Secretos de Españita



Secreto 1: Majkuali shijualakan



Te ofrecí los frutos más frescos de mi huerto cuando me visitaste,
pero tú preferiste la compañía más sincera que te dieron mis palabras.
 
 
La semana pasada había tomado la última dosis que correspondía a mi tratamiento. Pese a mi insistencia, el doctor había recomendado suspender el medicamento, porque según él, las mejoras eran notables en mi rostro. Anteriormente, comentando con doña Mau, ella decía que al último los especialistas mandaban una de refuerzo y culminaban con una radioterapia, con el fin de asegurar que las células cesarían su mal desarrollo. Tal idea me cubrió la cabeza y con tal idea me mantuve hasta ese momento en el cual me dieron de alta.

Los mareos de esa última inyección no fueron tan grandes o sofocantes ni tampoco el dolor de cabeza que debes en cuando tenía. Lo que sí había abatido a mi cuerpo era el enorme cansancio que sentía de cabeza a pies, pues era un agotamiento que me hacía tambalearme todo el día y toda la noche en la cama. A ello se le agregaba el constante sudor en las madrugadas sin tener fiebre. Pese a tal situación, fuera colchón, fuera suelo o fueran sillas unidas, todo era perfecto y acolchonado para que mi cuerpo tomara un descanso.

Debo confesar que durante los seis meses de tratamiento no hubo complicación alguna, ya que lo único incomodo eran los síntomas o efectos secundarios. Pero debido al último mes de trabajo, la presión se había intensificado a lo largo de todo el día con los requisitos que solicitaban para cubrir la demanda administrativa laboral. Ello me causó un desgaste más emocional que físico, y sea cual sea el motivo, el resultado fue una faringitis aguda.

Recuerdo que durante la tarde de domingo de la tercera semana de agosto acudí con el médico de urgencias en una de las clínicas del estado de Tlaxcala. Pablo, mi amigo, me acompañó ese día para que el doctor me revisara y me proporcionara el medicamento adecuado. Gracias a él, al día siguiente me sentí mucho mejor y logré recuperar tanto mis fuerzas como mi estado de ánimo, sin embargo, todavía tenía que lidiar con una semana de trabajo con carga administrativa, lo cual nuevamente me hacía perder la cordura.

Vaya que el señor de los cielos, el Dios de Jesús de Nazaret, escuchó mis plegarias e hizo que aquella semana pasara casi desapercibida, y es que, además de la carga administrativa, la capacitación dejaba mucho que desear, pues más allá de que resultara productiva y eficiente, desde mi opinión personal, resultaba un tanto tediosa, aburrida, pesada y cansada, pues como tal no había especialistas que nos guiaran en la materia para que el desempeño en nuestro trabajo fuera mejor, de mayor calidad y sobre todo, más equitativo y humano.

Aquí radicaba uno de los problemas de fondo que más me angustiaban, ya que en el fondo de mi conciencia había un nervio, una neurona, una vena, una idea que me sacudía y alborotaba la inquietud, que por sí sola insistía en no permanecer quieta, en torno al asunto de que… ¿Realmente estaré educando a los adolescentes en materias que sean tanto relevantes para su existencia tanto como para su desarrollo profesional? ¿O sólo continuaba reproduciendo las ideas más destacadas según los historiadores y científicos de las décadas pasadas?

Pese a que días anteriores ya había realizado una reflexión en torno a la educación y la que podría ser la más conveniente según el lugar, según el estado humano, pero, sobre todo, el fomento de la seguridad, la autoestima, la intervención en los asuntos públicos, y pese a llegar a una conclusión, nuevamente, parecía volver al punto de inicio, pues tal reflexión me resultaba otras vez poco satisfecha, corta, cerrada, sesgada, poco fértil para satisfacer los retos actuales.

Claro estaba también que la mente (la terrible y temible mente que busca destruirme y apuñalarme a cada instante porque lucha por apoderarse de mi parte bondadosa y con la cual firmo debes en cuando el tratado de paz sobre una hoja de papiro antiguo con tinta que se desvanece a las semanas de haber sido utilizada) debía permanecer lucida y mantenerse a los principios y virtudes universales que ella misma se había impuesto tras realizar un recorrido analítico-minuciosos sobre los saberes histórico-antropológico-cultural y haber escogido entre ellos lo que mejor le place para reconstruir los cimientos que se vieron desquebrajados durante el terremoto que me sacudió a los 16 años.

Por ello mi mente se afanaba en mantener un registro de todo lo que llevaba a cabo. Ella se encargó de reconstruir aquello que le sucedió a los días consecuentes luego de finalizar el periodo de capacitación. Entre lo rescatable de esas semanas, había sido la convivencia con algunos de los compañeros, como lo era en el caso de Oscar, cuyas palabras siempre me parecieron sensatas y llenas de prudencia. Asimismo, la compañía de Lupita también amenizó la dura jornada laboral, y que decir de la maestra Yuri, nueva en el programa, pero con un carácter muy agradable y jocoso con el cual me vi identificado desde ese momento.          

El lunes 5 de agosto del 2019 fui enviado de forma temporal a una comunidad que se llamaba Tepetomayo, perteneciente al municipio de San Pablo del Monte en el bello estado de Tlaxcala. La localidad se ubicaba a escasos 10 minutos de San Miguel Canoa, sitio famoso por el evento que sucedió hace ya más de tres décadas en donde unos estudiantes fueron masacrados por el pueblo, por órdenes del sacerdote por calificarlos de comunistas.

Marisol, una de las capacitadoras a cargo de nosotros, nos advirtió sobre ese penoso asunto y lo delicado que era tratar sobre él entre los habitantes de la comunidad de Tepetomayo, pues aseguraba que el hecho de mencionar la más mínima palabra sobre aquel evento sangriento era un motivo suficiente para que fueras malvisto, espiado, acosado y cuestionado por la mayoría de los lugareños.

Yo escuché atentamente las palabras de Marisol y decidí obedecerlas al pie de la letra dado su experiencia en el programa, además de que en ocasiones pasadas ella había sido un apoyo relevante para mí. Aceptada esa parte, no podría negar la curiosidad que me brotaba sobre indagar más adelante en el tema, utilizando la persuasión y la “pregunta detonadora”, sin embargo, sólo lo llevaría a cabo si la situación se prestaba, pues al final de cuentas, no pensaba arriesgar mi integridad física.

Desde muy pequeño tuve una sensación de atracción hacia las poblaciones indígenas (porque yo soy mestizo) por ser unas personas con diferentes costumbres, vestidos y tradiciones. Las lenguas, como el Náhuatl o el Totonaco, también ocasionaron en mí el despertar de cierto misticismo, magia, como si en ellas hubiera un secreto el cual era mi responsabilidad conservar y desentrañar. Siempre ha sido muy grato para mí admirar sobre todo a las personas mayores, cuyas canas es imposible esconderlas, lo mismo que sus conocimientos y experiencias, las cuales he considerado infinitamente enriquecedoras.

Ello posiblemente se deba al concepto de humildad sobre el cual ellos viven (desconozco a fondo sí también lo prediquen) y el cual me parece muy ameno porque es rico tanto en salud como en palabra, en bondad, en respeto, y, sobre todo, aleja del concepto de irritación, envidia y ambición. Esa identificación que tengo con ellos, hablando el asunto de la forma más tangible posible, tal vez lo que me motivó a colocarlos como personas de respeto, se deba a que yo crecí entre ellos.

Mucho ya he dicho sobre esa marca que me dejó el crecer con mis abuelos: seres tan sabios como humanos, porque debo aclarar que ellos tienen, como decimos por estos rumbos, cola que les pisen. De aquí, quiero suponer, surgió el concepto griego o incluso mexica sobre las deidades mitológicas mitad dios y mitad humano, lo mismo que en la cultura egipcia, sólo que aquí se agrega el concepto de la trascendencia. Tal es el apego a esos conceptos, a esos comportamientos y a esas personas que he llevado mi vida aspirando a ser como ella, a proclamarme a mí mismo como un personaje de humildad y sabiduría. Ello repercute en la alimentación de mi ego, pero también de una parte de mí que podría decir que se llama supervivencia. Incluso, en la actualidad, los estudios de filosofía, una parte, también invoca y refuerza esa personalidad veterana que subyace en mi carne de mediana vida.

            
Por tal motivo, el llegar y asistir a tal población, permitía que la sensación de curiosidad y el deseo que tanto tuve de pequeño finalmente se cumpliera. Para ese lunes, el reloj marcó casi las 10 de la mañana, y aunque la visita o llegada estaba programada para las 8 de la mañana, incluso, a las 9 a más tardar, todo aquel éxtasis quería tomármelo de la forma más calmada, lo más serenamente posible.

Antes de llegar hasta la comunidad de Tepetomayo (que, por cierto, tanto Marisol como la compañera Rosi del grupo de capacitación, me habían comentado que se encontraba ya en las faldas de la Malinche, por lo que era conveniente llevar abrigos suficientes y cobijas porque de vez en cuando las temperaturas podrían descender drásticamente aun siendo apenas las 4 o 5 de la tarde) tuve que hacer una parada en la carretera Vía Corta, la cual conecta principalmente a Apizaco con Santa Ana y a Santa Ana con la central de autobuses del estado de Puebla.

En el parque principal de San Pablo del Monte (una plazuela similar a la que se encuentra en la capital poblana y a la que se ubica en Izucar de Matamoros) me estaba ya esperando el profesor Guillermo: un hombre de más de 50 años que cargaba una maleta grande de color azul, al cual de inmediato identifique porque él mantenía esa postura de estar a la expectativa, mirando hacia alrededor, esperando que alguien se la acercara para identificarse y que finalmente tomará el autobús que sale para esa comunidad a dos cuadras de aquel pintoresco parque.

Tras tener el encuentro con aquel señor de cabello entrecano y arrugas con manchas difíciles de esconder, y habernos identificado (yo pienso que las maletas fueron la mejor evidencia), él me entregó algo que se llama carta de asignación y un formato de diagnóstico de la escuela, mismo que debería de llenarse a la brevedad posible una vez estando en la escuela con los padres de familia. A ambos documentos le sacamos copias en una papelería que se encontraba a media cuadra y que era atendida por una señora mayor, pero que tenía un buen sentido de cooperación y de humor. Aquellos documentos nos los solicitaría Alan, el nuevo asistente (o supervisor) que sería algo así como nuestro jefe directo. Luego de sacar las copias, y casi olvidar dar el pago correspondiente por el servicio, proseguimos a abordar el autobús que pasaba cada 15 minutos (o al menos eso había comentado aquella mujer que atendía la papelería y dos lugareños de la zona).

Ya en el interior del autobús y camino a Tepetomayo, sentados hasta la parte trasera del transporte público de color blanco con rojo, el profe Guillermo y yo comenzamos a dialogar para conocernos un poco. Después de todo, estaríamos conviviendo durante una semana en la localidad de San Pablo del Monte, por lo que ambos intuimos que lo mejor era dar inicio a una relación laboral amigable, de apoyo y de confianza.

Según lo que compartió conmigo, él había trabajado algunos años en el Instituto Tlaxcalteca de Educación para Adultos (ITEA) y desde ese trabajo daba inicio su experiencia como docente y ese agrado de trabajar en la enseñanza tanto con jóvenes como con personas que ya rebasaban los 50 años (es decir, gente de su generación y con la cual, supongo, era muy compatible). Su reto, ahora, sería otro, pues nosotros atenderíamos a adolescentes de entre 12 y 15 años.

En aquel trabajo permaneció durante mucho tiempo (las neuronas no me permiten recordar los años exactamente) hasta que, con la llegada del gobierno de Andrés Manuel López Obrador al ejecutivo federal, la institución para la cual prestó sus servicios sufrió un recorte presupuestal, y, por lo tanto, hubo recorte de personal que no tenía base o que no era de confianza. Por tal motivo, él se vio en la necesidad de buscar otro trabajo ya que tenía que sostener a su esposa y a su niña de 7 años.

Don Guillermo tenía estudios de sociología (no me atreví a preguntarle en que universidad estudió) y estaba titulado. Él había abandonado la investigación desde que se graduó de la carrera, pues prefirió buscar emplear sus conocimientos en alguna fábrica o institución. Sin embargo, se topó con la misma situación que muchos otros: la sociología, pese a su importancia de impacto en el campo laboral, era desplazada por los comunicólogos organizacionales o por la psicología, una carrera que parecía estar en su apogeo entre los mexicanos.  

Según lo que me confió, su esposa era maestra en la Secretaría de Educación Pública (SEP) desde hace ya algún tiempo. Cuando ella empezó a cubrir iterinatos en el municipio de Humantla, resultó un poco tedioso para ambos, tanto por la relación matrimonial como por la niña que era todavía muy pequeña, puesto que residían en el municipio de Zacatelco, es decir, como a dos horas de su casa hasta el centro de trabajo de su conyugue. Don Guillermo se tuvo que hacer cargo su hija además de las labores domésticas del hogar, mientras que su pareja se convirtió en el sostén de la casa. Pasado algún tiempo, cerca de dos o tres años, a su esposa la fueron acercando a su lugar de residencia y finalmente él tuvo la oportunidad de salir a trabajar para contribuir a los gastos que día a día se elevaban. Primero acudió a Itea y ahora se encontraba con nosotros en el programa educativo de secundaria comunitaria.

También me platicó que se había casado ya de edad avanzada (después de los 40 años) y que primero había buscado “gozar” su existencia y su juventud. Yo no quería inferir el estilo de existencia que llevó durante casi cuatro décadas, pero por la actitud mostrada durante ese comentario, la sonrisa malévola y los ojos más macabros que oscuros me orilló a imaginármelo entre parrandas, amigos y centenas de noches de copas entre los bares o las discotecas. Pero esto era una mera hipótesis mía, la cual no se ha comprobado hasta este momento.  
   
Él y la familia que formó ya tenían una casa propia a medio terminar (algo que considero de vital importancia para que los matrimonios perduren). Su esposa había heredado el terreno de su madre, quien falleció a causa de una insuficiencia renal. Eso ya tenía poco más de 5 años que había sucedido. El duelo, como toda pérdida, afectó a su mujer durante algún tiempo, pero el trabajo la ayudó a recuperarse para continuar, y por supuesto, el amor a su hija.

La suegra del profe Guillermo se fue con una fría y cruel incertidumbre: nunca supo que le sucedió a uno de sus hijos, pues de los tres que tuvo, uno de ellos se fue a trabajar fueras del estado hace más de 10 años, pero pasado tercer año nunca volvieron a saber de él ni a conocer su paradero. La madre siempre tuvo la esperanza de volver a verlo o por lo menos tener alguna noticia de él (aunque fuera mala), sin embargo, su rostro sólo quedo mal pintado y desgastado sobre los recuerdos de ella y sus hermanos.   

La madre sufrió la enfermedad de la diabetes, y al no saber o conocer el destino de su hijo, ésta avanzó más rápido atacando al riñón principalmente. La angustia la demacró en todo el cuerpo y su rostro perdió la fuerza vital que siempre había mantenido desde los 30 años. Finalmente, llegó el momento de su partida de esta existencia y su hija, como ya lo dije, heredo el terreno donde ahora vivían. Por tal motivo, ambos se dedicaron a construir su casa sobre aquel predio, lo cual, me comentó, se complicaba más cada año, puesto que los gastos de alimentación familiar y educación de la niña absorbía la mayor parte de ambos salarios. En ello, el profe Guillermo tenía razón, pues bastaba leer los periódicos nacionales y locales como informaban sobre los últimos costos de los alimentos, tan sólo el aguacate había llegado a los 100 pesos el kilo.

Como el profe Guillermo recién se había integrado al programa educativo, desconocía por completo la forma de trabajo. Yo me encargué de comentarle los lineamientos generales: quedarse en comunidad toda la semana, los alimentos y el hospedaje los proporcionaban los padres de familia, pero lo más importante y que le recalqué en todo momento al profe, era hacer siempre lo que estuviera en nuestras manos para que los niños aprendieran y se interesaran en la ciencia, la investigación, la invención y el estudio, dado que serían herramientas que necesitarían para toda la existencia que les fuera concedida dentro de este plano.  

Según la experiencia de cinco años de la maestra Rosi, Tepetomayo era una comunidad en donde los niños, luego de terminar sus estudios de educación secundaria, inmediatamente los padres los incorporaban a la vida laboral en el oficio del albañil o del campesinado, principalmente, mientras que las mujeres se casaban prematuramente ya que a los 15 años ya se convertían en madres de familia. Esa era un constante marcada en todas las comunidades mexicanas, según le comenté, pero ella destacó que en Tepetomayo era más evidente, puesto que pese a tener el bachiller cerca de su comunidad, aun así, no asistían, pues desde los padres y abuelos subsistía esa idea enraizada de que, prácticamente, a partir de los 15 y 16 años ya inicia la vida adulta para los jóvenes.

Cuando esos comentarios llegaron a mis oídos, ya no dije algo más sobre el asunto, puesto que en mi mente sólo me limité a grabarme la idea que siempre he tenido desde que ha iniciado mi formación tanto profesional como laboral: yo haré lo que este en mis manos… eso porque tengo muy presente que pese a que yo quiera hacer más por los niños en cuanto a su educación siempre habrá algo que se salga de mis manos, tal y como los problemas entre los padres de familia, las decisiones prematuras de los jóvenes, gustos y preferencias, desagrado al estudio y la lectura, retraso educativo por falta de maestros idóneos o mejor capacitados, y así, podría enlistar un sinfín de ideas o puntos que llegan a ser sustanciales y que inciden de forma directa en el desarrollo educativo de los adolescentes.  

Al profe Guillermo no le mencioné ni lo más mínimo de ese asunto que la maestra Rosi me compartió durante la etapa de formación, pues consideré que él debía llegar con la idea de hacer un buen trabajo, y claro, también lo que estuviera en sus manos. Al final del día, yo sabía que las intenciones de la maestra Rosi era buenas, puesto que buscaba anticiparme o prevenir ante la situación que se me presentaría una vez estando en comunidad, sin embargo, a pesar de que si tomaría en cuenta sus consejos y recomendaciones, también dejaría en mi mente un espacio en blanco, afín de que mi vaso no se llenara con agua antes de tiempo, pues así me daría esa oportunidad de conocerlos de forma directa antes que etiquetar o predestinar algo que podría o no podría ser. La mente, como dicen los sabios, es muy fuerte y al mismo tiempo muy tramposa y puede llegar a formar lo que no hay sólo porque uno así lo decretó y trabajo en ello.


El transporte llegó al lugar donde es su estación, así que el Profe Guillermo y yo descendimos del autobús. El chofer nos informó que la comunidad de Tepetomayo ese encontraba más adelante, como a 15 o 20 minutos caminando, pero él no llegaba hasta ese punto porque ahí era hasta donde estaba el permiso por parte de la Secretaría de Comunicaciones y Transporte del Estado de Tlaxcala. 





Secreto 2: niktemoa nehnemi





El rostro puede estar sucio de polvo y lodo,
pero no hay agua que no pueda limpiarlo.


Tras el arribo a la comunidad de Tepetomayo, el profe Guillermo y yo nos percatamos de que en la escuela secundaria de Ikxitlalmalintzi (desconozco la traducción al español) se encontraba el comité de padres de familia, llevándose a cabo la reunión habitual que se realiza antes del dar inicio el ciclo escolar. Todos se encontraban en el salón que le corresponde a primaria. Dos mujeres son quienes orientaban la junta.  

Asimismo, quien estaba al frente como representante de los papas era una mujer con rasgos muy atractivos y que nunca había visto antes en la capital Puebla o en alguna región cercana a ella. Para mí era curioso y un tanto sorprendente como se derrumbaba la idea o el tabú (de acuerdo con el significado actual de la palabra) de que la mujer morena dominaba en las zonas más alejadas de las ciudades principales y por el solo hecho de ser pueblerinas o de rancho.      

Y ello porque aquella madre poseía un rostro finamente alargado el cual combinaba perfectamente con sus ojos livianamente abiertos. El color de su piel no era lo suficientemente claro para ser blanca ni lo suficientemente oscuro para ser catalogada como morena, pero lo que sí resaltaba en aquel rostro eran las pecas que tenía sobre sus resplandecientes mejillas. A simple vista podía despertar estima, carisma y confianza para aquellos que la vieran.

Doña Epifanía era su nombre y por la apariencia jovial que mostraba no me parecía que ella tuviera más de 35 años. En aquel lunes (y las veces posteriores que me tocó verla) sobre su espalda siempre descansó un infante envuelto en un rebozo gris, o en su defecto, cargado entre sus brazos. Aquel bebe, al cual sólo le medio vi el rostro, no me parecía que tuviese más de un año, si acaso, era de seis meses.

El vestido que portaba era una falda que le llegaba por debajo de la rodilla. La tela era de color amarillo y sobre ella se encontraba el estampado de flores con los pétalos abiertos de tono azul rey, lo que permitía observar unas líneas que simulaban los estambres salientes. Pese al clima frío, sus rodillas no mostraban signo de resequedad, lo cual, me imagino, podría deberse a que usaba alguna crema humectante o simplemente su piel, por cuestiones de genética, era grasosa.

La blusa que vistió esa mañana era color hueso con unas manchitas rojas que daban forma a unas flores pequeñas de no más de dos centímetros de diámetro, mismas que se esparcían, al parecer sin una progresión específica, por las dos mangas, cuello y la parte de la tela que cubre la espalda. A mi parecer, aquella mujer estaba entre las costumbres de los pueblos originarios y una mujer que pretendía permearse de la vida moderna.

Por mi parte, debo aclarar que desconozco si ello significaba que el cambio era parte de la evolución o en realidad lo anterior radicaba dentro del concepto de la pérdida de una cultura milenaria y una aproximación hacía su extinción, pues para empezar es la primera que me hago esta pregunta pese a que mucho se ha hablado sobre el tema en los documentales que pretenden describir y analizar el concepto de globalización, aunque posiblemente ronde sobre el rango de la conformación de una nueva identidad, tramposamente estandarizada como algunos científicos la han denominado.

Ello también me ha orillado a preguntarme si realmente las autoridades, los líderes políticos, las organizaciones de defensa de los pueblos indígenas y las instituciones que se dicen trabajar a favor de estas poblaciones realmente están haciendo su trabajo de campo o sólo llevan a cabo labores administrativas, de estadística y de promoción cultural, pero lo que se dice mantenerlas vivas, que perduren, y que se propaguen tanto a las generaciones posteriores como a lo largo y ancho del país ¿Lo están dejando en segundo y hasta un tercer plano de prioridad?

¿Acaso los ven como mano de obra barata importante? ¿Acaso los ven como hombres que merecen estar en el campo trabajando la tierra, lo cual es labor dura? ¿Acaso a ellos les conviene que vivan y disfruten de sus tradiciones puesto que a ello le toman una gran ventaja como distracción para interponer sus intereses de explotación y económicos? ¿Acaso también prefieren que se preserven sus costumbres porque ahora el turismo es otra fuente de economía hotelera?  

Lo digo porque he quedado perplejo ante más de 100 años de guerras revolucionarias y parece que todo sigue igual en estas comunidades que se encuentran más apartadas de las principales capitales, siendo que son ellas mismas las que poseen la verdadera riqueza de la existencia: el alimento (lo que incluye la siembra y el ganado) y los recursos naturales, lo cual cubre las necesidades básicas para que el mundo siga girando sobre su órbita de actividades y desempeño.      

Empero, a las personas del campo tampoco parece interesarles mucho este asunto. No sé si el motivo se deba a un simple desinterés de la población, a la falta de una educación que tenga una asignatura que oriente el acercamiento a la organización, distribución y administración o a la cotidianidad que ellos heredaron de sus papas, y estos de sus papas, así sucesivamente.

Esa postura no sólo la percibía en aquella hermosa mujer de rasgos esplendidos, sino también en el hombre que la acompañó aquel lunes durante la reunión de padres de familia. Él, cabe mencionar, que también era una persona de aspecto un tanto jovial, delgado y con barba de candado. Su rostro se mantenía tan estirado como un joven de veinte años, lo cual me llevó a imaginar que era incluso más joven que doña Epifanía.

Días después, gracias a la maestra de primaria, Leticia, nos enteramos que aquel hombre no era su hijo mayor (como yo lo imaginé) sino que en realidad era su marido, con el cual había tenido ya tres hijos. Además, también nos comentó que aquel niño que llevaba siempre cargando en realidad era su nieto y no su hijo, como nos habíamos imaginado el profe Guillermo y yo.

En tanto, a la reunión no acudieron todos los padres de familia, pues de los 30 que me platicaron que deberían de asistir, yo sólo conté como 11, entre ellos los integrantes del comité del ciclo escolar que acaba de culminar. Asimismo, lo que se discutió durante aquellas dos horas fueron los puntos que siempre se abordan. Al final, algunos padres se acercaron a mí para comentarme que no enviarían a sus hijos a esa semana de prácticas, dado que algunos de ellos aprovechaban la temporada para ir a trabajar tanto en el campo, en los mercados (como el Hidalgo y la central de abastos), así como de jornaleros en la construcción con sus padres: una tendencia que parecía generalizarse en la mayoría de las comunidades que había estado.  

Posteriormente, el profe Guillermo y yo prácticamente tuvimos la tarde libre y ello resultó ser algo muy grato a mi favor, puesto que lo único que yo busqué en esos momentos fue descansar para reponer las energías que había gastado durante la última terapia que había tenido. Prácticamente, ese día lo aproveché para escuchar y atender lo que mi cuerpo solicitaba, pues le permití descansar: solamente me levanté de la colchoneta para comer y cenar.

Con el profe Guille sólo intercambié algunas palabras durante toda la tarde y fue hasta el día siguiente cuando le enseñé algunos aspectos que debía considerar para tener un buen desempeño en la realización de su trabajo. Yo tenía poca experiencia trabajando con gente mayor y cada vez que platicaba con don Guille sobre un asunto laboral buscaba utilizar las palabras más adecuadas con el fin de no ofenderlo y con ello ocasionar alguna especie de conflicto.

La tarde del martes, al igual que la del lunes, fue sumamente tranquila, en primer lugar, porque no asistió ningún infante a la escuela, y, en segundo lugar, porque el profe Guille y yo sólo revisamos unos puntos en cuanto a la forma de enseñanza. Por tal motivo comencé a jugar diciendo que estaba teniendo mis vacaciones en Tepetomayo con hospedaje y alimentos incluidos. Supongo que este tipo de experiencias son las que permiten reflexionar sobre la suerte que una persona puede llegar a tener, además de que recordaba las palabras que decía mi padre: más vale suerte que dinero.

La maestra de preescolar no corrió con la misma suerte que nosotros, ya que ese día saliendo de clases un perro la rasguñó. La única ventaja es que evitó una mordida. Esa experiencia, a mi parecer, fue parte del “regalo” que uno tiene que aceptar si es que desea permanecer dentro de este tipo de trabajo, además de que, simbólicamente, media la resistencia de su persistencia y determinación.    

Pese a procurar el mantenimiento de aquellas ideas, al saber de lo ocurrido, inmediatamente le sugerí a la maestra que abandonara la comunidad y se dirigiera a su casa para que la revisara el médico de su confianza. Sin embargo, ella prefirió quedarse con nosotros en el lugar donde nos brindaron el hospedaje (una casa de dos pisos) y aseguró que estaría bien: mostraba convicción y eso es algo recurrente en la mayoría de los mexicanos, aunque hay algunos que han opacado dicha característica por sus actos impuros. Concluí el asunto recalcando que, si ella llegaba a sentirse mal, con todo su derecho podía retirarse, pues ante todo primero estaba su salud y bienestar físico (consejo que recibí de alguien que poco consideraba).

Fue hasta el día miércoles cuando llegó una niña a la secundaria para la semana de prácticas, claro que, dos horas tarde después de la entrada. Ella era una jovencita morena: una piel brillantemente oscura con un par de cejas perfectamente delineadas naturalmente. Sus ojos eran bastante similares a los de doña Epifanía: tan atractivos a la vista que se convertían en las joyas de la ostra de mar. El rostro era redondo y sobre él recaía un fino y delgado cabello castaño.

Por un instante pensé en intervenir y trabajar con aquella niña, pues dadas las instrucciones debíamos llevar evidencias que permitieran hacer un análisis sobre el trabajo de campo que realizamos. Pero, por otra parte, yo ya tenía experiencia en el programa educativo, así que le designe la tarea al profe Guillermo para que implementará la capacitación que le di y yo sólo me limitaría a fungir como observador para asesorar al profe en las dudas que le surgieran en el momento.

El jueves también asistió aquella niña, quien mostró atención e interés por aprender los conocimientos de matemáticas que le otorgaba el profe Guillermo. Según recuerdo le enseñó el significado de ángulos y la tipología del mismo, así como el concepto de polígono y la construcción de aquellos utilizando compás. El profe Guille parecía adecuarse bien a la forma de trabajo, pero la experiencia en carácter pronto le daría una sorpresa: una que no estuve ahí para confirmar o descartar.
Por la tarde guardé y acomodé mi ropa en la maleta que había llevado, pues ese mismo día tenía que salir de Tepetomayo: al día siguiente tenía que tomar el autobús y dirigirme a la ciudad de México a continuar con el inicio del segundo semestre de la carrera en filosofía. Tengo que destacar lo maravilloso que era ir a la ciudad de México: abordar el metro y observar como convive gran diversidad de mentes.

Viajar a esa diminuta, pero tumultuosa ciudad era como el escape hacía otra realidad, ya que estaba acostumbrado a frecuentar lugares que estuvieran alejados del tráfico, de grandes movimientos de masas, y ubicarme dentro de un lugar del cual siempre hui me hacía pensar en dos preguntas. La primera era ¿Por qué motivo hui de algo que aparentemente es maravilloso? Y ¿Realmente me encuentro en el lugar donde quiero estar trabajando o sólo fue la herencia que recibí de mi familia? Nuevamente, mis ideas sufrían una pequeña, pero grata sacudida: por una parte, sentía la satisfacción de colocarme en situaciones no programadas.

Incluso, la mañana de ese viernes recibí el mensaje de uno de mis más grandes amigos que admiro mucho tanto por sus valores como por sus ideas un tanto revolucionarias (aunque tímidas): Humberto. Siempre es grato para mí tener noticias de él, por muy mínimas que estas sean. Desde las 9 de la mañana estuvimos conversando sobre la situación que de cierre de vialidades por parte de una organización llamada antorcha campesina, la cual reclama recursos económicos para sus agremiados.

Para ello, yo le comenté a Humberto que un día anterior, jueves por la tarde, cuando abandoné la comunidad de Tepetomayo, había tenido una experiencia un tanto maravillosa y un tanto extraña en torno a dicha situación, pues en el autobús en el cual viajaba de regreso a Puebla (en la parte trasera del transporte público) dos jóvenes que no pasaban de los 30 años se sentaron junto a mí.          
        
Consigo cada uno llevaba un costal sobre su hombro y que sirven para cargar nueces de un lugar para otro. A simple vista eran dos vendedores cualesquiera. Empero, en esta ocasión, ambos parecían estar bajo influjos de alguna sustancia que los deslindaba de cierto actuar con razón. No me espanté ni me preocupó, en lugar de ello, preferí hacerme el que iba cabeceando.

 No pasaron más de 5 minutos cuando uno de ellos saco de una de sus bolsas un recipiente con semillas enchiladas de girasol (una botana que considero deliciosa y nutritiva), sólo que luego de comer su interior, desechaba lo no comestible directamente al suelo: las iba escupiendo. Dentro de mí era molesto y un poco maleducado, sin embargo, continué haciéndome el desentendido ya que creía que lo hacía más por provocación que por convicción. Al percatarme, quiero suponer, de que ignoraba su comportamiento, aquel muchacho más o menos de mi edad comenzó a hacerme la plática. Entre lo poco que recuerdo, platicamos de donde éramos y hacia dónde íbamos. Yo tuve que mentir: pues le dije que pertenecía al barrio de San Miguel Canoa y que iba a la ciudad de Puebla para cerrar un trato sobre albañilería que recientemente me había caído.

Inmediatamente me preguntó a qué familia pertenecía, pues aseguró pertenecer a San Isidro, uno de los barrios aledaños a San Miguel Canoa. Rápidamente le dije el apellido de la niña que estuvo asistiendo a clase y de inmediato le lancé otra pregunta, afín de que no se percatara de que mentía. Así lo mantuve durante cierto tiempo hasta que él me pregunto dónde se ubicaba el puente de la María, pues a él y su acompañante los habían invitado a formar parte de una “reunión” por parte de un grupo, claro que ello sería a cambio de un pago.

Inmediatamente inferí a lo que se refería e hice alusión que también yo había sido invitado, pero que primero iría a cerrar el otro trabajo. Él me preguntó cuánto me ofrecieron a mí, a lo cual le contesté que poco, por lo cual sentía que no me convenía. Al hacerle la misma pregunta, su compañero le dio un codazo en señal de que no debía hablar de más, mensaje que también me llegó a mí.

En el fondo, y tras convidarme semillas de girasol, me pareció recordar la canción de “Él no lo mato”, no recuerdo con exactitud del interprete, pero aquellas rimas aplicaban perfectamente tanto para ellos como para mí, y en su caso (esperando no caer en la línea de lo soberbio) los líderes corruptos y falsos representantes del campesinado se aprovechaban de la situación de pobreza, poca información y miseria que rondaba entre el sector agrícola y ganadero. Y es que, para cerrar con broche de oro, durante los cuatro días que estuve en Tepetomayo vi a dos personas con más de 65 años. Una de ellas era una mujer que vestía calzado típico de plástico, con su falda a la altura de las rodillas, con su rebozo y cargando en una de sus manos una bolsa tejida con ese alambre que está recubierto de plástico. El otro era un hombre que estaba quitando la maleza de la mazorca, la cual ya estaba pronto a dar elotes.

Pues ambas personas dedicadas al campo, como se lo dije a Humberto (y es algo que todavía sostengo), no creo que tengan relación directa ni indirecta, es más, ni lejana, con los dirigentes de aquel gremio que buscan presionar al ejecutivo federal (en este caso a López Obrador) para recibir recursos económicos, pues lo único que hacen es sabotear el trabajo de los transportistas. Ya la Historia se encargará de quitarme o darme la razón (la Historia en tanto sea lo más objetiva posible).

Por su parte, Humberto ya no comentó más sobre aquel asunto, y por mi parte, ya tampoco quise profundizar en el tema, pues como tal, lo desconozco por completo, y como lo aprendí de una amiga politóloga (Maribel), no se puede opinar mucho (o poco) sobre un tema que se desconoce, pues lejos de dar un argumento válido, se cae en la plena brecha angosta de lo que es y significa la arrogancia.

En su lugar, y yo ya encontrándome en la zona rosa de ciudad de México, comenzamos a bromear sobre algunos libros que estaban en oferta en un bazar que era parte de una feria de libro. Dada la distancia, pues él se encontraba en Izúcar de Matamoros, yo le enviaba fotos de aquellas ediciones que consideraba poco aportadoras de intelectualismo para su implementación en el aula y él me seguía la corriente.

Asimismo, también me compartió que él se encontraba en un periodo de actualización en cuanto a las materias que impartía en el bachiller Octavio Paz, por allá, cerca de Izúcar. Ello no sólo le resultaba molesto e incómodo, sino también poco productivo, dado que él prefería estar impartiendo cátedra y dialogando en torno a asuntos éticos con sus alumnos que estar pasando el tiempo con algunos de sus colegas que mantenían actitudes “absurdas”, o al menos, él las catalogaba con ese adjetivo.

Aquel viernes se fue más rápido que de costumbre (como suele suceder siempre que voy a la ciudad de México). En aquella feria del libro adquirí algunos libros que explicaban y describían las técnicas de trabajo del pintor Cezzane, un libro del estilo de autoayuda que me recomendó mucho la maestra Rosalinda (la cual siempre tendré en gran estima) llamado “Quien se llevó mi queso” y también uno que se titulaba “Diccionario de la biblia”, el cual me intrigó mucho, en primer lugar, por el título, y en segundo lugar, por la ilustraciones y significaciones de algunas palabras que venían en “las sagradas escrituras”.


Rondaban ya las 4 de la tarde cuando finalmente llegué a Ciudad Universitaria con la emoción de dar inicio a las nuevas materias. En esta vida, como suelen decir, no todo es color de rosa, y con ello me refiero a que había reprobado una materia. Sin embargo, a comparación de mi yo de hace 10 años, eso ya no me ocasionaba conflicto, pues simplemente, más adelante la retomaría cuando el tiempo fuera oportuno.




Secreto 3: Citlalpopoca tlazalehualli

                                                                                 

         
Rompe la brújula, quema el mapa
y deja que sean los vientos de otoño los que te orienten.


Es muy complicado comenzar a describir un grato recuerdo sobre una fría hoja de papel en blanco. En primer lugar, porque aquel señuelo que lucha incansablemente por no perecer en el interior de las garras del olvido, y en segundo, porque también se defiende de la multitud de escenas significativas que se encuentran desbordándose dentro de una pequeña mente como lluvia infinita de meteoritos.

Algunos buscan el resguardo del corazón, otros el refugio del espíritu, otros tantos el calor de los sentidos, la bondad de la percepción y la fortaleza de lo emotivo. Por años, por décadas y me atrevo a decir que hasta por milenios, la especie humana se ha topado con esta encrucijada en el mapa de la construcción de memorias, de retratos, la conformación del género epistolar y de la poesía; encrucijada que ahora me toca a mí descifrar… empero, de la cual me siento muy contento y digno, así como cubierto de una gran energía y una inmensa vitalidad.

Pero para no hundirme dentro de las corrientes severas e imponentes del agujero del desorden (que bien resulta ser en sí mismo armonioso más no nos incumbe, por ahora), lo cual es muy fácil incluso para la persona más razonable y cuerda, comenzaré con el primer sabor que empalague al paladar de mi alma semisentenciada, y ello, por increíble que parezca, fue la angustia.

Porque no es lo mismo regresar a un lugar al cual tuviste un acercamiento, por muy pequeño que este sea, que explorar una zona de la cual te han hablado mucho, hasta te han explicado cómo llegar y sobrevivir, pero que hay una completa incertidumbre de lo que está por aparecer frente a ti y tendrás, no es opcional, que asumir con los conocimientos que hasta ese instante poseas para manejar (esta palabra debería de entrar en desuso) la situación, o incluso, armonizar la situación.

La existencia parece tonarse del color de una fogata al color de una erupción volcánica ¿o será que se tiene que librar a la mente del concepto peligro para lograr caminar por nuevos senderos? Pero, si ello fuese cierto ¿Qué hay entonces de la prevención? ¿Es virtud o es mentira? Sólo me limitaré a decir que son ese tipo de actividades que entran dentro de la categoría: necesariamente se tienen que hacer, y si pertenece a ese rubro, lo que ha de mantenernos es la firmeza de hacer adecuadamente lo que se tenga que hacer, como he aprendido a decirlo, y, sobre todo, a practicarlo.  

Habían transcurrido dos semanas desde que había estado en Tepetomayo, y ahora, gracias a esas modificaciones que trae consigo el destino, me encontraba viajando entre miedos e incertidumbres hacia la comunidad bautizada como Miguel Aldama, en el cercano municipio de Españita. Hasta hace un par de semanas atrás, ese espíritu explorador que me caracterizaba se mantenía lucido, vigoroso y al asecho. En cambio, tras recibir la confirmación de que estaría a cargo de la secundaria Ignacio Allende en el lugar ya mencionado, una extraña sensación de frío rodeaba mi cuerpo: una heladez tan intensa que ni el jorongo de pumas que portaba lograba penetrarlo.

Aunado a ello, la información que recibí por parte de mis superiores sobre aquella localidad era nula: esta vez en enfrentaba a un titán que, o bien utilizaría su fuerza para cargarme sobre sus hombres y colocarme en el centro de las actividades para no realizar un gran esfuerzo, o bien, encadenaría sobre mis piernas rocas de gran tamaño para que el ascenso por la montaña fuese más tedioso.   
     
El reto estaba lanzado y yo tendría que asumirlo. Supongo que, muy en el fondo, las raíces se anclaban, primeramente, en que extrañaría la compañía de la maestra Monse y Erika. Dado que la maestra Monse resultó ser una persona altiva y con carisma: mujer que no se detenía o limitaba al hablar. Claro que ello, pese a que le ocasionó algunos problemas y desacuerdos con las mamás de Temalacayucan, para mí, resultó ser algo muy gracioso siempre.

En tanto, extrañaría mucho aquellas charlas con la maestra Erika, quien además de explicarme conceptos, hipótesis y teorías sobre la psicología, había sido una de las personas que siempre me motivaba tanto en lo moral con lo académico. Su edad y experiencia como mujer y jefa de familia me hacían despertar una sensación de admiración hacía ella, dado que en sus comentarios nunca faltó la preocupación por que los niños de aquel poblado aprendieran algo que les ayudará significativamente en sus vidas.

También me preocupaba que en Miguel Aldama las familias que esperaban por mí no me dieran el mismo recibimiento cálido que los temalacayuquences me habían otorgado durante todo el año, puesto que, si algo tengo que recalcar fue el apoyo tanto de padres como de alumnos. Eso aunado a lo bonito del lugar: cierto, zona árida, pero con su belleza resplandeciente imitativa al cuerpo de la soledad. Definitivamente, debo recordar, aquellos fueron momentos excepcionales. 

No es extraño y tampoco curioso que el hecho de que haya decidido tomar de la mano al presente para que me oriente dentro del camino sobre la montaña que me ha de regresar al calor del sol que de repente me detenga a observar al pasado y como este opera para recordarme que siempre estará ahí, sea para bien o sea para mal. Ello también resulta ser grato para mí.

Esa mañana, salí de casa no muy temprano. Para llegar a Temalacayucan tenía que despertarme desde las 4:30 de la madrugada, desayunar y preparar mi ropa, entre otros asuntos, para estar abordando la combi (la primera combi) que sale a las 5:30 de la mañana; la cual me llevaría hasta la central de autobuses en donde abordaría el autobús que me llevaría hasta Temalacayucan, entrando desde el pueblo de Nuevo Vicencio que todavía le pertenece a Puebla.

Empero, pese a las intensas ganas y entusiasmo que demostré hasta el último día de clases en aquella bendita comunidad, ahora los lazos largos y pesados de la indiferencia y el cansancio se manifestaban a través de mi poca energía para tanto llegar lo más temprano que se pudiera a Miguel Aldama como para guardar mi ropa y demás artículos personales que utilizaría durante mi estadía por aquel rumbo.

El reloj marcaba las 5:30 cuando me levanté de la cama para acomodar mis artículos dentro de la maleta. Mis ojos estaban abiertos desde hace 30 minutos, pero no lograba incorporarme a mi nueva actividad todavía. Posiblemente fue el miedo a perder el empleo lo único que me motivó a ponerme de pie y finalmente abandonar las cobijas, puesto que la motivación por continuar ejerciendo mi labor docente se había perdido.

A la parada de la combi, que se encontraba como a 10 minutos de mi departamento, llegué más por medio del instinto que todo por la preocupación con una maleta color gris que casi alcanzaba mi altura de 1.60 metros y que posiblemente era del mismo ancho (o dos tallas más) que el de mi cintura. Tal morralón me lo había regalado mi querido y estimado amigo Canguro desde hace ya casi tres años, por lo que, una parte de él viajaba conmigo.

Tras abordar la combi, esta me dejó en Panzacola. El viajé no duró mucho, apenas si unos 15 minutos, lo cual me dio ventaja ya que por lo regular se llega a tardar hasta 30 minutos dando el mismo recorrido. Lo mejor de todo fue que no iban muchos usuarios en aquel viaje, pues ello me permitió ir cómodamente sentado con la maleta acomodada sobre uno de los asientos para pasajeros.

Caminé una cuadra con aquella maleta gigante sobre mi espalda, cruce la carreta y esperé a que pasará el siguiente transporte que me llevaría hasta la central de autobuses de Tlaxcala, donde tendría que tomar otra combi que me dejaría en un lugar llamado Recoba (me costó mucho memorizar el nombre de dicha colonia). Según lo que me habían comentado, esa combi salía cada 40 minutos.

Yo supuse que llegaría a la terminal tlaxcalteca como a eso de las 8:00 de la mañana, y con un poco de suerte, confiaba que el horario de salida de la siguiente combi para Recoba fuese más o menos a esa misma, tal vez con diez minutos de diferencia, pues de lo contrario no llegaría a las 9:00 a Miguel Aldama tal y como estaba programado y según mi itinerario. De cualquier manera, yo poseía una ventaja: no le había estipulado una hora de llegada al comité de padres de familia… digamos que aquello, en cierto grado, era mi arma mejor reservada para estados de ánimo como el cual me rodeaba ese día.

Algo o alguien me acompañaba esa mañana. Bien podría ser una energía oculta que esta al cuidado y servicio de mi existencia, o bien, podría ser el Dios de Jesús de Nazaret. Sea lo que fuere, debo de agradecer que ello permitió que llegará sano y salvo a la terminal en 30 minutos, cuando por lo regular el tiempo de viaje es de 40: algo o alguien me orillaba a cumplir.

Recuerdo que cuando bajé de la combi todavía me di el lujo de comprar una torta con tamal (bautizadas con el curioso nombre de guajolotas) y un café con crema sin azúcar. Mientras esperaba a que la muchacha me acabara de atender, pasó en frente de mi Abel: un compañero del trabajo y de la formación, pero que no reconocí de inmediato sino hasta que me alzó su mano para saludarme:


-          ¡Hola mi buen Vic! ¿Ya rumbo a comunidad? – preguntó Abel con un tono entusiasta y positivo.

-          Así es. A ti ¿Hasta dónde te tocó?

-          Los Capulines.

-          ¿Eso dónde queda? – pregunté.

-          Hasta Huamantla – respondió. 

-          ¿Hasta allá? – pregunté sin sentido.

-          Hasta allá mi buen Vic.

-          ¿Y si queda muy lejos? – despertó mi curiosidad.

-          Sólo hay dos horarios marcados para la combi que va de Huamantla a Los Capulines. Uno de ellos es a las 10:00 de la mañana para llegar a las 12 del día y el otro es a las 4:00 de la tarde para llegar allá a las 6:00. Después de eso ya no hay transporte – sonrió.

-          Si está complicado entonces – lamenté.

-          Un poco. Si pierdo ese transporte hay otras combis que me dejan sobre carretera, pero tendría que subir el cerrito y para ello son de 45 minutos a una hora, dependiendo la velocidad de la caminata – volvió a sonreír.

-          A bueno, sólo es seguir la carretera – me despreocupé.

-          Si subes por la carretera de la combi te tardas más. Lo ideal es cruzar una barranca y seguir las veredas – sonrió (no entiendo porque lo hacía).

-          ¡Qué! – me sorprendí - ¿Si piensas hacerlo?

-          Pues si no queda de otra, ni modos… sólo que debo tener mucho cuidado porque sobre las veredas luego hay víboras ¡Y de cascabel! Que si no llegas a detectar eres hombre muerto – sonrío (supongo que era como ya un ademan bien marcado, pero ello amenizaba la situación).

-          ¡Jesús! – expresé.

-          Pero no hay de qué preocuparse. Cuando ellas te ven que vas hacia ella comienzan a sonar su cascabel y es entonces cuando tú las rodeas para evitarlas. Además, me llevó mis botas de casquillo.

-          Todo lo que nos toca vivir, Abel – asentí.

-          Así es mi buen Vic… Y a ti ¿En dónde te tocó?

-          Españita.

-          Españita… Te va a ir de maravilla. Allá los tratan muy bien ¿Si sabes cómo llegar? – preguntó y percibí que se acercaba una futura explicación.

-          Sí… Ya me dijeron que combi tomar y donde bajarme, en el puente…

-          De Recoba – interrumpió.

-          Así es – completé.

-          ¿Y cómo sigues de salud? – preguntó.

-          Bien, gracias. Ya sólo estoy en observación – comenté.

-          Me da gusto escuchar eso – mencionó.

-          Gracias Abel. Por cierto ¿Quieres un café?

-          Mmm… - dudó – bueno, está bien.



La muchacha me entregó mi café dentro de un vaso de unicel y con una tapa. Abel se preparó el suyo con dos cucharas de azúcar. Luego de ello, ambos nos despedimos amistosamente, incluso, nos dimos un abrazo fraternal. Él, por su parte, se fue a abordar el autobús que iba para Huamantla, y yo, entré al baño antes de comprar el boleto en la taquilla para poder abordar la combi.

Fui el primero en abordar la combi. Creí que viajaría semivacía. Sin embargo, al cabo de unos 10 minutos (que era el tiempo que esperaba la combi para reunir pasaje) se llenó casi por completo. Tras cuestionar al chofer si era un transporte muy concurrido, él respondió que sí, sobre todo en horario escolar por el alumnado. Después de ello, no volvimos a intercambiar alguna palabra.

Ya en el interior de la combi, para no variar, iba sentado en la parte de atrás en una de las esquinas. La ventanilla estaba un poco abierta, no mucho, si acaso se formaba una ranura de unos 3 centímetros. El viento que me pegaba por todo el rostro no sólo resulto ser refrescante y relajador, sino que me recordó aquel viento de noviembre que tanto me agrada por la temporada de muertos.

Al mismo tiempo, mientras disfrutaba esas caricias frías y suaves de la Tierra vistiendo mi jorongo de la UNAM (lo cual me llena de orgullo), iba dialogando con la maestra Lupita, mi excompañera de Villalta de hace dos años. Era grandioso como pese al tiempo transcurrido y la distancia, seguíamos platicando como si no viéramos a diario, esta vez claro, por el teléfono. A ella la habían enviado hasta un lugar que se llamaba La Calera, el cual era una nueva apertura.    

Lo que Lupita me había adelantado era que en aquel lugar las madres de familia mostraban mucha disposición y apoyo. Incluso (algo que no se escucha en muchos lugares) las mamás le solicitaron (por no decir le urgieron) la lista de útiles a la maestra, con tal de tener todo listo en tiempo y forma. El detalle del tipo de uniforme también ya lo habían organizado, lo mismo que el evento del 16 de septiembre que ya estaba muy próximo.

El ciclo escolar parecía que iba pintar muy bien para ella, sobre todo por los cuidados que tenía que seguir, ya que sufría un problema de asma desde que era una niña de seis años. Según me había platicado, el doctor le comentaba que el origen de su problema se debía a que en los lugares en donde trabajaba eran fríos, lo cual afectaba de forma drástica a sus pulmones. Por otra parte, otra doctora le dijo lo mismo que aquel doctor, sólo que ella le agregó la parte psicológica a la enfermedad: sufría de ansiedad. Algo similar yo, cuando estuvimos juntos en Villalta, le comenté ese detalle y ella ya había reconocido esos “ataques de ansiedad” de los cuales de repente padecía. Estaba en sus planes asistir a un psicólogo, pero al parecer, ello todavía no se concretaba.

Y vaya que aquel viaje un duró más de lo que imaginé, pues sin darme cuenta ya estaba solicitando la parada en el puente de Recoba. Para ello había estado muy atento, sobre todo cuando pasé el poblado de Hueyotlipan, dado que posterior a este se encontraba mi parada. Un gran apoyo me lo dio la maestra de preescolar, misma que ya se encontraba en Miguel Aldama desde un día antes. 

Todo estaba listo y sobre todo en su lugar: sin proponérmelo estaba en el puente 8:45… 15 minutos antes de lo planeado. Ya sólo faltaba que fueran a recogerme a la parada algún lugareño de la zona. Debo reconocer que la preocupación aumentaba, dado que no estaba seguro de que alguien fuera a recogerme. Sin embargo, la maestra de preescolar me auxilió en ese sentido, pues me comentó que pronto alguien iría por mí. La tensión comenzó a disminuir: estaba listo para la jornada laboral.    



Secreto 4: xinechimatoca





Durante la cena, la melodía del Titanic no se escuchará,
toda la noche bailaremos Lambada: el baile prohibido… 


La primera semana de trabajo que tuve en la comunidad de Miguel Aldama, del municipio de Españita, estuvo enmarcada por un antiguo conflicto religioso que me recordaba constantemente a las viejas y olvidadas cruzadas europeas que hubo entre los grupos de musulmanes adoradores de Alá y los caballeros cristianos que idolatraban a Jehová, pero en esta ocasión el campo de batalla no eran los campos cercanos al Mediterráneo, sino era la escuela Ignacio Allende, mientras que los guerreros dispuestos a morir por sus creencias poco cultivadas eran los padres de familia de dicha localidad.  

Por un lado, aquellos hombres que se bañaban entre las aguas tibias de un catolicismo viejo y polvoso buscaban imponer sus creencias a los otros, y, por el otro, estaban los navegantes fervientes que se autodenominaban testigos de Jehová tratando de sobreponer sus ideas de “verdad” y “liberación” a éstos. A ambos grupos les costaba recordar que la primacía de la escuela era salvo guardar el conocimiento y la educación de quienes a ella asistían y que, si había o no había evento del 15 de septiembre, la celebración de la independencia de México, era un asunto de segundo plano. 

Para colmo de sus males, en medio de estos dos bandos revolucionarios se presentaba un individuo con armadura limpia y lustrada, defensor de los principios institucionales, pero también un fiel crítico de los mismos. Aquel personaje traía consigo una espada semiusada, pero cansada, polvosa y cubierta de gigantescas manchas existenciales que en un momento eran lucidas y en otro momento eran más oscuras que la noche misma, pues gustaba de coquear tanto con la ciencia, la filosofía, la historia y todo aquello que tuviera que ver con la investigación científica, como con las cuestiones espirituales y de metafísica que en ocasiones lo hacían orillarse a la lectura de la biblia católica, y, sin embargo, no decidía a quien prestarle sus servicios de forma permanente.   

Los testigos de Jehová, a golpe de lanza, sostenían que uno de sus principales mandatos era no participar en las festividades culturales de la vida escolar y menos si se trataba de “venerar” a un pedazo de tela atada a un palo sucio, aunque ello significara deslindarse de sus raíces; mientras que el otro grupo argumentaba que la localidad se regía por tradiciones y costumbres centenarias que los conectaban con su pasado de esplendor, por lo cual consideraban que era preponderante llevar a cabo la realización de tal evento haciendo bailables, realizando el desfile, eligiendo a la nueva reina de las fiestas patrias, cantando el himno nacional, realizando los honores a la bandera y cenando los antojitos típicos mexicanos. 

Pienso que, al igual que sucedía en la política desde el instante en la cual los romanos se las robaron a los griegos, la religión, más allá de organizarnos y dictar la forma armoniosa de convivir entre nuestros cercanos como lo dictaron los profetas y predicadores hace ya más de dos mil años, en realidad se presentaba como la manzana dorada de la discordia de los dioses del Olimpo de la antigua Grecia, y por tal motivo, venía a separar a las personas de las diferentes naciones, y en este caso, el lejano pueblo de Miguel Aldama no era la excepción. 

Al final del día, el no llevar a cabo tal festejo cultural, pienso que se estaba volviendo una costumbre por parte de los testigos de Jehová, obligándolos a caer en el adoctrinamiento de llevar a cabo tal celebración patriótica. En pocas palabras, caían en lo mismo que ellos mismos criticaban. Lo anterior, forzaba a hacerme la siguiente pregunta ¿Quién es el verdadero ganador o beneficiado de todo este embrollo religioso que busca separar a los seres humanos?... 

Al mismo tiempo, esa enorme discusión también me parecía más una gravísima lucha absurda entre dos castillos enormes de egos y de ver que grupo demostraba mejor su dominación en el arte de la retórica e imposición dentro del campo de batalla que toda una fiel, sincera y honesta firmeza de cuidar, mantener y promover la esencia de las ideas de amor fraternal, empatía, humildad y virtud que se encuentran dentro de aquel texto místico israelita. 

Debo reconocer, como una carga para alguien de mi jerarquía, que la reunión que estuvo bajo mi mando, en este sentido, no sirvió de mucho como la mediación que deseaba o esperaba o de la cual siempre me jacte, e incluso, me atrevo a decir que fue un enorme, frío, sangrado y desconsolador fracaso. Ello, en cierto grado, me ponía triste, sensible, y evocaba una tenue decepción de lo que profesaba desde hace ya más de 20 años, sin embargo ¿Qué tanto podía hacer un hombre de 30 años que apenas llevaba medio día en aquella localidad cuando los problemas ya llevaban algunos años enraizados? 

La experiencia me había jugado muchas sorpresas que se sujetaban a los cambios según el lugar, y por ende, me apegaba a que todos los integrantes, de una o de otra manera, se organizaran para participar, y en esta ocasión no sería la excepción: ya sabía lo que sucedía si alguien buscaba deslindarse de esa parte (todos los demás padres de familia también seguían el ejemplo de ellos, diciendo que sí a algunos no se les exigía a ellos tampoco se les tendría que exigir).

Como a lo largo y ancho de todo México, y para no variar, aquí estaban acostumbrados a ver siempre lo que hacían los demás (pero de forma negativa para enjuiciarlos por sus actos y por sus actitudes) y no lo que hacía uno mismo, sea para su bien o sea para su mal. Sé que esta idea apelaba un tanto al individualismo que fragmentaba al nacionalismo, sin embargo, era menester aplicarla para que cada uno velara por sus objetivos e intereses y dejara de tachar los actos de su prójimo. 

Por tales circunstancias y como la reunión ya llevaba más de dos horas de discusión, se llegó al acuerdo de que aquellos que no participaran en el evento del 16 de septiembre tendrían que realizar alguna otra actividad que se relacionara con el mantenimiento escolar. Ello no funcionó, pues don Pablo, aquel hombre que profesaba la religión de los testigos, se negó rotundamente diciendo que se estaban violando sus derechos constitucionales. Por tal motivo, aquel acuerdo lo firmaron los demás padres de familia, claro, a excepción de don Pablo quien decidió acudir a instancias mayores. 

Tras haber concluido la junta y tuve un momento a solas dentro del salón escolar, me acosté encima de tres butacas, me cubrí con mi jorongo como si fuese cobija y reflexioné en torno a aquel asunto. De primera mano, pensé que fui un tanto radical en torno a la diversidad de opiniones, tratando de imponerme a cualquier costo y de esa manera velar y mantener mi seguridad personal. 

Una parte de mí apoyaba la propuesta de los testigos de Jehová de no llevar a cabo el evento, pues además de que se gastaba en vestuario que no se volvería a ocupar en otra ocasión, también consideraba que sí realmente se tenía amor por la patria, la mejor manera de probarlo era estudiando y preparándose para ser un mejor ciudadano. Estos tiempos, como toda época, traía sus propios retos y estos deberían ser abordados antes de que la destrucción y la ignorancia nos alcanzaran una vez más… ¿Cuántos más tendrían que palidecer por semejante retraso humano?...

Los expertos en psicopedagogía, así como algunos educadores-promotores, consideraban que las actividades cívico-culturales no sólo permitían al alumno sensibilizarse y desarrollar las habilidades socioemocionales, sino que, además, se lograba alejar a los jóvenes de la delincuencia y los malos hábitos, malas compañías y actividades que tuvieran que ver con la drogadicción. Estaba comprobado que a través de las artes existían un abundante camino en el cual se rescataba y orientaba a la juventud. 

Yo, incluso, tenía una formación en el área humanística y desde muy pequeño admiré y bien vi todo este tipo de actividades, pero con el paso de los años me había percatado como el país estaba palideciendo a causa de la desigualdad económica, la carencia de la reflexión y la conciencia, así como las mentiras convencionales que nos arrastraban para alejarnos del bien en común… era indignante ver cómo mientras otros luchaban por obtener un grado de estudios superior y con ello un trabajo estable, otros modificaban la ley de acuerdo a sus intereses y colocaban a sus conocidos con su secundaria terminada en puestos que, por la naturaleza del trabajo, requería personal honesto, capacitado y con principios éticos y de valores. Es por ello que ahora priorizaba la adquisición de conocimientos, a fin de evitar la caída en aquel círculo vicioso de aquellos hombres (virus de la sociedad mexicana) sin olvidar claro, la parte cívica, de valores y humanitaria. 

Tras un intenso debato interno en torno a mi rígida postura, concluí que había hecho lo correcto, talvez no lo adecuado, pero si lo correcto, puesto que la participación es de suma relevancia en un país en donde la indiferencia y la poca preocupación por el presente y el futuro ha desembocado en violencia, injusticias, corrupción y muerte. Por lo tanto, promover la participación y la iniciativa se estaba convirtiendo en una estrategia crucial para sacar a flote no sólo a la nación, sino a las pequeñas comunidades como lo era el caso de Miguel Aldama.        
            
Convencido bajo dicha línea, decidí colaborar con buena fe y actitud la festividad de septiembre colocando los bailables a los estudiantes de la escuela. Las madres de familia habían solicitado dos y, después de revisar las propuestas de trabajo, opté por colocar lo más sencillo y que estuviera a mi alcance, dado que el baile regional no era una de mis habilidades a destacar. También me di a la tarea de elegir una canción que me ocasionara algo de inspiración. Por ello, la primera que me pareció alegre, llamativa, con ritmos grandiosos que llevaban la energía y la alegría al borde de los sentidos ocasionando un disfrute tanto para el cuerpo como para la mente, fue la canción de Lambada: el baile prohibido, de un grupo llamado Kaoma. Yo tenía entendido que esa agrupación era de origen brasileño, sin embargo, las actividades de septiembre eran una fiesta, y eso era lo que pretendía mantener: una fiesta de convivencia. 

El otro bailable fue el que se conoce como Sinaloa, del cual estaba en completos ceros. En Lambada apelaba a la experiencia que tenía en el ejercicio y en la zumba, mismo que me ocasionaban un grado gigante de inspiración, pero de un baile regional, para mí, si era un reto. Recuerdo que en cierto momento de mi existencia participé con algunos bailarines en algunas presentaciones, pero al final de un año terminé desertando porque me di cuenta que no poseía la habilidad motora que se necesitaba. Las esperanzas no se esfumaron y me apoyé de algunos videos y de pasos básicos… demasiado básicos podría decirlo cualquier conocedor de la danza. Por supuesto que esa era la solución a dicho reto, ya que estando a escasas tres semanas de que fuera 15 de septiembre no estaba seguro de que quedará un bailable presentable. Sobre todo, porque todo tenía que ser bueno, bonito, barato y rápido.    

Los ensayos comenzaron de inmediato: esa misma semana. Mientras tanto yo transitaba por uno de esos momentos en los que no sabes que es lo que haces, pero sabes que es algo que necesariamente se tiene que hacer porque no hay otra opción: ni desistir, ni renunciar, ni ocultarte o agacharte, de rehusarte o negarte, de dar la espalda o, como dicen en mi pueblo, de hacerte de la vista gorda. Para esta actividad había programado una hora a partir a las 10 de la mañana y sería diario. Esto para aprovechar el tiempo máximo que fuese posible. Además, tenía que llevar un buen equilibrio puesto que no debía de perder clases y no porque fuera a recibir una sanción o mi superior me exigiera resultados, sino porque ello era un compromiso con los estudiantes, con los padres de familia, con mi patria, y, sobre todo, conmigo mismo.

El lugar de ensayo iba a ser el patio de la escuela, pero las madres de familia trataron de persuadirme para que fuera a visitar al presidente de comunidad, don Gerardo, y de esta manera solicitarle las llaves del auditorio. Aquello no funcionó porque quiénes terminaron visitando a aquel hombre fueron los propios estudiantes que estaban a mi cargo. Al parecer ellos si tenían intereses en participar en el evento. Tras conseguir las llaves, se llevó a cabo el ensayo como estaba planeado. Inicié con el bailable de Lambada pues supuse que eso haría que mi mente se desenvolviera en cuanto a los pasos, perdiera la timidez de abrir una parte más de sí misma con seres desconocidos y logrará la fluidez que tanto necesitaba liberarse, pero que le daba miedo de reconocer por sus propias ataduras.

Esa táctica funcionó bien, claro, para ser el comienzo, pero aun así fui serio y cauteloso, puesto que no sabía cuál sería la reacción de los chicos con respecto a mi comportamiento alegre. Recuerdo que muchas ocasiones había bailado sólo en la sala de mi departamento completamente para mí y sólo para mí, incluso, podía asegurar que en esos instantes me encontraba al desnudo conmigo mismo. En cambio, ahora el reto se ampliaba hacia otros cuerpos y las cadenas se desvanecían: aro por aro.    

Ellos, por su parte, la mitad mostraba un completo desinterés y absoluta desobediencia, mientras que, la otra mitad permanecía observando como colocaba los primeros pasos y el otro grupo desobedecía. Sólo una de ellas mostraba interés por querer intentarlo: Cintia (una estudiante de tercer año), la niña que no podía participar porque su madre era una mujer testigo de Jehová de hueso colorado. 

No sé, no estoy seguro, si los pasos les comenzaban a agradar o la obediencia se dio por tener consideración y empatía conmigo. Talvez se dio por miedo a mi autoridad o al de las mamás, puesto que ellas también celebraban que bailaran sus hijos y participaran en el evento del 15 de septiembre. Aunque, quizá también lo hacían porque tenían en cuenta que ello influiría en su calificación de artes. Sea cual fuera el motivo, poco a poco empezaron a ceder para que los cuadros se fueran conformando uno a uno y eso me mantuvo tranquilo: no quería que se perdiera mi autoridad. Debo reconocer que esa primera actitud mostrada me devastó en mis deseos de colocar pasos en donde se lucieran más movimientos rítmicos con respecto a la música. De hecho, me congelé tanto del cuerpo como de la mente a tal grado que tuve dejar me mantener mi tolerancia con ellos y comenzar a imponerme para que obedecieran, algo que siempre he odiado porque he procurado apelar siempre a la buena conciencia y la reflexión, pero sentía que no tenía otra opción.      

Al cabo de dos semanas, los bailables quedaron listos para la presentación, tanto los que ejecutarían los niños de la secundaria como aquellos que darían a conocer sus mamás durante este 15 de septiembre. Los alumnos del kínder 13 de septiembre a cargo de la maestra Maritza también ejecutarían una pieza denominada México, del grupo extinto de Timbiriche, y, finalmente, ella se había ofrecido para cerrar el evento con broche de oro cantando una pieza ranchera, dado que ella había tenido clases de canto desde muy pequeña. 

Antes del evento decisivo sólo dio tiempo para realizar dos ensayos generales, debido a las actividades que tenían las mamás dentro de sus hogares y nosotros, los maestros, para no descuidar el avance científico en los infantes. El nerviosismo en todos se iba perdiendo. El vacío generado se cubrió con emoción porque ya fuera la hora y el momento de estar enfrente del público para deleitarles la pupila.

Empero, durante las jornadas de practica no todo fue bello, puesto que algunos de los pasos que llegue a colocar en el bailable de Lambada los niños los consideraron muy afeminados, lo cual me disgustó demasiado. Además, a mi parecer, los veía muy forzados haciendo el movimiento que aquella música obligaba a tener. Incluso, una de las niñas de primer año, Laura, se equivocaba mucho. En cuanto al bailable de Sinaloa, la coreografía, según ellos, era demasiado fácil o básica, dado que aseguraban haber participado en otros eventos con pasos más difíciles y complejos. Yo escuchando ello, solicité ayuda de forma disimulada y les propuse que me los enseñaran para que los implementáramos, para lo cual se negaron. Por tal motivo, me vi a la tarea de forzarlos a seguir los pasos que yo propuse, les gustara o no.

A partir de ese momento, me percaté de que la mayoría se quejaba de todo, pero no proponían métodos de solución, tal y como muchas de sus mamás hacían durante las juntas anteriores durante esas tres semana… sin querer (y lamentablemente) ellos se estaban convirtiendo en la auténtica figura de sus madres y de una manera tan fiel que parecía casi imposible modificarla para evitar que cometieron los mismos errores de ellas por discutir por cualquier insignificante motivo. 

Algo que se agregó a la copa para que casi se derramara fue que tanto Laura como Diego, otro de los niños que también cursaba el primero de secundaria, por estar jugando, rompieran un foco del auditorio que nos habían prestado para llevar a cabo los ensayos. Claro, que, indirectamente, yo también me sentía culpable por haber permitido que llevaran el balón de futbol. 

De ello le saqué cierta ventaja, puesto que con ese pretexto argumente que impondría un reglamento más severo, además de que ya no permitiría los balones tanto en el salón de clase como en el patio cívico, el cual utilizaban los niños como cancha de futbol. Sabía, en el fondo, que les taba haciendo un mal ya que los privaba del deporte y, por ende, posiblemente, los acercaba a que buscaran en que “entretener” el tiempo.

Pronto iniciaría un nuevo taller de baile y les regresaría los balones para que dispusieran de ello, pero en esta ocasión sería de forma ordenada para evitar otro accidente como aquel que sucedió dentro del auditorio, puesto que al final del día ellos eran mi responsabilidad y eso era algo que estaba claro entre las mamás de los niños que rompieron el foco, mismas que me culpabilizaron por permitir la llevada de la pelota. 

Pese a esos eventos ocurridos de mal gusto, por mi parte, podría decir que el evento no se manchó, pues aquel domingo en la tarde todo se llevó a cabo como estaba planeado: el foco estaba repuesto, el auditorio adornado, el programa y los reconocimientos en su lugar dentro de mi carpeta, y, además, el presidente de comunidad invitó a un solista ranchero para amenizar el momento.

Algo muy curioso de esta comunidad fue que, desde hace 20 años, se tenía la costumbre de ir por la reina de las fiestas patrias anterior para que le cediera la corona a la reina de las fiestas patrias que sería de este año. Para ello, toda la comunidad tenía que asistir por ellas a sus casas y los padres de las galardonadas tenían que ofrecer algún pequeño refrigerio a los visitantes. 


Al día siguiente también se llevó a cabo el típico desfile. En él participaron madres de familia, así como los alumnos de preescolar, primaria y secundaria de la comunidad de Miguel Aldama. La maestra Maritza y yo encabezamos el evento en compañía del presidente de comunidad. Después de todo, puedo asegurar que ese fue uno de los mejores 16 de septiembre que pasé en mi joven vida.  



 Secreto 5: AXAN CEHUA, CENCA CEHUA


 



Sobre las copas serviré tan sólo unas gotas de vino,
y será uno tan exquisito que me abrirá el camino hacia tus manos…


La convivencia es un concepto que poco se ajusta muy poco a mi terca personalidad: la rechaza, le rehúye, tolera poco su presencia y prefiere no tener contacto de algún tipo ni con su figura ni con su sombra. Sin embargo, hay una frase que ha metido sus narices en donde no la llaman y se coló hasta el fondo de este concepto: el sol sale para todos, y la metamorfosis obliga a pensar lo siguiente: la convivencia, como carga maliciosa, sale para todos nos guste o no nos guste. 

Por tal motivo, la convivencia a veces se puede evitar, pero otras tantas, sucede lo contrario, sobre todo, si la labor que ejerces se relaciona directamente con las relaciones con seres humanos a diario y no estas encerrado en una oficina. Empero ¿Qué hay detrás de la cara clara de la convivencia? ¿Qué hay? ¿Es autónoma o es utilizada? ¿Si es autónoma cuál es su propósito y si es utilizada entonces que fin tiene? Parte de su trabajo es reunir a aquellos que desean no sentirse atrapados dentro de una esfera desolada y desierta o ¿realmente se emplea para conocer a la persona y generar un nuevo concepto de armonía, así como de apoyo mutuo? Convivir… con-vivir…

Otra frase que presiento que deriva de la ya mencionada es que unidos somos más fuertes, pero ¿Fuertes o resistes? ¿Fuertes o resistentes para qué o para quién o contra quién? ¿Acaso existe alguien que busque dividirnos? ¿Hay alguien que vele por desparecer nuestras fuerzas? ¿Alguien que trabaje para desintegrar una a una la gota de resistencia? La unión, pienso, no tiene que poseer esa carga de autoprotección y de cuidado, porque es existir con miedo, con desconfianza, a la expectativa de que un mal te alcance. Si sucede lo contrario, aquel concepto abonaría hacia una mejor definición de sí misma: el gusto por ayudar por ayudar, por platicar con aquel congénere que se encuentre a tu lado, en frente, cerca de ti y con el cual seas capaz de entablar un diálogo para la fraternidad.

Por tal motivo, insisto en la idea de que, a la convivencia, y a lo que ella le atañe, se le tiene que arrancar, de raíz, esa carca de obligación que se ha otorgado desde que he comenzado a leer mis primeros libros (y hablo más de 5 lustros ya). Más a mi favor diré que la literatura, la música, la pintura y la fotografía, el cine y el teatro ya han demostrado que se puede apreciar también desde la distancia, como ha sido siempre desde la propia cercanía.

A la distancia, al igual que a la convivencia, le ha sucedido la misma problemática (claro que así podríamos enlistar una infinidad de palabras y conceptos): se le ha otorgado un largo manto invisible que, al ocultar su figura, confunde el principio universal de su propósito humano cuando fue gestada por algún pronunciador o profeta, y aunque se redescubra, es posible que si no se procura el aseo en su interpretación sucederá lo mismo que ahora pasa con la religión y el más de confusión en el cual navegan tanto sus líderes como los propios creyentes y seguidores. De aquí la importancia de la memoria histórica sana y fidedigna que constantemente se ha de revisar.     

Por ello hay que trabajar en la limpieza de ese maquillaje que carcome a gran escala lo sutil y vulnerable de su piel, obligándola a utilizar más maquillaje y no develar su verdadero rostro (el cual puede ser más suave que las propias caricias del viento) ni siquiera para sanar. Las líneas delgadas de colores de sombras que son dibujadas por el pincel de mecha gruesa de dolor, de incertidumbre, de inquietud y de intranquilidad también han de desaparecer. Y eso se hace por medio de palabra sincera y de los actos desinteresados. Al menos esa fue la valiosa lección que me enseño una de las mujeres que habita en la comunidad de Miguel Aldama. Su nombre, doña María de Jesús.      
     
En el pueblito le decían doña Chucha, y eso era más que obvio. Ella era una mujer de estatura promedio, piel morena y con muchas arrugas sobre su rostro en forma de triángulo invertido. El corte de cabello que tenía abonaba mucho a que se completara dicha figura. Además, no era mujer de maquillaje, su rostro estaba al natural dejando ver la resequedad de sus labios, la definición de sus pestañas y lo quebradizo que llegar a ser las cejas.

Las mejillas carecían de volumen dejando que resaltaran los pómulos. Las orejas eran medianas y cargaban un par de aretes color dorado. Debajo de sus ojos se formaba dos medias lunas recostadas, una característica normal entre las personas de su edad. Ella no era el típico retrato de una mujer de edad avanzada que causaba ternura, pues sus ojos tiznados de un tono rojizo más bien demostraban actividad constante todavía.    

Era una señora delgada tanto de cuerpo como de brazos. No utilizaba falda, lo cual demostraba pertenecer, al menos una parte, a las ideas de este siglo. La blusa que vestía poseía todavía unos tintes femeninos. Cuando la comparé imaginariamente con mi mamá, supuse que era una mujer que rondaba cerca de los años de edad: de carácter fuerte para aquellos que osaban desafiarla. 

Con doña Chucha tuve la fortuna de tener un acercamiento prematuro, dado que ella era la mamá de Alexander, uno de mis alumnos que cursaba el segundo grado de secundaria. La convivencia no se dio gracias a mi iniciativa o interés por explorar el pensamiento del lugar, sino que fue gracias a ella, pues fue la que, por medio de su hijo, me invitó a su hogar para disfrutar la cena.

Sabía de ante mano que durante aquella noche algo cambiaría en mí nuevamente, porque así sucede siempre cuando un buen oidor se da a la tarea de escuchar atentamente las palabras de alguien, y en este caso, de una mujer que vivía a varios kilómetros de donde yo nací y crecí. Era momento de una nueva temporada: ya no de escribir y escribir largas e interminables líneas que en ocasiones resultar ser un tanto confusas, tampoco era tiempo de aconsejar con oraciones repetidas ya anteriormente por otros que estuvieron con ella antes que yo, sino era menester callar profundamente hasta tomar forma de cualquier mueble (y de forma voluntaria) para dejar que fluya la charla que devele aquello que tenga que ser rescatado.      

Antes de entrar a la construcción de su hogar, observé detenidamente la fachada de aquella casa de un piso. Sobre ella no había trabajos ni de revocado ni adornos de yeso o piedra volcánica. Mucho menos un tipo de azulejo recubría los muros, tampoco pintura de aceite o alguna planta del tipo enredadera. El material era simple: una estructura que se encontraba con los blocks grises al descubierto. El techo parecía ser un colado entre arena, cemento, cal y grava.

El patio tampoco estaba pavimentado y no había rastro de que en meses cercanos se trabajara para su colocación. En su lugar había tierra mojada y el pasto repartido de una forma irregular. La hierba que se encontraba no estaba muy grande, pero tampoco estaba pareja y bien recortada. También observé uno que otro juguete regado por aquel suelo húmedo, lo cual me hizo suponer, de inmediato, que seguramente había más de tres habitantes en aquel lugar, entre ello, infantes no mayores a seis años. Aquel estilo de terreno asemejaba a los frescos de algún paisajista mexicano, ya que el patio aún se encontraba medio virgen.

En la entrada, que en un futuro seguramente sería la estancia principal, observé colgada una cortina de tela delgada que fungía el papel de la puerta. A través de ella la luz del día podía pasar (o al menos eso imaginé). Además, aquel trapo parecía ya tener algunos años trabajando como puerta, pues los estampados de flores que tenía encima mostraban ya poco color dentro de sus pétalos. Aun así, era un buen material para un fotógrafo amante del blanco y el negro.

Levanté mi ceja y una pregunta (no sé de dónde provino) surgió en mi mente… ¿Por qué en muchas de las callejuelas mexicanas las mujeres prefieren las telas floreadas, tanto en cortinas como en los vestidos y blusas que portan? Quiero suponer que en México se está acostumbrado a ellas debido a que aquí se tiene la fortuna de verlas desde la primavera hasta el otoño, y en el caso de algunas, hasta en el invierno, lo cual no sucede en otros lugares del mundo, como en Toronto o la Antártida.

Coloqué mi mano sobre aquella sabana delgada, que, aunque estaba un poco escurridiza, no mostró mucha resistencia, pero sí cedió poco a poco. Era como si ella me diese la bienvenida a aquel hogar, sin embargo, dada su vejez y experiencia, me hacía detenerme en la eternidad de los segundos para que admirara la entrada a un nuevo y diferente universo que siempre estuvo esperando para mí desde no sé cuánto tiempo: sin restricciones, sin advertencias, sólo para aprender lo que se ocultaba ahí y que era exclusivamente para mí.

Esta era una de las pocas ocasiones en las cuales me detenía lo suficiente para comprender aquel mensaje que me daba la creación y que por ciego ignoro diariamente. Asimismo, al ceder conforme la quitaba con los dedos índice, medio y pulgar de mi mano, ella permitió que observara un hogar más o menos cómodo: había un refrigerador grande color hueso (el cual estuvo de moda a finales del siglo XX) que combinaba perfectamente con la estufa, ya que tenían el mismo tono; también estaba un comedor largo conformado con ochos sillas alrededor de la mesa. Ésta se encontraba bellamente cubierta con un mantel blanco y liso, y sobre éste, un hule transparente pulcro. El mueble de la alacena mantenía una textura de café oscuro al igual que las sillas, y dentro de éste se resguardaba la vajilla completa y algunas servilletas que en su mayoría guardaban la leyenda “recuerdo de…”.

Hacía mi derecha se encontraba otra habitación que parecía estar destinada a una recamara-sala, de la cual sólo recuerdo que se escuchaban sonidos de risas, aplausos y un conductor de programa de televisión, mismo que no logré identificar, tal vez sea porque me distrajo la figura de doña Chucha que se encontraba cerca de la estufa que tenía una flama baja por debajo de los sartenes de comida:


-          Pásele maestro. Siéntese donde usted guste – dio la bienvenida doña Chucha. 

-          Sí, está bien doña Mari – agradecí con una sonrisa.

-          ¿Quiere comida o café? – preguntó.

-          Comida estaría bien – dije.

-          Sí, maestro. No se preocupe, ya todo está caliente – dijo mientras tomaba un plato en una de sus manos y con la otra servía arroz – aquí tiene maestro.

-          Gracias – pronuncié mientras observaba salir el humo del plato con arroz sobre la mesa.

-          ¿Tortilla o torta?

-          Tortilla – y de inmediato colocó un comal sobre la lumbre de la estufa con tres tortillas hechas a mano.

-          Espero que le guste ¿Quiere que ahí mismo le sirva uno frijolitos o aparte?

-          Así está bien doña Mari, no se preocupe.

-          ¿Agua o café?

-          Agua estaría bien doña Mari.

-          Mija – le dijo a una niña delgadita de piel clara y cabello largo – pásame un vaso de vidrio para el maestro.

-          Sí, mamá – contestó dirigiéndose al mueble de la alacena.

-          Y dígame, maestro ¿De qué parte de Tlaxcala viene usted? – preguntó.

-          No soy de Tlaxcala, doña Mari. Yo vengo de Puebla – contesté.

-          ¿Desde hasta allá viene, maestro?

-          Así es doña Mari.

-          Vaya que sí está retirado, pero ¿Le gusto el pueblito?

-          Aún no lo he explorado y es muy poco el tiempo que he estado aquí. Sólo deje que pase más tiempo y ya le diré mi respuesta.

-          Ya nos irá conociendo a cada una de las madres de familia – comentó doña Mari en un tono lúgubre mientras su mirada parecía perderse en el espacio de las cuatro paredes de su propia cocina.

-          ¿Y qué tal el clima por aquí, doña Mari? – pregunté antes de dar el primer bocado al plato de arroz. 

-          Pues llega a hacer frío, pero no tanto como en Zacatlán – dijo mientras calentaba tortillas - ¿Le preocupa eso mucho maestro?

-          Un poco. No soy especial, lo digo para mi estado de salud y saber en qué momento del día bañarme – y yo seguía deleitando ese delicioso platillo que me ofreció doña Mari.

-          Pues podría hacerlo saliendo de clases ¿Dice que saldrán a las dos de la tarde? ¿verdad?

-          Sí, porque entrarán a las siete de la mañana – contesté mientras continuaba comiendo.

-          Y es que, actualmente, ya con todos los químicos que comemos a través de los alimentos, maestro, las enfermedades están a la orden del día.

-          Ni lo mencioné doña Mari, pero que se le va a hacer, no hay de otra, ya somos muchos en el planeta – dije al momento que tomaba una tortilla para hacerla taquito.

-          Y si maestro. Tan sólo mi hijo se enfermó gravemente de los riñones, pero afortunadamente desde hace 7 meses ya ha estado mejor.

-          ¡Dios bendito, doña Mari! ¿Cómo estuvo el asunto? – pregunté de forma exaltada y preocupada, pero no dejaba de comer.

