ya llevamos y como lo adornemos
creo que quedará bonito. Sirve que así también ahorramos. Es más, si lo hubiéramos
hecho con tiempo hasta las podemos vender y pues las pagan mas o menos.
-
Puede ser y con eso compraríamos de otro
tipo.
-
Pues es cuestión de que nos apuremos –resaltó
Melisa- y la caminata continuó.
Llegar a la cima del
monte fue sencillo, después de todo Villalta se ubicaba casi en la punta de
éste. Cuando mi pie tocó lo que ellos aseguraban ser el piso más alto del
lugar, camine por la historia. Esto porque, según Melisa y Damaris, el lugar había
sido, por mucho tiempo, la morada de las decisiones. Ahí, además de efectuarse
las primeras misas, era el lugar elegido por los primeros habitantes para
meditar.
Todavía puede apreciarse
lo que fue el altar, donde los sacerdotes convierten el pan y el vino en cuerpo
y sangre de Jesús. Junto a él la última voluntad de un hombre: ser enterrado en
el lugar cúspide de la alborada de una nación. Caminamos rápidamente para
recostarnos sobre un verde pasto, bajo la sombra de unas ramas. Para ese
momento el sorprendido era yo, pues ahora sólo quería jugar a perseguir
chapulines con ellos, como cuando tenía 11 años.
La hora marcó el minuto
de regresar… ¡Qué lamentable perecer ante la fantasía de regresar a aquellos
momentos! El cuerpo caminaba, en cambio, el espíritu no se dejaba, se jalaba,
deseaba quedarse ahí otra vez. Lo sostuve fuerte entre mis entrañas y me
sinceré con él: has salido nuevamente, pues si así fue dispuesto, no lo puedo
impedir… y los dos nos fuimos riendo de la mano.
Los niños se daban
cuenta ¿Cómo? Por la forma en como les ayudaba a cortar nuestro árbol de
navidad. Ese mismo que aparecería en la arrullada y que adornaríamos con el
material que estuviera a nuestro alcance. Es increíble como retornar a la madre
naturaleza, apreciarla y respetarla, al instante, te trae de regreso esos años
donde mancharse de chocolate las manos y revolcar los pantalones con la arena
era signo de que ese momento bien había valido la pena.
Forasteros en el pueblo
La temporada decembrina tocaba su anochecer finalmente. Las
fechas más significativas, al menos para esta sociedad occidental, habían sido
una de las que no olvidaría mientras ejerciera mi oficio o hasta que partiera a
otro lugar. Observar a los niños cantar canciones navideñas y pasar mi cumpleaños
cerca de ellos fueron unos de los regalos más valiosos que la vida pudo haberme
concebido.
El clima, por el contrario, se encrudecía más con el paso
de los primeros días del nuevo año. Los autos se pintaban de blanco en una sola
noche. Lo mismo sucedía con los árboles, los pastizales, los techos de las
casas, las llaves de agua, los tinacos, los vidrios y todo cuanto el frío y la
helada alcanzaba. Se decía que Villalta había alcanzado hasta los 5 grados bajo
cero.
Aunque el frío ocasionaba que los habitantes trajeran
consigo hasta tres sudaderas por las mañanas, para ser honesto tanto la maestra
Lupita como yo parecíamos luchadores de sumo por el exceso de chamaras y
chalecos que también portábamos durante todo el día, así fueran las tres o
cuatro de la tarde. Pese a ello, las clases debían de continuar y no quedo de
otra que impartirlas media hora más al horario oficial.
Aun así, eso no fue motivo para disfrutar de los exóticos
paisajes que la zona mostraba por ocasión de la temporada: por primera ocasión
mi lengua probó un hielo que no fuera fabricado por los congeladores. Mis
manos, resecas por la piel, jugaban con los cristales de hielo tratando de
formar bolas de nievo. Claro está que eso era iluso, pues la temperatura no era
tan baja que permitiera llevar a cabo tal acción. Empero, lo que si se podía
hacer era imaginar que los zapatos eran patines, y la hierba cubierta de hielo
una pista de hielo. En menos de lo que imaginamos todo el pueblo se había
convertido en una gigantesca pista de hielo: regalo de la naturaleza para
aquellos que resguardan su salud antes que cualquier interés destructivo.
La recompensa existe hasta en la naturaleza misma. Supongo
que el premiar lo imitamos de ella ¿Cómo olvidar esa herencia que por mínima
que sea hace posible que las piedras se conviertan en presas que detienen el
agua en un estanque temporal para poder brincar y jugar sobre ellos? Es lo que
suelen decir mucho durante esta seca temporada, supongo que parte es cierto y parte
es para buscar la fuerza interna que nos dé la armadura para soportar las
inclemencias del clima: una ventana fantasma para evitar los robos y la envidia
a aquellos almacenes que muestran sus productos costosos, y en la mayoría de
los casos, poco útiles.
El engaño se encuentra a la vuelta de la esquina. La
sonrisa ha dejado de ser el alma de la honestidad, ésta se ha esfuma y en su
lugar ha dejado un frío vacío que ha sido invadido por la trampa del comercio.
Eso no es algo nuevo, es algo que se repite a diario en los periódicos y dentro
de los círculos intelectuales y tocarlo con la mano desnuda, es decir, sin
piel, trae consigo uno de los horrores más exterminadores del cielo celeste.
En cambio, bajo las cejas de quienes amanecer para ver a
sus amores es suficiente para ser visitados por el aroma de la gracia, son los
que mantienen perpetuo el anhelo eterno del principio humano que se rodea por
la misma colaboración. Sólo alcance a definir dicha conclusión cuando mi
respiro fue sofocado por las mismas fosas nasales que dieron la apertura a la
respiración a través del órgano que cubre mis tejidos musculosos.
Si bien, el auténtico aliento se nos escapa de los
pulmones, entonces ¿Cómo recobrar el suspiro profundo que dé oxígeno a las
venas cercadas por la contaminación de las influencias sangrientas y grises
mentes que encubrieron el valor central que da sentido a la forma de aquello
que se encuentra cerca y afuera de nosotros, pero cada vez bajo miles de
kilómetros?
La salida, o, mejor dicho, el retorno urgentemente
necesario es la mirada sobre los seres que portan sobre la retina de sus ojos
la dulzura de la pelea que cambia, en tan sólo unos minutos, a platica
amigable; sobre los que escriben con dedos de iluminación a la hoja del desorientado,
por muy pequeña que esta sea; sobre los que prestan lo que les fue conferido
por cierto tiempo sin tener esperanza; sobre lo que han conservado la
sinceridad sobre sus mejillas.
No hay gran ciencia para descubrir porque una hoja se ha
marchitado, no por la falta de agua ni de sol, tampoco por el desprendimiento de
la rama que la sostenía, sino por la mentira que recibió del viento para no
permanecer en su lugar de nacimiento. Fue engaña y lastimada. Lo peor está por
venir: la mentira se reproduce y en consecuencia su acto será imitado por otras
más.
Las osadas permanecerán en aquel contingente de
sobrevivencia eterna. Las más audaces que caigan bajo el tronco que las vio
crecer lograrán comprender el motivo sobrio de la trampa para al fin redimirse
y volver a nacer, pues hay que recordar que en este universo nada es desechado.
Otras tardarán para salir por esa ventana. Tarde o temprano lo harán ¿Y qué
queda al final del día? La sobrevivencia de la verdad: en todos los casos la
verdad de la vida se perpetúa, no sobre aquellos, sino sobre todos nosotros.
Como el asunto resulta más complejo de lo que aparenta, hay
que obligarnos a seguir a aquellos cuyas hiervas se mantiene verdes. No puedo
presumir que he alcanzado a distinguir entre las distintas tonalidades de dicho
color la que sea motivo de viveza, ya que todavía sigo siendo perturbado por
las cadenas sociales. Por tal motivo, me limitaré a señalar que aquel principio
que será el cántaro de la hoja del cual surgirá un manantial en forma de gota
de lluvia reside sobre ellos de los cuales me rodeo.
¿Cómo puedo sostener esas palabras? Porque lo digo a
imitación de ellos: es tan simple como cuando identificas el chocolate de la
vainilla, aunque ambos sabores resultan ser exquisitos, tienes que definir cual
prefieres o en qué momento tomarás o el otro. No es que no puedas tomar los
dos, es sólo que debes de dejar uno para aquel que está detrás de ti. Incluso,
si tu amor aspira a buscar un nivel más profundo tendrás que preguntarle al que
te antecede cual prefiere. Los que cavan más fondo huelen la claridad y dan su
lugar. Claro que todo es por etapas.
Es tan sencillo como morder un pan o una rosca. El pan es
sabroso y compartirlo te hace un ciudadano. Morder la rosca te convierte en
persona. Una pieza de pan te eleva a la individualidad, partirlo para darle una
parte a alguien más abre tu apetito en alguien más. Morder una rosca trae
consigo a más de dos. Es entonces cuando portas la figura de hombre. Aquí tus
lagrimas empiezan a perder el sabor salado por el cual se distinguen. Volvemos
casi al mismo dilema ya que para ser humano hay que tomar el cuchillo entre los
dedos, utilizarlo para tomar la parte que te corresponde de la rosca y dar el
turno para que pase alguien más. Esperar a tomar una parte muestra el respeto
que tienes hacia los demás y eso habla bien de ti. Agarrar la parte que te
corresponde y llevarla con alguien que no estuvo presente en el lugar de los
hechos es señal de que el humano se ha acabado: has alcanzado la etapa del
hermano.
Te acercas sin empujar ni gritar y sin olvidar la conmoción
que produce encontrar alguna sorpresa en tu rosca. Esto abarca desde el sabor a
canela horneada, el delicioso sabor que produce el azúcar hasta el plástico
blanco que los panaderos esconden entre la masa. Si logras que dicha emoción
cubra tu mente a sabiendas que llegarás a tu casa para esperar las horas
indeterminadas para dar otro bocado de alimento, seguramente es porque portas
los zapatos grandes. En cambio, la opción de masticar los ingredientes, morder
el muñequito, salir corriendo por el balón que te regalaron y todavía regresar
para sersoriarte a quién no le tocarán los tamales el 2 de febrero se restringe
para los que creen que las personas son capaces de escuchar el mar por medio de
un caracol. Ellos me resultan tiernos y divertidos. En nivel que se escapa con
el paso de los cumpleaños y resplandece entre todos los demás se refiere al que
toma el regalo sorpresa y juega con él, dándole la animación de la que está
condenado a carecer a través de los eones, pero sobre la cual le gustaría
rodearse por siempre en cada una de las etapas del crecer.
