Los muros de mi castillo




Vivir para pensarte: podría hacerlo eternamente.

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Me marea más el aliento de tu boca que la miel de tus besos que recorren mi cuello.


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Volar sobre cometas en medio de los brazos oscuros del universo es un deseo aberrante que surge tras la contemplación de tu rostro. 


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Son tus labios resecos los que me incitan a verte cada día buscando afanosamente reflejarme en el centro de tus pupilas.

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Es tu voz la que inclina el eco de mis palabras.

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Veo el sudor de tu frente e imagino los besos salados que te daría toda la noche hasta tu arribo al país de los sueños.


*

Divagar, divagar, divagar...
En eso se me ha ido la vida, y en sueños.
Y por lo visto es en aquello que continuará escapándose el tiempo entre mis nubes y rayos mentales.
Sin embargo, es lo que me ha traído justamente a este maravilloso momento en el cual estoy...

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-Si me amas, abrázame como si fueras la luna
-¿Cómo?
-Alrededor de mí por millones de años como ella lo ha realizado con la tierra...

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Soy el explorador que busca tu calor por medio del reflejo que dejas en la luna.

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Y rosé su sonrisa con esa misma petunia que había adquirido detrás del lago: bañé su piel chapeada carmín al tiempo que aromatizaba con jugo de arándanos el borde de su cabello logrando refrescar la intensidad de su mirada que se perdía con el sol de medio día a causa de sus ojos color girasol. No me detuvieron sus palabras ni sus manos: sino sus suspiros que contemplé con los tímpanos en lo profundo de mis orejas.

Al final del tiempo, cerré mis latidos, abrí mis pulmones y me dispuse a suavizar la lealtad de mis sentimientos con la correspondencia de sus emociones.

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La lluvia tiene el don de transformar los montes secos y amarillos en bosques húmedos y verdes. Seamos diluvio inundando con nuestros pasos y lo que ellos alcancen. 

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