-          Pues ya ve, maestro, las pruebas que le pone a uno Dios y la vida. Mi hijo hace algún tiempo comenzó a tomar y tomar, tanto refresco como cerveza y casi nada de agua. Así se la pasó mucho tiempo hasta que un día comenzó a vomitar sangre tanto de la boca como de la nariz. Aquello le duró más de una semana, contando la que no estuvo en casa, supongo que por eso se fue, no quería espantarme. Recuerdo que el día que ya no pudo más me habló desde la casa de su novia, porque desde el último domingo que lo vi no había llegado a la casa y como el dejo su habitación en desorden yo me dispuse a limpiar. Para esto había una playera con mancha de sangre en el suelo.

-          Entonces ¿Todo fue de repente?

-          Días antes dejo de comer y aunque le servía me decía que no tenía hambre. En el trabajo de la construcción, su tío, me decía que ya no se lo mandara porque no le rendía ni media jornada laboral, pues sólo quería estar sentado. Yo no me preocupe, maestro, pero al ver como vomitó enfrente de mí luego de que lo viniera a dejar su novia conmigo inmediatamente me lo lleve al hospital de Calpulalpan. Ahí el doctor que lo atendió me dijo que le habían descubierto que padecía de los riñones pequeños, es decir, los tenía de niño y tras la vida que llevo los sobreexplotó. Y ya se imaginará, maestro, mi Jonathan comenzó con la diálisis. Cuando me lo dijo el doctor sentí que un rayo me partía a la mitad. Fue un dolor tan tremendo que le reclamé a Dios… porque mi hijo…porque…y así estuve dos años enteros con él – dijo doña Mari con los ojos despiertos, pero, aun así, perdidos. Su tono de voz aes escuchaba como alguien que supera el dolor presente, pero no el recuerdo.      

-          ¿Se mejoró? – pregunté imprudentemente.

-          Gracias a Dios y a los médicos que lo atendieron. En el popular no siempre contaban con el medicamento ni con las inyecciones que él necesitaba y comprarlas en la farmacia era un gasto de 2800 pesos cada mes. Yo sentí que no lo lograba y menos cuando el médico que dijo que ya era necesario hacerle la hemodiálisis. Algo que también me ayudó mucho fue que mi hija le pidió de favor a una de sus amigas militares que se casara con él, y ya se imaginará, el hospital que comenzó a brindarnos el servicio fue el de los militares. Le soy honesta, mis respetos para esos profesionistas, no sólo sabían que hacer, sino que te trababan como ser humano, a comparación de los otros lugares que se te quedan viendo como bicho raro.

-          Entonces ¿Sigue con la hemodiálisis? – pregunté.

-          Llego un momento en el que el médico dijo que era necesario la donación de un riñón. Yo no lo pensé dos veces y me ofrecí. Él me advirtió que tanto yo podía salir con bien como no volver a despertar y que el riñón le podía y no podía servir a mi muchacho. Sin embargo, maestro, decidí arriesgarme, pues si estaba en Dios el que yo me recuperara y mi hijo también, él nos dejaría, y si no, bueno pues todos algún día tenemos que morir. Y mire, gracias a él y a los médicos militares, ya llevamos 7 meses así y mi Joni ya se puso hasta más gordo de que está recuperando sus fuerzas, ya sólo estamos asistiendo a consulta para revisión, pero hasta ahí solamente.     



Secreto 6: ameyali




Sobre el sillón derramaré lágrimas de amargura y de dolor,
las cuales estarán acompañadas de una serenidad intensa…


Las corrientes de viento apenas comenzaban a tomar algo de fuerza en aquel lejano poblado salir a contemplar las callejullas a completa luz del día sin miedo a que una gripa atacara a la garganta o a los pulmones. Algo similar les ocurría a las nubes grises que anuncian la temporada de lluvias del mes de septiembre y octubre. 

Además, no sólo la naturaleza se mostraba despejada de toda máscara que impone el clima tormentoso, eléctrico, huracanado y de sequía, pues tal el respeto que aquí se mostraba hacia el planeta, que incluso los asentamientos humanos que formaban cada una de las familias, también mantenían la semejanza de la hoja blanca en la libreta que no ha sido rosada por algún tipo de tinta.
 
El camino pavimentado representaba el mismo mosaico del color de piel que habitaba en la comunidad creciente desde su fundador: unos se revestían con el cemento gris del concreto hidráulico, otros tantos estaban dominados por pedazos de una piedra rosa hexagonal (la cual siempre he considerado más adecuada afín de que el agua se filtre al interior del subsuelo y se reabastezcan los ríos subterráneos y manantiales, pero que pese a su importancia desconozco su nombre) y finalmente se encontraban aquellos senderos que aún se mantenían como en aquellos días cuando vieron por primera vez la luz del sol y el tiempo no se había inventado.

Otros campos no se revestían, ellos preferían sólo adornarse con las texturas de la eternidad: ya con el color de la cosecha, como era el caso de las cañas de maíz que se acercaban a los dos metros, mismas que ya tenían a su reguardo los deliciosos y antiquísimos elotes criollos. Había unos tantos que ya pertenecía a los catalogados como híbridos, es decir, a una mezcla de la semilla “original” con una “mejorada” genéticamente hablando. Esta era una actividad que los campesinos habían implementado para hacer más “rendible” su cosecha luego de que se olvidara el campo tanto por los líderes de “organización” como por los dueños de las tierras.  

Pero no sólo era temporada de elotes en aquellas tierras fértiles y lodosas las que modelaban y causaban envidia a los grandes diseñadores ambientalistas y urbanistas o pintores habilidosos con la brocha y el papel, pues caminando algunos cuantos metros de la secundaria donde se impartían las clases matutinas a partir de las siete de la mañana, también se podían admirar la superficie de espejo que muestra una de las caras de los largos, presumiendo la mayor serenidad que pueda existir en este mundo.

A ellos se unían, con una gran intensidad, los hermosos sembradíos de trigo, claro que estos, a comparación del maíz, el verde no les favorecía, dado que se tenía que esperar a que ellos adquirieran un color amarillo para que pudieran ser recogidos. Aun así, cada grano que salía de la cabeza de otro grano y así hasta alcanzar la cúspide del tallo invitaba a imaginar a cada una de la semilla a transformarse en una torta de horno recién hecha.      

Había otro verde que también resaltaba por este rincón tlaxcalteca: era el pasto bien recortado que se conservaba en los patios tanto del preescolar 13 de septiembre como de la primaria Miguel Hidalgo y Costilla y la secundaria a la cual pertenecía. Gracias a la humedad que proporcionaba la niebla por la mañana, por los minerales ricos del subsuelo, así como por el abono natural de los animales que pastaban por aquí (vacas, borregos, caballos), aquel pasto era de cuerpo largamente grueso y resistente, brilloso talvez, destacando una sensación inevitable de tranquilidad para la vista y una atracción inminente para la mente fiel sirviente de espíritus apacibles: desprenderse desde los zapatos hasta los calcetines (y con ello algunos preceptos sociales de miedo, salud e higiene) para que las plantas de los pies disfrutaran de la frescura que llegan a regalar con sus cuerpos bien marcados aquellas plantas que presumen la desnudez excepcional.

Y para una mayor magnificencia de los terrenos que conformaban las planicies y mesetas de este rumbo, surgían, como un festival de primavera en el pleno corazón del otoño, los colores que destacaban entre todo el vello verde de los cuerpos. Ellos se debían principalmente a las diferentes coronas que daban la forma de elises, hexágonos y sombrillas de las flores silvestres típicas que no faltan en un recuadro mexicano.

Los pétalos abarcaban los tintes del morado y del violeta claro, el amarillo chillón (quien lo dominaba el pericón que se utiliza para dar sabor a los elotes hervidos), el blanco intenso (del cual vi dos especies diferentes pero cuyos nombres desconozco), y del café salpicado en distintos niveles de saturación (éstos pertenecían a diferentes especies de hongo que nacían por la humedad, por la caca de los caballo y por la caca de las vacas, aunque de esto dos últimos estaba casi seguro que era una invención de los niños de secundaria).   

Por otra parte, la mayoría de los muros que cerraban el cuadro o rectángulo de las casas y habitaciones de los apacibles lugareños eran del labrillo y block, el cual bien podía provenir de la zona de Barrio Chico, una comunidad que se encontraba a escasos 15 minutos caminando de la cabecera municipal: Tlaxco, más conocido como “La casa del Queso”, a unos 60 minutos de aquí.

Los habitantes, desde hace no sé qué tiempo, habían abandonado por completo la mezcla del estiércol con la paja y tierra. De aquellos muros similares al cuerpo de los tallos y símbolos majestuosos de los conocimientos milenarios e históricos sólo alcancé a distinguir dos (apenas si de pie) en forma de una escuadra escolar (mismo que estaba destruido por la falta de resistencia al tiempo y lo que a este le concierne… el clima…) a dos cuadras de la secundaria. Ellos se encontraban en la esquina de una de las calles principales del pueblito y voltear a ver su figura, a veces seca y otras veces lo contrario, era signo de regresar a una época histórica memorable y contraproducente, la cual va desde los cincuenta hasta los quinientos años.

Aunque ahora que lo recuerdo (un poco detenidamente), el hogar de la mamá de Wendy, otra de mis alumnas de primer grado y a quién confundo mucho con Monserrat posiblemente por la estatura y delgadez de su pequeño cuerpo moreno de adolescente, también albergaba esos vestigios ancestrales de una época que aún se discute en medio de los congresos y encuentros de historia y antropología si fue dorada o de salvajismo puro, pero que por desgracias cada día se encuentras con más asientos vacíos.

Si nos guiamos por la ideología que se encuentra implícita dentro de la filosofía israelita del antiguo testamento y que fue interpretada por los emperadores romanos afín de que no se desintegrara su imperio, ello implica una desventaja en la valoración, puesto que, según los primeros españoles que pisaron estas tierras “del nuevo mundo” la población vivía en salvajismo y en el pecado.

Doña Paula era el nombre de la mujer reina de aquel hogar semicontemporáneo que también resguardaba un fragmento de conocimiento antiguo en uno de los costados de la fachada principal de su casa, dado que su casa ubicaba en la esquina de la calle le proporcionaba la ventaja de tener salida hacia la zona de la colonia y hacia la parte de la carretera principal, la cual conectaba con la cabecera municipal de Españita con la autopista que iba de Apizaco hacía Calpulalpan.

Sin embargo, la demás construcción sobre la cual descansaba y convivía aquella familia de cuatro integrantes, sobre todo en la parte centro pues a los lados se mantenía un patio tierroso con algunos mechones verdes de pasto, se alzaba una construcción ya revocada de un sólo piso (más o menos pintada) con la herrería en buen estado de las dos ventanas que tenía a lo largo de cada uno de los lados.

La puerta yo la catalogaría como de “lujo”, dado que no era como aquellas antiguas que son completamente de metal, o al menos, digamos, de la mitad hacia abajo, puesto que de la mitad hacia arriba tiene dos vidrios verticales que dan forma a las ventanas. Detrás de ellas, es decir, en el interior de la casa, siempre hay una cortina que impida el avistamiento al interior del hogar, lo cual facilita asomarse para que quienes la persona que toca.

Tal vez ese peculiar diseño obedezca a que en algún momento de la historia de México (talvez después de la conquista y a partir de la colonia) ese estilo se implementaba para no abrir a aquel que no era bienvenido, y es que, en el primer cuadro de ciudad de Puebla se pueden admirar grandes y altas puertas de madera que no permiten asomar ni la más pequeña pestaña para identificar a los visitantes.

Este estilo, tengo que mencionar, se mantiene en muchos de los hogares mexicanos, al menos desde Tlaxcala hasta Puebla y la Ciudad de México en los barrios donde se establece la clase baja, trabajadora y campesina, lo cual también podría ser una muestra del arte herrero de las clases obreras que se ha mantenido como la propia flora sobre los altos y medianos montes de la zona centro del país.

Esa puerta, la que daba la bienvenida a familiares de ambos amantes, amigos, y en este caso, a un viajero extraño, amigo o enemigo, desconocido y por conocer, se componía de una madera gruesa, resistente, bien barnizada, colorida y atractiva, incluso, un tanto impresionante dado el lugar donde se ubicaba (y no por menos preciar el lugar y la voluntad de aquellos pobladores de mejorar su calidad de vida). El tono de su piel era claro y además estaba muy bien colocada: ni un rechinido daba a la hora de abrirse o cerrarse.  

Desde los costados de donde culminaba el marco hasta el centro de la mitad hacia arriba de aquella puerta, ella se mantenía en esa necesidad de honrar a sus herederos, puesto que había hasta cuatro vidrios con estampados grises en diferentes tonos y figuras. Éstos, juntos, se unían para darle forma al trazo de dos floreros alargados que cubrían por completo el espacio transparente del rectángulo de cristal.

Asimismo, al final de la boca de aquella ilusión de artefacto se mantenían y caían, nuevamente esa fiel e insistente constante tradición, flores que apenas si distinguía por el poco recuerdo y la ignorancia de la identificación de la flora: era una calcomanía que se entrelaza al juego armónico de la chapa dorada, cual estaba cubierta por curvas en toda su composición.

En un futuro, talvez cercano, talvez lejano, aquella construcción se continuaría forjando con adornos que combinan los rasgos neoclásicos de los franceses en la arquitectura con lo contemporáneo de las mansiones estadounidenses de las clases científicas y profesionales. Y es que parece que aquella tarea terminaría culminándola ya no la generación de los esposos, o sea, los padres, sino la de los hijos.
Sea cual fuese el final de aquella estructura recia y de calidad (por lo que se especulaba de que un meteorito pronto chocaría con el planeta tierra), lo cierto era que obedecía al propio mundo de su época. Con ello me refiero a lo que algunos analistas han denominado como la globalización, algo que, por cierto, muchos con quienes he platicado el tema dicen estar en contra de este sistema que empobrece a todos y enriquece a pocos.  

Por otra parte, como ya se ha citado centenas de veces en una diversa minoría de libros, el avance en la arquitectura, el teatro, la pintura y la invención, no ha seguido ni el mismo rumbo ni el mismo ritmo que el pensamiento y lo que a este le atañe para que se alcance la utopía que ya desde Platón se buscaba afanosamente para evitar los males de la justicia y la verdad. Ya de la tecnología, como el teléfono celular o el internet, mejor ni hablamos por ahora.  

Y es que el problema principal (o uno de tantos) de esta edad cenozoica es que nos hemos quedado como lo han catalogado biólogos y geógrafos:  como mamíferos. Ello abona a que tal comportamiento de “animal” se mantenga en algunas centenas y hasta millares de personas, y siendo el caso, en aquellas que se acercaron a mí para corromper con su palabra lo que estaba por venir.

Pese a ello, decidí ignorarlo y aventurarme a ver a explorar lo que tiene que ser investigado y descrito por sí mismo: afín de no cometer el nuevamente el error de mis padres, de mis abuelos, de mis bisabuelos, de mis tatarabuelos y de todos mis ancestros, los cuales confiaron en las personas equivocada, ya que malformaron la columna de la verdad para incorporar sus intereses y dejar a sus congéneres en el abandono total, aun cuando los vieron sufrir, llorar y lamentarse.   

Ahora la vida me daba la oportunidad de merodear en aquel hogar y descubrir si ellos también eran herederos, portadores, o incluso, caballeros de tal formación que, como hierba mala “que nunca muere” continuaban ejerciendo esas ideas que los orillaban a la propagación de prácticas no “evolutivas”. Aunque, lamentablemente, era inevitable imaginar, por lo menos una mínima parte, que ello era así. 

Doña Paula era una mujer de entre 40 y 45 años. Su cuerpo todavía mostraba la vitalidad de alguien que va y viene, hace esto y hace lo otro, piensa y se organiza, articula y dice. Posiblemente rondaba en el 1.70 de estatura y se mantenía delgada por las actividades propias de una mujer de campo. El tono de la piel era clara, como el color de una mantequilla recién rebanada: sabor que había sido probado por su marido en más de una ocasión.

El rostro era ovalado vertical, también claro pero cubierto de pecas, las cuales resaltaban más en el centro de sus mejillas. El color de los ojos era marrón con un fondo oscuro: cuando mirabas a aquella mujer su visión era penetrante, lista para atacar si así lo requería, claro que, todos sabemos en el fondo que aquello es sólo una pequeña muestra de las múltiples caras que puede tener el miedo.

La frente, donde se ubica la mollera, era cubierta por aros delgados de cabello negro que se extendía hacía la parte superior de las orejas pequeñas y sin aretes que ella poseía. El cabello medio ondulado se extendía hasta la parte media de la espalda y mostraba un poco de resequedad, y, por ende, muy poco brillo. Posiblemente en las puntas había orzuela, pero es algo que nunca sabré.

La primera vez que asistí a su casa sostuvimos una plática en presencia de sus dos hijas: Wendy, la niña menor morena que había heredado el tono del padre, cumplida en tareas y aplicada, con un tono de voz diminuto y suave, y la que asistía al bachillerato de Recova, mujer que asemejaba el cuerpo de doña Paula a su edad, de cabello largo imitando a su madre y de un tono de piel más claro que el de su hermana. De ella no recuerdo el nombre. Posiblemente, por lo callada que estuvo siempre, no se mencionó. El padre también estuvo: un hombre talvez 5 centímetros más de estatura, aunque él llego después, como 30 minutos más tarde posteriores al de mi arribo.

Durante aquella tarde, doña Paula me había compartido una pequeña parte de la historia de su vida desde la infancia hasta la actualidad. Su biografía, al igual que la de muchas otras (incluidas algunas personalidades sobresalientes como Hitler o Newton), no se había mantenido dentro del concepto de familia tradicional (padre, madre e hijos) que tanto se defendía actualmente con supuestas marchas y algunas dudosas mantas.

Según recuerdo, ella no creció con sus padres biológicos. Es más, tampoco creció aquí en la comunidad de Miguel Aldama, puesto que, de muy niña, al fallecer sus padres, una tía se la llevó a vivir a la Ciudad de México. Aquella mujer le proporcionó el abrigo caluroso que bien no le pudieron dar sus padres cuando más lo necesito. Por tal motivo y por las carencias que sufrió desde pequeña, ella sólo terminó la secundaria e inmediatamente se dedicó al trabajo doméstico en casa ajena.

Allá paso gran parte de su niñez y adolescencia, hasta que su tía ya con una familia formada decidió radicar en San Martín Texmelucan, en Puebla. Ahí, vivió parte de su juventud hasta que conoció a su marido, quién por coincidencia, también era de Miguel Aldama. Luego de contraer matrimonio, se establecieron en su lugar de nacimiento, lugar donde su marido tenía varios terrenos y tierras de siembra.

Asimismo, tal y como sucedía con muchos hombres de las comunidades campesinas, su esposo se fue a trabajar a los Estados Unidos como jornalero en los campos de cultivo de algún gringo. La ventaja que tenían por trabajar con él era que la documentación que tramitaban era “especia” y ello les permitía ir a trabajar sin miedo a que fueran agarrados por la policía migratoria y los deportara a México.

Allá permaneció cerca de cinco años casi seguidos, tramitando una renovación cada año. El trabajo, para él, era relativamente sencillo porque consistía en trabajar la tierra hasta recoger la cosecha. La mayor parte de su salario se la enviaba a su esposa, doña Paula, quien lo administraba para las dos niñas que ya tenían. Además, una parte la destinaba para la construcción de su casa.

Llegó el momento en que su marido decidió regresarse a México de forma definitiva y continuar dedicándose al trabajo del campo y a la construcción. Por ende, cuando él llego a Tlaxcala a reunirse y vivir nuevamente con su familia, se percató de que su mujer había invertido de una forma astuta el dinero que le mandaba, pues la construcción de la casa, aunque sin el revocado, ya estaba completa.

En los años venideros, ambos se dedicaron a comprar los muebles para la casa, pues trataron de hacerla lo más acogedora posible. Y al cabo de ahorro y trabajo constante, no sólo lograron amenizar su hogar, sino que además adquirieron una camioneta con la cual se apoyaban para el traslado de material de construcción o de alimento, facilitándose aún más el trabajo que desempeñaba su marido.

Bastó que mirara de entre ojo la casa donde fui invitado a comer para observar la pantalla plana grande que se encontraba frente a una sala de tres sillones cubiertos de sábanas blancas. La mesa sobre la cual habían degustado los alimentos que doña Paula había cocinado (sopa de verdura y tacos de un crujiente chicharon con aguacate y una salsa de pico de gallo) tenía una base de cristal y las patas eran de madera café oscuro. Alrededor había ocho sillas con una base y un respaldo acojinado.


El cuarto de la cocina estaba perfectamente marcado por una semibarda, misma que la separaba del comedor. En cuanto a la cocina, contaba con una estufa de seis quemadores y un refrigerador grande, similar al tamaño de doña Mari. A simple vista, parecía que aquel lugar era habitado por una mujer hacendosa y un hombre severo, pero trabajador. Debo recalcar que la casa mostraba mucha pulcridad, algo que faltaba en otras comunidades (como muchos otros conocimientos básicos) en las cuales ya había estado.



Secreto 7: KOKOLTIN





Los que quieren oro que piquen
yo solo quiero sembrar y cosechar árboles del papel….


La mayoría de los rostros suelen mantenerse con gritas, piel caída y todo tipo de manchas encima del rostro hasta los dedos de los pies: simulan una tierra encimada de otra, revuelta, pero es un proceso normal que se da en todos los animales y plantas. Las cejas también van perdiendo fuerza y apenas si mantienen poca resisten para sostener sobre sus espaldas el bulto enorme de la piel de la frente cansada de pensar y pensar.

Los ojos parece que te ven, parece que te reconocen y parece que te permiten entablar una plática con ellos, sin embargo, es una mera ilusión de la trampa de la propia percepción y lo que a ella le concierne, pues te encierra entre las paredes de su cárcel para evitar que veas la realidad: lo que sienten, lo que piensas y por qué siguen despiertos aquellos ojos. Tal vez la verdad no salga a flote, sobre todo si no se sabe cómo romper ese silencio que de la libertad a el torbellino de emociones y de palabras.

De igual manera, la firmeza de las mejillas ya no está disponible, y en algunos de los casos, se vuelve un poco árida como el suelo de un campo seco después de a ver dado a luz el fruto de la semilla que le fue enterrada. No está en su poder decidir cómo quiere mantenerse, como sucede con muchos de los sueños y aspiraciones del hombre a causa de “la mano negra”. Recodemos que, aunque parezca algo de mal gusto, las tierras de labor dan su cosecha gracias a la mano del campesino, y en cambio, la piel que una vez fue lisa, resistente y fresca, también lo hizo como su entendimiento y conocimiento le permitió.

No sé si el cabello pierda brille o gane brillo con cada día que este crece y al mismo tiempo cada vez que este se limpia con el agua de la regadera y la espuma que ocasiona el jabón y el champú. Ello porque jamás me he permitido fijar detalladamente el don de mi mirada en uno de ellos: sólo sé que tocarlos causan una espléndida sensación de ternura y un bienestar de calidez y bondad.

Algunos de ellos resisten, y los que no, caen como las hojas de otoño hacía el suelo, para ser alimento de alguien más. Algo, de cierta manera, también inevitable a la larga. Otros tanto lucen un color blanco o plateado, el cual parece atractivo para quién lo mira, sin embargo, ignoramos por completo lo que resguardan no celosamente, sino que soy leyendas para aquellos virtuosos que se toman el tiempo necesario para escucharlos.

Las orejas, por lo mismo de que se esconden detrás de la cabellera (con algunas excepciones), parecen ser que son las menos afectadas ¿No nos parece eso un poco extraño? Digo ¿Será porque es más importe escuchar que ver? Filósofos, psicólogos, estudiosos, y muchos otros tantos dijeron que es más importan aprender a escuchar que aprender a observar, puesto que la vista es fácil de engañar por el disfraz que utilizan los actores en el teatro de la vida, empero, al oído es difícil engañarlo para aquel que tiene bajo su mano el don de la compresión de la existencia. Por ende, supongo, el oído no se cansa: vuelve a ser humano, y sino sabio, por lo menos conocedor.

La nariz es otra parte curiosa del cuerpo que parece mantenerse un tanto intacta y libre de la maldición del envejecimiento notorio que a mucho ocasionan estragos. Las fosas nasales sí sufren una transformación diminuta, pero importante: ahora no sólo son el conducto para la respiración, sino también lo son para dar los suspiros una vez que se dan los abrazos: es el medio de comunicación por excelencia del amor fraternal.

Supongo que lo descrito anteriormente nos puede orillar a las siguientes conclusiones: se puede lograr vivir sin observar, en cambio, es difícil vivir sin escuchar y, en consecuencia, es imposible existir sin respirar. La piel, como ya lo mencioné, no pierde sensibilidad, más bien, se engalana con el simbolismo de la paz, la seriedad, la experiencia, la victoria, y, sobre todo, el respeto.  

Pese a ello, a lo hermoso que puede resultar todo lo dicho anteriormente, debo recalcar que es una mera interpretación como otras tantas que ya se han hecho, dado que sólo los que han pasado por ello, si logramos ser empáticos, descubriremos la emoción y el sentimiento autentico que, en ellos, los mayores, ronda sin cesar. Ese es uno de los misterios más dignos de descubrir para esparcir en el mundo, pero que, con el paso del tiempo, o se han olvidado o se prefieren ignorarlos. Talvez, si tengo oportunidad, por muy mínima que esta sea, sea en doña Gume en quien yo logré explorar.

Pero ¿Quién es doña Gume? Pues bien, Doña Gume es una mujer que ronda entre los 55 y 65 años. Es una señora amable, cálida y cariñosa en cada una de sus palabras, e incluso, con la propia mirada. Porque debo recordar que el cariño de una doncella también se demuestra con la atención y la visita, y más cuando esta es sincera. No menosprecio el mérito que se han ganado los abrazos a los que estamos acostumbrados, pero si podemos recordar otros actos de dar amor, muy seguramente daremos con el tesoro infinito del cual Jesús de Nazaret nos habló. Yo tuve la oportunidad de platicar con ella unos días después de que llegará a pasar parte de mis días en la comunidad de Miguel Aldama. Esa mujer parecía no tener conflicto con la existencia misma:


-          Usted se va a quedar aquí – decía mientras me enseñaba una habitación cómoda en donde había una cama matrimonial cubierta con una colcha muy esplendida. Sobre ella y cerca del respaldo se encontraban dos cojines. En frente de la cama de madera se encontraban otro mueble sobre el cual había como veinte cobijas limpias. A un lado estaba la ventaba que daba hacía la calle. Desde aquí se distinguía muy bien la secundaria, el preescolar y hasta la primaria.

-          Gracias – dije amablemente mientras por dentro gritaba de emoción al ver el lugar tan confortable en el cual me encontraría toda la semana para descansar.

-          Aquí hay una mesa que puedes utilizar para colocar lo que necesites. La anterior maestra de la secundaria la ocupaba mucho. Carina se llama – mencionó ella mientras se recargaba de una luna muy bonita que tenía encima algunos peines dentro de un bote de lata. La mesa se encontraba al frente de ésta, y en la parte posterior, había un mueble cuyo nombre desconozco.

-          ¿Platicó mucho con la maestra Carina? – pregunté asombrado.

-          Me lleve muy bien con ella. Después de dar clases en la secundaria y de comer se venía a esta mesa a hacer su trabajo durante toda la tarde y para la cenar nos acompaña a mí y a mi marido.   

-          No me lo imaginaba. Ella nunca me platicó sobre ello.

-          ¿Apoco la conoce usted?

-          Sí, es una gran persona, una excelente amiga y una maestra diestra en su trabajo

-          A mire, quien lo diría. Para mí fue como una hija más de la familia. Todas las noches platicábamos de su familia o de la mía y en eso se nos iba el tiempo hasta ya muy tarde. Es una buena muchacha y es un poco triste que tenga tantos problemas en su casa.

-          A mí me comentó algunos – dije intrigado.

-          ¿Qué no le habla a su papá?

-          Exactamente ¿A usted le dijo el motivo?

-          No – bajó la mirada al suelo.

-          Seguramente fue algo muy fuerte – dije con el afán de recalcar que no me interesaba que me comentara el motivo, pues dada la amistad que con ella tenía prefería que doña Gume mantuviera lo que sabía en secreto.

-          Ella se hayo mucho con nosotros: fue siempre una gran maestra.

-          Lo mismo digo.

-          Una vez invitó a su mamá aquí a uno de los festivales. Se parecen mucho las dos.

-          Así es. También tengo la fortuna de conocer a la señora.

-          Muy amable.

-          Demasiado.

-          También nos ha invitado a la feria de su pueblo, pero por el trabajo no hemos podido ir.

-          ¿En qué trabajan doña Gume?

-          En las mochilas.

-          Ahhh… ¿Igual que algunos papás de mis alumnos?

-          Sí, muchos de nosotros nos dedicamos a eso.

-          Que bien ¿También su hijo?

-          No, él trabaja en el aire acondicionado.

-          Me han dicho que se gana muy bien.

-          Sí, aunque se gana más como contratista.

-          ¿Quién lleva la obra?

-          Así es.

-          Vaya… aquí todos en el pueblo trabajan.

-          Sí, aquí todos somos trabajadores. Yo ya me canso, pero aun así me gusta entrarle.

-          ¿Por el dinero?

-          Una parte… también por costumbre. Yo pienso que si no hago algo me muero.

-          ¿Y eso?

-          Pues estoy acostumbrada a trabajar desde pequeña.

-          ¿Así es toda su familia?

-          No toda, sólo algunos. En total somos cinco hermanos.

-          Vaya… eso no me lo esperaba.

-          Sí, verdad. Yo soy la única cristiana – lo dijo con tono de orgullo.

-          ¿Y eso? – pregunté asombrado.

-          Pues antes era católica y tenía mis imágenes, pero me di cuenta que llevaba una vida muy desordenada.

-          Entonces usted cambió su vida al volverse cristiana ¿Cierto?

-          Algo así. Aunque ahora me doy cuenta que donde sea esta Dios, sobre todo en la biblia.

-          ¿Lee su biblia?

-          Sí, cada noche: es un texto muy sabio.

-          Eso no lo puedo contradecir.

-          ¿Usted la lee? ¿Es católico?

-          Yo creo en Dios y leo mi biblia.

-          Eso me da gusto. La maestra Carina siempre habló bien de usted.

-          ¿Así? ¿Qué le platicó de mí?

-          Que tenía un amigo que quería mucho porque siempre la escuchaba. Jamás imaginé que llegaría a conocerlo.

-          Pues mire, aquí andamos.

-          Ella lo aprecia a usted mucho.

-          Tengo muy buena comunicación con ella.

-          Oramos por usted.

-          ¿En serio?

-          Claro, usted es un hermano en el alma.

-          Mil gracias doña Gume… y mire, yo sin saberlo.

-          Hay muchos que se preocupan por nosotros y piden por nosotros, aunque no lo sepamos.

-          Qué bonito se escucha eso.     

-          Todos lo merecemos, aunque hayamos hecho lo que hayamos hecho, sobre todo si nos arrepentimos. El demonio siempre buscará perdernos, en cambio, Dios siempre está ahí para nosotros, cuidándonos.

-          Ya lo creo que sí. Doña Gume ¿Usted cree que el muerto se le puede subir a la gente cuando duerme?

-          Hay fuerzas que siempre buscarán corrompernos sean de este mundo o del otro.

-          A mí me sucede mucho. Aquí no me ha pasado, sin embargo, en la comunidad que estuve hace dos años me sucedió constantemente.

-          ¿Y qué hizo joven?

-          Coloqué mi biblia debajo de mi almohada y la situación se tornaba mejor.

-          Existen miles de tormentas joven, no deje ni permita que ellas lo dominen.

-          Gracias doña Gume, eso haré.

-          Puede colocar su biblia aquí – dijo señalando una cómoda que estaba cerca de la cama.

-          Gracias.

-          Ya vera como el maligno se aleja.

-          ¿Querrá algo de mí?

-          Usted ignórelo joven, no le haga caso, sólo le quitara el tiempo.

-          Muy cierto.


-          Que Dios lo bendiga siempre. 


   
Secreto 8: MICTLANTECUHTLI





He seguido tu camino, tus enseñanzas y tu palabra,
porque tus venas no se llenan de sangre, sino de ambrosía de sabiduría.


Doña Tere era otra de las mujeres que tenía a su niño inscrito en la secundaria comunitaria. El nombre de su infante era José Adán, el último de los tres que tuvo aquella señora. Su marido trabajaba como albañil en la ciudad de México y su hija también se encontraba laborando en la capital, estudiando el bachillerato y trabajando; mientras que, su hijo mayor vivía en la localidad de Hueyotilpan, ya casado con una madre soltera que tenía dos hijos.

Él, José, a primera vista, por esa arrancada que colgaba sobre su joven oreja más el cabello rapado estilo mohicano, así como por el tinte rubio que revestían las puntas de su cabello, parecía ser un adolescente de cuidado. Él llevaba muy poco el uniforme a comparación de otros niños y de vez en cuando cubría su cabeza con una gorra negra de las que estaban de moda.   

En cambio, ese semblante de “rebelde” sólo era la portada de un libro escrito con párrafos independientes, sublimes y llenos de pensamiento, trabajo y reflexión, puesto que, con el paso de los días, me percaté de que era un estudiante que constantemente participaba tanto de forma oral como de forma escrita. Asimismo, mostraba una sinceridad en cuanto a las respuestas personales que solicitaba en la materia de formación cívica y ética: y lo más importante, aprendía a ser sincero consigo mismo, como aquella preocupación en cuanto a la salud de su abuela.

Cuando yo lanzaba una pregunta al aire, por mencionar algunos ejemplos, el siempre buscaba que precisara mi pregunta o concepto, como cuando pregunté el significado de juicio, y, claro, él, inteligentemente, preguntó al tipo de juicio al cual me refería. Yo pienso que si él pudiera dejar algunos miedos que le rondaban bien podría llegar a ser un gran analista en el oficio o profesión en la cual decidiera ocupar su vida y tiempo.   

El apoyo que él recibía e incluso la propia vigilancia que tenía su madre, doña Teresa, hacia él, pienso que se debía principalmente a que ella quería evitar en lo que había terminado su hermano mayor, ya que la relación tanto por doña Tere y su marido como por sus consuegros no era bien vista, tanto por la edad como por la situación de la muchacha. Por tal motivo, ambos enamorados se habían alejado de sus propias familias y vivían en otra comunidad, donde llevaban una vida más o menos alegre y tranquila, o, al menos, eso me lo platicó el buen José una noche en la cual fue a visitarme al salón de clases, mientras yo terminaba de revisare el material para la clase de historia del día siguiente:


-          Así es Profe. Yo no digo nada porque pienso que lo importante es que ellos sean felices y no debe importarnos mucho a los demás ¿O usted cómo ve la situación? ¿Es difícil? – preguntó José.

-          Es muy cierto lo que dices José, muy cierto y pienso que también muy sabio que pienses de esa manera sobre ese asunto. Una vez, a tu edad, vi una película que decía que el tiempo no es importante, sólo la vida es importante y no lo comprendí su no hasta ahora – dije mientras hacía a un lado la computadora para prestarle mayor atención.

-          Ni mi mamá ni mi papá lo consideran así, profe, pero yo platico con él y me dice que se siente muy contento con ella y que él la eligió porque ve muchas cosas bonitas.

-          Eso es lo importante, José, que se anteponga el sentimiento ante cualquier adversidad y más en este siglo en que se ha desatado la violencia y el poco humanismo. Aunque veo que por esta zona es muy tranquilo. Eso me agrada mucho, porque allá en Puebla hay mucho ruido y desorden.

-          No se confíe, profe – sonrió José e hizo un gesto de advertencia - hace apenas dos meses que asaltaron por aquí y no es por espantarlo, pero es precisamente por la terracería en donde usted sale a caminar por las tardes con Chucho y con pequeño. Ya no deberían ir por ahí.

-          Sí, es lo que me han platicado, aunque para ser honesto eso no me da miedo – también sonreí mostrando mucha seguridad en mis palabras.

-          ¿No le da miedo que lo asalten y que lo dejen golpeado o matado? – preguntó.

-          Mi único miedo ya se los dije en clase ¿Ya lo olvidaste? – insistí en mi postura, tal vez, soberbia.

-          Sí, al fracaso… - se perdió unos instantes en el espacio que había entre sus ojos y el suelo.

-          Así es José, aunque ahora que lo pienso, a mis ya casi 30 años, me doy cuenta que en fondo ese miedo fue motivado por el qué dirán – imité su actitud.

-          ¿Y eso es malo? – regresó al presente y a la realidad circundante. 

-          No fue malo, pero tampoco fue auténtico lo que me propuse – también regresé del viaje.

-          ¿No se siente feliz con lo que logró? – me preguntó asombrado.

-          Feliz, contento y satisfecho, sí, es sólo que darme cuenta de que parte de lo que soy fue a ese motivo pues me desconcierta un poco – me serenisé.  

-          Ah ya… ¿Se confunde? – seguía mostrando una actitud de asombro.

-          Algo así. Aunque lo hecho ya hecho esta – regresé a la pantalla de la computadora.

-          Usted ha dicho que todo se puede remediar – lo dijo en tono empático.

-          Efectivamente. No me arrepiento, es sólo que, talvez, pude llegar más lejos.

-          ¿Ser famoso con mucho dinero? – indagó como yo suelo hacerlo siempre.

-          Talvez. Es grato estar aquí contigo platicando y dar clases – regresé mi atención hacía él.

-          ¿Eso es lo que quería? – mostró más confianza.

-          Sí, en la mayoría de mi vida – sonreí.  

-          ¿Por completo?

-          Por completo.

-          Eso es muy bueno – y su rostro se iluminó.

-          Y dime José ¿Qué piensas hacer unos años más adelante? – indagué. 

-          Quiero trabajar – respondió muy seguro de sí. 

-          ¿Ya no piensas estudiar? – insistí.

-          No – reveló.

-          ¿Por qué? – exploré detrás de su iris.

-          Bueno, aún no lo sé. Para empezar, no sé si mis papás tengan el dinero para mandarme a estudiar. Además, mi abuela está muy enferma y me preocupa lo que les vaya a suceder – dijo sinceramente.

-          ¿Te refieres a que pueden fallecer? – pregunté imprudentemente.           

-          Algo así. Hace dos años estuvo muy grave de los pulmones, pero gracias a Dios se recuperó. Ahora quien sabe si recupere – volvía a perderse en el espacio.

-          ¿Está muy grave? ¿Qué tiene? – seguía con mi imprudencia.

-          El doctor dice que sus pulmones ya están cansados y débiles más que nada por la edad. Además, aquí el clima es muy frío, sobre todo en invierno y ello no le beneficia mucho – respondió honestamente.

-          Comprendo ¿Y tú abuelo?

-          Ya tiene mucho que falleció, profe.  

-          ¿Por enfermedad?

-          Por borracho – y dejo entre ver una liviana risa.

-          ¿Cómo?

-          Una noche luego de haber tomado mucho en Recoba se vino caminando por la carretera. A él lo atropellaron. Nosotros nos enteramos por la mañana cuando lo encontraron tirado en la carretera.

-          Dios bendito – dije con resignación.

-          Ya se lo habían advertido mis tíos y mi mamá, pero él nunca escuchó: siempre fue necio.

-          ¿Necio?

-          Mi abuela dice que cuando tomaba mucho mi papá se ponía agresivo y por cualquier cosita ya le andaba pegando.

-          Dios mío…

-          Mi tía Mari me platicó que cuando eso sucedía mandaban a dormir a mi abuela y ella o una de sus hermanas le calentaba de cenar a mi abuelo porque si le calentaba mi abuela era motivo de pelea y el terminaba pegándole.

-          Dios mío…

-          Sí, maestro y mire como él terminó.

-          ¿Lo extrañas mucho?

-          Yo conviví poco con él.

-          Me imagino un poco el motivo.

-          Era divertido cuando nos contaba sus historias.

-          ¿Sus historias? ¿Te refieres a sus vivencias?

-          Más bien a la atracción que la muerte tenía por él.

-          ¿Cómo está eso? A ver, explícame…

-          Ahí mismo donde lo atropellaron ya anteriormente se le había aparecido el diablo.

-          ¿En serio?

-          Sí. Cuando era más joven le había ofrecido dos borregas. Le había dicho que ellas le iban a dar muchas camadas y con ello iba a ganar mucho dinero, pues sus crías engordarían fácilmente y las crías que estas tuvieran también crecerían rápido.

-          ¿Pedía algo a cambio, cierto?

-          Sí.

-          Eso imaginé ¿Qué pedía?

-          Sí las aceptaba, él tenía que darle a uno de sus hijos.

-          ¿Aceptó?

-          No.

-          Como era de suponerse.

-          Pero él le seguía insiste e insiste e insiste, más mi abuelo nunca accedió. La última vez que se las ofreció fue cuando yo tenía unos cuantos años de nacido y como mi abuelo seguía rechazándolo le dijo que un día vendría por él en aquel lugar donde siempre se le aparecía.

-          ¿Dónde falleció?

-          Mesmamente.

-          Vaya que sí le paso algo fuerte.

-          Y eso no es nada, profe. Cuando era niño se perdió durante dos años.

-          ¿Cómo fue eso?

-          Nos platicó que fue a cuidar a sus borregas ya por la tarde, como a eso de las 3 de la tarde, pero oscureció temprano y de regreso se le escaparon dos y se metieron a una cueva que era la primera vez que veía.

-          ¿Cueva? ¿Dónde? ¿En el camino?

-          No, profe, en el monte. Dice que se metió por ella y otra vez se volvió a topar con el mismísimo diablo.

-          Jesucristo.

-          Esa vez, según nos platicó, sólo fue para saludarlo. Su aspecto era de un hombre con bigote que traía consigo un sombrero de paja y un jorongo. Dice que no tenía ni cola y cuernos y que sólo pasaba a saludarlo. Después de eso, dice que salió corriendo y sin detenerse por su borregas ¿Y qué cree que pasó? 

-          Ni idea.

-          Cuando llegó a su casa su mamá lo abrazó y lloró con él.

-          ¿Y eso?

-          Porque según dice, él estuvo tan sólo unos momentos en la cueva, pero para los demás habían pasado ya dos años. De hecho, ya lo daban por muerto, porque, aunque no aparecía el cuerpo, pues se imaginaron que seguramente se lo habían comido los coyotes.

-          ¿En verdad pasó eso, José?

-          Sí, profe. Palabra. No es porque quiera yo espantarlo, pero ya no vaya a caminar sólo y menos por el camino del panteón.

-          Le voy a preguntar a tú mamá ahora que la vea.


-          Pregúntele y va a ver que no le miento.




Secreto 9: tlamixtentok 





Pronto, la alborada del trigo y del maíz será reconocida
y la cosecha será motivo de excelencia, de esplendor y de existencia.

Al día siguiente, no sé si el próximo acto sea por coincidencia o porque José haya tenido la iniciativa de enviar a su madre al rodeo para la aclaración y confirmación de lo que me había platicado, pero tuve la inesperada asistencia de doña Tere en el salón de clases, misma con quien compartí la mesa aquel viernes antes del mediodía en el interior de su casa, la cual no tenía un zaguán o portón que diera la bienvenida a los invitados, pues en su lugar se encontraba una base de madera de cuatro por cuatro sin barniz o alguna señal de labor humana.

Las bardas de la fachada de la casa de aquella mujer se encontraban en obra negra, ya que los blocks que la conformaban sólo llegaban poco más a la altura de mi cintura, lo que permitía entre ver a caminantes y mirones los 20 metros cuadrados de caña de maíz que había sembrado sobre su fértil patio, mismos que ya alcanzaban una altura aproximada de metro y medio con un color verde maduración: muy pronto darían a luz a los deliciosos, majestuosos y representativos elotes mexicanos con ese jugo característico que es suculento para el sediento y los insectos.  

La entrada principal, que también carecía de una puerta y un marco metálico, daba a lo que sería la cocina en un futuro, talvez lejano, talvez cercano, pues la estufa que se encontraba ahí, en uno de los cuatro rincones, bien podría decirse que mantenía una belleza trascendental de décadas o incluso siglos pasados ¿Por qué? Porque en los modelos contemporáneos se perfilaban cocinas “integrales” con estufas eléctricas, que, aunque te hacían “ahorrar” en cerrillos, aumentaban tu consumo de energía eléctrica, y directamente, el costo en el pago de la luz.

Además de ello, la bien conocida como campana preventiva de incendios era un aparato de mero lujo, puesto que ¿A quién le gustaría eliminar el exceso de humo del café de grano recién tostado cuando está hirviendo en el interior de una olla de barro con algunos trozos de canela? O ¿Quién eliminaría el delicioso olor de la carne asada cuando se encuentra cocinándose por encima de la lumbre por algunas piscas de sal?

A mi parecer, pienso que en realidad sucede todo lo contrario para cualquier ser en cuanto al principio de la degustación: el mundo sensacional y poco explorado e indescriptible de los aromas es bien apreciado por todas las especies, desde el diminuto cuerpo y frágil de la polinizada polilla hasta la nariz bien desarrollada y los colmillos del perro, desde el hombre hasta el propio ser humano. Si acaso me equivoco con lo que afirmo, no existirían los perfumes y lociones que tanto apasionan, embriagan, seducen o enamoran. Pienso que mucho menos se menosprecia el sentido del olfato y se desvalora de lo que parece para una simple persona.  

Dentro de la naciente cocina de doña Tere tampoco observé, como era de esperar, algún microondas de esos que calientan los alimentos en minutos o segundos. La primera vez que vi uno de ellos tenía cerca de los 10 años y su aparición resultó ser una novedad en casa de mis abuelos: es como si la magia se hiciera realidad y se concretara dentro de los pequeños circuitos de la tecnología.

Pero ello, como me percate, se estancó dentro del muro de algunos hogares mexicanos: talvez dentro de aquellos que se encontraban dentro en posibilidad de su adquisición, sea de forma directa o indirecta. Debo aceptar que en un principio me imaginé que el lujo de poseer ciertos artefactos se debía a la cercanía de mi hogar con la urbe principal, empero, esa idea se desvaneció luego de recordar el hogar de la mamá de Alex, uno de los alumnos que tuve hace tiempo y cuya cocina sí contaba con tal aparato mágico pese a ubicarse en una comunidad considerada como marginada, reconsiderando mi postura sobre las bromas de la geografía y lo que a ella le atañe.

Aunado a ello, tampoco encontré algún tostador para el pan blanco o alguna plancha para la torta y el bolillo tal y como sucede en algunas fondas de la capital poblana o tlaxcalteca. Ni siquiera había signos o rastros de manchas de cafeteras automáticas, como en las oficinas de las diferentes empresas tanto mexicanas como internacionales, que han llegado para alterar el estilo de vida de aquellos que se ven enredados dentro de su mundo: talvez voraz, talvez inocente, talvez tramposo incluso para sí misma.   

Si acaso se encontraba por ahí, en otro de los rincones, una mesa larga delicadamente tallada artesanalmente de madera (aluciendo a que es más importante el alimento que va sobre ella que todo el material exagerado que hay en las cocinas contemporáneas) que tenía doña Tere. Asimismo, sobre la espalda sin barnizar de aquellas tablas había una licuadora color hueso, algo antaña, ya fácil como de unos cinco años o más de existencia, misma que apenas si se distinguía por la altura de su vaso debido a que se encontraban algunos trastes y cacerolas alrededor de ella: todas bien lavadas y si acaso con algunas manchas de tizne y carbón. De ellas también había una que otra abollada.      

Además de dicha mesa grande de madera que bien podría albergar hasta 12 bancos, también observé, al menos, dos sillas de madera pertenecientes al estilo que tenían mis abuelos en su hogar: la composición pertenecía a lo simple, con los cuatro palos y la base bien amarrados con tan sólo dos o tres clavos y sin adornos, destacando en todo momento la belleza de lo no glamuroso, dándole la importancia a la utilidad y no a la belleza, algo de lo cual comienzo a dudar que sea una buena herencia de los griegos.

Los tres y únicos muebles que formaban parte de la existencia de doña Tere y su familia, pese a mostrar signos de muy notorios de desgaste tanto por el uso como por el cuerpo del tiempo, pues iban desde la abertura de la madera en donde se enterraban los clavos hasta la humedad en otros, mantenían esa resistencia que caracteriza a los artefactos hechos por manos de personas de oficio, más si los comparamos con la belleza y fragilidad que trae consigo la melanina o el mobopán: una parte del concepto avance que se oculta por debajo de su sombra y que sale a flote cuando así le conviene a aquellos que intentan disfrazar y guardar para sí la verdad.

De igual manera, toda la habitación de la cocina en la cual me encontraba, lo que al parecer sería el comedor (que era la siguiente construcción de la casa) y lo poco que distinguí del otro cuarto (posterior al comedor) a través de una abertura que tampoco tenía ni puerta ni cortina, carecía de yeso o acabado de construcción sobre las paredes rasposas. El hogar demostraba y gritaba que era habitada por un matrimonio temprano en la arquitectura o arraigado en las costumbres de algunos pueblos indígenas, pero definitivamente bien alimentado en el cuerpo.

A simple vista y alzando la mirada a la pared que impedía observar la luz de las estrellas, podía notarse que el techo estaba construido con la técnica del colado porque sobre el cemento, ahora más que seco, habían quedado perfectamente bien dibujadas cada una de las grietas de todos los polines que una vez sirvieron de sostén para la masa que estaba buscando su figura.

Además de ello, se podían notar una gran cantidad de agujeros pequeños, mismos que en su momento fueron burbujas de aire atrapadas por la revoltura y el peso de la graba. También se asomaba uno que otro alambrito, ya cubierto con el color naranja, que sirvió para unir las barretas construidas y amaradas por los albañiles. Aquel panorama bien podría ser una autentica imitación de la cordillera central que atravesaba el estado de Tlaxcala.  

Como muchos hogares que apenas inician, sea en una zona rural o en una zona urbana, aunque a comparación de la de doña Paula, tampoco había lujosos candelabros o alguna especie de lámpara moderna y sofistica que utilizara focos led o, incluso, los llamados ahorrativos que adornaran cada una de las estancias. En su lugar se ocupaba el foco común o tradicional de 100 watts, con el cual crecieron mis padres y yo, y, nuevamente, reclamaban como suya a la generación que le sigue a la mía, al menos, dentro de aquella bondadosa, pero prevenida familia.

Cierto, el lugar no mantenía la gran ostentación y tampoco se notaba que en algún futuro próximo aquel hogar de José cambiara su gusto rural por alguno urbano, sobre todo por la situación de los gastos necesarios, empero, si mantenía lo que no debe de faltar en alguno de los hogares, por muy alejado que se encuentra de la ciudad. A lo que me refiero es a la higiene y limpieza respirable y admirable que despide a aquel que se confabulaban en visitarlo.

Me atrevería a decir que doña Tere fue muy bien educada por sus padres, tanto por aquel hecho que ya mencioné de la pulcridad como por el asunto de estar al pendiente de su hijo, el bien apodado Pepe, dado que ella, en menos de dos meses, ya me había visitado casi cuatro ocasiones para saber cómo iba su hijo en las materias, en cuanto al comportamiento propio y con respecto al respeto hacia los demás, involucrando en ello al maestro, algo que, claro, lamentablemente tengo que destacar, ya casi no sucede dentro de las demás familias mexicanas y mucho menos en las demás comunidades donde me ha tocado estar un ciclo escolar.

-          ¿Qué le sirvo primero, maestro? ¿Sopa o guisado? – preguntó Doña Tere sosteniendo un plano obre su mano mientras permanecía en frente de la estufa.

-          Sopa está bien – respondí mientras observaba a aquella pequeña mujer de más de 50 años.

-          Aquí tiene maestro. Coma ahorita que está caliente – dijo mientras me daba el plato en las manos.

-          Gracias doña Tere – dije mientras colocaba el plato sobre la mesa - ¿Qué tal se porta José?

-          Que le puedo decir, maestro. Hay la lleva. Dice que ya no quiere estudiar – comentó la mujer mientras servía más sopa sobre otro plato.

-          ¿A qué se debe eso? – disfruté la sopa.

-          Dice que no le gusta, pero yo pienso que más bien es porque él cree que su papá y yo ya no le podemos dar el bachiller. Es cierto que ya estamos grande, sin embargo, hablé con él apenas y le dije que, si era por eso que no se preocupara, vemos como le hacemos y saca su bachiller. A mí sí me gustaría que sacara por lo menos hasta ese grado – comenzó a sopear aquella señora.

-          Su hijo es inteligente – pronuncié con estima.

-          Lo sé maestro. Él esta desanimado porque dice que a lo mejor este año no saca reconocimiento, porque quien le lleva la delantera es Diego, el hijo de doña Bertha.

-          Bueno, es cierto que realizó una exposición que me dejo perplejo, en cambio, piense en lo siguiente doña Tere: cada quien tiene su don.

-          Es lo que le digo, maestro, que no se fije en eso, que le siga echando ganas y que aproveche la oportunidad que nosotros, sus padres, no tuvimos.

-          ¿Le tocaron vivir ciertos momentos difíciles? ¿verdad?

-          Así es maestro. Cuando yo fui niña ¡Huy! Desde muy pequeña vete al campo porque hay que conseguir pa´comer.

-          ¿Hasta qué grado curso doña Tere?

-          ¡Huy maestro! Apenas si acabe la primaria y eso sólo hasta tercer grado aquí en Aldama, porque en ese entonces sólo había primero, segundo y tercero. Para cursar cuarto, quinto y sexto teníamos que ir hasta San Diego Recova.

-          ¿Allá abajo donde me deja la combi?

-          Así es maestro. Desde aquí hasta allá caminar todos los días y ahora ya está la carretera bien bonita ¡Antes que carretera ni que ocho cuartos! Y apúrate porque si llegas tarde olvídate que te dejen entrar.

-          Sí, me imagino. ¿Y la secundaria?

-          Pues esa la terminé ahora ya de grande, porque antes ni en Recova había. Es más, maestro, ni dinero para los útiles. Antes para tener pa´una goma… ¡Huy no maestro! ¡Ni se imagina! Ahora los niños están en la gloria. Ya gobierno se los da todo.

-          Comprendo. Entonces acabando la primaria se fue usted a trabajar.

-          Bueno, la secundaria la terminé ahora ya de grande con esos programas que ha sacado el gobierno de que concluye tus estudios y no sé cuanta cosa, pero no es lo mismo maestro.

-          ¿Por qué lo dice?

-          Porque yo veo las libretas de José y nada de lo que a él le está enseñando me lo enseñaron a mí. Pa´mí que sólo es llenar el requisito.

-          Sí, verdad… - sonreí…

-          Sí, maestro. No hay algo mejor que aprender lo que se tenga que aprender en su momento. Ahora ya estoy vieja y decidí estudiar la secundaria para adultos y mire: ¡Ahí está el pinche papel que no me sirve para algo porque le soy honesta ahí no aprendí algo!

-          Híjole doña Tere, no sé qué decirle – me apené.

-          No diga algo, maestro, eso no es su culpa sino del pinche gobierno… aunque bueno… también es culpa nuestra… porque el que quiere aprende porque aprende… - su vista se perdió dentro del plato con sopa.

-          Parece que la situación no ha cambiado… - busqué empatizar.

-          Quien sabe qué sucede maestro. Cuando yo fui chamaca si se sufría qué por un par de zapatos, que por un pan… cosas que tiene remedio, pero ahora que ya mataron a alguien en Españita, que ya encontraron a dos envueltos en la carretera ¡Ya hay niños de la edad de José drogándose!

-          ¿En serio doña Tere?

-          ¡Huy maestro! Le hace falta conocer el pueblo. Ahora imagínese, eso que es pueblo. No quiero ni pensar en cómo ha de estar la ciudad de México en estos días.

-          ¿Usted ha ido para allá?

-          Pues cuando era chamaca, maestro. Como muchas otras del pueblo me tuve que ir a trabajar de chacha. Aunque a mí no me fue tan mal, pues mis patrones me trataban muy bien. Allá estuve hasta que me casé con mi marido. Él es albañil. Luego de casarnos nos vinimos a vivir aquí.

-          Dios mío… - me admiró.

-          Por esos días todo era tranquilo por allá. Ahora se lee cada cosa que no dan ganas ni de ir a visitar y no porque me espante por mí, maestro, yo como sea ya viví, pero ¿Y mí Pepe? Si estando aquí en el pueblo se me quiere descarriar.

-          ¿Cómo está eso doña Tere?

-          No tiene mucho, maestro, hace como tres años el chamaco me llegó bien borracho ¡Ni él sólo podía sostenerse!

-          ¡Dios santo!

-          ¡Huy maestro! Me dio un coraje que esa misma noche le di una cinturoniza que ave María purísima, le quité las ganas de volver en ese estado. Y lo que más rabia me da es que ni siquiera fue por él, sino que los otros chamacos más grandes que él lo invitaron y él accedió, porque hasta donde sé no le pusieron la pistola y lo obligaron a tomar ¡Fue José el que se dejó llevar y no pensó!

-          Tiene usted razón, doña Tere.

-          Y ya le dije maestro, conmigo se topa y si quiere tomar sea lo que sea ya le advertí que se va a ir a chingarle para que vea que no hay algo que sea fácil…

-          Efectivamente, doña Tere, efectivamente…




Secreto 10:  AYOTZINAPA



La envidia orilló a la vanidad
a ocupar el lugar de la belleza.



El clima era tan áspero como una lija que busca untarse sobre los tejidos. Definitivamente, al ver su Tsuru rojo descolorido, más por el desgaste de la edad que por el propio color, estacionado en frente del patio de la secundaria, sabía que no era una señal de buenas noticias. El porvenir parece que se dibuja para todos, pero ¿quién realmente lo pinta y quien lo carga sobre sus lomos? ¿Quién observa de lejos y quien ayuda a que tal concepto cobre significancia? ¿Qué se logra con ello y qué se pierde?

Cada vez que ese tipo de cuestiones aparecían frente a mis ojos antes de que se acercara alguien de Miguel Aldama a platicar conmigo, casi por el sentido de la adivinación me llegaban las escrituras del más allá para anticiparme que lo que en realidad se acercaba hacia mí era un problema de pensamiento, de dogmas, de ideologías, en sí, de una religión “fraterna”.
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Don Pablo, a mi parecer, pertenecía a ese grupo de hombre que no era de la minoría en cuestiones religiosas. Él había aprendido, a la buena y a la mala (aunque más a la mala), que para que la bondad existiera, la gratitud, el bien, la satisfacción, la armonía, el control y todo lo que podría considerarse como humilde y amoroso, necesariamente tendría que venir de una fuerza celestial: de Dios.

Don Pablo bien podría pertenecer a aquel grupo en el cual aparentaba poseer la verdad, la razón, el derecho y la filosofía, por lo cual pienso que esa ropa la portaba de manera perfecta para ya pasados sus 40 años. Empero, también debo de decir que no coincidía mucho con él y lo que más me molestaba es que siendo un hombre que ondeaba la bandera de la rebeldía terminara arrodillándose delante de aquellos que, posiblemente, lo manipulaban muy bien.

Pero ¿Es válido dejarse tocar cuando la desolación ya ha azotado de mil maneras al cuerpo o es necesario primero indagar entre el origen y el apego de la moral, tal y como lo hizo en su momento Kant y otros muchos pensadores? Eso es algo que me parece más viable, la moderación en el origen de la conciencia. El detalle es que, al igual que la belleza de Sócrates, eso es lo más difícil.

¿Qué tanto la religión nos ha dividido y alejado de nuestras aspiraciones? ¿Por qué no ha cumplido el propósito de unirnos como nación celestial y divina? ¿Por qué se ha envestido de intereses personales y no humanistas? ¿Por qué se continúan repitiendo los mismos errores desde finales de la edad media hasta nuestros días? Tal vez se deba a que la administración ha recaído sobre hombre tiranos y no sobre las buenas manos pastoras y reflexivas que tanto se menciona en los diferentes textos, sea la Biblia, sean los Sutras de Buda “el iluminado”, o sean el Corán:    


-          Vengo a agradecerle, maestro, el haberme escuchado y tenido mucha paciencia hasta el día de hoy – susurró don Pablo con esa característica voz ronca, cansada, sedienta, con poco timbre que siempre me pareció un tanto falsa.

-          ¿Qué sucede? ¿Por qué dice eso? – me intrigó muy poco porque presentí que se avecinaba otro escándalo religioso.

-          Es que mi niña ya no quiere venir a la escuela – lo dijo en una actitud que parecía no disgustarle.

-          ¿Por qué? – detoné la eterna pregunta de las mil respuestas inciertas, pero con una curiosidad un tanto escasa.

-          Dice que ya no quiere saber de problemas – contestó buscando dejar la puerta abierta a otra pregunta.  

-          ¿Problemas? ¿Qué tipo de problemas?  – presentí las palabras que estaban a punto de desbordarse.

-          Los que se suscitan aquí profe desde mucho antes de que usted llegara aquí ¿Cuáles más habrían de ser? – comentó.

-          Esos no son sus problemas – recalqué tratando de hacerle ver que debía modificar un tanto su postura y callando que el motivo real o culpa era de él y de la necedad de las otras mamás por discutir y discutir.   

-          Ya se lo dije, pero no quiere escuchar. Dice que será mejor así – estoy seguro que esperaba una respuesta más pronunciarse en mis labios.

-          ¿Y qué piensa hacer usted? Sabe perfectamente que esta decisión no es un juego simple, porque esto implica consecuencias a corto y largo plazo – cuestioné con la mirada de espada ¿Por qué nos cuesta tanto dejar de aspirar a la claridad, a la aceptación del error, a la autocrítica en vez del señalamiento?

-          Respetar su decisión ¿Qué más se puede hacer en estos casos? – aseguró, pero no lo sintió. 

-          Usted sabe que esa no es una buena de decisión – demandé mientras el continuaba mostrando su serenidad. En él veía a un hombre que buscaba desafanarse de la responsabilidad escolar.    

-          ¿Pero qué más puedo hacer? – estoy seguro que se mintió no sólo así mismo, sino a su propia hija.  

-          Le va a hacer falta terminar su secundaria y más en estos tiempos – lamenté que no me escuchara con la conciencia o el cerebro.

-          Lo sé, profe, lo sé. Tal vez el próximo año regrese. También dice que quiere descansar un año – dijo en tono de despedida.

-          Ojalá esas palabras no se las lleve lejos el viento, sobre todo porque ella es una niña inteligente. Sería un desperdicio que no continuara – sentencié muy decepcionado.

-          Bueno, profe, como no hay otro asunto que tratar, me despido – extendió su mano cerca de la mía.

-          Aquí estamos para servirle en lo que se pueda – apreté su mano – si el problema son las señoras sabe usted que tiene el apoyo del asistente Alan.

-          A él también tengo que agradecerle – dijo respetuosamente – pero ese no es el motivo.  

-          En eso coincido con usted – dije buscando indagar en la conversación.

-          Ellas no entienden ni entenderán. Solitas se echan la soga al cuello – empezó a sonreír mientras sus ojos parecían brillarle un poco más.

-          ¿A qué se refiere? – indagué.

-          Mire, profe. Le voy a platicar algo aquí, en confianza – y se recargó sobre una de las mesas – la alegría parecía desbordársele.

-          Yo soy originario del estado de Veracruz. Conocí a mi esposa y me vine a vivir con ella en Recova porque aquí está su familia. Construimos una pequeña casa sobre un terreno que es propio y está cerca de la carretera. Yo fui un mujeriego por mucho tiempo y me encantaban los bailes y la cerveza… ya sabe… era el típico mexicano.

-          Pues no lo parece – me dispuse a seguirlo escuchando.

-          Mi vida cambio cuando escuché la palabra de Dios. Él me llamó a través de los testigos de Jehová. Antes de conocerlo mi vida era un relajo, y ahora, soy un hombre nuevo y diferente. Sí bailo, pero sólo con mi esposa y mi hija. Ahora toda la familia lleva otro estilo de vida que es muy diferente a las costumbres de aquí, de Miguel Aldama.

-          No lo comprendo o talvez no lo he escuchado.

-          Lo que quiero decir, profe, es que hemos aprendido a ser felices y a vivir el día a día. Ni a mí ni a mí esposa nos importa ver una calificación plasmada sobre una boleta, es decir, no nos importan los garabatos sobre los papeles, porque el verdadero aprendizaje este dentro de nosotros. De ello nos hemos dado cuenta.

-          Como maestro comprendo a lo que se refiere, don Pablo, pero como mundano pienso que sí es relevante al menos en la vida académica.

-          Pues la academia lo exige, profe, pero ¿Realmente a alguien le sirve que tenga la boleta repleta de puros diez? Lo que importa es que pensemos ¿No le parece?

-          Claro que estoy de acuerdo con usted, pero lamentablemente en un bachillerato público, hasta donde sé, si no tienes un promedio mínimo no ingresas. Nos guste o no, tengamos razón o no, es un requisito que se tiene que cumplir.

-          Es posible, profe, pero no podemos seguir siendo gobernados por los efectos de la mayoría.

-          Definitivamente le doy la razón, lamentablemente en México así funciona, al menos eso se ve dentro del congreso.

-          Lo cual no debería.

-          No, no debería, aunque, al final de cuentas ellos sólo nos “regulan” porque cada quien hace lo que le place ¿Me dirá que no? Usted mismo es un claro ejemplo de ello.

-          Así es, profe.

-          No poseo la verdad. No hay alguien que la posea, pero conozco a varios hombres que siempre han demeritado el poder del conocimiento y del estudio.

-          ¿Y cuál ha sido su fin?

-          La soberbia.

-          ¿La soberbia?

-          Sócrates decía que hay unos quienes por conocer poco se jactan de conocerlo todo.

-          He conocido a personas muy doctas, pero que aun así ignoran la verdad.

-          ¿Y cuál es la verdad?

-          La palabra de Dios.

-          ¿La palabra de Dios?

-          Así es, la palabra de Dios. Muchos científicos lo han reconocido al último como el todopoderoso.

-          Ya sé a lo que se refiere.

-          Y es que no está demás por recordar que Jesús eligió a sus apóstoles siendo simples pastores y pescadores.

-          ¿Entonces no es importarte la ciencia?

-          No tanto como la palabra de Dios. La biblia no es un libro antiguo: todo lo contrario, es un texto que está muy presente en nuestros días ¿Lo ha leído usted?

-          Sí. No todo, sólo algunas partes.

-          ¿Ha leído el apocalipsis?

-          Así es: las revelaciones que tuvo el apóstol Juan.

-          Así es profe ¡Y todo se está cumpliendo al pie de la letra!

-          Podría usted explicarme.

-          Ahí dice que el gobierno buscará destruir la religión ¡Sobre todo las superpotencias!

-          Dios mío…

-          Y no sólo eso. Los elegidos de Dios sólo serán 144 000 mil.

-          Entonces pocos seremos salvados.

-          Así es profe. Ese libro de verdad infinita tenemos que escucharlo antes de que sea demasiado tarde.

-          Yo no entiendo muchas partes de la biblia.

-          ¿Cómo cuáles?

-          Por ejemplo, cuando habla de las trompetas o las siete iglesias.

-          Es que habla en lenguaje simbólico.

-          ¿Y eso que quiere decir?

-          Que no es fácil de entenderla sin el debido estudio y conocimiento.

-          Mucho han muerto ya por su causa, es más, hasta por su traducción.

-          ¿En serio?

-          Sí, a todos los que llamaron herejes y todos aquellos que la santa inquisición asesino con sus horribles instrumentos de tortura era porque querían leer y aprender directamente de la biblia.

-          Eso no lo sabía.

-          Así es profe. Muchos murieron por esa causa porque antes sólo unos cuantos tenían el acceso a ella.

-          De esos datos históricos sí he leído.

-          Ya ve profe. Si usted algún día me lo permite, quisiera enseñarle un video donde explica más a detalle estos aconteceres.

-          Sería interesante poder verlo.

-          Mire, ahorita en el coche traigo unas revistas. Si usted me lo permite puedo ir por ellas para que usted las revise.

-          Eso estaría perfecto.


Hay de ti corazón, que eres candil de la calle, porque los lamentos serán estruendos y escándalos, pero no dentro del cielo, pero no dentro del infierno, pero no dentro de la tierra ni dentro del bosque, sino dentro de tu casa, dentro de tu corazón y dentro de la palma de tu mano. Hay de ti corazón que quieres ver, pero que tú mismo te colocas la venda de espinas y la atas con tus dedos sangrantes. Hay de ti corazón que no existe y sólo deambula.  




Secreto 11: Nisekmiki




O la imaginación hizo al hombre
O el hombre a la imaginación.

¿Llegará el momento en el cual finalmente alguien logre detener el tiempo, el cambio y la evolución? Porque hasta ahora las evidencias datan que no. Y como maldición que se coloca como tatuaje por debajo de las neuronas, se cumplió lo sentenciado por don Pablo aquella tarde que fue a visitarme: no fue posible rescatar a su hija Dayana de la determinación que eligió en cuanto a sus estudios.

Lamentablemente, en el México de la doble moral que desciende desde las cúpulas que dicen representar a la mayoría, algunas de las madres de Miguel Aldama festejaban que don Pablo y su niña no se mantuvieran dentro de la escuela comunitaria. Sin embargo, el asunto de la disputa religiosa entre los católicos y los testigos de Jehová no terminaba con la renuncia de la menor a su derecho al estudio, puesto que la rivalidad se mantenía por el lado de doña Leti, quien también practicaba el mismo dogma que don Pablo.

A simple vista, al igual que todas las madres, ella se limitaba a opinar (de forma agresiva) lo que pensaba que era lo correcto (pero no lo adecuado) en todos los asuntos, empero, conforme avanzaron las semanas de octubre a diciembre, poco a poco fue sacando sus ideas punzantes a tal grado de confrontarse (hubiera o no motivo real) con respecto con otras mamás. Y es que bastaba que observaran un mínimo detalle que no entrara “en el acuerdo general” de la primera junta para emitir algún tipo de juicio.

Lo mismo sucedía con las demás mamás hacia doña Leti, dado que uno de sus lemas principales era: yo no me voy a dejar… ¿Yo no me voy a dejar? ¿De quién? ¿De qué? Pienso que todo ese alboroto era un gasto de energía innecesario, por lo que era una lástima que ellas no lo vieran así. Bien ya se había dictado antes el daño que ocasiona en el ser humano que se aferre a una verdad que sólo obedece a la temporalidad y el existencialismo, no tomando en cuenta la verdad que proviene de la intemporalidad.

Y es que todas esas mujeres, sin excepción alguna, fueron dañadas con agua que parecía miel, pero en realidad era alcohol etílico que había quemado cada uno de sus pequeños órganos desde muy temprana edad. La cura, aunque podría equivocarme, pienso que nunca fue tomada ni por una de ellas y tampoco dejaban que la tomaran sus hijos, dado que, en cada clase, la mayoría se aferraba a los pensamientos con que ellas fueron educadas. Las consecuencias ya se comenzaban a notar, sólo era cuestión de tiempo para que el sabor amargo (y no el amargo del café cuyo sabor es exquisito dado que no necesita azúcar sobre todo si es el café de hervir o de olla) cobrara fuerza dentro de sus dolencias superficiales y poco exploradas.   
  
Cierta mañana, unos cuantos minutos luego de que iniciara el tiempo para desayunar, ella, doña Leti, llego al salón de la escuela. Para ello, ninguno de los niños ya se encontraba tanto en el aula como cerca de la institución, puesto que cada uno se encontraba ya desayunando en sus hogares. En cuanto a mí, como de costumbre durante la hora de alimento, estaba sentado detrás del escritorio revisando las libretas de los estudiantes. No sólo me enfocaba en el contenido de las mismas, sino también en la ortografía de cada una de ellas.

Asimismo, me iba permitiendo dar cucharadas a los alimentos que saciaban mi hambre: una pieza de pollo bien condimentada con ajo y sal reposando dentro de un caliente caldo con verduras, destacando entre ellas el sabor del chile y la cebolla, como suele ser en la mayoría de los consomés. El agua que estaba tomando también era de limón y debo destacar que asentaba muy bien por ser tanto refrescante como para el clima que comenzaba a sobrepasar el tibio de la mañana para asentarse en lo caluroso del medio día.

Al observar su llegada, decidí dejar de sopear aquel delicioso platillo al cual ya le había agregado pedacitos de tortillas. Lo hice dado que pienso que es penoso comer enfrente de alguien sin siquiera invitarle un bocado. Además, nuevamente, se avecinaba una charla que estaba seguro que era inevitable evadirla. Por tal motivo, decidí, por educación y también por cortesía, le mostré toda la atención que rescataran mis oídos conforme al discurso que emitiría:


-          Buen día doña Leti ¿Cómo está? – inicié la conversación buscando que fuese lo más armoniosa posible, puesto que las mujeres aquí la iniciaban con un tono fuerte, brusco. 

-          Muy bien maestro, gracias ¿Y usted? – preguntó sonriendo y dejando a la vista aquellos dientes blancos que no mostraban colmillos todavía.: esa forma típica forma grácil que ronda y se ha perfeccionado entra la población en general, ocultando la mordida que luego han de dar.   

-           Bien doña Leti, gracias. Dígame ¿Qué la trae por aquí?  - dije sin despegar la vista sobre su figura corporal y sobre la piel casi blanca que posee desde su frente hasta el cuello y las manos.  

-          Pues venía a preguntarle cómo va mi niña Cintia: saber si cumple con las tareas, si está trabajando bien o si le contesta de forma grosera o de mala gana, porque esa niña es tremenda maestra… es tremanda…

-          Pues dentro de lo que cabe, doña Leti, yo pienso que va bien. Durante la jornada escolar ella siempre trabaja, un poco lento, pero lo importante es que cumple con los trabajos que le dejo, trabajos que por cierto son dignos de su nivel. En cuanto a su carácter o su actitud debo decirle que sabe cómo expresarse y como dar a conocer su espíritu de oposición. Ella no es de las adolescentes que contesta agresivamente, todo lo contrario, sabe modelar su tono de voz y cuando se trata de alguna actividad escolar obedece, tiene iniciativa y pone de su parte para aprender o, bueno, al menos eso es lo que percibo. En lo único que sí falla y es una constante diaria son en las tareas extras que dejo para realizar en casa, ahí sí, doña Leti, no sé porque suceda eso, si hay algún motivo de labores domésticas o de trabajo para aportar ingresos económicos a la casa, eso usted pues lo sabrá mejor que yo, pero ojalá usted pudiera apoyarme en eso, afín de que la niña complemente lo que se aprendió durante la clase – dije sin quejarme o acusar, siempre procurando modular mi lenguaje y ser lo más compresivo posible.

-          No puedo creerlo maestro ¿En vedad así va? Pensé que iba mal ¡Con decirle que pensaba sacarla de la escuela! ¡No me imaginaba que su comportamiento era tan bueno! – dijo doña Leti cambiando el rostro serio por uno más colorido e iluminado. Bien podría jurar que hasta sus mejillas se tornaron del blanco a un color rosado liviano.   

-          ¿Por qué le sorprende mucho eso? doña Leti ¿Qué su comportamiento normal no es así? – pregunté ahora más sorprendido por la actitud de ella que por el buen comportamiento de Cintia.

-          La verdad es que, si me sorprende, maestro, porque estos últimos meses pues han sucedió muchos cambios – dijo regresando al estado de mujer con postura de virgen María.  

-          Posiblemente se deba a los cambios típicos de la edad del adolescente. Cintia debe estar en la segunda etapa y ello implica cambios de humor constante. Es, a falta de otra palabra, normal – me sentí tranquilo.

-          Entonces supongo que ha de ser por eso… los cambios típicos de la edad – se tranquilizó.

-          No es así con usted ¿Cierto? – pregunté, talvez, imprudentemente. 

-          Exactamente, maestro. Ella no es tan buena niña como en la escuela: ella es todo lo contrario en la casa – dijo doña Letí observando sus manos que se unían enfrente de su vientre.  

-          ¿Cómo está eso? A ver, explíqueme – otra imprudencia de mi parte.  

-          Porque conmigo es muy rebelde, muy necia, no me obedece, me contesta ¡Discutimos por cualquier cosa! – platicó doña Leti con mucha ira en medio de sus ojos.

-          Ahora el sorprendido soy yo ¡No puedo creer que se refiera a Cintia de esta manera! – imaginé sin considerar primero otra consideración de doña Leti. 

-          Sí, de hecho, maestro, bueno, eso que quede aquí entre nos porque la verdad me apena contarle lo siguiente.

-          Sí, doña Leti, no se preocupe, la escucho.

-          Apenas me sacó tanto de mis casillas que le tuve que romper el celular: todito se lo desarme estrellándoselo contra el suelo – dijo aquella mujer que vestía pantalón de mezclilla, blusa y un pequeño chaleco.  

-          ¡Doña Leti! ¡Poe Dios! ¿Fue muy fuerte lo que paso, cierto? Ese tipo de actos muchas veces dejan marcados a los jóvenes – le recalqué a aquella mujer de cabello corto y canoso.

-          Es que no me hace caso y me desespero. Ese día se la paso por completo en el teléfono y no hizo algo para ayudarme al quehacer de la casa. Aparte, no sé ni con quien tanto habla y se mensajea y eso me da miedo ¡Son muchachos que no son de pueblo! ¡Qué no conozco! A veces pienso que nada más anda por ahí de “loquita” Ya una vez le di permiso tener novio, pensé que con eso se calmaría, pero no, creo que hasta resulto peor y es que suceden ya tantas violaciones o robos de niñas que eso es lo que me preocupa… que un día tenga que ir a buscarla y la encuentre sobre el suelo ya sin vida. 

-          No diga eso doña Leti, no diga eso. Comprendo que la situación es delicada y mucho, pero pienso que la solución no era romperle el teléfono, conque no le dé dinero para meterle al celular, pues con eso hubiese bastado ¿No le parecer? Sé que a esa edad ellos son muy vulnerables por lo que debe de estar más cerca de ella y no alejarla de usted.

-          Pues es que ya hablé con ella, maestro, ya me cansé de tanto hablar y no más no da resultado. Le he tenido que meter hasta sus cachetadas y ni así entiende la chamaca. Es la última de mis hijas y no quiero que le pase algo malo. Y es que su papá no me ayuda a educarla.  

-          ¿Todo el día trabaja? – empaticé con Cintia.

-          Trabaja en casa con nosotros en las mochilas, sólo que él es un hombre muy blandito, como que siento que todo le da igual. Siempre dice que la deje y que no pasa nada, pero si pasa maestro y pasa mucho ¡Y es que tengo miedo! 

-          ¿Miedo? ¿A qué? ¿A la situación peligrosa que hay en las calles?

-          Sí, a que se la roben o a que la violen. Es una chamaca de 14 años que no sabe todavía ni lavar su ropa.  

-          Busque como entretenerla en casa, aplique algunas reglas, pero sobre todo tenga mucha paciencia. Pienso que si usted la escucha y procura apoyarla es posible que ella le dé más confianza.  

-          Y es que tampoco quiero que me salga como sus dos hermanas.

-          ¿Cómo? ¿Qué le sucedió a ellas? ¿Están bien? – imaginé lo peor.

-          Las dos son madres solteras. Una de ellas hasta se me escapó de la casa para juntarse con uno de Hueyotlipan. Ambas lo dieron todo ¿Y para qué? Al final de todo, sus maridos las dejaron con los hijos – dijo con un tono mucho más quebradizo del que hubiese esperado.

-          Híjole, doña Leti, no sé qué decirle. Ese tipo de situaciones se da en muchos lugares y en muchas familias. Si es algo que se relaciona con la educación, pero también con la decisión que uno mismo toma – busqué serenad y ayudar a aquella mujer, pero en realidad, no sabía que decir ante tal asunto complejo.     

-          Pues usted ayúdeme, maestro, hable con ella, hágale entender que lo que yo hago es por su bien, que no es porque quiera cortarle sus alas de libertad, sino porque el mundo puede ser muy peligroso – dijo la mujer entre preocupada y desesperada.  

-          Yo puedo hablar con ella, algo que ya he hecho en ocasiones, pero pienso que, si el problema es con usted o dentro de su hogar y lejos del entorno escolar, talvez, quien pueda intervenir de una mejor manera sea alguien profesional: me refiero a un psicólogo porque somos personas emocionales y sensibles. Buscar respuestas en una mente frágil puede resultar fatal sino se sabe cómo orientar. Cintia, le vuelvo a decir, pienso que es estable en el asunto de los estudios.      

-          ¿Cree que sea muy necesario? – doña Leti mostró curiosidad e interés ante lo que le aconsejaba. 

-          Pues es posible. No lo descarté. Le repito, yo no soy experto en el tema, pero a lo que sí la puedo y la voy a exhortar es que cuando busque platicar con ella lo haga de forma calmada, tranquila, serena, es más, cuando usted misma sienta una paz interna para que no caiga en desesperación de inmediato, en sus miedos y entonces se dé a la tarea de realmente escucharla y procure comprender porque toma tal o cual actitud. Le voy a insistir que, comprendo el miedo y la prevención que quiere tomar con respecto a ella, empero, no deje que esos miedos la dominen y entonces busque una manera violenta de trasmitirle esos miedos que, más que ayudarla y a que ella se prevenga, puede que la anime a alejarse de su hogar y bueno, yo no se lo deseo, pero posiblemente termine repitiéndose la misma historia que con sus otras dos hijas. Piénselo doña Leti, piénselo.  

-          Hay maestro, es que es tan difícil, en verdad, tan difícil. En la casa yo soy la del carácter fuerte y la que lleva la casa, porque mi marido es muy tranquilo y eso también me desespera – dijo aquella mujer que parecía volver a alterar su carácter con tal comentario.

-          Entonces, como le digo doña Leti, es algo que se escapa de mis manos – le dijo esperando que viera que Cintia no era el problema.

-          Pues es que yo trato profe, pues educarlo, claro que lo hago como nos educaron a mí y mis hermanos. Usted sabe que antes por cualquier detalle ¡Órale! Ahí te van los varazos. 

-          Eso es algo que se tiene que romper y a la voz de ya ¿O acaso piensa que eso es lo correcto? – cuestioné.

-          Pues no… ¿verdad? … algunas de mis hermanas también terminaron casándose dos veces. Yo también fui una de ellas. Pero tiene usted razón, voy a segur su consejo, maestro – regresó la serenidad a aquella mujer.

-          Yo hablaré con ella y buscaré orientarla en lo que este en mis manos, pero si puede, mejor busque usted ayuda profesional dado que hay detalles que se me pueden escapar.

-          Está bien, maestro, está bien: muchas gracias por escucharme. Yo ya he cambiado desde que escuché la palabra de Dios, ahí con los testigos de Jehová. Antes adoraba a las imágenes, pero ya aprendí que eso no es lo que quiere Dios.

-          Está bien doña Leti, eso está bien. Si allá también la pueden ayudar con Cintia pienso que ambas ganarían. 

-          Si, verdad… - ella pronunció, pero yo sólo percibí un grande e intenso vacío y no es que sea ateo.

-          Así es doña Leti, utilice y lleve a cabo todo lo que se encuentra a su favor. 