Es de esta manera como todo se contrasta. Al igual que la
hoja marchita, lo que tiene que prevalecer estará sujeto a esto. Lo que quiera
estar cerca de lo eterno habrá de pulirse, no como aquello que se haya
protegido con la fortaleza de lo eterno, sino con el barniz de lo renovado, tal
y como ha venido sucediendo desde la creación de los millones destellos que danzan
en la penumbra de nuestra galaxia.
Ese es su cometido y el mensaje de la naturaleza que,
aunque se ve cruelmente amenazado por las sigilosas, dolorosas y asquerosas armas
que se construyen con los pervertidos pasos que se dan por los grandes
traidores que se dicen ser fieles amigos de las personas pero que seguramente
la historia se encargará de hacerles el justo juicio, convive con el ensueño de
un mejor provenir y que se acompaña de la jovialidad lineal, la cual también se
extenderá hasta que ellos lo decidan.
¿Quién dice que estamos obligados sólo a traer, por un
sueño escrupuloso y poco claro, las bondades de la tecnología, el avance
económico y el progreso cuando por mera prudencia, que visten las aulas del
conocimiento, deberíamos sentarnos a escuchar detenidamente sus inquietudes que
seguramente no abarcarán más allá de lo que un hombre contaminado desea
explotar y usurpar?
¿Quién asegura que el proyecto de renovación que se
ejecutará no irá a extinguir lo que por 40 años los ha mantenido unidos bajo un
estado aparentemente convaleciente, pero en realidad es mucho más sano que las
relaciones interpersonales que actualmente permean sobre las megalópolis y que
dé ejemplo puede ofrecer una afanosa respuesta que tanto se busca en vanas
creaciones hijas de la vanidad y del orgullo?
¿Quién?...
Paraísos helados
Eran las como las 7:00 de la mañana.
El reloj no se distinguía todavía muy bien a simple vista. Yo todavía estaba
recostado sobre el colchón con tres cobijas cubriendo mi cuerpo. El frío
comenzaba a desvanecerse ya desde hace varias semanas, pero al dejar todavía un
pequeño rastro de su sombra, mi cuerpo solicitaba mantenerlo a una temperatura
adecuada. Eso unido a la costrumbre que había adquirido hace ya casi un año.
Como siempre, mi cuerpo no deseaba destaparse
para ir al baño, asear mi rostro y cambiarme de ropa para ir a la jornada
escolar. Constantemente mi carne luchaba en contra de mi mente, en ocasiones
ganaba una y en ocasiones la otra. Lamentablemente, el instinto se había
perdido entre el laberinto de los días pasados… en su lugar reposaba cómodamente
un esqueleto blanco, sin calcio y mal abultado.
Empero, el deber llamaba a la puerta
de la responsabilidad. Mis manos hicieron a un lado las suaves cobijas. Tomé
una sudadera y un pans para cubrir mi piel tibia y caminé hacia la puerta que
separaba del patio de la casa de doña Maximina y la jalé con fuerza para que
ésta pudiera abrirse. Traté de hacer el menor ruido posible, pues Lupita aún se
encontraba durmiendo.
Al abrir la puerta, mi vista tumbó la
idea de dirigirme al baño, en su lugar, se colocó la respiración ante un
panorama alucinante, de esos que embriagan los sentidos, que los envuelven
entre la majestuosidad del manto de la naturaleza y la belleza de la capa de la
neblina. Los ojos, ciegos ante aquel espectáculo vivo, comenzaban a desprenderse
de las gafas invisibles que siempre vistieron por culpa de la ignorancia.
Mis pies me llevaron afuera del
zaguán blanco y sentí una extraña sensación de curiosidad y maravillosidad que
me transmitía la energía de ese vapor de agua por todo el rostro y que
finalmente se extendía por toda la piel tratando de penetrar por el centro de
los poros, afín de hipnotizarme y atraerme a la búsqueda de su centro, de su
corazón, disfrutando el camino hacia ese lugar mágico que no me daría algo de
valor, pues el mismo regalo sería ese recorrido.
¿Acaso podría llegar a ser más
dichoso? ¿Qué le podía pedir más a este mundo sino la pureza del agua misma que
ya se me estaba entregando? La plegaria había sido escuchada por los oídos
ocultos del viento y del sol, por tal motivo me compensaban con energía y
admiración, con la humedad en las mejillas, en la frente, en mi nariz de los
más sublime del agua.
Aspirar oxigeno era como tomar agua
con las fosas nasales. No fue necesario ir al lavabo del baño para lavar mi
rostro: el espíritu del agua acaricia con sus dedos cada poro de mi cuello, de
mis labios, de las cejas y pestañas… era él quien me hacía cariñitos detrás de
las orejas, en las patillas y hasta en el corte de cabello. Sus besos
traspasaban mis órganos llegando hasta el grado de refrescar a la misma sangre.
Nuevamente, se desataba una batalla
naval entre el castillo de la razón que gobierna a una isla desierta y un barco
que insiste en desembarcar sobre aquellas arenas secas, trayendo consigo
algunas formas de vida extraídas de las profundidades de mi mar del silencioso.
Los cañones pueden derrumbar muros, pero la fortaleza estaba bien fortificada.
No tuvo otra opción que abortar la tarea y dejar que el castillo, sin hacer el
mínimo esfuerzo, venciera.
Lupita no logró darse cuenta del
espectáculo natural a causa del sueño y yo, imposibilitado para ir a
despertarla, decidí salir antes de la hora normal de la casa y dar un recorrido
por Villalta y desentrañar que otros secretos me esconde… aunque en realidad
los secretos no existen como tal, pero los mensajes no percibidos no pueden ser
revelados sino sólo sentidos por esa intuición esquelética que se corroe
mientras vamos creciendo.
La soledad inundaba las pocas calles
de aquel pueblito. Tan sólo logré ver dos pastores con sus borregos y sus vacas
con dirección al campo aun pese a las condiciones climatológicas. Ellos caminaban
tranquilamente, sin la emoción de la cual era víctima, además de que no vestían
pesados abrigos que los protegiera del clima húmedo: viviendo en el interior de
esos fenómenos era común que el día fuese como cualquier otro.
El adobe, el concreto y las láminas
de las casas mostraban el rastro del espíritu del agua y de la visita que
habían tenido. Lo mismo pasaba con los vidrios y cartones en el marco de las
ventanas. El suelo, en su mayoría terracería, recibía con las mejores caricias
a aquel visitante, pues prácticamente la rigidez se transformaba en un lodo
blando, a tal grado de poder resbalarse fácilmente.
Los pinos, principalmente, mostraban
sus largos y delgados brazos diminutas bolas de cristal que adornaban como perlas
desde sus troncos hasta las raíces que lograban escaparse de las capas de la
tierra. Las hojas de los demás arboles y plantas mostraban la misma sensación:
el cuerpo frágil y cristalino del agua se combinaba tenuemente para resaltar el
verde de cada uno de ellos.
Quien diría que aquel pueblo con una
de las vistas más atractivas debido a la altura que le proporcionaba la montaña
donde se había fundado hace ya más de 40 años, recibiría la visita de un humo
que no contamina, al contrario, uno que rejuvenece todas las pieles a tal grado
de regresarlos a la era de las corretizas, de las escondidillas, a los cantos
de la rueda de San Miguel y la víbora de la mar.
Son tierra de ensueños, de ilusiones,
de posibilidades y de magia por que ¿quién ha tocado las venas de los sueños
con el pulgar de sus manos? Nadie… éstos se escapan una vez que se han logrado,
se extinguen, se consumen dejando un voraz hocico vacío que alimentar
acompañado de una plaga que se expande por los callejones de las grandes,
largas y contaminadas urbes.
¿Quién ha platicado, sentado y con la
vista de frente, con el par de pupilas de la ilusión? Si ella misma ha declaro
quedarse perdida, estancada y humillada bajo los charcos sucios que se posan en
los caminos y carreteras, los cuales sólo son frecuentados por el plástico
oscuro de las llantas y las cenizas que dejan el smoc. Incluso, los más
pequeños han dejado de reflejar sus mejillas en ellos y preguntarse ¿quién es
ese que se encuentra en frente de mí?
Las posibilidades, antes frondosas
por el follaje de esperanza que daban al caminante, han sido relegadas a meras
ramas secas, polveadas, sin semilla que dé nacimiento a los frutos del mañana.
En su mayoría, estos alimentos han sido desplazados por la chatarra colorida
que crece en los campos bañados en fertilizantes químicos. El sabor original se
ha perdido desde antes que yo naciera, siendo muy pocos quienes aún creen
probar posibilidades.
De la magia, de ella las palabras es
lo único que ha quedado. Sus investiduras fueron carcomidas por los demonios
glotones que lo quieren todo, aunque no lo comprendan. Su sangre ha saboreado
tanta satisfacción que han usurpado dicha palabra con el arte sublime del
engaño: destruyen, roban, desaparecen, asesinan… y los ojos que deberían juzgar
con puño y fuerza ahora se ocultan bajo la manga de los placeres.
La desgracia que corroe y se expande
como infección de garganta hacia otras partes del cuerpo es la mismas que daña
lo poco que tiene lucidez en las metrópolis. Los grandes lobos se reúnen en
manadas para destazar a las liebres que se alejaron demasiado de sus
madrigueras. La belleza se baña sobre las aguas benditas ocultando su verdadero
rostro entre el olor a tulipanes y jazmines.
