A la sombra del Roble
A la sombra del roble
Ese
tulipán era diferente. En más de 500 años no había existido uno igual. Basado
en su gusto por las artes humanas comenzó a imitar algunas de las actividades
que observaba debajo del roble sobre el cual se encontraba. Al cabo de cierto
tiempo, el tulipán logró pintar sobre sus pétalos las imágenes de unos niños
jugando con una pelota de muchos colores. El agua que transitaba por sus venas
eran un espejo perfecto de aquellas sonrisas infantiles, y la pelota parecía
cobrar vida justo al medio día, cuando el sol se postraba frente a una gota de
lluvia de la noche anterior.
Además,
aquel delicado tulipán había olvidado como soñar. Durante las noches empleaba
su tiempo para perfeccionar otras habilidades: con sus largas hojas frotaba
los tallos de sus hermanos logrando así
imitar los sonidos acústicos de una genuina guitarra. Ese tulipán era diferente
y lo descubrí antes de ser graduado en primaria.
Cierta
ocasión, al medio día, una nueva melodía rondaba cerca de su corona. Escuchó
detenidamente el misterioso sonido, pero no, no lograba descubrir de qué se
trataba. Era muy joven todavía, pero había permanecido junto al roble el
suficiente tiempo para conocer los instrumentos de toda una orquesta. Recordaba
como había perfeccionado las notas musicales de algo llamado piano con tan solo
mover sus raíces y molestar al pasto que se encontraba cerca de él.
-
¿Acaso era algún otro instrumento
similar al piano? - Por un momento pensó en el teclado de aquel payaso de había
divertido a todo el público un 30 de abril.
-
Imposible - se decía a sí misma, un teclado no
puede ser.
Recordó
por un momento la charla que sostuvieron ciertos hombres con túnicas blancas y una especie de
árbol con ramas abiertas que imitaba a un hombre buscando la libertad absoluta…
-
¡que ridículo! - Decía el tulipán - mira
que una flor siempre podrá imitar las habilidades humanas, pero nunca un hombre
podrá perfeccionar las habilidades florales, ni mucho menos, arbolares.
Ese
día habían mencionado el traspaso de un instrumento llamado órgano.
-
¡Podrá ser ese! - Se dijo a sí misma,
pero la verdad no la encontraba todavía.
La
duda la consumía minuto a minuto sin ni siquiera poder preguntarle a alguien.
Todos los tulipanes del lugar sólo se concentraban en comer y existir, comer y
existir, no les preocupaba algo más, sólo comer y existir, una maldición que
pronto tendría sus consecuencias. Ese tulipán era diferente, lo descubrí antes
de terminar primaria y después de tocar el arpa.
El
paso del tiempo para las flores no existe, pero aún así su ciclo no puede ser
interrumpido, y la muestra de ello era el hermoso jardín que se había formado
en aquel lugar: bellos tulipanes de diferentes colores pintaban un paraíso
escondido y exclusivo para los insectos. El tulipán aprendió a bailar con ayuda
del viento: cada vez que este rondaba por su tallo dejaba que lo sacudiera
tenuemente mientras sus hojas armonizaban los movimientos dando el mejor
espectáculo de baile de todos los tiempos.
Y
de nuevo ese sonido misterioso. La indiferencia reinó sobre nuestro amigo, pero
a medida que el sonido se hacía más fuerte el tulipán no lo pensó dos veces y
volteo la mirada: una mano delgada y morena sostenía un tronco unido a otros
dos troncos formando una figura similar a la hoja acorazada pero hueca y con
los nervios de fuera. Aquella mano morena rosaba los nervios del interior de
aquella figura y el sonido más delicado que había escuchado encantó sus
sentidos.
-
¡Amelia! ¡Tenemos que irnos! – se
escuchó una fuerte voz a lo lejos.
Aquel
instrumento cayó al suelo justamente sobre las raíces del tulipán.
-
¡Pero qué regalo he recibido!- se dijo
así misma.
Dejó
caer algunas gotas que se encontraban encima de sus hojas y observó como no era
fuerza suficiente para hacer mover aquellos nervios. Aprovecho el viento y
sacudió fuertemente su cuerpo dejando caer una abeja y una mariposa que se
encontraban sobre sus pétalos, y aquel fantástico sonido volvió a escucharse.
Sabía
que para dominar al instrumento necesitaría un poco de ayuda porque no siempre
podía moverse y molestar a los insectos que llegaban a deleitar su belleza. Así
entonces con ayuda del tiempo logró colocar de manera vertical aquel
instrumento, el cual era sostenido por una de sus raíces. Posteriormente, con
ayuda de la lluvia y del sol fue creciendo de tal manera que su cuerpo rodeó
por completo a aquel misterioso instrumento. Sólo faltaba esperar los vientos
de otoño para convertirse en el tulipán maestro y amó de las hojas acorazadas. Ese
tulipán era diferente, lo descubrí antes de terminar primaria, después de tocar
el arpa y justamente cuando decidí partir.
El
otoño llegó con sus refrescantes vientos, las hojas del tulipán topaban con
aquellos delicados y tiernos nervios sobre la hoja acorazada. Sus encantos de
notas inundaban todo el campo a la redonda e incluso, algunos hombres curiosos
se acercaban para encontrar el origen del sonido, pero nadie lo hallaba.
La
última tarde de otoño, cuando el tulipán se disponía a tocar una nueva
composición observó un par de ojos marrones
que se posaban sobre sí. No sabía que hacer, nunca nadie le había puesto tanta
atención. Poco a poco una mano morena salía del bolsillo del vestido con miles
de tulipanes, tuvo mucho miedo pero mucha paz al mismo tiempo.
- mamá - encontré mi arpa.
- pues tráela - contestó la voz.
El
tulipán casi llora de alegría al saber el nombre de aquel instrumento
maravilloso que tanto había llenado de gozo su vida, pero no fue capaz de
sostener su corona al saber que lo alejarían para siempre de él. Había probado
la música celestial y no era posible vivir sin ella. Se aferró por un momento
al arpa, pero por otra parte no era suya, no podía quedarse con ella.
Mí
mano acarició y levantó la corona del tulipán, le di un beso y le dije:
-Yo
he escuchado las más sublimes melodías en muchas partes del mundo, pero ninguna
se compara a las tuyas. Siempre he sabido que tú eres la ejecutora de
fantásticos sonidos, aquí te dejo mi arpa que tanto has disfrutado como yo y te
dejo uno más. Ese tulipán era diferente, lo descubrí antes de terminar
primaria, después de tocar el arpa, justamente cuando decidí partir y por eso
le regalé mi única flauta.
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