-          Sí, maestro y dígame ¿Qué religión es usted? 


-          ¿Qué religión soy…?      



Secreto 12: Teotlak


Los dedos se han engarrotado
y no hay alguien que reviva las  delicadas melodías del arpa.


De entre todas las madres de familia que tenían a sus hijos adolescentes estudiando en la secundaria comunitaria de Miguel Aldama, una de ellas se destacaba en gran cantidad de aspectos: en ser la que no se quedaba callada ni un instante de los que conformaban las reuniones, en ser aquella que conocía la ubicación exacta del material escolar tanto del salón de clases como del almacén, mujer que buscaba cumplir con las todas tareas escolares como madre y participar en todos los eventos culturales que se llevaran a cabo, era algo así como una mujer que buscaba alcanzar su objetivo cueste lo que le cueste… algo de admirar, claro, pero ¿Hasta qué punto?

Ella a primera vista mantenía ese rostro que se pintaba de colores cálidos en el paisaje, capaz de tornarse a colores fríos como la tundra o taiga sin que hubiese algo que se lo impidiera, como sucede con el clima. Era como un maniquí con vida, porque también usaba ropa según la ocasión, según la temporada, según lo que ella quisiera enseñar detrás de su propio aparador.  

Por ende, tal determinación también traía consigo un curiosísimo rasgo externo que tenía un origen en lo interno (claro está, incapaz de separarlos), eso implicaba poseer un grande y pesado regalo: por un lado, ella se perfilaba como alguien que se mantenía en la eterna y añorable infancia, es decir, no había crecido mentalmente… lo cual implicaba que le gustase jugar, sonreír y cooperar, muy necesario para nuestra época.

Se podría decir que hasta ahí todo bien. Empero, por otro lado, ello también traía consigo un asunto importante a considerar, de cierta manera, peligroso que afrontar: mostraba actitudes de niña, en términos exigentes, no acordes a su edad y a la “madurez” que debía de manifestar, sobre todo si era cabeza de familia… ¿Por qué la vida no es como la existencia? ¿Por qué la vida nos juega bromas pesadas? ¿Por qué la vida no puede ser como la existencia: que se mantiene al margen de todo y sólo se dedica a ello…a existir?...

En sí, era como dicen por ahí en mi pueblo culto: estaba atrapada en su yo niña dolida, con rencor, cubierta de ira, torturada, maltrecha, tratando de sobrevivir a una realidad que no dejaba entrever la raíz, el origen de todo. Y ello me arrojaba, de manera un poco amarga la siguiente pregunta: ¿Quién sería aquel que resanara algo que ya estaba ahí en el rincón de lo desfigurado? ¿Quién le daría la fuerza para ver el espejo de su vida y enfrentarse a sí misma? ¿Quién?... Me pregunto porque el dolor es más fuerte para recordar que los instantes más sutiles y honrosos… ¿Por qué?...  

Por tal motivo, pienso que, al hablar de ella, y no es por exagerar, tengo que estar buscando afanosamente el limitarme al describirla ¿Por qué? Porque emitir algún juicio sobre ella bien podría pasar de la fina argumentación a la ostentosa especulación. Es casi un imposible, basta con revisar los textos literarios o periodísticos. Por un lado, recalco, ella poseía esa parte de cooperación e iniciativa, empero, esas mismas características de su persona se juntaban muy bien con otras: aquellas acciones o actitudes que se han denominado como chantaje, engaño y mentira.

Anabel es su primer nombre. Mujer, a falta de otro termino, recia, de carácter no histórico típico en la mujer mexicana (una parte de ello, admirable), bien podría ser su segundo nombre. Piel completamente morena, mas atezada que de pigmentación natural, cabello largo más allá de la cintura, con algunas canas ya muy notorias desde la raíz hasta la punta, muy lustroso para cualquier admirador de pelucas por lo lacio que dominaba desde en todo el cuerpo del mismo. 

Las arrugas, sean pesadas o livianas, con mucha o poca experiencia, ya se dejaban ver sobre el rostro en forma de huevo a causa de su cráneo de aquella mujer, empero, no mostraban signo de cansancio alguno, demencia o suavidad, más bien marcaban las líneas bien marcadas de una fémina hija o nieta de la revolución mexicana: valiente, indomable, astuta y arriesgada.

Viendo a doña Anabel de frente resaltaban mucho sus dos mejillas por el tamaño grande que estas poseían. Ella no era la mujer de aparador que se veía en casi todas las telenovelas: era todo lo contario, una mujer con el fusil sobre la espalda y con el rebozo muy bien acomodado. Los dos ojos hacían par con ellas mejillas porque, de igual manera, no eran ni pequeños ni tímidos ni escurridizos, estaban ahí dispuestos a hacer frente a lo que tuviera que ser enfrentado.  

En cuanto a su estatura y figura, era enorme, también ancha y robusta del cuerpo, haciendo armonía con ese carácter más allá de lo picaresco. En ella aplicaba el viejo dicho de “la verdad no peca, pero incomoda”. Esos rasgos físicos también la diferenciaban de las demás mujeres de la comunidad de Aldama, pues la mayoría era delgada de hueso y no rebasaba el 1.50 de altura. En cambio, Laura, su hija última de tres, la había heredado tanto en cuerpo como en personalidad. Ahora que lo pienso, eso también aplicaba para Jesús, su único varón hijo que cursaba el tercer grado de secundaria.

El heredar ciertos comportamientos de la madre (tengo que decirlo por haber sido su maestro) bien podría traer consecuencias de todo tipo a Laura: lo que hacía falta para promover la lucha contra el machismo que todavía permeaba en las calles del pueblo, pero, al mismo tiempo, un gran problema con la compresión y el autocontrol, no sólo para con sus compañeros o conmigo, sino también con su propia madre, pues ella reconocía que Laura tenía ese carácter poco domable y fuerte. Aquí, pienso, que lo importante no era callarla o limitarla, sino saber enfocarla para que ella desarrollara ese potencial que podrían convertirla en una profesional competente.  

Y es que siempre hay potencial hasta en lo que pareciera traernos sólo descalificaciones y desagrados por parte de otros dogmas o reglas. En el caso de ella, alterarse por algo que las incomodara, tanto a la madre como a la hija, incluso a las hermanas, por más mínimo que fuera el asunto y proveniente de las otras mamás o compañeras, sobre todo que no fueran católicas como ellas, era singo de, ya no discutiderío, sino de griterío.

Y eso era por ambos bandos debido a que, para conservar la costumbre, buscaban no ser las mujeres sumisas ante otras mujeres. Su frase típica era “Y yo porque me voy a dejar de esta”. De cierta manera, hace falta ese tipo de mujeres, pero todavía no comprendo porque pelean entre ellas mismas cuando su enemigo real, y no lo digo yo, es otro que está muy cerca de ellas.   

Entre otros detalles a destacar de Doña Anabel, debo decir que siempre que visitó al salón por algún motivo escolar, llevaba el cabello bien recogido con una simple coleta, ni un cabello salido, bien humedecido y con el rostro perfectamente aseado. Ante todo, era mujer pulcra, bien aseada, lo mismo que sus hijos y su hogar: la disciplina rondaba entre sus actos, ideas y hábitos.

El tono de su voz se comparaba, por muy peculiar que suene, con el de algunos poblanos capitalinos (ya sabrán a que me refiero), aunque claro está que no era nativa del estado de Puebla. Es más, ella tampoco era originaria del pequeño poblado tlaxcalteca de Miguel Aldama: en realidad provenía de la Ciudad de México y radicaba en esta zona por ya casi 30 años. El motivo que la había orilló a cambiarse de lugar de residencia, para mantener la tradición mexicana, fue por haber contraído nupcias con un hombre tlaxcalteca.

Su esposo, don Pablo Corona, el hombre que la enamoro, la conoció en una de esas tantas ocasiones en las cuales se tuvo que ir a trabajar fuera del pueblo. Él pertenecía al oficio de la construcción desde que era muy pequeño (lo que se conoce como albañil). Era una labor digna que había heredado no sólo del pueblo completo, sino también de su padre, sus tíos y sus abuelos paternos.

Ser albañil era un empleo que don Pablo consideraba eterno, pues decía que siempre habría alguien que necesitara de los talentos de un constructor, tanto como por la fuerza como por el conocimiento que requería dicha profesión, y la prueba de ello era la inmensa cantidad de terrenos que todavía se encontraban sin el mínimo castillo o cimiento colocado. Tal motivación lo orilló a abandonar la academia desde muy temprana edad, además de que, antes, se decía que estudiar sólo era para los ricos o pudientes, mientras que, el campo, era para los necesitados.  

Con doña Anabel llevaba un concubinato desde que nació su primera hija. Inmediatamente, él había dedico gran parte de dinero y tiempo a la construcción de su propio hogar: dos cuartos en el terreno que le fue heredado por su mamá. El matrimonio no sólo gozaría de tranquilidad geográfica a comparación de muchas otras parejas, sino que, además, si se lo proponían, eliminarían los errores de sus padres.

De hecho, durante la primera visita que hice a su domicilio bien me pude percatar de que la construcción iba por un camino muy prometedor, soñador, emotivo. Aquel lugar estaba ya techado con concreto y los muros eran de block blanco. Para culminar sólo hacía falta el revocado. Pienso que muy pronto darían el paso a la revestidura de los muros, aunque ya de ganancia se anteponía el propio lugar. El piso, incluso, era de cemento pulido. La casa, de al menos 100 metros cuadrados de construcción, gozaba de herrería en ventanas y puertas. Aquí la esperanza se transformaba en realidad.

La prosperidad se estaba acercando con el paso de los años y la culminación de los compromisos adquiridos con cada uno de sus hijos (es raro cómo funciona la vida humana en estos días: nacer, crecer, casarse, tener hijos, mantenerlos a jalones y estirones hasta los 18 años, despedirlos para que hagan su voluntad y sentirse satisfecho por ello, y es más raro aún aceptar esa cadenita por todo ser humano o casi todo ser humano sobre la tierra), puesto que ambos ya sólo se encargaban de sus últimos dos hijos de un total de cuatro que habían tenido: Laura, quien me recordaba mucho a mi tía tanto por el nombre como por el carácter eufórico, y Jesús, con quien mostré una tolerancia similar a la que apliqué con Oscar y Mariela. Ambos muchachos ganaban el título de los más altos del salón de la secundaria, entre otros distintivos que ya se dejaron entrever anteriormente.  

Las otras dos muchachas de las que hablo ya estaban casadas. De hecho, ambas ya tenían hijos con sus maridos y también vivían en la comunidad de Miguel Aldama. Según la maestra Carina, quien estuvo el año pasado trabajando en este lugar y con quien llevo una estrecha y sincera amistad, sus dos hijas, al año de graduarse de secundaria, entre 14 y 15 años, contrajeron matrimonio con sus actuales esposos: la maldición no sólo rondaba entre las calles de los países del lejano oriente. 

Debo aclarar que, debido a la casi nula convivencia que hubo entre doña Anabel y yo, nunca comprobé lo que la maestra Carina me dijo en torno al asunto (la gran mayoría se quedaba en el archivo de asuntos sin explicar, o en su defecto, sin investigar), empero, ambas muchachas sí se veían muy jóvenes para tener hijos dando sus primeros pasos, o al menos eso noté cuando las conocí en una de esas tardes en las cuales me tocó ir a comer con doña Anabel. La navidad, entre otros asuntos, iban y venían cada temporada invernal, es decir, sea normalizando el asunto o simplemente sea ignorado por todos.  

Había otro rumor que tenía forma de roncha provocada por el mosquito hambriento durante el afelio decembrino (aunque estudios recientes ya apuntaban un perihelio decembrino… ¿Eso es posible? ...): mientras más se rascaba y se ponía colorada-colorada, dolía; se hinchaba dejando una pequeña, pero temible cicatriz, y por supuesto, que provocaba cierta incomodidad.

Ese rumor no sólo lo decía la maestra Carina, sino que también lo comentaban sus cuñadas, hermanas de su esposo: ella era una mujer que sólo esperaba a que terminaran la secundaria, y después de ello, metía a sus hijos a trabajar o, en el caso de las mujeres, les buscaba marido. El chiste era no cargar con el paquetito más tiempo. Nuevamente, ideas que se ocultaban por encima de las viejas edificaciones ideológicas.

En ese sentido, no atreviéndome a explorar porque considero que es un asunto que no me incumbe (espero no estar cayendo en la indiferencia), tanto su niña Laura como su niño Jesús, durante algunas charlas que sostuve con ellos de forma personal, me dijeron que sólo terminarían secundaria, por lo que los conocimientos de física, química o álgebra les resultaba un tanto inútil, puesto que era algo que jamás emplearían en su vida, y por tal motivo, estudiarlos estaba de más, lo consideraban un desperdicio de tiempo (Me pregunto hasta qué punto se continúan violando los intereses de los niños y no sólo por los padres, sino por otros actores que ni siquiera ellos se imaginan).

De hecho, Laura tenía el pensamiento de terminar la escuela y dedicarse a la elaboración de ollas y jarrones de barro, una tradición exquisita y respetable dado porque yo mismo utilizo ese tipo de instrumentos para cocinar y preparar mis alimentos ¡Cómo admiro el trabajo de los artesanos¡ ¿Será que se debe fomentar en el consumo de su trabajo artístico?... Además, cuando fuese la temporada, ella se iría a la Ciudad de México a vender miel de abeja, pues según ella, sus tíos se dedicaban a la apicultura y les daba bien de comer desde hace ya varias generaciones.

Cuando tal comentario salió a la luz, me limité a decirle que ello era posible y que, si ya había tomado esa decisión, como académico y amigo de la verdad, no sólo la respetaría, sino que si hubiese algo en mis manos, desde ahora la apoyaría, no sé cómo y aun así lo haría, pero sí insistí en que no estaba de más prepararse para no descartar, también en lo posible, un estudio medio superior o profesional.

Es cierto que los egresados de las universidades atravesaban un momento económico no muy redituable por su trabajo, empero, un estudio universitario (un verdadero estudio universitario) no sólo te preparaba para una “estabilidad económica” sino también para una vida llena de prudencia, decisiones sabias y más claras para organizar la vida personal, social y matrimonial.

Pero aquella charla que busque que entrara y llegara hasta su cavidad neuronal sólo quedo ahí, arrumbada en el rincón de las palabras de un maestro desacreditado por la sociedad y los medios de información, incluso, por la propia clase política que no aspira a que se vea lo tangible de la verdad por querer mantener ciertas costumbres que son arcaicas para nuestro siglo XXI: somos como una diminuta célula en el cuerpo gigante del universo… no sabemos nuestra función y desconocemos nuestra ubicación…

Así que, perdidas todas las ideas abordadas entre la tarde del día y los muros de aquel salón pequeño y que resguardaba a los tres grados, y claro, sin biblioteca, sólo ella, Laura, sabe (o ni siquiera lo sabe) que sucederá el día de mañana, cuando ya hayan pasado aquellos tres años de su vida y cuando sea todavía más inconsciente del porqué de las circunstancias sociales y humanas. 

Para no demorar este asunto que se multiplica como una infección y cuya cura se encuentra en manos de muchos y que algunos aplican, el motivo principal, según dijeron y coincidieron cada uno en su momento, es que no les gustaba la escuela y la lectura, aunque ambos trabajaban bien y cumplían con lo solicitado durante las clases, además de que mostraban ser unos diamantes en bruto.

Es más, debo destacar que Laura mostraba signos de trabajo organizativo, capacidad y carácter para jefa de personal, un poco estricto, pero que era alabado por el sector empresarial. También había inteligencia en cuanto a la localización de ideas principales que si se abonaba con buenas letras seguramente daría muy buenos libros e investigaciones. En ella, como en muchos jóvenes mexicanos, había talento nato.

En cuanto a Jesús, aquel muchacho ya casi cerca de los 16 años, moreno y más alto que yo, pese a preferir el trabajo como constructor de bardas, cavador de trincheras y elaborador de mezcla de cemento, tierra cernida y cal, tenía habilidades grandes para la matemática algebraica, pero sobre todo para las actividades artísticas y bien hechas, en específico las plásticas.

Algo, quiero suponer, se debía a que ya trabajaba como albañil al lado de su padre, generalmente durante los periodos vacacionales, fines de semana, así como días festivos, aunque se rumoraba que, si el trabajo era demasiado, Jesús abandonaba la escuela hasta un mes, ya que la familia lo aprovechaba sobreponiendo la adquisición de dinero por encima de las letras y los libros.

Sí, es cierto, en Jesús se almacenaba un carácter muy fuerte, incluso, dominante, el cual, en lo personal, consideraba que se debía a un miedo profundo. Esto debido a que él era el único hombre, lo cual implicaba una doble carga, sobre todo del padre y de la cultura machista que todavía permeaba dentro de Miguel Aldama: romper la maldición tardaría, tristemente, una generación más. Otro detalle con el cual tenía que cargar era que muchos de sus objetivos no eran propios, no coincidían con sus anhelos o aspiraciones, algo que es muy cruel no sólo para su edad, sino para la propia humanidad.

Empero, Jesús no era el único que cargaba con un asunto sobre sus ojos y sobre su mente que le provocaba cierta miopía, sino tanto al papá como a la mamá. Doña Anabel, además de asegurar que sufría de tener inflamación en los nervios, también le marcaba la muerte de su querido papá, quien fuera víctima del cáncer de estómago hace ya un par de años. Ello era algo con lo cual todavía lidiaba doña Anabel, misma que lloraba amargamente.

Durante el tiempo que duró el suplicio, ella comentó que su padre siempre mantuvo su fe y esperanza en vivir, en sobresalir y retornar a su estado de salud anterior. Todo había comenzado con un pequeño dolor en el estómago, el cual lo ignoró por casi dos años. para cuando el dolor creció y se volvió intenso, su padre fue llevado al médico, quien no le avisó directamente el asunto.


En su lugar, la tonticia o noticia fue recibida por la propia doña Anabel, quien tomó la decisión de no comentarse a su padre. La principal razón de porque le ocultó esa verdad a su padre, dijo, fue porque la enfermedad estaba ya en etapa terminal y eso haría decaer más el estado de su padre. Aquel hombre, según doña Anabel, todavía vivió un año y todo lo que él pedía, ella se lo daba. Había un universo entero en aquella mujer, como es sus propios hijos.


Secreto 13: Namah 

Es mi sangre la que vibra   
mientras sostienes mi mano para bailar bachata.

Una vez más (como círculo psicológico vicioso de un neurótico), y para no defraudar a cada una de las predicciones de los más sofisticados observadores y a los más de 5 mil años del conocimiento acumulado dentro de los libros y pergaminos (y ahora computadoras), los vientos fríos y ásperos invernales arribaron a las superficies visibles de cada una de las rocas y piedras, así como de los inseparables sedimentos que conforman los largos y altos cuerpos montañosos admirables no sólo por los pintores paisajistas, sino por los curiosos forasteros que los visitan, por los seres cuya adrenalina es imposible resguardarla, así como por los pensadores y meditadores que se acercan al polvo, a su supuesto origen estelar y galáctico que la ciencia poco a poco ha comenzado a aceptar.

La robustez y las grietas que me atrapan por semanas (porque no he logrado concretar las palabras para definirlas con la mayor sutileza que se merecen) se encuentran acumuladas por centenas y décadas del crecimiento fotosintético sobre el cuerpo troncal aunada a la implacable resistencia de cada una de las largas ramas de los pinos (desde la más delgada hasta la que ya presentaba varias subdivisiones), tampoco evitaron que el calor compartido por el astro solar se escapara desde la más pequeña hoja con su amante crudo de diciembre y enero. 

A tal situación abismal, pero aceptable porque lo que procede de lo natural se asemeja a lo celestial, a lo divino, a lo incorruptible, a lo inexplicable, se le unía, muy forzosamente, las puntas (y algunas secas) de los quebradizos y crujientes pastizales que luchaban de forma feroz contra cada gota de bióxido de carbono dentro del aire para no desvanecerse todavía: arraigándose de forma extracomunal afín de no perecer en la batalla que libraban… que todos libramos porque se ha perdido el sentido de la belleza a lo existente… afín de que el intento de sobrevivencia triunfara sobre lo que algunos han denominado como la nada, como el vacío o la muerte de la que ya no hay regreso (¿Quién nos dijo que esa mentira es verdad? ¿Quién o qué y por qué?).

Lo misterioso de lo turbulento se adueñaba de cada rincón pequeñito de todos los caminos dibujados por la mente del hombre maduro hasta ahora: desde las olvidadas veredas que sólo visitaron una vez el pie de un ser humano hasta las más reconocidas carretas transitadas por los autos lujosos y particulares y los trailers que llevan el comercio, la tecnología y la civilización dentro de sus enormes cajas metálicas descansando sobre sus más de ocho ruedas. 

Pero ese bautizado clima, el cual fue percibido por primera vez por la conciencia del primer pensador, y la enigmática forma de las rocas (adquiridas de tal manera por un Dios bebé, un Dios tolerante y armonizado por la belleza de lo único) que se unen para admirar el terreno pequeño de esta parte del meteorito que se denomina como el bello y legendario estado de Tlaxcala, es también sinónimo de la luz que se asoma de entre las cortinas a través de las ventanas.  

Por tal motivo ya manifestado cabalmente desde la energía que se me dispone en estos instantes, diré que no sólo las dos benditas semanas de vacaciones escolares habían culminado (para mi desgracia, por una parte), sino que, además, el regreso a clases exigía un redoble del esfuerzo, un redoble de trabajo, tanto por parte de cada uno de los alumnos como del propio maestro: los retos dentro de este siglo XXI no parecen tener límites y ello me parece algo sumamente maravilloso, sobre todo para el maximato de la ciencia y el intelecto, pero una parte de mi reincidía en la pregunta necia… ¿A costa de qué?... aun así, pienso que más vale ser sobresaliente que alguien ignorante de la magia que trae consigo el estudio, el conocimiento. Ahora se les denomina sapiensexual, empero, ello sólo es un concepto, dado que la definición auténtica siempre se escapará de los sentidos de los investigadores, de los intelectuales.  

Durante toda esa temporada de recreación decembrina que corresponde al inicio de capricornio y el cierre de sagitario, incluyendo los primeros días de regreso a mis labores docentes, permití lo criticable, lo juzgable, lo tachable, lo que fue inventado para ser aborrecido por un puñado de seudopensadores destructores de la creatividad y la imaginación: a lo que me refiero es que el cuerpo (mi cuerpo prestado) de doble filo de la flojera se extendiera con cada uno de sus dedos y uñas sobre mi templo desnudo (también prestado), sin puerta, sin barrotes, para que me acariciara como lo hacen los amantes en medio de la noche y bajo la lluvia, y de esta manera, ella se apoderara de la rutina (que sin darme cuenta parecía causarme cansancio)y yo, aprovechando de esa posesión, no desperdicie el tiempo para bañarme con cada uno de sus perfumes, por lo que descanse, pienso que como nunca, muy bien estas vacaciones. 

Ahora mi mente me dicta, por alguna extraña razón, que estoy cayendo en las vacaciones eternas y es que se debe a que es cierto aquel dicho que sostiene que el amor al trabajo (y me refiero al amor armonioso) en realidad sólo se divierte desarrollando las actividades para las cuales no sólo presta su intelecto, sino también la fuerza brutal, por muy mínima que esta sea.  

De hecho, tengo que presumir (aunque ello me remita al alimento del ego insaciable que casi siempre me domina, aunque lo trate de armonizar con mi yo armónico) que fueron los días de receso con una de las mayores trascendencias que he tenido desde hace ya un buen y largo tiempo, es más, desde mi adolescencia tardía, luego de que decidiera y encomendara mi existencia al estudio y al trabajo. Claro que ello (como ya muchos otras saben tanto por lo que han escuchado de mí como por la propia experiencia personal) fue agotador, pero a mis 29 años pienso que disfruto plenamente de las cerezas de este sabrosísimo pastel que me deleita, sobre todo al escribir. Eso puede ser o también el simple hecho que tiene el poder de la aceptación y la serenidad. Espero firmemente o, incluso, fielmente, transmitir eso a aquellos que no necesiten, que estén cerca de mí.  

En cuanto a las actividades laborales programadas, cada detalle, cada círculo, cada conformación de la existencia parecía ser un bello cuadro pintado por las manos del talentoso Vicent Van Goth (debo recordar que les guste o no a los teóricos, la obra literaria nunca podrá separarse del sentir humano, del sentir del autor), puesto que, como el rompecabezas, cada parte tomaba su lugar correcto para conformar la armonía de la imagen final, así como la balada para Adelina. Con ello, me refiero a que las madres de aquí comenzaban a hacer a un lado sus diferencias y se estaban poniendo a trabajar en pro de sus hijos, punto crucial no sólo de la especie, sino de la comprensión de nuestro entorno y trabajo dentro del universo (propósito universal y eterno). Para mí, y yo pienso que para cualquiera que estuviera en mi situación, aquello se convertía en algo alentador: soy como esa ardilla feliz frente a un bellota o nuez.  

El aparente principio, porque todo científico e investigador sabe que las raíces gruesas, bien alimentadas, resistentes, se ocultan muy dentro del subsuelo del desconocimiento y de lo inconsciente. Eso lo presento a continuación, claro que estoy seguro de que hay algo que se me escapa tanto por falta de observación, de conocimiento, observación y hasta de sentido. En fin, a lo que me refiero es que ese trabajo o iniciativa estaba a cargo de doña Paula, la actual presidenta del comité de padres de familia. 

Ella manejaba una ideología definitivamente diferente a la que permeaba aquel lugar, sea por costumbre o sea por reacción o sea por aprendizaje. Lo que ella venía manejando era el trabajo de no problemas, no gritos, no enojos… sino de “yo ayudo y yo de apoyo”, algo muy difícil de creer por el carácter enraizado en los habitantes. Claro que bien se podría decir que ella estaba sembrando en tierra que sólo Dios sabe si era fértil, aunque a estas alturas, cualquier intento es digno de reconocerse, y si está en nuestras manos, de fomentarlo. Asimismo, considera diga de nombrarse como una mujer pionera en la introspección social (a falta del concepto correcto). 

Siguiendo ese clima contagioso, aunque la gripe que me azotaba mantenía y aferraba su nido dentro de mi garganta, nariz y pulmones desde hace ya varias semanas, una extraña y creciente sensación de bienestar se blandía y se expandía dentro de las redes neuronales en el interior de mi cráneo, tomando una gran fuerza de fortaleza, de muralla, pienso que similar a la de Sansón o Hércules, y al mismo tiempo, como una pequeña semilla de frijol que ha de germinar pronto, muy pronto, para ser alimento de otros y compartir sus nutrientes para el interminable ciclo de la cadena alimenticia. Una parte de mí me decía que doña Paula había influido: talvez sí, talvez no, quien sabe… es sano pensar y creer que es así, pues la fe es la fuerza que depositamos sobre algo o alguien.   

Pienso que los momentos más difíciles que tuve que atravesar aún sin cumplir los 30 años de edad me ayudó en mucho sobre lo que tenía que trabajar y darle ese énfasis que requiere (y no porque estuviese distraído), porque la verdad había llegado para quedarse conmigo, a mi lado, ser mi vela, mi espada, mi armadura y mi espíritu, por lo que era necesario afrontarla ahora, nuevamente, porque el retraso no es más que el camino hacia el suicidio, hacia la muerte en vida, hacia la melancolía y la tristeza: apoderarme de ella es ser uno mismo con el propósito de la naturaleza del universo (por ahora no hablaré del más allá). La actitud y la sonrisa fue preponderante para todo aquello que se avecino y que ahora forma parte de los recuerdos que custodian cada una de estas páginas. Todavía continua en mí la duda de si esto servirá de algo o sólo serán los escritos turbios de alguien que le tiene miedo al olvido, mucho miedo significativo. 

Sobre todo si se trata de algo que es bello, pero cuando digo bello me refiero a esa forma que sentenció una vez Sócrates en uno de esos textos que dejó a través de Platón, en donde prácticamente concluye que la belleza es indescriptible, sobre todo si la perfila una mujer de carácter ameno, de tolerancia frente a la discordia, de paciencia frente a lo que es incapaz de autoeducarse. 

Alguien que también parecía portar ese estandarte y pienso que lo demostraba con mucho orgullo vivía aquí, en el paraíso de Miguel Aldama. Lo digo porque una de ellas, una de aquellas mujeres que me ayudó a recordar lo valioso e invaluable que es la armadura de la sonrisa fue una humilde y hasta picaresca señora, además de… yo digo que joven… pues a pesar de estar casada y ser madre de uno de los alumnos que tenía en la escuela, su rostro todavía denotaba frescura, energía, vitalidad, talvez un poco de preocupación, pero, ante todo, un buen humor que la caracterizó a diferencia de las demás mamás, quienes siempre permanecieron a la defensiva. 

Hay un peculiar recuerdo, uno que me regaló por lo espontáneo que fue, por lo fresco del momento y que me conmovió, más allá de la reflexión, a lo divertido que es cada una de las locuras que rondan dentro de la comunidad. Para algunos bien se catalogaría como burla, empero, dadas las circunstancias, yo lo colocaría dentro del juego y dentro de la inocencia que coexiste en un cuerpo adulto lleno de preocupaciones, de responsabilidades, y por supuesto, de un infinito e incierta especie de fraternidad:


¿Usted maestro no hace muchas juntas, verdad?

La verdad no. Pienso que las reuniones sólo son necesarias cuando se trata de atender un asunto grave o algo que realmente sea de impacto para todos, pero si no es así, honestamente, no le veo el caso ¿Para qué hacerles perder el tiempo tanto a ustedes como el mío? Y claro, el de los niños… ¡Sí ya de por si son pocas las clases con todas las suspensiones en el calendario escolar ahora imagínese si constantemente las tengo aquí!    

Eso me parece muy bien, maestro, muy bien, porque allá en el kínder hacen junta de todo.

¿En serio? 

Sí, maestro. Bueno, con decirle que hacen junta ¡hasta porque se metió la mosca al salón de clase!

¿Cómo está eso?

Pues sí, maestro ¿A poco no ve a las mamás de kinder? Del salón no salen. Creo que viven ahí con la maestra. 

Bueno, es cierto, he visto que entran muy seguido.

Pues por eso le digo maestro. Entre ellas mismas hasta se han de decir: ¡Ay Dios mío! ¡Ya entró la mosca otra vez al salón de clases! ¡Hay que hacer una junta de nuevo! Y todas van pa´dentro.

¡Doña Bertha! ¡Qué picara es usted! – y no paraba de carcajearme al igual que aquella bendita mujer.


    
Como ya lo dije, el nombre de aquella mujer amable y respetuosa es doña Bertha, quien siempre procuro (porque yo estuve ahí para ser testigo), pese a los comentarios y acciones de las otras mamás, ver el lado amable de todo lo que sucedía dentro y cerca de la escuela, así como los asuntos que a ello le conciernen y que ahora pudiese olvidar. Además, ella era la mamá del pequeño Diego, quien, aunque apenas cursaba el primero de secundaria, mostraba habilidades y actitudes tanto para el aprendizaje como para el trabajo y la memorización (no profundizaré en el pequeño por ahora). 

Pienso que, por las facciones faciales en la frente, las mejillas y la barbilla que conformaban el rostro redondo de aquella mujer, no rebasaba más allá de los 35 años de edad (lo digo porque no creo atreverme a preguntarle su edad original mientras tenga contacto con doña Berhta). Además, ella, al igual que doña Anabel, no era originaria de la comunidad de Miguel Aldama, es más, ni siquiera pertenecía al esplendoroso estado de Tlaxcala. 

Incluso, ese acento que se presentaba al final de cada enunciado que emitía: alargado, con un punto tónico y suavizado al final de las oraciones (tal vez un poco alzado en el tono, no en la personalidad) nos revelaba que ella pertenecía a la zona sur del país, y para ser exacto, del estado de Oaxaca, algo que no descubrí y ni siquiera imaginé sino hasta que ella misma me lo comentó en una de las pláticas que tuvimos y que salió a flote sin necesidad de que yo se lo preguntase.

Su piel era similar a la mía: de un tono moreno brillante (como el del cacao o champurrado) y libre de acné y espinillas, a mí estatura… o talvez unos cinco centímetros menos, cabello largo y negro cenizo y sin canas todavía, cuello firme sin papada que lo cubriera, nada de maquillaje en el rostro y ni esmalte en las manos. De lo que si recuerdo y pienso que recordaré hasta la fecha, es de ese afán es estar muy bien enfocada tanto en los aprendizajes de su hijo como en el buen comportamiento del mismo.

Diego, de 11 años, según me platicó, fue su hijo único y no tanto porque ella así lo hubiese deseado, sino por lo complicado que había sido desde el periodo de la gestación hasta su parto. Incluso, los primeros meses de embarazo también representaron un obstáculo de salud para ella, por lo que tuvo que tener cuidados intensivos. De hecho, según lo que ella me platicó, durante casi todo ese año que estuvo en espera de su niño prácticamente no movió ni un dedo del pie izquierdo.  

Uno de los momentos más críticos fue la fecha del nacimiento de Diego (nombre puesto en honor al hombre que vio por primera vez a la virgen de Guadalupe, tanto por ser una bendición, un agradecimiento y el milagro esperado por aquel matrimonio) el parto, mismo que prácticamente se tuvo que convertir en cesárea por lo complicado del asunto, pero, como ella decía, gracias a Dios todo había resultado bien y, después de dar a luz, el doctor le sugirió que se operara para no tener más hijos, pues su vida volvería a correr riesgo, lo cual, ella aceptó.

Doña Bertha me comentó que dentro de sus planes de vida estaban dos o tres hijos por delante y eso mismo opinaba su marido, pero como su salud se había puesto en peligro dentro de los meses de gestación, pues prefería orientar y amar a Diego y verlo crecer hasta donde la vida se lo permitiese. Su marido tampoco buscó correr ese riesgo. Al final de cuentas, la llegada de ese niño le trajo mucha satisfacción, y no sólo a ella, sino también a su esposa y a toda la familia.

La comida que guisaba aquella mujer tenía un muy buen sabor. Y de las tortillas a mano no se puede decir menos: pues además de tener una circunferencia perfecta y no poseer quemaduras, ella prefería utilizar el maíz azul. Pienso que prefería acercarse a los alimentos que estuvieran cerca de lo sano. Además, ella casi no consumía café, ni refresco, sólo agua natural o de limón, la cual le quedaba deliciosa. 

Siempre vestía un par de tenis sucios, no viejos, pero si sucios. Pienso que era más por comodidad que por fachudes, dado que el niño siempre llegaba a la escuela impecable, bien peinado, con los zapatos lustrosos. Además, debo recalcar que era una mujer que todavía se dedicada a algunas actividades propias del campo, tales como sembrar, recoger la cosecha, ir al molino, etc. 

Asimismo, vestía pantalón siempre, sea ya de mezclilla o de pans, una playera sencilla o si hacía frío una chamarra encima, una coleta entera enredada con lo que en México se le conoce como bolitas. En ella también era típico ver un sombrero, así como un par de aretes pequeños o arrancadas, pero de diámetro pequeño. Observarla me recordaba mucho a una de mis tías: Malena, con quien crecí prácticamente desde los seis años. 

Con doña Bertha siempre era grato sostener una charla de cualquier tipo, puesto que siempre terminaba sonriendo o hasta riéndose por todo lo que sucedía. Efectivamente, como era de carácter más tranquilo recuerdo que en cierta ocasión tuve que intervenir en lo que pudo ser una discusión, cuando uno de los alumnos de tercer año le faltó al respeto al decirle “a usted que le importa”, luego de que le llamará la atención en frente de ella y doña Bertha considerara decirle que a la escuela se venía a aprender y no a rezongar, claro que, eso era algo ya típico en esa escuela.   




Secreto 14: YALOWAYA


Empalágame mucho con tus ternuras  
porque soy de piel morena como el sabor del café tostado.


Hay madrugadas, a veces muchas en el mismo mes y otras muy esporádicas, en las cuales el ni los sueños ni las pesadillas o simplemente la muerte temporal se desvanecen entre aquella paradoja que surge de mi inconsciente, sea para dejarme pensar en círculos, buscar una entidad que me explique la realidad (su realidad) y que me encaminé a otro plano existencial en donde lo mágico en tan tangible como la Fe religiosa de todos los creyentes católicos, cristianos, adventistas y demás sectas.

Es muy fácil perderse entre esas ideas ¿Por qué? Bueno, puede ser porque son seductoras… muy seductoras para aquellos que estamos agotados de esta realidad que a diario se vive, para aquellos que piensan que es posible que la imaginación manipule otros dones que otros consideran imposibles, innaturales o improductivos. Y es que no sólo son de acceso libre, sino que además resulta muy estimulante, es algo así como para un físico a las matemáticas, como un mecánico a los motores, no encuentro la determinación correcta que reúna la sensación que se genera de la práctica.

Aunque ahora que lo pienso, me parece que aquel que podría describirla de una manera más sutil y armoniosa con los cantautores: hay una mano mágica, un sentido especial, un don que los envuelve mucho más que a los poetas, mucho más que a los novelistas y a los escritores del terror. ¿Por qué me atrevo a sentenciar tal enunciado? Por el simple hecho de que ellos reúnen la palabra, el sonido e incluso, la actuación… ¡Todo en un solo cuerpo! ¡Todo en una sola mente! ¡Todo en una sola alma! ¡Y todo en un solo espíritu!

Y es que hay frases tan sencillas, tan bien construidas, tan bien detalladas que ¡Oh, Maravilla! Esposa de la existencia y fruto de la creación: por más que las leo, las pienso y las escucho repitiéndolas, grabándolas, haciéndome uno con ellas, en verdad, no me canso de estar a su lado, de disfrutar cada estructura de la misma, de bailar con ella, de cenar con ella, de tomar una taza de café con ella… simplemente es inevitable.

Y no soy al único que le sucede eso ¿O será que sí? Sería una mentira si lo apruebo, talvez un daño fatal al ego, pero es cierto, si no ¿Cómo habría tantos géneros musicales diferentes? Pues si no alguien más ajeno a mí tuviese ese éxtasis, entonces no habría muchas obras de arte, tales como el repertorio musical que, pienso, no me alcanzarían todas mis vidas para empalagarme una a una con ellas.

De aquí que surja el principio del gasto, más bien, si elaboro algo más acabado, el principio del gasto de la existencia, que no es algo muy erudito, ya que sólo es pensar en qué gasto (o desgato) el día y la noche: esa sí que es la inversión real, incluso, más real que la inversión de los negocios, dado que ésta sugiere el menor de los desgastes por la lógica a la cual se encierra, se repite una y otra y otra y otra vez, así sin ser agotable, talvez como a imitación del ciclo del agua.

Empero, el otro desgaste, aquel que se refiere a lo que ha de cubrirnos hasta que tengamos que regresar a nuestro lugar de origen, es aquí donde reside lo inaudito. Yo hasta hace poco realmente me tomo enserio la pregunta de ¿A qué vine a este plano existencial? Porque de niño disfruté lo que otros hicieron, pero realmente eso no es suficiente: no es suficiente ser un número más en el cosmos ¡Algo hay que hacer! ¡Algo! Puesto que sí no fuese así, simplemente no se llevarían a cabo todos los registros que se llevan a cabo en esta parte del mundo.                   

Por ende, ¿Por qué doy por hecho algo que parece estar ya está estipulado desde el inicio de los tiempos? ¿Desde inicios del ser humano y la existencia? ¿Por qué?... ¿Por qué es tan difícil deslindarme de mis primeras ideas colocadas por otros? ¿No será acaso mejor educar en la posibilidad y en lo posible en lugar de dar un sinfín de sentencias? ¿Será porque acaso es más fácil repetir o calcar lo que ya está escrito que generar algo alterno? ¿Se debe la pereza o a la falta de habilidad dispuesta? ¿Será acaso nuestro enemigo el tiempo que nosotros mismos inventamos?
De ser así, pienso que muy probablemente se cumplirá aquello que sucedió con otras culturas, otros pueblos, otras generaciones: cada uno de nosotros está entregando su cuerpo hacia lo que no es digno de la vida, lo que no es digno del sol y de la luna, lo que no es digno de transitar por esta tierra y ser alimentado por los frutos de la mismas porque agrede y repela en contra de ella ¿Acaso no es algo paradójico? ¿Querer desapareces o destruir aquello que nos provee y nos alimenta?

Y por desgracia, ellos, aquellos que no veo que ocasionen mal alguno ¿Por qué han de pagar las consecuencias? ¿Por qué nos volvemos en contra de ellos que están muy cerca de nosotros? ¿Es que acaso hemos perdido la cordura y lo que a ella le tañe? Si no hay ganancia definitivamente no es algo bello y mucho menos bueno: indigno de la admiración y la atracción ¿Por qué es tan malo ser pobre? ¿Por qué? ¿Por qué es tan bueno vivir de lujos y comodidad?

Y a toda esa gigantesca mancha negra y gris de contaminación intelectual se le agregan otras modas extensas que vienen todavía a hacer el asunto más angosto, grotesco, excelsor, con poca nitidez: la fuerza casi imponente que tienen los anchos brazos de la influencia que repele y ahoga a todo aquel débil, enfermo, destruido y desnutrido tejido del cerebro. Ahora muchos de los jóvenes están a gusto imaginando como sería su vida de narcotraficante de drogas, portando los famosos cuernos de chivo, matando al enemigo (a veces ya no por hambre, sino por el simple hecho de demostrar quién es el más fuerte aquí) y siempre manejando camionetas con los más anchos y relucientes rines.

¿Cuál es el gran resultado fantástico que tanto asombra a muchos? Un poblado lleno de violencia y lleno de ambición. Mismo que se ahorca así mismo con la inseguridad y la ignorancia. Nada nos complace. Nada nos alimenta ese apetito insaciable y el alma que tenemos está hecha de miedo y de intolerancia ¿Cuántos inocentes más han de sufrir esa catástrofe y esa ira que es muy ajena así mismos? ¿Cuántos?... Sólo los más astutos lograrán sobrevivir a esto, mientras que los menos afortunados estarán encadenados a un nivel de marginación y dureza.        

Los grandes grupos de sectas espirituales y grupos religiosos, por ejemplo, están más enfocadas a la ganancia que obtendrán con todo ese “embellecimiento verbal” que todo a las almas que se supone deberían de orientar en esta vida para la salvación eterna, pero como dice mi abuelita: todo es negocio: la mayoría prefieren morderse entre ellas que velar, trabajar y liderar por el objetivo que supuestamente predican y tanto defienden a capa y espada.

Se ocupan más en ver un templo o un lugar de predicación lleno en números con objetos de valor dentro de sus bolsillos que en un uso adecuado de la palabra real, humanitario, consciente, honesto… y encima de todo le echan la cual a un demonio. Claro, no descarto que haya excepciones ¿Pero porque tienen que ser contadas estas buenas opciones? Debo de confesar que he visto más humanidad en las personas comunes que en muchas ocasiones están alejadas de estos círculos que en aquellas que están medito mucho.

La preocupación (la real o buena que esta desvestida de las culpas o los miedos que generan el malestar humano, tales como la ira y el enojo) que fue creada con la finalidad de proteger a la vida ¿A dónde ha ido a parar? O más bien ¿En qué lugar y en qué momento se quedó abandona ahí a la orilla del río que se la llevo lejos de las aldeas y los largos edificios de oficinas y que posiblemente se ahogó en el fondo de algún mar y océano suplicando piedad? ¿O será acaso que en realidad nos esté ahí esperando a que la rescatemos con algunos de nuestros inventos?...

Sí, es cierto… me encuentro algo desconcertado por lo que sucede, porque de mí parte lo que sí puedo asegurar es aquella sentencia que menciona la satisfacción propia, empero, a diario escucho, bueno, a unos alegrarse, pero a la mayoría quejarse. Pero hay algo más curioso que escuche de alguien y que por desgracia casi siempre he comprobado… ¡Sólo piensan en la jubilación!... Y es que el cambio suele ser a veces tan radical que, pienso, talvez ese sea el detalle que me sofoque la piel con un enorme sudor.

Y es que todavía es difícil saber cómo iniciar algo, si hacerlo desde la perspectiva propia porque eso sería lo más honesto posible o simplemente hacerlo desde la perspectiva de la desconfianza, pero no por el hecho de que haya un miedo acosador interno para la mente débil sino por el hecho de la prevención, sobre todo en las situaciones humanas. Dado que no hay una formula humana para ello, sólo resta recordar algunos ejemplos que han quedado ahí, aislados, sitiados, olvidados, desvanecidos, y en su caso, de ser posible, rescatados y revividos.       
       
Por ejemplo, es mentira que la primera impresión sea la que desate o designe es estado de ánimo, el carácter, los valores, los hábitos y la costumbre completa de una persona (Salvo, claro, los detalles que se escapan detrás de la apariencia). Existen los prejuicios, claramente esta, pero a mis 29 años casi siempre resulta imposible evitarlos ¿Por qué lo digo? Por el hecho de que estoy tan acostumbrado a la clasificación científica que todo lo que a mí se me acerca, de inmediato pienso antes de sentirlo.

En el caso de doña Zenaida, por decir un pequeño ejemplo, recuerdo la conversación que sostuvimos la primera semana que llegue a Miguel Aldama. Resulta un tanto sin sentido revivir la escena y las palabras que ambos sostuvimos, aunque definitivamente ahora pienso que más bien fue un pretexto del propio carácter del mundo para ver y demostrar si era un hombre de barro, de arcilla o de hierro.

Ella es una mujer de dice lo que piensa, no se guarda para sí ni un pequeño comentario, ni un pequeño detalle u oración. Eso definitivamente es algo reconocedor, aunque los filósofos griegos dirían que es signo de alguien que piensa y trabaja, a ello de agregaría que no siempre se cumple tal sentencia, dado que el propio Sócrates desentrañó o trato de desentrañar el propósito del pensamiento, del habla y de la argumentación:  


-          Vengo a verlo maestro porque quiero saber qué sucede – dijo en tono severo, como cuando alguien buscar reprender su voluntad e imponer su carácter.

-          No comprendo a qué se refiere – dije acaso… ¿Inocentemente o ya sabía lo que estaba por venir?

-          Hoy llego Monse llorando a la casa – elevó el tono todavía más de su voz similar a la de los platos desafinados.

-          ¿Y qué le dijo? – recordé lo que había sucedido horas antes de salir de clases y claro, en el error en el cual incurrí.

-          Llego a la casa diciendo hasta groserías… ¡Qué ya estaba hasta la madre! – ese énfasis que utilizó me recordó a lo alarmante que puede resultar una noticia que no siempre lo es.

-          Continúe – como dice mi amigo Rosales, hay que estudiar antes de atacar.

-          Me dijo que la puso a trapear por llegar tarde ¡Pero dice que no llego tarde! ¡Qué usted no vio el reloj por estar platicando con una mamá! – precisamente doña Anabel quien me había hecho sugerencias…

-          Está bien doña Zenaida, es posible que tenga razón. Sólo recuerdo que fue la última que llego – dije porque eso es lo que muchos quieren escuchar: la doblegación antes los intereses.

-          Aparte dijo que usted prefirió hacerles caso a los hijos de doña Anabel, doña Tere y doña Mari y que por eso la puso a hacer el aseo – dijo, pero pienso que sí tuvo razón aquí.

-          Bien. Como le repito, yo me percaté de que fue la última y de que llegó después de las 7 de la mañana. Sin embargo, sino fue así le pido una disculpa y tendré más cuidado en los días posteriores. Créame que a mí me gustaría tener control de todo lo que sucede, pero es imposible. Me comprometo a que no volverá a suceder algo similar – esto lo dije de forma muy honesta, porque me agrada aspirar a la perfección en mi trabajo… aspirar… no ser…

-          Está bien, maestro, no se preocupe. Yo pensaba dejarlo así, pero como la vi muy alterada decidí venir a aclarar el asunto. Gracias – comenzó a suavizar su tono de voz y hasta su semblante se amenizó. La irritabilidad en ella queda retirada, lo cual permitió resaltar la belleza de sus ropas que vería siempre… (faldas largas con botas negras).

-          Para eso estoy doña Zenaida, en lo que yo pueda ayudarle siempre y cuando sea para la educación y el bienestar de los niños y este en mis manos, créame que ahí estaré para intervenir – nuevamente, dije de forma sincera.

-          Gracias nuevamente maestro por escucharme. De por sí esos niños nunca han querido educarse, ya se dará cuenta usted mismo conforme vayan iniciando las clases. A mí hijo le tenían envidia porque es inteligente, además de que él fue quien saco el mayor promedio el año pasado y como el ya salió pues pienso que quieren desquitarse con Monse – sonrió aquella mujer de más a menos a mi estura, delgada, con el cabello recogido.  

-          Estaré más al pendiente, doña Zenaida. Ya lo verá – concluí.

-          Si maestro, gracias ¿Usted viene de Puebla, cierto? – indagó.

-          Así es doña Zenaida – armonicé.

-          La maestra Carina nos habló mucho de usted. Dice que es uno de sus amigos más cercanos – esa risa tomó su forma malévola.

-          ¡Qué amable! Me ha sonrojado. Sí, la maestra Carina y yo somos muy buenos amigos y la estima es recíproca – dije orgullosamente.  

-          A mí y a mi marido nos comentó lo que le sucedió el año pasado. Ella se veía muy preocupada. No lo hizo con mala intención, es porque lo quiere mucho – comencé a comprender.  

-          La maestra Carina es alguien muy noble y me apoyó en lo que estuvo en sus manos. Ahora me siento doblemente agradecido por escuchar esto por parte de ustedes – me sentí agradecido y bendito.

-          Yo le recomendé un producto que nosotros tenemos y que ayuda mucho al cuerpo humano en general. Sólo que sí es algo caro.

-          Sí, recuerdo que algo así me platicó ella cuando todavía estaba en tratamiento. Yo la escuché y le creí.

-          Es un producto muy bueno que apenas está llegando a México. Si en algún momento usted piensa que le puede hacer falta no dude en solicitármelo y con gusto se lo traigo. Es producto buenísimo – dijo muy entusiasmada.

-          ¡Qué amable es usted doña Zenaida! Sabe, el doctor ya me dio de alta y actualmente ya sólo estoy en revisión, bueno, y tomando unos medicamentos, pero espero estar recuperado y que ya no sea necesario algo más.

-          Así es maestro, porque la salud es algo invaluable. Mi mamá es diabética y está tomando este producto y gracias a Dios ahí vamos saliendo adelante poco a poco con ella y su enfermedad.

-          Es muy grato escuchar eso.

-          A mire, maestro, ahí viene mi marido – y se acercó un señor que vestía pantalón de vestir y camisa, de aspecto pulcro, con bigote y de una altura no mayor a los 1.75 cm.

-          Buenas tardes, maestro, soy el papá de Monse – y extendió el señor su mano.

-          Un gusto – dije.

-          ¿Ya se arregló es asunto de Monse? – preguntó aquel hombre de más de 40 años.

-          Así es. Ya quedo todo arreglado – respondí muy seguro de mí.

-          Le estaba hablando al maestro del producto – dijo doña Zenaida muy entusiasmada.

-          ¡Qué bien! – dijo el señor - ¿Le interesa?

-          Pues un poco – respondí.

-          Se llama “Inmunotec”


Secreto 15: AYOTL


Ama la vida bajo el termino más fiel de la palabra
y evitarás todo descuido imprudente para destruirla


Escribo y escribo y no me canso de escribir. La claridad aun en la oscuridad penetra a lo largo del panorama que se encuentra en frente de mí: ahora lo que me hace falta son manos que no se cansen tan fácilmente, teclas cuyas letras no se desvanezcan tan rápido y dedos más agiles y veloces para continuar escribiendo y dejar plasmado en cada uno de los textos y párrafos mi dolor, mi tristeza, mi agonía, mi sufrimiento, mis victorias, mis ideales, mis debates internos, mis seducciones, mis derrotas, mis dichas y desdichas, todo aquello que quisiera que nunca cambiase porque me han dejado un delicioso sabor existencial y que nunca se desvaneciese ni el más mínimo detalle ni mucho menos el más diminuto placer, aunque sé que ello es algo sumamente imposible porque es el pago que necesariamente se tiene que otorgar por haber aceptado la invitación para habitar esta existencia momentánea, efímera, sobre todo como el ejecutor del relato, el ejecutor de la observación, el ejecutor de la descripción: el escritor.

Y es que el mundo seductor y apasionante de la oración y de lo que en sí mismas puede llegar a significar es tan imponente y excepcional con aquellos adictos a las ideas, que, una vez saboreadas las primeras inferencias por el entendimiento propio, es imposible que alejen al pensador y estudioso rudimentario de los estantes pesados y polvosos de las bibliotecas más modernas y más antiguas, de los muros que altos y largos que resguardan cada una de esas páginas y páginas. Es como una tierra de sembradío que exige año con año su cuota para seguir dando fruto, y es que, si no diera fruto, se consumiría así misma por tanto energético y materia guardada. 

El acto de escribir es algo (a falta de otra palabra) sublime, también es una actividad tan necesaria para el corazón y para el cerebro como el propio acto de respirar o comer para el cuerpo, el desarrollo y el crecimiento, porque si no fuese así y me equivocase en lo dicho anteriormente ¿De dónde hubiera brotado el ingenio y la imaginación para construir lo que ahora facilita nuestra existencia? ¿De qué lugar recóndito y alejado? ¿De cuál que ahora se oscurece y se ocultase? ¿De cuál?... Aquello que ha permitido una existencia más amena se le tiene que agradecer y reconocer a la escritura, a sus líneas, a sus cuerpos y hasta a sus constructores ¡Y mi corazón se inunda entre el oxígeno infinito y la alegría exuberante de gozo por ello!

Es por ello que invierto mucho tiempo y mucha energía en detenerme a pensar y repensar y así elegir el tipo de palabra que he de plasmar, cada adjetivo que le otorgue no sólo una mayor definición y claridad a lo que quiero decir, sino también que lo haga más bello y más emotivo, para que el mensaje alcance el valor de las estrellas, el brillo del sol y la belleza irrefutable de la luna, puesto que yo soy de ese montón, de aquel montón, que piensa y que opina (y que hasta defiende) que en la escritura y el entendimiento está el secreto tangible y real, la llave maestra y eterna, el camino libre de piedras, de ramas y de veneno, pero sobre todo la verdad pura, sana y autentica para todo mal no sólo del espíritu o del intelecto, sino también de la propia carne humana.

A veces mi espalda me lo reclama porque a diario me grita que es mucho tiempo el que invierto frente a el lápiz y la hoja en blanco. Lo hace sobre todo por las tardes y por las noches, cuando comienzo a escucharla y abandono la mesa… pero la cambio por la cama… soy muy astuto… empero aun ella, mi espalda, sabe perfectamente que es algo que no puedo evitar y entonces se inicia una gran disputa entre ella y yo que si no se llega a un acuerdo pronto se extiende de días hasta semanas ¡Incluso meses! porque ella dice que tanto y tanto estar sentado y encorvado la lastima y yo sé que ella tiene razón, pero lo que le trato de explicar es que con esa posición lograré que se salven otros de mis órganos frente a la maldad y al daño, porque en la inteligencia también está la prevención. Algo que, claro, me fue demasiado difícil comprender.

A veces gana ella, a veces gano yo, y en otras ocasiones el sueño por el cansancio (pero no el aburrimiento y mucho menos el abatimiento), porque claro está que no por el hecho de leer y escribir y degustar de pasarme horas y horas frente a los libro adquirimos una especie de inmunidad o superpoder, claro que no, es más, pienso que sucede todo lo contrario: uno se vuelve más humano, más sensible, más vulnerable a los estados de la comprensión y a la emociones de otros seres humanos: lo que les afecta y lo que no, lo que les lastima y lo que no, lo que quieren escuchar y lo que prefieren ignorar, y así sucesivamente, como un columpio al aire libre, atrapado dentro de un incansable vaivén, en un ir y venir del asunto que por más que se le busque no siempre quedara claro: pero aquí reside ese exquisito sabor de la ciencia y el conocimiento: es lo que lo hace envidiable para unos, orillándolos a tacharlo de innecesario.  

Para todo hay momento, para todo hay un instante programado, claro, para aquel que ha aprendido a planificar o por lo menos a imitar los calendarios solares y lunares… algo que he procurado no descuidar desde hace tiempo, desde que mi maestra Santibañez Tijerín me compartió ese secreto. Y es que es una gran estrategia que lo aplique sobre todo ahora que las actividades en lugar de hacerse más pequeñas, como la mayoría espera conforme llega la edad de madurez y estabilidad, se han hecho más y más y cada vez más grandes. Esto no lo esperaba y tampoco lo predecía, en cambio, es algo que agradezco porque eso me ha motivado todavía más para mantenerme en esta etapa de realización por la cual estoy transitando.

¿Qué vendrá después? ¿Qué? Ese es un escalón del cual ya casi ni me preocupo, de hecho, desde hace mucho tiempo que ya lo ignoro más por preferencia que por olvido ¿Por qué? Porque simplemente es algo que por más que me esfuerce en reconstruir en mi mente es algo que siempre se hallará en la balanza de la vida, similar a la alegoría a la justicia. Aclaro que la predicción y su maravillo mundo es algo que no me estorba, en cambio, es el presente lo que me atrae, lo que ahora me admira, lo que me mantiene entretenido aquí, por debajo de este cielo de maravillosas estrellas y de esta luna hermosísima que brilla y no para de brillar por encima de cada uno de los cerros de la comunidad de Miguel Aldama, antes llamada por sus primeros habitantes Berlín.           

Hay otro gran y empoderado enigma humano y científico: el nacimiento y el crecimiento de la escritura, sus hijos y sus nietos, así como los propios bisnietos y tataranietos, porque la escritura es impredecible. Ella nace, crece, lo sabemos, pero ¿Acaso de reproduce? ¿Con quién? ¿Acaso muere? ¿Por qué? La escritura tiene tantas formas de nacer y llegar a ser… pienso que tiene más madres que por ello es semejante a la madre de la vida, a la propia madre de la naturaleza.

La escritura puede nacer del amor y del olvido, también puede nacer del dolor y del terror, de igual forma lo puede hacer de la amistad y de las emociones fuertes, así como de las emociones débiles y lo paradójico de la estética y del refinamiento. La escritura, me atrevo a decir, que es infinita porque es hija del lenguaje… y este se encuentra formando el universo, claro que es muy difícil interpretarlo hasta para los físicos y los astrónomos. La escritura también tiene hambre y está en busca de los pensadores y filósofos.    

En mi caso, por ejemplo y por mencionar tan sólo alguno de tantos que son capaces de habitar en la selva Amazónica de la investigación y la experimentación, la escritura que crío y engendro es de las más comunes que de las que se acercan a las musas y a los dioses del Olimpo y de los Mayas. A veces en la oscuridad tan sólo con la luz del televisor o de la propia computadora, y a veces, con la luz del foco o incluso con la del día es cuando inicio el rito, el periodo de gestación y si es posible, hasta de dar a luz en ese preciso segundo. Me he puesto esa meta de escribir lo que más pueda, lo que más este a mí alcance en cuento a imaginación y entendimiento, para que tenga muchos y muchos hijos, sobre todo antes de que el rayo me alcance o antes de que la raya de las ideas se acerque a las uñas de mis manos y pies.

Hay ocasiones en la que mis propios escritos me reconvencen de lo que una vez creí que era, y eso me es grato y suficiente para mí. En otros momentos, ello, pienso que no es ni en lo más mínimo suficiente, puesto que siento que me aburro rápido… muy rápido. Eso de dedicarse al arte de la palabra vaya que sí es un asunto complicado, sobre todo para mí ya que mientras más escribo y escribo pronto me doy cuenta del límite que poseo para desarrollar esta fina arte, esta fina especialidad ¡Y es que no es suficiente apelar a la inspiración o a la emoción!... No lo es… 

¿Será que acaso he alcanzado mis propios límites? Si así fuera ¿Es que fue tan corto mi mundo en el plano de lo abstracto y la creación? Y, en consecuencia ¿No fue tan grande como me lo decía mi ego antes de iniciar esta dimensión? Ver los límites de mi tierra, de mi geografía me dice mucho y también poco al mismo tiempo. Mucho porque es un clarísimo indicio que hace falta examinar más a detalle, cada partícula, cada átomo de la composición de la palabra, y si es posible, cada partícula subatómica como ahora lo hace la física atómica o de partículas.

Esa podría ser una opción o también reextender mi panorama, mi superficie, bajar por la barranca para subir a la otra cima y no sólo ver, sino palpar, saborear y hasta oler los nuevos mundos que se han preparado o dispuesto únicamente para mí. Claro que el trazo, ese trazo no ha sido marcado como la vereda: tiene que ser creado por este explorador de ideas, de oraciones, de pensamientos y de emociones.

Eso no siempre resulta fácil, no siempre. Porque cada texto necesariamente requiere tener un orden, un cuerpo como el que posee cada insecto en este plano de la existencia. Cada órgano, es decir, cada párrafo, tiene una función, cada nexo tiene la función de articulación, hay un título que bien puede fungir como cerebro, pero hay una columna vertebral que se extiende desde la cabeza, que bien podría ser el título hasta la reflexión, es decir, el sostén, en decir, la conclusión y los pies.

La sangre bien podría ser la fluidez que se va generando entre cada argumento lógico y de ahí la tipología de la sangre: dándole la pluralidad de razas o de géneros, de familias y de especies. De metamorfosis y de mutaciones, así como de evolucione, y por mucho que duela aceptarlo, también de ciertos retrasos entre la interconexión neuronal, es decir, entre la clara coherencia que bien se puede mezclar con lo ambiguo.

Pero así es este oficio ¿Qué se le puede hacer? ¿Qué? Si no alejamos de la estructura y nos acercamos un poco más a género libre, ese que crece como planta de una semilla que por algún motivo estuvo oculta entre la humedad de la tierra y por algún motivo circunstancial pudo germinar, bien, pues ello, también forma parte de los escritos híbridos, los cuales no sólo merecen respeto, sino también estudio por parte de la comunidad científica y letrada.

¿Acaso los químicos orgánicos o los biólogos o los médicos y especialistas pasan de forma desaperciba a cualquier diminuta mutación genética o evolutiva dentro del cuerpo de los virus o en el interior de las bacterias que pueden causar no sólo malestar general a la especie humana sino incluso la propia muerte sobre todo sí este no genera los anticuerpos necesarios afín de defender a cada uno de los sistemas internos que poseemos?

Pues si no queremos apelar a la lógica bien podemos apelar al sentido común, o a la curiosidad, o al éxito o al poder de destacarse, o al altruismo o a lo que sea que motive a cada uno de esos investigadores científicos a llevar a cabo su labor en pro de la humanidad. Pues si ellos así lo han dispuesto, nosotros, los escritores, también estamos forzados a experimentar con cada texto que se escribe, ya que, de no ser así, no podríamos autobautizarnos como los templarios de la palabra mismas.

Pues bien, como ya lo dije anteriormente, cada vez me es más difícil expresarme a través de la palabra y aunque me atormente cierta parte por ello, espero que lo que vaya a nacer después de haberme enfrentado a mí mismo sea algo más cercano al sentido y a lo que a este mismo le atañe ¿Por qué digo esto? Porque por mucho que quiera autonombrarme como científico pienso que, para continuar siendo honesto conmigo mismo, estoy muy lejos de ello todavía (y no porque quiera hacer de este comentario algo humilde o algo sencillo o algo al estilo de Sócrates).

De lo que si estoy muy seguro es de lo siguiente: quiero dedicarle los siguientes párrafos a una mujer que se llama Micaela. Y se los quiero dedicar porque, más allá de un simple cometido estructural, su figura debe quedar plasmada para ser reconocida como una fémina que realizó su vida como cualquier otra mujer en el mundo, bajo ese deseo de forjar un hogar y una familia.    
                     
Doña Micaela era otra de las mujeres que pertenecía a las madres de familia de la comunidad de Aldama. Su nombre me recordaba al de aquella buena señora que por algún motivo vacilaba entre la bondad y el abuso de la fe pasiva en el cambio de sus hijos, supongo que, con ella, se volvía a repetir la historia de la virgen maría: mujer puramente abnegada y sacrificada, más por la ilusión del utopísmo moral y humano que por la convicción propia de sus pensamientos.

Es inevitable tener que recurrir a este pensamiento que se desenvuelve como una enredadera sobre mis paredes craneales: mi abuela doña Micaela de Villalta bien podría ser librada de toda culpa, sim embargo, ni aún los errores de la inocencia son perdonados, al menos no en este trozo de plano en el tiempo, por lo que muy seguramente alguno de sus hijos le traería de regalo cientos de disgustos y malestares, claro está, como consecuencia.

En cambio, su contraparte, su yo al otro lado del valle, a la misma altura dado que ambas poblaciones se encontraban en una zona alta de Tlaxcala, demostraba lo verosímil que existe en la siguiente frase: las bromas de la geografía, sin embargo, en esta ocasión, no sólo era una broma de la geografía, sino también de la existencia, de las decisiones que se tomaron por otros motivados más por el alcance de su pensamiento que por la visualización a futuro y presente como armoniosa nación.

Pues bien, en la cima del otro cerro, la otra doña Micaela no sólo era más joven que la anterior, al menos por unos 20 o 30 años quizá, sino que también parecía estar un poco más centrada tanto en sus ideas que la regían a ella y su familia tanto en lo que ella esperaba de sus hijos en el futuro: Carlos estaba a punto de terminar la secundaria y su otra niña ya estaba en el preescolar estudiando.

Tuve el agrado de platicar con ella un par de ocasiones, pues ella casi no se acercaba al salón de clases, aunque su hijo era uno de los que casi no cumplían con tarea, bueno, al principio, dado que conforme fue pasando el ciclo escolar ello fue cambiando poco a poco. Debo admitir que ello me impresiono, puesto que por su carácter y actitud era algo definitivamente que no me esperaba.

Aun así, las ocasiones contadas en las que se acercó, ella siempre se mostró amable y educada. Saludaba de forma cortés de acuerdo al momento del día y articulaba bien cada una de las palabras que iba a utilizar. De ella nunca escuché emitir algún comentario negativo de otra señora, si siquiera en lo sublime, en lo que se me escapa tanto de los ojos como de los oídos cuando hablaba con otra de las madres de familia: ella siempre se limitaba a sí misma, sea por la prudencia o sea por la convicción… tal vez por el poco trato y acercamiento que tuve con ella.  

Sólo recuerdo que en una ocasión aquella mujer de cabello largo, piel clara y madre dos hijos, me visitó acompañada de su esposo precisamente para atender un asunto de problemática más de la escuela relacionada con la comunidad que todo del comportamiento de su propio hijo: un hombre de aproximadamente 1.75 cm de altura, delgado, con un bigote entrecano, moreno, de aspecto de trabajador de campo: botas de casquillo cubiertas de polvo seco y una que otra masa de loco que sobresaltaba desde la suela y se acercaba un poco al pantalón de mezclilla azul ya decolorado por el sol y el propio ambiente de su labor. También vestía una playera cuyo tono original me era difícil de distinguir, y para rematar, había cambiado el sombrero de palma por una gorra de tela que le cubría el volumen de su cabello.

Ambos habían venido a visitarme por un hecho que se estaba planeando por estos días de marzo: la organización para la ceremonia de graduación. Bien ya conocía que los dotes artísticos poco se me daban a mí, sobre todo el baile, los pasos, el ritmo y el movimiento físico. Supongo que de pequeño la inclinación a ese tipo de actividades en donde prácticamente quedabas expuesto a la vista de muchos me causó horror por la inseguridad que poseía, y ahora, ello repercutía en mi poco animo a la ejecución o implementación de tales actos culturales.

También supongo que, por ello, siempre admiré a los bailarines y actores, por los pintores y los artesanos, porque me di cuenta, en mis entrañas, que poco yo llegaría a construir algo que pudiera ser semejante a la belleza. Claro que cuando se trataba de complacer al “público” pues bien era necesario poner de mi parte aun en contra de mi voluntad, en contra de mi lugar de confort, en contra de todo aquello que me daba genio y figura.

Pero al final del día, la única ventaja que veía era que la mayoría quedaba sólo en un delgado grano de recuerdo. Sí claro, ahora estaba la tecnología a la mano y con un solo desliz era posible guardar lo eventual en un dispositivo electrónico. El esfuerzo no se negaba, pero quedaban reluciendo las debilidades, por mucho que se quisiera ser muy positivo en el asunto a desarrollar.

Pues bien, aquella familia no estaba muy a gusto en que se llevara a cabo la ceremonia de graduación con el típico vals, los poemas, los bailables… en fin, todo el asunto que tuviese que ver con la organización cultural. El origen de todo asunto se debía, según ello, no por el problema de dinero y los gastos que implicaba el evento, aunque fuera de pequeña magnitud, sino por un problema interno en la comunidad, mismo del cual yo era conocedor porque a la escuela la había afectado: el desabasto del agua dado que el presidente de comunidad no la estaba otorgando.

Ellos, como padres, había dejado de pagar desde algún tiempo argumentando que no tenían por qué cobrar un recurso que por ley debía ser gratuito y de que los recursos económicos obtenidos por tal ingreso no estaban siendo transparentados por aquel administrador popular. Y es que el evento de clausura por lo regular se llevaba a cabo en el auditorio de comunidad, y si en este ciclo se llevaba a cabo, pues ellos como padres debían de hacer el escrito de préstamo de auditorio y entregárselo al presidente. Como dije, ellos eran personas bondadosas, pero ahora había algo nuevo que tenía que ser atendido.               



Secreto 16: tlakokolistli


El mundo se resiste para preservar
sus viejas, desgastadas y tiranas prácticas.


¿Qué es aquello que nos dicta de que es el momento de hacer algo? ¿Qué? Porque algunos lo nombran voluntad o inicio. Otros lo bautizan como principio o como ahora, que está muy de moda, iniciativa. Sin embargo, estamos tan cerca de la definición exacta de eso que soy incapaz de describir como de la comprensión esencial del universo y sus misterios, y por supuesto, de nuestro motivo aquí. Y es que es asunto es sencillo: hay que hacer esto, hay que hacer aquello, hay que hacer lo otro.
El hacer podría estar más cerca que la voluntad. Amo la voluntad y lo que a ella la conforma, pero por estos días, sólo que o la he consumido bastante que por ello la he agotado o alguien la ha usurpado, la ha violado, la h corrompido y lo que ha quedado en su lugar es un hoyo negro, profundo, sumamente oscuro, y su nombre se ha vuelto algo similar, del estilo de la incertidumbre.

Y es que no lo digo yo, claro que no, lo dicen los estudiantes, los trabajadores, los adolescentes y la mayor parte de la sociedad… ¿Para qué? Se pronuncia por ahí ¿Para qué? Si de todas maneras el mundo no ha cambiado ni cambiará. Los que creen estar arriba propagan la mentira del ascenso de aquel que esta abajo, cuando en realidad los dos tenemos ya un pie sobre la tierra húmeda.

Sólo uno lo ha logrado, sólo uno… bueno, eso si no consideramos al nuevo ser del que se habla y se presume: una pequeña medusa que posee una mutación celular de renovación. Es decir, según la comunidad científica, es capaz de hacer que sus células, tras haber envejecido, se vuelven a renovar a sí mismas. La han bautizado como el ser eterno, claro que si eso fuera cierto ¿Entonces renacen o sólo se mantienen?...

       
-          Sí, doña Gabina, buenas tardes ¿dígame? – contesté el celular luego de reconocer la voz de aquella mujer. 

-          Buenas tardes maestro. Sólo llamaba para explicarle el motivo de porque Joana no asistió hoy a clases.

-          Ah… ya… está bien, doña Gabi. Dígame usted. La escucho.

-          Es que ayer por la noche fue el velorio de uno de sus primos y hoy fue el entierro a las 2 de la tarde en el panteón que está en medio del camino a la presa de la soledad, por donde usted va a caminar por las tardes – dijo doña Gabina.  

-          Comprendo, doña Gabi – como me gustaría que esa palabra pudiera ser más larga en su pronunciación, más sutil o suave en sonido, apapachadora en toda la extensión posible - Mi más sentido pésame.

-          Gracias, maestro.

-          No se preocupe en lo más mínimo, doña Gabi. Yo, en verdad, comprendo – repetí insistentemente. Quería recalcar, hacerle saber que realmente había un lamento humano profundo, cálido, honesto - perfectamente el asunto. Sí Joana esta sensible por aquel deceso de su familiar puede tomarse algunos días con toda la libertad, con todo gusto.

-          Gracias maestro. Voy a tomar esa propuesta con mucha consideración, pero pienso que ya pasó lo más difícil. Sí era su primo, aunque no de la misma edad. Él ya tenía 35 años cumplidos – compartió.  

-          Bastante joven, bastante joven. Casi era de mi edad.

-          Demasiado, maestro. Dejo a su esposa y también a dos pequeños.

-          ¿En serio? – pronuncié sin recordar que es una horrible muletilla que no me he logrado despegar, y para estos momentos, pienso que fui una persona imprudentemente insensible.  

-          Sí, maestro. Uno de los pequeños era de brazos: apenas había cumplido sus tres meses de nacido y otro el otro tampoco era muy grande ¡Apenas tiene tres años!

-          ¡Dios bendito! – dije con toda la sinceridad que puede contener un corazón empático con la desdicha y el dolor ajeno, afligido, que ha sabido de pérdidas más por la experiencia que por la propia lectura de los libros, de los diplomados tanatológicos, por la poesía que alude a la muerte y los misterios, sabiendo sobretodo la consecuencia que ello le atañe a sus familiares, y claro, a aquellos pequeños que apenas inician su camino y que sólo podrán ver a su padre a través de una foto: de un recuerdo esporádico, entresueños, entre anhelos y aspiraciones que nunca se van a marchitar, al menos, hasta el día en que vuelvan a estar cerca de él, sobre sus brazos, descansando en su hombros.  

-          Eso es muy cierto, maestro, muy cierto, pero ¿Qué nos queda? Sólo la resignación porque así ya así lo dispuso nuestro señor Jesucristo ¿Qué podemos hacer? Aguantar, sólo aguantar… - dijo doña Gabi con un tono entre el respeto y la vehemencia, algo que siempre caracterizó a aquella mujer.  

-          Un gran reto creciente queda para su señora – me atreví a opinar.  

-          Pues sí, maestro, porque ahora tendrá que hacerle de madre y padre a la vez ¡Qué la virgen la proteja!   

-          ¿De qué falleció su familiar? – insistí en enterarme de algo que definitivamente no me concierne. 

-          Fue un accidente el motivo de su fallecimiento. Él y su padre venían de México. Sólo que le ganó el sueño y se estampó con una grúa que venía en el otro carril, el contrario. El padre se salvó porque venía atrás y me parece que los asientos amortiguaron el golpe. Él estaba detrás del volante… quedo aplastado, deshecho, recibió el golpe directamente ¡Se imagina! ¡Todo el motor caliente se le fue encima! – pronunció doña Gabina con tono de lamentación, pero no quebradizo.

-          ¡Dios bendito! – lamenté como si hubiese sido un familiar cercano el que estuviera transitando por esa desdicha. Esa respuesta también me recordó que hay preguntas que deben de omitirse, que no deben ser pronunciadas, que es mejor que, así como nacen, así se desvanezcan: por el peso y la carga que pueden generar en un ser humano... Sólo que por más que lucho, la mecanisidad es fuerte, hiere al libre albedrío y a la conciencia… ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo será así, de esta manera, al menos, para mí…?      

-          Se rumora que quién venía manejando la grúa iba oliendo a cerveza. Otros dicen que iba drogado – mencionó adentrándose en el mundo de lo enigmático, de lo quedará siempre bajo la sombra de la capa de lo oculto, de lo indescifrable, de los jeroglíficos de lo casual…  

-          ¿Por eso no lo pudo esquivar? – dije abriendo la puerta tenebrosa de la especulación y la hipótesis.

-          Supuestamente – fue inteligente y se mantuvo al margen siendo, bajo la carga de la neutralidad. 

-          ¿Y que dijeron los peritos? – rasqué más la herida.

-          Que fue un mero accidente de tránsito, pues no se le pudo comprobar al de la grúa que manejaba en estado de ebriedad – doña Gabi pronunció aquello de forma insegura.

-          ¿Qué les dijo el papá? O sea, él que viajaba con él – que el cielo me perdone por preguntar esto de forma tan grosera. 

-          Que, aunque fuera cierto el mal estado del que manejaba aquella grúa, también era cierto que su hijo ya venía bostezando desde antes de salir de México. Y claro, sim importar lo que sucediera ahora, ningún acto o decisión le traería a su hijo de regreso, a la vida – respondió aquella mujer de piel morena.    

-          No sé qué decirle, doña Gabi, en verdad que no lo sé. Ni todas las palabras que conozco pueden construir un buen consuelo, y menos para esta situación – al fin acepté mi humanidad. 

-          No hay mucho que decir, maestro, ambos lo sabemos, lamentablemente. Además, pues, como le dije, maestro, eso ya pasó, ya concluyó y sea por descuido o no, él ahorita ya se encuentra con el Señor, descansando, tranquilo. Nosotros nos quedamos aquí, a seguir luchando en esta vida – pronunció doña Gabi, talvez con cierto tartamudeo mental.

-          Eso sí es cierto doña Gabi, es muy cierto. La paz ronda con él y tan sólo con algunos pocos aquí, algunos pocos dichosos – amenicé.    

-          Y pues eso era lo único que quería decirle, maestro. Ya se nos fue el tiempo en esta llamada. Sólo le recuerdo, maestro, que Joana no faltó porque haya sido floja o le ganara el sueño en la cama, sino por lo del familiar – buscó concluir aquella mujer de cabello suelto, largo y de coleta entera. 

-          De hecho, Alexander me platicó algo sobre ello y le creí - me tocó compartir.

-          Sí, maestro, lo que sucede es que él también es familiar del difunto.

-          ¿También lo es José y Laura? – pregunté.

-          Ya no tanto. Ellos ya vienen siendo más pariente políticos, pero también estuvieron acompañando en el velorio. Hay que enseñarles a los niños sobre la muerte, la resurrección y el respeto – aseguró doña Gabi.  

-          Supongo que tiene razón, doña Gabi, sobre todo que ese tipo de eventos deben estar embestidos de la tranquilidad y… - iba a decir la alegría, pero me quedé callado unos segundos porque no supe si era correcto, si era el momento o si ella se sentiría ofendida, así que omití mi mensaje original – definitivamente tiene usted razón. Tenemos mucho que hacer…

-          Así es maestro, así es. Hay que proteger y salvar a nuestra juventud. En fin, maestro, ya mañana pienso que se presenta Joana, para que no pierda más clases, salvo que se presente algo más, pero ya le avisaría a usted.   

-          Está bien, está bien, no sé preocupe. Como le repito, doña Gabi, como se sientan todos más a gusto. Lo que menos quiero es incomodar – casi se me sale decir el “todavía más” …

-          Gracias maestro. Bueno, ya no lo interrumpo más y tampoco le quito su tiempo, que pasé usted una excelente tarde y también una buena noche. Nos vemos pronto – dijo la mamá de Joana, mujer de casi 40 años, elaboradora de un café delicioso.

-          Mil gracias, doña Gabi, igualmente. Hasta mañana y Que Dios la bendiga siempre – resalté haciendo hincapié en que la bondad es real, existe, se puede palpar y vivir con toda la belleza que existe en el primer rayo de luz que toca la superficie de la tierra para amanecer.  

-          Muchas gracias, maestro. Hasta mañana y que descanse – pronunció doña Gabi dio como finalizada la llamada.



Después de aquello, yo me quedé postrado, atónito, con el teléfono cuadrado, plano, sólido y frío, descansado por unos cuantos segundos sobre mi oído mientras era sostenido por mi mano derecha tibia. Poco a poco, mis dedos se resbalaron unos cuantos milímetros del celular, como si una fuerza de gravedad fuese mayor que la fuerza de voluntad, algo trivial, pero ilógico.

Siempre he hablado de la muerte tal y como lo hago de mis gustos, de mis preferencias, del ejercicio. Pero en esta ocasión sucedía que el sentimentalismo se imponía sobre la seducción del tema de la muerte: era inevitable imaginar la tristeza por la cual transitaba esa familia, puesto que la desgracia se colocaba encima de ellos, como la noche, como el polvo, como la hoja seca sobre la vereda que desciende del monte a la ciudad.

En cierta ocasión, recuerdo que, una vez, el pastor, dijo que las maravillas y las manifestaciones divinas siempre tenían lugar en lo más alto de la tierra y el ejemplo claro de ello era el monte Sinaí, el lugar donde Jesús fue crucificado después de orar y ser entregado por Judas, el altar en donde sería sacrificado Isaac por su padre y así sucesivamente, en un sinfín de ejemplos bíblicos.

Quiero sentirme maravillado por eso, puesto que Casa Blanca estaba sobre las alturas y rodeado de ellas (Gustavo fue una gran bendición). Cuando fui enviado a La Herradura fui desterrado inmediatamente para Villalta, lugar que se encontraba en la punta de un cerro y la vista era infinitamente incomparable, la palabra estética se quedaba corta, pues la suplía el esplendor en toda su magnífica expresión. Estoy segurísimo que no exagero, quien se anime a cuestionarlo lo invito a que deambule aquel lugar, pero no abordando el trasporte público que lo lleva hasta allá, sino caminando desde Zumpango.

Incluso en Temalacayucan me dejo alcanzar sus alturas y transitar por sus montes, por sus suelos arenosos, por sus playas paradisiacas escondidas, perdidas. Por ello, ahora perteneciendo a Miguel Aldama y viviendo nuevamente en las alturas me sorprendía demasiado el hecho de la manifestación celestial a través de la muerte, a través de aquellas familias. La cuestión que se mantenía en la entrada de mis narices era que ¿Ellos cómo verán a la muerte? ¿Cómo?...

Después de todo estaban bajo el resguardo de los montes, de su fuerza majestuosa destellante. Lo que se le agregaba a ese paraíso era un detalle sustancial, como en cualquier rincón social: los habitantes eras contados y por ende ¿El duelo era mayor? ¿Incluía a todos? ¿Se conservaba la empatía? ¿Qué era lo que sucedía?  Porque lo que me parecía ver pienso que era más sólo era un engaño para los forasteros como yo. No lo sabré, no, al menos por ahora. Aun así, si lo que dijo en una de esas tardes el pastor es cierto, con cada gramo de partícula de luz que conforma mí espíritu le ruego al cielo que de serenidad a la familia para que con el día a día se hagan más fuertes y todo lo que hagan sea por medio del fruto del amor de esa persona cuyo rostro no conocí, cuyo semblante jamás admiré, cuya fuerza nunca aprecie, pero, sobre todo, cuya historia llego al principio de su trasformación en los familiares que se quedaron en Miguel Aldama, como siempre suele suceder.