La lucha continua y continuará hasta
que la tierra se quede sin espacio que ofrecer. La línea ha dejado de ser ancha
y pronto los puentes que servían de comunicación serán meros observatorios de
espías y soplones que servirán de maquina de carnicería para destripar al
enemigo, conseguir sus tesoros y consérvalos en el mismo lugar que su dueño
anterior, así hasta que el último humano de su último respiro.
Pero la desgracia, como el color
negro del chapopote, no ha caminado por estos rumbos hasta estos momentos. En
Villalta el aire de la educación y de las buenas costumbres permanece y se
mantiene intacto, no sólo en los moradores, sino también en todo el bosque que
cubre y recubre al pueblo entero. Ellos, como lo he dicho antes, fieles a la
naturaleza, son los que reciben lo mejor de la cosecha sobre sus mesas.
Ahora comprendo el motivo por el cual
los adolescentes aquí todavía gozan de jugar a la gallinita ciega, de trepar
los árboles para saborear las dulces y jugosas peras y manzanas. Finalmente,
mis ojos contemplan el motivo de sus sonrisas luego de andar todo el día en
bicicleta con el charpe entre sus dedos. Mi cuerpo se serena al mismo tiempo
que mis oídos se deleitan con los gritos que se escuchan a lo largo y ancho del
único corredor de la escuela.
Los quince años de Melisa
El cielo esta aquí en la tierra, lo
que vemos sobre nosotros, ese infinito, sólo es el cuerpo del cielo, ya que
nosotros nos encontramos viviendo, aquí, en su corazón. Las nubes todos los
días caminan en medio de cada persona, de cada perro, de cada gato. Estas nubes
no se han manchado con la tinta blanca de la imperfección, al contrario, se han
mantenido puras. Por tal motivo son difíciles de ver con los ojos mundanos que
tenemos sobre nuestro hambriento rostro. Para lograr estar de pie frente a
ellas necesariamente estamos obligados a tocarlas… no hay otra forma… no la
hay…
Si aspiramos a admirar el color rojo
de la rosa joven también tendremos que extender la mirada a las espinas
delgadas que crecen alrededor de su cuello. Ese es el precio de la belleza, nos
agrade o nos cause nauseas. Empero, esas ajugas verdes no causan daño si somos
cautelosos, si nosotros aceptamos el motivo por el cual cubren semejante cuerpo
precioso. Dado que tenemos que recordar que están para proteger y no para
atacar o defender.
Esos dardos naturales perfectamente
curveados que resguardan la piel de la rosa adolescente, según recuerdo,
nacieron a causa del implacable viento, en ocasiones agresivo, en ocasiones sumiso.
Lamentablemente fue él quien pulió la forma que tienen esas aletas de tiburón
que advierten del inminente peligro de rebasar su delgado límite entre tu
espacio y su inocencia.
Al menos de ello me percaté luego de
que sobre sus hojas, en forma de gotas cayendo hacia el suelo pero con el
semblante hacia el horizonte, dejaran de reflejar la luz solar sobre sus
células para dar paso al temple oscuro que, por carecer de mascara, dice la
verdad: no hay peligro, no hay miedo, no hay preocupaciones, sólo lo que es… la
más infinita y pura verdad: sus tejidos, abiertos sin lagrimas de dolor, se
presentan ante el enfrentamiento con sable de oro y resistencia de diamantes.
Asimismo, esta flor eterna deambula
hasta donde la raíz se lo permite, dado que aunque ella quisiera llegar más
lejos que los saltos del chita, sabemos que es poco posible por culpa de esos
lazos que nos entierran en un subsuelo oscuro, agusanado y muchos veces erizo y
muerto. Pese a ello, crece la planta por el divino instinto de la supervivencia
que le han heredado sus tatarabuelos a través de sus bisabuelos, conducto de
sus abuelos y cimientos de los padres.
De atreverse a desenterrar esos lazos
profundos que la unen a sus progenitores, con el origen de su existencia y con
lo que ella siempre creyó que es la vida, esos dulces y suaves pétalos estarán
condenados a romper la eterna maldición de lo no visible. Se verá obligada a
explorar algunos rincones esperando que la sorpresa no la defraude y de esta
manera pueda aproximarse al mar con sus infinitas olas que incitan a navegar.
Ese deleite, dicen los sabios, como
Buda, es la opción que llevó al universo a expandirse en centenares de
nebulosas, de polvo cósmico bellamente esparcido entre galaxias y materia
negra; también fue lo que obligó a las especies acuáticas a desarrollar
pulmones y piel gruesa, como la de los cocodrilos, a cambiar las aletas por las
patas y sus garras, como el ornitorrinco.
Por tal motivo, es preferible que
esos estambres, dagas de auroras listas para ser bien recibidas por la
buenaventura, no se aten a las cadenas de un volcán caprichoso que amenaza con
hacer erupción constantemente y asesinar lo que se encuentre sobre sus faldas,
sino lo opuesto, tomar esas pesadas cuerdas como parte de su armadura para las
adversidades del bosque de media noche.
Si, es cierto, podría perecer en el
intento, pero ¿Es mejor que seguir con los pies enterrados en una tierra que no
te corresponde? Aunque hayas nacido ahí no es motivo de peso completo para
sostener que deberás permanecer ahí hasta el inicio de tu renovación en la
fuente de energía. Es necesario imitar los pasos de movimiento que dan todas
las especies, incluso, los que dan las profundas corrientes marinas sin que nos
percatemos de ello.
Permanecer de frente y estáticos
amerita un fuerte sacrifico: la muerte de los danzantes, del músico que toca el
piano, la flauta y el violín; amerita el deceso del escritor y de su pluma, del
actor y su escenario, de todas las virtudes que nos engalanan con su presencia
en los eventos familiares y sociales: es casi asegurar que podemos crecer y
andar por los parques sin tocar la resbaladilla.
El oxigeno entonces se vuelve pesado y
tedioso para las venas, más que eso. Lo peor de todo es que ello se ve
infinitamente reflejado en la condición de las personas, se convierten en
zombies con los dientes amarillos, muestra del desgate que también sufren sus
huesos, la garganta, el riñón y todos los órganos que adelantan su jubilación
antes de que el cuerpo entero lo solicite. Pero así estamos acostumbrados y así
continuará por un par de décadas más.
Reitero, espero que su cáliz mantenga
ese fulgor suave hasta que por cuestiones naturales algún día tenga que
tornarse frágil, bueno, más frágil de lo que ya es, pero me refiero a ese
momento en el cual su resequedad alcance hasta al último colchón de sus hojas y
entonces tome el color café, semejante al de la piel morena, para coronarse
como reina del tiempo y de la vida misma.
Por ahora me conformo con admirar los
cuarzos azules sobre sus espinas, sobre los pétalos y sobre ese torso joven y
delgado que baila al lado de una melodía que algún día recordará cuando se dé
cuenta que el pastizal que se encuentra cerca de ella ha crecido demasiado ocasionando
que le impida a su vista transitar por la otra planicie. Para ese momento,
sonreirá con la dulzura que caracteriza a la música instrumental.
Por ahora también me conformaré con
contemplar a las abejas que han llegado con ella desde ese lejano viaje que
todos hicimos antes de llegar a este mundo. Abejas que ahora se lucen cuando se
arrodillan y agachan sus alas ante el radiante color de este botón azul rey
mientras los silbidos de los canarios y los más finos gorriones se deslizan entre
lo insípido de la intemperie.
Esas cuatro abejas han dejado, por
conveniencia, los aguijones lejos de estas tierras fértiles, enterrados en lo más
profundo de los cartílagos montañosos del olvido, donde seguramente
permanecerán hasta que su misma forma sea carcomida por el hambre de la materia
que solicita la presencia de todo aquello que posee tan sólo unas pequeñas
gotas de la energía universal.
Esa bravura que los ha caracterizado
entre las demás especies, sutilmente se disuelve entre los parpados de todos
los espectadores con cada desliz que dan sus zapatos debajo de sus pies sobre
la espalda rígida de la tierra. Por primera vez mis ojos pueden comparar la
ferocidad de los zarpazos del león con el apapacho de un gato tierno que se
acerca por las noches a la hora de la cena.
Es demasiado grato al firmamento eterno
unir los contrastes que reinan sobre este incomprensible mundo para fundirlos bajo
una sola llamarada que coexista en medio de unas condiciones que son tan
volubles como el mismo carácter humano. Empero, gracias a ello, el polvo
cósmico que nunca se agota abraza a los forasteros que por casualidad
decidieron transitar por países muy lejanos a su imaginación.
Las palabras que se convierten en
ecos que resuenan más fuerte que el mismo trueno, así como aquellos brazos
fuertes que están siendo criados para cuidar vacas y sembrar habas, dejan de
mostrar sus venas para que el viento acepte su propuesta de orientarlos dentro
de las finas y secretas artes del movimiento sensual, sublime y de respeto.
Fueron los elegidos entre muchos y para no permitir que se manchen sus cuerpos
por una palabra que incurra en el olvido, hacen frente a sus promesas que
mantienen firmes como las rocas que no se conmueven ante los golpes azotadores
de las mareas: ellos nacieron para danzar.
Apuesto a que el sol y la luna,
engendradores de muchos de nosotros, también festejan con el vino del calor su
ardua labor para con estos seres cuya sonrisa desconoce el nacimiento del fin,
pues se haya recostada sobre el recuerdo que no se extingue dado que es
resguardado por la sensación de la paz que ocasiona la gran explosión de
emoción que revela un sinfín de dinamitas rojas de delicadeza, de esfuerzo, de
amor, pero sobre todo de cooperación entre amigos y familiares: virtud por
excelencia entre los verdaderos hombres que han dejado a un lado el egoísmo y
lo han cambiado por la suntuosa empatía.
Las abejas se alzan y alcanzan lo que
parecía imposible. Forman un círculo alrededor del botón color rubí y suben y
bajan, como los caballitos alrededor de un carrusel. Se detienen para acercarse
lentamente al centro de sus tributos, dejando al espectador el regalo de un
tornado que no destruye y no produce lamentos, sino admiración y reflejo de
centenas de ensueños.
Ofrendan respeto y veneran la
virginidad que resguardan sus mejillas. Dan un paso hacia afuera y mágicamente
sus alas se transforman en sables con punta de velas, cuya flama el viento se
encarga de hacerla temblar como al mismo mar hasta que la desaparecen para dar
paso al nacimiento del pavorreal que fluye en medio de esa flor. Todos los
invitados admiran y es imposible voltear hacia otro lado: finalmente una trampa
que no asesina pero si rehabilita, ha sido, después de tanto tiempo, empleada.
Hay llanto al ritmo del amante que
choca las cerdas del violín en contra de sus cuerdas. El regalo de las
maravillas se resume en que en lugar de dolor florecen las mejillas rojas, los
gestos de dulzura, los ademanes de cordialidad y los círculos infinitos de
aplausos: ella lo ha logrado, aquella rosa con espinas, aquel botón con piedras
preciosas: Melisa, la mujer quinceañera ha ejecutado un vals incomparable en
apoyo de sus abejas, sus productores de exquisita miel, de aquellos que
conformaron el cuadro de chambelanes aquella noche sabatina de febrero.
Una amarga noticia
Ahora que me detengo a observar la
luz del foco de la habitación me doy cuenta de que prefiero la oscuridad. La
luz no se puede distinguir ni admirar durante la claridad del día, pues
lamentablemente se pierde, se vuelve invisible ante nuestro sentido perspicaz
de la vista. En cambio, durante la noche, en medio de la oscuridad, la luz se
manifiesta, se hace visible, se hace presente para el ciego y para el
necesitado: sólo ellos pueden percibirla pese a andar en campos crudos: de esta
manera la valoran más, la cuidan más, no sólo la buscan y la protegen, sino que
la preservan por ser quien es, dado que al final de todo cumple su cometido de
brindar apoyo a las criaturas que por si solas no pueden generar iluminación.
Por ello, además de que aun somos ciegos,
también somos insignificantes. No es porque demerite nuestra inteligencia, tal
sea la de Issac Newton, la de Aristóteles, la de Sor Juana Inés de la Cruz, no,
no demerito el esfuerzo que cada uno colocó en llevar a cabo su razón e ingenio
a uno de los más altos niveles concebidos en este planeta, sin embargo,
continuamos siendo unos diminutos peces en el agua, o más que eso, pues nuestra
mente es más cerrada dado que la fauna marina domina más de las tres cuartas
partes del planeta y nosotros apenas si el cuarto.
Es en este momento cuando pienso
¿Quiénes son los que están atrapados? ¿Ellos o nosotros? Y me respondo: ellos
fueron capaces de dejar sus océanos, sus raíces y su madre para evolucionar y continuar.
Nosotros, por el contrario, no hemos tenido la sagacidad suficiente de retornar
a ese hogar que abandonamos hace millones de años y tampoco hemos logrado
avanzar más allá de nuestra atmosfera terrestre: Simplemente estamos
estancados.
El esfuerzo que lograron nuestros
ancestros se perdió ¿En dónde? Quien sabe… solo sé que ahora nos hemos quedado
como un infante llorando en la esquina de un parque desierto porque no hay
quien llegue a consolarlo; el berrinche nos ha alcanzado hasta el grado de bloquear
el amor por nosotros mismos y no activar el movimiento de las neuronas para
salir del fango que ahoga nuestras gargantas, impidiendo la fluidez energética
que diariamente nos bendice.
La razón que una ocasión nos libró de
la extinción hace centenas de décadas, ahora nos amenaza con regresarnos a la
era de la muerte, de la deshumanidad, de la putrefacción que progresa
constantemente en medio de la podredumbre. Posiblemente venga a nuestros pies
desnudos un suplicio más profundo que el mismo dolor: la locura colectiva que se
manifiesta diariamente en las rutinas que giran alrededor de nosotros para
conformar ese margen llamado cotidianidad.
La curiosidad nos ha dejado en medio
de una isla volcánica que no se destruye, pero tampoco permite el crecimiento
de las flores. Esa es la mayor de la carencia que nos aquejan como especie. Se
ha arrancado de la frente aquello que nos movía hacia nuevos horizontes, en la
búsqueda de respuestas infinitas que una ocasión descubrieron los filántropos y
sabios. La cicatriz sigue abierta, sangrando, con una infección que causa
tremendas alucinaciones. En su lugar no quedó una biblioteca vacía, dado que los
estantes pueden cubrirse con nuevos libros, sino un enorme vacío. El problema no
es la ausencia, sino en que lo que ha quedado es desconocido para el
entendimiento humano: ignoramos su nombre, su significado y su esencia. De lo
que estamos seguros es de que es algo que está derrumbando lo que las manos
civilizatorias construyeron una vez. Nos hemos corrompido.
Si mi boca gritase y hablara el
idioma universal, le pediría al sol que nos regrese ese instinto disuelto, que
con su poderosa mano extienda sus brazos hacia la superficie terrestre: que
desgarre la capa de ozono y que nos amenace con los rayos ultravioleta, que
destruya nuestra piel, que infecte nuestros órganos y que desmiembre cada una
de nuestras partes, a ver si con ello se reviven los sentidos dormidos y seamos
capaces de regresar a ese instante donde nuestra evolución abordó el barco fantasma
que nos dirige a una catástrofe inminente.
Después de tantas revoluciones,
tantas luchas que se llevaron a cabo en favor de la tolerancia, el respeto, la
libertad y el amor por la equidad al parecer han sido lluvias temporales cuyos
acuíferos se visten con la resequedad del carbón ardiente. Los líderes cuyas
manos ostentan el cetro de la ordenanza se mantienen bajo la misma resonancia
sin percatarse que esa melodía rompe los tímpanos del jilguero que ha sido incapaz
de afinar sus oídos, viéndose obligado a escuchar un eco que ensordece,
despertando el cáncer que ataca las cuerdas bucales y condenándolos a quedarse
sin voz y sin música.
Bien es cierto que la claridad del
mar llega cuando la tormenta ha dejado de azotar las masas de agua, pues bien,
los tiburones y las tortugas aún así han aprendido a nadar en medio de la
tempestad, al contrario de nosotros que buscamos afanosamente un refugio, una
salvación para aquello que no nos pertenece: la carne que ha sido prestada y
tenemos miedo a devolverla para volver a esa energía pura de la cual escapamos
por un momento.
Aquí uno de los errores universales:
creer que algo es nuestro cuando en realidad no lo es, dado que somos parte de
un todo, de un conjunto infinito que va y viene por capricho de su naturaleza
la cual no se puede modificar ¿Por qué no comprender eso que nos amarra al
sufrimiento, al miedo y a la ira? ¿Por qué tener que batallar con algo que es
necesariamente inevitable?
La muerte… la muerte es a lo que me
refiero, a la partida hacia lo desconocido. Es cierto, lo admito, admito de
frente: el alma se acongoja por tal batalla que se avecina entre los familiares
del moribundo, como lo fue con mis tíos y tías tras el aparente fallecimiento
de mi abuela Celia, empero, tras esa experiencia, debo de dejar en claro que
ellos sufren por causa de lo que vendrá después, más de lo que aprecian sus
ojos.
No lograron manejar la situación:
lloraron, gritaron, se empujaron, se echaban la culpa unos a otros demostrando
el lado ciego de la racionalidad, su falta de organización e iniciativa;
trayendo a la superficie esa falta de educación y cariño que no se les enseñó y
que también fueron incapaces de descubrir por si mismos, dado que tuvieron una
miseria de curiosidad en cada migaja de pan que llegaron a sus estómagos.
No alardeo de que la tristeza merodeaba
en medio de mis ojos o que las lagrimas no se hayan derramado por motivo de tal
acontecer. Así fue… así fue como también se inundó mi espíritu bajo el ángel de
la preocupación clavando su espada en mi columna dorsal, contaminando de
incertidumbre todo el interior de mi cuerpo, apagando el brillo de la sonrisa, opacando
la energía que reposa sobre mis articulaciones.
Yo lo permití, fui incapaz de ver que
tenia un escudo, un arma que era capaz de blandir aquel tumulto canceroso que
se extendía más allá de mis músculos. No cabe duda de que lo mismo transitó Toño
cuando falleció doña Ester, su madre; o Rafael, mi amigo del restaurante ahora
que su papá ya no se encuentra en este mundo, o el caso de mi estimado canguro
cuya madre se encuentra en agonía por la dialización.
Son estos momentos donde cruza una
sensación extraña de dolor que retiembla por todo lo que creemos que nos
pertenece. Lo único que puedo aconsejar es visitar y consentir a esa persona antes
de que regresa al lugar donde moran las fragancias sustanciales, además de abrazarla
y amarla, felicitarla y quererla porque, aunque algún día nos reencontraremos
en otras vidas, por ello será necesario frecuentarla mientras este acompañándonos.
Después, como dirían los sabios, no será tarde, simplemente el encuentro se
retardará hasta una infinidad de tiempo.
Es menester mantener la riqueza, el
lujo y la codicia en niveles que puedes manejar, ya que si no aspiramos a ser
ricos ¿Cómo vamos a querer salir del estado de mediocridad en el cual ahora nos
encontramos? Si nos hallamos lejos del lujo ¿Cómo podremos convencer a nuestras
mentes que vale la pena trabajar? Si no tomamos la copa de la codicia ¿Cómo
lograremos alcanzar con nuestras propias manos la copa del fruto de la
victoria? No dudo que la caja de las virtudes tenga en su interior herramientas
más honorables que aquellas que sirven para asesinar el vientre de los
oprimidos, no lo dudo; en cambio, no se debe de desperdiciar ni un granito de
todos los defectos.
El sol se apaga pero volvemos al
mismo circulo interminable: ya existe la luz artificial y aunque no fuese de
esa manera, cuando caminas en medio de un camino oscuro y desconcertante, donde
a tu alrededor solo hay pinos, arboles y campos de cosecha, donde el cielo es
el único que brilla a causa de las estrellas, y donde la luna es capaz de
guiarte aunque no posea luz propia, te das cuenta de que tu mismo conoces el
camino seguro a seguir para alcanzar el final del sendero. Ese trayecto abona a
que el espíritu eterno se desarrolle y revitalice el agua dulce, el agua de la lluvia,
de los lagos, ríos y mares que serán la fuente de la flora y fauna tanto marina
como silvestre, aunque cada uno continúe hacia otros pueblos.