Porque claro está que para el registro civil sólo será un número más: alguien que una vez nació y fue registrado en aquellos gruesos libros, ahora pasará a otro tomo. Para los peritos policiales sucederá lo mismo: otro accidentado que quedo en las carreteras que un día prometieron la prosperidad, la paz, el crecimiento económico y el progreso, aunque en esta ocasión en lugar de ello hayan traído el deceso de uno de esos soñadores que vivía esperanzado en realizarse como persona.

Lo mismo hará el hospital: el doctor y la enfermera que lo atendió continuarán bajo el cuidado de otros que les aseguren su trabajo, y claro, a la inversa: los mejores se postrarán sobre quienes den más oro a sus batas (no todos, aclaro). ¿Y qué decir de su patrón? De aquel para quien trabajaba ¿Se lamentará acaso porque perdió a una buena mano o estará apurado en ocupar su lugar con alguien similar?

¿Y si él se mandaba y servía a sí mismo? ¿Qué sucederá? ¿Qué?... ¿Se habrá sentido completo? ¿Realizado? La misma ancla laboral que lo mantuvo varado en medio de este océano hostil ¿Finalmente lo liberó? Es decir ¿Se liberó a sí mismo? ¿Se alzó hacía lo que tiene que ascender por naturaleza? Yo diría que sí y exijo que no se me reproche la comprobación.


Ahora sólo quiero imaginarlo ahí, de la mano de Jesús, caminando entre los horizontes que guardan vehementemente el destello claro, blanco, majestuoso, atrayente, y que ambos recorran un monte que perece largo, infinito e interminable, mientras llevan a cabo una charla infinita, riendo y sonriendo, comprendiendo y dialogando bajo el signo del entendimiento y la verdad… es así como me gusta imaginarlo, es así.



Secreto 17: TZOPELIC


Construye… para que tus pasos en el paraíso sean en esta vida
y, si es posible, se complementen en la siguiente…


Aunque cierro el vidrio de la ventana que componen a mis dos ojos y aprieto fuertemente mis dos parpados morenos y tibios en un desesperado esfuerzo físico para presionar a la mirada a regresar a su visión hacia el interior de la mente al tiempo que mis dos pulmones buscan mantenerse con el oxígeno respirado hace unos cuantos segundos, la oscuridad que se muestra y se impone cruelmente como el único paisaje posible no accede a la más humilde petición, al más intenso ruego, a la imploración ensangrentada que llevo a cabo para que me otorgue un permiso intensamente ansiado: recordarla… recordar… mirarla… a aquella débil mujer con la cual platiqué unos cuantos minutos en un autobús azul que viajaba de Apizaco para llegar a la capital de Puebla.

Y es que luego de haber tenido esa charla que no abarcó más allá unos cuantos diálogos, las pocas oraciones que intercambiamos con respecto a nuestro pasado durante aquella mañana del año 2019, regresaron nuevamente a mí, como si se tratase de algún menaje del futuro, un mensaje a considerar con respecto a lo que se define como soledad y porque no… hasta un grito del alma a otra alma en forma de advertencia.

Detenerme a dialogar sobre lo que es la soledad y como se conforma es algo que ya he hecho anteriormente, tan sólo con explicar cómo han sido los pasos que he venido dando o las letras que he venido componiendo, pero lo que aquella viejita compartió conmigo juré que no permitiría que quedara en el olvido, como suele suceder con muchas frases y pensamientos de la vida cotidiana. Por ende, me parece imperante escribir lo que para ella es la soledad, lo que su ser le permitió, sino vivir, explorar.   

La respiración lenta que realizo en este preciso momento, la respiración profunda que ofrezco ahorita pareciera adquirir de un poder (no absoluto) que se sobrepone al cuerpo del olvido, al menos de forma temporal, lo cual podría ser suficiente y es aprovechable. También, esta respiración es un ritual extraño y único que complace a esa entidad humana y el cual tuve que adorar en estos momentos, afín de que me dejara reabrir el muro que separa la imagen de aquella señora y mi pupila, que, por órdenes de la conciencia, me pide que la traiga nuevamente al presente, mediante estas letras, mediante estos párrafos que nacieron para describir y hacer permanecer, como un archivo informativo.

Sé que era de baja estatura, no más allá de los 1.50 centímetros. También era delgada, talvez talla chica, claro que no era una jovenzuela, más bien, oscilaba entre los 50 y 60 años de edad. Su rostro y las manos eran de un tono cálido. Tenía el cabello canoso, por obvias razones, y la piel marcaba líneas que se sumían por toda la superficie de su rostro. Talvez las mejillas le colgaban un poco, como dije anteriormente, es difícil recobrar su rostro frente a todos lo que miro diariamente. Era una anciana que todavía mostraba fuerza tanto en los movimientos como en el tono de voz.

De lo que si estoy muy seguro es de ese cabello esponjado y bien peinado y aseado que le resaltaba por toda la cabeza y que le cubría la mitad de las orejas. Ese mismo, además de estar plagado de rizos cortos, también tenía un tinte de color café claro. Era algo gracioso (diría yo) porque sobre esa misma melena descansaban tres tipos de color: el plateado típico de la edad dorada, uno que otro negro (que supongo era su tono que cargo durante casi toda su vida) y hasta aquel café que buscaba desaparecer a los otros dos, aunque ya de antemano sabemos lo que resulta ganador entre la competencia de lo natural y lo que fue hecho para modificar a este.   

Algo que también estaba muy marcado sobre su rostro era el maquillaje que le daba otro semblante a su apariencia humana. Los colores se encontraban bien distribuidos (es decir, sin exagerar) en cada centímetro de aquella señora. Por un lado, la ceja (soy incapaz de recordad sí no había vello por cuestión de la edad) sólo era una línea perfectamente trazada por un lápiz negro, las pestañas estaban remarcadas por el cepillo y la cuchara que sirven para aparentar ondulación y volumen, mismas que también tenían una capa de pintura encima; el rubor en ambas mejillas también se encontraba marcado sutilmente ¡Y qué decir del lápiz labial que había seleccionado para aquella mañana! Era un tono rojo llamativo, fluorescente, brilloso, de ese estilo que parece poseer su propia luz.

Y de las uñas… pues de las uñas recuerdo que mantenían un esmalte negro que era muy similar al azulejo de los salones de baile, pues sobresalían una especie de brillitos a lo largo y ancho. Es posible que este color, a diferencia de los demás, no combinara muy bien que la presentación de aquella mujer, claro que para ese minuto del día ignoraba su personalidad, su carácter, su historia.

Vestía unos zapatos bajitos, es decir, sin tacón. Muy lógico, por supuesto. Ellos me recordaban al calzado de las niñas de secundaria y primara. Eran de color negro, uu poco desgastados, pero con poco polvo. Llevaba una falta que, por lo largo de la tela, muy seguramente le llegaba hasta los tobillos. Además, estaba plagaba de flores naranjas, rosas y en el fondo reinaba el tono amarillo. La blusa era blanca de manga corta sin poseer algún tipo de adorno.

Tampoco llevaba pulseras, escapularios, rosarios o anillos sobre los dedos y las manos. Es más, ni siquiera se asomaba alguna cadenita con una especie de adorno de corazón o cruz alrededor de su cuello. En cambio, para compensar la falta de joyería en esas partes del cuerpo, por debajo de sus pequeñas orejas se asomaban unas arrancadas que bien podrían ser de oro, bañadas en oro, chapa o simplemente fantasía.                  

Antes de continuar detallando lo que recuerdo de aquella mujer, debo de aclarar que siempre pensé que yo fui el que había decidido sentarme junto a ella precisamente en el asiento desocupado que estaba a su lado, puesto que ella viajaba sin acompañante alguno. En cambio, luego de reflexionar un poco, talvez, sólo talvez, algo, una fuerza, un sentimiento, una sensación me orilló a tomar ese lugar en lugar de otro.

Claro que había un pequeño indicio, pero pienso que no es el suficiente: ella estaba sentada en el lugar le que correspondía a la ventana, lo cual pudo provocar la facilitación en mí en cuanto a la decisión de elegir aquel lugar junto a ella. Supongo que es una respuesta que se queda muy corta para describirla con las palabras, pero también muy larga como para lograr explicarla. Debo de agregar que el autobús en un principio iba repleto de personas. De hecho, yo tuve la fortuna de conseguir ese lugar luego de que se desocuparan algunos (de entre ellos aquel que se encontraba junto a la señora).

Mi vista (durante ese viaje) se estaba entreteniendo con unos párrafos que conformaban el tablero negro y principal del autobús. Sobre él había un rótulo de una oración llamada “La oración del chofer”, misma que se conformaba con dieciséis versos aproximadamente. Para ser honesto, sólo contemplé el tipo de letra de aquellas estrofas y evité leerlas porque ya más o menos infería de qué se trataba el mensaje: algo que se relacionaba con la luz y seguridad de aquel que se encontraba detrás del volante.

Seguramente si era de importancia, de relevancia para el chofer y para los oradores, e incluso, si recurrimos al acto de decretar fuese cierto que aquella composición tuviera un gran y enorme poder, sin embargo, para alguien como yo, gran parte de aquel texto pasaba a segundo plano… aunque a veces buscaba ser racional no niego lo atrayente y seductor que ha sido lo místico conmigo…

En tanto, arriba de aquel texto descansaba la imagen de una virgen de Guadalupe (santo muy venerado por los mexicanos y considerada de grandes protecciones y milagros) y a los lados dos tráileres que estaban plasmados cada uno bajo la perspectiva de un paralelepípedo: desde el vértice principal se alargaban hacía el fondo o la parte superior del tablero, descansando de una línea horizontal a una altura de 30 grados.

Como era típico en mí, observaba aquel dibujo no bajo la interpretación religiosa ni de un misticismo real o imaginario (aunque fuera atrayente ese rostro que le otorgan los que la dibujan… un rostro de piedad, de vigilancia, de esperanza…), sólo me basaba a la contemplación de aquel trabajo bajo una perspectiva contemplativa en cuanto al trazo de la forma y el empleo del color.

Aunque había algo en todo ese asunto, una sensación de “pique” que quería orillarme a entrar al mundo de la interpretación y la semántica, busqué mantenerme en las cuestiones formales del dibujo y no por miedo o por contradicción o por perderme en la aventura de las respuestas y contestaciones propias, sino porque la respuesta iba a ser la misma que anteriormente ya se me había otorgado: cuando por algún motivo entraba a las iglesias y me quedaba postrado viendo todos los detalles posibles tanto de las pinturas como de las propias imágenes y de los adornos sobre los muros.

Sin embargo, esa observancia se vio interrumpida por las palabras pronunciadas por aquella veterana mujer. A continuación, presentaré la conversación rescatando los más significativo que tuvo, colocando lo que los recuerdos me permiten, porque vuelvo a repetir, por más que procuro recordar cada detalle ahora me es imposible, se me esfuma como todo se llevó a cabo esa mañana, al menos, en cuanto al detalle:


-          Nunca tuve hijos. Alguna vez lo intenté con mi esposo cuando era muy joven, pero nunca pude. El doctor me dijo que se debía a que yo no era fértil. Tuve muchas esperanzas en que Dios me hiciera el milagro, pero ahora, bueno, ahora menos por esta edad que tengo.

-          Comprendo. Es un poco difícil aceptar la situación, bueno, a veces – aunque en realidad quise decir no lo comprendo, empero, no estuve ni listo para pronunciarlo ni mucho menos para comentárselo.

-          Así son los designios de la Trinidad. Nosotros tenemos que acatarlos, sean decorosos o no.

-          Pero su marido la aceptó y no la cambió. Ello es digno de un hombre. Dígame ¿Qué tiempo llevan de casados?

-          Ya perdí la cuenta, joven.

-          Esa es una buena señal – animé.

-          ¿Usted cree? – se sorprendió y me miró fijamente.

-          Claro. Sí ya se le olvidó la fecha de casamiento es porque muy seguramente ha vivido grandiosos años de felicidad con él – sentencié.

-          Bueno, es mi marido ¿Por qué habría de vivir malos momentos con él? – cuestionó.

-          Eso no lo sé. Eso le toca decírmelo usted a mí ¿No lo cree? Además, por algo se embellece usted.

-          Bueno, actualmente me arreglo más de lo normal.

-          Eso puedo notarlo y él también.

-          ¿En verdad? – dijo aquella señora mientras su rostro pareció alegrarse todavía un poco más.  

-          Claro. Es cuestión de que usted se mire al espejo, en cualquiera, y admirará la misma belleza que yo veo en este momento.

-          La verdad, joven, lo hago más para mi marido que para mí.

-          Estoy seguro que él la ama mucho.

-          Yo también. Por eso le soporto todo.

-          ¿Todo?

-          Sí, todo. Hasta que me engañe con otras mujeres.

-          ¿Perdón?

-          Sí, joven. Eso es muy normal. Bueno, antes no lo hacía, pero últimamente hasta lo he cachado hablando en el teléfono con otras, diciéndoles mi amor, mi vida, mi cielo… cosas así.

-          Pero ¿Por qué lo permite?

-          Porque usted ya lo dijo, joven, muy en el fondo él me ama. Por eso no me ha dejado.

-          Bueno, yo no me refería a eso…

-          Él me ama. De hecho, él me ha motivado a que me arregle, a que me vea bonita, a que no sea una mujer fodonga.

-          Mmm…

-          Bueno, le voy a confesar que una vez si me lo dejo bien clarito: que, si no me arreglaba y me ponía bonita para él, simplemente me cambiaría por otra.      

-          ¿Y usted optó por cambiar para él?

-          ¡Claro joven! ¡Imagínese que me quedara sola y sin marido!

-          ¿Qué hay de sus hermanos? ¿Parientes? ¿Amigos?

-          ¿Qué tienen ellos?

-          ¿Dónde están? ¿Por qué no se va con ellos?

-          Yo soy de Veracruz, joven. De un pueblito que, aunque quisiera yo irme, ya ni recuerdo como llegar.

-          Dios bendito… - alenté con un tono entre la empatía y la desdicha.

-          Sí, joven. Prácticamente estoy sola. Él es muy bueno conmigo. Solamente una vez me corrió de su casa, pero todo se solucionó y mire ¡Los dos vivimos felices!

-          Entonces… la casa en donde viven es de él… ¿Cierto?

-          Así es joven… ¡Imagínese si me corre! ¡A donde voy a ir a parar! Pero así es la vida… no queda de otra que seguir echándole ganas…

-          Pero ¿Es qué no hay otra solución?

-          No lo sé, joven, no lo sé.

-          Yo ya casi voy a bajar del autobús. Hay un hombre de la antigüedad que decía esto: siempre es preferible acostumbrarse a comer lentejas ganadas por ti mismo que comer carne y manjares a costa de la humillación.

-          No digo que no tenga razón, pero ya estoy curada de los males humanos, ya lo estoy.

-          Usted disculpe.

-          ¿Disculparlo? ¿De qué, joven? Usted no tiene la culpa. La vida es como es y hay que acatarla.

-          Aquí bajo seño… Que el eterno este contigo…

-          Con usted también, joven, con usted también.



¿Por qué recuerdo lo anterior? Es tan difícil de explicar que no se ni por donde comenzar, en verdad que no lo sé. Primeramente, diré que no quise que lo anterior quedase en el olvido por es algo que no debería repetirse, es una situación de la que tiene que haber antecedentes para no incurrir nuevamente en ese error generacional. También por el hecho de que no pude hacer algo más por aquella mujer más que sólo escuchar y opinar; por ende, que este escrito sea también la huella para que alguien haga algo y claro, yo también contribuir a eliminar aquello.

No estoy seguro que lo que aquella mujer vivía era una situación de aceptación o de felicidad, más bien de tragedia. Claro que ella estaba aceptando su conformismo, rendida porque no parecía haber otra esperanza, y a ello se le agrega sus casi sesenta años que tenía. Por otra parte ¿Acaso el marido es el villano de la telenovela de aquella mujer? tal vez de forma directa, tal vez… ¿Y de forma indirecta? ¿Quién lo es? ¿Es ella mismas? ¿Lo que la orilló a sus decisiones y por ende a su situación? No lo sé, no lo sé y no lo sé…


      
                                    Secreto 18: IcNIUHTLI

Tu corazón posee aquello…
aquello con lo que la bondad toma tintes de dignidad

  
¿Ya nos vamos a la durmia o todavía es temprano?... Esa fue siempre su palabra por excelencia… la durmia… Quiero suponer que ello se debía a que ella la había inventado en algún momento alegre de su vida y con el pasar de los días y de los años se la grabó tanto en su mente que se convirtió en un verbo para su persona; y es que para ya mis casi 3 décadas de vida tengo que reconocer que aquel vocablo para referirse al acto de ir a dormir nunca lo había escuchado de otra persona o en otro lugar.
Talvez ella en algún momento de su niñez lo escuchó de su mamá o de su papá o talvez en la adolescencia lo aprendió de alguno de sus abuelos o lo decía en recuerdo de alguno de sus niños cuando estos eran pequeños y apena comenzaban a hablar… la verdad es que no hay alguno que conozca el origen de aquella palabra divertida y graciosa que tanto pronunciaba durante las tardes y las noches.

A mí siempre me pareció una persona divertida, tierna y bondadosa ¿Por qué? Pues porque a su lado te ahorrabas el tiempo y el aburrimiento de repetir la misma palabra o frase que otros realmente te habían heredado desde la evolución del latín hasta nuestros modernos días… vámonos a dormir… o… ya es hora de ir a dormir… además de que, luego de pronunciar la famosa durmia, ella procedía a reírse, claro que, por su edad, el tono de la risa era de un tono bajo, bueno, bajo pero contagioso y muy grato para aquel que lo escuchaba esparcirse por la sala de la casa.

Para ella, María Guadalupe Coto, era común irse a la durmia a partir de las 9 de la noche. Eso sí, siempre después de cenar. En ocasiones ella misma pedía que le sirvieran, en otras, su hijo Pablo era el que tenía que despertarla para darle de cenar. Eso sí, mientras fui amigo cercano de la familia Coto nunca hubo noche alguna que le faltara el café con una o hasta dos piezas de pan a aquella veterana mujer.

Sus favoritos eran los famosos gusanos: unos panes alargados como los bolillos y espolvoreados de azúcar como las donas o los yoyos. A lo largo del cuerpo de aquella masa, el panadero le dibujaba unas líneas horizontales, dándole esa semejanza y peculiar forma con la lombriz. Ahora que lo pienso, no me imagino a qué persona se le ocurrió inventar dicho pan, porque yo no me imagino deleitando mi paladar con una lombriz real. Talvez lo inventó por bromista, talvez para no convidarle a alguien de su pan o admiraba mucho a los insectos…

En fin, sea cual sea el motivo, es uno muy famoso, como las mantecadas o las conchas, pues tan pan lo encuentras tanto en el pueblo distante de Canta Cruz, lugar donde radicó María Guadalupe, como en las panaderías más céntricas del estado de Puebla. Y es que, pese a nombre curioso que se le otorgo, realmente era un deleite tenerlo enfrente de ti ¡Y más si era recién horneado!

Por dentro, el gusano tenía un relleno de pan oscuro sabor a chocolate. Además, esta pieza no pertenecía a aquellos panes que suelen ser blandos, como la concha o el panque de naranja o elote, más bien entraba a aquellos de textura un poco más rígida, como lo es la piedra o el colorado doradito… ¡Y aun así doña María Guadalupe lo seguía disfrutando a sus 89 años de edad ya sin dientes! Pero bueno, en mi pueblo dirían que la cusquería es la cusquería y viendo como ella degustaba aquel manjar pueblerino a cualquiera se le hubiera antojado, es más, hasta le hubieran arrebatado hasta un pedazito con tal de no quedarse con las ganas de saborearlo.

Cuando ya no había más gusanos en la casa, ella se tenía que conformar con conchas y hasta donas, claro que ella al no tener ni una pizca de la típica abuela cariñosa, bondadosa o melosa y más bien tenía lo picara como el chile de árbol en las venas que le heredaron sus ancestros mexicanos, pues si no había gusanos para la cena la señora comenzaba a hacer sus berrinches: se negaba a cenar o probar algún bocado de algo y si no fuera por la intervención de su hijo Pablo que siempre la cuido y convenció muy seguramente se hubiese ido a la durmia con el estómago vacío.

Ahora comprendo porque muchos de los alumnos que he tenido también han sido demasiado tercos: si no es algo consanguíneo muy seguramente tenga sus orígenes en la cuestión cultural, muy bien enraizado tanto en la cabeza como en las manos y es más notorio en las actitudes con las cuales convivo todos los días gracias a ellos. Eso no le da inmunidad a Pablo, quien también suele ser una persona de carácter fuerte e imponente. Talvez ello sea normal a su edad de 59 años… bueno, eso no lo sé y tampoco le he aplicado una prueba para comprobarlo.

Otro de los recuerdos que le agradezco al olvido de que no se los haya llevado de mi poco precavida mente es la de que doña María Guadalupe era que hacía la durmia desde las 9 o 9:30 de la noche, que era la hora en la cual se iba a la cama en una habitación que estaba atrás de la sala, hasta las 10 u 11 de la mañana del día siguiente. A veces pienso que ello ameritaba tener cierta envidia (como dirían en mi pueblo: de la buena) por ella, pues ¿A qué mexicano no le gustaría tener ese estilo de vida?

El detalle que era motivo de algunas discrepancias internar para su hijo bendito estaba durante las noches. Ahí si era el momento en que la puerca torcía el rabo, o en este caso, Pablo torcía el rabo, la cara y hasta la boca, ya que María Guadalupe se despertaba durante la noche ¡Y en ocasiones se ponía muy imprudente (como diría Pablo)! Sin embargo, no siempre era por su culpa, puesto que su organismo tenía un desbalance en el riñón, el cual la hacía creer que necesitaba ir al baño, aunque en el fondo no hubiera necesidad. Ese mal le duro mucho tiempo y yo fui testigo de ello durante casi tres años que fue lo que yo pude convivir con aquella mujer.

Esa era precisamente la parte triste o la parte complicada del asunto: a su edad no sólo el riñón le jugaba esas bromas de mal gusto durante todo el día, sino que además al colón también le gustaba manifestarse en ocasiones cuando hacía el berrinche de imitar al otro órgano ¡Y la pobre de doña María Guadalupe no dejaba por mucho tiempo el baño de su casa!

Yo la tuve que acompañar infinitas veces al baño: la levantaba del sillón rojo, que era en el que ella descansaba, y le colocaba sea ya sus pantuflas o se ya sus chanclas. Después, los dos íbamos con pasito pequeños caminando sobre el azulejo amarillo hasta alcanzar los 5 metros, que era en donde se encontraba el baño. Yo la acomodaba en el retrete y después me salía, cerraba la puerta y esperaba a que ella me dijera que ya había terminado. Había días que, así como la llevaba al baño, no pasaba más de 5 minutos cuando otra vez la tenía que acompañar.       

Además, a esos dos males se les agregaba dos más. El primero de ellos era un problema del corazón que aquella señora había tenido desde su nacimiento: la famosa taquicardia, misma que ya por muchos años la tenía controlada. Pero el más peligroso de todos era la enfermedad pulmonar de la que padecía desde ya un par de años atrás, pues como muchas mujeres mexicanas de su clase, durante su juventud tuvo que guisar con en anafre con carbón y leña, colocando encima un comal para hacer tortillas todos los días y claro que, como era de esperarse, ahora todos los malos hábitos que llevo a cabo, sea por pobreza o por mala costumbre, ahora le cobraban con salud y cuerpo, debilitando cada vez más su cuerpo y sus órganos.  

Aun así y con todos eso achaques, esos no fueron motivo para que estuviera de buen humor, claro que no, al menos conmigo. Cuando llegaba de visita, generalmente los fines de semana, era frecuente que la saludara de mano y hasta de beso en la mejilla, aunque cuando la situación se prestaba, me gustaba estar sentado junto a ella, pues con ello permitía que mi alma se acercara a la de ella: entonces le empezaba a picar por debajo de las costillas y ella se defendía muy bien porque comenzaba a hacerme lo mismo. Entonces ambos reíamos y reíamos ¡Una señora de 89 años con un hombre de 29 años! ¡Qué iluso! ¡Qué infantil! ¡Qué insensato! ¡Qué sensato! ¡Qué hermosos recuerdos! ¡Qué hermosos tesoros!

Ella era una señora astuta, muy astuta, porque su alma conocía mi debilidad, mi talón de Aquiles, aquello con lo cual la fuerza se perdía, la vigorosidad, mi cabello de Sansón ¿Y qué es aquello con lo cual doña María Guadalupe era capaz de someterme, aunque yo fuera más joven y vigoroso? Pues muy fácil, es eso mismo con lo que a muchos mexicanos logran derribar por muy poderosos o fuertes que sean o se sientan: el poder omnipotente de la risa a través de las cosquillas… con ello, aquella mujer no sólo me conquistó, sino que también me dominó.

¿Y quién tuvo la culpa? ¿Quién? ¿Fui acaso yo quien se dejó vencer? ¿Fue ella la que lo dedujo por su experiencia? ¿Fue acaso su hijo Pablo quien me entregó a ella en esas ocasiones en las cuales él tuvo que salir a hacer las compras de la despensa para la semana y yo me tuve que quedar resguardándola como un centinela lo hace con su misión, con su tesoro, con lo bendito, con lo comprometido?

Sea por el motivo que sea, fue muy grato luchar y perder en contra de ella, muy grato, significativo y conmovedor, ya que ella ganó la guerra física, pero revivió en mi alma el espíritu de la bondad, de la ternura, de la esperanza y la alegría ¿Qué más puedo pedir a cambio si obtuve un regalo mejor y de mayor trascendencia que aquel que me dio aquel espíritu de mujer? ¿Qué…? Porque es cierto lo que se dice por ahí: cuando crecemos olvidamos lo que realmente es importante para la vida, para la felicidad, para que no haya maldad en este planeta.

A cambio de esos tesoros que ella me otorgó, yo tuve que servirle de alguna manera, pues también en muchas ocasiones la acompañé al baño, la esperé y si, aunque en su momento fue algo molesto, la única molestia actual es que ahora ya no tengo con quien jugar como lo hacía con ella. Tampoco tengo quien me haga cosquillas, ni quien me diga que soy uno de sus hijos o quien pregunte por mí en aquella casa, salvo su hijo Pablo.

Aunque, ahora que lo recuerdo, ella se fue al más allá, pero hay un vínculo que me une a ella, mismo que fue el puente para que ella me visitará desde el más allá. En ciertas ocasiones me he mostrado escéptico en torno a los temas sobrenaturales, pero desde un pequeño tiempo del ahora hacia atrás, eso se ha venido deteriorando y es que la magia, el misticismo y esas energías que se escapan a la realidad que vivimos son tan abstractas como lo suele ser el pensamiento.

En torno a ese asunto, la misma noche que dejó este mundo para incorporarse a la materia imperceptible, doña María Guadalupe me vino a ver, con un motivo en específico, que guardo dentro de una caja imaginaria en donde también yacen otros hermosos recuerdos cuya permanencia revitalizan las ideas que se desgastan a diario, pues de aquí obtengo gran parte de mi inspiración, de mi autenticidad, e incluso, la brújula que me indica a donde y cuando dirigirme.

Yo estaba recostado en el sillón rojo de la sala de la casa de Pablo. Eran como las 9 de la noche, precisamente a la hora en la que le gustaba irse a la durmia. Yo me encontraba estudiando para un examen que pronto presentaría en Puebla y pese a que apenas me encontraba leyendo las primeras páginas del libro, comencé a sentir un sueño muy, pero muy fuerte, el cual, finalmente, logró imponerse a mi fuerza de voluntad.

No había cansancio por parte del trabajo, no había estrés por parte de lo que tenía que estudiar, tampoco el cuerpo exigía la renovación por motivo de algún ejercicio físico, como el atletismo que es el suelo practicar a diario, realmente no había un motivo que tuviese un gran peso para provocar que me rindiera ante la sobra del mago de los sueños. Y lo que vino fue maravilloso…

Ella camino sola, desde la entrada de puestras blancas hasta la sala, que bien podrían ser hasta 3 metros; vestía con un pans gris, con flores diminutas esparcidas a lo largo del pantalón y muy coloridas. También vestía un sueter blanco con algunos bordados de lentejuela y unas pantuflas. No llevaba bastón o andadera: sus manos estaban libres y podía transitar a voluntad, como cuando ella fue joven.

Doña María Guadalupe se me acercó muy tranquilamente, caminando con una paz que era respirable. Al cabo de estar a menos de medio metro de mí, me saludo con su gesto de edad avanzada: las mejillas un poco caídas, lo mismo que la papada, pero con una sonrisa que mostraba serenidad en todo su esplendor. Fue directa, pero cálida con las palabras que pronunció:

-          Ya me tengo que ir… a la durmira, pero eso significa que nos dejemos de ver. Ahora estaremos más cerca. No te alejes…


Después de pronunciar aquello, ella, su imagen, se desvaneció entre la oscuridad y enfrente de mí. En el sueño, si es que se le puede llamar así, yo siempre permanecí recostado. Es más, por el detalle tan hermoso fui incapaz de mancharlo con alguna palabra mundana, es decir, permanecí callado durante esos pocos segundos que su presencia se manifestó dentro de mi mente, dentro de mis pensamientos.

Sí bien aquello no fue un motivo de despedida, según ella, ahora me preguntaba cómo es que estaríamos mucho más cerca… ¿A través de visiones? ¿a través de sueños? ¿A través de alucinaciones? Bueno, con respecto a esto sólo diré que hay mensajes que parecen directos y simples, pero la interpretación, como es abierta, tiene que ser de un buen estudio, afín de no cometer errores.

Esa misma madrugada, mientras sus demás familiares se encontraban velando su cuerpo, yo no me atreví a platicarle a Pablo aquella experiencia, ya que sentí que más que un bello gesto sometería una gran imprudencia, porque su hijo definitivamente está casado con la razón, con la lógica y con el método científico. Aunado a ello, todos se encontraban en una situación triste, por ende, lo mejor era permitir que fluyera su dolor.  

Esta es la segunda vez que veía a un ser venir hasta a mí para comunicarme algo antes de irse. La primera vez que me sucedió fue a los 20 años, cuando recién me mude a mi departamento. Por eso entonces una de las señales, y que ahora se volvió a repetir, fue que la luz del foco de mi habitación no encendió. Así me la pasé hasta el día siguiente, cuando recibí la llamada de que mi tía Chelo ya estaba descansando.

Pase algunos minutos reflexionando en torno a esos dos sucesos y después de ello, con algo de miedo porque claro está que soy humano y uno con una mente todavía frágil y débil, me recosté sobre la cama para tratar de dormir, ahora buscando la idea de serenarme pasara lo que pasara, pues es algo que ya había controlado en otras ocasiones: lo que ha de suceder en mis sueños…

Pablo me ha contado muchas historias de ella, muchas… una de ellas, por ejemplo, la vez que tuvo que hacerle frente al dolor, pero no a uno cualquiera, sino a uno de esos que hace sangrar a los propios huesos, pues imposibilita al cuerpo para realizar el más mínimo movimiento… resulta que su hijo, su muchacho, el último que dio a luz le fue arrebatada la vida, sea por Dios, sea por el destino, sea por un descuido, sea por la delincuencia, por la ignorancia, por la pobreza, por la avaricia, por la envidia, por la falta de amor.

Humberto era el nombre de aquel joven de 17 años. En una de las fotos que observé de aquel muchacho delgado y de pial clara, puedo decir que no reflejaba malicia alguna. Según Pablo, aquel adolescente se había ido con uno de sus amigos a jugar “maquinitas” en el pueblo cercano de Contla, pues para ese entonces eran pocos los lugares que tenían ese tipo de videojuegos, y, en el caso de Santa Cruz, pues apenas estaba en una etapa demasiado infante para que llegase ese tipo de atractivos.
Al ser un muchacho cumplido, honesto y nada problemático, doña María Guadalupe le dio permiso de asistir a ese tipo de diversión. Humberto iba en la bici con uno de sus amigos. Ambos iban encima de ella por en medio de las mazorcas que estaban ya casi para dar los elotes y fue ahí en donde se dio el suceso lamentable: una piedra salió de entre los arbustos haciendo que Humberto perdiera el control del volante.

Después de ello, tres tipos salieron de entre toda la hierba. De inmediato, esos tres hombres los rodearon y los amenazaron con una navaja para que no gritaran o trataran de huir. Después de quitarles el poco dinero que llevaban y arrebatarles la bici, no fue suficiente para aquellos hombres, pues los tiraron al piso y comenzaron a patearlos. Humberto trató de defenderse y entonces uno de ellos tomo una piedra y se la azotó en la cabeza, llevando al hijo de doña María Guadalupe a un viaje del cual ya no regresó con ella a su casa de piedra de rio en Santa Cruz.

El llanto fue inconsolable, las lágrimas insuficientes, la herida permanente hasta hoy en día. El médico forense fue quien dictó la pérdida de la vida instantánea. El amigo de Humberto se recuperó, físicamente, después de algún tiempo, pero pasando ese suceso no volvió a ser el mismo. Al cabo de dos semanas, se presentó un nuevo incidente en el mismo lugar, sin embargo, en esta ocasión la policía estaba llevando a cabo unos rondines de vigilancia luego de que la familia Coto presentara la denuncia correspondiente. Gracias a ello pudieron capturar a dos de los asesinos del hijo de doña María Guadalupe, ya que fueron reconocidos por el amigo del fallecido.

Esas fueron las palabras que Pablo compartió conmigo, esa escena trágica para su madre que ya de por sí cargaba con otras penas. Durante su juventud, aquella mujer fue víctima de maltrato por parte de su marido y si no hubiese sido por el abuelo Panfilo que siempre la apoyó, quien sabe que hubiera sido de doña María Guadalupe y esas once bocas que alimentar.

El abuelo Panfilo fue un hombre que se dedicó al apoyo de María Guadalupe. Pese a ser un hombre ya de mediana edad, luego de salir de trabajar en la fábrica que estaba cerca de Amaxac regresaba a la casa de Santa Cruz, en donde bajaba al río para recoger las piedras buenas y con ellas construir la casa en la cual creció Pablo y todos sus hermanos. No fatigado, en temporada de siembra se ponía a regar la semilla del maíz para que luego de la temporada de lluvia toda la familia tuviera, por lo menos, una sana y rica tortilla. El abuelo Panfilo fue recordado por todas esas buenas acciones que prestó a la familia, y, sobre todo, a sus nietos.


A doña María Guadalupe le tocó alcanzar a sus papás, a su hijo y a sus abuelos a una edad hermosa, ya que aquella mujer dejó este mundo acompaña de su hijo Pablo ese viernes en la madrugada y aunque un hueco se gestó por la ausencia física de la señora, el bello recuerdo de sus actos y decisiones quedó en la formación de sus hijos y hasta de los nietos, quienes la acompañaron para dejarla dormir en su última cama, a hacer la durmia en lo físico a cambio de que se liberara su espíritu.        


 Secreto 19: ¿KAMPA MOCHAN? 


La alborada es lo tangible de la fe, 
porque la alborada es una planicie que concede el forjamiento del carácter.
 

Afuera el cielo oscila entre el azul, el blanco y el gris. Pienso que quiere jugar conmigo a las escondidas porque no me muestra su verdadero estado sentimental. De él caen las muy conocidas gotas de lluvia. He leído y escuchado a muchos decir que eso es significa de que nuestro planeta llora. Tal vez si, tal vez no. Otros consideran que es el momento perfecto para salir y mojarse, brincar y divertirse. También podría ser. Otros tantos preferirán estar cómodamente en el sofá, cubiertos con una cálida cobija. 

Y yo, yo tan sólo me encuentro recostado sobre la alfombra azul limpia, recién aspirada, tirado cómodamente, disfrutando de la ausencia de los ruidos que ocasionan las motos y los vendedores, con un vaso con agua al lado (vaso de cristal que me gané en una rifa hace ya cuatro años) y escuchando melodías que van desde Alejandra Guzmán, Codplay y los guerreros psicos. 

Todos y cada uno de ellos me satisfacen, pues mientras cada palabra se pronuncia en armonía con la música me permiten hacer una introspección, dando cabida a ese dilema sin fin de quien soy y que hago aquí, pero no en forma de tormenta que me elimine el hambre o el sueño, sino con la más fantástica ilusión de que el mundo está dentro de mis manos y soy capaz de moldearlo de acuerdo con mis sueños, mis esperanzas, mis anhelos y mis aspiraciones. 

Eso es un regalo invaluable ¿Quién me lo otorgó? No lo sé. En un primer momento podría decir que la vida, en otro bien podría decir que el Dios de Jesús de Nazaret, otro bien podría ser el trabajo a diario que he venido realizando desde muy pequeño, no lo sé, posiblemente sea un poco de todo. Más ello, por ahora, no le tomo gran relevancia, pues continúo aplicando la regla de vivir el presente.

Creí que en momentos anteriores estaba lleno de armonía y confort. Y así fue, pero ahora esto se está alargando y no cabe de cuan me falta por continuar conocerme. De repente abandoné un poco el café y el té, y no porque me hayan aburrido su sabor, sino que intenté probar algo diferente, no nuevo (para evitar caer en la lengua que está más ligada al consumismo) ¿Y cuál fue la ganancia? Un delicioso licuado de apio, lechuga y papaya. 

¿Será posible llevar todo este confort y gusto a diario o llegará un momento en el cual caiga en el aburrimiento? Porque las delicias me han seguido desde hace ya casi un lustro y gracias a ello he aprendido a regularme, principalmente, entre otros frutos. Algo que claro que me parece demasiado fantástico y que busco transmitir no sólo a mis alumnos, sino a los amigos y conocidos en el trabajo. 

Cuando doña María Guadalupe emprendió su viaje hacia el otro recinto sagrado, que es uno de tantos y de tantos que a diario se lleva a cabo, intenté transmitirle sensación de paz a mi amigo Pablo, más no sé si ello funcionó. Busqué recordarle que las pérdidas son intensamente dolorosas cuando somos egoístas y que las pérdidas suelen ser más consoladoras cuando admitimos que era momento de que el alma de alguien pasará a la siguiente vida.

¿Y hay pruebas de que existe otra vida? Por supuesto. Jesús sólo regresó de ella para darnos el mensaje. Los eventos paranormales con manifestaciones de los espíritus ¿Ocasionan miedo? Sí, claro, es natural ¿Qué ese miedo se puede disipar con la suficiente calma y serenidad aceptando que es un evento común como cualquier otro y que en realidad es la invitación a una exploración y comprensión de otro plano existencial? Sí ¿Qué nos falta entrenamiento y entendimiento para ello? Demasiado…

De los viajes de otros se aprende demasiado ¡Y no es algo nuevo! Basta con recordar alguna charla reciente o vieja en donde un familiar con platique su visita a un conocido, al parque, al cine, a una zona arqueológica, etcétera; es sólo que aquí la charla del viaje hacia otro plano existencial sólo se le da a aquel cuya mente está preparada para recibirla: es abierta para escuchar el mensaje y darlo a conocer.

También es cierto que hay unos que viajan y que dejan un recuerdo diminuto por diversas razones, que van desde el desprecio hasta la aceptación. En cambio, hay otros viajes que por la huella profunda que dejaron en otros individuos o seres se convierten en algo insuperable, en el duelo eterno de la vida ¿Qué sucede aquí? Un fenómeno de tormenta, tal vez de autosufrimiento continuo, tal vez de ira y de egoísmo.   

Pienso en esto por dos razones. La primera, que ya expuse en su mayoría en unas líneas atrás, es que aún en estas circunstancias aparentemente complicadas es posible transmitir serenidad y alegría ¿Por qué? Por el simple hecho de que el amor siempre va a ser más fuerte que cualquier otra emoción: ese sentimiento de calor desde el pecho y los pulmones hasta la respiración lenta dentro del cerebro se impondrá sobre aquello que suele causar mareos, náuseas, sensaciones de llorar. 

Y la segunda razón de porqué regreso nuevamente a los asuntos que le conciernen a la permanencia es porque viene a mis neuronas un recuerdo, mismo que se lo debo al caso muy en particular de un compañero que se integró al equipo de trabajo a principios de este año en el mes de enero: el docente Cesar, quien es amigo de la maestra Lupita y ahora un conocido mío. 

Él, considero, que era un hombre peculiarmente simpático para los antiguos tlaxcaltecas: sus ancestros, ya que poseía rasgos físicos de seres que pertenecen a los pueblos originarios. No era en vano que él perteneciera al pueblito de Nanacamilca, que pertenecía al municipio de Españita, a una de sus orillas. El linaje de una raza aparentemente sobreviviente únicamente en los libros de educación básica. 

En algunas pláticas que sostuvimos recuerdo que, aun en pleno siglo XXI, él solía comentar que a su lugar de nacimiento apenas si llegaba una combi, haciendo dos o tres veces recorridos por día. Y claro que ello no era mucho de sorprender, pues tan sólo en algunas comunidades de Veracruz, la maestra Sandra, con quien platiqué y conviví en Temalacayucan contaba que a su pueblo sólo se llegaba en taxi, mismo que se tomaba en la cabecera municipal. Ese era el único transporte disponibles, pues a pie se hacía 40 minutos, lo cual era un poco peligroso (escuchar este tipo de historias no sólo me motivaba, sino que además me agradaba escuchar cómo había muchos soñadores que habían salido del vientre materno individual para adentrase al global). 

Cesar era un hombre de 28 años (más joven que yo) de piel morena atractiva, similar a la cáscara del coco tropical. Su rostro era redondo, lo mismo que su cuerpo. De él resaltaban mucho las mejillas redondas y bronceadas natural que tenía. Estoy seguro que gustaba de rasurarse diariamente y, aun así, la barba se le marcaba de patilla a patilla, cubriendo la mitad del rostro hasta el mentón. 

El corte de cabello que mantenía era el de moda: alemán. Los ojos no parecían tener un gran atractivo, pero las pestañas onduladas hacían distinguir a sus parpados comunes de los compañeros del grupo y el tono de su voz, era común al de cualquier otro, la risa que emitía podría ser contagiosa. La genética general de su anatomía no se comparaba con la personalidad mental que había desarrollado ya que ésta se encontraba vacilando entre la adolescencia media y la responsabilidad de un recién egresado jovial.    
A ello se debía a un factor de común denominador, mismo que por el peso de la herida emocional no fue muy difícil enterarme por medio de su propia lengua. No me alegro de ello, (y ahora que lo pienso no es muy normal con individuos de nuestra misma especie, ya que generalmente resaltamos lo que nos hace más valientes o valiosos ante la percepción social) ya que el maestro Cesar compartía el origen de su melancolía. 

Durante la capacitación laboral docente que se llevó a cabo para todo el personal a nivel estatal, tras permanecer toda la mañana de ese jueves sentado junto a él y entablar una charla comenzando por las críticas que realizábamos ante los modelos educativos mexicanos a través de la historia, la escolar, no la oficial, Cesar dio la iniciativa para que yo conociera lo que es parte de su retrato, de su biografía. 

Lo primero que incluyó fue un breve resumen de su trabajo como pedagogo, de su vida de universitario en compañía con la maestra Lupita en la Universidad Autónoma de Tlaxcala y de cómo extrañaba mucho esa etapa de su vida formativa. Más, como todo ser humano que camina dentro de esta sociedad cada vez más desigual (y no lo digo yo, sino los investigadores economistas y su famoso coeficiente de Ginni), pronto salió a relucir lo que es inevitable contener para el espíritu que se siente muy desolado: el dolor a través de la palabra y de la experiencia. 

Lo que narró aquel momento (como a eso de 10 si es que la memoria no me traiciona) hizo que reconsiderara el valor del amor y la entrega de un ser hacia éste. La psicología, según recuerdo, tiene algo que se llama el síndrome del príncipe azul y si ello lo relaciono con la situación de este profe, pues yo diría que también existe el síndrome del guerrero Popocatépetl. 

Más claro que era síndrome porque no era al único que escuchaba con ese sentimiento de fidelidad más allá de la muerte, de la consumación terrenal. En cierta ocasión, recuerdo que una psicóloga también dio a conocer el problema del amor perfecto y del ideal y aunque debo reconocer que tiene sus justificaciones sólidas, el amor es similar al arte, y por mucho que éste se quiera cuantificar, simplemente es inconcebible, porque, reitero, el amor es como el arte, es interpretativo, es subjetivo, es emotivo.  

Definitivamente, su experiencia, su frente mirando el suelo más con la vista en el más allá, cerca de la física cuántica de partículas, me hizo sentir un grado de empatía genuino, mayor, talvez hasta el punto de la identificación (ahora es más común llamarle proyección), por el suceso de amor intenso perdido durante la adolescencia tardía: su novia, con la cual había tenido una relación de más de un lustro, ella, el néctar de su abeja, falleció en un accidente de motocicleta.

Cesar, el maestro Cesar de 28 años, mantenía un sufrimiento en el exterior de su figura que abarcaba tanto en los labios como en la ropa que vestía. Era un sentimiento de agonía que se acumula por debajo de los parpados, en forma de ojeras, pero cuyo nacho nunca va a reparar por mucho que él permanezca recostado sobre su almohada, cubierto de cobijas de algodón y recuerdos cíclicos. 

Es cierto, como muchos otros dolientes bien se podría decir que el buen profe Cesar había aprendido a conllevar desde sus 21 años aquel evento que definitivamente le dio un zarpazo de días infinitamente interminables de lechos inundados de duda y dolor angustioso. En mi persona no se concibe a un joven lleno de ideales que esperan volverse realidad y tener que frustrase por la catástrofe de permanecer tan sólo una noche, una semana, unos cuantos rosarios sentado frente a un ataúd negro, rodeado de cuatro velas, cama eterna hasta que sea consumida por la humedad, cama que resguarda el cuerpo de un ser que significó mucho para él: mujer con quien tenía planes de casamiento, de dejar descendencia y de sentirse plenamente realizado.

Debo recalcar que, con un extraño fervor no dogmático sino existencialista, creo en la muerte como un ser mágico y especial que es incapaz de dañar a las almas que permanecen aquí dentro de este mundo físico, palpable y material (porque al final de cuentas le dimos un significado doloroso al acto de abandonar el movimiento, sea por la religión o sea por la conquista histórica). 

A ella, a la muerte, la concibo como un ser eónico espiritual que viene a otorgarnos un regalo, una llave, un viaje hacia el universo enérgico y de las posibilidades mágicas reales, en donde el alma es capaz de estar presente en todos los corazones y en todos los pensamientos al mismo tiempo (algo así como la parte divina que tenemos todos), pues así como el factor espacio-tiempo se reconfigura dejando a un lado a la física clásica, es entonces cuando abandonamos ese grado de dependencia y nos autoreconfiguramos. 

También pienso que deberíamos de compadecer a la muerte ¿Por qué? Porque no solamente es inocente de que muchas almas permanezcan poco tiempo en el plano físico (basta con sólo mencionar a los soldados de algunas de las guerras que se han llevado a cabo para reconsiderar los motivos ajenos que a muchos los orilló a participar, defendiendo “ideales” bajo la dirección de oportunistas). 

Hay otro detalle que quiero considerar. Hasta este instante no he conocido a ser humano alguno que piense en eliminar de su agenda la actividad “recreativa”, es decir, lo que se denomina como descanso. Es más, la mayoría lo busca y prefiere mantenerse dentro de ese placer por cuanto le sea posible que en alguna actividad laboral o académica (salvo de aquellos que han aprendido a amar la actividad en el sentido más profundo de la palabra).

Si seguimos bajo es línea ¿No es doblemente injusto para la muerte que, además de cargarle la perdida de movimiento a los cuerpos, que esté condenada al trabajo infinito por culpa nuestra? Cada segundo una célula deja de funcionar, cada minuto algún insecto es devorado por su depredador, cada hora fallece alguna planta a merced de la mano humana, cada día un miembro de una manada deja de existir… 

Incluso, dejamos la niñez y entonces murió la niñez, dejamos de comer el pozole que tanto nos gustaba y murió esa preferencia, cambiamos de residencia y hay nuevas amistades, murieron las anteriores por la distancia que impone la geografía, y así, de esta manera podemos colocar un centenar de ejemplos para ilustrar el ciclo de la muerte, pero el detalle al cual quiero y pretendo llegar (sin perderme) es que nosotros obedecemos fielmente a ese ciclo con la rutina diaria, hacemos lo que el literatura se conoce como mímesis (imitación), talvez consciente, talvez no, pero lo hacemos, y aquí está la muestra.

Así es, en término generales ello es algo injusto, pero así es. La muerte, por muy muerte que sea, considero que también es necesario que se le deje descansar, al menos por un instante. En su lugar, estoy seguro, que cuando ella descansa quien la sustituye es la vida, en otras ocasiones el renacimiento (y no sólo el que se conoce dentro del plano físico, sino fuera de él) y hasta la propia madre naturaleza (a través del proceso denominado evolución). Todos ellos son, sino familiares, por lo menos amigos de la muerte. 

Pero en este caso, el del profe Cesar, aunque busque, quiera o pretende justificar a mi amiga y hermana la muerte, simplemente me resulta imposible, pues ¿Por qué dividir (no romper) una relación que al parecer tenía la fuerza suficiente para demostrar que el amor entre pares está muy vigente en la temporada en donde la ruptura marital y los divorcios están a la orden del día? 

Es cierto que Cesar, el maestro Cesar, de reponerse tras ese tránsito de rehabilitación será más fuerte emocionalmente hablando, más aun así ¿Por qué colocarle semejante prueba a tal hombre? ¿Acaso fue un karma? ¿Acaso el contribuyó a que se llevase tal acto, claro, de forma indirecta? ¿Será que por debajo se avecinaba un golpe mayor (talvez de infidelidad) que estaba a punto de azotarlos y fue la muerte lo que salvó esa grieta mayor que los llevase a la decepción y la perdición? ¿Qué fue?

¿Y si entonces no fue la muerte la culpable? ¿En quién recaería entonces la responsabilidad? ¿En quién? ¿En la reencarnación talvez? ¿En la vida? Es una pregunta que forzosamente se tiene que realizar, porque la muerte también tiene derechos ¿No les parece así? ¿No les parece que también es digna de someterse a juicio? El bien hecho hombre ya una vez fue sometido a juicio. Para muchos, fue necesario para un bien mayor, para otros una gran injusticia. Sea cual fuere la verdad (admitiendo lo lamentable del asunto), la muerte estaría atravesando lo mismo que él transitó una vez, y en pleno siglo XXI en la Era de los derechos humanos, simplemente, no podemos darnos ese tipo de lujos y retrocesos, pues de ser así ¿Qué sentido tiene estudiar? ¿Qué sentido tienen las bibliotecas? ¿Qué sentido tienen las investigaciones? ¿Qué sentido tiene el conocimiento, la filosofía y todo el asunto científico desarrollado a lo largo de nuestra historia: la Historia?   

Yo no me atrevo a cuestionar a la muerte, talvez por temor, talvez por respeto, talvez por amor, porque debo confesar que tengo una especie de amor con ella, cercano, íntimo y especial. Ella me ha acompañado desde que nací y no sólo porque algún día abandonaré el movimiento, sino porque a lo largo de mi existencia me tocó ser un testigo ocular y sentimental de muchos tipos de muertes. Apelar sólo a mi experiencia, soy sabedor que no es ciencia, más por ahora es lo único que puede justificar mi postura. 

Soy sabedor que estamos muy ligados y que no hay señal de que algo nos separe ¿Por qué? Basta con observar mi propia naturaleza, como una parte de mí diario a diario muere, diario a diario se entrega a ella: fragmentos de mí cabello crecen, lo mismo que las uñas, los huesos y la piel. Aquí el detalle imprescindible: la ilusión que se antepone con ayuda de la realidad, ya que aparentemente hay crecimiento, más por debajo del crecimiento hay muerte.

El párrafo anterior (por ejemplo) que leíste ya murió, lo mismo la palabra anterior, los mismo el significado. Es cierto, posiblemente por ahí quede un recuerdo, talvez a favor, talvez en contra, más es lo único que quedará. Suena fatalista que entonces estemos condenados a sufrir el ciclo de la muerte por siempre, pero ¿Eso será cierto? Yo no pienso que sea así, al menos no de una manera tan radical. 

¿Será acaso por eso la maravilla de Jesucristo? Único hombre (sin contar a Lázaro) que logró (hipotéticamente) vencer a la muerte y al ciclo que se le impone a cada ser humano o ¿En este caso quien intervino fue la evolución? ¿La vida? Porque sus actos tienen que ser el reflejo de su presente y futuro (hasta escrito en la ciencia esta) y hay que recordar lo que por todos lados dentro de las congregaciones se escucha hablar de él, de sus maravillas, de sus milagros, de cómo logró vencer a la vida de la enfermedad, es decir, les dio fin a los malestares y en su lugar colocó vida: nueva vida (talvez eterna o talvez renacimiento).

Más (tristemente) poco percibo de su predicación en cuanto a la forma de vida, en cuanto a la forma de tratar a los seres cercanos a nosotros como si fuesen nuestros hermanos de carne, como si todos formáramos un único individuo. ¿Qué maravilla entonces? ¿Su predicación o su resurrección? La balanza parece que se inclina hacia un lado ¿Será el correcto? ¿Será el adecuado? Pienso entonces que se tiene que replantear lo que se ha de valorar de él y del legado que dejó. 


Secreto 20: ne notoka…

 

¡Sal de mí, oh inquietud! y produce ese infierno

que sólo deje en cenizas mi domesticación.  

 

Hay días en los que me levanto y observo a mi alrededor. Me doy unos cuantos minutos antes de abandonar la cama por completo. Me pierdo en el techo y en las corinas color vino que compré hace como seis meses. Admiro el estampado de la tela, los holanes y después me agrada perderme en aquellos triángulos que conjuntamente le dan forma a esa esfera de cristal.

Son mucho más bellos y atractivos de noche cuando la luz que se despide de los focos en forma de velas atraviesan el cristal. Es en esos instantes cuando es inevitable recordar aquella pregunta que leí hace algún tiempo… Sí ese niño que una fui estuviera ahorita, en el presente, yo ¿Lo decepcionaría? O ¿Estaría orgulloso de en lo que se convirtió? A grandes rasgos diría que estaría muy orgulloso de lo que llegó a ser y es entonces cuando el corazón comienza a cantar dulces melodías que empalagan todos a todos los sentidos.

Pero a ello aquel deleite divino se le hace frente una hoja que trae consigo un torbellino. Tales vientos traen algo consigo: los recuerdos de los comentarios que una vez me dijeron algunos conocidos… La soledad es mala, la soledad aterra, quién me verá… y así una infinidad de oraciones que todas apelan a la misma idea. La última vez que hablé con una psicoanalista decía lo mismo. Incluso, a mi maestra Rosalinda le llegó ese momento de amor, aun cuando siempre lo negó.

Por ahora, pienso que defender afanosamente esa idea de que la soledad es el camino al amor auténtico no tendrá mucho valor al haber cierta discordancia dentro de las emociones. En cambio, ese dicho se quedará a un lado de mí y el que resaltaré será el siguiente: estaré aquí sentado dentro de un círculo mirando la inmensidad del cielo con la energía, porque los sentidos estarán cerrados, y entonces regularé mi respiración, agradeceré y enalteceré a la existencia por permitirme abrazar un latido más del corazón del oxígeno dentro de este mundo físico. Y es que lo que estaba por venir pronto sería un indicio para reconsiderar nuestros hábitos, reconsiderar nuestras formas de pensar y de ahí la importancia y justificación de la búsqueda de respuestas dentro de lo más profundo de nuestro yo interior.

Era un nuevo año para todo el planeta. Las festividades se llevaron a cabo como cualquier temporada, aunque hubiere un grado de encarecimiento de los productos para la realización de las cenas decembrinas. Las tradiciones parecían sobrevivir esqueléticamente sin los valores que se decían y se fomentaban a través de la palabra, pero que en completa acción se notaba su gran ausencia. No era dolor lo que permeaba, sino una completa incertidumbre de qué era la felicidad y lo que se necesitaba para que éste se llevara a cabo. Las familias, más o menos destruidas, gustaban de reunirse para festejar bajo la sabana del frío y del motivo honesto que les dijera del porqué estaban ahí.

Pronto llegaría a todos los hogares una noticia de impacto del nivel trascendental que movería y sensibilizaría a cada individuo: desde aquellos que se mostraban como figuras de elección popular legítimas hasta las masas populares que se habían reunido en más de una marcha para das muestras de la inconformidad que les agobiaba. Talvez era parte de lo que necesitaba para recordarnos que algo estábamos haciendo muy, pero muy mal. Además de que se demostraba que una de nuestras rutinas era capaz de revelarse y destruirnos.      

Fueron dentro de los primeros días de enero cuando en el mundo oriental se comenzó a hablar sobre una nueva enfermedad que afectaba a la humanidad por medio de una complicación respiratoria: una nueva cepa del coronavirus, la cual, aparentemente había llegado al ser humano por medio de un animal (supuestamente un murciélago), logrando mutar para que fuese capaz de sobrevivir al sistema inmune humano.

Durante esas primeras semanas, se aisló a los enfermos por tal virus con el fin de aquello no se saliera de control, lo cual no fue evitable. El nuevo virus, llamado covid19, se había expandido tanto a Europa como a América y parte de África. La realidad era que no había vacuna ni tratamiento: todo quedaba a la suerte de tu propio organismo biológico y a la resistencia que este lograra desarrollar en torno a dicha infección.

Muchos de los principales afectados y que serían los más vulnerables a fallecer a causa de esta neumonía “atípica” eran aquellos con enfermedades crónicas y degenerativas (personas con cáncer, diabetes, virus de la inmunodeficiencia adquirida, asma, obesidad, entre otros), además de las personas mayores de 60 años y los niños (el sector conocedor y el sector esperanzador). Sin embargo, no estaban libres la población juvenil (la fuerza creciente), pero esta era considerada como la más resistente.    

Tal situación, como era de esperarse, llegó a México por medio algunos medios, siendo uno de los principales de personas que habían viajado a los países del medio oriente recientemente. Toda esta pandemia traería muchos retos que afrontar, realidades que cobrarían los errores que se han venido cometiendo y acumulando, entre ellos, el asunto de la educación… la educación presencial, la educación a distancia, la educación a la deriva y la educación para el pensar y para la vida.

Una de las verdades de más peso por el hecho de que había sido uno de los temas centrales del debate era la justificación que emanaba de las circunstancias: indudablemente los maestros no podían ser reemplazados por la tecnología para la educación de los infantes, al menos no durante las siguientes décadas, no sólo por el calor humano, sino por el apoyo en cuanto a las dudas que provienen del ser pensante creciente.

La estrategia que se implementó de parte de los servidores públicos educativos para evitar que se perdiera el ciclo escolar fue, principalmente, el asesoramiento a distancia: los alumnos tenían la obligación de ver televisión durante la mañana hasta pasado el mediodía, regresando un tanto a la educación tradicionalista, pero tecnológica. Mientras tanto, los maestros tenían la obligación de llamar o localizar mediante algún medio al alumno para dar seguimiento tanto a las actividades presentadas durante la transmisión televisiva como a las complementarias propuestas por ellos mismos.

Toda esa organización e inversión en la generación de los contenidos educativos parecía rescatar el último tercio del ciclo escolar que estaba en progreso. Sin embargo, pese a que la estrategia buscaba cumplir con un derecho establecido dentro de la constitución mexicana, también se evidenciaba lo que ya otros investigadores habían denunciado a través de diarios y conferencias: el campo o la zona rural simplemente no estaba habilitada para que tal método de enseñanza se llevara a cabo y se cumplieran tan siquiera los objetivos específicos mínimos de aquel proyecto de saneamiento emergente… ¿La educación se tendría que anteponer a la salud? ¿La educación y la adversidad? ¿Educación, salud y adversidad? Mis abuelos tenían un dicho muy conocido que era típico de su generación: sin salud no existe el mañana.

Lo anterior se debía a que en tales lugares no sólo la señal televisiva era de escaza calidad (sino es que nula), sino que además el acceso a las tecnologías de la comunicación, como el teléfono celular, era contado para los habitantes cuya prioridad era la seguridad alimentaria de la familia. En su lugar, se otorgaron unas copias engrapadas que juntas conformaban un cuadernillo con diversas actividades (español, matemáticas, sociales y naturales).

Junto a ese material también se les incluía una carpeta amarilla nombrada de “experiencias” y aunado a esto algunos libros que incluían autores como Rosarillo Castellanos y Octavio Paz (algo que por supuesto yo aplaudí). Tales insumos estaban programados con una fecha de culminación del 31 de mayo, estando tentativamente programado el retorno a las aulas el lunes 1 de junio.

Más, aunque estoy seguro que muchos profesores contaban con esa buena fe de brindar la asesoría pedagógica necesaria con tal de que los niños aprovecharan al máximo los estudios a distancia, un nuevo problema se salía a relucir en la cuestión cultural: la mayoría de los padres de familia estaban poco interesados en el apoyo y seguimiento para el aprendizaje de sus propios hijos. La situación se agudizaba debido a que algunos estudiantes carecían de iniciativa, disciplina y autonomía para llevar a cabo su estudio independiente.

Mucho se decía en los diarios electrónicos y en los noticieros sobre la estrategia implementada, destacando principalmente la poca eficacia dentro de tal estrategia para concluir “satisfactoriamente” el ciclo escolar. Mientras que por un lado se escuchaban peticiones del pase automático al siguiente grado según cada estudiante, por el otro se comentaba la pérdida completa del año escolar haciendo repetir el grado nuevamente para todos.

La realidad (si es que podemos acercarnos) era que la inversión económica en educación no era barata, pues los gastos abarcaban desde los salarios del magisterio, el pago de servicios, tales como agua y electricidad, útiles escolares, libros de texto gratuito, entre otros, lo que hacía más complicada la decisión final. En tanto, el secretario de educación pública anunciaba que podría preverse el regreso a clases y cierre del ciclo de manera presencial, más se esperaría a tomar la decisión en conjunto con la secretaría de salud.    

Mas, dentro de la catástrofe, bien se podría rescatar algún aprendizaje (siguiendo el nuevo concepto de error). La ventaja que se le podría sacar a todo esto era aprovechar que los padres de familia (que no se encontraban laborando) se integraran a la responsabilidad educativa de sus infantes (que estaba colocado dentro de la ley de educación), algo que a través de las décadas se venía relegando exclusivamente a las instituciones educativas del estado y las particulares.

Se asomaba un nuevo clima para nuestra Era (porque en otros tiempos también estuvo este clima, más la memoria no fue lo suficientemente fuerte para recordarlo): una nueva época de cambios y de paradigmas, de cuestiones filosóficas y de enfoques, ya que de ello dependía tanto la sobrevivencia de nuestra generación como de la especie humana hasta donde fuera posible dentro de este planeta que gira alrededor de un sol en un rincón del frío universo infinito.

Los retos eran múltiples. En primera instancia cuidar lo que tenemos en el momento presente (sea un hogar, sea un trabajo, sea la salud) y comenzar a dejar a un lado las ambiciones de liderazgo caducado y administración pública rancia. Además, de un ahorro de los recursos financieros, evitando de esta manera el desperdicio y la compra voraz de productos que realmente no son tal “útiles” e “indispensables”, recurriendo y privilegiando aquellos que son de primera necesidad.

No podemos dejar a un lado la relevancia de los recursos naturales, y derivado de ello, el agua y los alimentos que resultan ser propicios para cualquier especie. Dentro de esto mismo también es importante poner sobre la mesa de debate del siglo XXI a la mesura y a la cautela sobre qué animales son aptos para el consumo humano sin riesgos tanto para la dieta en general como para el bienestar físico (recordando que la mayoría de la comunidad científica apuntaba como origen del nuevo coronavirus al murciélago, luego de que éste se hubiese comercializado y consumido por la China).

Algo que también entra dentro de la biodiversidad es el respeto de la misma, es decir, clavarnos la idea de que el planea no es únicamente nuestro… ¡Claro que no! Ya que no le pertenece ni a alguna “potencia” ni a un solo grupo de “magnates” ni a un grupo de “élite”, es más, ni siquiera al ser humano por muy “pensante” que éste sea, pues por el hecho de que por un “accidente” o por “gracia divina” haya logrado evolucionar su cerebro y desarrollar ciertas facultades pienso que estás más que claro que hay otros seres que también tienen derecho de existir.

Delfines, zorros, águilas, ballenas, osos, efectos de bioluminiscencia, así como playas limpias con aguas color turquesa nos han demostrado que la vida podría continuar sin la mano del hombre, ya que muchos de pestos han sido vistos en lugares más enfocados al turismo que a la preservación ¿A qué se debe esto? A un principio biológico de hace unos cuantos siglos atrás: ellos comen para existir, más no sólo existen para devorar. 

¿Entonces hacia que dirección repunta la raíz de nuestro problema? En México, al menos, a toda esa gama de obtención y posesión a (ya no gigantes) extremos niveles, a la poca satisfacción duradera de lo que nos produce placer, gozo o “felicidad”, a que lo delicioso de una charla caminando dentro del parque y de la propia persona que nos acompaña se ha desviado hacia lo bares y las salas de cine en donde hay “empleados” que a diario son engañados bajo una forma de vida rodeados de la opulencia mientras que olvidad el significado de la dignidad, la igualdad y la fraternidad.

El cambio de perspectiva es urgente. Se tiene que dejar un poco el celular y recobrar la confianza, y no porque sea mala la tecnología que ya mucho ha abonado a la evolución social, democrática y de libertad de expresión, sino porque también hay que dejar descansar a los materiales que son diariamente procesados y extraídos y que de un día para otro pierden completamente su valor comercial.           

Más todo esto, bajo mi percepción, es sólo la punta del iceberg, ya que si seguimos jalando ese delgado hilo de costura bien es posible (en un alto grado) toparse el problema con valores actuales y modernos (el éxito, la prosperidad, la competitividad, el liderazgo, el trabajo bajo presión degradando la dignidad que tanto se ha ratificado en diversos tratados de derechos humanos, la resiliencia como un arma para resistir las desigualdades y los abusos, entre muchos otros tantos) y la falta de una conciencia auténtica en el registro mental de los ciudadanos de las diferentes generaciones que se han acumulado dentro de este planeta que osaba con desobedecer todas las reglas sanitarias recomendadas.

Al hablar de conciencia auténtica me refiero a ese espíritu interno del pensamiento y proceso cognitivo que nos permite actuar en libertad sin descuidar el respeto de las demás ideas que surjan en oposición a la propia, ya que este espíritu se rige por el amor a la existencia, a los cielos, a las rocas, a la tierra, a los mosquitos, a las arañas, a lo que causa angustia sin permitirse someter o abatir, en fin, al acto de prevalecer dentro de los lineamientos de la verdadera sabiduría.

Y claro que al hacer falta ese espíritu que da vida a la conciencia auténtica no era de sorprenderse que hubiese, más que una desobediencia colectiva rebelde, más bien hay una grandísima decepción que sale a flote, dado que esta decepción se ha venido originando debido a la poca eficacia de la democracia representativa para atender los grandes problemas sociales como por el robo y descaro de quienes son elegidos para atender las demandas humanas de dignidad.

La extensión de tal actividad (conocida más comúnmente como corrupción) dentro de la clase suedo-política (los auténticos políticos ni siquiera reciben éste calificativo que, en sí mismo, designa categorización) era significativamente similar a la que se mantenía (y parecía perpetuarse) dentro del magisterio educativo mexicano: contratación de figuras educativas que carecían de los perfiles idóneos para la educación, pues se le daba preferencia a amigos y familiares.

¿Y quién pagaba los costos? Todos: el hombre que iba al día ahora era inevitable que saliera a vender sus productos para sobrevivir, pues refería morir a causa de una enfermedad que todo de la abstinencia. El personal médico, además de estarse contagiando por falta de protección y creatividad, se vería colapsada su zona de trabajo a causa de las cifras que iban en aumento ¿Y qué hay de los más pequeños? Estos sufrían las consecuencias de los mayores que o no sabían tomar decisiones o preferían tomar aquellas que sólo los satisficiera egoístamente.

Tampoco he notado el amor a la diferencia y a la diversidad ¿A qué me refiero con esto? Porque con la mínima discordancia, con el diminuto sonido que formule una palabra de contrariedad ya es ocasión de molestia o enojo. Debo confesar que hasta a mí me pasa: cuando recibo órdenes de alguien que es mi superior, por ejemplo, dentro de las últimas semanas en el trabajo.

Y ello no signifique que me contradiga y que todo lo que he venido diciendo y explicando ahora sea signo de mi molestia, más bien, todo ello se lo atribuyo a la falta de organización que hay por parte del personal que sólo se dedica a dar indicaciones sin tomar en cuenta que no apela a un programa de construcción integratorio, sino que sólo lo hace en aras de colocar actividades de “entretenimiento” y para “desquitar el sueldo”.

Si hubiese un plan, quiero pensar, que ese mismo se nos detallaría desde los objetivos a lograr hasta la justificación del porqué es imperante que tal estrategia e lleve a cabo. Pero todos los textos que plantean proyectos basados en la resolución de problemas que tanto fomentan pareciera ser que sólo lo dictan sin revisarlo, sin comprender que si quieren que se lleve a cabo en la práctica ellos también tienen que cumplirlo, ya que estamos atrapado en la dinámica de la “apariencia”, en donde ellos aparentan que aplican la norma educativa y los estándares de calidad por medio de una capacitación superficial, cumpliendo los objetivos de un modelo educativo que no prioriza la libertad de pensamiento, nosotros pretendemos aplicar y replicar tales métodos de enseñanza, siempre con ese grado alto de desconfiabilidad porque sabemos que vienes la orden desde “arriba”, lo padres sólo se limitan a enviar a sus retoños para poder ir a trabajar debido a que el dinero no les alcanza (mientras que otros los envían porque así tendrán un rato de paz en la casa) y los infantes, los infantes no les queda de otra que obedecer, que sobrevivir al rígido sistema educativo que frustra ideas, sueños y planes porque es primordial el personalidad del trabajador que la personalidad recreativa, refugiándose en su yo interno, sin posibilidad de que alguien lo escuche y lo ayude a realizarse dentro de esta existencia.

Hay una condena brutal, radical y poco bondadosa… y ahora que tenemos que estar privados de los campos, de los parques y de los patios viene a mí una pregunta que ya otros habían dicho… ¿En dónde jugarán los niños? ¿Habremos exagerado a introducir la educación inicial cuyo objetivo es integrar al infante al ambiente grupal (y posiblemente hostil) para que cuando este ingrese a primer año de preescolar (un lugar para sustituir el amor fraternal y la responsabilidad paternal) sea menos complicada su adaptación y de esta manera no pierda tiempo para adentrarse dentro de las aulas con barrotes y rejas?

Talvez sea indispensable replantear a quien hay que educar ¿A los más pequeños o a los padres para que estos retomen las atribuciones que les corresponde (más allá del derecho natural sino por compromiso por el amor al ser que es indefenso) para evitar así dolencias futuras tanto de los propios gestores como de los propios infantes? Si no se ha de replantear lo anterior, por lo menos si se ha de reconsiderar a nivel social, pero sobre todo a nivel personal.              


Secreto 21: senka tlasojkamati

 

El pasado asecha y no como ancla

Sino como el más sutil y amoroso recuerdo  

 

Debes en cuando, sobre todo cuando me encuentro leyendo un libre que sé que pasadas las semanas y después los meses no volveré a abrir por un larguísimo tiempo, viene a mí la siguiente idea invasora: existen gran cantidad de nombres que no me agradarían que quedaran bajo las rocas volcánicas del olvido luego de que hayan pasado torbellinos de generaciones que les tocó presenciarlos cara a cara aunque sea por un año en su vida, recibiendo de ellos alguna palabra, alguna vivencia, algún consejo o algún conocimiento que les hiciera un bien durante algún instante de su existencia.

Y es que, si pienso en sus rostros, en sus características y en sus virtudes, queda perfectamente justificada la tesis popular que me heredaron, la cual sostiene que dentro de este planeta nacen y caminan más seres humanos que procuran el progreso armónico y compartido, la sana convivencia acompañada de la comprensión y el entendimiento, así como el florecimiento de una felicidad libre de la dependencia y sumisión, lo cual resulta sumamente motivador para un idealista o soñador, como lo es este servidor.

Es muy grato, ferviente, alucinador y encarrilante concebir esa idea dentro de la misma multitud. Lo es a tal grado que me motiva a ser uno de ellos: incluirme bajo las palabras de respeto, honestidad y de persistencia en cuanto a las sanas (evitando decir buenas) costumbres (lo digo porque hace tiempo creí destruidos y perdidos los pilares sobres los cuales descansan mis virtudes).  

De entre ellos aquellos nombres que usaron los dignatarios y que espero fervientemente que pasen a la posteridad (aunque sea momentáneamente por alguien cuando indague por este mar de ideas), quiero destacar con gran orgullo los siguientes: Aurelia, quien tuve como maestra cuando curse el tercer grado de la primaria José María Pino Suárez, puesto que hay un motivo en particular que la destaca porque apela a la virtud de la persistencia que creí perdida y desvalorada.

Lo que estoy a punto de relatar se lo debo a uno de los familiares que me cuidaron cuando fui un infante vulnerable. Pues resulta que la maestra Aurelia ingresa a esta lista porque según mi tía Malena (quien también supo ser una madre para mí), ella dijo un pequeño, pero significativo comentario: mencionó en una de sus reuniones con padres de familia que el pequeño (yo) había salido adelante por mí mismo y no porque hubiese alguien que me hubiese apoyado…

Es muy cierto, estoy apelando a mi vanidad, sin embargo, lo que también sucede es que ella fue la única que reconoció la falta de atención por la cual atravesaba yo de pequeño. Por aquellos días solía dedicarme (como en la actualidad) al estudio por gusto (¿o habrá sido por falta de atención?). Era muy agradable leer mis libros de historia, bueno, hojearlos y detenerme en las imágenes que me llamaban la atención y, por supuesto, poner una mayor atención en el párrafo que había debajo de aquellas imágenes (Ahora comprendo, talvez, que parte de mi atracción hacía las ciencias, el pensamiento, la inferencia y el arte se deba a los ilustradores).

Reconozco que fui, como muchos otros de mi época o etapa, un niño muy tímido que prefería quedarse dentro del resguardo de los muros del salón de clases adelantando la tarea o realizando ejercicios de caligrafía para mejorar mi letra, algo que, por cierto, por más esfuerzo que puse, nunca logré. Ello me orilló a practicar, aplicar y preferir la conocida como “manuscrita”, que en momentos salía bien y en otros, pues no tanto.  

Hubo un momento realmente memorable por aquellos días de mi temprana infancia, ya que la fortuna parecía hallarse muy cerquita de mí, aunque debo aceptar que me dificultaba tener una relación sólida y fraternal con ella. Había una niña llamada muy simpática llamada Daniela (la cual me recordaba a la telenovela “El diario de Daniela”, sobre todo por la rima que decía “…en el diario de Daniela se han escrito tantas cosas, sus secretos escondidos…”) Villegas Calles.      

Aquella niña güerita, con mejillas ruborizadas naturalmente y con voz rasposa mostró cierto interés en mi persona, pero, aunque me gustaba un poco (y no sé porque pues para ser honesto me atraía más la niña con la que se llevaba mucho, Aide Paleta Mora]) no le tomé mucha importancia a lo amable que pretendía ser conmigo. Con ellas se juntaba otro muchacho llamado Alberto, el cual era un niño muy delgadito y usaba lentes con los cordones de protección que les colocan a los lados para evitar que se rompan. El cabello de él estaba cortado en forma de honguito.

Pues resulta que ellos tres se acercaron a mi butaca un día de clases durante la media hora de receso. Daniela se colocó en frente de mí (ya que era la “líder” del grupito) y me propuso que me invitaría una paleta de hielo (mi favorita siempre ha sido la de limón y en segundo lugar la de uva, sin tomar en cuenta las de leche porque entonces la lista sería muy larga), si me iba a jugar con ellos.

Para esa edad no comprendí el valor interno e infinito de la propuesta calidad que los tres me estaban haciendo (es especial Daniela) …. ¿Jugar? ¿Yo? No lo creo… dije dentro de mí, lo cual me orilló a mentir en aquel instante: me quede en silencio por algunos segundos, y después les respondí que sí, pero que yo me adelantaba primero porque iría al baño y ya después los alcanzaría en la cancha de futbol.

Ellos aceptaron, aunque casi no les di tiempo de responder y de escuchar su respuesta, porque casi de inmediato salí del salón y me escondí atrás de una columna que estaba en la siguiente aula pasando las escaleras, como a unos 10 metros. Ahí esperé ansiosamente y cuando observé que ellos tres habían bajado las escaleras (porque nuestro salón de tercero “c” estaba en el segundo piso) me regresé al salón y me senté en mi butaca de madera pintada de color café de árbol que compartía con otro niño (al cual no recuerdo porque no era mi amigo) para continuar haciendo mi plana de caligrafía, por supuesto, por gusto. Después de ese engaño, nunca me lo volvieron a proponer.  

También he de mencionar el nombre de Ángel Carillo (su mamá era una señora chistosa morena, de cuerpo ancho, cabello semi ondulado y con una verruga debajo de uno de los lados de la nariz) que se juntaba de vez en cuando con Daniela (al parecer eran primos lejanos). A ellos una vez los encontré en la calle de la colonia en donde crecí. Creo que ese día le dije que me gustaba, la verdad, no recuerdo, pero iban juntos: Ángel encima de una bicicleta de montaña (que estaban muy de moda) y ella caminando.

Pero así fue el asunto con Daniela, la niña del copete hecho con tubo de plástico, cabello bi8en recogido y aplacado y aroma agradable, quien luego de terminar el tercer año se cambió de escuela y no volví a saber de ella pese a que era vecina de la colonia (cierta ocasión la fui a buscar, pero me dijeron que no vivía ahí, aunque la placa decía “Familia Villegas Calles”. Ahora considero que tal acto fue sumamente chistoso).

Entre ellos también recuerdo con mucho cariño a mi primera amiga Rosa Delma: una niña más alta que yo con rasgos indígenas muy marcados y con quien comencé a juntarme porque era muy buena para contar historias y eso era definitivamente algo que me agradaba escuchar. Pienso que realmente dentro de su espíritu existía el don de la palabra. Su voz la recuerdo muy bien, era un timbre sin hueco, pero tampoco ronco, más bien se asemejaba a los sonidos de alguien que habla con profundidad.  

Además, el rostro de Rosa Delma era de forma rectangular vertical, con cabello largo en forma de coleta entera, mismo que jamás fue tocado por el sprait, que en ese entonces estaba de moda. Su cuerpo era esbelto y en su rostro siempre se dibujó una gran sonrisa, al menos para mí. Talvez alguna vez la vi triste, pero realmente ya no lo recuerdo. Su amistad me acompañó hasta que salimos de la primaria y en verdad espero con todo fervor que haya tenido una vida de adulta digna, pues la última vez que supe de ella fue un par de años tras terminar la secundaria y fue sumamente decoroso saber que no había cambiado su carácter amable y dulce.

Durante algunos recesos solíamos sentarnos juntos cerca de la misma columna en la cual me escondí debido a la invitación de Daniela. El suelo era de cemente gris pulido. Definitivamente era muy grato escuchar sus historias de miedo y de terror, yo, por supuesto, quedaba fascinadísimo con aquellas narraciones llenas de misterio y pavor con curiosidad y asombro: Claro que ahora ya no las recuerdo, salvo, talvez, una de un nahual que le decía su abuelita. Creo que sería invaluable escuchar nuevamente un de ella y de su propia voz.

La familia de Rosa Delma vivía un poco cerca de la colonia en donde crecí (San Rafael Oriente), lo cual orilló a que en un breve tiempo su hermano fuera compañero de trabajo de mi primo Germán en una carnicería (debo destacar que mi familiar comenzó a trabajar desde que iba en primaria, como a eso de los 10 años, por lo cual es una persona que admiro bastante, además de que su patrón, el señor Javier resultó ser como un padre o tutor para él, porque, como muchas otras historias no contadas ni escritas aquí en México, Germán y sus otros dos hermanos no crecieron con su papá, luego de que éste dijera que ni uno de los tres eran sus hijos).

Recuerdo mucho a Nayeli Xicoténcatl y Nayeli Soriano. La primera era una niña delgadita, quien siempre tuvo problemas como de nutrición y aprendizaje. Ella tenía una prima llamada Edith (niña de piel muy morena y ruda, con un tono de voz rápido, energético, pero de baja intensidad) que fue muy conocida porque se juntaba con muchos hombres, entre ellos Cesar (alto, delgado, moreno y con un tono de voz retraído), el simpático y travieso del salón, quien ingresó a nuestro salón en quinto grado luego de que fue expulsado de otra escuela por mala conducta.

La mamá de Cesar era una señora de cuerpo grande, con el cabello pintado de rubio y entre piel blanca y güera. Ella tenía mucha fe en que su hijo cambiará el mal comportamiento que tenía o al menos de ello me percaté la vez que le llevo un pastel al salón de clases, mismo que todos disfrutamos luego de que le cantáramos las mañanitas, porque su mamá el único favor que le pedía era que cambiará su actitud y mejorara en sus calificaciones. Del padre jamás escuche hablar, aunque Daniel (otro niño del salón que era gordito, güero y pecoso), un niño que le hablaba mucho, me confió algo de él: sus padres se habían divorciado y ellos debes en cuando se visitaban.  

En cuanto a Nayeli Soriano recuerdo que era muy guapa y su cabello era uno de los más atractivos porque hacían juego perfecto con su rostro y personalidad, ya que su voz era muy animosa y sonriente (a comparación con la de Cesar quien siempre parecía estar enojado) que contagiaba a quien se la dejaba escuchar, es decir, a casi todos. De ella, tras haber culminado primaria no volví a saber.  

A Nayeli Xicoténcatl me la tope en la calle varias ocasiones. Incluso, en dos o tres momentos, la fui a visitar a su casa ya que su domicilio se encontraba a cinco calles del mío. En una de esos reencuentros, me platicó que Edith se había ido a Estados Unidos y que seguía jugando basquetball. Además, se rumoraba que tenía novia, pero hasta donde ella sabía sólo se quedaba en eso: rumor.   

También me platicó que terminó la secundaria en una técnica del estado y que en el bachiller donde estudió tuvo problemas con el director de la escuela, ya que éste la acosaba y aunque ella denunció, simplemente no le creyeron. Claro que ese suceso ya tiene mucho, sin embargo, hay aspectos que se han mantenido y hasta enraizado. A pesar de los topes que sufrió, logró culminar con éxito su bachiller.  

La niña que definitivamente me encantó durante mi época de primaria fue Guadalupe García Robles: morenita, con sus aros de cabello arriba de su frente, rostro redondo, manos suaves y voz “quedita”. Era muy aplicada y tranquila. Ella debes en cuando se unía a la charla interminable de receso conmigo y Rosa Delma, pues también tenía historias de terror que compartir. Vaya amor efímero y primerizo… una vez, recuerdo que guardé una plastilina que me regaló Guadalupe y casi estuvo bajo mi resguardo un año entero, hasta que la perdí luego de que unos de mis compañeros rompieran mi caja de colores donde la tenía pegada y forrada.

Gracias a Guadalupe y Rosa Delma se me hizo costumbre quedarme después de clases a jugar piso, a lo que anteriormente se le conocía como avión, pues ellas también lo hacían. Era muy divertido ir por una piedra como ficha e ir brincando turno por turno. Es cierto, la integración me lenta y complicada, pero se dio de forma no forzada y voluntaria, carácter que se extendió hasta estos días.     

Entre quinto y sexto año, cuando me acompañó en mis momentos de aprendizaje la maestra            Blanca Téllez, definitivamente mi integración fue más completa. Entre los compañeros que tuve estuvieron Ricardo “el güero” por su piel y su hermana muy linda (pero no recuerdo su nombre), Olín “el chino” por los ojos que tenía, Ángel Efrén con quien conviví muchísimo desde esos momentos ya que vivía enfrente de mi casa y Giovani Mejía Saucedo a quien le decían “el guayabas”.

Con todos ellos era divertido jugar tazos, sobre todo por las tardes cuando iban a visitarme. El “güero” a veces llevaba a su hermana a jugar con nosotros y era muy divertido jugar con ella. Claro que eran otros tiempos en donde no era muy peligroso salir a la calle y jugar. Una vez, jugando corretizas ella salió raspada, pero aun así no dejo de salir a jugar con nosotros casi todos los días.

Con Ángel Efrén tuve más aventuras que con los demás (aunque en la escuela me juntaba con Giovani) ya que todas las tardes me iba a visitar para salir a jugar. Incluso, con él, construí una tipo casa club con material reciclado (supongo que de ahí la costumbre de reutilizar) en un terreno baldío. Por las tardes nos juntábamos ahí y platicábamos de muchas cosas. Gracias a él mi infancia tuvo tintes definitivamente dignos… recordarlo es revivir mi espíritu de deseos puros de pequeño.   

¡Cuántas veces jugué hasta tarde con él! compartiendo ideas, sueños, juegos. Él me acostumbro y me enseñó el valor de un amigo y una persona: siempre caluroso, siempre atento, siempre compartido y siempre amable. Son incontables las veces que él llego y tocó a mi casa preguntando por mí, por mi persona, por mi compañía sin importarle mi físico o mi condición.

Gustábamos de jugar en la calle tazos, stop, avión… y él siempre me apoyó, siempre estuvo a mi lado como un verdadero hermano para mí ¡Cuánto amor y confianza me tuvo! ¡Cuánta paciencia y ganas de jugar conmigo en aquella casa en construcción, en obra negra que le apodamos el laberinto! ¡Cuántas veces solos en la oscuridad imaginando lo más terrorífico y aun así lo enfrentamos gustosamente! ¡Cuántas historias de terror platicamos en la noche!   

Ángel Efrén es una de las personas que va a estar conmigo siempre ¡Y le agradezco a Dios por ello! Porque sea mi vecino y viva enfrente de la casa en donde crecí, ya que es una amistad que ha trascendido berreras, en una amistad duradera y especial, tan sublime, tan magnifica, tan intachable y todo ello queda en el tesoro invaluable de los recuerdos escritos de mi corazón.

Como olvidar a Ricardo Ortiz, quien terminó estudiando administración y que se juntaba mucho con Mariano, a quien mangoneaba con su voz aguda. Ricardo tenía una pequeña hermana que a veces se ponía a jugar con nosotros en la escuela. Su mamá era un ujer morenita, delgada, bajita y de chinos que siempre andaba con una bolsa de mandado hasta en las juntas.

A Mariano le tocó vivir una experiencia que en ese momento pareció graciosa, pero ahora, ya de adulto, pienso que fue definitivamente formativa. Por aquellas décadas los álbumes estaban de moda entre la población infantil, sin embargo, para poder tenerlo completo era necesario adquirir las estampas que venían dentro de unos sobres que se vendían aparte. La señora que los distribuía, era una señora robusta, güera y chapeada, con la misma verruga que la mamá de Ángel Carillo.

Resulta que aquella señora depositaba todos los sobres (además de otras figurillas de plástico, catálogos, maquillaje para mujer, ropa y artículos de temporada) en un nylon grueso azul cielo recostado sobre el piso junto a un árbol, que era el espacio disponible para su puesto. Ahí, entre la multitud de niños que se acercaban y entre la plática con las señoras, a Mariano se le ocurrió tomar un sobre y retirarse sin problema alguno. Ese acto lo hizo tres veces un mismo día y la señora no se dio cuenta. Nosotros: Giovani, JorgeAntonio y Ángel, como chamacos, nos emocionamos muchos. Más al cuarto intento, la señora se dio cuenta y lo detuvo con él.       

Nosotros no sabíamos que hacer, con escasos 10 años, lo único que sabíamos era que estábamos frente a un acto que no debería haber sido. Esperamos unos momentos y luego que vimos que lo soltó nos fuimos, pero ya no tratamos de hablarle. Al día siguiente, a la hora de receso pudimos platicar con más tranquilidad con Mariano y él, con una sonrisa (que era típica en su rostro) nos comentó que la señora lo dejo ir con la condición de que no lo volviera a hacer y le pagará los sobres que se había llevado al día siguiente.     

Mariano le había pedido 5 pesos a su mamá para material que supuestamente sería una actividad en la escuela y con eso había pagado los 3 sobres de estampas que se había llevado, lo que equivalía a tres pesos. Hasta donde nosotros supimos Mariano no lo volvió a hacer e incluso ni uno de nosotros volvimos a fomentar o celebrar ese tipo de actos. Definitivamente todos quedamos con un pequeño, pero buen escarmiento.

Junto a ellos dos, y haciendo mal tercio, estaba Erick Toxcle, cuya hermana conocí cuando fui acolito en la iglesia de mi colonia. Erick tenía sus ojos grandes, moreno de cara redonda y delgadito. Ricardo era el más alto de los tres, era moreno y corpulento. De ahí le seguía Erick y finalmente Mariano, el más bajito de los tres, pero también el más veloz de todo el salón, lo cual lo convertía en el favorito del grupo para los deportes (y también de muchas de las niñas).    

En quinto grado entró un niño muy divertido que era muy inteligente y le decíamos “el cochinilla” con su hermana Marisol que era pecosa y risueña. Ellos recientemente se habían mudado en frente de la escuela y los dos eran personas amables. Su nombre era marco y era muy inteligente en todo lo que hacía. Ambos pronto se destacaron en calificaciones y pienso que lo tenían bien merecido. Pronto él nos demostró que la inteligencia se sobreponía a la fuerza.                  


 Secreto 22: nimitstlatlaukilia

 

-          ¿En qué empleas tus energías?

 

-          En todo aquello que implique la renovación de las mismas

 

Es grato, es maravilloso, es alentador mencionarlos aunque sea por última vez, porque muy segura e inevitablemente llegará un momento definitivo en que aunque mi ser quisiera afanosamente retenerlos, mi capacidad no me lo permitirá, además de que, claro está, no es muy “sano” que digamos. Pronto olvidaré a mi buen amigo Jorge Antonio y las incontables veces en que enterró sus lapiceros atrás de los baños, cerca de donde estaba la maya de alambres gris, donde vivía una perrita mestiza que era la mascota de la escuela, porque ya no tenían más tinta y según él debían recibir la sepultura y las lágrimas correspondientes, sin olvidar claro, la repartición de obsequios y artículos de promoción (como arcos y tazos), en calidad de supuesta “herencia”.

A Lourdes también será inevitable dejar de mencionar, quien eres una niña de cabeza circular, morena y chapeada, con cabello en forma de hongo y una coleta que más bien parecía “cuete” y quien ingresó en quinto de primaria con nosotros. De vez en cuando platicaba con ella y Ángel Efrén me acompañaba a ello… mi gran amigo… talvez mencionó de donde venía, pero sólo sé que su casa estaba a seis calles de la primaria, junto a una tienda donde me agradaba comprar las famosas paletas de tarro y de cochinito.

En frente de aquella tienda vivía Rocío, una de las amigas más queridas de mi tía Laura. Ella era una mujer delgadita, bajita y blanca, de cabello largo y color castaño claro. La recuerdo mucho porque, además de que se parecía a la cantante Fey, su actitud y su vocabulario siempre mostraban la personalidad de libertad que siempre admiré. Pero nuevamente hemos de recordar que estamos a merced del misterio y de lo paradigmático que suele ser la muerte y la existencia, ya que Rocío, la amiga de mi tía Laura, falleció de nomás de 25 años cumplido. Según lo que me platicó mi tía, porque yo estaba todavía muy chico, Rocío falleció de anemia, dejando a sus dos niñas pequeñas a cargo de su marido.

Aunque hay pedazos de imágenes dentro de mis ojos cerrados, si recuerdo que mi tía me llevo con ella a una de las fiestas de las hijas de Rocío, creo que fue un cumpleaños de 3 años, y claro, también al velorio. Por dentro la casa era muy bonita, no sólo por el patio que resultaba muy atractivo al estar cubierto de plantas y ser grande, sino también por el estilo de vecindad mexicana, en donde parece que te encuentras dentro de un laberinto con grandes escondites y paredes con cemento que asemejan a la corteza de la tierra.

Después de ello, mi tía Laura no volvió a colocar un pie sobre aquella casa de zaguán negro. Y aunque estoy seguro que ella no la ha olvidado, y yo tampoco, aprendió a resignarse y a esperar con ánimos a que nuevamente se volverá a encontrar con su “manita” de cabello largo que siempre utilizó una dona para cabello en las muñecas. Con todo esto, no cabe la menor duda, que los años están plagados de aventuras y señuelos.       

Había otra niña que se llamaba Ana Karen, delgada, flaquita, pálida, con quien me encariñé mucho. Ella vivía en la colonia San Felipe y en más de dos ocasiones me invitó a su fiesta de cumpleaños. También invitó a Giovani y de hecho, él fue quien me llevó a mí, pues yo no sabía dónde vivía tampoco conocía más allá de donde yo había crecido debido a que mi abuelo Miguel no era de la persona que usualmente me dejara salir a la calle a jugar o a hacer tareas extras, aunque conforme fui creciendo eso cambió (mucho le agradezco que así haya sido, porque gracias a los amigos que comencé a tener ahora puedo presumir que tuve una de las infancias más maravillosas que cualquier infante haya tenido aun en un estado de precariedad).    

La fiesta de Ana Karen coincidía con la fiesta patronal de San Felipe, por lo que lo divertido de su fiesta era precisamente ver afuera de su casa los juegos mecánicos, los puestos de comida como chalupas y elotes, los plátanos fritos machos con mermelada o lechera, los juegos pirotécnicos y todo eso típico de una fiesta de pueblo tradicional. Y para continuar con la tradición, además del pastel que le compraban a Ana Karen, la comida estaba acompañada de un rico arroz y mole.

Su padre iba a dejarla junto con dos de sus hermanos todos los días en una bicicleta. Ellos viajaban atrás sentados en una tabla desgastada por la ceniza y el cemento que tenía sobre ella. A la hora de salida él también ya estaba afuera esperando por ello. Al único que recuerdo muy pero muy a lo lejos es a Julio, quien iba en tercer año. Julio era un niño de cabeza alargada, pálido (igual que Ana Karen) y con el cabello siempre parado, pero libre de gel y moquiento.

El padre de Ana Karen era un hombre alto, delgado y bigotón. Yo pienso que se dedicaba a la construcción pues siempre iba con una gorra y de sus brazos se asomaban las venas, que es algo típico de aquella persona que usa mucho la fuerza. Las dos veces que fui al cumpleaños de Ana Karen, vi a su papá, pero a su mamá creo que sólo la vi una vez, realmente de ella la mayoría ha quedado en el olvido, ya que él único de detalle que continua permanente dentro de mí es la estatura bajita, lo cual era muy contrastante con respecto a su marido, es decir, el papá de Ana Karen.

Además, Ana Karen siempre llevaba dinero en un monedero que se colgaba al cuello. A veces, durante el tiempo de recreo, nos compraba dulces a Giovani y a mí. Fue una niña muy cálida con nosotros dos, especialmente con Giovani, quien le gustaba mucho (juegos de niños). Sin embargo, una vez le tocó vivir una mala experiencia que a todos nos marcó para bien.

Las quejas sobre la pérdida de dinero por parte de mis compañeros, siendo víctima en una ocasión Eduardo Domingo, iban creciendo y aunque la maestra Blanquita ya había hablado varias ocasiones sobre el asunto con todo el salón, la situación no mejorana ni en lo más mínimo. Por tal motivo, en cierta ocasión, antes de regresar de uno de los ensayos de un bailable que estábamos preparando, la maestra Blanquita se limitó a llamar a Ana Karen, con quien estuvo platicando el resto del tiempo hasta que culminó la hora de ensayo.

Cuando podía, yo observaba desde el patio en el punto que me había tocado estar, de pie, el segundo piso, enfocando mi atención en la maestra Blanquita y en Ana Karen, ambas recargadas del barandal blanco, conversando… Mientras la profesora parecía observar la explanada y en ocasionas regresaba los ojos a mi amiga, ella permanecía viendo la parte inferior del barandal y talvez hasta el cemento gris pulido que sostenía a ambas.

Después de aquel momento nunca más se volvió a saber de la pérdida de dinero. Sin embargo, días posteriores a tal evento, Giovani me había comentado que varios del salón rumoraban que Ana Karen era la que sustraía dinero y cosas de las mochilas de los demás compañeros y que ese día la maestra Blanquita había dejado al propósito un dinero sobre su escritorio, siendo sorprendida Ana Karen.

Supongo que es ese tipo de actos que a un maestro le duelen y que prefiere no darlo a conocer a todo el grupo afín de evitar consecuencias de actos que podrían solucionarse con la generación de conciencia a través de las palabras. Yo no me atreví a preguntarle a Ana Karen sobre lo que había sucedido o de lo que habían platicado ella y la maestra Blanquita. Tampoco indagué sobre los rumores que decía Giovani o Eduardo Domingo, ya que este último aseguraba que Ana Karen era la que le había robado su dinero.

No cabe duda que la escuela es un mar de aprendizajes, contrastes, encariñamientos y emociones. Hay un nombre que he olvidado, pero no su persona: un niño blanco, muy blanco, delgadito, con un tono de voz firme, de paz. Sólo recuerdo que le decían “Buda” y que fue siempre amigable, al menos conmigo y con Giovani. Él se graduó con nosotros y como muchos otros, ingresó a nuestro grupo en quinto de primaria.

No recuerdo su nombre, pero si recuerdo los actos de mala fe que realizamos Gionavi y un servidor. Así es, porque no todo lo que he hecho es bueno y definitivamente hay actos en los cuales me faltó más razonamiento. Con él aprendí que una amistad es más valiosa que todo el dinero, que más vale la confianza que las personas te tienen que todo lo que puede haber de valor material. A ello quiero agregarle que también aprendí que cuando alguien te da la confianza nunca debes de defraudarla, porque pierde valor tu palabra, tu espíritu y la amistad que pudo haber surgido. Me da tanta vergüenza recordarlo y admitir que así sucedió, pero no hay algo mejor que la verdad.

Resulta ser que Giovani y yo nos juntamos con él, pero al notar que traía dinero nosotros nos aprovechamos de esa situación y comenzamos a pedirle que nos comprara golosinas, paletas de limón de hielo y cosas de ese tipo. Lamentablemente la “amistad” no dura más allá de la semana y cuando me di cuenta del error no fue demasiado tarde, pero él prefirió no juntarse más con nosotros dos. Con él, con “Buda”, es una disculpa que, si he de pronunciar, talvez él nunca la logre escuchar.                       

En cierta ocasión, me topé a “Buda” en la calle y él me habló como si nada hubiese ocurrido, me saludo y fue grato verlo, sin embargo, éramos muy jóvenes y yo no me atreví a pedirle disculpas, tal y como él se lo merecía. Han pasado los años y debo admitir que quiero mucho a ese niño, ya que gracias a él aprendí a que, aunque las circunstancias sean malas y egoístas contra ti, tú no debes de responder de la misma manera, algo que definitivamente quedo acorde con mi personalidad.

No olvidaré ni a su madre (una señora que tenía el cabello largo y ondulado con el rostro liso y con un carácter ameno) ni a su hijo, Olín “El chino” niño que fue sobrenombrado así por sus ojos rasgados. Ahora que lo pienso, su piel si era del tono amarillenta, gordito, con un lunar debajo de su boca (talvez del lado izquierdo, talvez del derecho, no recuerdo), pero un niño agradable y divertido con quien muchas veces jugué tazos y casi siempre le ganaba.

De hecho, gracias a una de esas partidas, luego de haberle ganado todos sus tazos, el me pidió que se los revendiera y así fue, a 50 centavos cada uno, con lo cual tuve lo suficiente para comprar mi juego de geometría que mucha falta me hacía y que mis abuelos no tenían para comprarme, aunque en ese entonces no pasaban de 12 pesos. Breve anécdota, pero significativa, pues Olín me compró mi juego de geometría.   

La maestra Blanquita nunca nos quitó los tazos y a la hora de recreo había muchas bolitas de niños jugando. Incluso se inventaban reglas medio raras y extrañas para hacer perder al otro y también para ganar. Una de ella era que mientras tu contrincante trataba de cambiarlos de cara, tú con tu tazo pegabas en el suelo y son eso, supuestamente, le dabas mala suerte y su tiro fallaba. Realmente era divertido jugar a eso por aquellos días, lo mismo que al trompo y a los “cancazos”, es decir tratar de interrumpir el giro de tu contrincante en el suelo.

¿Cuántas corretizas no tuvimos en ese entonces? ¿Cuántas? No sólo con los de nuestro salón sino con los del grupo de sexto grado, varios de ellos, amigos y amigas de la hermana de Ricardo, el “güero”. Los tiempos han cambiado con un gran contraste, porque mientras nosotros nos matábamos corriendo a la hora del recreo, ahora mis alumnos están más pegados al teléfono celular que todo al ejercicio.

Pero retornando a Olín, una vez nos invitó a su casa a comer pizza y a jugar videojuegos por su cumpleaños. La comida ni el pastel fue importante sino lo maravilloso del tiempo que todos pasábamos juntos. Aunque sé dónde vive no he regresado para saludarlo, talvez sea el momento de que le haga una visita al niño que Ricardo le comenzó a decir “el chino”. De hecho, ahora que lo recuerdo, una vez la maestra Blanquita cansada de tanto escuchar ese apodo, nos reprendió por no respetarlo. Sin embargo, en una ocasión también dijo que deberíamos sentirnos orgullosos por tener un compañero “chino” en México, pues era señal de que hasta a esa etnia le gustaba nuestro país.

Ricardo, el “güero” o “pantuflas”, como también le decíamos, me contó una anécdota de “el chino”      (que debes en cuando tan sólo de imaginármela las carcajadas son imparables) que surgió dentro de un momento no muy grato. Resulta que en quinto de primaria ingresó un niño alto, delgado, callado, moreno, que se llamaba Alberto. El detalle de este niño es que sufría ataques epilépticos desde nacimiento, según lo dio a conocer la maestra Blanquita a todo el grupo.

En el salón de clases como dos o tres veces le dio uno de esos ataques al niño Alberto: comenzaba a temblar parte de sus extremidades y finalmente esto se extendía en todo su cuerpo, no sé si él se caía por accidente o se arrojaba al suelo todavía medio consciente. Sus dientes comenzaban a chocar y después de un momento arrojaba mucha saliva en forma de espuma de la boca. La maestra actuaba de inmediato y entre las medidas de seguridad que tomaba era colocarle una cuchara en la boca, con la finalidad de que no se mordiera o lastimara la lengua.  

Otras de las medidas que tomaba la maestra Blanquita, en ese entonces, era dejarlo recostado sobre el suelo sin moverlo, colocarle una almohada debajo de la cabeza y esperar a que solito reaccionara en sí nuevamente (ello por recomendaciones de la madre). Además, todos teníamos que distribuirnos de tal manera que Alberto tuviera la ventilación suficiente. Eso era algo nuevo para nosotros y la primera vez que Alberto sufrió su ataque de epilepsia tuvieron que llegar los paramédicos para atenderlo y llevárselo. Posteriormente, la maestra se encargó de informarle a su mamá de lo sucedido.

Pues resulta que, en uno de esos ataques de Alberto, la maestra dijo: - denle aire – y el chino, a dos metros de distancia comenzó a agitar el lomo de su libreta para darle aire… la broma se cuenta sola… bueno, eso fue lo que me platicó Ricardo Beltrán, yo no lo vi porque estaba distraído con lo que le pasaba a Alberto. No sé si sea bueno o malo lo que hizo Olín, pero para mí y para Ricardo fue, es y será siempre gracioso.

Para sexto año, ese niño continuó con nosotros y durante todo ese último ciclo escolar en la primaria José María Pino Suárez nunca más tuvo un ataque de epilepsia. Hizo amigos porque le comenzó a hablar a Cesar, Edith, Victor Hugo (un niño flaquito, delgado, alto y blanco que era muy callado) y debes en cuando a Roberto. Talvez eso le hacía falta, socializar y olvidar (incomparable el valor y la fuerza de la amistad). Dios quiera que aquel niño (lo pido de todo corazón) se haya curado y nunca más allá tenido que vivir o revivir un momento de esos, por el bien de él y también el de su familia presente y futura.               

Roberto, por su parte, fue un niño que siempre tuvo problemas visuales. Desde pequeño tuvo que usar lentes con una graduación muy alta. Su madre y su abuelita eran quienes se hacían cargo de él. Ambas se turnaban para ir a las juntas, pero casi siempre vi a su abuelita, pues su mamá tenía que trabajar. Pese al problema visual que tuvo Roberto, alcanzó a estudiar bachiller, el cual lamentablemente quedó trunco. Pero he de resaltar su trabajo por ser alguien digno de superación, perseverancia y amor.

Roberto me acompañó todavía después de que nos graduamos de secundaria y debes en cuando me visitaba en casa de mis abuelos para platicar de los viejos recuerdos. En cambio, después de que me salí de casa de mis abuelos, perdí comunicación con él. Espero en el Dios todopoderoso e omnipotente que nunca se olvide de él, de su hijo Roberto quien siempre supo ser un gran ser humano.

Hay pedazos de recuerdo por todos lados y que a esta edad ya fungen como un rompecabezas enorme. También había una niña llamada Perla que venía de Veracruz, era alta, morena, con el cabello chino y de carácter muy, pero muy fuerte. Con ella casi no curse palabra alguna durante los dos años que estuvo en el grupo. Por su forma de ser se juntaba con Edith, Cerca y Victor Hugo.

Había otra niña que entró sólo una semana en cuarto año y que platicó con Giovani y conmigo un sólo receso y aunque sé dónde vive nunca más volvimos a cambiar palabras. Eso también se debió a que a la semana la cambiaron de salón, en el cual iba mi prima Elvira, Concha de cariño. Usaba lentes, era blanca y cabello semiondulado. Estoy casi seguro que ella no se ha de acordar para nadita de mí.           

Otra de las personas con las cuales se forjó una amistad más allá de la propia escuela fue con Karla Guadalupe, una niña alta y gordita, que cruzó con nosotros el sexto año, es decir, ya casi de salida, pero que el cariño hace que todavía recuerde su rostro de niña. Claro que con el paso del tiempo ella se volvió tipo “dark” es decir, vestía siempre de negro, ya que decía que estaba de luto contra la sociedad.

Su mamá se llamaba Bety, una señora delgada y bajita que vendía oro y plata y que siempre sonreía mucho. Karla Guadalupe era una niña buena para conversar, ya que siempre tenía tema para compartir. Tenía un prima con la cual cruce algunas palabras, pero sólo ello. Esta familia también era de la colonia en donde crecí, lo cual me facilitó visitarla como en dos o tres ocasiones, una de ellas, acompañada por Jorge Antonio.

También recuerdo a Francisco, el niño bajito y delgado que me decía “Vitor” y con quien me llevaba de vez en cuando. Era hijo de la familia Montiel, la cual tenía sui fama de ser “pelionera”. Es posible que haya sido cierto, la verdad nunca lo tuve que comprobar. Ahora que recuerdo, Francisco fue uno de los primero amigos que comencé a tener o compañeros de escuela, pues con él se dio mi primera amistad y aunque no trascendió como tal, ya de adulto, cuando lo llego a ver, se detiene a saludarme y a tener una pequeña charla amena. 

Había un niño gordito de cabello chino con una cicatriz en la mejilla que se llamaba Rodrigo y se juntaba mucho con un compañero que se llamaba Eduardo Domingo. En sexto año entro un niño gordito con rayitos en el cabello que también se llamaba Eduardo y cuya hermana yo le gustaba, o al menos eso me día él. Su mamá era delgada, simpática y andaba siempre bien arreglada y con el cabello también con rayitos. 

Este último Eduardo era amable y fue el primero en enseñarnos que estar en sexto grado de primaria ya era signo de cuidar más la apariencia, pues el olía bien, se peinaba y siempre parecía aseado y limpio. Bueno, ello a comparación de todos nosotros que todavía estábamos acostumbrados a corretearnos en la hora de receso y que por tal motivo la maestra Blanquita nos llamó mucho la atención, por los malos olores que comenzábamos a despedir.

Había otro niño que se llamaba José de Jesús que tenía un lunar bien marcado en una de sus mejillas. Era morenito, delgado y con el cabello ondulado. Su voz era profunda y aguda, a comparación de la de Eduardo Domingo, a quien ya se le notaba los cambios hacía la adolescencia al ser uno de los que más sudaban luego de jugar futbol durante la hora de recreo. Pienso que a la fecha ha de practicarlo todavía y ha de ser muy bueno en ello.     

 

Secreto 23: ompa

 

Mis dudas me hicieron buscarte

Y cuando llegué me estabas esperando con los brazos abiertos

 

Toda historia que se ha de construir es preciso e imperante que se alcance a sí misma por medio de los diferentes vestigios: escritos (como fue después del principio), imágenes (como lo fue en la representación de la organización para la cacería en las pinturas rupestres) fotos (tras la invención de las primeras cámaras fotográficas) y en última instancia el video (gracias al avance tecnológico que parece no toparse con límites), sin apelar, claro está, a la codificación electrónica computacional.

Esto con la finalidad de que si sufres alguna angustia como yo y un miedo enorme de olvidar entre la pérdida y la memoria aquello que es realmente significativo para ti, no sólo quede la huella lo más clara posible de lo que fue, sino que además ello te permita deambular tranquilamente como cualquier filósofo dentro de su introspección y meditación, con la certeza de que siempre que quieras volver a la realidad que te fue otorgada realmente haya un camino seguro como retorno, porque hay infinidad de casos de aquellos que se han alejado de sí mismos, de su infancia y de todo lo que le corresponde a la bondad, centrándose únicamente dentro de su oscuro abismo sin posibilidad de salir y no porque no pueda o quiera, sino que debido a lo que ofrece las piedras preciosas o los minerales llamativos que no son indispensables para la existencia, siendo ese el motivo de su anclamiento a lo terrenal y peor aún ¡Jalando a los demás a ese mismo confinamiento!

¿No hay mucha lógica en todo esto? ¿Verdad? Ya quedo más que claro en los últimos días de esta llamada pandemia del Covid19 que hay personas que, más que una moneda, ya solicitan mejor alimento para su supervivencia. Pero esto también deberá ser colocado dentro de la memoria individual y colectiva (sea verdad o no como muchos escépticos opinan sobre el coronavirus), con el fin de salvaguardar lo que realmente es importante dentro de este planeta.

He dicho ya lo que es importante para este hombre y quedando ya bien clarificado (y de ser posible, justificado) he de continuar recabando todas esas pistas que dejé regadas entre los escombros de mi hogar, de mis habitaciones y de la alcoba principal: para reencontrar aquello que me dé tanto respuestas como certezas, tanto recompensas como balances de lo que una vez me prometí, pero lo que en la actualidad me convertí.

No habrá reproches, solo resultados, comparaciones y balances. Eso es de suma importancia para la trascendencia interior y autónoma, puesto que de esto dependerá el testimonio que he de rescatar y compartir con aquellos que están próximos a venir y a continuar enriqueciendo la gama infinita de conocimiento artesanal, tecnológico y humanístico que hace posible la vida cotidiana de este plano existencial.        

Asimismo, como ya lo he venido diciendo, hay muchas cáscaras sumamente desgajadas de recuerdos bien esparcidas y hasta escondidos de la claridad como las propias estrellas en este infinito y oscuro universo… en mi universo y que con cada segundo se alejan y alejan a una gran velocidad sin algo o alguien que las detenga: se rigen por su propia naturaleza gravitatoria al igual que los cuerpos celestes.

Por ello es relevante trabajar arduamente en las memorias y en lo pasado, es decir, en la historia, afín de que ese dicho popular que es sencillo, pero definitivamente directo, de que quien no recuerda su historia vuelve a repetirla, quede solamente como un mero ornamento de la arquitectura contemporánea actuacional, como un mero objeto antropológico cubierto de dudas y de poca relevancia para las futuras (e incluso algunas de las presentes) generaciones.

Es inevitable, en un centenar de ocasiones, escribir en forma lineal y precisa cada una de las vivencias, darles un orden bien estructurado a aquellos eventos repletos de emoción que provocan un sinfín de mareas tempestuosas de agitación para el renacer de los sentidos que se encuentran muy sutilmente diluidos y esparcidos por la costumbre, la decepción y los pocos anhelos o deseos cumplidos.

Por tal motivo (incluyendo mi experiencia propia) apelamos indiscutiblemente a las escasas escenas y no a las posibles cadenas, de aquí que actualmente se busque que los aprendizajes formales (o escolares) se respalden bajo los tintes de lo subjetivo y no dentro de lo objetivo, y que éste último se entierre de forma obligada (y a veces hasta incoherente y deforme) dentro del otro.

¿Eso es de tramposos como ya lo criticaron algunos pedagogos? ¿Eso es de mentirosos como ya lo sentenciaron algunos analistas? ¿Eso es de ansiosos para aquellos que buscan meramente acrecentar un poder que pierde validez si replantearamos lo que es importante para lo vida? ¿Eso es de apoyo para aquellos que su interés está lejos de la curiosidad y el estudio? No cuento, por ahora, con una respuesta concreta para ello y aunque pretenda evitarlo, talvez se deba a “un poco de todo”.

Como es difícil responder a tales interrogantes que fluctúan libremente enfrente de mi como bloques mentales, lo que ahora he de platicar, lo que he de escribir a continuación y lo que he de describir será con un motivo primordial (y por privilegio o excelencia) que orille a mi alma y espíritu a quedar sólo, en medio o alrededor de un vacío, para, ahora sí, construir un nuevo libro, cerca de lo divino y de los principios armónicos por los cuales se rige todo el macrouniverso  y el microuniverso sin demeritar o menospreciar aquello que descansa detrás de nuestras propias espaldas.

Y dado que debajo de nuestras acciones se encuentran una infinidad de motivos, es menester redescubrirlos, reescucharlos y trabajarlos afanosamente para que estos sean aromatizados, sutilizados, exaltados y pulidos, para que, una vez lograda tal obra de magnificencia artística (que se manifiesta como figura artesanal a través de los actos, los pensamientos y el propio cuerpo que poseemos), de ser posible, sea dado a conocer a los observadores, a los admiradores y a los imitadores, claro que sin esa molesta presunción de que así tenga que ser a través de los siglos.

Ya que aquí, recostado sobre una alfombra azul medio aspirada (porque ahora sé que es un lujo descansar sobre un pedazo de hilos aparentemente bien ordenados y confeccionados sin las preocupaciones que otros nos han heredado), continúo con esa tarea que me fue encomendada (no sé en qué momento), de dejar testimonio sobre lo que ha de perdurar (para mí) y lo que ha de desvanecerse y dejarse perder entre las arenas del desierto, porque si no hay testimonio ¿Cómo aprenderemos a diferenciar entre lo que es destructivo y lo que permite generar una vida plena y digna lejos de los conflictos y de los provocadores que buscan generar aberraciones terrenales sobre carne que es temporal, pero que es poseída por energía y movimiento atemporal?

Yo espero (con buenas intenciones) que las siguientes palabras den claridad de lo que quiero decir, no con las palabras en sí mismas ni con los actos que se describen pobremente, sino con ese cuerpo (no es fácil observar un cuerpo que no es visible a la vista o al tacto humano, pero el científico lo ha logrado a través de la reacción que hay con otros cuerpos sí palpables cercanos a éste a traerlo a la mesa física y de debate) que se asoma a medida que se desarrollan cada uno de los párrafos que he descrito para ustedes y, por supuesto, para mí y para ese espíritu que se aferra a generar herramienta utilitaria intelectual, tal y como lo es del barro de la tierra, y del jarrito de la tierra.  

Otro recuerdo que todavía tengo muy presente es el siguiente (mismo que en su momento fue talvez doloroso de afrontar, pero que ahora pienso, estimo y revaloro porque forjó parte de mi aliento de sobresalir, aunque no siempre se sabe qué hacer, pero la intención fue la que me dictó la última palabra): en una ocasión, la maestra Aurelia nos dejó inventar una obra de teatro guiñol con algunos de mis compañeros. Ello implicaba el trabajo en equipo, y por supuesto, adquirir un títere.

Ahí fue donde el asunto se complicó: en el último punto. Los días pasabas y pasaban y la maestra exigía el títere día a día. Antes de comenzar los ensayos de las obras de teatro guiñol, la profesora Aurelia pasaba a preguntar por el títere a niño por niño y mi respuesta siempre era la misma: no lo traje, pero claro que ello no se debía a que fuese irresponsables, sino porque en mi familia ni me compraban uno ni me ayudaban a elaborar otro (y para ser honesto tampoco se me había ocurrido elaborar uno).

Con el paso de los días, fui excluido del grupo original en el que estaba, más por mi propia persona y por la pena que me ocasionaba de participar con quienes ya tenían sus títeres que todo por mis propios compañeros, entre ellos, Guadalupe. El equipo que, prácticamente, abandoné, había inventado una obra sobre el cumpleaños de uno de sus personajes y por ende la realización de la fiesta. Además, para representar el pastel llevaron una tapita de garrafón de agua simulando que era aquel postre delicioso infaltable en cualquier tipo de fiestas cumpleañeras.

Mientras tanto, yo me refugié en el grupo de los que casi no tenían material, ni títeres o que lo habían llevado casi hasta el último. Dentro de ese equipo estábamos cinco, pero sólo recuerdo a Rosa Delma y a Rubén (que tenía a su hermana llamada Paloma y cuyo nombre me causaba mucha gracia). Rosa Delma había llevado un títere de un changuito delgado pegado a un palo de paleta de madera plana, pero cuando se lo enseñó a la maestra creo que no lo admitió, porque días después lo tuvo que cambiar.    

No sé si la maestra Aurelia fue cruel al decir que pasé al frente del salón el grupo de los irresponsables para saber que presentará, en el cual yo me autoingresé por falta de títere, pero estando ahí no me dejé vencer, pues detrás del escritorio, aunque estuvimos por algunos minutos en silencio, finalmente el ingenio y el miedo al regaño me orilló a que comenzará a narrar una historia, historia que posiblemente estaba muy ligada a mi existencia y lo daba a conocer a todos los compañeros de aquel entonces.

Como ya dije, Roda Delma y otros compañeros pasaron conmigo (incluyendo a Rubén) pasaron conmigo. Y la historia que invente aquel día, en realidad fue muy breve, pues tan sólo trataba de una niña, la muñeca de Rosa Delma (que era una morenita estilo veracruzana o cubana) que estaba en el parque sola, triste y hasta llorando porque no había alguien que quisiera jugar con ella.

Pero de repente, un milagro ocurrió: sentada sobre la banca sin darse cuenta, un gato hecho de bolsa de papel café (similar al del pan), hecho por Rubén, se acercó y le preguntó e motivo del porqué estaba triste. La muñeca le respondió que sus lágrimas se debían a que no había alguien que quisiera ser su amigo, por lo que el gato se dio a la tarea de brindarle su amistad. Y así se fueron integrando otros personajes, un tigre y otros que no recuerdo. Pronto todos se encontentaron y las lágrimas desaparecieron para siempre (con esas ideas crecí y con tales ideas construí mi mundo. Por tal motivo siempre me he dado a la tarea de generar amistades en cuanto a calidades y no en cuento a cantidades).

No sé qué reacción tuvo la maestra Aurelio, pero pienso que en aquel momento le gustó. Paso talvez como un mes hasta que llegó el momento de presentar las obras al público. Yo me había convertido en el narrador de la obra de mi equipo y con cada ensayo que pasaba todos íbamos perfeccionando nuestros diálogos, turnos y papeles… definitivamente fue una de las experiencias más divertidas…

El único detalle que se me pasó decirle a mis tías y abuelos era que ya no era necesario el títere, pues yo me había convertido en el narrador de aquella historia. Tarde fue cuando mi tía Laura me llevó a visitar a la señora Male (una vecina de la casa de mis abuelos y cuyo papá siempre fue un hombre tanto amable como amigable, por lo mismo era saludado por todos nosotros) para pedirle prestado un títere (el de un bebé), mismo que, aunque llevé al salón de clases y lo presenté, no lo utilicé.   

Así transcurrió parte de la vida que tuve durante la primaria y que a medida que sabía que nunca más retornaría a ver a aquellos niños y a tener esas vivencias diariamente las valoré cada vez más dando como resultado la existencia dentro de mi memoria. No negaré que por muchos instantes estuve lleno de melancolía por tales pensamientos, lo cual trajo como consecuencia que buscase afanosamente retenerlos, claro que ahora ya no han de ser resguardos y conservados dentro del anonimato, sino que han de ser revelados afín de perpetuar su trascendencia.

A veces me pregunto qué habrá sido de otros niños con los cuales casi no jugué o hablé, como Ricardo Salinas, un niño flaquito y güerito con la cabeza alargada y el cabello ondulado, quien tenía una gran cantidad de tazos, porque su tío trabaja en tal empresa que se encargaba de distribuirlos, por lo cual, durante la competencia no le dolía perderlos; mismo que hablaba como si siempre tuviera flemas en la nariz, pero quiero suponer que se debía a su timbre y no aun problema de asma, así como Ricardo Lozada que siempre vestía una chamarra azul tipo abrigo con dos franjas blancas que abarcaban desde el cuello hasta las mangas, una de cada lado, y el bordado de hilos de un velociraptor sobre la espalda, cuyo papá se dedicaba a la confección de uniformes escolares y la organización de torneos de futbol en el campo de béisbol, conocido como “El hoyo” y en el que ahora, lamentablemente, construyen casas-habitación.

Infinidad de recuerdos también tuve en aquel campo conocido como “El hoyo” que hasta hace un par de años estuvo abierto de forma libre, los cuales van desde una fractura que tuve en la clavícula luego de que una niña me empujara y callera, provocando la no participación en un bailable escolar y la cura de mi brazo a través de un curahuesos hasta la mojiza de fin de año de sexto grado con una pipa, en donde estuvo presente la maestra Blanquita y todos mis compañeros de aquel entonces.

En dicho campo también se organizó un convivio escolar, día en el cual una pelota de béisbol me lastimó mi dedo pulgar, pero que se curó “solito” y con el paso del tiempo. Campo que también me vio salir a correr las primeras veces cuando decidí hacer ejercicio y la participación en mi único torneo de futbol, luego de que desistí al percatarme de que ese deporte simplemente no era lo mío, sea por educación o por falta de talento (aquí también quedó evidenciado mi gusto por los tatuajes luego de que me coloqué y enseñé uno que tenía en mi tobillo con forma entre esqueleto de pescado y símbolos de comunicación color morado delineado de color negro, pero que se borró con agua tras algunos baños con jabón que tuve aunque traté de protegerlo).

En la primaria también fui castigado en primer grado por el maestro Agustín (un señor gordito, bajito y moreno de bigote negro, el cual estaba casado con la maestra Ángeles, una mujer alta, delgada, de cabello corto y con chinos color castaño claro que, hasta donde sé, nunca tuvieron hijos y cuya casa estaba a una cuadra de la escuela), quien no acabó el ciclo escolar debido a su jubilación.

El castigo por parte de aquel docente, pienso, que fue bien merecido, porque estaba platicando con un compañero (no recuerdo de qué ni quién). Para ello, me pasó al frente y en frente de todos comenzó a preguntarle las vocales y las sílabas. Para mi fortuna si las conocía bien, pues ya me las había aprendido de memoria. Ese es el único recuerdo que tuve o, más bien, que conservo de él, lo cual me remite a recordar a dos niños que eran más altos que yo (Carlos Limón y Oscar) que trataron de acosarme y de lo cual siempre procuré escapar. Al cabo de dos o tres ciclos escolares, ambos se cambiaron de escuela y nunca más volví a saber de ellos (aunque a veces creo que sí me tope a Carlos Limón en una vecindad donde vivieron dos de mis tías, Virginia y Norma, pero que jamás comprobé y me aseguré).

En los últimos meses de primer año y los primeros de segundo año también tuve varios maestros sustitutos, hasta que ya casi al finalizar el ciclo escolar se quedó con nosotros en definitiva la maestra Piedad Popoca Flores, una profesora que tenía la cara en forma de gota invertida, rostro plano, con ojos medios perdidos, con el cabello similar al de la maestra Ángeles (quien fue docente de mi prima Elvira y mi primo Saúl, con este último batalló mucho en su aprendizaje, debido a que empezaba a cambiar el sistema de enseñanza de letras al de fonemas), alta y delgada.

Con ella también en una ocasión me pasó hasta el frente del grupo y comenzó a preguntarme las tablas de multiplicar. Recuerdo que me preguntó cuánto era cuatro por cuatro y yo respondí mal, y lo que ella hizo fue repetir ese número más la frase “x palazos te voy a dar”, porque tanto el primero como en segundo año todavía me tocó la época en donde los maestros podían pegarles a los niños. De hecho, el maestro Agustín nos había repetir las sílabas escritas en un papel bond, mismas que nos iba señalando cual pronunciar con una regla o metro.

Asimismo, recuerdo que dos o tres veces me ganó del baño (como dicen por ahí, de la pipí) en segundo año, pero solo una vez se dio cuenta la maestra piedad. El castigo no lo recuerdo. Claro que tampoco recuerdo porque no pedía permiso para ir al baño, aunque muy seguramente era por miedo. De esta manera surgió la maña de colocarme el suéter amarrado de la cintura, para que no se percataran que me había ganado del baño.

Con la maestra Piedad una vez tuve que recoger toda la basura del salón, lo cual yo hice con gusto a fin de que no se diera cuenta de que estaba mojado de los pantalones. Yo había acabado mi trabajo y me había ofrecido a levantar la basura, incluso, como era pequeño, me arrastraba por debajo de las bancas. Debo recalcar que ella, la maestra Piedad, jamás me evidenció en frente de mis alumnos por hacerme pipí, aunque una vez si me tuvo que llamar la atención en frente de otra maestra (que recién había llegado con ella a esa primaria y que le había tocado a mi prima Elvira) porque me ganó en la hora del receso y yo no quería salir ni al baño (posiblemente por la amenaza o el miedo de Oscar y Carlos Limón).  

Yo quise y admiré mucho a la maestra Reynalda Pozos, porque vestía siempre con presentación y era una maestra muy bonita. Recuerdo que siempre iba con lápiz labial y arreglada, con zapatillas y vestido azul. Además de que ella fue una de mis favoritas, ello era recíproco, porque también siento que me quería mucho. Mi abuelo conocía a su marido, a quien le arreglaba el coche. Ambos vivían atrás de la primaria y su casa era grande con paredes bien revocadas.

Es inevitable recordar todo esto y también rescatar lo que se ha perdido, los salones en donde estuve, los juegos que disfruté, las caminatas sobre las llantas de colores que estaban enterradas y que servían de barda para el jardín y que era divertido pisarlas porque en ese entonces soportaban mi peso… y todo aquello que ya casi queda tan sólo un delgado, descalcifica y débil esqueleto.  


 Secreto 24: nikan

 

Si el mundo fuese como una simple ecuación de primer grado

Habría inconformidad tan grande como un granito de mostaza

 

Los detalles que más atesoro de mi primera edad son aquellos que se relacionan con la secundaria: en los tres años que estuve ahí. Aquí Daniel fue con quien compartí casi todas mis vivencias. Hay algo peculiar con respecto a él: fue un compañero que tuve desde el kínder Motolinia, pero hasta secundaria fue cuando compartimos palabras, trabajos, bromas y un sinfín de buenos y gratos momentos.

El primer día de secundaria, durante el tiempo de receso (como ahora se le llamaba para hacer énfasis de que ya no éramos niños físicamente), me quedé junto con Daniel a convivir. Esto, en definitiva, marcó los siguientes años escolares: buscamos ingresar al mismo taller técnico, participar en la escolta, ingresar a la banda de guerra y participar dentro del club de ajedrez, y aunque sólo coincidimos en las reuniones de aquel juego de mesa, dentro del salón nos sentábamos cerca.

Con Daniel fueron muchas las ocasiones que pedí permiso para irme a su casa a hacer la tarea juntos, aunque no fuera una actividad en equipo. Entre ellas estuvo hacer la tarea de raíces cuadradas con punto decimal, lo cual fue divertido y especial para mí. En otro momento fui a su casa sólo para comer unas deliciosas enfrijoladas que él mismo preparó, puesto que su mamá tenía que trabajar todo el día y Daniel tuvo que aprender a cocinarse.

En la casa de Daniel vivía su tía, su tío, y cuatro perros, de los cuales al único que recuerdo es a canelo: un perrito café y con uno de sus ojos sin la posibilidad de ver, pero que siempre fue muy cariñoso conmigo. El patio no estaba pavimentado, pero ya para ese entonces no jugaba la tierra ni construía presas de tierra como antes solía hacerlo solo o con algunos de mis primos.

Los primeros días de secundaria fueron maravillosos. Daniel inventó un juego llamado “papelitos”, el cual consistía en escribir castigos en un pedazo de hoja, hacerlo bolita y colocarlo dentro de una bolsa de plástico. Posteriormente, cada uno de nosotros agarraba uno y el castigo que le tocara al escoger un papel al azar, simplemente, lo tenía que realizar sin opción a cambiarlo.

Al principio los castigos trataban en decir groserías o detalles de ese tipo, pero conforme se fue popularizando con todo el salón se comenzaron a incluir aquellos cuyo reto era besar a alguien. Uno de los castigos que le tocó a Ana Laura (la niña más bonita del salón y posiblemente de toda la escuela) fue hacer tres reverencias (y sí las hizo) y claramente recuerdo que alguien dijo – ora ¿quién puso ese castigo? Esta feo, quítenlo – porque todos querían sacar retos de besos.

Francisco, el hijo de un carnicero de la colonia en donde crecí que le dicen Margaro, también jugó con nosotros, pero él era algo violento. Alma Delia también estuvo en el grupo y Andrea López Gaona, a quien le tocó como castigo besarme y aunque no lo cumplió fue casi uno de los motivos que nos llevaron a conocernos y tratarnos como seres humanos, ya que pese a asistir en la misma primaria, aunque diferente salón tuvimos ciertos conflictos en sexto grado (al parecer ella anduvo con Jorge Antonio, uno de mis amigos).

Roselia era una compañera callada y cumplida, que se juntaba mucho con Alma Delia, pero que no se llevaba con Daniel. Incluso en uno de los recesos que tuvimos ella lo llamó maricón, pero él la ignoró. Roselia siempre fue aplicada, supongo que como muchos de nosotros tenía un futuro prometedor, pero todo quedo en incertidumbre. Ella en tercer grado se hizo novia de un chavo que le apodaban “el rata”, del cual desconozco el origen de tal sobrenombre, sin embargo, era un compañero respetuoso.

Daniel comenzó la moda de pintarse el brazo y la mano, lo cual algunos consideraban de “locos”, pero eso no me importó, porque, aunque a mí también se me hacía extraño, yo sabía que él era mi amigo y tenía que estar ahí para apoyarlo, no para cuestionarlo. Años después comprendí el motivo de ese hábito que tomó y ello se debió a que yo también comencé a hacerlo.

En un examen de matemáticas que aplicó el maestro Alberto en tercer año, yo le pasé algunas respuestas a Daniel, incluso, cambiamos de examen y sólo Martín (otro compañero) se percató de tal situación y cuando ese profesor nos entregó las calificaciones, ambos fuimos los únicos que pasamos el examen. Martín nos acusó y la respuesta del maestro Alberto estuvo plagada de ciertos motivos extraños… “el tonto fuiste tú, por no haber copiado también” …

Gracias a Daniel conocí el cine, ya que él me pagó la entrada para ver una película llamada “El tren fantasma” y lo que es comer alimentos pocos nutritivos para divertirse de una manera alejada de algún tipo de vicio. Ese día, antes de entrar a la función a los cines llamados “Gemelos”, ahora ya no existen, en la plaza comercial de San Pedro, entramos a un supermercado: Comercial Mexicana. Ahí Daniel compró refresco y un paquete de Doritos incognito (que es una botana compuesta de totopos y condimentos que ya no se producen).

Yo estaba muy apenado, pero no llevaba dinero para gastar o compartir, más él no me pidió ni un peso ni para el pasaje. Con Daniel también me di a la tarea de conocer las bibliotecas públicas: la de San Felipe y la del Benemérito Instituto Normal del Estado (BINE) con quien fui más de tres ocasiones, lo cual fue muy divertido porque nos íbamos en trasporte público y regresábamos caminando comiendo por primera vez la famosa sopa Maruchan en los primeros oxxos de la ciudad.

Esas caminatas duraban casi 40 minutos y definitivamente son parte del tesoro que resguardo celosamente, pues no había ni un minuto de aburrimiento: todo lo contrario, pues las pláticas iban desde nuestros sueños hasta las aventuras que teníamos en el salón de clases todas las mañanas durante la secundaria. Daniel, con su sonrisa y positivismo, me demostró una hermandad inconmensurable, con esa sonrisa infinita que dejaba entre ver sus dientes blancos.

La visita a las bibliotecas fue porque el maestro Juan Manuel había dejado escribir una antología de diversas fuentes que contuvieran mitos, leyendas y cuentos. Quien diría que un simple trabajo escolar me permitiría salir de mi casa y del lugar en donde crecí por primera vez. ¡Increíble! Que en una de esas caminatas, él y yo encontráramos cartas Yugioh tiradas en el camino, un juego que se puso de moda por aquellos días caminando cerca de la vía del tren, las cuales todavía se usan.

No puedo negarlo. No puedo evitarlo. Recordar todo esto me pone melancólico, un poco triste, pero un tanto feliz. Esos días tan maravillosos e incomparables en los cuales dibujábamos sueños en el aire. Unos se han hecho realidad, otros se han ido desquebrajando ¡Más es increíble recordar todo esto y saber que no volverá nunca jamás y que sólo quedo allá en el pasado, en mí pasado, que no volverá! ¡Dios te bendiga siempre! ¡Daniel!

Como lo he dicho, hay eventos de los cuales me avergüenzo, tales como aquel día en el cual Daniel y yo robamos el libro de Francisco, el niño maldoso del salón, y lo quemamos hoja por hoja, diciendo, esto por hacer esto, esto por hacer aquello, esto porque simplemente quiero… fue divertido en su momento, aunque ahora hay una leve culpabilidad por tal acto, aunque no dejó de ser divertido. Francisco se quejó días después de lo sucedido, pero ni él ni yo soltamos la sopa de nuestra travesura.

Incluso, ambos fuimos a presentar el examen al mismo bachillerato (se le llama Cetis) número 104, y los dos lo pasamos, pero en mi caso, por falta de dinero, no ingresé. Yo había elegido la especialidad de contaduría, porque como era buen matemático imaginaba que ahí me iría muy bien. Daniel Martínez Genis y Monserrat Rico Cruz fueron a hablar con mis abuelos a solicitar prórroga de pago en el bachillerato, pero cuando llegamos, la dirección nos dijo que se habían otorgado a quienes las habían solicitado, a quienes no lo hicieron en tiempo y forma, habían perdido el lugar.

No estudiar fue un golpe sumamente doloroso para mí, porque mi vida estaba dedicada a la ciencia y no ver la posibilidad de seguir bajo su tutela, simplemente me rompía el alma y el corazón. Más, como ya lo saben, yo me prometí darme estudios después de trabajar una temporada, porque sabía que yo estaba destinado a ello y por tal motivo no habría algo que me detuviera para lograrlo, claro que ello es otro asunto.

Quiero hablar ahora de Andrea López Gaona: una adolescente delgada, de rostro redondo, con peas, cabello largo hasta la espalda, siempre peinada con cola de cabello. Ella, Andrea, le tocó sentarse detrás de mí debido a que nos ordenaron tomar asiento según el orden del número de lista. En ese entonces éramos cerca 31 años, posteriormente, entre los que se fueron y los que ingresaron, en total llegamos a ser 35.

Andrea, la niña Andrea, conforme pasaban las semanas, íbamos conviviendo y conversando, y de esta manera, pronto nos dimos cuenta que teníamos mucho en común. Lo que viene no es difícil de adivinar: yo me enamoré de ella, de su forma de ser (aunque ya la recuerdo poco) y creí que pronto sería mi novia. De hecho, dentro del juego de papelitos, a ella le tocó besarme, pero no se atrevió: era evidente, yo también le gustaba y mucho.

Lo anterior fue en definitiva confirmado por Ana Laura y Angélica Pacheco Flores. La primera porque me preguntó que quien me gustaba del salón y que ella sabía del alguien que quería conmigo. La segunda porque encontró un papelito que Andrea le había dado a Ana Laura diciendo que le ayudara a que yo fuera su novio y su chico ideal. Cuando yo me enteré de ello estaba nervioso, pero contento.

¡Pero oh! ¡Destino cruel y doloroso! Andrea comenzó a faltar a la escuela y, después de dos semanas, sólo llego a despedirse de todo el salón. La razón era que se cambiaba de casa y por ende de escuela. La verdad nunca la supe, pero con Ana Laura me dejó un recado que todavía conservo de aquella hermosa niña: dile a Víctor que es un chico muy buena onda, padrísimo y que nunca lo voy a olvidar… eso me sucedió de joven… muy joven…

Talvez en aquel momento sentí un golpe fuerte en la mente y en el corazón, sin embargo, al ser muy joven, el tiempo paso y Andrea pasó a ser un bello y hermoso recuerdo. No digo que haya sido sustituida, pero pronto comprendí que había una delgada línea entre el amor y el cariño, sobre todo cuando comencé a llevarme con Alma Delia, con quien me encariñé mucho, pero sólo ello, sólo ello.

Alma Delia era una niña más alta que yo (casi todas las del salón), con el rostro plano y mejillas largas. Su cabello era ondulado y siempre iba bien peinada. Era delgada al igual que sus piernas. Su tono de piel era entre amarrillo y blanco. A la escuela llevaba aretes y debes en cuando se pintaba las uñas de negro. A pesar de que me atrajo de cierta manera, en realidad la sencillez de Andrea no se le comparó.

Alma Delia, en una ocasión me hizo “el paro”. Habían grafiteado el salón con un plumón negro y para mi desgracia ese día yo llevaba un plumón permanente de ese color. hubo operación mochila y a todos nos pasaron a revisar las mochilas mientras cada uno de nosotros esperaba enfrente del pizarrón. Yo sabía que el plumón estaba en mi mochila, pero Alma Delia, por orden del maestro, revisó mi mochila y yo sé en qué momento encontró el plumón, pero no lo dijo. Cariño con cariño se paga, y gracias a ella, Alma Delia, lo aprendí. Es una lástima que se haya cambiado de vivienda una vez terminado la secundaria (rentaba a una cuadra de la secundaria) porque no volví a saber de ella, de su hermana o de padre (un señor moreno, bajito y delgado, muy delgado, incluso, se rumoraba que tenía diabetes).

Pasaron los días sin darme cuenta, las materias, las ciencias y todo lo que debíamos de aprender. Definitivamente amaba asistir a las clases e incrementar el alimento que estaba hecho para satisfacer mis dudas y todo aquello que me ponía, de cierta manera, inquieto. Todo pasa más rápido que los propios vientos, por lo que, si es posible, hay que comenzar a enseñar a detener el tiempo a través de la palabra y de los actos, antes de que se consuma nuestra carne a través del desgaste físico.

E imitando al viento y a los misterios que a estos le conciernen, llegó, sin darme cuenta, la amistad de Ana Laura: su sonrisa, la belleza de sus mejillas rosadas que contrastaban con el blanco de su piel y cuyos anteojos de armazón negro resaltaban aun más a través de ese rostro redondo. El cabello no era tan largo como lo era su carácter ameno y amigable. Con ella quedaba perfectamente claro que un cuerpo delgado no hacía falta si se contaba con carisma y afecto.  

Había días en los cuales intercambiábamos palabras, abrazos y hasta besos en las mejillas. Incluso, en un intercambio de regalos, ella me otorgó un tipo cenicero de yeso. La parte del plato estaba pintado de color verde y de él sobresalía un reno café con los cuernos rojos y una que otra mancha blanca. El regalo traía chocolates sniker y otros que ya no recuerdo. Por mi parte, le entregué un muñequito de chocolate m&m.

La verdad estaba apenado, porque creí que su regalo era mejor que el mío, más no me atreví a preguntarle. Sólo recuerdo la escena de ella sentándose en la butaca de al lado, cerca de la ventana por donde se oculta el sol, sentándose y acomodándose la falda, sonriéndome porque se dio cuenta que la estaba observando, y claro, yo apenado porque había un sentimiento hacía ella, mismo que perduró hasta el último año de secundaria.   

Ambos solíamos jugar ajedrez después de clases. Por azares del destino nos tocó estar dentro del mismo taller de dibujo técnico y aunque sé que vivimos muchos momentos felices y contentos, lamentablemente quedaron bajo la sabana de lo oculto. Claro que no ha dejado de ser alguien importante en mi vida, como muchos otros, y por suerte, la última vez que la vi tiene como dos años: es una mujer hermosa y alta, sublime y todavía vive en casa de sus papás.

Sus padres se separaron hace ya algún tiempo atrás. Tengo conocimiento de que el señor se hizo de una amante (no comprendo el motivo dado que Ana Laura heredo la belleza singular de su mamá) y decidió probar suerte con ella. Su hermana (la que sigue de ella) se casó y ya tiene un hijo, mientras que la hermana menos parece que todavía seguía estudiando. El padre no sé a qué se dedica, más su madre es secretaría precisamente en el bachiller que iba a entrar a estudiar.

Ana Laura puso un negocio y lo administra con apoyo de su hermana que es casada. Ambas atienden el local de comida y tortas que está muy cerca de casa (cerca del campo que fuese llamado “El hoyo”) y ya llevan varios años con él. Su emprendimiento se ha visto favorecido debido a la universidad privada que se colocó en una de las canteras hace ya casi 10 o 12 años, en el cual terminó estudiando Daniel. 

Ana Laura se juntaba mucho con una niña llamada Julisa (una morenita delgada de cabello chino) de la cual, hasta este momento, no volví a tener noticia. Fueron muy amigas hasta donde tuve conocimiento de ello y lo mejor de todo es que ambas eran aplicadas y tranquilas o al menos, hasta donde recuerdo, no tuvieron problemas con el área de prefectura ni reportes en la dirección.

Hay una chica con la cual compartí sonrisas, sonrisas y hasta carcajadas. Es imposible, e incluso, no me perdonaría continuar escribiendo sin pronunciar su nombre: Angélica Pacheco Flores. Era (espero que siga siendo) una amiga sumamente risueña, lo cual lo hacía definitivamente compatible conmigo. Recuerdo que con ella solíamos jugar todo el tiempo y hablar y reír.

En clase de matemáticas, por ejemplo, con el maestro Porfirio, que nos dejaba pasar lista nosotros, nos tomábamos el tiempo para hacer rimas con los apellidos de nuestros compañeros, claro que lo que rimaba no era algo virtuoso sino todo lo contrario. A veces, incluso, nos peleábamos por las listas y aun así era motivo de risas y carcajadas. Ella se reía todavía más que yo y finalmente terminaba contagiándome.

El maestro Porfirio tenía esa costumbre de que cuando llegaba al salón nos dividía en colonias (como si quisiera representar un plano cartesiano y las cuatro regiones éramos los que conformábamos el salón) y sin que él se diera cuenta, Angélica y yo arrastrábamos al propósito las bancas para hacer más ruido y eso era motivo de carcajadas por parte de los dos.

Teníamos, además, la extraña costumbre de reírnos de las caras de nuestros compañeros. Al principio nos decíamos en voz bajita “su cara”, las veíamos y entonces comenzamos a carcajearnos y es que era inevitable porque en realidad las caras que ponían era definitivamente graciosas ¡Cualquiera que las hubiera visto sabría de lo que ahorita estaría hablando! Aunque ya con el tiempo ese sistema fracaso, por lo que fue necesario implementar otro: con el dedo índice de la mano derecha dibujabas un círculo en nuestro propio rostro y después señalábamos al responsable de nuestras fechorías… ¡Y zas! Otra vez a reír sin parar…

Entre las víctimas potenciales recuerdo las de Fernando Jovan (un chavo de rostro blanco, simpático y que le gustaba a Angélica), al amigo con quien se juntaba mucho, Francisco, también la del otro Fernando (un compañero que se había unido con nosotros en primer grado, pero que había reprobado), la de Gonso (un compañero feo y que se integró al grupo en tercer grado y que era sumamente desagradable), la de Leonardo (un compañero que siempre me defendió y muy persistente en las matemáticas), la de Hugo (a quien apodamos como jugo de papaya, que por cierto era muy alto, con la nariz grande, moreno, el rostro rectangular y que también siempre me defendió), la de Alberto Cerezo (un compañero delgado, moreno, de cabello chino, que también se unió en tercer grado) y así la lista infinitamente.   

Con Hugo comenzaron nuestras primeras clases de albures, pero yo sabía poco y lo que le decía a Angélica que le contestara a Hugo cuando nos albueraba terminábamos regándola y él siempre ganaba. Lo único que recuerdo es que Hugo dijo una frase, Angélica le contestó te hago el favor, Hugo se comenzó a reír y dijo “está bien, ven” … y así es como jugábamos y reíamos.           

Con quien también llevé una estrecha relación fue con Irais Gómez Salinas. De quien ya he hablado y con la que continúo llevando una maravillo amistad, ya que ahora ella es casada, estudió Derecho y tiene una hija: Victoria. Ella le hablaba mucho a Edith Gonzáles, otra compañera que una ocasión, por error, en basquetbol le toqué con mi mano uno de sus senos (en verdad fue un error): sólo escuché un gran grito y dijo que alguien la había tocado. 

Secreto 25: oui

 

-          Pareces un bebé – dijo Ana Laura (posiblemente de forma tierna)

 

-          Y tú pareces un elefante – aseveré (molesto y desconociendo los motivos de su comentario)    

 

Escribir para recordar, escribir para revivir, escribir para sentir, porque el oficio del escritor está sometido a los actos, a la descripción y al encantamiento. Claro que no es de una forma que rasgue y dañe a las muñecas o a las palmas, que ocasione rasguños a la piel de los dedos, sino todo lo contrario, aunque en diversos momentos la melancolía haga presencia, siempre se antepone a ella la serenidad, el balance. Más el escritor deja de someterse cuando rompe las barreras de sus propias limitaciones, lo cual conduce inevitablemente a un enfrentamiento con la materia amorfa, la materia viva universal que es la base de todo el intelecto del ser humano.

Ello es inevitable: el viaje por la montaña rusa infinita que sube y baja, que viene y va, que en etapas llega a ser más rápida y en etapas llega a ser más lenta, desafiando a la tempestad de los vientos con su carácter de inestabilidad y potencia-mecánica cambiante para finalmente imponerse ante la materia de lo temporal. Claro que los vientos son muchísimos más viejos que los seres que viajan en tan carrito y más conocedores por los viajes que realizan que todo el metal que parece ser a primera instancia más resistente que el propio cuerpo escurridizo del viento.

Pienso entonces que he de situarme dentro de ese carrito y vivir el viaje una vez más para aventurarme dentro del mar de las emociones: enfrentarme a ellos de pie, a que nos entreguemos mutuamente sin que dejar o abandonar el balance con el cual venimos a estas tierras. Que venga el miedo, pero que traiga consigo la satisfacción y la dicha. Que venga la adrenalina, pero que traiga con ella a la aventura y a la esperanza. Que venga la melancolía, pero que traiga consigo a la memoria y a la fe. Que vengan los recuerdos para blandirlos con nuestras acciones presentes.   

Porque si he de aventurarme en el interior de un mar de emociones y sentimientos pasados y he de convivir con ellos hasta que el viaje culmine, entonces me he de dar a la tarea de hacerlos míos, propiamente míos, íntimos, de rehacerme a uno con ellos mismos, afín de que sean la propia piel la que ha de mantener fresco los rayos de sol que reciba diariamente y no perder esa idea principal que ronda entre la majestuosidad y la excelencia, aquella que dicte que el sentir es un puente para el conocimiento, para la fortaleza de mi saber que me cubra de lo que a simple vista podría ser inclemencia del clima, y que no necesariamente tiene que ser así.

Y como tal buena ventura esconde muy dentro de los emotivos tesoros auténticos que se esparcen a través del interior del espíritu y le dan un nuevo tinte a la carne que parece empolvarse con el envejecimiento, me he de dignificar todo lo que ha quedado plasmado a través de la relación con el entorno (con mi entorno) bajo la bella figura de la palabra y la literatura, porque el arte es ese sentimiento, similar al amor fraternal, que se impone de forma sublime a las especies que así lo desean: darle la bienvenida a un sentimiento dentro de uno de tus rincones mentales hogareños…                  

Siguiendo los pasos anteriores escritos, respetuosamente, diré lo siguiente: de entre las compañeras que tuve en aquel tiempo y casi rara vez intercambiábamos conversación alguna se encuentran Kerigma Josafat (ella decía que su nombre provenía de la biblia israelita, la verdad nunca lo verifiqué) Villa Gómez (ella y su familia venían del maravilloso y caluroso puerto de la Veracruz.

Su piel era morena brillante, bronceada y achocolatada tal como la piel de los exquisitos y frescos cocos de donde ella provenía. Además, poseía una cabeza en forma de triángulo invertido, lo cual quedaba más marcado por las coletas que llevaba casi de forma diaria, por lo cual los compañeros le pusieron de sobrenombre la E.T, haciendo alusión al extraterreste de la película estadounidense, algo que al principio le molestó, pero después le fue indiferente).

Kerigma tenía el carácter más fuerte de todo el salón, lo cual se sumaba perfectamente al tono fuerte de voz que poseía, lo que la hacía parecer que siempre gritaba o chillaba, aun en su participación en clase. Y es que Kerigma era una de las niñas que le gustaba jugar con los niños, sobre todo con Fernando Jovan y Francisco, sólo que a este último se le pasaba la mano y no sólo con ella, sino con todos porque era muy confianzudo. A mí parecer era alguien de cuidado.

En fin… Kerigma, Ana Laura, Julissa y Daniel (integrándose posteriormente Roselia y Aurora, esta última quien fuera la más pequeña del salón de clases: delgada, morena y de cabello largo; incluso, todos le decían “chiquita”, de cariño y el parecido entre ella, su hermana de tercer grado – ya que esto sucedió cuando cursábamos primero-- y su mamá era increíblemente sorprendente. Además, ella tenía la costumbre de cubrirse la boca con su mano derecha luego de haber emitido algún comentario que ella considerara incómodo) trataron de integrar un grupo coral que se llamaba “Las abas”, tal y como aquel que se transmitía por la televisión abierta en un programa de televisa llamado “VidaTV”, que era conducido por Héctor Sandarti y Galilea Montijo.

Tal grupo corista no llegó a durar más allá de un bimestre, esto luego de que a la maestra de taquimecanografía (una mujer delgada, de piel muy blanca, cabello corto casi por completo cano, con lentes, alta), le robaran su celular dentro de su propio salón, siendo sospechosos cada uno de los que asistían a tal club, ya que quien ofrecía el apoyo y el lugar para los ensayos era ella.

Tras lo ocurrido, la maestra se vio obligada a entrevistar a cada uno de ellos, y aunque amenazó con citar a sus padres de familia por el asunto (y en donde recuerdo que Kerigma culminó entre lágrimas y alaridos porque además de asegurar su inocencia, resaltaba que si su papá se enteraba muy seguramente la iba a golpear, puesto que era un hábito que él había tenido para con ella, con su mamá y sus hermanos tiempo atrás, algo que había cambiado con los años, pero que podía reincidir), no logró encontrar al presunto culpable.

Ana Laura siempre se mantuvo tranquila, porque decía que ella tampoco había sido, lo mismo que Julissa y Daniel. Daniel me platicó que de quien se sospechaba era de Kerigma, tanto la maestra como de algunos alumnos, pero los días corrieron uno a uno y el celular nunca apareció y todo comenzó, al parecer, a quedar en el olvido de todos los implicados (salvo de la maestra, por supuesto).

Asimismo, la maestra, hasta donde sé por parte de Daniel, nunca avisó ni al asesor encargado del grupo, ni al área de prefectura, así como al área de trabajo social o a la dirección. Todo el asunto se calmó y. Claro que ello fue motivo para que la maestra cancelara el apoyo y el espacio para los coristas del grupo: un hecho lamentable en todos los sentidos. Yo sólo fui una vez a uno de sus primeros ensayos, pero honestamente no me gustó dado que no vi algún tipo de seriedad (o eso creí ya que estaba muy acostumbrado a la sistematización escolar) y no volví a parecerme a regresar a tales clases.    

Ahora que recuerdo, ese único día que asistí ellos estaban practicando una canción que había escrito (hipotéticamente hablando) Ana Laura y que se llamaba “El relojito”, y decía algo así: “por la mañana cuando me despierto yo escucho un ruido… ring, ring, hace el relojito, ring, ring… hace sin parar… en la tarde cuando llego a casa yo escucho un ruido… ring ring, hace el relojito, ring, ring… hace sin parar…” y por desgracia es lo único que recuerdo, pero la canción estaba conformada por cuatro estrofas de cuatro versos.

“El relojito” lo habían estado practicando dos versiones muy contrastantes uno de la otra: por un lado, una era más del estilo llantica, al estilo de iglesia dominical y aleluyas; y otra un poco más rítmica, como si fuera un rap, porque por ese entonces se transmitía un comercial de un niño que improvisaba en el escenario durante un evento escolar, luego de que su compañero vestido de bombero se callera accidentalmente (…se cayó el bombero, se cayó el bombero… se escuchaba en el audio).

La melodía que si practiqué con Ana Laura cuando la fui a visitar en compañía de Daniel fue el Himno a la Alegría. Yo no conocía la letra, pues lo hice hasta ese momento. Sólo recordaba ciertas partes de la música y eso a través de la flauta porque fue la clase que recibí cuando estaba en quinto año de primaria (vaya que la maestra Blanquita se esforzó por darnos una pisca de música. El maestro era un señor de edad ya avanzada, posiblemente con más de 40 años, alto, moreno, pelo entrecano y con los dientes salidos. Por ese entonces pagamos 2.50 pesos por clase. Además, él también sabía tocar el piano. Creo que se llamaba Benito). Vaya que la letra me pareció una de las más conmovedoras y por mucho tiempo fue una de mis favoritas.      

Después de casi más de 20 años me doy cuenta que la embarrada de música que tuvimos por aquel entonces fue un mínimo esfuerzo (enfatizo) para aprender algo más que sólo contenidos curriculares de primaria. Las artes son peligrosas para la existencia de un mundo acelerado, creciente, que aparentemente buscar cumplir las demandas gigantes de alimento y bienestar, pero que en el fondo se traduce en la división social entre los poseedores y los despojados. Por ello el arte es un arma peligrosa, letal. Algo que, por supuesto, se pronuncia mucho en las universidades, pero que poco se tiene conciencia realmente en la vida cotidiana: del daño casi irreparable que se ocasiona al carecer de esta formación que sensibiliza a la carne a través de los sentidos: pagar por estos servicios para adquirirlos es un mero lujo que más bien parecen sólo tener acceso y derecho a aquellos que viven lejos de la preocupación, talvez, a costa de la ignorancia de otros.    

Bendita la experiencia sensitiva y el recuerdo grato y mínimo, porque, aunque es muy pequeño el momento, opuesto al significado, todo contribuye a la formación del ser. Es posible que cada uno de nosotros sólo seamos el resultado de las consecuencias de la causa, algo muy atentador contra el ser, pero la certeza de ello se puede justificar desde la cultura y el contraargumento por el camino de la psicología hasta encontrarse en la alborada de la filosofía. Lo que le sigue, en verdad lo digo, no lo conozco, todavía no tránsito por ello: posiblemente esté cerca, pero también posiblemente me encuentre muy lejos.

De aquí la relevancia vital de reconstruir los escenarios en donde se llevó a cabo cada uno de nuestras reacciones con respecto a un evento, talvez programado, talvez híbrido, talvez universal: porque esa construcción mucho nos dirá sobre lo que cada uno es por vía de lo que fue y sólo así percibo una casi podríamos asegurar una reivindicación de las consecuencias de causa, apelando al surgimiento de ser.  

Y de cierta manera es sencillo, muy sencillo: la situación es tan similar como al nacimiento del agua que proviene del subsuelo, que brota, pues ella misma toma ayuda de los minerales que la contuvieron, de las bacterias, de la arena para, después de cierto tiempo transcurrido, lograr purificarse. Desconozco se la purificación sea el máximo logro para el cuerpo y el espíritu, pero bien es cierto que se convierte en una potente herramienta que desemboque en algo todavía más divino, en aquello en lo cual me he dado a la tarea de buscarlo. Siendo clarificado nuevamente tal asunto, prosigamos con las pistas ocultas dentro de la cueva de la memoria.      

Había alguien dentro del salón que portaba el siguiente nombre: Sonia Carpinteiro. Pero ¿Quién fue lo que era conocido como Sonia Carpinteiro? Pues era aquella que usaba frenos sobre los dientes y que siempre me agradó porque me pedía ayuda en las matemáticas (aunque también lo hacía Leonardo) y yo con gusto y detenidamente le explicaba, debido a que él maestro era muy exigente y sólo explicaba dos veces.

En temporada de exámenes de matemáticas entre ella y algunos demás compañeros (como Martín) les gustaba sentarse junto a mí, con la finalidad de trata de copiar. Ahora pienso que esa situación fue muy divertida y en ese momento no puedo negar que me encantaba sentirme alagado por tales actos. Alma Delia, que concretó su amistad con Sonia, la imitaba y hacía los mismo. Debo de admitir que, gracias al conocimiento, fui acobijado con respeto, atención, cariño, amistad y amor fraternal. Finalmente comprendo esa parte de mi espíritu y ser por afanarse al conocimiento y la ciencia.

Sonia era una compañera morena que tenía el rostro redondo, cabello corto en forma de hongo, morena. Ella al igual que Alma Delia comenzaban a ir con los ojos delineados, el cabello pintado (siendo el caso de Alma Delia pintado de negro y de rayitos y posteriormente rojo intenso de Sonia), las uñas pintadas y perfume definitivamente atractivo para aquellos que nos relacionábamos con ellas.

El carácter de Sonia era similar al de una mujer voluble (talvez típico de la edad): conmigo siempre se portó amable y respetuosa, pero con aquellos que gustaban de molestarla, no sólo les gritaba o les daba de manotazos, sino que hasta en muchas ocasiones terminaba jalándoles el cabello. Era divertido ver esa situación, a veces sorprende. La voz de Sonia, como ya se imaginarán, era grande, pero con poca intensidad, al contrario de Alma Delia, cuyo sonido era bajito y liviano.      

Quiero imaginar que tales características eran exclusivas de Sonia, tal y como una característica exclusiva de Edith Gonzales era decir “pues si te queda el saco póntelo y si no deja de molestar”. Edith – y eso debo de confesar y admitir – también fue una gran persona con quien siempre tuve una buena relación. Fue tan grata que una vez, luego de haber terminado la secundaria, como a los seis meses aproximadamente, me fue a visitar a casa de mis abuelos.

Según lo que me dijo aquella es que había tenido un examen de educación física (y me enseño su short blanco que llevaba en una bolsa de nailon negra) y que se había acordado de mí y de cómo en matemáticas siempre tratábamos de hacer nuestras diabluras. También me comentó como le había ido durante su primer semestre en el Cetis y lo divertido y cálido que habían sido nuestros momentos de secundaria.

Fue gratificante verla esa mañana, sentada sobre la banqueta platicando conmigo y recordando vivencias con Daniel, Irais, Hugo y todos los demás. Ese día fue la última vez que platicamos porque nunca más la volví a ver o toparme con ella. Por tal motivo siempre la recordaré con esa enorme sonrisa que dejaban ver sus dientes, sus pómulos salidos al tiempo que se ocultaban sus ojos, de piel amarilla y cabello corto, por lo cual Alberto Delfino (muy amigo de Martín) le apodó “La kiyakis”, haciendo alusión a los cacahuates japonenses de esa época.        

Por otra parte, su tocaya, Edith Xicoténcatl sólo nos acompañó en el grupo hasta cierto tiempo, pero no culminó con nosotros la generación completa. Los rumores apuntaban a que se había cambiado a una secundaria técnica, pero el otro, bueno, ya lo saben ustedes, y aunque no conviví mucho con ella, cuando dejó de asistir comenzaba a tener repercusiones en mí, pues poco a poco a todos los sentía como miembros de mi familia.  

En aquel salón siempre fuimos más varones que señoritas y así continuó hasta culminar los tres años de secundaria. Unos se fueron y otros llegaron, y no hubo alguien que se detuviera a explicarlos que la temporalidad es permanente y, en consecuencia, que lo permanente es sólo temporal. Y es que hay pistas por todos lados: Aide, por ejemplo, quien estuvo conmigo en primaria, ahora se encontraba en otro salón y aunque en ocasiones intercambiábamos saludos, definitivamente no era lo mismo. A ella una vez la vi en una estética y platicamos, pero fue el último día que contemplé su rostro: y así suele suceder infinitamente.

En cambio, ahora me dedicaré a nombrar a aquella persona con quien también viví grandes experiencias en secundaria: Monserrat Rico Cruz. Esta señorita, la más alta de todo el grupo, morena, delgada, hermosa, de cabello largo, suelto, venía de una secundaria técnica (a Monse le platiqué a de Guadalupe García Robles y para mi sorpresa ella la conoció, ya que iban en el mismo grupo. Luego me llevó una foto y efectivamente, logre comprobar que era la misma que estuvo conmigo en primaria). 

Monserrat fue de los estudiantes que ingresó en tercer grado, junto con los dos Enriques: Enrique Arenas, que después lo apodaron Killer Pollo por un personaje que estaba de moda por ese entonces en internet y que era bromista; y el otro Enrique, con quién si llegué a jugar varias ocasiones y hasta Daniel y yo lo fuimos a visitar a su casa, la cual estaba a una cuadra de “El hoyo”. Su mamá tenía un bochito blanco y cada vez que veía uno imaginaba que era él con su mamá).

Ella me quería mucho y el cariño siempre fue reciproco, de hecho, hasta hoy en día. Yo me acerqué a hablar con ella primero cuando recién llegó a la escuela y después de ello nunca nos separamos: Daniel, Monse y yo. A muchas de las demás compañeras Monse les parecía alguien poco agradable, debido a esa facilidad que tenía de ser carismática con los niños del salón, claro, sin llegar a lo grotesco.

Ella, al inicio, parecía que, así como se levantaba de la cama así llegaba a la escuela. Más conforme fue avanzando el ciclo escolar, Monse ya llegaba con brillo en los labios, el cabello con aceite de uva y demás detalles que los demás compañeros no lograron evitar observar. De hecho, Monse se convirtió el vínculo de convivencia entre Daniel y yo para con el grupo del salón más enfocado en las relaciones personales que en el conocimiento.

Monse me llego a platicar problemas que tenía en su casa con sus padres, sus miedos, sus temores y sus alegrías. Los sueños que tenía de formar un mundo ideal y un matrimonio, así como lo gratificante que estaba por haberse cambiado de escuela. A ella le tocó estar en el mismo taller que yo, lo cual hizo que nuestra amistad se fortaleciera aun más. Daniel me explicó cómo llegar a la casa en donde ella vivía, en la colonia de la María, lugar en donde una vez la fui a visitar y que platicamos toda la tarde.

Para ese entonces, la escuela había terminado. Ella me había platicado que su relación con Edgar (un compañero con labios gruesos) había terminado. Además, en el CETIS (bachiller) que iba con Daniel, estaba conociendo a otra persona. Asimismo, tenía sospechas de que estaba embarazada, pero todavía no lo corroboraba y, finalmente, Daniel había abandonado el CETIS.                         

Recordamos la ocasión que tanto ella como Daniel me fueron a visitar a casa de mis abuelos para encontrar una solución a mi situación de escasos recursos y continuar estudiando. Fue tan motivante escuchar a Monse decir que yo no podía quedarme sin estudios, primero porque tenía una gran capacidad y segundo porque era su amigo y sabía que la educación me iba a hacer falta. Y vaya que Monse no se equivocó. Algún la volveré a ver y sabrá que ese deseo se cumplió. 

Secreto 26: tlazojtla

 

-          ¿Hay aun destino peor que la muerte?

-          Traicionar a tu infancia

                                 

¿Qué poder tiene el sonido en sí mismo? ¿Y qué poder le otorga a la música? Para que ésta sea capaz de revivir momento gratos y sublimes, enternecedores y enriquecedores ¡Porqué la música tiene ese don de permitir realizar los viajes a través del tiempo bajo un estado interno de la materia que todavía sigue siendo ignorado pese a peso de su poder? ¿Porqué? ¿Porqué? ¿Porqué?...

Porque gracias a ella se puede también facilitar las emociones, los sentimientos: tomarlos de forma arrebatada de las carnes que los engendran y convertirlos de una gigantesca masa que es liberada a través del canto o voz de los ejecutantes a un tenue e inocente estado subjetivo que permite a la más fiera feroz tornarse en un conejito esponjoso, acariciable, de ternura ante la mirada que lo califica.

La música no puede ser algo demoniaco, por mucho que se le quiera dar esa etiqueta mal acomodada ¿Desde cuándo liberar a ese ser que se encuentra acostumbrado a la reja sin oxígeno y con los músculos atrofiados ha sido signo de peligro para los jueces? Pues desde que se justificó la matanza y lo sangriento en nombre del amor, de la paz y de la verdad “verdadera”.

La música desde el inicio de la conciencia del hombre ha sido (o pertenecido) a las divinidades: deidades que se entregan a un mundo caótico de sentimientos y pasiones. Más la música no interviene, sólo es ejecutada para ser, en su mayoría, empalagante. Talvez de ahí su condena: con el poder de convencimiento inocente que en realidad es envidia de aquellos necios que a fuerza han de querer construir un mundo que no es, es decir, cerca de una perfección sustentada en lo exigible ridículo y denigrante para la propia música.