Son la distancia entre los pueblos lo
que le permite a la agonía serenarse para retomar el arado que trabaja sobre la
tierra para dar nacimiento a la cosecha. La maleza puede que también fluya, más
no por ello se tendrá que desterrar dado que es un nuevo principio: un alimento
provechoso para el insecto, el ganado, el hombre, incluso no se tiene que
descartar la idea de un posible remedio natural para lo que puede ser un malestar,
pues a medida que nuestros pasos se vuelvan más débiles y lentos, descubrimos
el poder de delegar sabios consejos.
Una despedida digna para Oscar
No paso mucho tiempo después, si
acaso unas tres semanas, cuando el festejo de Melisa todavía se hablaba por las
calles de Villalta. Algo se decía sobre su vestido, sobre el pastel, sobre el
baile, los recuerditos y la comida que sirvieron ese sábado. Pese a lo sencillo
del evento por tratarse de una familia que va sacando el pan de cada día con el
sudor de la madre y los hijos estudiantes de secundaria, me atrevo a resaltar
que ha sido una de las experiencias más renovadoras para un frente vieja y
cansada, con corona opaca y oxidada cuyo cráneo se localiza arriba de mi
cerebro.
En la escuela los chicos comentaban y
comentaban lo que había sucedido durante el baile posterior a la presentación
del vals y el reparto del pastel, pues las parejas de baile se dejaron formar
hasta pasada las 3 de la madrugada de aquel domingo. La cerveza y el pulque se
hicieron presente entre los invitados y hasta en los colados. Pese a ello, no
hubo accidentes o algún acto que lamentar o al menos eso se rumoraba entre los
infantes de Villalta.
Las venas rotas de mi madre a causa
de su soprepeso, presión y azúcar alta, así como la infección en la garganta de
Lupita que se extendía hacia sus ojos y oídos, continuaban creciendo cada según
su rumbo. Dado la distancia que me separaba de la presencia de mis seres
queridos, mi tía Laura y Malena se encargaban de mantenerme al tanto de lo que
sucedía en casa de mis padres. En cambio, a la maestra no le fue tal mal puesto
que por lo menos mis consuelos no le hacían falta.
En cuanto a los niños, muchos se
dejaban llevar por la emoción y la ansiedad que provoca el saber que pronto
dejarán el aula de tercero de secundaria, para alcanzar, de ser posible, los
pupitres de primero de bachillerato. Otros, por el contrario, como en el caso
de Juan Diego y Andrés, daba inicio su etapa laboral a tan sólo los 15 años
cumplidos. En México eso no es raro ya que la escasez de dinero, después de más
de 50 años de reformas, continúa siendo un asunto de cada día.
Una piedra en medio del camino parece
no lastimar a quienes transitan por su espalda, ya que su cuerpo deforme es
parte de otras muchas piedras que existen. Si un caballo se ha quedado sin su
herradura tal vez le produzca cierta molestia, que, a la larga, resultaría
cierta dificultad para cabalgar. Al caminante podría ocasionarle disgusto
cuando sienta la naturaleza del suelo sobre la planta de sus pies por motivo de
una suela desgastada.
La piedra también puede formar parte
de los cimientos de una casa. Ese tipo de piedras, por ejemplo, no sólo causa
un bien para el constructor y quien ha de habitar ese hogar, ya que resistirá
los movimientos que realizan las placas tectónicas. También recuerdo a los
diamantes, las esmeraldas, el rubí o los cuarzos, los cuales, de igual manera,
son piedras preciosas.
La cuestión aquí es ¿Qué determina a
cada uno de ellos ser una buena piedra o una mala piedra? Por simple inspección
yo respondería que quien tiene la responsabilidad de determinar eso es aquel
que se ve afectado por alguna característica o utilidad de la piedra, dado que
su composición ya esta dada por su proceso de formación. Aquí yace el tesoro
del asunto de Oscar.
Oscar, el buen Oscar, transita por su
estado similar al de la piedra. Si el se encuentra en medio del sendero de
forma estática, seguramente habrá con quienes comparta esa grandiosa similitud
de permanecer inertes ante la vista de sol y de la luna, así hasta que su
cuerpo sea consumido por el viento, el frío y la cantidad enorme de calor que a
diario nos proporcionan los rayos ultravioleta.
En ese estado, Oscar permanecerá sin
causar molestia alguna, pero ¿Qué sucede si uno de sus hermanos toma el papel
del caballo y necesita de su apoyo para lograr transitar al otro lado del
camino evitando la mayor parte de los inconvenientes que le podría ocasionar
una piedra? Entonces, el buen Oscar pasaría de ser una piedra que se alinea a
la demás para dejar ese modo estático para entrar al estado de estorbo.
¿Y si el caminante resulta ser su
padre, viejo y cansado por permanecer a otra era tecnológica, necesita de un
camino cuya piedra se compadezca de él para que no le lastime los pies
arrugados? ¿Será acaso Oscar una piedra necia que obedeciendo a su naturaleza
desconozca la sangre que le dio vida y permanezca quieto ante lo que en algunos
momentos lo puede necesitar para alcanzar una comprensión de las exigencias del
nuevo mundo?
El desacierto, hijo de la incertidumbre,
se envuelve en medio de mis colas neuronales para impedir que la corriente
eléctrica sea visible para mis retinas, dejando en completa inmovilidad a mis
músculos por motivo de la inseguridad, prima cercana del desacierto. La ventaja
de ello es que la hoja blanca de la vida puede ser cubierta por nuevas palabras
cuyo grafito sea del lápiz del ingenio y la imaginación renovada.
Por tal motivo, aunque las nubes
grises quieran azotar los campos de cultivo con granizo que amenace la quema de
la cosecha, por experiencia predeciremos que los ríos se volverán más anchos,
mientras que los lagos y lagunas tomarán más espacio terrestre y un grado de
mayor profundidad, lo que va a permitir que tengamos el suficiente liquido para
calmar la sed diaria.
Lo mismo podría suceder con Oscar: de
ser una piedra que origine dolor, tristeza, decepción y preocupación, también
puede que sea una piedra que de pie al crecimiento de largo y altos muros que
resguarden, no sólo a sus hijos sino también a su demás familia, de la furia
que descarga el cielo con grandes cubos de hielo, con esos ecos que tiemblan y
resuenan desde las orejas hasta el interior de los tímpanos; de las mareas
solares que carcomen poco a poco el color fresco de la piel y de la pintura;
así como del polvo que es levantado por la danza clásica de los cuatro vientos.
En este caso, el constructor que se
apoye de Oscar será bendecido y recordado por las generaciones que lo hayan
conocido. Si el oasis del olvido lo permite, una generación más pronunciará el
nombre del constructor, aunque si el oasis lo prohíbe, de igual manera el bien
que trasciende ya lo habrá hecho en el inconsciente. Por tal motivo, la
ganancia será infinita.
Y si la fortuna, esposa de la suerte,
escucha el nombre de Oscar, decide acercarse para conocerlo, descubrir sus
inquietudes, entender sus necesidades, conocer sus saberes, platicar de sus
habilidades y compartir sus sueños, estoy seguro que ira a visitar a sus
amigos, el esfuerzo, el trabajo, la persistencia y a la tranquilidad, para que
lo ayuden a dejar ese estado rasposo que ha heredado por uno más liso y suave,
como aquel que tienen las piedras de río: con diferentes tonos coloridos
vistosos y llamativos a la vista de todos.
Ya que si el tiempo también decide
participar en este festejo trayendo consigo su capa del aprendizaje y la espada
de la ejecución, aunque la fortuna tenga que partir con su esposa y la mayoría
de sus amigos, Oscar habrá dejado el carbón que una vez fue para convertirse en
un esplendoroso e invaluable diamante, y no porque no lo sea, pero como dicen
por ahí: continúa siendo un diamante sin ser pulido.
Es más, porque conformarse con ser un
diamante cuando incluso puede aspirar a ser un rubí, una esmeralda, un gigante
y radiante jade que brille con la luz que la luna roba del astro solar ¿Qué es
crucial para que se rebase tal objetivo? Que Oscar aprenda a dialogar con el
tiempo, para que éste le enseñe a utilizar la capa del aprendizaje y la espada
de la ejecución.
Al menos eso fue lo que le recomendé
a doña Micaela, mi abuela y madre de Oscar, aquella tarde de lunes que se
apareció en la escuela con el alma del diablo dominando sus ojos y con las
ideas revueltas. Ella no sólo demandaba que su hijo fuera considerado inocente,
sino también exigía la claridad en el misterio de los rayones y las groserías
plasmadas sobre una recién pintada pared, en el cual su niño era el principal
sospechoso por la similitud en la escritura.
Los eventos habían ocurrido un martes
de hace dos semanas, aproximadamente, luego de haber culminado la hora de
receso. Las palabras con plumón negro eran tanto ofensivas para el alumnado
como dañinas a la propiedad de la institución. El acto no resultaba del todo
ser tan grave: pues había pintura para cubrir las palabras obscenas. Lo que
estaba en peligro era la impunidad del asunto, y ya hemos visto lo que ocasiona
la impunidad a grandes escalas: tanto ira y descontento social como la
reproducción de los hechos por otras personas.
No estoy seguro de que el castigo sea
la mejor herramienta para resanar lo que ocasionó el error. En su lugar dijo
que sería mejor una actividad física o de labor social para dar a conocer que
hay remedios con resultados de beneficio común. Sin embargo, pese a dar esa
opción, doña Micaela y Juanita optaron por el retiro de su niño afín de evitar
un supuesto bullying.