Mas yo bebo de sus vinos a través de la copa de mis tímpanos, de mis oídos, y en consecuencia derramo palabras y textos que amenazan con permanecer, por lo menos, hasta una generación más después de la mía, para que, con el paso de los años, tales palabras retornen a la mente de quienes conocieron y se renueven a través de su lengua y, de cierta manera, haya nuevos significados.       

Es de esta manera que antes de realizar los actos que ahora estoy a punto de narrar, me doy ese permito de embragarme entre letras y melodías, porque la melodía es poderosísima, más con la letra que te llama a interpretarlas una por una, se convierte en una invitación para que cruces la propia puerta del paraíso del Edén al paraíso divino: lugar de la ambrosia y miel que consumen todos los espíritus bañados en virtud y paz.

Posteriormente, me comienzo a recostar, tranquilizar, bajar el ritmo de mi respiración para que ésta sea más profunda, más provechosa en cada una de sus partículas de oxigeno que atrapan a través de mis fosas nasales. Tales partículas alimentan mi sangre y me preparan para una travesía que nuevamente he de intentar atravesar con la robustes de mis ideas, de mi mente.  

Cierro mis ojos y enfrente de mí aparece una pantalla negra, pero no es obscura absoluta, porque logro distinguir diminutas partículas que con contrarias a todo el escenario. Ambos colores son del tipo del agua y del aceite: que no logran combinarse, y por tal motivo, se aferran a ceder cada uno sus tipos de partículas ¿Son egoístas? ¿Tuvieron un problema dentro de la mitología atómica? simplemente, lo ignoro.

Pero todo ese agujero oscuro (talvez aquí este el origen de la idea de hoyos negros que deambulan por todo el cosmos) no es más que una entrada. Empero, como cualquier entrada te otorga dos opciones: la entrada o el límite para que no accedas y, aunque es mi puerta (mi propia puerta) no siempre logro atravesar. La mayoría de veces me rebota hacía los recuerdos de las partes de mi cara, de mi cuerpo, de los objetos que alguna vez vi o de las personas que, en tal instante, por algún motivo que no tengo muy claro (algunos podrían apelar al apego en sus diferentes niveles y si seguimos la lógica puede que sea hasta cierto punto justificable, empero, si apelamos al azar, bueno, ingresamos a terreno de la probabilidad, más aun así, ésta, como todas las ciencias, tienen limitaciones temporales y eternas), se hacen presente.

Es tensión, al menos, para mí, esto es un síntoma de que todavía hay demasiada tensión que debe de ser trabajado, manejada, liberada, olvidada, pues estando presente ella definitivamente habrá distractores que permitan una permanencia no esplendida luego de haber atravesado la puerta. Es un ejercicio que llevo a cabo y que me ha costado darle forma y figura. 

Además, despejar toda la tensión había y ocultada entre la energía oscura, hay que tener mucho cuidado con la relajación que poco a poco va dominando el cuerpo (mi cuerpor), ya que demasiado deshacer hará que desemboques entre el sueño profundo y la flojera que es superflua. Nuevamente tendría que trabajar, necesariamente, bajo un flujo de relación con la capacidad disciplinaria de realizar la ejercitación para la cual me estoy adentrando. Claro que, siendo muy honestos y muy humanos, es algo que me logra vencer en ciertos instantes, muy pequeños instantes en los cuales, al perder la concentración tan diminuta que logro, me remite retornar al inicio nuevamente (Y eso requiere todavía un mayor esfuerzo energético, algo que, por supuesto, requiere esfuerzo mental y sobrenatural, agregando que no hubo una enseñanza o guía de joven en torno a las ciencias de la liberación espíritu).   

En cambio, cuando logró escabullirme y atravesar esa puerta por algunos instantes (aunque sean muy pequeños en tiempo-materia), logro asomarme a ese pensamiento que pesa como bloque mental, que más bien parece materia en bruto porque no ha sido trabajada, lo cual resulta en convertirse en un grumo gigantesco dentro de mi mente y, nuevamente, todo vuelve a tornarse poco claro.

Aun así, detrás de todo este esfuerzo, subyace una fuerza viva, una energía que se mantiene ahí para mí, esperándome sin prisas, para que llegue yo a ella cuando finalmente lo logro, cuando finamente me permita a mí mismo lograrlo, puesto que ello sólo está ahí por tres motivos: ser, existir y esperar. Y aunque no recuerdo haber sentido por completo su manifestación, sino sólo su recuerdo de que alguna vez ya estuvimos juntos, estoy seguro que continúa ahí, tranquila, esperando por mí.

No conozco muy bien sus dotes, pero tal atracción me incita a ir con ella, a seguirla, a reencontrar el camino hacia ella a través de mis actos, pensamientos, ideas que sólo fueron la ilusión de un reflejo por, de cierta forma, atender o enfrentar lo que se me estaba colocando enfrente de mí en cada uno de mis momentos que viví. No es algo descabellado, es algo sutilmente claro ¿Y porque no? Hasta justificado…

Invoco ahora a los recuerdos, aquellos que servirán nítidamente como llaves-señuelos, para encontrar el retorno a tal energía y hacernos uno sólo nuevamente, dejar y olvidar aquella gruesa pared llena de lo que parecer ser, pero que en definitiva no lo es y que causa mucho daño, desde la molestia pequeña, hasta la perdición completa de la carne y del espíritu, que se juntan una a una, haciendo que los pesares materiales se antepongan ante la vida auténtica, llevando a cometer centenar de errores que traen muchas pérdidas de seres humanos, animales y todo tipo de criatura existente (y que está lejos de un proceso natural de renovación).                

Ya hablé de Daniel, porque es él quien me acompañó en incontables aventuras. Pero ahora le dedicaré algunas cuantas palabras a Martín. Tal compañero fue uno de los más desastroso. Pienso o quiero creer que él culminó la secundaria de panzaso, pues, aunque curso con los tres años, recuerdo que sus todas boletas siempre resaltaba el número cinco. Ahora que lo pienso, no recuerdo haber visto a su mamá en alguna de las juntas.

Martín era un niño delgado, blanco, cabello ondulado y ojos café claro. Era un poco burlista y siempre estaba alrededor del desorden. El maestro de matemáticas siempre le colocó cinco y él simplemente se burlaba. En tres ocasiones, tan docente le dio un coscorrón, pero aun así Martín continuaba haciendo y deshaciendo de las suyas. Una vez, en una caminata por la colonia Francisco I. Madero lo vi entrar a una casa con portón blanco, un patio enorme y me saludo, diciendo que él vivía ahí. Fue la última vez que lo vi.

En primer año, Martín se juntaba mucho con otro compañero güero que se llamaba Alberto Delfín. Todos en el salón le decíamos así: Delfín o Delfino. Pese a llevarse muy bien con Martín, Delfino era un poco más cumplido que Martín y en las calificaciones le no iba tan mal. Durante tercer año de secundaria, ambos dejaron de hablarse. A Delfino le afectó más que todo a Martín, porque Martín continuaba riéndose y echando relajo con los demás compañeros, pero Delfino se volvió un tanto más tranquilo, seguía gritando con esa vos fuerte y poco clara, como acento de jarocho, pero varias veces durante la formación para honores a la bandera los días lunes, lo sorprendí agachado, hincado, con la mirada hacia el suelo, pensativo.

Delfino era un poco más alto que Martín y no tan delgado. Él era tan güero que sus mejillas se ponían color rosa si este se reía o se chiveaba o le llamaban la atención o reía mucho. Delfino siempre llevaba unos zapatos negros muy grandes, lo cual siempre me llevó a imaginar que no le quedaban. Con ambos realmente tuve platicas que, así como llegaron, así se fueron.

Tan sólo lo único que recuerdo es que Delfino y Martín molestaban a Daniel por su forma de ser, y debo confesarlo: aunque me ganaba la risa por lo que le decían (como gorda o maricotas o marrana) yo siempre me quedé con Daniel. Asimismo, Delfino se ganó el apodo de cuñado, debido a su hermana Yanina que era una adolescente de tercer año, pero presentaba un cuerpo de mujer de 21. A Delfino nunca le molestó, dado que quien se lo decía era todo el salón. Quiero pensar que prefería ignorarlos a buscas pleitos gratis. 

Delfino era de los pocos niños que llevaban los pantalones con parches en la zona de las rodillas y lo mucho que sobresalía cuando se reía o cuando gritaba eran sus dientes, porque no es por hablar mal de él o etiquetarlo, pero tenía la mandíbula similar a la de un caballo. Pienso que Delfino terminó una carrera técnica y que Martín ya está casado y es papá. La realidad es que posiblemente nunca lo sepa.

En primer año, había un niño muy chistoso, peloncito, a mi estatura, pero todo lo contrario a mí: jugaba futbol, le gustaba jugar pesado con los demás compañeros y debes en cuando se metía en problemas, también era moreno y llevaba frenos en los dientes. Le decían “Chuky” y su risa al igual que su tono de voz era un poco ronca. Andrés, mi alumno de Villalta me recordaba mucho a él tanto por su personalidad como por su inquietud. En cambio, él sólo estuvo hasta el segundo bimestre, pues después de ello lo cambiaron de escuela, o al menos, eso fue lo último que no dijo.

Había un morenito, delgado, con un lunar debajo del ojo. Su nombre: Gerardo. Él me ayudó a pasar la materia de dibujo técnico: ya que él compraba el material y yo ponía la mano de obra. Para tal trabajo final, la maestra me vio fijamente y enfrente de él me pregunto “¿Te ayudó?, y yo le mentí y aunque preguntó dos veces enfatizando que si no era cierto ella lo reprobaba porque “se lo merecía y yo no tenía por qué defenderlo”, mas no lo negué. Y es que, como dije, él me apoyó.

Incluso, para ese trabajo, unas semanas antes fui a su casa a realizar el trabajo. Ahí platicamos un poco sobre Monse, vimos la tele, jugamos tazos y al último comenzamos a hacer el trabajo. Claro que yo fui quien lo terminó. A Gerardo me lo he topado y ya engordo y también creció. Se casó y fue papá. No terminó el bachiller, pues se quedó a medio camino, sin embargo, continúo el oficio de su papá: herrero. A su papá si lo recuerdo: era un hombre delgado, con bigote y pelo entre cano. A quien también recuerdo es a su hermanita pequeña, que siempre quería jugar cada vez que lo iba a visitar, pero él no la dejaba.     

 Fue novio de Monse por algún tiempo, pero su relación nunca se concretó del todo. También fue uno de los que siempre me defendía, porque sabía que no era capaz de pegar. Gerardo me defendió de Edwin, un compañero que entró en segundo año a nuestro salón y que a veces trabajaba con entusiasmos en las materias y otras veces no.

De Edwin sólo recuerdo que ya era de los hombres altos del salón y de los que tenían el cuerpo ancho. Su piel era blanca y debajo de os labios tenía una extraña infección en la piel. Al principio era muy notorio, pero con el paso de los días fue desapareciendo, quedando en cicatriz hasta que finalmente la piel hizo su trabajo y quedo restaurado. Él posiblemente haya culminado el bachiller, posiblemente no.       

Además del Edgar, novio de Monse, también había otro Edgar que le decíamos “el vaca”- a lo que se debía tan apodo era que su rostro estaba plagado de jiotes (esas manchitas blancas y que supuestamente se deben a desnutrición) sobre su rostro moreno. Ese Edgar también ingreso con nosotros a destiempo, en segundo año, y conforme pasaron las semanas él se convirtió en un buen amigo. Él y su mamá, junto con su hermano rentaban a media calle de la escuela, pero una vez que le entregaron su casa a su mamá, se fueron a vivir a Amozoc, o al menos eso fue lo último que supe.

Edgar, “el vaca”, fue uno de los compañeros que continúe frecuentando aun después de culminar la secundaria. Él me invitó a mi primer “Hallowen” en donde lo único que había era alcohol y aguas locas. Esa noche por primera vez besé a una niña delgadita, blanca, de cabello largo, simpática. Los dos estábamos y borrachos. Me dio su número de teléfono y aunque la busqué, nunca más la volví a ver.

Esa noche de brujas fue especial. Primero porque fui con Edgar y su hermano, segundo porque esa señorita se dejó conquistar por mis encantos. Claro que comenzamos a hablar en el sillón y terminamos besándonos en la banqueta. Fue extraño, pero divertido. Finalmente, tras despedirnos, esa noche nos regresamos caminando desde la libertad hasta la colonia en donde nos conocimos.

A Edgar le gustaba mucho el look de un guitarrista del grupo Moderato, que por esos días estaba de moda con canciones renovadas de Timbiriche. A mí también me gustaban mucho. Edgar sabía jugar muy bien futbol, su posición era defesa y delantero, sin embargo, era mejor siendo delantero. Él trató de enseñarme a jugar futbol, de hecho el me llevó a mi único partido de torneo en el cual nunca más volví a participar (en el “Hoyo” donde estuvo Julissa y Ana Laura), pero finalmente deserte y no regresé.       

Con Angélica Pacheco Flores me burlaba mucho de la cara de Edgar. Él nunca lo supo, pero era y sigue siendo divertido recordar un poco sobre ello. En cierta ocasión, cuando todavía no le hablaba muy bien, yo aventé una bolita de papel a Hugo, pero le di a él. Edgar se volteó de inmediato y dijo “que onda, que pedo” y yo permanecí en silencio y callado, ya cuando Edgar dejó de mirar me comencé a morir de la risa, lo mismo que Pacheco.

De Leonardo tampoco puedo decir mucho. Él comenzó a trabajar en una tienda por las tardes y era uno de los que siempre procuraban cumplir con todas las actividades. Siempre fue uno de mis defensores y, a cambio, yo fui uno de aquellos que lo apoyó en Matemáticas. Él también se burlaba mucho de Daniel y tenía un hermano: Leonel, que iba en el salón “F” con mi prima Elvira. 

La última vez hablé con Leonardo fue en el camión. Él llevaba lentes y decía que era una lástima que no siguiera estudiando, ya que me consideraba como un cerebrito. Sé que algún día me lo toparé y le diré que este cerebrito tiene otra misión, mismo que en parte se debe al afecto y respeto que me tuvo durante toda la secundaria, junto con Hugo, que era con quien se juntaba mucho (Leonardo también era una víctima potencial de Angélica y yo: su rostro era redondo, siempre rapado y una actitud al estilo niño bueno, pero con una fuerza sobresaliente, porque debes en cuando cargaba bultos de cemento).

De igual manera, Hugo poseía muchas fuerzas en sus brazos: muestra de ello eran los conejos que tenía. Él era de los más altos del salón: tenía la cara plana, rectangular y él siempre recalcaba que me respetaba. Además de ser la víctima potencial de Pacheco y yo, pienso que él también le tengo que agradecer el hecho de que dijera: yo por Víctor… sabía que yo no era de problemas y que siempre estuve para ayudarlo, como a muchos otros, en matemáticas, por lo cual, al igual que Leonardo, me decía “Gracias, Víctor, tu sí eres un buen amigo” (Por tales razones estoy demasiado encariñado con mis compañeros de secundaria y con tales recuerdos, ya que ellos si me daba un gran valor).

La última vez que lo vi fue cuando entró al restaurante donde yo trabajaba. Nos saludamos y me dijo que estaba trabajando repartiendo leche. Me dio mucho gusto verlo después de casi seis o cinco años. Además, también me platicó que ya tenía su propia casa y aunque sólo tenía dos cuartos pequeños, él continuaba trabajando para que pronto la culminara. Todavía no se había casado y hasta donde sé tampoco tenía novia en ese entonces (creo que pertenecemos a la generación de la esperanza en el estudio).

Su papá esa ocasión lo acompañó y, para mi sorpresa, Hugo era más alto que él, y no me refiero a la edad. Han pasado ya 10 años desde que me topé a Hugo en aquel restaurante y pienso que, si ahora viera a Hugo, él talvez ya tendría a su primer hijo, con su casa grande y se seguiría dedicando a la venta de leche. Además, sería (como siempre lo fue) responsable y llevaría su matrimonio de forma tranquila y amena.           

¿Recuerdan al Enrique que se juntó mucho con Monse, Daniel y yo? Pues ese Enrique, medio gordito, burlón con Daniel, bueno para la cascarita de futbol, tenía la piel como amarilla y el rostro redondo. Siempre se peinaba hacía atrás, aunque en los últimos años se paraba el fleco, como muchos de nosotros, al ser un peinado de moda. Con el jugamos cartas Yugioh y Daniel y yo lo visitamos varias veces en su casa, porque su mamá casi no lo dejaba salir. Tengo entendido que estudió sistemas computacionales.

De ahí, sólo resta mencionar al Alberto Cerezo, a Jonathan, el más alto del salón (de piel blanca) que por su rostro le decían el teletón, a los Fernandos, y con ellos culminó parte de aquellos que benditamente conformaron esa entrañable etapa de mi vida. Pienso que daría lo que fuera por volver a aquellos días magníficos en donde la única preocupación era jugar y cumplir con los maestros y sus tareas. Dios me permita revivir mucho esos días y que no se sigan desvaneciendo como hoy en día, porque tales han alumbrado mi oscuridad y la incertidumbre que reina ahora, más por las condiciones del covid19 y por la injusticia que por la falta de relaciones humanas.           

Secreto 27: TLACAITA

 

Quiero vivir

En un mundo en forma de triángulo equilátero

 

Más sobre todo se ha de mantener la serenidad y el balance, aunque por ahora debo de admitir que no tengo muy bien definidos y clarificados aquellos conceptos. No me preocupa porque no me he puesto a investigarlos, más sólo me limito a extraer de la experiencia su significado a mi presente. Como científico corro el riesgo de perderme en ideas absurdas, subjetivas y poco sostenibles. Más, como literato, corro el riesgo de perderme entre la realidad y los disparates. Ni aun la filosofía podría rescatarme de lo que piense o diga. Por tal motivo, lo que emane como significado de aquellos conceptos sólo será válido para mí, por muy egoísta que parezca.

Más tanto mis amigos y compañeros definieron muchos de mis gustos actualmente (la admiración del conocimiento que tuve y que fue buscada por muchos, así como la lección de Daniela que trascendió con Irais y Monse) como también lo hicieron los maestros que se fueron presentando conforme avanzaba mi formación académica (ahora comprendo a los teóricos el por qué suelen asegurar que los profesores deben de ser un grupo de élite y profesionales en sus asuntos).

Dado que ya plasmé lo que he podido por obligación de mi ser que se aferra a los recuerdos hacia mi mente que no es capaz de conservar lo que es valioso para sí (y algo en lo cual tengo que necesariamente e imperantemente que trabajar a fin de que el dolor y la calumnia corrompan a mí espíritu y de ahí a mi cuerpo) sobre los maestros que tuve en primaria, he de continuar estas memorias con los rabies que me acompañaron en mi formación durante los estudios de secundaria (considero que ya no es válido nombrarlos así, pues muchos estudiantes apenas si culminan este grado de estudios, por lo cual debería renombrarse afín de que su contenido englobe más conocimientos sobre la tolerancia, el respeto y haga consciente la ambición, la desmedida, la avaricia, el poder y la corrupción, pues no hablar de ellos no necesariamente trae como resultado la eliminación de la existencia humana, sino de su propagación como virus y, en consecuencia, la enfermedad terminal del cuerpo y el contagio de muchos otros presuntamente inocentes).

Entre los que destacan esta mi maestro de Geografía: un hombre gordito, bajito, de cabello entrecano y bigotón. Él fue el asesor del grupo en primer año (por lo que en ese entonces se le tenía que guardar un respeto aún mayor que a los demás profesores, aunque no entendí, en ese entonces, el motivo; claro que mis compañeros me enseñaron más a tenerle miedo al decir cada vez que lo veían: ahí viene el asesor).

Como maestro, recuerdo muy poco de sus clases. En cambio, como asesor, él (y más tarde Humberto, y actualmente, por convicción propia) se mostró flexible luego de que hiciera una pequeña travesura: más por ímpetu y ego que todo por lo gracioso de los actos que efectué. Aunque también se encuentre por aquí una demostración intrínseca de llamada de atención de Ana Laura hacia mí.

Así pues, resulta que por seguridad de las pertenencias que había en nuestras mochilas (porque el robo parecía no eliminarse aun después del hecho que se llevó a cabo en el salón de la maestra de taquimecanografía) el salón se tenía que cerrar con llave durante el tiempo que duraba el receso (20 minutos), siendo la jefa de grupo la encargada de ello (Aurora, puesto que yo era el subjefe de grupo).

Mi inquietud por entrar al salón me llevó a querer brincarme por una ventana que sólo tenía como 1/8 de vidrio en la parte posterior. Me sostuve del marco metálico (que estaba pintado de color gris), me impulsé y después de ello, lo único que se escuchó fue un ¡Zas! Y pedazos de vidrios cayendo al suelo. Mi cabeza, gracias al cielo, estaba intacta, pero dos pedacitos quedaban todavía pegados en el marco de la ventana, mientras que el resto del vidrio en el suelo.                   

Poco a poco todos los demás compañeros comenzaron a llegar al salón sólo para enterarse de lo que había sucedido. Yo estaba cada minuto más hundido en la pena y en la vergüenza, porque podía adivinar lo que se venía sobre. Para tratar de ocultar mi travesura, luego de que Aurora abrió el salón, jalé la otra ventana y busqué que con su vidrio se perdieran los pedacitos del que yo había roto con mi cabeza.

¡Y para rematar con broche de oro! La clase que estaba por iniciar era precisamente la de geografía, en decir, con el asesor de grupo. El maestro no tardó en llegar y lo primero que preguntó es sí había algún detalle que tuviéramos que darle a conocer o si había alguna problemática con algún maestro en la cual él pudiera intervenir con el fin de no afectar nuestra calificación bimestral, etc.

A esta edad la memoria comienza a desvanecerse dejando en su lugar rocas grises imposibles de perforar (talvez los recuerdos están hechos de diamantes, tan resguardados dentro de ellos para que algún día sean resucitados y por tal motivo se van aislando, para que éstos no se pierdan). Talvez le dijo Aurora, talvez le dije yo. El hecho es que el maestro terminó por enterarse ese mismo día:

 

-          ¿Cuál vidrio? – preguntó

 

-          Ese – señalé los pedacitos que quedaban.

 

-          ¿Y todo lo demás?

 

-          No estaba completo – respondí

 

-          Sólo tenían un pedacito – dijeron algunos de mis compañeros.

 

-          ¿Por qué lo hiciste?

 

-          ¿Quería entrar al salón?

 

El maestro me miró fijamente casi un minuto. Se acercó a la ventana, quitó los pedacitos que quedaban y sólo me mandó por una escoba y un recogedor con el conserje de la escuela. Yo imaginé que terminaría pagando el vidrio completo y que una regañiza vendría a mí, además de que me enviarían a trabajo social, más nada de ello sucedió. Limpié mi desastre y la clase continúo como de costumbre.

Ahora me pregunto tres supuestos. El primero es si, luego de que mi alumno Omar transitara por el mismo suceso y yo tampoco cause mayor revuelto, entonces… ¿Apliqué la estrategia heredada de mi antiguo asesor? El segundo supuesto es ¿Habré sido yo persuadido por la bondad de mi asesor, es decir, reflexionar en torno al asunto en el cual me había involucrado para no volver a repetirlo y ser más cauteloso de ahora en adelante? Y tres (que se relaciona mucho con el anterior) ¿Habré sido yo un potencial desordenado dado que este era un indicio de que la rebeldía podría ir en aumento, aunque fuera por infringir una puerta cerrada? Eso, talvez no se revisó en el momento, pero dadas las circunstancias, bien pudo haberse especulado que mi intención por entrar primero al salón en realidad estaba envuelta por otros motivos.

Talvez me encuentre ante una pregunta demasiado seductora, porque como todo ser humano, las hijas y hermanas de las vanidades siempre me han coqueteado a tal grado de que me sienta atraído por ellas como para justificarlas de acuerdo a ciertos contextos e, incluso, como para elevarlas al rango de la filosofía y buscar el lado amable de cada uno de los vicios humanos que, por lo general, suelen ser catalogados como vicios destructivos. Es posible… es posible…

La maestra de Español, la maestra Gudelia, era una mujer blanca, con el cabello rubio, con joyas y rostro tipo rectangular, más por la edad que todo por nacimiento. El ella siempre creí ver a un hombre que vestía de mujer, pues a pesar de todos los rasgos característicos de una mujer, pienso que le faltaba algo, tal vez calidez. Nunca tuve problemas con ella. Además, casi no dio clases, debido a que siempre estuvo acompañada de practicantes.

El practicante que casi estuvo todo el año con nosotros fue un hombre alto, delgado, moreno, con voz delgadita y bajita (lo cual me dificultó tener notas claras en el dictado), tranquilo y muy serio, cuyo nombre nunca supe debido a que él llegó y se presentó cuando yo contraje hepatitis, lo cual me llevó a estar un mes en casa en recuperación (yo extrañaba muchos a mis amigos al igual que a algunos maestros, y aunque no comí muchos dulces como supuestamente se recomendaba, me recuperé sin mayor repercusión alguna). Más cuando éste terminó, hubo una temporada que nos quedamos sin maestro, ya que la maestra Gudelia se había jubilado.

Fue así como llegó el maestro Juan Manuel: un hombre alto, de cuerpo ancho, cachetón y con un anillo de oro. Prácticamente, durante primer grado y parte de segundo no tuvimos maestro. Sin embargo, cuando el maestro Juan Manuel dejó formar una antología, bueno, pues fue gracias a él que tuve la posibilidad de conocer otras bibliotecas y de salir con Daniel a caminar por las vías, es decir, todo lo que ya narré.

También recuerdo que nos dejó construir un teatro y como casi no tuve dinero para comprar material de papelería, lo que hice fue pegar tapitas a rectángulos de cartón, a fin de armar las sillas. En la parte superior, coloqué otro cartón y más sillitas, logrando hacer un miniteatro del tamaño de la caja de huevo. El maestro me colocó de calificación 9, y aunque me hubiese gustado el 10, supongo que se debía a que la estructura era muy frágil.     

En tercer año quien fuera nuestra maestra se convirtió en la más divertida y una de las que fueron el motor de mi inspiración, ya que ella siempre estaba dando clases de moral y buen comportamiento, sobre agradecimiento, recompensa y virtud. Además, debido a los reportes de lectura que dejaba, yo comencé acercarme todavía más a la lectura, sobre todo de textos de terror.

Los libros eran de elección libre y yo siempre pedía que fueran de leyendas o cuentos de terror. Mi abuelo me compraba de aquellos que costaban 20 pesos, de una editorial que se llama editores unidos mexicanos, y que resultaron ser muy entretenidos. En el primer reporte de lectura que entregue, la maestra me felicitó con una nota que decía “¡Así es! ¡Muy bien!” y es porque en el comentario había dicho que la curiosidad nos permite… y no recuerdo que más escribí.

Unos de decías la maestra mosca; yo y Monse le decíamos la sisi (en referencia a un personaje de la televisión de un programa que se llamaba la hora pico) y es que al terminar algún comentario, ella siempre cerraba con un sí. De esta manera, cada vez que explicaba algún tema o daba una charla de reflexión, ya sabíamos que culminaría con un sí, y nosotros, empapados en risas y carcajadas.

Aquella maestra, alta, del cuerpo en forma de rombo, con lentes, siempre peinada con coleta y vistiendo pantalón, también fue víctima de Angélica Pacheco y claro, mía. Claro que ahora al grupo se agregaba Monse, quien también se reía de “su cara”. De hecho, ahora que recuerdo, creo que Monse fue quien descubrió el cierre del “sí” de la maestra, ya que ella me lo comunicó con el Whatsapp de la época: mensajes a través de papelitos (y es que yo me sentaba delante de Monse y atrás de Daniel. De esta manera ella me aventaba los papelitos y yo se los regresaba de forma discreta. El grupito fue creciendo por Enrique, Gerardo hasta que, finalmente, un cuarto de salón estaba ahí en bolita, llevando al maestro de matemáticas de tercer año, Alberto, a desintegrar las dos filas sobrecargadas de alumnos, es decir, por nosotros).

Pienso que de esta maestra tuve un cariño especial, debido a que siempre me atendía con una sonrisa, toleró una de mis bromas al referirme a Daniel como ella, en lugar de él, cuando me mandó a buscarlo al grupo de escolta en el cual estaba. Entre otros detalles. Como maestra era buena, pero como ser humano, al menos conmigo, fue una persona que transmitía bienestar y seguridad.

La última vez que la vi fue en el transporte público. Ambos íbamos en la combi que va para Angelópolis. Ella seguía dando clases en la secundaria en donde fue mi maestra, yo iba camino al restaurante en donde trabajaba, tenía como 18 y 19 años la última vez que la vi. Le platiqué que estaba estudiando la preparatoria abierta y trabajaba al mismo tiempo, lo cual la alegró mucho. Sin embargo, pienso que a mí me alegró más verla nuevamente, saber que estaba bien y que seguía enamorada del cantante Chayanne y que no iba a conciertos que costaran menos de 1000 pesos.

El maestro de matemáticas, el profe Porfirio, me comenzó a tomar como uno de sus favoritos, esto luego de que viera que fui capaz de prenderme la tabla del 25. Su clase era una de mis favoritas, pero al igual que la maestra Gudelia, se jubiló antes de tiempo y nuevamente nos quedamos sin maestro. Fue hasta mediados del segundo año cuando se incorporó un nuevo maestro. Él tenía fe en mí: pues me mandó a un concurso de matemáticas, junto con Ana Laura. Ella sacó 7 y yo 1.

Él siempre solicitaba que las tareas estuvieran firmadas por los padres de familia, algo que muy rara la vez yo tenía. Si la tarea no iba firmada, sólo te colocaba una palomita, pero si estaba la firma del padre, te colocaba su firma. Con él, pese al gran esfuerzo y empeño que mostraba lo más alto que llegue a sacar fue 7: era un maestro muy exigente. Gracias a él recuerdo muy bien mis ejercicios de matemáticas y al leer los libros de Baldor no me cuesta recordar los procedimientos.

El maestro de matemáticas de tercer año, el maestro Alberto, fue un tanto más humano que el maestro José Luis (maestro de mateméticas de segundo) y también fue uno muy inteligente y diestro es su materia. Él era delgado, alto, de piel amarilla, con labios rosas, tranquilo y con voz en forma de pato. No lo conocí como humano, sin embargo, nunca tuve problemas con él.

El maestro encargado de la enseñanza de la historia fue el profesor Saúl Quiñonez Hernández. De él se rumoraba que había comenzado como conserje y al pasar el tiempo lo habían ascendido de maestro. Ese rumor lo decía mi tía Malena. Lo cierto es que las primeras clases de Historia me encantaba como explicaba y cada vez que tocaba esa materia yo me alegraba mucho, pues más allá de enseñar, la contaba. Lo cual era muy entretenido.              

Ese maestro era algo, robusto, con panza y moreno claro. Su voz era gruesa y siempre vestía con camisa y pantalón de vestir con cabello un poco largo y esponjado. A medio ciclo escolar se lastimó el brazo y tuvo una incapacidad más allá de los dos meses. Más cuando regresó ya casi no daba clase, pues sólo se limitaba a dejarnos hacer resúmenes del libro de texto, mismo que en muchas ocasionas sólo revisaba hasta el final del bimestre.

Él se salía siempre del salón, pero cuando se quedaba le gustaba que todo estuviera en silencio, y si alguien hablaba entonces todo el salón corría a darle pamba. Yo sólo observaba como todos mis compañeros corrían despavoridos a darle pamba al alumno que hablaba. Sólo participé una vez en contra de Francisco. También me tocó una vez pamba a mí y también una a Daniel, otra a Enrique (éste nombre me gustaba mucho).   

En segundo año, por alguna extraña razón, el maestro Saúl nos había dejado aprender los 14 puntos de Wilson. Para ello había dado un tiempo de una hora, es decir lo que duraba la clase. Después de dar la indicación, él se salió del salón y al cabo de unos 30 minutos regresó y comenzó a preguntarnos algún punto. Yo no me los aprendí, más cuando me preguntó uno de ellos, quien me ayudó fue Edith (Gonzales) pues me iba diciendo en voz bajita. No sé si el maestro se dio cuenta, yo pienso que sí, pero no tuve mayor problema pues él quedo conforme.

Yo tenía mucho miedo, porque si se daba cuenta me imaginaba que podía reprobarme. Así que cuando Edith me soplaba la respuesta, yo trataba de hacer como que pensaba y hasta simulaba trabarme, con tal de que hiciera parecer que estaba recordando. Al final de la clase Edith y yo nos reímos y ella me preguntó porque me detenía mucho cuando ella me decía la respuesta, y por supuesto, le dije mis motivos.

El apoyo fue recíproco, porque a Edith yo le presté mi libreta de matemáticas, de Historia y de Química para ponerse al corriente con los demás temas, ya que en segundo año parecía que dejaría la secundaria, pues hubo una temporada en que comenzó a faltar mucho. Al principio decía que le había dado varicela, lo cual le creímos por las cicatrices en su rostro, pero después hasta parecía que se había tomado unos días de más.

Durante los tres años de secundaria llevamos (porque ahora ya desapareció) la materia de Formación Cívica y Ética. La maestra Gladis, una señora morena, de cuerpo doble, pelo entrecano, medio corto y ondulado, los ojos negros y pequeños, que siempre vestía de falda, medias, y tacones, desde la generación de mis tíos tenía fama de ser una mujer muy exigente y severa tanto en sus comentarios como en sus enseñanzas y actitudes.

En primer grado, cerca de un mes nos planteaba la misma pregunta “¿Por qué niños? ¿Por qué? ¿Por qué una formación cívica y ética? Y aunque había escases de respuestas, ella siempre la clarificaba. Su materia siempre me llamó la atención, tanto por las lecturas como por las cuestiones humanas. Los libros de aquel entonces eran muy bien elaborados, con lecturas reflexivas, intrigantes y llamativas. Mismas que nunca faltaba comentarlas entre compañeros sin necesidad de un maestro.

La maestra Gladis, es cierto, sí tenía un carácter fuerte y rígido, pero los rumores de que rompía las libretas enfrente de nuestros ojos al estar mal un trabajo o algo que no le gustara, al parecer fue sólo un mito, ya que durante los tres años que me impartió la materia, jamás vi ello o incluso algo similar. Siempre fue recta y correcta, y al mismo tiempo muy respetuosa sin descuidar el vocabulario bien empleado.

Incluso, durante todo ese tiempo sólo hubo una ocasión que nos aplicó un examen escrito de cinco preguntas. Entre ellas se encontraban unas que hablaban sobre algo que puede ser grato a su debido tiempo, pero complicado si no es la edad. Continuó dictando las preguntas y nos dio determinado tiempo para responderlas. Después, cada uno procedió a entregarle examen.          

Secreto 28: TEXCATL

 

El propósito oculto de las matemáticas siempre ha sido

Traer equilibrio y justicia a los acontecimientos de las criaturas.

 

Ella, la maestra Gladis, los recibió en el escritorio conforme fuimos terminando y entregando cada uno. La forma de evaluación es una que hasta este momento nunca he vuelto a ver que sea aplicada por otro maestro (ni siquiera por mí, más que espero aplicar pronto para rescatarla), misma que fue la siguiente: antes de revisar, primero colocó las respuestas en el pizarrón blanco con un marcador rojo y ahora sí, conforme revisaba los exámenes sentada, tranquilamente, ella se detenía para mencionar el nombre en voz alta del alumno seún leyera en la hora y, posteriormente, solicitar la calificación de acuerdo con las respuestas que recordábamos haber colocado contrastadas con las escritas sobre el fondo blanco del pizarrón.   

Cada uno de nosotros decía la calificación que creía correcta. La maestra se detenía a releer el examen de acuerdo a la calificación que le decíamos. Si ella creía que nos habíamos colocado una calificación con un porcentaje de más, ella se detenía a cuestionarnos, pero si coincidía con lo que ella creía, entonces continuaba con el siguiente examen. Así con cada uno de del salón.

Ese día todo el salón se calificó con 6, incluso unos hasta con cuatro y otros hasta con cero. Yo (nuevamente mi ego) fui el único que saco 8 luego de dictarle mi calificación sin recibir cuestionamientos. Había una parte de mí que tenía miedo, pero me alegro de que me haya atrevido. Y, de hecho, la respuesta en la que estuve mal es de la pregunta que recuerdo, pues según la maestra Gladis lo correcto era el embarazo durante la adolescencia.                  

Para Kerigma eso fue un golpe atroz, por lo que cuando la maestra la cuestionó trató de alcanzar el 8, autocalificándose, pero durante la argumentación la maestra Gladis consideró que las respuestas que ella había escrito no concordaban con las colocadas en el pizarrón, por lo cual le dejó el 6. Lo mismo intentó Roselia, pero el resultado fue el mismo y a aquella maestra nadie se arriesgaba a contradecirla más de una vez. Mi ego no me dejaba en paz (como hasta ahora) y ello se acrecentó cuando sentí la mirada de todos al decir 8 cuando ella me preguntó y al revisar mi examen no discutió en lo absoluto, sólo se limitó a colocar el número en su lista junto a mi nombre.

Al cabo de los meses y tras una plática detenidamente, Monse y yo nos percatamos de que como tal la maestra Gladis no era precisamente tan exigente o brusca como muchos la describían y catalogaban. Más bien era la fama que otros estudiantes le habían creado, talvez por alguna mala experiencia, tal vez por desquite, talvez para que la dirección la despidiera… claro que los únicos que conocen la verdadera razón son aquellos que se encargaron de crear esos rumores de ella, de la maestra de sociales Gladis y que ahora están dispersos entre la ciudad, entre los estados, sin percatarse, posiblemente, del mal que ocasionaron la herencia de cada uno de sus comentarios.  

Tan sólo me he de limitar a recordarla sentada detrás del escritorio, con una falda gris que le llegaba a media rodilla, lo cual permitía ver parte de las medias que llevaba. Estando ahí, recargada con sus brazos sobre la base de la mesa, fomentado las virtudes y los valores como Sócrates o Platón, explicando mientras nos miraba a cada uno de nosotros, buscando generar conciencia en cada uno de nosotros, de nuestros actos a través de un ideal de la efímera perfección.

También quisiera que un recuerdo de ella quedara intacto como retrato de una mujer mexicana de comunidad rural, cálida, educada bajo la escuela de los años de 1950, comiendo en la cooperativa de la escuela el desayuno del día, sentada tranquilamente desgustando los caldos y el mole de res que generalmente vendían, con la mirada sombría, pero muy lejos de los rumores que giraban en torno a su forma de enseñanza, a su estilo de ser maestra, siendo nada más que un ser humano, sólo eso, un ser humano.   

En el área de la biología y lo que a ella le corresponde estudiar, tuve tres maestras en un año. Tal parecía que me había tocado desarrollarme en la generación del cansancio y la jubilación. El único problema que nos visionaron mis maestros era a quién le dejarían su legado, su experiencia (aunque me atrevo a decir que yo soy todos ellos en uno, una parte mínima de su experiencia teórica, otra parte de su experiencia humana).

La primera maestra, de apellido Salamanca estuvo tan sólo nos acompañó dos meses. Para la fortuna de la escuela, la nuestras y la de aquella maestra, una practicante hermosa, delgada, de cara redonda con las mejillas bien notadas por el tono colorado que tomaban al sonreír era la docente Berenice, misma que prácticamente estuvo casi todo el ciclo escolar con nosotros, pues la hija de la maestra Salamanca sólo llegó a culminar el año escolar al último mes de clases.

La maestra Berenice, al principio, fue amable con todo el grupo, buscando que todo aprendieran sin necesidad de la palabra fuerte y el sometimiento. Para mí era válido, empero, para mis demás compañeros no lo era: ya que más de medio salón aprovechaba la inexperiencia de la maestra y su bondad para realizar sus travesuras. Al menos, así sucedió durante el primer mes.

Ella no dudó ni un instante en cambiar de estrategias y la maestra linda y cariñosa que fue al principio se convirtió en todo lo contrario. Al menos eso sucedió con la mayoría del salón, pues con un servidor y con aquellos que realmente queríamos aprender, la maestra Berenice continúo siendo la misma de siempre. Definitivamente ella sí tenía vocación para la enseñanza, a comparación de la hija de la maestra Salamanca, de la cual realmente el único recuerdo que poseo es cuando ella me libró de un castigo, luego de que me colara la primera clase.

Yo espero que aquella maestra tenga actualmente seguridad laboral, pues ella realmente tenía vocación para la enseñanza. Aquí nuevamente queda recalcado un problema del magisterio que se ha arrastrado hasta nuestros días. Pienso que si no hubiera sido por la maestra Berenice en realidad nunca hubiera aprendido algo de biología, algo que, en honor a ella, ahora to me encargo de enseñar a mis alumnos.

Una de sus evaluaciones fue un tanto curiosa, pero que definitivamente fue significativa para mí. Ella no aplicó un examen común con preguntas y respuestas, sino que ella sólo se limitó a dar la fecha para la aplicación de la evaluación. Yo estaba seguro que vendrían temas como el origen de la vida, las eras geológicas y demás temas que habíamos visto durante el bimestre.

Más, aunque si fue como tal aquellos temas, en realidad, cuando llego el día marcado por ella sólo se limitó a dar la siguiente instrucción: saquen su libreta, arranquen una hoja de ella y coloquen todo lo que recuerden de la materia. Ese va a ser su examen y dependiendo lo que expliquen y desarrollen eso se convertirá en su calificación. Para mí, más fácil no puedo ser, por lo que me dediqué a escribir y casi acompleté dos hojas.

Para motivarnos, antes del examen, nos había dicho que, si había buen comportamiento y aprendizaje de nuestra parte, exentaría de examen a alguno de nosotros. El único que logró exentar fue mi compañero que le decían “El chuky”, pero el día del examen le dijo que también tenía que hacer la evaluación debido al mal comportamiento que había ido teniendo en las últimas semanas.

Faltó a su palabra, pero el mar comportamiento del salón iba en aumento, y sólo así logro finalmente tener al grupo callado y poniendo atención. Conmigo siempre fue amable y sonriente, empática y yo la estimaba mucho. Han pasado más de 10 años y espero que Dios la halla bendecido como a muchos de los demás profesores que, en medida de lo posible, buscaron contribuir al aprendizaje de todos nosotros.

Había un maestro que muchos querían, pero del cual recuerdo muy poco. El maestro “Paquito” o “taquito”. El impartía la asignatura de introducción a la física y química (Delfino le compuso una canción al título de tal materia), más sólo recuerdo que nos dejó inventar un acordeón muy ingenioso para evadir examen y de esa manera exentar la materia. Gracias a él comencé a realizar mis lecturas de revistas científicas y a percatarme de que hay maestros que a veces no comprendo que quieren.

Gracia a este maestro (que tenía u su hijo en aquella institución y al cual también le impartía clases) tuve mi primer acercamiento con el internet y el manejo de la computadora. En un disquet teníamos que guardar el archivo de la vida de un mosquito. Para tal actividad tuve que apoyarme de Daniel y de Gerardo, ya que por ese entonces apenas se ponía de moda el uso de la computadora.

De hecho, según recuerdo, ese era el taller al cual muchos buscaban ingresar, claro que el cupo era limitado, además de que era el único que requería el pago mensual de 100 pesos, con máquina compartida. A mí, en lo particular, no me llamo mucho la atención. En realidad, ni uno de los talleres que se ofertaban despertaban mi interés, ni uno. Aunque ahora conozco algo básico de arquitectura gracias al taller de dibujo técnico al cual ingresé. Desde ese momento no fui capaz de darme cuenta que en el mundo no siempre está lo que tú quieres a tu alcance (lo digo por los talleres), y que el tráfico de influencias se sustenta bajo la cobija del don dinero.

La maestra de química se llamada Isabel (es curioso cómo funciona la memoria: desde que me gradué prácticamente olvidé su nombre y ahora, a tan sólo unos segundos de omitirlo, así de la nada, al parecer, regrese a manifestarse, a reclamar su lugar en la historia, en la memoria; y vaya que lo tiene bien ganado, pues fue diestra en sus saberes además de que, aunque se apoyó de una maestra prácticamente, nunca descuidó al salón para cualquier duda que surgiera).

Media como 1.65, de piel morena, cabello ondulado con rayitos, algo así como la Celia Cruz de la escuela, tanto por la imagen como por el tono de voz. En cambio, la practicante era todavía más delgadita y un poco más bajita de estatura, con cabello siempre de coleta y corto. Llevaba unas bolitas simples para recogerse el cabello. Ella se llevaba muy bien con una practicante de Historia que no conocí, más sólo la saludé cuando la veía junto a la practicante (de ella si no recuerdo su nombre).

Mis compañeros burlones no solían ponerle atención: su cuerpo, rostro y figura parecían ser el de una adolescente de tercer grado. Por tal motivo, la maestra siempre tuvo detalles con más de medio salón. Más hubo una tarde en la cual un alto porcentaje decidió mostrarse humano y empático luego de que ella culminara en lágrimas en frente de todo el salón. Debo admitir que, cuando yo presencié aquel acto, mi corazón no sólo le mostró empatía rompiéndose junto al de ella, sino que además hubiera dado hasta mi vida con tal de que no derramase una gota más.

Los días pasan sin detenerse si quiera por aquel que lo necesite y no caiga en la infortuna. Talvez el tiempo no es siempre ese ente abstracto y misterioso que a tanto filósofo y literato enamora, talvez también es un ser desconsiderado que sólo busca crear caos y heridas entre todos los que somos materia. Talvez tiene celos de ello y por eso resulta ser un juez y un verdugo al mismo tiempo.

Así pues, cuando ese torbellino incipiente destructor más de esperanza que todo de cuerpos cedió una ráfaga liviana de viento para que una parte, muy mínima, de oxigeno viniera a nuestra sangre y fuéramos testigos de un presente atado y un presagió en el abismo, fue cuando ella, la maestra practicante, con compartiera la verdad, más no cualquier verdad, sino su verdad…

Ella, como muchas otras que han quedado dentro del anonimato, había crecido en medio de un mundo de sueños y posibilidades, agregándole a ello, que pertenecía a una clase acomodada. Pues ello no fue lo suficientemente fuerte como para que le poder de la decisión le fuera otorgado: a nuestra edad (bueno, a la edad de ese entonces) ella se veía a sí misma como a una mujer enfrente de un restirador, con los lápices HB a su disposición, rodeada de escuadras, reglas “T” y haciendo de su genialidad una cantidad incalculable de planos.

Mas, como era de esperar, al ir creciendo el mundo (principalmente de sus padres) le hizo saber que el desarrollo de una soñadora sólo se encuentra dentro de los libros de magia y literatura, ya que no sólo hicieron que desistiera de su deseo de verse como una mujer profesional y arquitecta, sino que además le impusieron que su destino era ser maestra y atender a los niños, a nosotros, y claro, al percatarse de que no tenía “madera” de control grupal, finalmente, como cualquier ser humano, explotó.

¿Por es tan cruel este mundo que ataca con la daga del destino a las mentes y a los corazones? ¿Por qué les hace creer que vivimos dentro del castillo de las posibilidades, pero cuando menos nos lo esperamos, resulta que estamos nadando en un río contaminado con aguas residuales de industrias que sólo saben gritar y gritar para acabar de desquebrajar lo poco que queda de bondad y alma dentro de nuestros cuerpos?... Pues esa es la historia, esa es (ahora) su historia…

La cátedra de Educación Física estuvo a cargo del maestro Martín: un hombre alto, delgado y con una sonrisa de nacimiento. Por ello, algunos lo apodaban como “Cepillín”, por esa similitud con aquel personaje. El tema que más me agradó y que expuse en una de sus clases fue la celda solar. No sólo me había preparado para el tema, sino que realmente había comprendido el texto de aquel libro. El maestro, luego de que culminara mi exposición, agregó información extra, lo cual hizo más llamativa la exposición. Finalmente, me felicitó y me dijo en frente del salón: “muy bien Vitor, tienes 10”.

Pienso que le caía bien a ese profesor, porque, no lo sé, pero siempre se ponía a platicar con Monse, con Daniel y conmigo. De hecho, fueron tantas las ocasiones que me vio con ella que llego a creer que era mi novia, diciendo que él era como yo, es decir, que durante su segundo año de secundaria lo suyo era el futbol, pero en tercer grado se consiguió una novia y también le gustaban grandotas, aunque le peguen.

Ese maestro, junto con maestra Gudelia, la maestra Gladis, el maestro Saúl y la de taquimecanografía, así como el prefecto de tercer año Omar y el maestro Alejandro de Educación junto con su esposa Lorena que impartía la misma materia, habían iniciado como personal académico cuando recién inició funciones la escuela, por lo que muchos de ellos conocían mis tíos y tías, más no eran capaz de reconocerme a mí.  

En tercer grado había una materia que se llamaba Identidad Poblana, la cual era impartida por la maestra encargada del taller de computación: una mujer alta, blanca, con el cabello largo y claro, bien parecida y siempre presentable. Ella en cierta ocasión aplicó un ejercicio de tintes psicológicos, pidiendo que dibujáramos un árbol. Todo iba bien hasta que decidí colocarle un agujero en la parte superior del tronco, en primer lugar, porque mi compañero Oswaldo lo había hecho, y en segundo, porque era algo que me parecía muy atractivo.

Cada uno de nosotros pasó a que la maestra les revisara. Cuando pasé yo me dijo que la esperara un momento. Cuando terminó de revisar a mis demás compañeros me preguntó el motivo de aquel agujero negro y yo le expliqué que era porque lo consideraba atractivo. Ella, amablemente, me dijo que eso significaba que algo tenía que me estaba ocasionando cierto desbalance del pasado en el presente, por lo cual me dijo que tenía que meditarlo.

La verdad es que ese detalle lo había hecho más por imitación y por imaginar que ahí vivía un búho. Talvez si le hubiera compartido éste último detalle ella me hubiese dicho algo más. Más ahora y siempre será incierto, y aunque haya tenido razón, para ese entonces, ahora es algo que atesoro como una experiencia más de lo que me sucedió cuando era un adolescente, un inocente adolescente…

Siempre me interesó el idioma del inglés: esa capacidad de hablar otra lengua y de poder concretar una conversación con alguien siempre me fue intrigante, maravilloso, atractivo, apasionante. El único problema era que el método de enseñanza de la maestra Ángela, al menos para mí, no fue el adecuado. Ella llegaba y se la pasaba hablando en inglés, pues aseveraba que esa era la forma de aprenderlo: escuchándolo aún sin saber, dado que así sucede con el español.

Ella hizo que nos aprendiéramos el saludo de good morning teacher, mismo que teníamos que responder luego de que ella entrara al salón (obviamente de pie), ella inmediatamente decía el famosísimo how are you?, siendo nosotros los que debíamos responder I´m fine y posteriormente regresarle la pregunta how are you?. Entonces ella respondía I´m fine, thanks you. Sit down, please y finalmente cerrábamos aquella diminuta conversación con el thanks you, teacher.

Una palabra que también repetía mucho era “alumno” aun refiriéndose a todo el grupo. Otra frase que, ahora yo les digo a mis alumnos, era decir open your book, misma que una vez empleó Martín para hacerle burla. Ella, por supuesto, respondió en inglés, pero es algo que no recuerdo y jamás sabré por el devenir del, nuevamente, tiempo. Las clases de inglés, en ese entonces, eran tres veces por semana.

Mas la maestra que estuvo cargo de dicha materia se ausentó por casi más de medio año por una operación que tuvo en la cabeza, tras haber tenido un accidente (o al menos eso se rumoraba). Para segundo año ella continuó con su incapacidad y finalmente, el prefecto Omar se tuvo que hacer cargo del grupo (quien sabe si el haya realmente tenido la especialidad o formación) hasta terminar el ciclo escolar. Posteriormente, antes de culminar el segundo año, el prefecto Omar nos hizo saber que la maestra Ángela ya no regresaría a dar clases, ya que había promovido su jubilación.

No demerito el esfuerzo que hizo (aunque sea mínimo) el prefecto Omar para dar la asignatura de Inglés (materia de la cual no teníamos libro), pero para ser honesto, el único Inglés que realmente fue provechoso y que realmente entendí fue aquel que recibí hasta tercer grado de secundaria (un año antes de graduarme), mismo que fue impartido por el maestro Alberto: un hombre alto, moreno, con dientes bien formados, pero amarillos, que siempre llevaba un portafolios, un pastalón de vestir y un suéter al estilo de los que confeccionan la abuelas para sus nietos. Su voz era bajita, más eso no era impedimento para aprendiéramos y comprendiéramos el idioma: todo lo contrario, él se esmeró no sólo para tratar de dar los contenidos que le solicitaba el propio ciclo escolar y grado, sino que además se dio el tiempo para regresarse y repasar los temas básicos que, obviamente, nunca vimos ni siquiera de embarrada.                                             

Secreto 29: PAHAMACA

 

Sólo el yo niño

Puede rescatar al yo adulto

 

El profesor Alberto, además de dar a conocer sus conocimientos de una manera que yo (y pienso que muchos) los podía comprender sin algún problema, también mencionaba ciertos “tips” para una mejor pronunciación del idioma del inglés, por ejemplo, el colocar la lengua detrás de los dientes de la parte inferior, ya que mencionaba que ello limitaría el movimiento de la lengua y la abertura de los labios, pues si deseaba dominar tal lengua era necesario ser consciente que se oponía a los movimientos de los órganos vocales para el español.

Además, él también compartió con todo el grupo que había estado viviendo una buena temporada en los Estados Unidos, cerca de más de tres años, lo cual le permitió la consolidación de sus aprendizajes en el idioma. Aunado a ello, la práctica docente era algo que le apasionaba, por lo que él realmente se sentía realizado cada vez que se paraba frente a los estudiantes para compartir parte de sus conocimientos. Por tal motivo, se consideraba una persona afortunada.  

Por otra parte, aunque él se mostraba siempre como alguien que vivía dentro de los frutos de sus sueños por los cuales luchó incansablemente, había algo que lamentaba de vez casi siempre al inicio del año escolar, sobre todo cuando se percataba a través de un examen diagnóstico de que su trabajo se tenía que duplicar o hasta triplicar durante un ciclo escolar dentro del mismo salón de clases, incluyendo hasta a todo el grupo completo.

Ese detalle que le causaba mucha revuelta, era tan simple en su inicio, pero que se enredaba y sumergía dentro de una dudosa tierra oscura, pero a la vez fértil: la dirección siempre le otorgaba los grupos de tercer grado en lugar de los de primer grado, ya que opinaba que siempre le tocaba reparar a los alumnos de los errores de sus “colegas” que de repente se les pasaban enseñar ciertos detalles básicos y principales.

Por tal motivo él se veía obligado a ensañar de forma apresurada, corriendo, buscando elegir siempre que dar, que esperar, que posponer, ya que en la mayoría de los seis salones del tercer grado se daba cuenta de que muchos de los estudiantes llevaban grandísimas deficiencias en cuento a la estructura en la escritura, así como la pronunciación. Educar al oído también era un arte fina que se tenía que perfeccionar, más era algo por lo cual también estaba limitado, dado que la escuela carecía de grabadoras o reproductores de video, pese a ubicarse dentro de una zona urbana.

No es que despreciara a ese grado en particular, más él tenía la pequeña idea de que el enseñar y atender a alumnos “nuevos”, es decir, los de primer grado, era una de las maneras ideales para que él plasmara cada uno de sus conocimientos esenciales desde un principio, es decir, muchos antes de que se formaran todos los mitos de la dificultad para aprender el idioma inglés, puesto que ya estando a punto de culminar la secundaria, no había quien no pensara que tal lengua era sumamente confusa, tan aburrida como el propio acto de no saber en qué emplear el tiempo y poco atractiva como para desarrollarse como una de las habilidades intelectuales particulares.    

Recuerdo una anécdota divertida, la cual se dio entre el primer examen que aplicó y las instrucciones para el llenado del mismo. Él decía que todos los años era lo mismo: a los alumnos se le olvidaba colocar su nombre en la evaluación. Así pues, dijo que, en esta ocasión, quien olvidara colocar su nombre le restaría un punto a la calificación que obtuvieran, como una sanción por olvidar algo que era fundamental, lo cual no sólo le molestaba, sino que al mismo tiempo le restaba tiempo para llevar un orden dentro del avance dentro del registro de su lista.    

Aquel día, luego de advertirnos dos semanas antes de la valoración escrita que aplicaría, llego finalmente el momento de la verdad. El profesor Alberto se dispuso a entregar las hojas que permanecieron boca abajo hasta que él diera lo orden de comenzar, misma que fue indicada luego de que culminara de entregar a todos los exámenes. Así pues, recordó no olvidar colocar el nombre o de lo contrario ya había una advertencia de por medio ¿Se imaginan que me paso? ¿Cierto?  

En cuanto a la materia de Artes, durante el segundo grado, estuvo a cargo de la maestra que ofrecía el taller de Corte y Confección. Ella era una mujer que usaba un bastón negro, brillante, con algunas decoraciones doradas, para poder caminar, ya que tenía lastimado el pie. Parecía que ese problema lo tría desde niña, aunque también pudo ser un accidente durante su juventud. La realidad que ni uno de nosotros conocía la historia real de esa dificultad física.

Cuando yo ingresé a secundaria aquella mujer ya tenía más de 40 años. Su rostro era redondo, con las mejillas ya desaparecidas entre las manchas de la piel y las arrugas de la edad. Además, usaba anteojos para enseñar y para caminar siempre lo hacía portando un par de gafas oscuras. Pienso que eso se debía a un gusto, a una moda o, incluso, a un signo de vergüenza.

Con ella hicimos varias actividades artísticas con ella durante aquel ciclo escolar, más del trabajo que recuerdo es aquel paisaje que realice con acuarelas y cáscara de huevo triturado sobre papel cascarón, sí como el relleno de papel lustre sobre los dibujos (Por aquel entonces yo dibujo un muñeco de la serie Yugioh, la carta que se llamaba arlequín sin rostro, una figura que me causaba intriga, misterio, en medio de un niño y una niña a su lado, con capacidades mágicas y hechiceras).

Más como maestra del taller de Corte y Confección era sumamente estricta y causaba algo de miedo a los estudiantes debido al tono de voz fuerte que poseía e imponía. Yo supongo que esa era su especialidad y, ahora que lo vivo, pienso que al ofertar la materia de Artes sólo fue un complemento a la falta de personal que había en la secundaria. Yo no tengo tan malos recuerdos de ella, dado que siempre cumplí con las actividades (aunque debes en cuando había una llamada de atención a todo el grupo para guardar silencio). Lo de ser rígida me lo platicó Irais, quien estuvo en ese taller y quien me aseguró que le gritaba muy fuerte a aquellos que no llevaban el material completo: sea las reglas especiales, sea la tela, hilo, tijeras, etc.

En cambio, la maestra de Artes de primer año fue la de Taquimecanografía. Con ella hicimos sobre una cartulina un dibujo y aplicamos la técnica del salpicado de tinta con su cepillo de dientes (técnica que me gustó mucho y hasta la fecha debes en cuando sigo aplicando en algunos de mis trabajos profesionales). Por aquel entonces yo veía mucho la caricatura de Bob Esponja (claro que al inicio no me agradaba, más después de que Ana Laura me la recomendó comencé a verla y tras, coincidencia o no, ver el primer capítulo que se conoce como “solicito empleado” quedé encantado con la actitud y la perseverancia del personaje), por lo que hice una réplica de él en forma de fantasma.

También realizamos esculturas con jabón de barra. Yo hice dos: la misma figura de Bob esponja en fantasma fue la primera, y la segunda, fue con una barra de jabón zote rosa en donde intenté reproducir la Venus de Milo, imagen que viene en una caja de cerillos muy conocida y ya con más de 50 años de existencia en México. Debo aclarar que al final no quedé conforme con ninguna de las dos y tampoco me di a la tarea de practicar nuevamente, aunque había una inclinación a las artes plásticas.  

Con ella también esculpimos figuras con plastilina de colores. Yo elegí dos barras y después intercambié mis colores por otros diferentes con mis compañeros. Durante la clase yo hice a “Gari”, un caracol que fungía como la mascota de Bob Esponja, más que emitía maullidos como si se tratase de un gato. También esculpí al propio Bob Esponja y otras cuatro figuras que se relacionaban con la caricatura: unas algas que más bien parecían maguey, las imágenes de flores que también se ven en el fondo de los escenarios de dicha caricatura, más es de lo poco que hasta la fecha recuerdo.

De hecho, ahora que abuso y aprovecho que se encuentran trabajando mis neuronas a un nivel como antes, con un profesor hicimos la realización de pipetas y figuras de vidrio con tubos largos de cristal (es posible que las haya realizado con el maestro Paquito o Martín). Yo hice seis y las coloqué pegadas con el silicón rojo, que utilizaba mi abuelo para sus trabajos de mecánica, sobre un octavo de papel cascarón.

Tal trabajo perduró vivo por varios años, incluso casi hasta mis primeros días de licenciatura en la universidad del estado, hasta que finalmente fueron destruidos luego de que abandonara la casa de mis abuelos, claro que lo mismo sucedió con todos los demás trabajos que resguardaba cariñosamente. La idea de lo que fue ahora se mantendrá dentro de este templo letrado, del estilo biblioteca menta, para mi seguridad y confort.  

La profesora Arlet, también de Artes, de tercer grado, atendió a nuestro salón, aunque su clase era más bien hora de platicar con ella, hora de hacer tareas para otra clase de otro maestro más severo, hora para salir a ver partidos de futbol en las canchas. Su apariencia era estética para la vista: era un cuerpo doble, piel clara, maquillada, cabello corto, pero ondulado y con rayitos.

El carácter de aquella mujer era grato para todos, cálido, y empático: no había distinción entre los que cumplían y los que no. A ella nunca la vi molesta o enojada, pues su temperamento tenía la suavidad propia del agua, y si algo le disgustaba sabía manejar el arte de la ironía y la evasión. Por esa forma tan diferente a los demás profesores se ganó el respeto de todo el salón, ya que no había alumno que le faltase al respeto, por el contrario, figuraba entre la favorita de todos.

Ello, para mí, me garantizó la concentración en otras materias que solían requerir más tiempo y mayor concentración, tal y como lo era por aquel entonces el inglés. A la maestra Arlet muchas ocasiones la vi con junto al profesor Saúl y muchas veces imaginé que eran novios y terminarían en santo matrimonio, algo que me parecía grato ya que como pareja se veían bien. Claro que, luego de culminar la secundaria no retorné y no sé cuál fue el fin (con el pasar de los años) de los dos.

Talvez hicimos trabajos escolares con ella, talvez no. Sólo recuerdo que contra ella jugué uno de los partidos más “arriesgados” de ajedrez de mi corta vida (todo el conocimiento de mis amigos aplicado sobre un tablero, en un determinado momento, en una determinada hora y acompañados por algunos de ellos). Claro que por algún motivo surgió, con ese juego, una apuesta: si yo le ganaba ella me regalaría un punto en mi calificación final, más si ella ganaba, me reprobaría automáticamente.

Como ya lo dije, ese momento, para mi edad, fue intenso y también de gran ganancia al vencerla durante esa partida. Talvez se dejó ganar, talvez fue suerte. Más ese momento trascendió para mí, como muchos otros. Debo de agradecer a Daniel, a Enrique y también a Monse, quienes me acompañaron desde que inicié hasta que culminé la partida. Martín, Gerardo, Delfino y Edith Gonzáles iban y venían al escritorio, en donde se desarrollaba el juego. Sin embargo, quien me felicitó y se sorprendió del resultado final fue Monse, de quien recibí un abrazo.

Durante mi estancia en esta secundaria federal también aprendí a buscar formas para generar dinero. En primer grado hubo una excursión a las ruinas de Teotihuacan y a la Feria de Chapultepec organizada por el maestro Saúl. Yo quería ir en ese viaje y conocer tanto las ruinas como al parque de diversiones. Mis abuelos, por otra parte, no tenían dinero más que sólo para comer. Así pues, yo me di a la tarea de vender globos rellenos de harina (los cuales se ponían de moda para hacer bromas pesadas), siendo mi prima Elvira la que me ayudó a ofrecerlos, aprovechando que se venía la coronación de una reina. Con ello recabé no más de 20 pesos, pero todavía estaba muy motivado, muy ilusionado, con esas ganas y esa actitud de que todo es posible.

Por ese tiempo yo sabía que, por mi edad, ya no era posible salir a pedir dinero o dulces en temporada de Hallowen, más lo hice advirtiéndome que sería el último año, y lo recabado sería para mi viaje. Los días pasaron y de igual manera sólo junté cerca de 50 pesos. Haciendo la suma llevaba yo 70 pesos. El día se acercaba y no llevaba ni siquiera la mitad del costo del boleto, el cual era de 250 pesos.

Más por esos días se llevó a cabo una Kermes, precisamente para recaudar fondos (no recuerdo para que). A mi salón le tocó preparar envueltos de mole. Mis abuelos me apoyaron llevando un cuarto, más como Daniel ese día apoyó porque estaba en la caja, de los envueltos que se vendieron me apartó 40 pesos. Nadie lo supo, sólo él y yo, porque la idea era ir ambos a la excursión.

Junté 110 pesos, más todavía me falta mucho y estábamos a dos semanas de que se llevara a cabo la excursión. Yo estaba muy triste, porque sabría que no lo lograría. Dios escuchó la imploración de mis ruegos y me mandó a mi tío Juan (su bondad pronto se vería opacada por la desgracia del destino), esposo de mi tía Norma, quien me dijo que pondría el resto. Yo estaba muy feliz, muy contento, muy agradecido, porque al viaje iría también Elvira.

Ese día del viaje llegué corriendo junto con mi prima. Ambos nos fuimos juntos en el tercer autobús. A Daniel le tocó irse en el primer autobús por haber pagado a tiempo. Más el ir con mi primar me hizo conocer y platicar con Lucina, una amiga de mi prima que me cayó muy bien y con la cual hice buena amistad desde ese día. Los tres, durante todo el viaje permanecimos juntos y no nos separamos.

Lucina era una niña delgada, entre la estatura de mi prima y la mía. Su piel era blanca y su tono de vos era delgado y dulce. Al igual que mi prima, no terminó la secundaria, ya que ella terminó juntándose muy joven y siendo mamá casi después de que se juntó. El chico con el cual hizo vida conyugal también estudiaba en la secundaria y en el mismo salón. Su nombre no lo recuerdo, pero era uno de los más altos de la escuela.

Mi prima Elvira se quedó en segundo de secundaria. Ella me quería mucho y yo igual. Solíamos ir a las maquinitas de “Don Chávez” a jugar video juegos. Además, ella se hizo amiga de Oscar: uno de los más simpáticos de toda la escuela. Anduvo de novia con Filemón, uno de sus compañeros de salón, más sólo duraron una semana. Ella siempre hablaba de un tal julio “El pellejas”. Yo siempre creí que le gustaba, más ella lo negó siempre.

Quien siempre le rogó, más nunca anduvo con él fue con uno de sus compañeros que se llamaba Arturo, más nunca le hizo caso. Arturo terminó casándose, y después divorciándose, con Lucrecia, una de mis compañeras de salón que estaba “muy desarrollada” y con quien también tenía diversas platicas. Es un extraño recordar hasta apenas a Lucrecia, y con ella, a Adriana, otra compañera que era similar al Lucrecia por ser bajitas, pero con el cuerpo de una mujer joven.

Fueron pocas las veces que salí en excursiones escolares. En primaria fuimos a Izucar de Matamoros a nadar a San Carlos con la maestra Blanquita. Fuimos todo el salón y de regreso de aquel balneario, por alguna extraña situación íbamos diciendo adiós a todos desde el autobús. Hubo una hermosa señora que decidió jugar con nosotros desde su coche, haciéndonos adiós con las dos manos: una lagrima se ha derramado. Simplemente no puedo evitar mirar al pasado, con nostalgia y recobrar todos esos tesoros con la añoranza de revivirlos, más en este caso, de plasmarlos a través estas letras.

Tampoco he de olvidar a Ana Karen, una niña simpática de cabello muy largo y ondulado, la cual rentaba en una vecindad con su familia. Ella fue amiga de mi prima Elvira, pero también me hablaba a mí. Ellos venían de Orizaba y una vez que terminara la primaria, ella y su familia se regresarían para allá o para Veracruz. También había una niña delgadita con pequitas, cuyo nombre no recuerdo, más ella estaba enamorada de mí.

Regresando a los eventos de secundaria, también debo de rescatar aquel taller de Ajedrez en el cual participé desde que inició hasta que culminó. Quien lo impartía era el maestro del taller de Electricidad en conjunto con maestro Martín. El primer día todos estábamos emocionados y habías más de 30 niños, más conforme avanzó el tiempo sólo quedamos unos cuatro por mucho. Ana Laura participó también y muchas veces jugábamos juntos.

El profesor Martin sólo dio una clase de ajedrez el primer día: el caballo se mueve en forma de “L” y es la única pieza que puede brincar. De ahí nunca más volvió a dar una cátedra, ya que se la pasaba jugando contra el maestro de electricidad (un hombre delgado y bajito, con voz un tanto amanerada). Yo aprendí gracias a Ana Laura, Daniel, al niño que le decían el Chuky y otro niño delgado, moreno, del grupo “A”, y claro, perdiendo muchas partidas.

El maestro de Ajedrez que ingresó un año después sólo sería exclusivo para primer grado: era un hombre alto, rapado, con bigote y con panza. Dado que la popularidad del taller decreció, ambos talleres se juntaron y sólo quedó uno a cargo del maestro Martín y del “Pelón”. Con este último aprendí a dar jaque mate solamente con Dama, después con Torre, con dos Alfiles, con Caballo y Alfil.

Quien también me enseñó a reflexionar más mis jugadas fue uno de sus alumnos de ese maestro pelón y bigotón: un niño morenito y delgado. Con el siempre que jugábamos quedábamos empatados. Así sucedió durante tres partidas, hasta que, en una, finalmente me ganó. De ahí, me volvió a ganar otra dos veces y sólo fue hasta la siguiente que le gané una vez. Él fue mi rival, más sólo de forma amistosa.

Gracias a ese taller, yo fui a concursar a un torneo a nivel zona. Íbamos tres niños y una niña: en número 1 iba un niño peloncito, muy bueno en el ajedrez como su propio maestro, en segundo iba el niño flaquito del “A”, el tercero yo y en el 4 una niña que se llamaba Mariana. Para pasar al siguiente nivel todos teníamos que generar la mayor puntuación en equipo. Más los marcadores no nos favorecieron como se esperaba.

El niño peloncito ganó cuatro juegos y quedó uno empatado. El niño de “A” perdió cuatro y sólo ganó uno. Yo perdí dos y gané tres. La niña sólo ganó uno. En mi caso, mi primera partida, aunque llevaba ventaja, por confiado la perdí. Mi última partida me dejo una lección de humildad. Mi rival provenía de una secundaria técnica y cuando supo que mi número era el tres, me saludo extendiendo la mano diciendo que también estaba en esa categoría.Yo no le di la mano, más por timidez y porque no me imaginaba que él hiciera eso, más aun así fue descortés. Cuando me enfrenté a él en mi última partida, él me destrozó jugando con su dama, el único detalle fue que, cuando le capturé su dama, le causó tanto daño que no logró reponerse. Yo le gané aplicando la técnica de Rey y Dama contra Rey. Después de ello, fui yo quien quedó agradecido por la lección de educación que me dio.   

Secreto 30: PATLANI

 

¿Cuántas veces mi armadura se vio desgastada?

Las mismas veces que te convertiste en mi escudo y espada

   

Cada vez que me lo permito (porque suelo ser un loco programado entre el horario y las actividades), me imagino a mí mismo sentado con la espalda recta (algo que siempre me ha costado y cuyos esfuerzos son intensos cuando intento meditar) observando a este gigantesco mundo social que se encuentra debajo de mí, girando con toda la tierra y caminando siempre en contra de ella (aunque sólo sea en la imaginación) y, aunque el límite es aquello mismo que sucede enfrente de mi cuerpo, es inevitable querer profundizar en toda esa composición que me modela, que me atrae como fuerza de gravedad hacia un centro físico e inhóspito afín de saber el orden de cada ente que funciona dentro de un espacio que está configurado bajo ciertas características: yo soy parte de él, más debo de admitir que ello me molesta demasiado.  

Hay una dicotomía (partes que se contraponen según la maestra Ligia) entre lo que muchos han nombrado como destino y entre aquello que me agrada siempre mantener en alto y el origen de la existencia: el azar. Claro que, bajo ciertos criterios, estoy casi seguro que nunca podría vencer los argumentos de los que creen y defienden al ingeniero del destino y sus brazos mecánicos que actúan como lianas en la selva.

Aun así, con toda la evidencia que ellos pudieran recoger, utilizar, demostrar, justificar para persuadirme de momento, cuando pase alguna hora o día, yo no voy a estar tan seguro de cual se impone o de cual sea mera ficción de la cabeza del ser humano para sostener tales o cuales actos que se dan tanto para el desarrollo de la historia cotidiana como en los grandes textos de la literatura universal que inundan las bibliotecas y las universidades (soy un ser sumamente necio que le fascina beber constantemente de la fuente maravillosa de la especulación y los divagues).

Más ello es algo que debe de trabajarse bajo el paradigma-arlequín de la realidad: lo que se es y lo que se será (esto para lograr arrebatarle el poder a la frase de “por algo pasan las cosas” que mucho se le ha dado en los últimos años, pues lo que “fue” sólo será tomado en cuenta como un germen o virus histórico que dé como resultado una fracción mínima del presente, de lo contrario, el intelecto de nuestra especie estaría ligada a la mera casualidad, a lo accidental y no estaría acobijado de la manta de la razón).

Talvez eso sea aquello que se conoce como presente: una mínima fracción del pasado reflejo dentro de su continuo vigilante, una fracción del destino artificioso manejado por un titiritero cuyo rostro jamás definiremos tanto por la oscuridad del universo como por el exceso de luz que le da el sol para darle luz, una fracción de lo natural (que apenas si se escapa nítidamente de lo artificioso) y una fracción del bendito azar (que tanto amo).

Más como todos estos conceptos ya han sido abordados por multiplicidad de autores, filósofos, sabios y filántropos (que incluso leído para esclarecer ideas) ahora sólo me enfocaré a recordarlos y mencionarlos en cuanto me sea permitido por mi pequeña cabeza distraída, con tal de que cada zona geográfica obtenga sus propios argumentos que sustenten sus decisiones y sus respetables estilos de vida, de pensar, de costumbres, y por supuesto, por su futuro próximo emanado de su presente en construcción continuamente.  

Dentro de la comunidad rural de Miguel Aldama, que no escapa a ni uno de los pilares ya mencionados, es importante que sean tomados en cuenta por cada uno de sus habitantes, antropólogos e historiadores para que procedan a respirar esas partículas que den respuesta a los porqués, a las confusiones, a los conflictos que podrían presentarse dentro del aquí y dentro del ahora, para decidir y no convertirse en víctimas de sí mismas y de las circunstancias, aunque aquí se vislumbre constantemente el límite y poder de las mismas.

Hay inclinaciones que perturban la delicada línea recta (o semirecta) de los pasos, haciendo que aquel cuerpo que la dibuja con su energía la remueva hacia otro plano, hacia otra dirección, hacia otro sentido (una inagotable riqueza de masa esperando a ser moldeada). Aquí entonces surge una ramificación ¿Repetible? ¿No repetible? Los resultados nos dirán una verdad (talvez relativa) del fenómeno que sucede en tal “modelo” de experimentación, de aplicación, dando como resultado lo que los matemáticos han bautizado como la probabilidad.

Aunque en muchos de los casos la experimentación está en constante peligro por la propia riqueza de la cotidianidad (¿Estará peleada la innovación con el pensamiento ancestral?), ello no implica que su importancia y validez desaparezca de los grupos que están afuera de los científicos, ya que sucederá todo lo contrario: el grupo de especialistas adquirirá una responsabilidad intrínseca que le concierne al propio conocimiento y a los seres divinos de la luz y la vida, afín ya no de que la especie humana perdure, sino de que el concepto de movimiento, crecimiento y evolución bajo ese centro que se cataloga como vida perdure hasta que el universo vuelva a fusionarse con nosotros mismos, con la materia biológica que somos.         

A Laura, por ejemplo, le tocó vivir dentro de un pequeño experimento en torno a la decisión propia y el poder que a ella le atañe: la que le recomienda el maestro aplicar siempre, la que observa por parte de su hermano rebelde ante toda palabra que le incomoda, la que influye directamente de los padres por el hecho de ser adultos y cargar responsabilidades, la que observa a partir de sus demás compañeros de acuerdo a sus gustos y preferencias (o influencias), y posiblemente, dentro de algún grado dado que al final del día prefirió: de ella misma, permitiendo trabajar la duda y su contraparte, la seguridad y su contrario, quien podría permitirse personificar y quien no…

Las primeras clases en Miguel Aldama, en la escuela secundaria de Ignacio Allende, junto a la estudiante Laura, dejaron mucha expectativa para bien, dado que todos, incluyéndola a ella, mostraban empeño para el aprendizaje y el trabajo. Claro que, en el caso particular de Laura, claramente, había mucho que trabajar a detalle. Yo, por una parte, poco a poco crecían algunas dudas en torno a ella: tanto por la rapidez en la cual terminaba la actividad como por la forma en la cual presentaba su trabajo (a veces con orden, a veces con letra clara, a veces con múltiples colores, a veces se reflejaba el poco ánimo que llevaba), y aun así valoré siempre lo que presentaba sobre las hojas de las diferentes libretas escolares.

Esa actitud (aparentemente) fresca de alguien que recién termina (o cree terminar) una etapa de su vida e inicia una nueva en otra institución educativa se mantuvo casi durante el primer trimestre, empero, a partir del cuarto mes hubo un pequeño cambio: no para bien, pero tampoco para mal, sino para que ese ser de libertad comenzara emerger, a transfigurarse de las neuronas a la actuación (talvez la etapa de la adolescencia no sea la más difícil por los cambios biológicos, físicos, psíquicos y emocionales, sino la etapa más rica por la diversidad de sensaciones que se liberan en torno al crecimiento, pero que a muchos les gusta tachar de volubles por lo rico que resultan, pero por lo poco que se conocen sobre ellas).

Yo, cruelmente, les di a elegir que libros deseaban trabajar durante este ciclo escolar: por un lado, estaban aquellos que poseían más información, investigación, teoría (de acuerdo a mi perspectiva), y también estaban aquellos que estaban dirigidos al “pensamiento”, pero con falta de línea bien clara y dirigida, pues todo el libro estaba en torbellinos como si fuese un esbozo o boceto de muchas líneas, círculos y puntos, esperando por el artista que les diera un cuerpo, una forma, un fin. Yo transitaba (y todavía lo sigo haciendo hoy en día y hasta que de mi último respiro) por una senda que abarca la tolerancia, el respeto, la diversidad, el libre albedrío, la decisión y la conciencia.

Aunque reconozco el mínimo esfuerzo por aquellos libros que estaban más orientados al desarrollo del pensamiento, no puedo dejar de decir que dejaban mucho que desear cada una de sus páginas, de sus contenidos y de los ejercicios que conformaban las lecciones o temas (o unidades): eran unos superlibros que abarcan desde el preescolar, la primaria y hasta la secundaria, y aun así, no rebasan de las 300 páginas: no sólo se pretendía un ahorro en cuanto a material bibliográfico (respetable desde el punto de vista ambiental, pero ¿A dónde se dirigen los recursos?), sino que también (presiento) que se pretendía dar a conocer lo más básico de lo básico. Bastaba con leer que los autores de tal edición en realidad sólo eran compiladores de otras ediciones igualmente deseosas de párrafos, teorías y conocimientos por parte de expertos.

Laura (la niña de piel blanca con mejillas chapeadas y siempre peinada de coleta entera), luego de estudiar con aquellos que consideré mejor en cuanto a temas y actividades, decidió cambiar por aquellos que otorgaban mayor valor a la construcción del conocimiento (aparentemente). Yo, por supuesto, se lo permití, pues ese era su deseo, aunque desde el fondo de donde inicia mi ser no quise que ello sucediera, odié esa decisión, pero estaba aferrado a no tratar mal a mis estudiantes, a no gritarles, a tratarlos como seres humanos, a respetar su individualidad, a fomentar su decisión temprana, porque es cierto lo que dicen por ahí algunos autores: ellos deben de aprender a decidir desde pequeños y no de manera inconsciente.

Yo procuré ser lo más claro posible al advertirle sobre mi punto de vista. Sin embargo, dada tal decisión, al final del día la apoyé. Claro que también me tomé el momento pertinente y le expliqué que la ayudaría con ese material, como a todos los demás, hasta donde alcanzaran mis conocimientos y aptitudes (me gusta hacerles saber a mis alumnos que no por el hecho de ser maestro soy un ente que todo lo sabe) más que no por ello descuidaría al otro grupo que preferían continuar con los libros que yo había sugerido: era, digamos, por así decirlo, encontrar un equilibrio para establecer dos formas de trabajo dentro del salón de clases.

Y de esta manera ella continuó con sus estudios según sus deseos y posibilidades, por un lado, y los demás alumnos con los libros que propuse, por otro. A veces pienso que fui sumamente cruel y sumamente egoísta por permitirle ese cambio repentino, brusco, y aunque encontré consuelo bajo las palabras de un amigo diciéndome que hacía lo correcto, mi corazón me decía, me gritaba, me reprochaba que así no debería de ser el asunto, no cuando se trata de la formación de un infante, de alguien que necesitará todo el conocimiento posible para sobrevivir a este mundo duro y voraz.

Laura, en una plática corta a la hora de receso, me comentó que ella prefería tomar esos libros puesto que al terminar sus estudios de secundaria se iría a trabajar a la ciudad de México vendiendo la miel que producían las abejas de uno de sus tíos y también haciendo jarritos, ollas y platos de barro, lo cuales se vendían bien por lo tradicionales que resultaban para muchos. Además, las cazuelas eran de las preferidas, por la cantidad de alimento que se podían guisar dentro de ellas para los eventos especiales.  

Tales actividades son, al tiempo, una noble labor y un ejercicio de primera necesidad, así como una admirable actividad ancestral como muchos otros empleos (La mal llamada sisi siempre recalcó que el trabajo de barrendero era tan digno como el de maestro, siempre que se fuera un barrendero al estilo de la actitud de las películas de “Cantinflas”, aunque muchos piensen que ello es sinónimo de conformismo, idea que definitivamente yo no comparto en lo más mínimo). Más, aun así, a lo que ella decidiera dedicarse, era preciso que conociera todo lo que el mundo había logrado a través de la ciencia, la investigación y el trabajo en los laboratorios y que en sí mismos pertenecen a los derechos humanos.

Su madre, al ser mujer, sólo le permitiría culminar los tres grados de secundaria, como sus otras dos hermanas. Su padre, por otra parte, opinaba que con estudiar los seis grados de primaria (o hasta de ser posible sólo hasta tercer año) bastaba para vivir, ya que aprendiendo a sumar, restar, multiplicar y dividir era más que suficiente. Y claro, saber leer y escribir también era importante. Todo lo demás carecía de valor para él, incluso, el estudio de la medicina.  

A todo ello que vivía Laura se agregaba un eslabón más a la balanza del azar (o del destino para otros): la familia iba al día con el sustento que llevaba el padre a través de su oficio (albañil), lo cual traía como resultado que ni uno de ellos podría pagar estudios de bachiller a Laura (la niña más alta e inquieta del salón), aunque quisiera o mostrara las capacidades para continuar estudiando (yo siempre la vi como una abogada o mujer de política prometedora, algo que, por supuesto, se lo compartí en más de una ocasión).

Yo estoy sumamente amarrado al amor por los saberes, los descubrimientos, las inferencias y todo aquello que es digno de la curiosidad desde que tenía su edad. Por tal motivo, escuchar las palabras de Laura y luego conocer un poco sobre la situación familiar de la niña (agregando las dificultades geográficas) fue un golpe de espada filosa de la propia muerte, causante de hemorragias mentales. Por tal motivo, no sólo la compadecía a ella, sino en general a toda su familia.

Sin embargo, diré algo que ya muchos saben, pero que es preciso mantener siempre y no dejarlo sólo a la sombra de la deducción: estudiar no está demás, pues es una herramienta tan valiosa como lo es el trabajo del constructor o el trabajo de la cocinera: algo que siempre he dicho y nunca me cansaré de repetir, aunque las circunstancias en México sean algo extrañas: la clase profesionista batalla mucho tanto para encontrar trabajo estable como para vivir de lo que estudio, porque es cierto que aunque seas pedagogo puedes terminar trabajando como administrador y así hay un sinfín de ejemplos (Yo mismo me incluyo dentro de esta categoría).

A Laura le había tocado vivir dentro de una familia un tanto difícil: con su hermano Jesús, con el cual peleaba mucho, casi a diario, incluso dentro del salón de clases no se hablaban y cada vez que los ponía a trabajar juntos, simplemente sino los cambiaba, no hacían las actividades. Un tanto de ello bien se originaba en su extraño carácter fuerte que ambos poseían, posiblemente era resultado de la ira generada por los chantajes de la madre, posiblemente por la imposición de los deseos del padre, hay mucha tela de dónde cortar... Talvez me hecho la soga al cuello, no lo sé, pero de que hay gato encerrado, lo hay. Dejaré esto en manos de los expertos.

Así se la paso Laura (la niña con la voz más fuerte de todo el salón) hasta por ahí de febrero, cuando se aburrió de los libros que le permití estudiar y aunque a principios de marzo ella decidió reintegrarse al grupo con los libros que estaba trabajando desde un inicio, no volvió a ser la misma niña entusiasta que conocí los primeros días. Talvez fui yo el que apago esa vela al permitirle cambiar de libros y luego regresar a los primeros, talvez se deba al descuido por parte de la madre que se estaba llevando a cabo desde diciembre del 2019, talvez atravesaba problemas que ni yo mismo conocía.  

Laura, como toda niña de su edad, era algo traviesa y yo, por supuesto, fui tolerante por mucho tiempo con ella. De hecho, me enorgullezco al presumir que nunca le grite y si le llame la atención fueron sólo con dos o tres veces. La mayoría del tiempo hablaba más como aconsejando que como exhortando y es que, como maestro, no debo ocasionar recuerdos que causen tristeza o melancolía a su existencia jovial, ya que ¿Con qué bellos recuerdos vivirán el día de mañana cuando la noche, por algún motivo, caiga sobre ellos? ¿Por qué ocasionar heridas que sólo perpetúen la represión que se supone se ha estado combatiendo desde el renacimiento?   

Ellos, como todo ser humano que habita en este planeta, tienen derecho a una infancia (o vida) libre de todo tipo de violencia y recubierta de amor fraternal y comprensivo donde pueda florecer su seguridad, su autoestima, sus sueños y de que se percaten de es posible vivir dentro de un mundo donde sólo haya espacio para la armonía y la paz (aunque se escuche muy cursi o idealista).

Laura rompió un foco casi al inicio del ciclo escolar y muchas veces se gritó fuerte con Diego, llegando hasta a la agresión física, más, aun así, siempre busqué que se llegara a un acuerdo por parte de ambos, como, por ejemplo, que cada uno tuviera su mesa con su respectiva silla, y, en consecuencia, su espacio (aunque la mamá de Laura argumentaba que debía de obligarlos a sentarse juntos porque debían aprender a convivir. Yo, por supuesto, opinaba que había que darle tiempo al tiempo, ya después, por naturaleza, ellos se acercarían sin necesidad de mí o de las circunstancias, sino por su propia decisión).

Aun así, no dejo de pensar, pese a todo el disgusto que Laura me llegó a ocasionar, que hay un espíritu noble y fraternal dentro de ella, no es su esencia, sino en el exterior, el cual tuve la fortuna de conocer. Que ha sido difícil para sí misma por cómo ha sido educada claro está, pero es inevitable que deje de ver en ella esa chispa de bondad, esa chispa de amistad, de niña que merece tener una oportunidad para llevar a cabo su vida con respecto a lo que piense que es más conveniente para sí y conocer que el paraíso se vive y disfruta aquí en la tierra, en la tierra de que habitamos.

En cierta ocasión (bueno, una de tantas) que hablé con ella por los malentendidos que tenía con Diego, ella terminó llorando, diciendo que lo sentía, pero que ella le gritaba porque él también lo hacía. Pienso que si algo aprendí de Rodrigo es que me duele ver llorar a mis alumnos. Aquella tarde, sólo me limité a consolarla y decirle que buscara moderar su carácter y que, de ser posible, por el momento se alejara de Diego, a fin de que no tuviera problemas porque lo que menos quería era mandar a traer a su mamá.

Otro recuerdo de ella es cuando cambió mi cargador por el suyo. Yo me di cuenta luego de percatarme que mi celular no cargaba. Al hacerle el comentario, lo dice recalcando que si había sido un error dado que los cargadores eran los mismos no había problema, pero que, si había sido apropósito, entonces tenía que trabajar más en ciertos valores. Aunque toqué los dos puntos, hice mayor énfasis en el error de cambio por ser idénticos, claro que mi mente me dictaba más la segunda hipótesis, misma que preferí ignorar.

Ese día, al terminar la clase, posiblemente por el detalle del cargador del celular, Laura se había ofrecido a lavar los baños. Algo que agradecí. El mundo de los niños es el más bello, y el mundo del perdón en definitiva es invaluable. Yo espero en Dios que guie a Laura, porque su situación no sólo es algo compleja, sino que bien podría orillarla a tomar decisiones poco fructíferas, ya que a todo lo anterior se agregaba un rumor que me había platicado doña Mari en una de aquellas tardes en la cual fui a su casa a comer.

Resulta que Laura había dicho un rumor (el cual yo no dejaría dentro de una bolsa de saco roto): su tío abuelo la había manoseado hace un año, más por miedo no había dicho algo sino hasta apenas. Por tales palabras sólo me comentaron que casi le da un infarto a su madre y todo quedó ahí. Durante las clases de formación Cívica y Ética siempre hice énfasis en que cada uno de ellos era dueño de su cuerpo y que ni una persona, fuese maestro, fuese amigo, fuese familiar, tenía el derecho de tocarlos y que si ello sucedía tenían que denunciarlo, porque no hay persona que deba de ultrajarnos. Más por la pandemia que se desató ya no regresamos a clases presenciales y me fue imposible investigar tal asunto.                 

Secreto 31: Acuetzcomatl

 

Sedúceme, ¡oh! canto grave

Con la rigidez de tu vibración cual vaso de vidrio

 

El canto de la mujer solitaria, diosa de la ópera, me regresa la fuerza interna sumergida en las corrientes frías, me regresa la intensidad para volver a saborear porque ésta se ha visto desgastada por los tragos amargos, me regresa la vibración magnifica del tono a cada milímetro de los glóbulos rojos mi sangre, induciéndome a cantar desesperadamente mirando hacia el intenso e infinito cielo, provocándome a cantar con un movimiento sutil de las manos y los brazos como queriendo imitar la ligereza del místico y refrescante viento: sin fricción alguna, me induce a rasguñas con las uñas mordisqueadas las paredes frágiles de mi habitación, de mi puerta, de mi propio manicomio, me induce a imaginar sus dientes blancos y la ferocidad que despide cada uno de ellos, me induce a imaginar esa garganta sobrehumana con el potencial fulgor de un atleta olímpico, me induce a respetar las fuerzas sofisticadas y caprichosas del viento, del propio aliento y toda partícula liviana que es capaz de sobreponerse a la materia sólida por muy resistente que esta aparente ser.

Mas todo ese éxtasis que me seduce incansablemente como el propio yunque del odioso recuerdo, que me seduce como lo hacen los sueños inundados de imágenes y situaciones que nunca comprenderé por más que me afano en descifrar, son definitivamente los regalos de las musas mayas inspiradoras que en ocasiones las bendigo y en ocasiones las maldigo, porque al tiempo que me traen el fabuloso ingenio, la inagotable imaginación y la balanza de la paz, al tiempo también me traen una gran piedra de desdicha, poca la flama de la gloria y la gran sombra de la melancolía al abandonarme en mi trabajo en desarrollo, obligándome a dejar un trabajo inconcluso, un trabajo a medias.

Es una gran y terrible maldición tener muy cerca de ti ese sonido (porque ni siquiera es voz) que te diga qué tienes que sentir con forme avanzan sus vibraciones (y no precisamente hablarte al oído, sino al tacto y aun así escuchar todo su esplendor, siendo la piel erizada por el propio tono), pero que a la vez te impida escribir por lo grato y atractivo de su cuerpo enteramente secreto y recubierto por la oscuridad de las cavernas abandonadas, de su cuerpo sensiblemente invisible, pero perfectamente presencial para el amante de la flojera, de la sorpresa, de lo azaroso.

Sólo tú, canto que sube y baja, que se vuelve intenso y de inmediato regresa a lo sereno, que crea curvas mágicas e imaginarias instantáneas mágicas, que te lleva a un mundo puramente sensible y te trae de regreso donde la materia te limita, que te habla sobre el verdadero significado del amor, quitándole esas impurezas que lo acercar al desamor, sobre la tranquilidad que se manifiesta con todo su esplendor en medio del éxtasis de una recamara vacía, seca, en blanco, porque es de comprenderse que los misterios de la sensación nunca abandonaran ese castillo que los resguarda de todo mortal, de todo mundano, de todo indigno, de todo insensato, de todo insensible.

Yo he pretendido imitarte desde que era muy pequeño, claro, sin lograr obtener un resultado en concreto o que me dé una señal de que lo he logrado. Yo siempre he pretendido invocarte desde que cruzaba la adolescencia de los 12 años, más todavía no siento que te hayas hecho presente con toda esa grandeza que te caracteriza. Dime ciego, dime sordo, dime todo ello que quieras, pero aún así no te escucho, no al menos, completamente, como quisiera.   

Te gusta jugar conmigo, y aunque debo admitir que hay ocasiones en que ello me molesta, también debo de admitir que es el mejor juego que he jugado ¿Y sabes por qué? Porque me haces sentir que siempre estoy a la par de ti, que nunca pierdo pero tú tampoco ganas ¿Sabes lo maravilloso que es ello? Yo supongo que sí porque hasta la fecha es algo que continuamos haciendo, es algo que continuamos compartiendo y estoy segurísimo que lo haremos por toda la eternidad dado que, el hecho de haberte conocido, para mí, es el matrimonio divino que todo ser en desarrollo quisiera vivir: no me atas, no me corres, no me celas, no me dejas, no desprecias y no dejas de abrazarme y besarme… y no es que te sea infiel, sin embargo todo esto me sucede con muchos de tus rostro: más siempre es tu mismo cuerpo…

Detenerse a recordar encima de un tapete de los cantos es un boleto inevitable para el campo de las vivencias, de la respiración ¿Por qué sucede de esta manera? Es bastante simple: el canto es un puente entre el presente y el pasado (muy pocas veces del futuro incierto), es un puente entre el centro de la ilusión del pensamiento y de lo que le atañe al recuerdo, es un puente entre lo que se es y lo que fue, es un divino puente que permite llegar hasta aquello que se cree estar infinitamente lejos, más ha quedado muy dentro, pero muy dentro en el interior del cuerpo.

Claro que lo cantos no terminan (afortunadamente), pero sí cambian a través de las generaciones que se van gestando conforme otras se van quedando, se van estabilizando, se van centrando: sus talentos son riqueza, son renovación, son recreación y creación, es aquello que brinda parte de la significancia al intelecto humano, a las artes y al ambiente de las palabras, de la filosofía misma.

Pensar en estas generaciones ¿Qué significa? ¿Es pensar acaso en la prosperidad de la vida? Es algo que por primera vez me pregunto luego de tantos años de perseguir mis anhelos… ¿Por qué pensar? O ¿Por qué detenerse unos cuantos minutos a preguntarse el valor de las generaciones? ¿Para saber que hago con ellas (mientras me dedico a esto)? ¿Qué están haciendo los otros con ellas? ¿Por tal motivo ahora hay mucha confianza en lo particular más que en lo público?

Detenerme a observar cómo crecen y se manifiestan las generaciones es detenerme a pensar en cada uno de ellos, de los muchachos y saber si realmente estarán listos para sobrevivir a este temible lugar que se ha creado por otros en calidad de “dioses” o más bien, diría yo, de demonios, puesto que basta con salir a dar una camita por el parque para contemplar los errores de la falta de amor, de compasión, de solidaridad y de conciencia que han dejado esos demonios acosadores con máscaras de ángeles y que se niegan a dejarnos vivir en paz, en tranquilidad.  

¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Se pierde lo inocente por la ambición (¿Será acaso en el momento en el que la soberbia transforma a la ignorancia en ira?), la verdad por la apariencia (¿Será cuando el miedo trasforma la aceptación en terror?), la felicidad por el dolor (¿Será cuando la mentira transforma lo esencial en lo necesario?) ¿Es que acaso hemos sido condenados a la extinción por el meteoro de la dominación por poseer un bajo entendimiento como los dinosaurios por permanecer en un estado natural? Debo de ser honesto: estar frente a grupo no es algo fácil, al menos no para alguien como yo que gusta de colocarse entre la perfección, la bondad y sobre todo en contraste con la realidad artificiosa en la cual uno se coloca como peón, como alfil, como rey o como dama.

Y es que, por ejemplo, cuando uno de mis alumnos me pregunta sobre cómo es la forma y el mundo de los adultos, realmente me cuesta tanto decirles lo que he alcanzado a ver, a conocer, bajo los tintes de la certeza, ya que tengo miedo de darles una respuesta que esté basado en un idealismo utópico y cuando ellos crezcan, en la lejanía, recuerden mi nombre para reprocharme y darse cuenta de otra realidad, como lo que bien podría dibujarse como nuevo dentro de un planeta en donde ello no es muy bien visto, permitido, valorado.

Realmente, esto parece un simple juego que no implica una gran carga o un gran estrés, pero es una pregunta a la cual le temo mucho, demasiado diría yo, o al menos así será hasta que los principios de una verdadera humanidad tan sólo se lleven a cabo dentro de las páginas de los pensadores, de los escritores y de los poetas (o se retomen aquellos que han sido olvidados).

En varias ocasiones busqué siempre dar respuestas basadas en ello: que vivimos dentro de una realidad un tanto alejada de los ideales que se fomentan a diario y que por tal motivo era siempre caminar por senderos cautelosos, cuidarse de las piedras y de los vendedores que ofrecen falsos espejos, caminar y defender aquello que se cree viable y cuidarse del mal: el verdadero mal y no ese que se asemeja con el diablo.

Dentro de aquel salón, no había ni uno que escuchara esas palabras en algún momento. Incluso, de ello platiqué en diversas ocasiones con Diego, el buen Diego, porque de él admiré su carácter amigable, su carácter noble y honesto: esa percepción del gusto por el esfuerzo en el trabajo, en la paciencia que busca mantenerte lo más recto posible y por esa lucha constantemente incansable por cumplir, como se es posible, con lo encomendado.

Más no sólo esos valores que poseía aquel niño resaltaban ese orgullo de mí hacia él, sino también la gran memoria que poseía y una sorprendente capacidad para aprender y jugar ajedrez (he escuchado de los niños prodigio, más no hay que abandonar esa fascinación por alguien que se encuentre por debajo de ellos): vaya que con él se cumplía nuevamente aquel dicho mágico que una vez escuché cuando fui niño: la inteligencia se mide de la cabeza hacia el cielo.                      

Pasados los primeros días hasta casi el medio año del ciclo escolar, este niño de piel morena, mantuvo sin alterarse ese carácter de aplicado y cumplido con respecto a las actividades escolares. A simple vista, este muchachito delgado y de cara redonda, considero que estaba sumamente emocionado por haber ingresado a primero de secundaria, pues su amabilidad y su interés por aprender las distintas materias se reflejaban a través de la frescura y entusiasmo que ponía durante la clase: una participación espontánea sin miedo a que le dijera que estaba mal (como se está acostumbrado por esta zona geográfica).

Más todas esas virtudes que he dicho, sumándolas a las actitudes que Diego demostraba tener, no todos los demás compañeros lo tomaban como algo que es digno de apreciarse, digno de lo que ha de ser admirado por su valor y belleza intrínseca, pues bajo el efecto de lo opuesto, algunos de ellos mostraban una postura de sus emociones que, en lo personal, abría la puerta de la especulación.

Talvez, ese fenómeno de la contrariedad, rondaba entre el salón sin que yo pudiese percatarme del todo. Por un lado, estaba Diego, pero por el otro, se asomaban esos comportamientos de los otros: o lo hacían por tan sólo llamar la atención, sea por aluna muestra de una planta cuya semilla era la envidia, sea porque así sus padres los alimentaron cuando fueron pequeños, sea cual fuere el motivo o atributo, Jesús y José comenzaban a molestarlo en cuanto yo me descuidaba.

Tras algunas llamadas de atención, tras intervenciones para evitar malos entendidos y colocar sobre la mesa las aclaraciones pertinentes, el efecto de todo ello, en ocasiones parecía rendir frutos, y en otras, parecía suceder, nuevamente, lo contrario. Y es que, según estos estudiantes, un hombre tenía que ser de carácter fuerte, rudo, imponente, rebelde y con un tono de su voz intimidatorio, fuerte, hasta el punto de que sería justificable gritar, lo cual en Diego, no sólo no cumplía con aquellos requisitos de “macho dominante”, sino que además, físicamente, se mostraba ante ellos “vulnerable”: bajito, delgadito.  

En cuanto a las ciencias, Diego poseía las habilidades para la lectura y para la comprensión de los textos escritos. En Historia, por ejemplo, gustaba de aprender sobre la cultura romana, la griega, la azteca, la olmeca y la maya. Además, recordaba las fechas de los eventos históricos, los nombres de personajes sobresalientes, así como detalles de algunos eventos humanos, lo cual siempre le permitió tener una participar en clase sobresaliente.

Por otra parte, él también se llegaba a enojar y frustrar con respecto a las matemáticas, porque tenía esa creencia de que no era capaz de resolver los ejercicios. Sin embargo, luego de indagar en su trabajo, en ello sólo encontré sólo gran timidez, aunado a ello, talvez una mala experiencia en cuanto a su periodo escolar durante la primaria, talvez algún negativo momento con algún número, alguna operación, algún problema.

Aunque mis intervenciones se llevaron a cabo siempre, esa inseguridad me la dio a conocer siempre: durante todo el año, pese a dominar y resolver los ejercicios. Aun así, para combatir y compensar esa parte de su aprendizaje, siempre utilicé un lenguaje propio, amable, amigable, cálido, que me permitiera acercarme a su entendimiento y a su persona, con el fin de lograr derribar ese muro, o por lo menos, alguna parte de él.

Además, sobre cada uno de las hojas de todas sus libretas, él escribía utilizando solamente un lápiz. Ahora que recuerdo, nunca me atreví a preguntarle a que se debía ello: si era su favorito, si su maestro anterior trabajaba así, si había tenido alguna experiencia que le haya orillado a trabajar siempre con el lápiz, si lo utilizaba porque es un instrumento práctico para corregir el error a través de la goma, realmente no lo sé y ahora que estoy lejos nunca conoceré el motivo.

Yo le sugerí que cambiara aquel lápiz lo por algún lapicero, sea ya de tinta negra o de tinta azul, y le aclaré que no se debía que me molestara o incomodara, sino por el motivo de la perdurabilidad, es decir, aquellas libretas se convertirían en su apoyo de estudio, en una guía para posibles consultas en los años posteriores, eso si continuaba estudiando, aunque también por el hecho de la herencia que yo les dejaba (dado que yo busqué conservar mis libretas hasta donde me fue posible).

Él, Diego, no sólo ignoró mi proposición, sino que, además, continuó trabajando con aquel instrumento hasta el último día de clases (aun tomando en cuenta la distancia), algo que no me causó molestia, pues lo que realmente me interesaba era que aprendiera y no se perdiera esa actitud de trabajar y cumplir, ser responsable en cuanto a sus trabajos, mostrar respeto para con sus demás compañeros y, sobre todo, continuar siendo ese ente que estaba en proceso de su construcción propia, de su desarrollo mismo.

Una prueba de ello es cuando construyó su tablero de ajedrez, el cual lo hizo con un cartón café, coloreándolo después con un plumón negro que le presté y con un corrector que venía en los útiles que le había otorgado el gobierno del estado. De esta manera estaba completo el campo de los cuadros blancos y los cuadros negros. Yo, en sí, había solicitado papel cascaron para llevar a cabo tal actividad, pero le permití que utilizara tal material por la cuestión de que también les inculqué el reciclaje.

Asimismo, las piezas las hizo de plastilina para construir todas las fichas de ajedrez fueron de color amarillo con gris (yo les permití traer dos colores diferentes a elección propia, privilegiando el color blanco y negro). Aunque las figuras realmente necesitaban detallarse para lograr diferenciarse entre sí (sobre todo entre los peones y los alfiles, así como el rey con la dama), eso no implicó que aprendiera correctamente el movimiento de las piezas, la captura, el desarrollo de un juego aceptable, así como ser victorioso en las partidas a las que se enfrentaba, logrando vencer a Laura, a Wendy, a Joana, a Carlos, a José.

Tan sólo con Alexander el juego era de empates, aunque había partidas en las cuales este niño sí lograba imponerse a Diego. Aun así, el tiempo designado para ajedrez (y para los que realmente lo aprovechaban), para Diego fue bastante productivo y constructivo: pues como a todo niño le gustaba entrar en batalla para ganar. De continuar jugando, pienso que pronto viviría las bendiciones de tal juego: pese a ser hijo único, como todos sus compañeros, dentro de sí había un potencial enorme.

Esto me hace traer nuevamente algunas ideas que se manejaban dentro de la universidad en los debates que se llevaba a cabo durante el tema de la pedagogía, en lo cual casi siempre se llegaba al mismo dilema: hay un infinito miedo creciente y consecuente a lo que es la individualidad y lo que a ella le atañe (entiéndase la individualidad como resultado de ideas renovadoras).

¿Por qué? Muy posiblemente eso tenga su potente origen (y todavía difícil de arrancar la raíz) dentro de la propia historia humana de lo costumbre y la sistematización, dentro de la falta de comprensión y muy… muy dentro del espíritu del autoritarismo, el cual no se ha ido aunque se piense que esta deserrado con la llegada de los modelos democráticos y la tolerancia: el continua moviéndose con una fluidez incomparable dentro de cada uno de nosotros (yo no estoy exento) y este mismo continuará porque está dentro de la propia naturaleza de la vida, claro que dentro de ésta no se le conoce así, sino que se le llama supervivencia.

¿Será acaso que el miedo a no sobrevivir también sea el miedo a que no florezca como tal la individualidad? Es posible que una parte sí. Como padres y como maestros optamos por lo que se cree que es mejor (o nos han hecho creer que es lo mejor), dado que hay experiencia que se alarga más allá de nuestra propia existencia, es decir, está fundamentada dentro de la propia generación. Más esas generaciones que estuvieron detrás de nosotros lo único que dejaron fue ese legado limitado, abandonando lo que bien podría nutrir también a la individualidad.

Esa es una pregunta muy importante que tendríamos que hacernos a cierta edad temprana… ¿Qué es lo que se nos ha heredado durante la infancia y a través de la formación? ¿Qué hay que mantener, preservar y evolucionar para el bien propio y qué realmente ya resulta inaceptable? Es de esta manera como ese ideal del “cambio” entraría a la realidad que a diario generamos.   

Diego, al menos dentro de ese grupo, apelaba a que se podría ser un niño aplicado, diferente, especial. No concibo la perfección, más él se acercaba a aquel espíritu que no busca dar problemas, más sólo pretendía estar dentro de la armonía con el entorno. Claro que su mamá, al contrario de él, parecía querer exigirle más, y no estaba de más comprender el miedo que le imponía al infante, ya que había realmente era una mujer intimidatoria.

Resulta un tanto curioso como la tolerancia al dolor se impone al miedo a lo nuevo. Y esto lo digo dado que la primera semana de clases, Diego y Laura quedaron sentados juntos, es decir, sobre la misma mesa que tenían que compartir. Y es que ambos aparentemente convivían tranquilamente, más una disputa que hubo me orilló a separarlos para que cada uno continuara trabajando sin preocupación de que el otro lo incomodara.

Dado que hubo una reincidencia entre ambos, me vi obligado a llamar a sus mamás. Aquí es donde pienso que la costumbre se impone al pensamiento, a esa capacidad de creer que se toma decisiones, más que sólo se deja mucho de lo que hacemos a la deriva (al final de cuentas casi somos una imitación de este globo terráqueo que habitamos): resulta que esos problemas entre ambos se remontaban al preescolar y a la primaria, era algo que, según las mamás, venían combatiendo desde hace ya más de 10 años y que no lograban ponerle un punto final. Ambas presionaban a imponer la relevancia de la convivencia, yo, bajo los tintes de mis terapeutas decía: si no te gusta el lugar en donde estas, tienes que moverte.          

Secreto 32: Ahcomalacotl

 

Déjame escribir, ¡oh, universo! las chispas que brotan de mi sensibilidad

Tal y como tú lo haces con el polvo cósmico, el hielo de los cometas y principio del misterio y de la casualidad

 

Un diminuto ser, una invisible partícula, que no piensa, que sólo se reproduce, que sólo se limitar a existir (¿deberíamos ser como ellos? ¿Cómo los virus? En cuanto a esta característica que los representa, regulando, por supuesto, lo que podría parecer destrucción de un ser vivo) nos está demostrando que es muchísimo más fuerte que todos los ejércitos del mundo, que todas las armas atómicas del mundo, muchísimo más letal y peligroso que algunos venenos, que posee un poder inmenso inconmensurable de tal magnitud que es capaz de tenerlo todo, incluso talvez, la propia destrucción de la vida dentro de este planeta azul.

Su sola presciencia, simplemente, es más poderosa de lo que podíamos imaginarnos y ha ocasionado un millar de estragos en muchas partes de cada uno de los continentes, y, aun así, la especie humana busca imponer su resistencia a lo que estaba tan acostumbrado desde hace ya unos cuantos siglos atrás, aun a costa de su propia seguridad (o de la de aquellos que pareciera depender más su trabajo que la propia salud… ¿A dónde se nos ha orillado?¿A concebir que es más importante el trabajo para la obtención de dinero que el cuidado de la salud que de ésta depende todo lo demás? Pienso que la balanza está muy mal equilibrada, muy mal…). Muchos gritan por las calles que prefieren morir de enfermos que morir de hambre: no sé qué tan ciertas sean sus palabras con respecto a sus necesidades cuando detrás de sus posturas veo camionetas nuevas y autos de lujo. 

Y es que detrás de todo esto hay una decena de teorías que actualmente a muchos les gusta bautizar como “conspirativas”, las cuales resultan muy atractivas, novedosas, incitadoras, dado que desprecian (y hasta repudian) los sistemas de organización (principalmente por la desigualdad creciente cada vez más). Más, la experiencia, me ha arrojado a recabar lo siguiente: que muchos malven a la educación, pero al mismo tiempo también necesitan la medicina y los fármacos.

Entre lo que he llegado a escuchar es que hay una conspiración amenazante, la cual trata sobre la imposición de un nuevo orden mundial y de dominación (¿Realmente somos libres si dependemos de los productos industrializados, el dinero que se gana dentro del comercio? Que iluso…). Lo cierto es que el planeta finalmente comienza a fragmentarse en solamente dos únicos bandos: los que consideran que el virus del covid19 existe, que es peligroso, letal y que atenta en contra de las diferentes razas humanas del planeta, y aquellos que han decidido negar la existencia de tal virus y de tal enfermedad, porque simplemente hay algo que “no cuadra” (y es que aquellos que manejan la pandemia desde los cargos de elección parecen no tomar esas grandes precauciones que ellos mismos sugieren implementar). Podría decirse que, si se sabe rescatar lo bueno de la desgracia, bien podríamos aprovechar a hacer más subjetivas las fronteras de los países, así como los diferentes estratos sociales que han ocasionado un centenar de molestias a diario.

Talvez todo esto nos envíe hacia un largo y ancho camino que en realidad siempre estuvo ahí, a un lado de nosotros, cerca, íntimo, haciendo señales para que lo transitáramos, esperándonos pacientemente, talvez un poco empolvado y ya con mucha maleza encima de su superficie, pero que es indiscutiblemente preponderante que se utilice para el nuevo tránsito de nuestra especie dentro de este planeta que es, más que un hogar, el mismísimo paraíso que nos ofrece cuanto está en sus recursos para llevar una existencia moderadamente placentera y feliz. 

Un lugar en el cual sea permitido llevar a cabo el trabajo y desarrollo de aquello que nos interesa y nos hace sentir que realmente estamos vivos, con energía, con salud, sin que se asome esa chispa de susto o de miedo a que no tengamos lo suficiente para comer, vestir o hasta para pagar una vivienda, ya que, considero, estamos en uno de los siglos más afortunados: la tecnología, los intelectuales y el interés por la igualdad están de moda. Siendo así ¿Por qué seguir evitando que un individuo realice la actividad con la cual se sienta placentera? O ¿Por qué seguir dentro de ese afán de imposibilitarlo para que desista en su camino a la excelencia de la habilidad, del espíritu? Aunque ésta esté más encaminada al desarrollo artístico que al productivo.

He decidido dejar esto escrito porque no pretendo olvidar a Wendy y aquel trabajo que ella plasmaba sobre algunas de sus libretas que resguardaba con mucho recelo, pero que mostraba con cariño a aquel que se inclinaba a escucharla aunque sea unos cuantos minutos: dibujos creativos que salían de sus lápices, de sus colores, de sus plumas por orden de su espíritu y que eran realmente conmovedores a quienes postraban su vista sobre ellos, haciendo imposible que te robaran una sonrisa en el rostro, por muy difícil que fuese el momento, puesto que esa sensación de admiración se desataba al observar lo que era capaz de ser un infante con tan sólo unas pinturas y unas cuantas hojas en blanco.

Y es que yo nunca le pregunté a Wendy que le gustaba hacer, que hacía en aquellos pasatiempos, cuando descansaba o cuando quería simplemente expresar la inquietud de sus sentimientos a través del papel y de la hoja (y ese fue un gravísimo error que no remedié, infinitamente grandísimo, porque como me puedo decir que soy un guía educativo si no conozco a fondo esos detalles tan sencillos de mis alumnos que son fundamentales y valiosos para ellos, plasmándome más en la importancia de la enseñanza que en aquellas señales de vida propiamente de ellos).

Más ella, como no fui capaz de advertir tales señales, con gusto se acercó a mí para compartir aquel trabajo íntimo. Pero fue en una de esas ocasiones, luego de haber pasado la “prueba de la confianza” que ella y los demás niños poco a poco se comenzaron a acercar a mi persona, haciendo a un lado mi postura de maestro y su postura de aprendices. Laura (que fue la primera), por ejemplo, debes en cuando me llevaba algún dulce, algún chicle, alguna paleta en la hora de receso, mientras que José y Alexander me convidaban de alguna de las frituras que llevaban al salón de clases. Wendy y Joana fueron de las últimas en llevar a cabo ese tipo de gustos (lo cual ni me incomodó ni me preocupó). Debo admitir (y hasta confesar) que todos esos pequeños regalos nunca los desprecie: los disfrute más de los normal al ser grandes detalles al corazón, al espíritu, al alma, a mi ser y a aquello que me conforma y que no estoy en mis facultades para explicar. 

En cambio, Wendy, en una de esas ocasiones en la cual ella regresaba antes de que terminara el tiempo de receso, se acercó con una libreta que no había visto antes, la cual, no se encontraba todavía muy desgastada, ya que aún conservaba su forro y los estambres, más, por lo menos, ya tenía dos años de antigüedad.  Además, el color del papel lustre que cubría casi completamente las dos pastas antes del plástico era de color morado con negro, y por dentro, todas las hojas blancas de aquel cuaderno poseían dentro de su cuerpo líneas y líneas que corrían conformándose punto tras punto hasta darle vida a una figura cuya interpretación la completaba el espectador.

En definitiva, cada uno de aquellos trazos representaban entre osos animados, rostros de personajes similares al manga de la cultura oriental, flores, gatos, algunos personajes que eran exclusivos y frutos de su imaginación y uno o dos paisajes. Dentro de ellos sólo había como unos cinco que no estaban culminados (éstos mismos Wendy prefería que pasará rápido la hoja para que no los viera, más yo procuraba detenerme los minutos necesarios para admirar uno a uno). Además, otros estaban pintados con muchos colores y otros sólo la combinación del blanco con el negro, o simplemente, con el rastro que dejaba el carboncillo del lápiz.

Según Wendy, la niña con el cabello más largo del salón (porque le llegaba casi hasta la cintura) cada uno de esos dibujos los venía realizando desde hace ya algún tiempo: casi desde que estaba en quinto año de primaria. Para ella, dibujar era algo que le fascinaba demasiado, que le encantaba sentarse sobre un banco y descansar sus brazos sobre la mesa mientras sus morenas manos y un cerebro hacían lo que les corresponde. Asimismo, tal actividad la disfrutaba porque, según ella, la hacía trabajar, esmerarse, pensar e imaginar, por lo que prefería hacer eso que estar viendo la televisión o quedarse a jugar con su celular algún juego disponible (a comparación de su hermano de sexto año, quien pasaba más tiempo en tan dispositivo móvil).

Además, en algunas de las tareas extras que dejé para profundizar en algún tema o conocer alguna lectura con su respectivo autor, logré ver también retratos de esos distintos autores, algunas imágenes de los monumentos de las culturas prehispánicas que dejaba investigar, también algunos animales como perros e, incluso, aquí sí había muchos gatos… ¡Demasiados gatos! Ya que no sólo adoraba a los perros (en su casa tenían a cuatro y uno de ellos se llamaba panda: que era un perro blanco con manchas negras y que yo solía decirle vaquita porque me recordaba a mí mismo cuando era menor de seis años) sino también a esos rumiantes felinos.

Ahora que recuerdo, uno de esos perros venía de Apizaco: tenía sobre sus cuatro patas una historia conmovedora: (que se repite, más que en muchos de los casos también se olvida… y no me refiero precisamente a la historia…) Wendy me platicó que su mamá y su papá habían viajado a aquel municipio para comprar la despensa para toda la semana. Entonces, saliendo del mercado y tras realizar la compra de todos los víveres, ellos vieron a ese perrito que estaba lastimado de su patita, por lo que a ambos les conmovió la situación indefensa de aquel cachorro. Finalmente, luego de dialogar, los dos acordaron llevárselo a su casa para sanarlo e integrarlo a su nuevo hogar.

Después de algún tiempo (porque a éste es imposible mimarlo para detenerlo), el perrito logró adaptarse a su nueva casa en donde nunca más le volvió a faltar ni agua ni comida ni un buen trato. Aunque al principio, claro está, le costó llevarse muy bien con los otros canes que ya tenían. Así también pasaron las semanas rápidamente y el cachorro logró recuperarse de su patita por completo (es decir, dejo de cojear) y finalmente acabo de convertirse en un integrante más de aquella familia. De los demás canes no me contó su historia, más yo imagino que bien pudieron ser similares a ésta que acabo de relatar (aquí yace lo increíble de lo común, de la maravilla).

Debo de aclarar que Wendy cumplía con más tareas y trabajos que el propio Diego (un tanto por convicción, otro tanto porque tenía una hermana que pronto se graduaría de bachiller para estudiar enfermería, una padre que proveía de todo en cuanto podía y una madre que lo apoyaba y no descuidaba el hogar que, me imagino, siempre quiso vivir –sin olvidar su carácter de advertencia siempre- ) y lo único que a veces me causaba cierta dificultad trabajar con ella era su caligrafía, ya que no era un tanto entendible lo que escribía en las libretas de estudio.

Mucho he sabido por algunos compañeros de trabajo lo que quiere decir o significa el hecho de que un infante aplique lo que se conoce como “fea” letra. Según ellos lo han leído en artículos e investigaciones, algo que yo no he decidido hacer, por el motivo de que no hay gran interés sobre el asunto, al menos de mi parte. Sin embargo, pese a que a veces le tenía que preguntar que decía tal o cual párrafo, fui muy tolerante, como siempre, y casi siempre sólo me limité a descifrarla para interpretarla y, de esta manera, revisar sus trabajos tanto en clase como los de casa.

Asimismo, a comparación de Diego, a Wendy le gustaba mucho utilizar distintas tintas de colores en sus escritos de estudio: cuando no era el morado, era el verde, cuando no, el amarillo (que era un poco difícil de distinguir por su tono claro en contraste con la hoja) o si no, era entonces el azul rey, pero siempre tenía que haber colores diferentes tanto en la fecha como en los apuntes que realizaba.

Ello, supongo que, de cierta manera, rompía también con la tradicionalidad que se daba en otros tantos colegios al emplear solamente tinta negra, azul o roja (al menos los que yo conozco). Esta técnica, la que aplicaba Wendy, por mi formación, me parecía un tanto peculiar y poco uniforme, sin embargo, me dije a mí mismo: ¿Por qué no? Pues, aunque no se ve uniforme como a mi vista le agradaría (sea por los motivos que fueren), eso no dejaría de restarle valor a sus trabajos.

Es curioso y muy atractivo como la propia máquina del presente absorbe al parche de la Historia que construyen los investigadores para traer de vuelta los actos que se repiten. Y aun es más excitante como ese mismo hilo (herramienta neuronal del presente) se pone a coser (en la prenda del espacio-tiempo) un pedazo de tela (fruto del rescate histórico) del propio costurero (yo).

Lo anterior lo relato debido a que esa aventura de los escritos de arcoíris, me remiten precisamente a alguien: al maestro Paquito y a aquellas palabras que pronunció frente a todo el grupo cuando yo iba en primero de secundaria: “esa ficha de trabajo seguramente es de una niña, porque está escrito con tinta rosa, verde y uno que otro color”, resultando que al preguntar a quién pertenecía tal actividad era a mí.

Nuevamente es curioso como el presente puede perdonar a la Historia, aunque ésta esté generada por los mismos protagonistas realizando los mismos errores un centenar de veces. Por tal motivo, me doy permiso de imaginar a los niños como los espíritus curiosos que han emanado de mí, y, al ser hermanos, iguales, o paridos del mismo ser, son ellos en mí y yo entonces en ellos, lo cual, trae como consecuencia que trabaje aún más para que ellos continúen con el trabajo que alguien más me encomendó: talvez mis maestros, talvez su energía, talvez su movimiento…

En cierta ocasión, Wendy también llevo dulces para vender en la escuela (¿A quién me recordará?). No le pregunté porque había hecho tal acto y no es que me haya molestado, sino más bien estaba sorprendido por la edad que tenía y ya estaba permeada con los conceptos de los economistas de la inversión (tema muy de moda que surge a partir de la falta de fuentes de trabajo). Es algo que, a su edad y a mi parecer, sólo se hace comercio con el fin de obtener recursos mínimos para volver a gastarlo, y en Wendy, quiero imaginar, que también se regía por esta finalidad.

Yo la apoyé comprendo de vez en cuando algunos chocolates (porque en definitiva no hay sabor más magnifico al paladar que una deliciosa barra de chocolate macizo, aunque los actuales digan que ya no es cacao puro) y unos dulcesitos de azúcar roja que se llaman tamborcitos (los cuales comencé a disfrutar desde que tenía más o menos su edad y que, a mi parecer, continúan siendo muy deliciosos).

Además, también le sugerí que vendiera chicharrines o palomitas recién hechos y con una pizca de sal, jugo de limón y salsa al gusto, debido a que éstos son, por lo general, unas botanas muy irresistibles, al menos, en cualquier rincón de Puebla y Tlaxcala, pues hasta la fecha no conozco yo a alguno que no deguste una botana de ese tipo y que ha sido alimento (y existido) desde la generación de mis padres (o tal vez más antiguo aun). Es más, pienso que son ese tipo de alimentos que ni pasan de moda al tiempo que son buscados por chicos y grandes.   

Incluso, para que su emprendimiento prosperara lo más distante en la línea del tiempo posible, invité a todo el grupo pequeño que éramos a comprarle algunas golosinas, más quien sólo se acercó a consumir, de vez en cuando, fue Joana, Diego y, para no variar y desacreditar la fe que siempre tuve en la bondad escondida pese al carácter que presuntamente mostraba su personalidad, Laura.

Los demás niños preferían ir a la tienda que estaba a tres calles de la escuela y traer ya los productos que eran más comunes, más consumidos y más conocidos por todo el país debido, principalmente, a los comerciales que constantemente pasaban por la televisión. El consumo de tales productos también se debía a que, después de ir a su casa desayunar durante el tiempo de receso, cuando regresaban a la escuela, la tiendita les quedaba de paso: recordemos que Aldama era una comunidad pequeña: muy pequeña todos se conocían y todos los servicios estaban muy cerca: al alcance de todos, lo cual, de cierta manera, era como un plano digno de ser observado, estudiado y comprendido, ya que apostar nuevamente a la economía interna, pequeña, de forma estimulante diariamente, a la larga, con esfuerzo, ahorros y sin sacrificios, bien podría equilibrase con el comercio internacional, que, como toda actividad humano, no sólo debe ser regulado y vigilado (de forma estable, con pago justo y libre de ambición desenfrenada) sino también codificado en cuanto a la repartición de los bienes en beneficio de, si no todos, en la mayoría posible.      

Dado lo anterior, sean ideas vagas, bajas de poco peso, porque ello es el fruto de la educación pública que recibí, y aunque sean derribadas por los grandes economistas y desechadas por los lógicos que a diario se atiborran de mejores y más acabados pensamiento, yo, apoyándome en tales ideas cocidas como el estambre en la bufanda, me sirvieron para volver a emitir algo que ya había dicho antes… Me refiero a que, yo, nuevamente, no logré evitar decirles que, en medida de lo posible y en cuanto su conciencia se los dictaré de forma impositiva, siempre buscaran apoyar los pequeños comerciantes, a los pequeños proyectos que iban naciendo o estaban creciendo (o me atrevo a decir que hasta sobreviviendo) y no sólo lo decía por mi alumna Wendy, sino que me refería en general (y sobre todo a los artesanos, cuyas piezas siempre me han parecido maravillosas, pues en sí mismas encierran belleza, magia, encanto, imaginación, pensamiento, armonía con la tierra, así como trabajo fino y arduo).

Así pues, les reitere que cuando necesitaran algo que bien se podía encontrar con los pequeños comerciantes (y el precio era justo) lo consumieran precisamente ahí. Más si no lo encontrasen con ellos, siguieran a los de medio abasto, los cuales por lo general ya están más establecidos. Por consiguiente, si aquello que les urgiera por trabajo o cualquier demanda, entonces prosiguieran a visitar los grandes almacenes. Estoy muy conocedor de que algo en esto podría salir mal y que hay muchos rostros que nos engañas, pero entonces ya todo dependerá de nuestra intuición, la cual, he confirmado que nunca falla y no por experiencia propia, sino a través de otro (mi gran amigo Alex, cuyo nombre original es Alfredo Gutiérrez Ponce).      

En cuanto a Wendy, su emprendimiento perduró cerca de un mes. Desconozco a que se deba el cierre de mismo, porque también se me escapó de las manos (y de la cabeza) ese tipo de detalles preguntar, más como dicen por muchos lados aquí en México, lo vivido y lo bailado ya no hay alguno que no los pueda quitar, y esa experiencia, muy pronto entraría a debatir para encontrar su lugar (espero no su lugar de ser) dentro de la cabeza de Wendy: la niña morenita, delgada, de cabello semi ondulado, bajita, bien portada, puntual y con una presentación diaria excelente en cuanto a higiene y belleza, algo que se mantuvo desde el primer día de este primer grado de secundaria hasta la última vez que la vi.                

Secreto 33: AILHUICATL

 

Viaja, cerca de la frontera, sin miedo

Porque hallarás alimento tan dulce como la miel…

 

-          Sabe, profe, mis papás están ahorrando mucho dinero ¡Qué digo mucho! ¡Todo el dinero que pueden! Y es que ¿Qué cree? en mi casa estamos construyendo un cuarto más – dijo ella, dando una risa disimuladamente, como solía hacerlo siempre que se mostraba amistosa conmigo sin, por supuesto, sobre pasar el margen de respeto que la propia escuela y relación imponía.  

 

-          Me imagino – divagué, pues sabía que pronto tendría a toda la fila de alumnos detrás de ella esperando a que les revisara el trabajo (siendo ese uno de los pretextos para hacer bromas y desorden, como la caída que tuvo Juan por estar empujándose con José y que, aunque no lo hubiese querido en el fondo, tuve que solicitar un trabajo extra para recalcar en sus actos pudieron haber traído consecuencias de mayor lamentabilidad. Sin embargo, siendo honesto, una parte dentro de mí se reía mucho por tal hecho y por lo que había pronunciado Alexander luego de que Juan terminara derramando algunas lágrimas sobre su hombre… ¡Mira lo que has hecho!¡Te estás limpiando en mí!¡Ya me dejaste todo el suéter lloroso!... quién sabe si exista tal palabra que hasta ahora y espero siempre recordar…).

 

-          Mi mamá y mi papá dicen que ese cuarto va a ser solamente para usted – seguía diciendo Joana a un lado de mí, supongo que estaba observándome a mí en lugar de ver mi escritorio y su libreta y de como yo le daba vuelta a las hojas de  aquel cuaderno para saber si estaban correctos los apuntes.

 

-          Para mí… ¿Espera? ¿Cómo? ¿Para mí? ¿Acaso me lo van a regalar después de que me adopten? – reí un poco dentro de mí, más conforme repetía en mi cerebro como grabación lo que me había dicho Joana no pensé más de dos veces en abandonar momentáneamente los apuntes que ella me había traído sobre su libreta. Mi mente poco a poco, de la broma pasaba a la gracia, de la gracia se trasladaba a la curiosidad, de la curiosidad viajaba al asombro y, finalmente, del asombro se quedaba como un pequeño pajarillo dentro de una jaula, como una almohada en medio de un cuarto oscuro, como hoja en blanco que espera ansiosamente ser escrita por alguien más… además, mis ojos no lograban contenerse, pues con cierto grado de asombro e intriga le dictaron una pregunta que imaginé que no le costaría adivinar, más no fue como pensé. Ella, Joana, la niña con copete en su peinado, todavía no conoce el mundo tramposo y misterioso de los adultos que siempre esperan que todas las personas con la que se habla adivinen lo que están pensando, o dan por hecho que se puede inferir así de la nada sólo porque son adultos, buscando siempre, de cierta manera, imponer lo que ellos saben tras un largo tiempo de silencio.

 

-          Sí, bueno, no todo eso, porque no lo vamos a adoptar, pero esa habitación sí va a ser para usted: para que así tenga un lugar seguro, donde estar, dejar sus cosas con toda tranquilidad y así…  – respondió Joana no limitándose a responder con un simple monosílabo. Era evidente que aquella chiquilla me obligaba a lanzar, al menos, otra pregunta más para mantener la conversación que se estaba poniendo interesante por lo que le atañe a ella, a su familia y a mí. No pienso que tales palabras pronunciadas por Joana hayan sido para distraerme de revisar y calificar su trabajo, ya que ella, Joana, la niña que se sentaba a un lado de Wendy y con quien tenía una buena amistad, compartía esa misma responsabilidad de cumplir tanto con las actividades en clase como con las tareas que poseían la mayoría de sus compañeros de clase.

 

-          Eso es algo que realmente no me esperaba. Es más, tengo que decirte que estoy perplejo y en mi cabeza ronda mucho la eterna pregunta del por qué… – decidí seguirle el juego por las siguientes razones. Primero, porque era evidente que quería escuchar esa respuesta a el comentario principal que había arrojado estando yo concentrado en cumplir mi rol de maestro, aislado, alejado de todo cuanto sucede a mi alrededor que no se relaciona directamente con mis responsabilidades… ahí, encerrado, aquí, ciego, sordo, sin escuchar o percibir esas construcciones que se dan diariamente aparentemente sin que yo sea partícipe, siendo aparentemente un individuo más en un poblado más de un país dentro de un mundo excepcionalmente único. Segundo, ya que el acto del descubrir y esa sensación de asombro no es suficiente, lo hice para indagar en aquel mundo de los niños nuevamente, el cual una vez, y no sé en qué momento, lo abandoné por lo que imaginé casi siempre en convertirme de adulto, más en el mundo de la familia de Joana y en el mundo de la comunidad de Miguel Aldama, que tanto me sorprendía día a día con lo que ocurría entre sus habitantes, me regresaba a ese camino en donde no hay miedo ni al hambre ni al peligro ni a la muerte.

 

-          Pues a veces mis papás hablan mucho de usted y dicen muchas cosas. Pero lo que ahorita recuerdo es porque dicen que usted es un gran maestro y que les gusta todo lo que nos dice y cómo nos enseña y que también han visto como yo he mejorado muchos en las materias y en mis calificaciones – lo dijo bajo un estado emotivo que no comprendo, no entiendo o que talvez no recuerdo que significa, porque muy seguramente lo apliqué en algún momento de mi vida. Lo que si recuerdo de esa mañana con sus ojos café oscuro que me miraban cuando pronunciaba esas palabras que ya mencioné. Además de ello, ella se mantenía sin emitir alguna facción más dentro de su rostro, más pese a ser una seriedad sencillamente evidente la que mostraba en su postura con los labios sumergidos hacia dentro de su boca, no pienso que haya sido una seriedad cercana a la frialdad, a lo que sabe amargo, a lo que tiene colores opacos, más bien era ese tipo de seriedad que se mantiene y perdura cuando no sabes que hacer, que más decir, porque no sabes cómo va a reaccionar la otra persona o porque simplemente el mensaje fue clarísimo. Es esa seriedad, pienso, que se mantiene dentro de sí misma, rodeada de un círculo sonriente, pero muy tranquilo, alegre, pero muy sereno, oculto para los ojos de quien este enfrente de ella, pero con eco para aquel que aprendió a escuchar con la bondad que está conectada a la respiración de la ternura humana, misma que está en peligro de extinción, a punto de desaparecer ¡Y lo peor de todo es que lo hará sin dejar rastro! Porque poco fue resaltada en cuanto a su importancia… 

 

Hubo, además, un silencio abrupto creciente (eso si no tomamos en cuenta a sus demás compañeros que continuaban trabajando sobre sus mesas). Ella, Joana, había logrado lo que en muchas ocasiones a mi sensación de nostalgia se les escapaba cual virtud a los hombres muy envejecidos, rancios y de piel cana: traerme de un fuerte jalón con sus palabras en forma de brazo desde la más lejana galaxia cuya luz, si no se cuida como debe se convierte en barreras cegadoras, hasta el rincón más claro de todo el universo en donde no es necesario temer, investigar o preocuparse de si hay otras formas de vida en viviendo sobre la planicie de otras cortezas de planetas, porque debo recalcar que en el lugar en donde ella me llevó se encuentra el sol de fuego bailarín intenso, mismo de donde se frota el calor que de energía a todas las especies del espacio: no a través de rayos o vientos solares, sino a través de esa vitalidad energética que ocasiona que la evolución cobre su manifestación entre el tiempo y el espacio.   

Estar, transitar, observar, descasar y fijarme otra vez dentro de ese (o este, en algunos momentos a partir de esta conversación) lugar magnifico de calidez absoluta tan infinita como el propio mundo del amor no tenía por qué ser abandonado como si fuese un lugar cualquiera, y no porque ello trajera consecuencia, sino porque si el espíritu de la vida me hacía esa invitación a través de Joana para contemplar sus tierras húmedas, fértiles, frescas, de alivio, yo lo aceptaría de manera grata, agradecida y bendita como cual regalo de las flores es la lluvia saciante. Por tal motivo, al permitirme adentrarme a aquel majestuoso oasis, paraíso, hogar de las divinidades eónicas, la libreta se fue desvaneciendo poco a poco, quedando congelada o talvez hasta perdida sobre la base de plástico negro del escritorio, olvidando momentáneamente que estaría ahí por algún motivo específico, que tendría alguna utilidad o relevancia, ya que fue hasta este instante que finalmente había descubierto algo más valioso que la propia palabra escrita (y que ya había sido dictado por muchos otros, más que no era capaz de conjeturar), es decir, su alma: la palabra oral…

 

-          Antes que me pierda entre los escombros y el polvo que nublan muchas veces la vista como lo suelen hacen las lagañas de días y días a través de la falta de pulcritud por flojera o por menospreciar las actividades que son pequeñas más que no por tal no implica que no sean relevantes (lo dije así para que ella comprendiera que sí la entendía a la perfección, que nuevamente hablaba ahora yo con la gracia espiritual que me fue otorgada hace ya casi 30 años y no como un ser adulto o maestro, sino de mi gracia espiritual a su gracia espiritual en perpetua equidad, en perpetuo alineamiento), gracias a ti. También muchísimas gracias le tendrás que dar a tú mamá de parte mía si te es posible, y por supuesto, mil gracias también para tu papá y lo que piensan o creen de mí. Es un bellísimo gesto lo que ellos dicen más también lo que tú ahorita has hecho conmigo (lo decía por el mensaje, pero con un mayor énfasis por el retorno dentro de mi interior viaje), más veremos qué sucederá el próximo ciclo escolar cuando tu pases a segundo grado – dije buscando anteponer las palabras más lentas en la fluidez entre el moldeante y fijador cuerpo del viento y el propio sonido de mi timbre, junto a ello con la postura que me ahora me comenzaba a caracterizar (o que me imagino que así es) de rodearme de grande y plena tranquilidad por tal abrazo que se me obsequió a través de la voz divina, auténtica, más yo, sabiendo que la realidad que se dibujaría en el futuro a causa de este presente que se enraíza en el pasado de que no hay como tal permanencia, sino sólo la perdurabilidad, busqué aclarar que, si así se dictara y se cambiara el pre-destino, entonces, así sería, sólo que  yo no buscaría en lo más mínimo meter los dedos de mis manos en tales asuntos que a veces siento que no me conciernen, porque debo de admitir que si algo he buscado (o incluso abusado) siempre es precisamente mantener mis planes forzosos (y a veces hasta anticuados) lejos de lo podría ser un destino aberrante y aferrante, porque ello causa más dolor a la larga y desde que inicia, aunque no niego que el hecho de no hacerlo también me ha traído ciertos dolores de cabeza y consecuencias de gran envergadura; también admito que la recompensa por no meter mano e intriga en donde posiblemente no me corresponda como tal desde mi nacimiento, me ha traído un centenar de regalos infinitamente genuinos como el que estaba presenciando en este mismo instante. Hay una teoría, incluso, que estipula que así se conforma el universo y todo lo que se sujeta a sus leyes: a la coincidencia y a la casualidad, lo cual ha permitido las grandes riquezas que ahora poseemos y que mucho, o casi todo, no siempre esta tan sujeto a la objetividad y a la racionalidad, sino que en gran medida todo se debe a lo subjetivo, a lo azaroso y a lo intuitivo y a los brazos que éste tiene consigo.         

 

-          Entonces ¿Si se va a quedar? – preguntó nuevamente manteniendo esa seriedad, más ahora, esa misma seriedad se convertía en el tipo de duda, de incertidumbre, talvez hasta de inseguridad. También podría ser ese tipo de seriedad que busca insistir, porque al existir una mínima posibilidad de que algo sucede, así puede ser, y no dar por sentado el hecho de que no sería así, orillando al pensamiento a un leve negativismo. Además, en Joana, el espíritu de gracia era más puro que el mío, por lo cual escuchaba e ignoraba, anteponiendo lo que es bueno sobre lo que ocasiona molestia y sus secuelas. Por tal motivo, una gran parte de mí, ajena a mí espíritu de gracia, se molestó conmigo mismo por traer esos malos y enfermizos pensamientos del mundo de los adultos y de los olvidados de la esperanza y la fe hacia aquel rincón y todo por querer fijarme sobre la línea de la honestidad reglamentaria e institucional. Más otra parte (la que aún vacilaba entre mi yo educado y mi espíritu de gracia) también insistía que así debía de ser, pues ya muchos estudios psicológicos verificaban las conclusiones consecuenciales de lo traen consigo los diferentes apegos, y por tal motivo, un espíritu como el mío, siempre amante de la libertad y la actividad, así como en su constante búsqueda de lo que más se podría acercar a la libertad absoluta, había dicho lo que en la actividad laboral era lo correcto. Posteriormente, al cabo de los días siguientes fue más grande la culpabilidad con contagiar o tratar de contagiar al mundo de los niños en donde la fe es infinita, la fe es la realidad, la fe en lo posible se alimenta día a día cual si fuesen tarros de miel (como lo sugiere el arte del decreto, porque este se impone ante la casualidad y lo posible, al menos, para algunos pensadores y constructores o reconstructores de lo que es la naturaleza humana), y, a pesar de que bien podría decir que superficialmente fue superado, en lo profundo, mi ser, siempre se reprochara a sí mismo el haberle dicho, por lo menos, que así sea en la realidad construida …

 

-          Como lo dije ya en otras clases anteriores a todo el grupo y como lo he mencionado en los talleres con padres de familia, Joana, eso no está en mis manos, es una decisión que se escapa como tal liebre al más experto cazador. Como has de saber, ese tipo de decisiones van a depender en gran medida de quien está muy arriba de mí. Hay opciones que se pueden tomar al respecto, pero eso entra dentro de la posibilidad y hasta ahí solamente. En parte, me gusta esa forma de pensar que tienes: quedarse en un solo lugar implica grandes beneficios a alguien como yo, ya que implica cierta tranquilidad, rutina, organización y muchas ventajas porque me he vuelto un conocedor de los alumnos de Miguel Aldama y de las familias que aquí habitan y eso también trae ventaja porque ahora soy un poco sabedor de lo que hay y de lo que no, de cómo actuar ante lo que bien podría causarnos dificultad con ustedes y los demás, así como permitirme ese acercamiento intuitivo de apoyo mutuo, como la ocasión en que firmé el documento de la mamá de Wendy en repudio a la falta de agua potable que les hicieron pasar hace no mucho tiempo: todos fueron testigo de que no soy amigo de lo considero injusto e incluso a ustedes les hice y siempre les hago el llamado de defender su dignidad ante cualquiera que se las pueda arrebatar. Sin embargo, como ustedes sabrán, soy un espíritu que ha leído mucho, demasiado y ha permitido que algunos textos y pensadores me persuadan llegando a creer lo que ya muchos sostienen, es decir, que es mejor cambiar de estados o lugares porque eso es una prueba, una habilidad del propio intelecto del ser el estar constantemente adaptándose a las diferentes pruebas que algunos van colocándote (que mientras unos nombras como vida, yo simplemente llamo tiranos), lo cual suele resultar muy alentador cuando meditas y te das cuenta que estas lejos del lugar en donde creciste y tuviste amistades que aun hoy en te regalan los más fantásticos recuerdos, y, si nos podemos a pensar en este instante pequeño, si yo no me hubiese dejado persuadir simplemente yo no estaría aquí, contigo, a tu lado platicando de todo esto, es más, nunca nos hubiéramos conocido, yo jamás hubiese sabido de una niña de 12 años que se llama Joana y que es muy inteligente para las matemáticas y tú jamás hubieras sabido que existe alguien que puede orientarte en tus aprendizaje y que lleva consigo un nombre de pila que tú ya conoces. Muy ciertamente que esto, nos agrade o no, gracias a esto fue que tú y yo nos llegamos a acercar. No niego también que posea un alma que es bastante frágil, como lo suele ser talvez la mayoría, bueno, no es tan convincente tales frases y estudios de persuasión como se podría asegurar dentro de una simple inspección, más también es cierto lo que se ha dicho ya por otros: que todo el planeta en realidad es hogar nuestro y por tal motivo, que a donde quiera que fueres hacer de la tierra tu miel y tu pan - como ya lo dije, lamenté pensar como lo hace el mundo de los adultos en el cual convivo todos los días.

 

-          Mmm… ya… entiendo… pero si puede, debería quedarse… - dijo Joana sosteniendo la vista en mí, pero esa intensidad y brillo que se manifestaba a través de las pupilas de sus ojos no había descendido con cada palabra que pronuncia que le había pronunciado. Supongo que, en su mundo de niño, el de los niños, había más una cuestión de asombro por lo que decía dado que era una sensación nueva para su espíritu: saber que el maestro de secundaria no es como el de primaria y que ello implicaba que había cambios y como tal el mundo estaba plagado de ellos, más dichos cambios deben de ser abordados de tal manera que ni afecten ni desalientes, sino que se presenten como lo que son y no por ello que influyan en el espíritu de la gracias, es decir, que el hecho de que tengan un grado enorme de probabilidad tenga que ser aceptados o negados: la mente reconocía algo que ya sabía, pero por algún motivo extraño lo ignoraba o lo había olvidado y es que, como repetiré sin cansarme, el mundo de los adultos es un mundo muy pero muy tramposo.

 

-          Habrá que esperar… - culminé regresando la mirada a su libreta para continuar con la revisión de la actividad: ya no sólo como alguien que se enfoca en realizar arduamente su trabajo, sino también como alguien que tiene un alma frágil que se conmueve con palabras tan sencillas porque su mensaje es más potente de lo que suele ocasionar un mal, como una bomba, como un dolor; porque por más que me esfuerzo y busco reeducar mis pensamientos siempre se posan más los que ocasionan preocupación que los que ocasionan respiros profundos, libertarios, de una sensación de alivio para alguien que pronto ve la finalización de uno de sus viajes que, cuyo recorrido, le costó más que fuerzas y energías.

 

Luego de entregarle la libreta, vi como ella, Joana, la niña delgada, morena, más alta que Wendy, pero no tanto como Laura, con ese cabello casi tan largo como el de su compañera de mesa, con el rostro ovalado, con algunos lunares sobre el rostro, peinado siempre de coleta entera y con uniforme impecable, tomaba su lugar tranquilamente, colocaba su libreta sobre su mesa y leía atentamente las anotaciones que yo había hecho en ésta tras la revisión de la mismas. Joana lo había logrado (lo que algunos trataron de hacer en algún momento, pero se los impedí por el miedo férreo que batalla con mi bienestar en medio de una crisis existencialista): traerme de regreso al mundo en donde tan importante es el conocimiento, pero no tanto como lo suele ser la bondad…              

Secreto 34: CIHUAPILLI

 

Aun después de haber consumido la última partícula de oxígeno  

La esperanza ha de permanecer intacta

 

-          He escuchado, más por tu propia madre, que eres muy hábil para desentrañar lo que es el arte noble, arduo y hasta misterioso del álgebra, de la aritmética y de la geometría analítica – le dije mientras ella permanecía sentada en el lugar que ella había elegido desde el primer día de clases, recostada sobre su mesa con los codos y antebrazos recubiertos de una tela roja (que eran los tejidos del suéter del uniforme que los mismos papás habían elegido para ellos), realizando la operación que estaba escrita con gis blanco sobre el pizarrón sobre su libreta.

 

-          Un poco, maestro. Quienes siempre me están ayudando en las matemáticas y en los problemas que deja de tarea son mis dos hermanos. A mí me interesa un poco más el inglés, se me hace muy fácil – mencionó Monse luego de haber alzado la mirada para verme, limpiándose con sus dedos los ojos haciendo creer que era de cansancio, pero yo preferí imaginar que era por pena, chiveo, porque en su rostro nacía y se mantenía una liviana sonrisa que oscilaba entre el orgullo y la alegría por el reconocimiento del esfuerzo, la honestidad y la sinceridad.   

 

-          He notado eso precisamente: que en el inglés tienes la facilidad de retener las palabras y su significado, aunque también me he percatado de que te da mucha pena hablarlo, pronunciarlo ¿O caso me equivoco? – deje al tiempo que le devolvía la sonrisa que ella me había obsequiado, porque cuando alguien te regala una sonrisa no es digno que le regales un rostro serio o amargo, pese a lo que te esté acongojando.

 

-          Es que… no sé… maestro… - estiró sus brazos para relajar el cuerpo y la mente a través del estiramiento. Tomó la cantidad de oxigeno que el propio cerebro le exigía y no dejada de sonreír, lo que me permitió ver los “braquets” en sus dientes.

 

-          La respuesta la posees dentro de ti, en tus pensamientos, en las ideas que rescates de éstos para llevarlos a cabo en el día a día de tus actos. Claro que también hay una cuestión de seguridad, incluso, debo de admitir, en cuanto a mi experiencia.

 

Monse, la niña que todos los días iba peinada con una trenza hasta la mitad de su espalda, uniforme impecable, zapatos bien lustrados y calcetas perfectamente lavadas, permaneció callada, con la vista todavía sobre mi rostro sin que emitiera comentario alguno con respecto a lo que yo le había dicho. Llegó a mí la idea de que lo que había dicho, talvez, no era lo suficientemente claro, más también recordé que talvez estaba frente a una situación en la que a veces no hay algo más que decir en torno al asunto, y no porque se acepte en cuanto se calle, sino porque posiblemente se asestaba la prudencia. No busqué forzar lo que parecía tener un diminuto cierre, porque me topé a mí mismo con mis limitaciones tanto en las habilidades en cuanto a las materias que ofrecía y en cuanto a la habilidad que tienen los abogados de llevar una discusión a grandes escenarios aun cuando estos ya no se quieren comentar.                 

 

-           Entonces, ¿De quién es la habilidad de las matemáticas? ¿Tuya? O ¿De tus hermanos? ¿De los tres o de los cuatro? – indagué en torno a su propia postura sobre el arte numérico y espacial al no tener gran éxito en el dialogo sobre la dominación de los idiomas.    

 

-          Pienso que les pertenece más a mis dos hermanos que todo a mi hermana o a mí: el que ahorita está estudiando la carrera en ingeniería y el que está en el bachiller en Recova. Mi hermana ya no quiso estudiar, pero sí terminó la secundaria hace ya como unos cinco años – dio a conocer.

 

-          Eso es grato para mí, más ¿Lo será también para ti? Reconocer lo que está dentro de nosotros no siempre les sucede a todos: es una actividad gratuita, pero que poco se aprecia y no sé si se deba a que en nuestro sistema económico es más valioso lo que cuesta que lo que se da de forma con poco esfuerzo o talvez sea una simple preferencia por parte de todos lo que conformamos esta sociedad. Tú, por una parte, espero que aprendas de esto y después lo desarmes y lo armes. Dentro de tu familia, por ejemplo, ¿Sabes cuál fue el motivo de que ella, tu hermana, abandonara sus estudios? – especulé sobre el rol de la mujer en Miguel Aldama.

 

-          No estoy segura, maestro. De hecho, no recuerdo que ella haya mencionado el motivo o que yo se lo haya preguntado. Mi hermana es un poco rara: sólo le gusta ayudar y trabajar dentro del taller de mochilas a mis padres y casi no le gusta salir o divertirse – daba a conocer Monse lo que percibía en su entorno familiar, lo cual implicaba uso impecable de su observación.

 

-          No te parece que, entonces, ¿Hay una plática pendiente entre tú y tu hermana? Bueno, yo así lo considero, siempre resulta ser reflexivo conocer las decisiones de otros… (y no por las implicaciones cercanas o lejanas que haya sobre nosotros, sino porque es una oportunidad de conectarte con esa energía gemela que hay bajo los pliegues de la piel y del cuerpo y con ello apoyarte en su sabiduría para encontrar la propia, la tuya, la que te satisfaga y te identifique) ¿Y tus hermanos? ¿Sabes por qué tomaron tal decisión? – pregunté.

 

-          El mayor, conforme fue creciendo, le llamaron mucho la atención las computadoras y por eso optó por estudiar algo que tuviera que ver con ellas. De hecho, mis papás todavía lo están apoyando con los pasajes y los demás gastos, pero yo veo a mi hermano muy feliz y contenta, pues a él le fascina todo lo que ha estado estudiando: pasa todas las tardes armando y desarmando las computadoras que tenemos en la casa, porque dice que hay que darle mantenimiento y limpieza para que siga funcionando bien. Una vez lo escuché decirle a mi mamá que prefería mucho estar con sus máquinas que trabajando en el campo como mi papá. Mí mamás sólo le dijo que recordara que todo el trabajo es importante y eso es lo púnico que recuerdo – platicó entusiasmada Monse, en tanto, yo recordaba la ley de derechos de autor que estaba en debate en el Senado, vacilando entre decirle eso a ella o esperar a que de ello se encargaran los noticiarios, dado que en la ciudad ello ya estaba causando revueltas, lo cual, imaginé, que también estaría sucediendo en algunos tecnológicos que se relacionaban en dicha materia. Por unos cuantos segundos también configuré algunas imágenes sobre la gran brecha divisoria que se comenzaba a ensanchar entre la tecnología y sus avances y la mano de obra que se configuraba en cada uno de los individuos de nuestro país. Guardé silencio hasta el momento de esperar a que los sucesos terminaran de concretarse, con el fin de no interferir en lo que ella buscaba plasmar para su presente y futuro.           

 

-          ¿Qué hay de tu otro hermano, Monse? La otra vez me envió un mensaje a mi celular pidiendo disculpas por que tú no habías entregado la tarea. Leer ese mensaje no significó que yo lo lograse comprender, supongo que la disculpa lo hacía más por el apellido y la tradición familiar porque tengo entendido que ustedes siempre se han destacado en la escuela y en los conocimientos. Así así, no dejo de pensar que tu hermano es un chico respetuoso, responsable y hasta cierto punto, por el mensaje, empático.

 

-          Fue lo que me contó. Él comenzó a ayudarme con la tarea, pero al darse cuenta de que la tarea ya era de hace algunos días, se molestó conmigo diciendo que cómo era posible que no le hubiera dicho antes para que yo la entregara para el día que usted la solicitó. Ya después le dije que usted nos había dado chance unos días más, pero aun así su disgusto no bajo. Por eso le mandó el mensaje, y es que él es todavía más inteligente para las matemáticas que el mayor: si usted lo viera maestro ¡Resuelve unas operaciones que le ocupan muchas, pero muchas hojas! Una vez una maestra les dejó 20 operaciones de un día para otro. Él se tuvo que desvelar, más lo logró: el cumplió – comentó Monse con una cierta viveza creciente sobre la retina de sus ojos conforme hablaba de su hermano.

 

-          Sí, me imagino que hay grandes talentos en tu hermano como en ti y como en mucho otros de tus compañeros aquí presentes. Yo le comenté que hay culpas que no le corresponden por lo que no es necesario que cargue con ellas, puesto que a la larga esa actitud se vuelve rutina a tal grado de que los grandes errores pueden llegar a convertirse en las grandes penas, que, al final del día, sólo son penas ajenas y que nosotros mismos nos aferramos para hacerlas nuestras. No le indiqué que tuviera cuidado, porque el mensaje de aquella palabra estaba implícita en cada una de las palabras que había escrito en aquel mensaje como respuesta. Asimismo, no dudé en agradecerle aquel gesto y le repliqué que continuará practicando la disculpa cuando así se requiera, pero que realmente se requiera… – recalqué mucho para que también a Monse le llegara el mensaje.

 

-          Él se parece mucho a mi papá, maestro. Yo digo que eso es raro, bueno, lo pienso, más nunca se lo he dicho – agregó Monse.

 

-          ¿En su forma de ser? ¿De pensar? O ¿A qué te refieres con que es raro? – pregunté mientras en mi cerebro se daba la construcción de otras ideas, como lo que le atañe a la personalidad del hermano de Monse, quien es posible que antepusiera sus valores adquiridos ante cualquier situación que se le presente. Eso, en un planeta en donde la sinceridad entra en conflicto con el fin, anteponer los valores a la situación es sinónimo de, simplemente, pensar antes de actuar, algo definitivamente estratégico para evitar un error: el error que desemboca en actos que toman forma de zapatos de concreto.  

 

-          Sí, maestro, es que no siempre nos llevamos bien. De hecho, hay veces que peleo mucho contra ellos, pero él, Jonathan, al último, siempre me tiene más paciencia al enseñarme y explicarme de lo que ya no recuerdo a comparación del mayor que cuando se enoja ya no me ayuda y le dura días la molestia – comentó.

 

-          Pienso entonces que, a pesar de todos esos percances, en realidad, tienes un gran apoyo entre los miembros de tu familia y todos son buenos ejemplos a seguir dado que tus dos hermanos estudian y tu hermana trabaja, lo mismo que tus dos padres ¿No lo crees así? – coloqué en mesa de reflexión.

 

-          De cierta manera sí, tiene usted razón, maestro – dijo Monse mientras su rostro no parecía estar seguro de lo que pronunciaba. Para ser honesto la flojera parecía resaltar en ella, más no dije algo por la falsa interpretación que bien podría haber hecho, Preferí utilizar el juego de palabras para indagar un poco, sólo para indagar…  

 

-          Te notó un poco insegura por lo que acabas de mencionar. Talvez sólo sea una corazonada, pero así lo siento – comenté.   

 

-          Es que a mí, maestro, todavía me gusta jugar mucho y a ellos ya casi no. Ellos ya prefieren más el estudio o el trabajo y yo sé que eso es importante, pero también suele ser eso muy aburrido – alumbró mis pensamientos y al mismo tiempo, Monse comenzó a reír un poco al decir lo que realmente pensaba, lo que realmente sentía sobre lo que aparentemente traía progreso, felicidad y razón de ser en casi todos los continentes de este planeta. 

 

-          En definitiva, te doy la razón en esto último que comentas. Algunos han propuesto aprender jugando y han recalcado la importancia de trabajar en algo que sea de disfrute para que no se “sienta” pesado, más al final el objetivo sigue siendo eso: trabajo… – agradecí las palabras de Monse que me encaminaban a esas premisas sobre el entusiasmo, la realización y el trabajo.

 

-          ¡Y es que el trabajo, maestro, parece una cadena infinita de esfuerzo y esfuerzo! Mis papás, por ejemplo, le dicen a mí hermano que le pagaron la carrera, más a él le va a tocar apoyarme a mí y a Jonathan conforme vaya pudiendo, porque no saben si van a poder más. En mi caso, maestro, no sé si yo quiera entrar al bachiller o ya después mejor ponerme a trabajar.

 

-          Tú y yo casi estamos dando vueltas en está platica, porque hemos regresado al punto de partida del cual salimos al inicio de esta conversación. Más todo esto se resume nuevamente en lo que te he de preguntar… Dime, sinceramente, ¿Hay algún motivo en especial del porque no quieras ir a bachiller a continuar con el estudio de este mundo y lo que le extraña?

 

-          Por flojera, maestro, por flojera – y Monse comenzó a reír sin parar. A ella, como bien me lo había dicho y que yo me negaba a oír, salía a flote su visión de que el juego bien se puede anteponer a lo serio de esta realidad que se ha venido creando y concretando. 

 

-          ¡Tú! ¡Monse! ¡Teniendo todo un potencial por delante y con un campo de posibilidades y apoyo! ¡Me sorprende! – insistí, más con cada palabra que decía ella parecía convencerme tanto por la ironía como por la gracia y la simplicidad.    

 

-          Bueno, como le digo, todavía no lo sé, todavía lo estoy pensando mucho para tomar una buena decisión – aseguró mientras calmaba las risas no me dejaban comprender si era verdad lo que decía o una simple travesura de niños. 

 

-          Bueno, eso está bien, de hecho, es lo mejor que puedes hacer ahorita – dije referiéndome más al juego de palabras que a la conversación de superficie que llevábamos a cabo – es más, pienso que todavía tienes un gran tiempo para decidir cómo vas a ir formando tu vida futura precisamente desde este punto de partida, desde hoy…

 

-          Aparte – interrumpió.

 

-          Dime – me dispuse a escucharla.

 

-          Mi mamá tiene miedo porque soy mujer y usted sabe que el bachiller más cercano esta en Recova.

 

-          Comprendo… entonces si vas tendrías que bajar caminando este monte por la carretera ¿Cierto? – lamenté a escuchar la historia que se volvía a repetir en Monse tal y como en su adolescencia le había sucedido a doña Paula.

 

-          Sí, maestro y aunque no es mucho porque serían como 30 o hasta 40 minutos, tiene miedo a que me suceda algo malo. Usted sabe cómo está la situación actualmente en México. Las noticias lo dicen a diario – comentó.  

 

-          Cierto, todo lo que se escucha ahora con respecto al rapto de menores, el tráfico de órganos, la trata de personas… en fin… es algo muy lamentable y sumamente despreciable. No demerito las precauciones justificadas que toma tu madre ahora.

 

-          Así es maestro. Ella dice que el pueblo sigue siendo muy tranquilo, pero la carretera que nos conecta con Recova y con Españita ya no son tan seguros como antes ¡Ya por aquí se rumora que ese es el camino de los huachicoleros! Por eso le dijo a mi hermano mayor que tendrá que apoyar a Jonathan para que ya no se vaya caminando.

 

-          ¿En qué tiempo termina el bachiller Jonathan? – pregunté.

 

-          Está terminando el segundo año. Ya sólo le faltaría uno – compartió Monse.

 

-          Pues ya casi, Monse, ya casi. En tu familia se posará nuevamente el olivo – festejé.

 

-          Sí, maestro. Mi mamá, por ahora, se aguanta el miedo sólo por las tardes. Temprano, Jonathan, se va en la combi, más por las tardes, cuando mi papá puede va por él a la escuela, pero por el trabajo a veces ello se le imposibilita y se regresa caminando. Si se pone nerviosa con él, ¡Imagínese conmigo!

 

-          Estoy seguro que encontrarán una forma ambos de lograr que curses el bachiller. Pienso que tus padres han sabido orientarlos y han procurado darles lo mejor. Yo lo veo mucho en la comida que me obsequian, en el detalle que colocan y en ustedes mismos: son muchachitos de bien. Esto ya es en sí mismo un premio invaluable.

 

-          Mis papás nunca nos han abandonado. Mi mamá todavía nos cuida mucho y es que dice que antes cuando ella era niña no estaba tan feo, pero ahora ya está más fuerte la inseguridad y las drogas. Por eso nos cuida mucho. Yo la amo.

 

-          A esto me refiero, son muy inteligentes: han sabido observar lo que sucede a su alrededor y han buscado adaptarse a las condiciones. Por tal motivo, esas recompensas se viven y muy seguramente perdurarán hasta que la existencia se los permita, en definitiva, así será… - culminé y regresé al salón con los demás aprendices… recordando el significado de la palabra amar…                         

Secreto 35: CHOCOTO

 

Ser pequeño le decían

Y en un año me ayudó a descubrir porqué…

 

-          Yo soy muy pobre, pero también rico – dijo Alexander en una caminata que dimos juntos por las veredas escondidas de Miguel Aldama. Bueno, en realidad, él, un niño de 13 años, era quien me guiaba por esos senderos, dado que él era experto en sus tierras, pues pese a ser su maestro él me demostraba que también podría serlo. Permitirme cambiar ese juego de roles era definitivamente la mejor forma de acercarme a Alexander, al verdadero Alexander, al que se oculta detrás de su pupitre, de su informe, de su formación académica, y de esta manera igualarme como lo que somos dos seres humanos andantes sobre un planeta que un millar de científicos busca comprender, y en ese lapso, traen los mejores tesoros para todos dignificando a la ciencia, aunque a otros, como se ha documentado, les suceda todo lo contrario. 

 

-          No comprendo eso. Dime ¿Cómo es posible ser alguien que es pobre, que no tiene ni en donde caerse muerto y al mismo tiempo puede ser alguien rico, es decir, poseedor de múltiples riquezas, joyas, dinero, oro, diamantes? – cuestioné mientras ambos transitábamos sobre el camino angosto, húmedo, con un campo de cultivo al lado derecho mientras que el bosque se mantenía en nuestro lado izquierdo, más, los únicos colores que abundaban era el de la vida y el de la eternidad del universo claro en la cúpula celeste.       

 

-          Pues sí, maestro, es muy fácil: Yo soy un pobre niño rico – repetía Alexander, el niño delgadillo más alto que yo, de piel blanca y pecas bien disimuladas por las manchas de su piel que sonreía sin llegar a la burla al repetir esas palabras. El viento iba y venía, tal cual torero juega con la ira del toro, la ignorancia del cuadrúpedo, la vida del indefenso.    

 

-          Eso sólo existe en tu mundo, Alexander, pues, aunque yo le podría dar un sinfín de interpretaciones, la verdad es que finalmente terminaría equivocándome. El ideal es que mejor me expliques a que te refieres ¿No te parece? – comenté al tiempo que nos sentábamos para descansar tras la caminata que ya casi le pegaba a la hora. Sobre la rama de los aquellos arboles todavía se podía notar gran cantidad de pascle: esas fibras que se entrelazan y que son muy vistosas en los nacimientos decembrinos.     

 

-          Mi mundo es muy extraño, maestro, más de lo que usted se podría llegar a imaginar. Ya sabe cómo somos los muchachitos de ahora, que a nuestra corta edad ya hemos vivido mucho – aseguró Alexander, el niño de rostro ovalado y cabello con corte tipo alemán con una liviana modificación en el fleco, el cual era más grande de lo que exige la norma escolar.

 

-          No pasas de los 15 años. Te falta más de lo que te imaginas y más de lo que te podrías permitir a ti mismo. Tú eres similar al salmón que viaja sobre las corrientes del río de agua dulce y el cual pronto llegará al mar – imaginé.  

 

-          ¿Y? – cuestionó bruscamente.

 

-          Es bastante lógico ¿No te parece? La tierra no ha mostrado lo suficiente en Aldama las estrellas del zodiaco como para que tus ojos puedan reconocerlas sin el apoyo de algún manual ¿Me explico? – sonreí por el juego de palabras que le lanzaba a ese niño que vacilaba entre ser un espíritu traviesamente responsable y rebeldemente respetuoso. 

 

-          Sí, a mi abuelita también le pasó eso que dice usted – también sonrió porque entendió, al menos, el juego de palabras que le había dicho – Pero como le dije, yo soy un niño que ya he vivido mucho: ya tomo chelas, ando con pura morra como la de los videos de Cartel de Santa, ese que le enseñe de pollo y conejo. Además, siempre ando con la banda, así bien locochon. Cuando sea más grande comenzaré a darle bien recio con la “maría”.