Oscar fue marcado por el sello de la
baja definitiva en el ciclo escolar estando a cuatro meses de culminar segundo
año de secundaria, a la edad de 15 años. Ese día, en lo personal, fue una
perdida irreparable para aquellos que buscamos propagar una vida digna y
rodeada de sabiduría para el manejo adecuado de las circunstancias sociales,
pero también una ganancia para aquellas sombras que rodean a las almas
inocentes para esclavizarlas en una eterna selva de mentiras, donde estar a la
defensiva es crucial para sobrevivir, en donde si no eres predador simplemente
no sobrevives por mucho tiempo.
Lluvia de estrellas
Sobre las calles lodosas de Villalta,
así como por las sombras de mis pensamientos, son ya varias semanas las que
permanece ese extenso manto gris, el cual no se ha querido remover pese a la
llegada los cantos melodiosos que ejecutan los canarios danzantes en símbolo de
bienvenida al ángel que anuncia el renacimiento de la primavera. El follaje de
muchos de los pinos que dominan la parte boscosa da inicio al desprendimiento
de la piel vieja que cuelga por debajo de esas extensas ramas secas, así como
aquella que cubre las venas que merodean la corteza del tallo.
Aunado a ello, el hielo se robustece con
ayuda de la tormenta de nieve que azota cada centímetro que dan los segundos.
Alrededor de aquello que alcanza a distinguir mi lucidez, puedo comprobar que
ese manto gris se ha convertido en un presagio de lo que se aproxima, y que es
necesario esperar con cierta cautela a que el mismo viento ayude a que regrese
la luminosidad del sol, no sin antes claro, descubrir el mensaje que ha de
dejarme las palabras inscritas secretamente en aquel manto gris.
Debo reconocer la ignorancia que ciñe
a mis parpados cansados. El brillo de estos ha sido carcomido por el despertar
a diario rutinario, y por más que procuro pulir esos domos oxidados, la lluvia
arruina mi trabajo e insiste en mantener su color amarillo corrosivo. Hay
ocasiones, en las cuales, le pregunto a ese ser supremo qué he de hacer frente
a las adversidades que amenazan con desprender mi carne de la sabiduría, y él
responde e insiste con el silencio que siempre lo ha caracterizado.
Hay millares de frases y palabras que
han de leerse con los ojos cerrados y con la guía de los sonidos que provienen
de la respiración profunda. Hemos de serenar nuestro cerebro a tal grado de
dejarlo que se vuelva a sumergir, como lo hacía cuando éramos muy pequeños, en
medio del corazón del mar, donde no hay agitación y tormenta, en donde los remolinos
no existen, y en aquel lugar donde los relámpagos nunca han manchado con sus
cuerpos la muerte de otros.
Siendo capaces de alcanzar ese
estado, la profecía se abrirá ante nosotros por instinto propio como lo hacen
los pétalos de las flores para recibir la llamarada de esplendor que les envía
el sol, y sea cual fuese la palabra divina que llegará hacía los senderos de
nuestro entendimiento, ha de efectuarse o ha de ser tomado para prevención de
lo que podría ser una desgracia irreparable.
Tras el fallecimiento de algunas
personas cercanas, la salida de Oscar, así como el manto gris que todavía
permeaba sin ser descifrado por la carencia que me bloquea, se acercaba el
deceso de un nuevo lucero, el cual brilló por determinado tiempo, pero parecer ser
que su energía se terminó, o tal vez, el mismo la dio por apagada. A esto me
refiero cuando hablo sobre las desgracias irreparables.
Brayan también se vio obligado a
tener que cursar por una situación de deserción escolar. Los motivos son tantos
y variados que se esconden entre un polvo oscuro y una neblina espesa, por lo
que a mis débiles ojos se les escapa fácilmente esa verdad. Lo mismo sucedía
con la actitud de los padres, sobre de todo de su madre, doña Alejandra, a
quién no parecía preocuparle la decisión de su hijo.
Recién iniciado el ciclo escolar,
doña Alejandra habló conmigo. Si es que la memoria no se arropa con la capa del
olvido, dijo que su niño tenía uno de los caracteres menos indomables que se
tenían en la comunidad. Su agresividad e inquietud le había costado la
expulsión de primer año hace algún tiempo. Aunado a ello, el niño padecía
ataques epilépticos por lo cual necesitaba cuidados especiales.
En lo personal, hasta ese momento
jamás me enfrenté a aulas que tuvieran en la clase a niños con algún tipo de enfermedad
como la que padecía Brayan, por otra parte, el carácter volátil y explosivo del
niño era común, dado que todos poseemos ese espíritu de liebre que aspira a
alcanzar su hogar, allá, en lo alto de la cúpula celeste y dormir sobre los antiguos
cráteres de la luna.
Por tal motivo, no me preocupaba
enfrentarme a ese reto, porque no siquiera era enfrentarse, sino aprender a
acercarse a la persona con su tipo de carácter. Supongo que eso es algo que la
mayoría ignora, sobre todos los padres que a diario conviven con sus hijos:
olvidan que también son seres humanos y que por ende poseen sus propias
inquietudes y anhelos dado que procuran alinearlos a un estilo de vida cuyo
sentido ellos mismos desconocen, incluso, desde los primeros años cuando
emitieron sus primeras palabras.
Esa oscuridad continúa haciendo de
las suyas a tal grado de plantarse sobre la tierra fresca y fértil de los recién
nacidos. La mayoría de los niños crecen con ese bloque que impide elevarlos de
su plano terrenal al plano celestial donde el potencial avanza como masa amorfa
para cubrir de un líquido espeso y nutritivo la mente que lo guiará a
comprender el motivo de sus actos, el desemboque de estos y el tránsito por el
plano divino sobre su presente.
Lo mismo me pasó a mí y me sigue
pasando constantemente, pero en el día a día procuro que se extinga un centímetro
menos esa larga y gruesa muralla de ladrillo que sólo encadena la fuerza
devastadora que se gesta en el interior de mis músculos. En ocasiones, cuando
vuelvo la mirada hacia atrás me percato que del oxido que contiene aquellos
aros metálicos donde la soldadura una vez los unió: tanto ella pierde esa
resistencia como mis brazos adquieren energía… muy, muy de cerca puedo sentir
como la verdad es respirada por mis fosas nasales para alcanzar lo profundo de
mi corteza y oxigenar las raíces que volverán a tomar una forma gruesa que de
batalla a las palabras infecciosas que escucho a diario.
El fruto, de ser posible, lo han de
saborear no sólo aquellos que extiendan sus brazos y entierren sus dedos para
remover la tierra que oculta la riqueza de la tierra, sino también aquellos que
sean unidos a mi por el mero hecho de ser parte de mis nuevas vidas, es decir,
aquellos que compartan los mismos ideales de fraternidad que un día yo tuve y
promoví mientras me fue permitido.
En el caso de Brayan, puedo mencionar
un pensamiento sustancial: mi acercamiento y el convencimiento que maneje con su
madre para evitar que el niño continuase con sus estudios, no fue el adecuado.
Es cierto, ella nunca se tomó esa molestia de caminar a la escuela y exponer la
molestia que a su infante le generaba asistir a la escuela, tampoco tuvo esa
iniciativa de presentarse a la casa de doña Maximina, donde sabía podría encontramos
(incluyo a la maestra) para atender el asunto.
Pese a ello, y por la grandiosa
fortuna de que el pueblo no abarca más allá de los 300 habitantes, logre estar
de frente con ella en una de esas camitas que solía hacer por la tarde. La
conversación fue tan larga como la flojera de la hormiga para levantar sus
alimentos. Doña Alejandra se defendió diciendo que respetaba la decisión de
Brayan, quien decía ya no querer estudiar puesto que prefería estar en el campo
trabajando.
Los pretextos de no enviar al niño a
la escuela por su enfermedad y por el carácter de demonio que este tenía, según
su propia madre, comenzaban a derrumbarse para dar paso a la liberación del
principal motivo por el cual el niño no asistía a la escuela: porque era
primordial llevar una cooperación para el alimento familiar ¿Cómo puedo
explicar eso? La madre cobró la beca por adelanta, razón suficiente para mandar
al niño a buscar otro ingreso extra… total… en Villalta reinaba la idea que los
niños asistieran o no clases, los maestros siempre los pasaban de grado, pues
al final de las administraciones sólo interesan las cifras, los números altos
que les permitan seguir haciendo de las suyas con los recursos del pueblo
mexicano.
Aquí doña Alejandra se convertía en
uno más de los millones de cómplices que prefieren velar y anteponer sus
intereses que los del futuro ciudadano de este único planeta que tenemos, y que,
por cierto, como muchos autores ya lo han dicho, ni siquiera es nuestro, pues
tenemos la facultad para administrarlo, pero eso nos convierte en los dueños,
sino es los principales responsables del mismo.
Pocos tenemos presente y entendemos que
algún día, y por desgracia parece que no lejano, el juez eterno y por
excelencia, el universo, nos llevará a un juicio único donde seremos
cuestionados nuestra falta de responsabilidad en el cuidado de aquello que se
nos prestó: tanto del planeta, de los árboles, los animales, los mares, ríos,
lagos y lagunas (incluyendo también los acuíferos). El castigo no será en
futuro, como estamos acostumbrados en esta sociedad, sino en presente: la agonía
invadirá el interior de nuestros ojos para hacerlos sangrar, quedando ahogadas
bajo nuestras culpas y, como dice los sabios escribanos que han sido
malinterpretados por los corrompidos filósofos, seremos eliminados del libro de
la vida: por haber propagado la destrucción de uno mismo y acarreando a las
demás especies: inocentes que sólo nos sirven para llevar a cabo ciertas
causas, que la mayoría, suelen ser engañosas.
Lo han dicho muchos y como en este
sentido no ha habido avance, sólo me resta volver a recalcarlo: me parece que, para
evitar muchas desgracias, debemos aprender a vivir como los animales, a ser un
poquito, un tantito, como ellos. Su sabiduría ya los orilló sobrevivir varias sequías, eras glaciares e incluso a loas rocas insensibles que todo lo arrasan
con su llegada: los meteoros. Ellos lo han conseguido sin destruirse a si
mismos y tampoco a la naturaleza. Lo mismo le recomendaría a doña Alejandra, si
pudiera escucharme dado que es algo que le comenté la ultima vez que vi a Brayan
cuando este caminaba con una sola borrega para ir a pastarla.
La antorcha de los olvidados
La belleza de la mentira se construye
a través de varios aspectos que provienen del falso conocimiento y de su
hermana: la ignorancia. Ambos crecen al mismo tiempo y se alimentan mutuamente.
Al paso de los meses, el resultado es la edificación de un solo entorno,
dejando afuera otros que, incluso, mejores pudieron ser. Al paso de los años es
muy difícil mejorarlos. Al paso de las generaciones el llanto y la esclavitud
toman el mismo grado de importancia que comer o respirar.
Empero, ante la sequía que azota a
ese mar generacional a causa de la belleza de la mentira, existe lo que algunos
denominan: las excepciones, las cuales se ven sometidas a una rigurosa prueba
de la casualidad y la recompensa, pues con su asombroso don de intervención
cuando el cielo permanece cubierto por una capa infinitamente gruesa de nubes
grises, logran que las plantas de sombra recobren la vitalidad ante la luz del
sol que mata a cada momento sus delicadas hojas verdes.
Al menos, eso fue la lección de piel
dura que tuve que los niños de Santiago Villalta me enseñaron aquella mañana en
la cancha de futbol rápido de Atlangatepec. La duda se acercaba para
reprocharme lo que hice mal durante todo el ciclo escolar, mientras que la
nostalgia buscaba la forma de consolar esa inquietud que me envolvía a causa de
los partidos en los cuales los niños participaban.
El torneo inició temprano, como a eso
de las nueve de la mañana. Debo mencionar que llegamos tarde dado que los niños,
la mayoría de ellos, llegaron tarde al punto de reunión. Algunos de ellos,
incluso, llegaron todavía sin haber decidido si nos acompañarían a participar
en aquel torneo. Tal fue el caso de Andrés, quién apenas pedía permiso para
asistir. Damarias iba y venía de su casa al punto de reunión, viendo quien
asistiría y quien no, aunque al final de cuentas, asistió. Lo mismo ocurrió con
Víctor y su hermano Irvin, quienes fueron con zapatos en lugar de tenis. En el
interior de la cabina se fueron Evelin, Raquel, Melisa y Armando, hermano del
ausente Oscar.
Durante el transcurso, los
estudiantes iban hablando de la rivalidad que ellos tenían con los alumnos de
la escuela secundaria de Tezoyo, porque según ellos eran los únicos que daban
batalla sobre la cancha, dado que los niños de la Herradura, Chapultepec, Santa
Clara Ozumba y Casa Blanca, sólo les ayudaban al calentamiento, aunque en el
torneo pasado éstos últimos se disputaron el primer y segundo lugar. Las mamás
que nos acompañaban, doña Amelia y doña Gregoria opinaban lo mismo.
Llegando al lugar del encuentro, la
adrenalina ya empezaba a asomarse entre los participantes. Observar las franjas
rosas y grises que portaban los uniformes del equipo de Santa Clara, con un
número determinado y nombre en la parte posterior de las playeras, a cargo de
Marisol, daban una sensación de organización y unidad superior a comparación de
los otros equipos.
En el caso de la Herradura, a cargo
de Lalo, el color que rondaba era el azul cielo con morado. Cabe mencionar que
entre los de su equipo había un joven que se ganó el sobrenombre de “casado”
por parte de Irvin, Víctor, Andrés y Diego, debido a que para ser estudiante de
secundaria se veía muy grade, tanto por su cuerpo robusto y espalada ancha,
como por el bigote que ya se le asomaba.
En el caso de Tezoyo, a cargo de
Giovani y Gabriela, el equipo portaba uniformes color negro con blanco. No
todos lo vestían, pero si en su mayoría. Además, era un equipo grande, tanto de
niños como de niñas, pues cada uno rebasaba a los 12 jugadores. Según los
entrenadores, habían estado en ejercicio constante desde hace al menos tres
meses antes de que se programara la fecha del torneo.
En cuanto a nuestro equipo, el de
Lupita y mío, no portaban color alguno. Lupita había mencionado semanas antes
que no importaba si ganaban o perdían, sino que la intención principal del
torneo era divertirse y convivir con las demás escuelas, por tal motivo un uniforme
no era prioridad para ella. Por otra parte, recibía mi apoyo por tal motivo y
también por el hecho de que no quería ocasionar un gasto a las familias de los
niños. Cierto, el uniforme te identifica como equipo, como unidad, empero el
que tiene talento simplemente lo tiene, no importa el color que vista o donde
se encuentre, pienso que eso todos lo tenemos más que claro, y eso he procurado
fomentar en el interior de mis enseñanzas.
Chapultepec y Casa Blanca no se
presentaron. En el caso de Chapultepec ignoro el motivo por el cual no
llegaron. Según los rumores por parte de la asistente, Cristina, fue porque los
padres de familia no dieron permiso para que los niños salieran de la escuela.
En tanto, los jugadores de Casa Blanca no lograron conseguir el apoyo de
transporte. Eso aunado a un problema grave por el cual transitaba la escuela:
al parecer una de las alumnas dejaba el aula, las libretas, los libros y los
colores, para tomar en sus manos pañales, baberos, mamilas, entre otras cosas.
Ese golpe fue devastador no sólo para
Casa Blanca, sino para toda la comunidad estudiantil que conocí cuando anduve
por esos rumbos. Más que un escándalo fue un caso para reflexionar sobre los
errores que se mantienen pese al avance de la tecnología, pues los celulares y
las computadores siguen mejorando con sus nuevas aplicaciones, pero el cerebro
del hombre parece que siempre será vulnerable mientras permanezca sumergido en
la inocencia y en el paraíso de los sueños eternos que nos describen día a día,
pero que ni uno hombre o mujer ha pisado por el simple hecho de que no existe…
o más bien no hemos logrado concretar, puesto que los cimientos están puestos
pero no hay manos trabajadoras suficientes para llevar a cabo la obra.
Las intenciones si están presentes ya
que puedo sentirlas en cada uno de nosotros. Lo que hace falta es el diluvio
detonante que inunde esas semillas que se encuentran muy en lo profundo de las
capas de tierra que las rodean a causa del desaliento y del desánimo. Las veo
en el esfuerzo que muchos de los niños colocan a diario en la escuela para
aprender algo nuevo o diferente. Y ahora también lo veo en cada gota de sudor
que derraman los jugadores al unirse como equipo para lograr un fin en común:
ostentar las medallas de la victoria y el trofeo del recuerdo. Algo que sin
lugar a dudas lograron los grandes futbolistas de Villalta.
El primer partido se llevo a cabo
entre Tezoyo y la Herradura. Ambos equipos no sólo mostraron sagacidad para
manejar el balón, así como esa tenacidad en sus piernas para dar una batalla
digna, sino que además mostraron su profesionalismo en el deporte aun a
temprana edad, pues no fue necesario que el arbitro marcara una tarjera roja o
amarilla. El único detalle es que alguien tiene que ganar, y ese alguien fueron
los niños de la herradura.
No se espero más de 10 minutos para
que diera inicio el siguiente partido. Esta vez los protagonistas fueron los
jugadores de Santa Clara Ozumba, campeones del año pasado, y los futbolistas de
Santiago Villalta. Es aquí donde lo increíble se hizo presente tanto en la vida
de Lupita como en la mía: ese mito de que entre los niños de nuestra secundaria
no había uno sólo que valiera la pena o brillara como lo hacen las luciérnagas
durante las noches finalmente se desquebrajaba como tierra seca sobre nuestros
dedos.
Se rompió el mito y se fortificó
aquello que Lupita y yo siempre defendimos a capa y espada: aquí hay talento,
mucho talento que todavía no se descubre, como sucede en muchos rincones de
México, los cuales por falta de recursos, apoyo y motivación se pierden en
medio de las ciudades industriales dentro de las fábricas que dañan su
personalidad y excavan agujeros vacíos donde vierten lo grande que pudieron
ser.
Los goles fueron clavados en el
interior de la portería de Ozumba principalmente por Andrés, Rodrigo y Diego. La
defensa estuvo a cargo de Irvin, al cual tuve que prestarle mis tenis con tal
de que lo dejaran participar. Puedo presumir que usé los tenis de la victoria,
una victoria en la cual no participé, es más ni siquiera contribuí, empero, a
la cual aboné con una insignificante acción. Vaya que fue una grata sorpresa
para mí que aquellos niños inquietos libraran toda esa energía en la cancha. El
marcador culminó 6 a 3, en favor de nuestros niños.
La tensión se mantenía y crecía en
los espectadores. El partido que se llevó a cabo Ozumba y la Herradura estuvo
demasiado cerrada. Tanto que fue necesario entrar a tiempos extra, dejando
tocar a los niños de Santa Clara la victoria por algunos minutos. El grito y la
porra para ese equipo resonó por en medio de las calles, y aunque el lazo de la
derrota acarició al equipo contrario, el apoyo por parte de sus aficionados no
dejó de verse a lo largo del torneo.
Al cabo de este partido, inició la
lucha entre los titanes de la Herradura y Villalta. La guerra se veía difícil
por el jugador “casado” que apoyaba al equipo, pero conforme pasaba el tiempo
del partido, la cortina de humo comenzó a esfumarse para colocarse a favor de
los infantes de Villalta, logrando dejar huella con un marcador final de 7 a 1.
Mientras tanto, el sudor no dejaba de correr sobre las camisetas de los
jugadores de Tezoyo, quienes dejaron ver su superioridad ante los futbolistas
de Santa Clara Ozumba, ya que los vencieron con un marcador de 4-2.
Era el momento de revivir lo que
muchos denominan un clásico: tocaba el encuentro entre Tezoyo y Villalta. Al
principio hubo mucha batalla por ambos bandos. Armando, el portero de nuestro
equipo no dejaba que el balón entrara pese a la constante invasión de la parte
delantera de Tezoyo. Lo mismo ocurría en el bando contrario. Empero, al minuto
7 el marcador se inclinó a favor del equipo “Los leones de Villalta” recién
bautizado luego de haber vencido Ozumba.
Al grito del ¡gol! Otra vez por parte
de la afición que apoyaba a Villalta no pude evitar que la alegría se dibujará
en mi uniforme negro, y más por motivo de la envidia que dejaban ver los
entrenadores de Tezoyo. El problema comenzaba a agradarse para los uniformados
de blanco y negro, pues el tercer gol fue anotado minutos después. Y es que las
jugadas sino eran majestuosas por lo menos eran astutas: Andrés, como chita, se
agachaba y se escondía entre los jugadores, pegando su vista siempre al balón.
En tanto, Rodrigo, tomaba ventaja de su baja estatura para saltar por el arco
que se formaba entre el concreto de la cancha y el cuerpo del jugador que le
impedía tomar el balón, obviamente, robándoselo. Ese tipo de detalles fue lo
que los llevó a colocar un aplastante marcador de 15 a 1. La victoria sobre los
de Tezoyo simplemente fue aplastante.
El viaje de las perlas
Recostado sobre mi fría colchoneta,
rodeado entre el cuerpo del silencio y de la oscuridad, lo único que puedo ver
es el techo que es sostenido por los cuatro muros que me alejan de la
intemperie. Lupita yace del otro lado de la habitación, tranquila y sumergida
entre los tejidos de sueño que han formado sobre su mente aquellos seres
mágicos que se encargan del descanso humano.
La nostalgia ha dejado su morada que
se encuentra en lo más profundo de los bosques, en donde el hombre nunca ha
puesto un pie, pero aun así ostenta hojas, ramas y semillas de dicho lugar en
el interior de sus bolsillos. Una tormenta extraña se avecina a Villalta, de
esas que no traen granizo, fuertes vientos, relámpagos y truenos intimidantes,
sino de esas que desbaratan la luz que emite el alma, de esas que retuercen al
cuerpo para recordarles que ellos y todo lo que a su alrededor gira se
encuentra hecho de papel.
Quien podría imaginarse que aún los
días con el sol colocado en la cúpula celeste puede sentirse un frío glaciar alrededor
del corazón y de las yemas de los dedos, imposibilitando a la garganta emitir
algún tipo de sonido o susurro, y llevando a un largo bloqueo de la
respiración, agitando al cuerpo, liberando la ansiedad en cada gota de sudor
que surge por la preocupación de lo que pronto vendrá.
Incluso, el dulce sabor del café al
cual estamos acostumbrados toma un sabor amargo e incipiente, el aroma tan
acogedor que cada grano libera al disolverse en medio del agua caliente o se
esfuma sin ser percibido o queda atrapado en el interior del grano para
extinguirse de forma espontánea o nuestros sentidos quedan tan aturdidos por la
tormenta que es imposible percibir el perfume del café, por más que éste trate
de embriagarnos como siempre lo hace.
¿Cuál? Yo grito a los cuatro vientos
¿Cuál es el motivo? Le grito a los dioses ¿Cuál es la causa principal por la
cual mi sangre se convierte en hielos gigantes tapando mis venas y dejando sin
oxígeno a cada uno de mis órganos? Grito, pero no hay alma que escuche… grito,
pero no hay ser vivo que acuda a mi llamada de auxilio… grito y aun así me
continúo ahogando con mis propias palabras… grito con la garganta seca porque
no hay gota de agua dulce que refresque mis cuerdas bucales…
Trato de ignorar todo eso que causa
resequedad a mi piel. Cubro mis ojos con la cobija que todavía me pertenece,
pero que muy pronto regresará a su dueño original y posiblemente la ocupe otro.
Ayuda muy poco tal acción, porque las especulaciones, como dardos venenosos, se
entierran en el corazón de mis neuronas para seguir infectándolas con esa
sustancia de inquietad y poco sociego: la verdad se acerca, es inevitable y
acongoja.
Finalmente me levanto y abandono el
colchón y las cobijas, ya que es imposible conciliar el sueño. Me dirijo a la
puerta y la perrilla gira lentamente, con el fin de no despertar a alguien más.
Afuera, en la calle, observó el cielo… ese cielo que hace ya casi un año me vio
llegar en una combi que en su momento fue extraña, y ahora, hasta el nombre del
chofer pronuncio: don Sergio.
Casi nada ha cambiado en Villalta,
bueno, a excepción de los niños que se han graduado: Melisa, Diego, Andrés y
Rodrigo ¿Qué les espera a la vuelta de su vida? ¿Abandonarán o continuarán sus
estudios? ¿Se dedicarán a un oficio o a ser mano de obra en alguna fábrica?
¿Habré sido el verdugo que en silencio los condenó hacía algún destino que no
les correspondía o logré orientarlos al camino que les corresponde?
Continúo observando el cielo blanco que
se viste de miles de puntos brillosos, los cuales siempre me embriagaron con su
exquisitez. La luna no se oculta, permanece firme allá en lo alto, parece
contenta y orgullosa por el tono gris que posee. Me pregunto si algún día
volveré a vivir una elotada, volveré a tener una navidad con un pino auténtico
o si disfrutaré de una rosca de reyes en medio de los cerros.
¿Qué será de Lupia y de todas esas
carcajadas que juntos solíamos dar? ¿Quedarán en el recuerdo de los lugareños o
quedarán enterradas entre los brazos de los cerros verdes que ahora se renuevan
gracias a la humedad que dejan las tardes eternas de lluvia? Las bromas, los
juegos, los chismes… de todas aquellas noches de platicas sin fin que tuvimos
durante todo el año.
¿Y de las mamás que será? ¿Qué será
de doña Amelia, quien yace sola con sus cuatro hijos? ¿Será capaz de brindarles
los consejos oportunos que prevengan los errores propios de su puberta edad? ¿Dejará
de ver los apoyos que le brindan los programas de apoyo social y mostrará más
energía para sacar a sus niños adelante? ¿Melisa finalmente recibirá apoyo de
su padre o continuará siendo un cero a la izquierda como sus otros tres
hermanos?
¿Y quién dominará sobre el pequeño Erick?
¿Será acaso su inteligencia para el español y las matemáticas o el carácter explosivo
que heredo a causa del maltrato que recibió desde los tres años por parte de su
ignorante progenitor? ¿Aprenderá Jonatan y Amanda a leer y a escribir o pasarán
otro año más deletreando y comiéndose las letras como Víctor? ¿E Irvin?
¿Terminará la secundaria a sus 17 años o hasta los 18?
¿Cuántas faltas tendrá Damaris el
siguiente ciclo escolar ahora que su hermanita cumplió los dos años? Belén, su
hermana ¿Centrará su mente en el trabajo o saldrá embarazada de alguno de sus
novios? ¿Tendrá hijos de tres diferentes hombres como le pasó a su madre, doña
Josefina? ¿Qué?... ¿Qué sucederá con todos en este lugar? Con doña Alejandra y
doña Maximina, las hermanas huérfanas de padres que tuvieron que crecer con los
tíos a causa de un matrimonio fallido…
Tantas, tantas historias llenas de
heridas que escuché y otras que preferí ignorar ¿A dónde irán a estancarse?
¿Serán maldiciones del lugar que hechicen a la nueva generación o el agua de
purificación será alcanzada por los labios de cada uno de los moradores? Sólo
las estrellas conocerán sus caminos, por lo cual, les suplico tranquilamente
que sea uno más cómodo, ese es mi deseo.
No fumo, pero en estos momentos
necesito un cigarrillo. He escuchado a un puñado de hombres asegurar que
aquella droga tranquiliza, serena, apacigua en tiempos de maremotos. Pienso que
es mentira, pero vaya que si me hace falta. Estoy tranquilo, respiro el último
oxígeno puro que recibiré de estos bosques de pino, dado que, desconozco el
lugar que mañana estaré pisando.
¿Qué me resta decir?... nada que
reclamar… sólo agradecer… agradecer a este pequeño pueblito por haber
compartido conmigo sus secretos… los secretos de Villalta que ahora retumban
entre las paredes de mis venas, entre cada ladrillo de glóbulo rojo que algún
día se secarán en el interior de un ataúd, en medio de la tierra y debajo de
los pétalos coloridos con que se engalanan las flores.
Secretos que de ser exhibidos podrían
ser pergamino de orientación para muchos en el futuro, y de esta manera,
prevenir de alguna manera lo que tiende a ser mejorable. Secretos que son
necesarios colocar sobre la mesa que sostienen los alimentos durante los
domingos familiares, o sábados; o que quedarían muy bien como adorno debajo del
reloj que a diario revisamos para llevar a cabo nuestras actividades; secretos
que no caerían mal como fondo de pantalla en el celular.
Secretos que destrozan cada una de
las partes que conforman mi cuerpo, revientan la carne de mis dedos desnudando
el esqueleto que de blanco paso a amarillo… secretos que rompen las costillas y
que tumban los pulmones y deshacen como ácido cada órgano que a su paso se
encuentras… secretos que estiran las extremidades hasta desquebrajarlas
haciendo resonar el núcleo de la tierra… secretos que colocan los lentes sobre
mis ojos humanos para leer la verdad.
Porque el día gira y con él un cofre
maldito, viejo, feo y oxidado, que está sumamente cansado tanto por la edad,
dado que es más viejo que el mismo universo, como por el peso excesivo del cual
se ha acaparado por la cantidad inconmensurable de verdades que sobre él
descansan. Son tantas las palabras que resguarda sobre cada una de sus esquinas
que podría asegurar que estamos frente a la biblioteca más extensa que la
propia naturaleza haya construido para sí misma.
Son tantos los secretos y siempre con
el mismo mensaje que la mayoría están cansados de escucharlos, pero no de
reproducirlos. Son tantas las mentiras que es preferible acercarse a ellas,
dado que es más fácil acariciar el velo de la ilusión que saborear lo que suele
ser el amargo suplicio de la verdad. Simplemente, parece que es algo cotidiano:
un ancla que nos amarra inevitablemente al oscuro e incierto fondo del mar.
Fin
Comentarios
Publicar un comentario