 

-          Pienso que, pese a llevar tu vida cerca del torbellino, has logrado bordearlo sin la necesidad de que éste te logre infiltrar dentro de sus fuertes vientos, ya que vuelas astutamente. Más ello no implica que te encuentres seguro del peligro. Como te darás cuenta, es indispensable que mantengas una alerta constante. Recuerda los principios biológicos sobre la evolución y el cambio. La cuna de Moisés es bella por sí misma, más ello implica un esfuerzo por la búsqueda de los nutrientes necesario e indispensables. Por tal motivo, la mitad del círculo de la vida se da por el azar y la otra mitad por aquello que tu hagas para que el azar se transforme en tu presente ¿No te parece?  

 

-          A mi abuelita también le paso eso que usted dice. Por eso yo debo evitar esa situación. Es más, de una vez le digo que yo ya decidí que voy a hacer en unos años después: o me va a ver como narco mis famoso rodeado de muchos billetes y nenorras o un famoso huachicolero. Ya sabe usted que aquí en Aldama se da la pura adrenalina.

 

-          ¿Narco? ¡Vaya! Es algo que al parecer compartes con otros de tus compañeros, como Jesús. Incluso, me atrevería a decir que como muchos otros y eso se debe sólo al hecho de que se ha pronunciado tanto su fama en las series que todo por convicción. Así suele pasar siempre con cada una de las generaciones. Sólo que, comparándolas con otras, presiento que hay una extraña razón de siempre desear ir en contra de algo o de alguien, es decir, esa constante se repita. En unas ocasiones más fuertes que en otras, pero la constante siempre resulta ser la misma. Y la muestra de ello es que ahora tú quieres ser narco.    

 

-          Sí, como narco. Voy andar cargando unos pistolones que todo mundo me va a respetar, ya lo verá: no habrá ni uno que no conozca o pronuncie mi nombre, porque eso de estudiar la mera verdad no es para mí. Ahorita lo hago y cumplo porque me lo pide mi mamá, pero espere a que termine por lo menos la secundaria – dijo Alexander entre juego y opción. Dada mi insistencia en siempre ser hombres de bien y lo que a mí me tocaba ver, me limité a continuar el juego de palabras que se había dado desde el inicio de la conversación. 

 

-          Existe una teoría que habla sobre la ilusión del respeto y lo que a éste le constituye. Se supone que el respeto es un acto que se basa en la distancia entre todo aquello que esta alrededor nuestro y nuestras manos, es decir, ese espacio que da cabida al hecho que podría ser ejecutado. Hay otra idea que sostiene que el respeto es un cuerpo, pero un cuerpo ilusorio, ya que quien lo porta, como tú dices, bien puede ser el miedo. La verdad, es que el respeto, como todo valor moral puede resultar ser el propio sol y sus rayos sobre la superficie terrestre – pronuncié evitando decirle que todo lo que había dicho o bien lo podría llevar a una arista del respeto o bien a una arista que fluye y se fusiona con la oscuridad de una cueva que alberga víboras de cascabel, cobras y hasta coralillos.

 

-          Yo he visto que todos los que portan armas se ven bien locochones, maestro, así como el Babo en sus videos. No puedo esperar a ser, por lo menos, parte del ejército y andar trayendo siempre una ametralladora… y ahora si… a ver… ¿Quién se mete conmigo? Van a salir corriendo más rápido que en lo que canta un gallo. Y es que yo soy de sangre fría ¡No puedo esperar a estar con los militares para que vean todo lo que soy capaz de resistir! Mi hermana que ingreso con ellos me platica de las rutinas de ejercicios que les ponen y, aunque al principio ella quería llorar, ahora mire nada más ¡Hasta es más fuerte que mi hermano el flaco! Ella es la única que lo somete, bueno, y mis papás también – narraba Alexander como si ese fuese el sueño de sus entrañas y como si fuese ese el propósito que lo motivara seguir respirando aquí, enfrente de mí.  

 

-          Veo en ti un gran agrado por la formación militar, la formación ruda y con bastante disciplina. Es inevitable que piense en ello, en las palabras que pronuncias y al mismo tiempo en Omar, uno de mis alumnos de años pasado que también tenía una gran inclinación a las fuerzas armadas. Pienso en ti y en ese rasgo que te lleva a desear todo y, pese a que no logro concebir eso en la formación humana, supongo que tampoco tengo el derecho de arrebatarte esas aspiraciones, pues algo habrá de productivo para el crecimiento de la especie dentro de esos cuartes de formación. Quiero imaginar entonces que también vas a andar siempre viajando con el rostro cubierto, con gafas, con un carácter fuerte e imponente, y si es posible, hasta cubierto de tatuajes cómo el vocalista de Cartel de Santa ¿Verdad?

 

-          La vida ruda es lo que hace a los hombres: hombres. Esas pruebas no cualquiera la aprueba. Mi hermana me dice que a veces los dejan en medio del bosque y su misión es regresar vivos a los cuarteles. En otras ocasiones hasta tiene que hacer lagartijas bajo la lluvia y en los suelos de tierra: todas embarradas de lodo. Hay muchas que no resisten, terminan llorando y hasta se van saliendo. Por eso ahí está la verdadera voluntad de acero. De los tatuajes eso si no sé mucho, pero por las dudas no me haré porque quien sabe si me dejen ingresar con ellos en caso de que yo los tenga.

 

-          Esas pruebas físicas ¡Vaya que sí han de tener mucha ganancia y mucha ventaja en cuanto a actividad corporal! Y a la larga ¡Hasta formación mental sólida! Entre los militares se recalcan mucho los valores de honor y amor a la patria. Sin embargo, ahora también se ha leído en algunos periódicos que, ellos que son servidores de la nación, han atacado a aquellos que deberían de proteger. Eso resulta ser algo absurdo, algo ridículo, pero suele suceder. En cierta ocasión platiqué con el chofer de una combi cuando recién ingresé a la labor docente. La ruta de ese transporte público no la recuerdo como tal, pero es una que va para Cuaxomulco centro. Pues aquel hombre decía que vivir dentro del mundo de los militares es precisamente eso: otro mundo, más no el que un civil se imagina, ya que también adentro de ese grupo de guerreros también hay vicios… muchos vicios…  

 

-          ¿Vicios? ¿Qué tipo de vicios? – preguntó Alexander asombrado por el comentario que le hacía. 

 

-          Decírtelo, Alexander, es dejarte en medio de la incertidumbre, la imaginación y la especulación. Para la filosofía ello podría resultar beneficioso, para la literatura una gran herramienta, incluso, para la física cuántica también podría abonar a la generación de hipótesis, pero, para la defensa civil y para tu espíritu que deambula entre lo que podría ser… tengo que ser honesto contigo… eso sería terrible para mí: poner en peligro aquello que podría llevarte a la gloria y el éxito ¡Aun cuando no comparta el mismo agrado por tales actividades! ¿Qué te diré? Aquello que se dice en cualquier lugar, en cualquier tiempo, a cualquier ser humano… hay que ser sensato y precavido.

 

-          Seguramente lo que le dijeron son puros chismes, maestro, puros chises. Más, aunque así fuera entre los militares, yo sólo le diré que seré el número uno, el mejor. Por algo soy un pobre niño rico, pero inteligente, muy inteligente.  

 

-          Bueno, dentro de todo lo que hemos venido platicando, pienso que te verás mejor de militar que de narco o de huachicolero. Por cierto, Alexander, ¿Tu mamá sabe todo esto que me dices? Es decir, la idea de ser militar.

-          Sí, ella lo sabe y mi papá también. De hecho, mi mamá quiere enviar también a mi hermano el flaco y como mi hermana ya está adentro dice que nos ayudará con los exámenes y con el proceso para que no nos tomen de sorpresa. 

 

-          Entonces ya casi es una realidad. Me parece perfecto, sólo que con los militares no pienso que te dé tiempo de irte por tus chelas, es más, no te van a hablar “bonito” como yo lo hago contigo cuando no quieres apurarte: allá lo haces porque lo haces y nada de que no quiero. Por cierto ¿Es cierto que has tomado o sólo es un juego?

 

-          Sí, bueno, pero poco.

 

-          ¿Tus papás saben? Porque ahora que los veo les voy a preguntar.

 

-          ¿No me cree?

 

-          La verdad, sólo lo de que quieres irte a estudiar con los militares. Todo lo demás, bueno, hasta no ver no creer – sonreí.

 

-          ¿Porqué? – también sonrió. Era como si el lado bromista de cada uno se encarara para ver de qué cuero salía más correa.

 

-          Estas muy chico. Yo la primera gota de alcohol la tomé casi antes de cumplir los 18 años y eso porque me iban a operar. Si no hubiera tenido cita para intervención posiblemente no hubiera bebido.  

 

-          ¿Y eso qué? Maestro, no porque a usted le haya sucedido así quiere decir que me va a suceder a mí también. Además, esos eran otros tiempos, ahora los jovencitos de ahora, bueno, usted ya sabe cómo somos – dijo sin bajar la guardia en la plática nutrida. 

 

-          Por algo te llaman Pequeño.

 

-          Eso no tiene nada que ver, maestro. Pequeño me dicen desde muy pequeño porque soy pequeño.

 

-          Por cierto ¿Por qué te dicen así? Me parece gracioso que todos utilicen ese sobrenombre para llamarte: hermanos, papás, primos y hasta amigos… ¡Ya sólo faltó yo!

 

-          Esto me lo platicaron hace ya mucho tiempo. Se supone que yo iba a ser el último de la familia porque así lo decidieron mis papás, aparte de que ya conmigo éramos cuatro hijos que tenían. Así pues, según ella, yo iba a ser el “Pequeño” de la casa y de todos los primos. Casi casi, como quien dice, el consentido, aunque deje decirle que sí lo soy. Pero ni se imagina, maestro, mi mamá no se operó porque pensó que a su edad ya no volvería a embarazarse y tener más hijos y chan chan chan chan… - fue inevitable que Alexander alzara el rostro al techo del salón soltando unas cuantas carcajadas.  

 

-          Beli llegó de sorpresa ¿Verdad? – disimulé ese sentimiento empático que buscaba manifestarse en mi rostro en cuanto a la conmoción que transitaba en el espíritu de Alexander.   

 

-          Así es, maestro, Beli llegó casi casi de sorpresa ¡Con decirle que mi mamá no sabía que estaba embarazada nuevamente! Pensaba que los mareos y las náuseas se debían a que estaba enferma de algo y como sólo se tomaba los tés que le daba mi abuelita para calmar las molestias, pues no se enteró de mi hermanita sino ya hasta cuando fue al médico quien le dio la gran sorpresa. Claro que la sorpresa fue para todos, maestro – relató Alexander quien mantenía el buen humor que deja aquella experiencia a un adolescente de su edad. 

 

-          Ah mira… las casualidades de la vida… - exclamé sorpresivamente más por los gestos de Alexander que por la propia historia que me contaba – más todavía te dicen Pequeño.

 

-          Sí, se les quedó la costumbre. Usted ya sabe cómo son las familias de ahora ¡Todas muy extrañas! – dijo este muchacho que parecía no conocer la seriedad y la cordura adulta.

 

-          ¿Y sí te gusta? ¿O te es incómodo en algunas ocasiones? Digo, tu siendo aspirante a militar eres un hombre al final de cuentas y no un “Pequeño” de mamá y de papá.

 

-          Sí, me gusta mucho. Yo soy un hombre Pequeño – dijo como cualquiera que pronuncia algún logro que ha obtenido en su carrera. 

 

-          ¿Porqué? – insistí en buscar la explicación a tal agrado.

 

-          Porque soy Pequeño… - se limitó a decir. 

 

-          Si ser Pequeño implica ser Alexander, entonces, pienso que todos lo somos, Alexander, todos lo somos…

 

-          Aun así, a pesar de ser Pequeño, no se le vaya a olvidar que también soy un pobre niño rico – reclamó el título.

 

-          Si esas son tus explicaciones, Alexander, debo confesarte que ahora, entonces, yo también lo soy… - concluí.

Secreto 36: COCHILISTLI

 

Poseo la ferocidad del león maduro

Dentro de este cuerpo de este joven cachorro

 

-          Varia, profe, varia. Hay veces que sí surge esa cosquillita de continuar con el bachillerato, saber más, hacer nuevas amistades y todo lo que significa seguir estudiando – dijo José mientras observaba como jalaba la silla hacia atrás que estaba a su lado y debajo de la mesa para sentarme junto a él.  

 

-          ¿Y entonces? ¿Cuál es el detalle de que esa chispa sólo sea eso: una simple chispa incapaz de causar la bomba de conocimiento? – pregunté al tiempo que posaba mi mirada sobre su perfil, reteniendo la imagen en mi cerebro de una postura que era similar a las de las revistas de científicos e intelectuales, sólo que, a comparación de José, ésta parecía no poseer la luz detrás de sí para resaltar los contornos de su figura en el espacio.    

 

-          Porque hay veces que ese no refleja todos los asuntos que se interponen, profe, parece muy fácil para usted porque usted es maestro y por lo que hemos platicado usted siente un amor grandísimo por los libros. En mi caso, profe, es muy diferente – dijo José manteniendo la mirada sobre la libreta y el libro que descansaban sobre su mesa gris, con el lápiz detenido para poder responderme, con las páginas impresas casi vacías.    

 

-          Explícame – dije sin buscando cerrar las ventanas que permiten la captación de la imagen, buscando agudizar más el sentido de la reflexión y la buena argumentación bajo el colchón de la comprensión, puesto que limitarme a escuchar, eso, eso lo puede hacer cualquier otro en cualquier lugar y en cualquier momento: imaginar con armonía procurando no descuidar todos los detalles, eso, eso es escuchar, observar, sentir: tomar la preocupación y la inseguridad de José y hacerla mía, colocarla sobre la balanza dorada y entonces sí: emitir un par de palabras bañadas en la bondad y en la compasión.    

 

-          Una parte porque mi mamá me dice que ya no tiene dinero. Eso es algo que hemos venido platicando desde que estaba yo en segundo año, o sea, en año pasado. Mi papá no lo conoce, pero él ya está grande: tiene más de 50 años, casi lo mismo que mi mamá. Además, a mi papá por su edad ya casi no le dan trabajo. Debes en cuando se va de albañil, pero son obras pequeñas, por lo mismo de la edad. Mi mamá también trabajó mucho de joven, pero ahorita dice que ya está cansada. Aparte aquí en el pueblo hay muy poco trabajo. Si tienes tierras, bueno, te apoyas de la siembra y de los apoyos para el campo. Si tienes animales, bueno, por lo menos sabes que comida no te faltará. De ahí en fuera, profe, solo el pascle o la leña o detallitos así te dejan algo de trabajo. Por todo eso que yo veo y por todo lo que me dice mi mamá y las necesidades de la casa pienso que va a ser más difícil, demasiado difícil.  

 

-          Bueno, lo de los gastos escolares tiene, ahora, una simple solución, basta con indagar entre los diferentes programas de apoyos a estudiantes: beca gobernador, beca Benito Juárez, Beca escribiendo el futuro, etc. Yo les he informado de algunas de ella en su momento ¡Acuérdate! Sólo falta que tomes en tu cabeza la decisión y aunque no descarto la probabilidad de que suceda un evento poco favorable para la solidificación de tu proyecto, dime ¿Qué se pierde? ¿Tiempo? ¿Energía? ¿Esfuerzo? Mas a mi favor, he tocado livianamente ese asunto con tú mamá, y hasta donde entendí, porque hay una sensación de desconfianza ante lo incierto, ella sí te apoyaría con el mantenimiento – comenté mientras jalaba un poco el libro para echar un vistazo en general.

 

-          Sí… supongo que sí, profe, tiene usted razón… - dijo José divagando, ocultando lo que realmente sentía, talvez por desconfianza, talvez porque no lograba hilar las palabras correctas, tal vez por no identificar bien sus emociones y expresarlas, talvez por la propia adolescencia en la cual se encontraba.

 

En este sentido, debo aclarar lo que pienso en torno a los trabajos de los psicólogos. Éstos han sido sumamente aportativos a la comprensión de los jóvenes, a la mejora educativa y a la regularización de las emociones, pero ¿Cuál es la certeza de que lo que ellos abstraen con sus observaciones y con explican por medio de sus conclusiones sea un acercamiento firme sobre la situación de puberto? ¿Se justifica suficientemente con la objetividad, el respaldo de un marco teórico bien definido y la aplicación de un método científico?...

En tanto, José se recargó sobre el respaldo de la silla y permitió que deambulara en el trabajo que realizaba. Dio un bostezo que dejaba especular a mi razón entre un presunto significado de alivio, relajación e indiferencia, algo que por supuesto, no podría asegurar aun cuando lo vuelva a presenciar (o repetir a través de una cámara de video). Sus ojos, como cualquier humano, se perturbaron por una diminuta humedad de lágrima, quiero suponer que por consecuencia de propio bostezo que dio. Por otra parte, yo, inconforme con la respuesta que había escuchado me aventure a explorar su ciudad perdida del Dios Mono:   

 

-          Es inevitable el presentimiento ¿Sabes a lo que me refiero? A esa sensación de que existe algo, un motivo por el cual hay grandes dudas dentro de ti. Dudar es decidir. Dudar es el regalo de la naturaleza para la supervivencia, como el obsequio de las alas a las aves. Dudar es sinónimo de búsqueda y ello implica la razón de ser del caminante por las brechas. Y aunque yo soy sabedor de que se le apuesta más a la seguridad que a la duda, porque así se justifica la doctrina castrante de lo radical, es imperante que tú ahora redefinas la conceptualización de ciertos vocablos ¡Y más tú! ¡José! ¡Quién siempre ha mostrado una brillante habilidad para la clarificación de los conceptos y la clasificación de los mismos!    

 

-          No hay algo más, profe. Yo le he dicho tola verdad. No tengo motivos para mentirle y menos en la cuestión de los estudios – dijo José mirándome fijamente.

 

-          Es común, tras el contacto y la observación, percatarse de que cuando una persona se aferra a un sueño es sumamente difícil que alguien o algo se los arrebate tan fácilmente. Se comenta que es más fuerte esa resistencia en la mujer, pero yo opino que sucede de la mima manera en el hombre y a cualquier edad. 

 

-          Y según usted ¿Qué hay en mí que le diga que hay algo que me detenga para seguir estudiando y que yo no conozca? 

 

-          Es fácil y complicado al mismo tiempo. Es cierto que no han dado ni las 10 de la mañana, eso lo dice el reloj. También es obvio que tú dejas desayunado en tu casa todos los días. Bien sabemos que esta es la segunda clase del día. Dime ¿Hay algún indicio que sea de suficiente peso como para que en tu cuerpo no exista vibración de energía inquieta? Tus palabras, y no es por desanimarte, pero son tan fuertes como tu propia fuerza de voluntad, y la fuerza de voluntad está pegada junto con tu energía. 

 

-          Es que va a ser más difícil en todo, profe, y yo no creo que vaya a poder con todo lo que está por venir. Usted mismo sabe que a veces me cuesta el inglés. De leer ¡Ni se diga! ¡Usted sabe cuanta flojera me da! ¿Para qué haré gastar a mis padres algo que no voy a aprovechar? Usted mismo lo ha dicho: no debemos ser malagradecidos con nuestros papás y si ellos nos están brindado el apoyo para estudiar entonces tenemos que pagarles con la misma moneda ¿O acaso me equivoco? 

 

-          Es cierto… yo se los he dicho ya en más de diez ocasiones. Para ser honesto, José, eso es algo que yo mismo me inculqué desde pequeño y se fue reforzando conforme fui creciendo y con el pasar de los años. Más también me he dado cuenta de que hay muchas formas de agradecer. Siendo esto así, entregar buenas notas es una manera de agradecerles en el momento, no metiéndote en problemas es otra, ayudándoles en casa también, trabajando fines de semana o apoyando a tu papá en su oficio, y así podríamos enlistar toda una serie de acciones con las cuales, ahorita, en el presente y hasta en el futuro cercano, conforme vas trascurriendo los días, se forje y forma esa palabra que te he dicho. Ahora bien ¿Es entonces el miedo a ser malagradecido lo que te limita a seguir estudiando o es el miedo ante los retos venideros? ¿A tu inseguridad a lo que desconoces o a tu nula capacidad de enfrentar lo que a ti venga? Tú y yo ya hemos sostenido en más de tres ocasiones charlas de esta índole.  

 

-          Un poco de ambos, profe.

 

-          Entonces lo único que tenemos que hacer es trabajar en ello arduamente y asunto arreglado. Además, José, soy saberdor de que en ocasiones la voluntad de los padres influye. Por eso me atrevo a pensar que para ellos tampoco es fácil dejarte ir ¿Te imaginas por qué? Bueno, porque eres el último hijo que vive bajo con ellos bajo el mismo techo. Dejarte ir no será asunto fácil, pero debes de decidir, siempre es así.

 

-          Ella dice que yo tengo su apoyo en lo que al final del día yo decida. También suele decir que no le ve el caso que tenga tanto estudio, porque en sus tiempos con la primaria ya podías conseguir trabajo. Si ella tiene miedo o no, profe, o si mi papá lo tiene, es algo que no han mencionado y yo tampoco se los he preguntado ¿Realmente usted cree que también se deba a ello, bueno, en parte? Ella me ha dicho que la cuestión es el dinero, principalmente.

 

-          Bueno, es muy aventurado eso que te dije. Hay varios psicólogos que sostiene eso que te acabo de decir: es en realidad el miedo el que se enfrenta en una guerra interminable contra lo que pretendemos hacer o ser. En mi experiencia personal, hay palabras que callamos, pero que pueden intuirse a través de la mirada, claro que esto no es algo nuevo.  

 

-          ¿Será, profe? O se estará usted confundiendo.

 

-          Bueno, si es parte de mi confusión lo podemos descartar, al menos por ahora. Pero en lo personal, yo no lo descartaría.  

 

-          Es posible, entonces.

 

-          Para mí, sí. Pero no se te olvide que aquí es importante conocer los factores externos para saber cómo manejarlos sea para enfrentarlos o sea para manejarlos a tu favor. Más los factores internos son los de mayor envergadura ¿Por qué? Porque son los que se encuentran dentro de ti y son los que van a echarte a andar. Así pues, ten presente ello siempre, en cada instante, ahora mismo para que construyas tu propia obra. 

 

-          ¿Mis decisiones? ¿Verdad?

 

-          Efectivamente, José, efectivamente. Antes ya te lo había dicho y la propuesta de solución que es la misma: te siento “bloqueado”.

 

-          ¿Bloqueado?

 

-          Sí, bloqueado. Mira me refiero a que…

 

-          Sí, lo que me ha dicho cuando no entiendo algo, pero que en realidad no es porque no lo entienda sino porque hay una parte de mí que no lo quiere hacer, pero, profe ¿Y eso es malo? Usted mismo ha dicho que la desobediencia también puede ser tomada como una virtud.

 

-          Claro que no, José, claro que no. De hecho, es lo más normal de lo que podemos imaginar. Siempre he creído que la seguridad y la estabilidad es una mera ventana de la ilusión. Se puede uno asomar por ella, pero nunca será suficiente y tampoco estará por siempre. En el mundo se cree que así es, pero en lo personal es una vil mentira que nos han dicho como muchas. Algunas por producto de la ignorancia, otras por motivo de la desconfianza.

 

-          Eso no me ayuda en mucho, profe, no me dice que hacer o por donde ir o como debo de actuar.

 

-          Bueno, a lo que me refiero es a lo que ya he dicho durante las clases de formación humana.

 

-          ¡Ah ya! Sobre la autoestima y el proyecto de vida.

 

-          Así es.

 

-          Pues vuelvo al mismo punto que iniciamos, profe… yo no sé qué hare: si trabajar o estudiar. Lo de estudiar ya se lo dije y lo de encontrar un trabajo, bueno, dicen que estoy muy chico para trabajar. Es más, profe, a esta edad no pagan lo que es justo: de los 100 pesos diarios no pasa. Se lo digo porque ya he investigado.

 

-          Recuerda las ideas que yo les he compartido sobre la concepción de la relación entre trabajo y pago.

 

-          Eso es algo contradictorio, profe. Usted mismo se queja de su sueldo: que es muy bajo, que es insuficiente hasta para cubrir sus gastos básicos.

 

-          Cierto, muy cierto, José, a veces permito que la preocupación de mis criadores me abrume mentalmente, los pagos que tengo pendiente mes con mes y aquellos gastos que se relacionan con mi sobrevivencia, pero, sabes, cada uno de esos factores tiene solución: una tan sencilla que puede ser enlistada. Más a lo que yo me enfrente es a una reedducación de mi mente que se acostumbró a sólo pre-ocuparse de todo lo que le causa miedo por la incertidumbre del qué será. Es mi batalla que día a día llevo a cabo y, por lo que dices, es claro que en ocasiones permito que me gane y en otras me sobrepongo a ella ¿Sabes a que me refiero? 

 

-          Más o menos.

 

-          Cada quien tiene su propia guerra. Tu ahorita llevas a cabo la tuya con respecto a que planeas hacer ahora que seas graduado de secundaria. La mía, por otra parte, es destacar las recompensas que he ido adquiriendo por mi labor por sobre las picaduras de los malestares: los gastos serán cubiertos como lo han sido ya desde hace cuatro años. En cambio, mi familia solo pide algo que es tan fácil de cumplir y que no ha sido sino hasta esta charla contigo que, como dicen por ahí, me cayó el 20.     

 

-          No me imagino qué, profe, no conozco a su familia.

 

-          La atención, José, la atención. Hay quienes opinan que cuando vamos envejeciendo en realidad es ir rejuveneciendo, es decir, venimos a este mundo como bebés y por lógica tenemos que partir de la misma manera: siendo bebés. Claro está que tales palabras no se refieren al cuerpo, porque tú y yo sabemos que ello no es posible, sino en cuanto al propio espíritu alegre, cantor, ese que no es capaz de corromperse como sucede con a carne. Si todo esto resulta ser cierto, entonces podríamos decir que los abuelitos, a tal edad, lo único que quieren es atención, tal y como lo piden los más pequeños, según los psicólogos y pediatras.  

 

-          Entonces usted no debería de alejarse mucho de ellos. No debería estar aquí con nosotros dando las clases porque los está descuidando – comentó José cerrando sus palabras con ese rostro de niño pícaro que busca decir, disimuladamente, que las clases no son necesariamente lo suyo. 

 

-          Bueno, como se dice en las películas japonesas en su mayoría: yo no me alejo, nunca lo he hecho y nunca lo haré, puesto que ellos siempre están presentes conmigo, aquí, en mi mente y mi corazón y ahora más que nunca, ya que incluso salieron a relucir dentro de esta charla. Este mínimo pensamiento de saber que también me encuentro en su lengua, dentro de sus emociones, me da fortaleza para seguir andando hasta el punto en donde tenga que, finalmente, establecerme. Esto es parte esencial para vivir la paz y acercarte a la plenitud.

 

-          Mi mamá también me da mucha fuerza interna, y mi papá, profe, ni se diga – destacó José mientras regresaba la vista hacia el libro, mostrando interés en aquellas páginas y ejercicios que esperaban ser contestados impacientemente por él. 

 

-          Entonces, está claro lo que yo tengo que hacer. Sin embargo, en tu caso, ¿Está más claro que tienes que hacer? ¿Cierto?

 

-          Es posible, profe, es posible.

 

-          Entonces, dado que las palabras comienzan a sobrar dado que ya resultaron decirse las bastantes, continuemos con la lección por ahora y dejemos esta charla con una conclusión pendiente…              

Secreto 37: CENTETL

 

Son historias para ser vividas

No para ser leídas…

 

-          Todo lo que inicias lo tienes que terminar: no es posible que dejes a medias el trabajo que comenzó bien – le dije mientras pensaba en lo que implicaba la verosimilitud de mis palabras: si todo tiene un principio, así como la humanidad lo tuvo, entonces, por lógica, era inevitable la alborada de nuestro fin, en algún día, en algún momento, en algún segundo. Otro ejemplo vivo típico eran los dinosaurios o los trilobites. Claro que existían los helechos, las tortugas, cocodrilos, caballos y tiburones, descendientes de aquellas especies. El ser humano, por su parte, como lo decían los biólogos, del mono. Aun así, no había una garantía total y absoluta: talvez, simplemente, andábamos transitando por unas cadenas fuertes de hierro puro (que es la materia) y con algunas manchas de oxidación (que es la vida).      

 

-          Ya no voy a continuar estudiando, profe. Ya hablaron mis papás conmigo. Además, usted sabe que los libros nunca fueron lo mío – dijo Juan, el estudiante de tercer año, el más alto del salón luego de que Chucho desertara a medio ciclo escolar.

 

-          ¿Y eso es un motivo suficiente para que ahora quieras dejar todo a la deriva? – dije al tiempo que buscaba su rostro, su mirada, que parecía estar entretenida por el salón que estaba a punto de abandonar. En mi propia cabeza, aunque procuraba decir las palabras más apegadas a la realidad, también tendían a cierta corrupción por la propia duda y la deducción. Bastante ya he dicho sobre el apoyo a las teorías que han surgido luego de observar el movimiento terrestre, como aquella que se conoce como la deriva continental: Juan la nueva isla, su porvenir el inmenso mar, y yo, si es que existía, permanecía de forma incorpórea dentro de su más intimo universo.       

 

-          ¿Para qué me va a servir todo eso que usted nos enseña? ¡De nada! En el campo lo que se necesita es mano dura, fuerte, resistente. Usted mismo ha dicho: que admira a los campesinos por el trabajo arduo y el desgaste físico que implica el manejo de loa tierra – rescató Juan, el niño delgado y blanco de la escuela que había aprendido a convivir con su paladar hendido.    

 

-          ¿Y la inteligencia? Juan, dime que hay sobre ella ¿A poco esa no es útil para el campo? ¿Apoco no también se emplea para el uso de animales, del surco o del tractor? ¿Esa cómo se obtiene? ¿Por obra del espíritu santo? En la escuela no sólo trabajamos conocimientos, sino también pensamiento y ahora con la situación actual que atravesamos me atrevería a decir que también estamos frente a un nuevo obstáculo de la evolución. Tal vez exagere, tal vez no. Sin embargo, a cada momento es necesario la aplicación, sino del conocimiento, si de la inteligencia. Ahora bien, dime ¿En dónde la ejercitamos? Yo sé que dirás a cada minuto y puede que sea eso cierto, más, aun así, ¿Por qué existe la posibilidad de entrenar a la inteligencia en la cotidianidad ello demerita el aporte que hacen los libros dentro de tal ejercicio? Tengo entendido que a ti te gusta el parku. Para ello se necesita entrenamiento ¿No es así? Lo mismo para el cerebro.         

 

-          Bueno, la inteligencia, sí, pero todas esas operaciones: que la x, que la y, dígame ¿Eso para qué? Eso nada tiene que ver con el campo, con los tractores – comentó Juan, el niño delgado con rostro en forma de pentágono invertido, lo cual hacia resaltar las orejas de su rostro.

 

-          Bien, dime, ahora que te has enfrentado a tus primeras labores dentro del campo ¿Ya tiene todos los conocimientos para poder manejar la tierra, afín de que crezca fruto dentro de ella? – cuestioné buscando más el acercamiento a través de la confianza que todo la comprobación de la relevancia en torno a algún contenido curricular.

 

-          No, voy aprendiendo – afirmó Juan con la actitud similar con la que debatiente sostiene su postura por los trabajos realizados en la práctica.

 

-          Pues bien, tú dentro de ese ir aprendiendo te encuentras husmeando, buscando, explorando ¿No es así? La x o la y, también es una búsqueda, sólo que en la matemática. Ahorita y hasta cuando tú lo decidas, buscarás la x de la tierra dentro de la y de tu vida. No hay gran diferencia, no la hay. Ahora bien, regresando al punto inicial que considero es crucial para esclarecer el meollo de todo este asunto que ahorita nos retiene. Desde esta semana y desde que tu memoria te lo permita, dime ¿Qué has observado en cuanto a la actividad que realiza tu mamá? Cuando ella se levanta de la cama todas las mañanas ¿Qué procede a realizar primeritamente? – aseveré ahora sí buscando comprobar lo que yo creía correcto, porque por mucho que quiera permanecer en la neutralidad del espectador, la profesión me incurría en intervenir en la orientación de tal ente.   

 

-          Cuando yo me despierto, ella me sirve el desayuno.

 

-          Claro que tú sólo observas el desayuno, pero ambos sabemos que el desayuno no se prepara solo: la tecnología avanza, pero un huevo no se puede guisar a sí mismo, o el atole o cualquier otro alimento. Es claro que estos tienen que guisarse por alguien más ¿No es así? – aseguré.

 

-          Así es.

 

-          Pues bien, ese alguien que prepara, en este caso, tu madre, dime, Juan ¿Alguna vez te has acercado a preguntarle si se siente cansada, aburrida, desanimada o preocupada como para que evite no sólo servirte el desayuno sino también el preparártelo?

 

-          No.

 

-          Como te darás cuenta, Juan, en muchas ocasiones no expresamos realmente lo que sentimos o lo que pensamos; si lo que necesitamos es un consuelo, un abrazo o simplemente estar sin compañía alguna. Ahora bien, dime, ¿Alguna ocasión la has visto enferma de gripa?

 

-          Sí.

 

-          Y dime, Juan, a pesar de encontrarse en ese estado ¿Ha dejado de cocinar y preparar la comida, de lavar la ropa tuya o de tu hermana, de mantener tu casa limpia, de acompañar a tu hermana al preescolar a la hora de entrada?

 

-          No que yo sepa.

 

-          Te imaginas, Juan ¿Qué sucedería si cualquier médico o científico se dejará agobiar por los estados de ánimo que son súbitamente cambiantes, por algún fracaso dentro de su investigación o por la pérdida de alguno de sus pacientes?

 

-          No me imagino, profe.  

 

-          Pienso que no sería muy aventurado comparar ambos casos y llegar a una misma conclusión, es decir, que cada uno de nosotros no podemos permitirnos quedarnos a medio camino: en ni uno de los obstáculos o de las circunstancias que se hagan presentes. Hay proyectos que deben ser modificados porque no hay algo que ya esté completamente destinado. Pues bien, nuestra labor es precisamente trabajar con lo que corresponde – le mencioné a Juan buscando que cada palabra estuviera colocada sobre el lecho de la sinceridad.    

 

-          Mmm… - emitió Juan, lo cual me hizo pensar que se encontraba vacilando entre la duda y la indiferencia.

 

-          Es cierto que la mayoría del tiempo estoy ocupado, muy ocupado, entre la atención que requieren tus compañeros y lo que propiamente exige cada una de las materias afín de que el contenido de la clase no se pierda. Más aun así, pienso que no te he descuidado en cuanto tú me has solicitado apoyo ¿No te parecer así? O dime, Juan, ¿Alguna vez he dejado de reconocer tu trabajo y el esfuerzo que a diario colocas en cada una de las ciencias?

 

-          No sé…

 

-          ¿Acaso dejé de reconocer la creatividad que plasmaste en cada una de las historias que escribiste?

 

-          No

 

-          Yo espero muy en el fondo de todo esto que no pienses que es una especie de reproche, Juan, porque ni a mí me gustaría que así pareciera ni tampoco quisiera que te quedaras con esa idea al término de esta charla, pero dime ¿Acaso te he negado la ayuda cuando la solicitaste, pese, a que yo ya había explicado más de dos veces alguna materia, talvez, como en el caso de aritmética?

 

-          Tampoco, profe.

 

-          Entonces pues, ahora sí voy a exigir una larga respuesta. Bueno, está bien, no una tan grande, sólo que sea lo suficiente para pueda yo comprender el porqué de tu actitud. Si yo no permito que haya un estancamiento en ti, dime ¿Por qué tú mismo te lo permites sabiendo que en este siglo el conocimiento es tan importante como el propio alimento? ¿Porqué?  

 

-          Aparte, profe, mire, la veritita verdad he tenido ya que ir a trabajar al campo todos los días. Eso es por las mañanas y parte de la tarde. Realmente no me da tiempo de hacer todas las actividades que usted deja, aparte ¡Son muchas!

 

-          Ahorita vivimos tiempos de pandemia. Lo más seguro es que esto vaya para largo. Mucho me temo que todo regrese a ser como antes pasados al menos unos dos años. Dado que no son ni vacaciones ni días para salir de casa ¿Por qué no procurar tan sólo un par de meses dedicarle a la recta final lo que le concierne como tal?

 

-          Precisamente por eso, profe, tengo que salir a trabajar: por la dichosa pandemia que ni existe ¡Ya sabe que son sólo puros disparates del gobierno para tenernos con miedo y bien vigilados! Además, ahorita el taller de las mochilas está parado y lo poco que hay se encuentra en el trabajo en el campo.

 

-          Bueno, es cierto que eso de la pandemia también tiene que someterse a la mesa de debate, porque históricamente hablando los gobiernos de México nos han fallado. Eso sí hay que reconocerlo, pero ¿Y los doctores? Dime ¿Crees que ellos te engañarían siendo que su ética profesional se los impide? Ellos están para salvaguardar la vida y la existencia de nuestra especie ¿Es acaso necesario negarles la palabra y la verdad a todos ellos? Yo me considero un hombre consagrado a la ciencia y al conocimiento, como mucho lo he dicho y pienso que jamás dejaré de repetir. Ahora bien si esta pandemia sólo es una cortina de huma, es bien, no sabes cuánto me alegraré de que todo salga a relucir, empero ¿Y si no? Dime, Juan ¿Cuánto vale nuestra vida? ¿El precio de la ignorancia te es suficiente para pagar con tus fuerzas y energía? Yo pienso que no ¿O sí? No le falto ni le faltaré al respeto a mis ideas sobre la continuidad del alma y la renovación, más ya he aprendido a que no siempre se debe ansiar lo que ya está estipulado para nosotros. Es algo muy difícil de aprender, más es imperativo que se aprenda a tiempo. Y como todo entonces tiene un momento, ahora te pregunto nuevamente ¿Y por las tardes en qué empleas tu tiempo?

 

-          Bueno. Mis papás dicen que eso del covid es como lo del chupacabras: puras mentiras y engaños, y ni modo que no les crea a mis papás. Usted siempre dice que ellos son lo mejor que tenemos ¡Y eso es verdad! ¿A poco no? Ahora profe, el tiempo que me queda lo ocupo para descansar. La vida de campo es difícil.

 

-          Claro que lo he dicho y mantengo esas palabras que ahorita mismo me atacan. Sin embargo, también recuerda que les he dicho que ustedes tienen dos tareas más: orientar a sus padres con respecto a los nuevos conocimientos y también perdonarlos si es que ellos, de acuerdo a su pensar, tomaron una decisión que a simple vista pareciera afectarles. Dicho lo anterior, ya no apelo a tu entendimiento sino a tu sabiduría para que actúes con precaución y prudencia. Por otra parte, Juan, con respecto al trabajo del campo decirte mucho en realidad no puedo. Conversaciones largas he tenido con otros con respecto a la vida laboral del campo, mismos que si han dicho lo que tu ahorita acabas de mencionar: que es sumamente cansada, pero, aun así, considero que no es suficiente motivo como para que dejes de cumplir con las actividades que te corresponden. Además, ni siquiera se están realizando trabajo complejos o difíciles. Si tu recuerdas en clase eran un tanto más detallado el tema. Realmente considero que, y espero no te molestes, que todo lo que dices son meramente pretextos.

 

-          No son pretextos, profe. Usted mismo lo ha dicho: el campo requiere de un gran esfuerzo.

 

-          Esta bien. En esta ocasión te daré la razón y no buscaré más allá de lo que podría indagar. Aun así, entonces, nuevamente quiero escuchar tu voz, tu conciencia, y que sean entonces tu responsabilidad y el compromiso los que hablen por ti ¿Qué propones para que yo pueda apoyarte en cuanto a tu última evaluación? Porque estoy seguro que no está entre tus planes que tu promedio descienda al cual llevabas antes ¿O sí?

 

-          No.

 

-          Te sigo escuchando.

 

-          Yo podría realizar las actividades que vienen en los primeros cuadernillos que nos entregó. Lo que usted deja y que llega a través del teléfono, eso no, profe. Pero usted dígame si es eso es posible.  

 

-          Bueno. Debo de ser honesto contigo, como siempre lo he sido, y dejarte en claro que, al menos para mí, esto que acabas de solicitar no es ni la mitad de suficiente para que cubras por completo lo que hace falta para culminar por completo los cursos. Tu sabes lo que yo opino de tales actividades que vienen en las hojas de los cuadernillos… opinión que por supuesto comparto con otros más doctos en la materia. Aun así, con todo ese malestar que me provoca y manteniendo mi palabra de que me iba a someter a escuchar tus propuestas y siendo entonces tu yo responsable el que en este momento da la cara, sólo me limitaré a decirte que si realmente te vas a comprometer y estas palabras no quedaran en el espacio perdiéndose a cada segundo que transcurre, está bien, admitiré, revisaré y evaluaré lo que envíes y que sea parte de los cuadernillos de trabajo.

 

-          ¿Seguro?... ¿Está usted seguro? No después se va a echar para atrás y me pida todos los trabajos a la mera hora, porque entonces no le voy a entregar ni las libretas finales cocidas en el libro artesanal.

 

-          Espero que eso no sea advertencia ni amenaza, Juan. Sin embargo, no tienes por qué preocuparte el que yo cambie de parecer, dado que tú sabes perfectamente que ello no sucederá. Mira que estoy accediendo a tu petición y sin ni siquiera colocarle condición alguna. Si tú ya lo estipulaste así, te repito, así quedará sentado. Salvo que, claro está, y sólo lo diré para que no pienses que así de fácil es, entonces ¿Qué haré si no cumples con lo que acabas de decir?

 

-          Me reprueba.

 

-          ¿Seguro?

 

-          ¡Seguro! 

 

-          Dado que aquí no hay algún papel escrito, será entonces tu madre, la que yace aquí junto a nosotros la testigo de lo que acabas de pactar conmigo. Porque esto no es un acuerdo, ya que yo no participé en los más mínimo del convenio.

 

-          Sí, está bien.

 

-          Bueno, Juan. No hay más que decir entonces. Las palabras que has dicho con tus propias herramientas. Cuídalas y consérvalas hasta donde el día te lo permita, porque de ellas nacerá la verdad o la mentira. Es cierto… muy cierto… pienso que ahora entonces has dejado de ser un niño para entrar al complejo mundo del adolescente.                

Secreto 38: CENTLI

 

Conozco el suelo, porque mucho me ha tocado besarlo

Más no ha llegado el día que conozca la espada, porque mi fuerza fue blandida con un impenetrable escudo

 

Eran más de las 4 de la tarde en Miguel Aldama. El clima era frío, pero no tanto como lo es en Tlaxco. Aquí todavía había tardes con el sol colocado hasta las cinco o seis de la tarde. A partir de ahí, los vientos comenzaban a reinar sobre el publito casi hasta el amanecer. Y aun así las noches resultaban ser sumamente agradables, incluso, para sentarse a comer alguna golosina en el kiosco que estaba enfrente de la iglesia vieja y de la nueva, la cual se estaba construyendo precisamente a un lado.

En México ese suceso se repetía constantemente: parecía querer arraigarse a esa deidad superior dentro de los grandes templos construidos en forma de cruz. Y claro que en Aldama eso no era novedad. A partir de las 8 de la noche, el abrazo que siempre había mantenido al planeta desde su nacimiento, permitía enseñarnos esas chispas dulces de un lado a otro. La luna no era la excepción. Pienso que, además de Villalta y Temalacayucan, Aldama continuba poseyendo esa magia con respecto a la contemplación de los astros… ¿Por qué? Talvez porque aquí, en medio de la soledad, es magnífico dejarse atraer por lo inexplicable, lo que despierta la curiosidad y se encuentra plagado de misterio. Son esas sensaciones eternas que nos llevaron de un estilo de vida rudimentario hacia otro un tanto más organizado.

Pues ahí me encontraba yo: perdido entre las páginas de los libros que corresponderían a la clase del día siguiente, ilusionado con brindarles más al tiempo que yo mismo me exigía, entusiasmado por todo lo que encierra cada palabra, cada oración, cada texto, fascinado con el espíritu de la soledad que me asecha desde que nací, como a la mayoría de nosotros. Así pues, me dispuse a continuar con lo que yo mismo me hacía corresponder, hasta que, nuevamente, el destino oponiéndose a mis necios deseos, me enviaba a aquellos para que pudiera compartir ideas, sentimientos, más allá de las propias clases…

       

-          Maestro ¿Puedo pasar?

 

-          Adelante Jesús, adelante. Dime ¿Qué te trae por aquí? Es una grata sorpresa que andes merodeando por este santuario.

 

-          ¿Qué está usted haciendo?

 

-          Lo de siempre: preparo el material que hemos de ocupar para las clases del día de mañana. ¿Y tú?

 

 

-          ¿Cuándo vamos por los elotes? – dijo Jesús con ese tono de voz que es similar al de un buen vendedor que busca intercambiar su mercancía cueste lo que le cueste.

 

-          No sabía que tenías tierra, Jesús, y, además, que sembrabas – dije mientras hacía a un lado los libros, porque una visita así nunca se desprecia, siendo todo lo contrario, se disfruta mientras esta perdure en el presente, y talvez, en la memoria.

 

-          ¡Qué paso! Maestro. No se necesitan tener tierras para ir por los elotes. Lo único que se necesitan son las manos, las piernas y las ganas. ¿O caso me dirá que usted nunca ha ido por elotes allá en su pueblo? – mencionó ese niño que casi le pegaba al 1.60, completamente moreno: muy muy moreno, haciendo que lo blanco de sus dientes siempre resaltara.

 

-          Bueno, como se lo he dicho, yo no tuve la fortuna de crecer en un pueblo. De la zona urbana de donde yo vengo no se va por elotes al campo. Allá o se va al mercado por ellos o se espera uno a que pase el señor que vende la verdura en su camioneta o el señor que ya vende los elotes hervidos y preparados, los esquites y todo eso que sabe delicioso. En pocas palabras, allá sólo se obtienen los elotes comprándolos, no hay otra forma – comenté ya sabiendo más o menos a lo que se refería el niño delgado Chucho, de ojos saltones y cráneo bien remarcado.

 

-          ¡Qué pario, maestro! ­– aseguró el niño que llevaba puesta una bermuda y una gorra y que al momento soltó algunas carcajadas - Aquí todos los elotes son gratis. Eso lo sabe cualquiera que viva en el pueblo. 

 

-          Entonces parece ser que ya me está llegando tu verdadero mensaje – dije mientras también sonreía un poco. No quería fingir más, pero también quería bromear un poco con él, dado que ¿Quién me aseguraba que lo que decía Jesús era tan sólo una broma y no pasaría más allá de los actos? Claro que había una contradicción en la propia filosofía que abarca la decretación… - Te refieres a que podemos ir por ellos sin permiso ¿Verdad?

 

-          ¡Ya ve! ¡Usted sí ya me agarró la onda! ¡Nada más que le gusta hacerse el que no sabe! O ¿Será que acaso ya una vez lo hizo, verdad? ¡Sí! ¡Ha de ser eso! Sólo que, como es maestro, obviamente no puede hablar sobre ello. Pero no se preocupe, yo no hablaré sobre ello: seré como una tumba – dijo Jesús mi sucio juego, ya calmado con las carcajadas, más no con la sonrisa.   

 

-          ¡Cómo crees, Jesús! Así, dirían en mi pueblo, se hacen los chismes. Yo lo sé porque es lo que he escuchado de los niños, claro, yo supongo que lo dicen en juego, como Alexander – aclaré antes de que Jesús me hiciera caer en su pequeña trampa.

 

-          ¡No, no, no! Maestro, si usted a mí no me va a engañar ¡Y menos a mí que yo soy experto en esas cosas! Usted sí ha ido por los elotes gratis. A lo mejor aquí no, a lo mejor no en su pueblo, pero sí en las otras comunidades que ha estado de maestro, como dice que ya ha estado en muchas…

 

-          ¡No andes inventado, Jesús! Sabes perfectamente que yo sería incapaz de hacer eso ¿Te imaginas? Yo dando y dando clases de Formación Cívica y Ética y que al final del día salga con esto… ¡Eso sí que sería una reverenda contradicción! Pienso que el día que haga eso, si es que lo llegara a hacer, no volvería al pueblo porque la cara se me caería de vergüenza – continué mostrando mi lado irónico a Jesús.  

 

-          Maestro, pero si usted es bien exagerado – Jesús se dispuso a divertirse por las palabras que le había dicho – Además ¿Por qué está mal llevarse los elotes? Eso es comida y todos tenemos derecho a comer. Es más, dígame, usted saber correr ¿Cierto o me equivoco?

 

-          Es evidente que sí, Jesús. 

 

-          Ahí está, maestro. Es lo único que necesita para que ahoritita mismo vayamos por los elotes. Bueno, eso y un costal. Pero no se preocupe si no tiene uno. Allá en mi casa tengo varios, si quiere le presto a usted uno, para que no ande cargando sobre sus manos – dijo un poco entusiasmado. 

 

-          Ya me estoy imaginando para que es necesario correr…

 

-          Entonces, maestro ¿Qué decide? ¿Vamos o vamos?

 

-          No vamos.

 

-          No pasa nada, maestro. No sea usted tímido. Además, lo más malo que podría pasar es que los dueños se den cuenta y nos quiten los costales con los elotes o nos obliguen a pagarlos. Pero de ahí ni se espante, porque no nos van a llevar a la cárcel. Es más, aquí la patrulla ni siquiera pasa: somos un pueblo sin ley.

 

-          Ahora tú eres el exagerado, Jesús. Además ¡Te imaginas que yo me viera envuelto en un asunto así! No, Jesús, yo no podría darme esos lujos. Piensa en tus compañeros, en las madres de familia. No, definitivamente no podría dejarme que me lleves a ir por elotes – le mostré a Jesús mi lado amable, mi lado adolescente, pues le hablé como si fuera cualquier niño.

 

-          Bueno, está bien, maestro, entonces voy yo solo, pero me permite usted guisarlos aquí en el salón de clases.

 

-          Tampoco, Jesús, Tampoco.

 

-          Pero ¿Por qué no? ¿Apoco la escuela es suya?

 

-          No lo es.

 

-          Ahí está ¿Entonces?

 

-          Pero yo estoy a cargo de ella.

 

-          Bueno, nada más me presta la parrilla eléctrica que está en el almacén.

 

-          No podría autorizar tal cosa.

 

-          ¿Apoco usted no ha comido los elotes asados?

 

-          Claro. Son muy deliciosos.

 

-          Ahí está ¿Entonces?

 

-          No podría, porque estaría consintiendo de forma indirecta el acto de ir por los elotes sin permiso.

 

-          ¡Pero usted no va a hacer algo! Eso ya lo dijimos. Sólo me va a permitir que los venga a azar aquí ¿Cómo ve? Hasta le voy a convidar y eso que ni usted se va a ser el que se arriesgue.  

 

-          Recuerda el viejo dicho… peca tanto el que agarra a la vaca como el que la mata.

 

-          ¡Pero nadie se va a enterar! ¿Apoco piensa usted que yo soy un chivatón? Pues obvio no. Eso sólo lo hacen las niñas.

 

-          No es que vayas de chismoso.

 

-          Entonces ¿Le da miedo que le vengan a reclamar porque está asando los elotes aquí en el salón de clases? ¿Verdad? Es más, las mamás ni le van a decir algo. De todas maneras, la luz se tiene que pagar.

 

-          No es miedo, Jesús.

 

-          Sí… ¡A usted le da miedo todo! ¡Tiene miedo! ¡Tiene miedo! – dijo Jesús como cual niño pequeño.

 

-          Sí, es cierto, me descubriste… me da miedo, mucho miedo… - decidí admitir afín de lograr persuadir a Jesús.

 

-          No es cierto, maestro, no se vaya usted a enojar.

 

-          No tendría por qué enojarme.

 

-          Es que ni usted mismo cree eso que acaba de decir de que tiene miedo. Usted ya sabe cómo soy de burlón.

 

-          Es que sí tienes razón: yo tengo miedo, mucho miedo – dije sin revelar el miedo que me envolvía en torno al nacimiento de la idea de la formación que estaba teniendo Jesús con respecto a sus actos y lo que ello le puede acarrear.

 

-          Mire… usted pone la mayonesa y el refresco y yo y pequeño vamos por los elotes ¿Cómo ve? Ya así le hacemos para ya acabar con este cuento, porque se está haciendo tarde y entonces va a ser más peligroso ir por los elotes por las víboras. 

 

-          En verdad Jesús, ya dejando a un lado los juegos, creme que no puedo permitir eso. Sé que parece algo divertido hasta ahorita, pero en realidad ambos sabemos de qué no es así. En todo caso, recuerda lo que ya mucho les he dicho: pequeños actos no correctos pueden desembocar en actos grandes tampoco muy correctos, lo cual, a la larga, trae muchísimas repercusiones ¿Me explico?

 

-          ¡Pero si todo el mundo lo hace! ¿Por qué nosotros no?

 

-          ¿Y porque todo el mundo…

 

-          Sí, sí, sí, ya sé… - interrumpió Jesús - Si todo el mundo lo hace y se va al pozo porqué lo haré también yo.

 

-          Mira. Te voy a compartir lo siguiente. Hace ya casi dos años que tuve mi primera elotada, algo con que, por supuesto, quedé encantadísimo. Yo nunca había tenido una experiencia así. Realmente ha sido una de las vivencias que más me sorprendieron, más por la convivencia que todo por la tradición. La elotada se llevó a cabo en la escuela con todos los estudiantes y algunas madres de familia. Después de ese evento, se llevó a cabo otra elotada a la cual fuimos invitados. Ella se organizó en la casa de dos de las alumnas de una colega mía, la maestra Lupita, Raquel y de la otra niña realmente no recuerdo el nombre. Más, como ya te dije, fue muy divertido porque probé el té de elote y hasta un poco de pulque. Dado que tú quieres una elotada, te la puedo conceder aquí en la escuela. Claro que, en esta ocasión, la organizaremos siempre y cuando todo el salón, y eso te incluye a ti, se comporten y cumplan con todas las actividades escolares.

-          ¿Seguro?

 

-          ¿Me preguntas que si yo estoy seguro? Pienso que quien debería de hacerse así mismo esa pregunta eres tú ¿No te parece? Tú eres quien mucho a preferido distraerse en clases, molestar a Diego, incluso hasta a Cintia y aunque mucho he procurado hablarte de la manera amable no he logrado un gran cambio en ti. A veces me pregunto si es necesario que sea contigo más tolerante o más represivo. Es cierto que tienes grandes actitudes para las artes plásticas, pero dime Jesús ¿Qué puedo hacer por ti? Y no lo digo con ese afán de ya no saber qué hacer o cómo actuar frente a ti, por que son muchas las formas represivas que puedo yo actuar en ti, más ¿Eso tiene algún caso? ¿Tiene algún efecto en ti? Dime ¿Para qué? ¿Qué gano yo con reprenderte y amenazarte? Con crearte un infierno en esta adolescencia, uno que, posiblemente se una a la carga que de por sí ya mismo traes contigo. Debo de aclarar que tan sólo lo único que pido es que te regules en cuanto a la relación con tus compañeros. Es más, te voy a ser honesto: la violencia creciente que veo en ti la comparo con el miedo ¿Por qué? Por dos sencillas razones. La primera porque así lo han dictado los expertos. La segunda porque veo en tus ojos la desesperación entre enfrentar a tus padres o continuar aquí. Dime tú ¿Qué hay detrás de toda esa violencia que diariamente emites? ¿Qué? ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Angustia? ¿O será acaso que, como tú dices, yo exagero? Sí es cierto que mi ceguera llega a tal grado de no lograr percibir siquiera un granito de realidad, entonces dime tú, nuevamente, qué puedo hacer por ti.

 

El muchacho insistente y rebelde se esfumo, o talvez, se ocultó. No logre identificar el motivo de su ausencia. Sin embargo, a medida que cada palabra pronunciada se azotaba como asteroide sobre su cavidad craneal lunar, parecía extinguirse su presencia, parecía extinguirse esa voluntad de querer continuar dialogando. Incluso, no sólo permaneció callado por algunos segundos, sino que, además, su semblante parecía tomar un tono más sereno, más tenue, algo muy poco común para su estado energético. Mucho me temía que estuviera matando a Jesús, el verdadero Jesús que todo lo consideraba entre juego y relajo, un atentado que se estrellarían de forma indirecta en mi memoria, pero algo que también abría la posibilidad para husmear y encontrar, dentro de cada fragmento de barro tirado, un pedazo de Jesús anterior al que se encontraba hace unos cuantos instantes conmigo hablando y discutiendo. Finalmente, él mismo optó por romper el silencio que a ambos nos mantenía en un extraño juego de ajedrez, dentro de un extraño jaque jamás jugado dentro de la historia: 

-          Una elotada – dijo Jesús desviando su mirada que mucho mantuvo sobre mi rostro, arrojándola lejos, allá, en donde no era capaz de percibir su auténtica respuesta… respuesta que posiblemente seguirá ocultando y evadiendo, hasta que su mente alcance el límite y sea, finalmente, capaz de vomitarla con todos sus actos, con todos sus errores, o de ser posible, con todas sus victorias…

 

-          Tu elotada tendrás…        

Secreto 39: CIHuapilli, Cihuapilmotlacuitlahui, cihuatl, CIHUATLAchichitiani

 

¿Se justifica la existencia de la bondad, 

de la filantropía y de la humanidad en cuanto a la pobreza humana?

 

He dejado… he dejado… he dejado casi para el último, para lo que está cerca del final de estos secretos a ella, para ella, Cintia. Y es que lo último siempre he considerado que es una de las partes más sinceras que puede haber dentro de las actividades humanas, si no es que lo más valioso. Basta con mirar un jarro, una servilleta perfectamente cocida con hilos de colores, un tapeque de palma perfectamente elaborado, un texto bellamente descrito y bien acabado, en fin, no hay algo más digno de admiración que el final de una creación, de una obra. Por ello, y por más que ahora ignoro, he dejado para este fin a Cintia: la más honorable alumna que tuve durante mi estancia en Aldama, en Españita.  

No es por exagerar algo que por sí mismo se describe de forma pomposa y ampulosa, en el buen sentido de la palaba, porque ella, Cintia, antecede a mi también estimada aprendiz Laura en cuanto a su persona que se conforma con la fortaleza de una estrella galáxtica y la sensibilidad de la creación del universo, en cuanto a su bondad es como el tesoro del origen de la vida y la energía cósmica.

Ella, Cintia, debo confesar, sea ha convertido en un ser tan virtuoso que por tal motivo despierta una incontable cantidad de sensaciones humanas, emociones que oscilan entre la empatía, la persistencia, la solidaridad y lo que da origen a la emoción, así como sentimientos propios de la infancia y que difícilmente se llegan a conservar a alguien que ha caminado y visitado los gigantescos pantanos lodosos ¿Por qué? Porque considero que ella es el mismo retrato perfecto de lo vulnerable que es el cuerpo, la persona, el alma que a la deriva se encuentran, en medio de un mar de tiburones y cocodrilos.  

Cintia es aquello, prácticamente, de lo que a infinidad de personalidades les gusta pregonar, pero que a pocos realmente nos interesa, preocupa y hasta agrada atender, porque entre el supuesto de mantener a maestros con vocación real y tangible y el sentido de urgencia ante las dolencias que causan la fragilidad y posterior ruptura de nuestras esperanzas, y sostener a aquellos que sólo arrojen cifras y números que acrencenten las gráficas o los resultados en los largos y confusos discursos sin sentido como es de mucha costumbre dentro de esta planilla cultural que antepone su incesante idolatría al número mayor con respecto a la estabilidad del ser, siempre, al menos hasta ahora, es preferible mantener esa extraña y desgastada (sino es que hasta aborrecida y a punto de colapsar) ideología dogmática del segundo supuesto en relación al primero.

Y la tentadora y necia pregunta es ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué?... ¿Por qué se ha de permitir que coexistían todavía ideas de la Edad Media en pleno siglo ulterior al de Las Luces? ¿Por qué? ¿Por motivo de los necios perfeccionistas que todavía tienen al error dentro de la categoría como algo imperdonables? ¿Es el propio precio de la ignorancia que tenemos que pagar por el desprecio que gira en torno a la evolución y el conocimiento? Y es que ella, Cintia, no fue más que otra víctima más de esa perfección (y es que si hay una perfección esta debe estar más cerca a la propia relación entre el ser y lo cotidiano propio más no dentro de algunos estándares superpuestos, porque, si de esa manera hubiese sido ¿Se habrían encontrado diferentes métodos de trabajo o de estudio, las diferentes corrientes artísticas seas arquitectónicas, teatrales, esculturales o literarias? Es evidente que esto es absolutamente absurdo) inexistente que se apela y busca desorbitantemente y también el juicio mal empleado, de una imponente aberración que continúa asesinando a pedradas a la mente, a la autoestima, la seguridad y como ya lo dije, al propio espíritu.

Cintia, la niña de 14 años, que fue amedrentada por sus iguales de mayor edad sin posibilidad a la intervención de la prudencia, incluso, por su propia madre ¿A dónde fue a recurrir cuando la casa de la tolerancia estuvo cerrada por un helado candado que se esparcía a las demás puertas de todas las casas que ella tocaba? ¿Cómo tomar el martillo para azotarlo sobre las cadenas invisibles del destino egocéntrico y asfixiante que se aprovecha de la ausencia de la conciencia y la oportunidad?

Pues bien, por tales crueldades que son ocasionadas por el infortunio de la geografía y de una ideología poco tolerante, yo ruego a Dios, a ese Dios verdadero que predicó Jesús de Nazaret y que se ha venido olvidando a cambio de figurar esa horrenda imagen impiadosa que dibujan muchos pastores y predicadores, porque aquella niña, ahora mujer, encuentre la felicidad bajo los términos que la reconforten y el cuerpo de la propia y auténtica calidez de la cual padeció desde que nació. Por tal motivo, ahora, a Cintia, la recuerdo efímeramente en cada segundo de mis días con los más grandes honores con que ella debe de ser recordada, nombrada, perdurada.  

Así pues, Cintia era, como cualquier mujer bendecida por el creador con el libre pensamiento, una niña muy adelantada a su tiempo, al menos en el cual se construía el poblado de Miguel Aldama: con enormes alas mayor a las de las águilas, sagaz tal cual leopardo en la selva lacandona, alegre como los propios cantos que se corean en el reino de los cielo, divertida como lo suele ser una ardilla, atenta de sangre amazona, respetuosa como aquel que es merecedor, solidaria tal cual mamá pichón, cariñosa como una cangura materna, con la iniciativa propia de la que muchos carecen, pero al final de cuentas eso que resulta ser una joya incrustada en la corona: una libre pensadora que cuya libertad le costó lentamente, a falta de otras palabras, la cabeza. Y no es de exagerar que yo utilice tales términos, pues resulta que algunas mamás siempre lo dijeron de muy mala gana enfrente y detrás de ella: Cintia está muy mal de su cabeza.

La fisiología de Cintia no la ayudaba mucho, ya que ella no era ni robusta ni alta: pues estaba más o menos ubicada entre la estatura de Laura y Joana, quienes figuraban entre las más altas del salón con su 1.55. Su piel apiñonada, es decir, acercándose al color claro sin descuidar su tonalidad morena mexicana, tampoco imponía que fuese alguien de cuidado, tal y como sucedía con Jesús. El cabello que recubría parte de su rostro y alcanzaba casi media espalda por ser uno de las más lacios del salón ¡Es cierto! casi siempre lo llevaba suelto y con poca forma de “peinado” a la escuela, pero eso siempre parecía hacerla sentir cómoda… ¿Cómo negarle uno de los pocos espacios en donde ella podía ser sí misma? ¿Cómo?

Su rostro era de forma ovalada vertical. Los ojos marrones estaban en equilibrio con la nariz respingada que tenía. Las mejillas se notaban lo suficiente como para darle forma a su cara, pero no en tal magnitud como para decir que Cintia era cachetona. De sus labios, de sus orejas y hasta de su cuello no podría yo decir mucho, dado que mi observación no es tan meticulosa como quisiera. Más, confiando en la armonía de la naturaleza y en la sabiduría de la genética, no había algo que denigrara en ella el concepto portador de la belleza.   

Cintia era de las niñas que solía llegar casi a tiempo para las clases, no tan temprano como Wendy, pero nunca tarde como para interrumpir la clases, es decir. Lo que hacía José. Ella tenía el hábito de saludar y despedirse siempre de forma cortés y entusiasta. La letra que escribía sobre sus libretas era una de las más pequeñas y más bonitas. En cambio, los dibujos era algo que tenía que aprender a mejorar.

Ella, como suelen decir en mi pueblo, lo poco que tenía lo llegaba a ofrecer conmigo: así fuera una simple botana. Su carácter tranquilo y ameno la posibilitaba para relacionarse con todos los estudiantes del salón, excepto, claro está, con aquellos que la molestaran, aunque generalmente no lidiaba con ni uno del salón, pues era muy tolerante hasta con Jesús, quien al haber heredado el carácter de su madre poco media las palabras que pronunciaba. También gustaba de participar activamente en clase sea ya para emitir una opinión o sea ya para compartir algún conocimiento, incluso, era la que menos se limitaba en ese sentido, pues demostraba que la timidez no era algo propio de su personalidad.

Terminada la primera mitad de la jornada escolar, Cintia solía ser siempre la primera en regresar de su casa trascurrido el tiempo dedicado al almuerzo. De inmediato, al ingresar al salón, siempre me compartía que había desayunado y hasta cuando no había tomado si quiera agua. Según ella, por lo regular a esa hora disfrutaba de un café con pan, un atole de maíz o algo de lo que hubiera sobraba de la cena del día anterior.

En otras ocasiones lo único que llevaba a su estómago eran algunas golosinas que compraba con tan sólo 5 pesos que le daban sus padres cuando tenían que salir a trabajar y su casa no hubiera quien la atendiera, y es que, hay que mencionar que por estos tiempos ya una torta de jamón o queso de puerco no baja de los 10 pesos. La vida se estaba encareciendo pese a los avances tecnológicos en la producción de alimentos… que irónico…   

Sin embargo, para el trabajo desarrollado en clase era dedicada en cada lección. Eso ocasionaba que por la rapidez que yo exigía de repente se atrasara un poco en algunas actividades, pero aun así yo era tolerante con ella. Al final de la clase Cintia solía quedarse a completar lo que le había faltado durante la jornada o las tareas, como muchos otros de sus compañeros, más ella no mostraba signos de molestia: todo lo contrario… pues terminábamos platicando de ciertas inquietudes por las cuales atravesaba: los verdaderos amigos, la lealtad, la mejor amiga, el amor de pareja, etc… Más, cuando alguna necesidad urgente se presentaba y no lograba terminar, nuevamente me mostraba flexible y otorgaba la salida sin algún problema. Esto es algo que siempre he procurado en mi persona para hacerlo una característica propia.

Y es que de todo esto no está demás mencionar que una lección había aprendido de una situación similar que viví con Juan, y no porque de ahí surgiera la idea, sino que de aquí se complementaba el asunto. Resulta que en cierta ocasión a Juan le faltó parte de la tarea que había dejado un día anterior y, por obvias razones, él tuvo que quedarse al final de la clase como cualquier otro que hubiese incurrido en tal acto.

Sin embargo, ya siendo más de las 4 de la tarde llegó su mamá al salón. Lo primero que imaginé fue un reclamo por parte de ella. Pero no fue así. Desde la puerta del salón ella se asomó y solamente se limitó a preguntar en que tiempo salía Juan. Yo, sin pérdida de tiempo, miré a su hijo y le pregunté cuántas actividades le faltaban para concluir. Posterior a la respuesta de Juan, calculé y me respondí diciendo que aproximadamente como media hora. La mujer no discutió y agradeció, abandonando el salón y dejándome nuevamente con Juan.

Sin pensarlo más de dos veces, me acerqué a la mesa y le pregunté a Juan si había alguna urgencia. Él respondió que ese día visitaría junto a con su padre a su abuela que estaba muy enferma, pero que, como él estaba en el salón todavía, muy seguramente ya no acompañaría a su padre al pueblo en donde vivía aquel familiar. Inmediatamente le di la orden de que guarda todas sus libretas en la mochila y se fuera a alcanzar a su madre para que no diera la información de su retraso en las actividades a su marido y él, Juan, alcanza a acompañar a su papá. Juan demoró en acceder y se fue. Al cabo de algunos días, tras recordar aquella situación, le pregunté a Juan sobre el estado de salud de su abuelita. Él me dio a conocer la noticia de que ya había estaba en el cielo y el día que lo dejé ir sin culminar las actividades, prácticamente se fue a despedir de ella. Después de ello no indagué más, pues considero que son temas sensibles en los cuales la curiosidad tiene poca cabida, sobre todo si se cae en la imprudencia.   

Pues así también apoye a Cintia cuando fue conveniente, pero ella, por extraño que fuera, degustaba hasta de quedarse para apoyarme en el aseo del salón, del patio o de los baños. Esa convivencia permitió que hubiera un cierto grado mayor de confianza en comparación de sus otros compañeros. Así fue como comencé realmente a escucharla, a Cintia, a una parte de la verdadera Cintia.

Entre lo que recuerdo que me compartió y que no me sorprendía, pero que sí causaba en mí un estado descomunal fue que ya tenía novio, pero que lo había “tronado” porque lo había encontrado besándose con su mejor amiga, una adolescente de primero de preparatoria que se llamaba Ximena. Esa fue algo que le causó demasiado dolor, algo que “le había cortado el alma en dos” porque ahora pensaba que ya no podía confiar en alguien más.

Compartir ese tema fue como tratar de calmar las dolencias de algún paciente en recuperación intensiva. Yo hablé esa tarde con ella durante casi más de dos horas. Claro que también primero la escuche, pues era evidente que tenía que quitarse esa navaja del centro de su pecho. Al cabo de decirle lo que en ese momento mi Dios me dictó, la situación aun así no terminaba de tornarse compleja.

Además, esa misma tarde Cintia me comentó que en su casa peleaba mucho más con su mamá que todo con su papá, lo cual hacía que se sintiera más sola porque no tenía con quien platicar cosas de “mujeres”. A esto se le agregaban ciertas riñas que ellas habían tenido desde primaria por el comportamiento un tanto no “correcto” de Cintia, o al menos lo que era correcto para la madre.

Cintia no se detuvo ahí, También me platicó que ella gustaba simular que se cortaba las venas de las manos, lo cual yo comprobé cuando observé sus brazos inferiores. Ese día, debo admitir, terminó llorando y yo con el corazón en coágulos de sangre. Yo, por supuesto, además de quedar impresionado y conmovido, busqué nuevamente orientarla en lo más que me fue posible. De aquí que yo todos los días le preguntase cómo se sentía y que tal le iba, procurando escucharla con el oído del sentimiento y la razón. Con esto, concrete mi ideal de que a un niño no se le debe de causar un maltrato o un día negro durante la escuela, todo lo contrario, enfatizar siempre que estamos dentro de un proceso evolutivo constante que, por más gris que se torne, no se tiene que dejar de pulir.

Por otra parte, así como la luna ya me había mostrado parte de esa superficie en la cual no llega la luz, también se disponía a mostrarme la superficie que era más visible. Por tal motivo, Cintia me platicó que le gustaba mucho el baile y por ello siempre la veía fascinada en participar en las clases de bachata, bueno, en las prácticas de bachata que teníamos en la escuela. Ahora que recuerdo, ella fue a la única que mostraba interés sin miedo a las críticas: siempre tan segura de sí misma, sin reclamar por los pasos… eso, supongo, también era lo que muchos envidiaban de Cintia: siempre sonriendo, siembre afrontando los obstáculos con una actitud sumamente desafiante, una autoestima de acero imperforable aun por las inclemencias de los tiempos.   

Su voz era un tanto, una de las más poderosas armas de su personalidad, era, como solemos decir los amorosos, melosa, dulce y hasta más fluida que la mía, ya que ella tenía el don del actor, es decir, podía elevar el tono según lo dispusiera su estado de ánimo o su emoción. Parece algo que muchos dominan, pero no es así, sólo lo hacen aquellos que tienen dentro de sí la sublime virtud artística.

Pese al mundo complejo en donde Cintia existía, a ella sólo la vi, en muy pequeñas ocasiones, triste o melancólica, y si esos episodios se presentaron, se debieron más por el entorno tan enjuiciante que giraba en torno a su alrededor que por otros ocasionados por sí misma. Tal vez eso era evidencia de que, como otros lo han creído, el ser humano es la única especie que busca su propia súper posición a través de la destrucción de otros. Esto realmente no podría yo aclararlo a fondo, es más, si acaso tan sólo podría especularlo. Más, aun así, Cintia se mantenía en el centro de aquellas palabras que le dan vida a la esperanza, la alegría, el fervor, el anhelo y los sueños.

Cintia, al igual que Alexander, Jesús y en ciertas ocasiones José, era quien me visitaba en el salón de clases posterior al culmino de la jornada escolar. Siempre era típico escuchar de ella frases como ¡Qué hay de nuevo profe! ¡Holaaaaaa profeeeee! ¡Ya llegué profe, ¿Qué se va a invitar?! Y si llegaba con más energía entraba al salón bailando, moviendo todo el cuerpo y los brazos en formas que yo no conocía. Ella presentía eso y sólo decía: ¡Apoco a usted no le gusta el baile, profe!… Tan divertido era, tan agradable para la vista que la mente nuevamente de dictaba razonar lo siguiente: ¿Por qué destruir, limitar, ocultar o querer hacer desaparecer ese estado de ánimo tan fugazmente contagiante aun para un alma que está en completo desastre a causa de la bomba que casi la extinguió?               

Sin embargo, como dicen los profetas: el día de un juicio final que dictara una nueva sentencia le llego finalmente a ella, a Cintia. Ese extraño poder torrencial llegó y cimbró a Miguel Aldama y éste fue lo suficientemente fuerte como para hacer vibrar al todo pueblo a través de los rumores y las realidades. Quien resultó más afectada (entiéndase en el sentido lo más neutral posible) a la muy vulnerable de la niña Cintia. Esto de lo que hablaré sucedió durante las vacaciones de Navidad, tiempo en el cual yo me encontraba de regreso en Puebla, festejando un año más de existencia junto a aquellas maravillosas personas que conozco y que ahora forman una parte importante e integral de mi corazón.

A Cintia, a la pequeña Cintia, también le llego esa parte integral al corazón a sus recién cumplidos 15 años: un muchacho de Hueyotlipan (cuyo nombre ignoro) de 17 años, finalmente la había cautivado, de qué manera, no lo sé, pero ello había ocasionado que Cintia se alejara de la conclusión de sus estudios de secundaria, así como del hogar que, tristemente, ella siempre rechazó. Al menos eso fue lo que me comentaron los niños y las mamás: Cintia se había juntado así, extrañamente, de un día para otro, con alguien que trabajaba en el oficio de la tortilla.

Después de la fiesta patronal de Hueyotlipan, misma que se llevó a cabo en diciembre, ella nunca regresó a casa. Nuevamente, los rumores giraban en torno a Cintia: en que la culpa era propiamente de ella, en que la culpa la tenía la madre descuidada, en que la culpa la tenía el cambio de religión, en que la culpa la tenía el padre que nunca se preocupó, en que la culpa la tenían sus ahora los suegros por no correrla y que las cosas se hicieran bien, en que la culpa la tenía el novio, culpa, culpa y culpa… ¡Ahora todos éramos culpables, pero no remediadores, no curadores, no deseadores del bien a nuestro prójimo!

La noticia, como era de esperarse, me llegó en los primeros días de enero. Fue tal la sorpresa externa como la propia lógica interna. Finalmente, ella, Cintia, había encontrado una forma de seguir existiendo ¿Para bien? ¿Para mal? Eso, como se los comenté a los niños y también a las madres, simplemente no podría decirlo. La suerte se junta tan bien con la fortuna y la desgracia que es imposible tener boca de profeta para estas cuestiones. Lo importante, como en toda situación, era brindarle la mejor de las esperanzas, aun cuando se estuviera en un estado de no aprobación por tal decisión.

Y así tuve que continuar con las clases, con un pupitre vacío más dentro de mi mente y corazón que todo en la propia escuela. Sabía que pronto se avecinaba la alborada de entre ella y su ahora marido de un nuevo ser, simplemente porque era lógico. También sabía que pronto ella tendría que abandonar la adolescencia para convertirse en la jefa de un naciente hogar. Y, sólo para recalcar, desde lo profundo de mi existencia, de aquello que se genera y no me es posible describir, mis mejores deseos y las más frondosas bendiciones pediré para Cintia.    

Secreto 40: COATEPEC

 

Existencia, por más tramposo que sea el mundo, 

No permitas que se apoderen de mi tiempo, de mi fuerza, de mi energía.

 

He hablado en términos generales de lo que he logrado rescatar de cada uno de ellos, de los moradores de la localidad de Miguel Aldama, del municipio de Españita, con los cuales conviví por casi un año. Pienso ahora que invocar todos esos recuerdos y plasmarlos a través de un texto escrito bien podría ser un principio para, primeramente, comprender los diferentes comportamientos que se pueden configurar dentro de un entorno nacional.

Aunado a ello, espero que esto también sea una oportunidad de acercamiento infinito hacia ellos que en lo exterior son diferentes, muy diferentes, pero que a medida que el asunto se va examinan o interiorizando, somos como suelen decir los espiritualistas: partes diminutos de un todo completo. Debo aclarar que no sé si esto todo sea Dios o la fuente de energía, o meramente algún tipo materia, porque tanto es un misterio que no desentrañaré, tanto porque es un asunto que le corresponde a alguien muchísimo más lúcido que este humilde comprendedor.   

Y a pesar de que al principio se gestó una especie de sensación de inseguridad que me invadía nítidamente, al final de emprender tal obra en dicha comunidad, fue mucho más retroalimentador de lo que me hubiera esperado. Y es que es evidente que realmente no me fue tan mal, porque, a partir de todo lo acontecido hace ya casi un año atrás, es claro que tanto el cuerpo como el propio espíritu se encontraban dañados, sensibles, quebradizos… la arena de mi piel o se secaría tan rápidamente como en otras ocasiones, no, al menos, dentro de un larguísimo periodo.

Empero, dejando a un lado aquello, no niego que me gustaría narrar una infinidad de detalles que me aliviaron en muchos aspectos los originarios de Miguel Aldama… lo que sentí en cada uno de los instantes precisos, tal cual como se estudia la molécula en torno a su átomo que compone la materia, más ello, melancólicamente hablando, me resulta sumamente imposible, puesto que la memoria sensitiva, la memoria sensible no se encuentra en sintonía con la memoria racional y aquella que registra neciamente los sucesos históricos de forma neurótica.

Todavía más a mi favor (a esa parte que me es desagradable que tenga la razón), me resulta complicadísimo recordar las precisas sensaciones por cuento mi cabeza es un mar de tormentas revueltas por lo frío y caliente de mis suspiros meditabundos, que lo único que prefieren es traer toda esa gigantesca masa de realidad deforme que se constituye de los momentos de adversidad impura y engañosa, porque hay que aclarar que una adversidad pura es aquella que se deslinda de la naturaleza y sus peligros, y no aquella que se conforma con las medidas ilógicas, tiránicas y absurdas de la propia especie humana que se respaldan bajo el argumento de que “así se elige lo mejor”, por cuanto vivimos dentro una sociedad teocrática.    

Así pues, tal atracción de lo dañino y de la adversidad impura, talvez se deba a la siguiente explicación: porque mi propio yo se acobija con ese miedo afín de no regresar hacia esos círculos vicios y tramposo que para lo único que sirven es para cometer los errores típicos humanos. Esto podría ser una posibilidad, aunque siendo honesto, es algo en lo cual continúo trabajando aún.

Lo más sensacional habita dentro de lo más contradictorio, dado que, aunque quiere o supuestamente pretende evitarlos, pues, nuevamente, vuelve a demostrar que es un ser fiel obediente a estas dolencias y ataduras. Lo anterior, pienso que, no hay necesidad de explicar porque las palabras terminarían en redundancia y esto lo pretendo desde hace largo tiempo evitar. Supongo, también, que esto pertenece a ese tipo de contradicciones que son inevitables concebir, construir y hasta perpetuar, como lo son el bien y el mal, según los pensadores del lejano oriente y algunos filósofos europeos.   

Otro obstáculo (siendo este sí desligado de lo natural) que se manifiesta es el hecho de que cada sensación posee un espíritu propio (una verdad que se ignora y que neciamente se quiere encajar bajo una sola fuerza pura fluyente), similar al alma del ser humano en cuanto es dispersa e indescriptible, al tiempo que es casi irrepetible en cada una de sus partes aun cuando se trate de la misma y aparentemente simple emoción.

¡Y no me tachen de loco! Pues en verdad, créanme cuando digo que, por más que procuro, cerrando los ojos serenamente (y a veces hasta aferradamente), atraer a mí aquello que ronda dentro de lo misterioso y que quisiera poder tan sólo describir mínimamente y de ser posible compartir con ustedes, lo único que encuentro son algunos fósiles muy modificados por el tiempo y el olvido, momificados por mi memoria deficiente, los cuales no podrían considerarse ni siquiera viles sobrevivientes de la verdad, pues por muy conservados que éstos se encuentren sólo permitirán predecir lo que fue en tanto a la posible realidad: aquí yace dicha gran limitante.

Pues bien, dado que esa es la gran presa que me evita el acercamiento hacia el corazón de la vida misma: el océano resplandeciente y vibrador, sólo me resta admitir que bajo tal muralla de concreto voluminoso me sigo tan sólo viendo a mí mismo como un espectador que todo como un protagonista de mi propia historia, de mi propio relato… un simple deambulante por sobre los bordes de la carretera, un solitario que todavía lo acosa la incertidumbre en gran medida: con esa duda que lo único que indica es no identificar hacia dónde quiere llegar o terminar. Sí, es cierto, tengo objetivos como cualquier otro ser aquí dentro de este diminuto planeta que gira sin detenerse, sin descanso, y también a la deriva bajo su propio eje, bajo su propia elipsis, más que mientras claros son, se difuminan dentro de esa potente luz.  

Y es que ahorita mismo, aunque no del todo pueda sentirlo, yo también me encuentro girando sobre mi propia elipsis que me fue otorgada por el propio ambiente de la explosión de mis progenitores. Elipsis que busca estabilizarse sobre una línea que me permita existir hasta el día del retorno, y, al mismo, evadir los peligros que se avecinan hacía mí en forma de asteroides o cometas que se camuflajean perfectamente gracias a una energía oscura que no permite la mirada exacta sino sólo a través del desarrollo de la intuición de los demás sentidos.

Así tan deambulante soy que giro entorno a un sol que me irradia un intenso calor (de aquí que los objetivos se difuminen), el cual o me permite crecer y me deja largas y grandes quemaduras. Y lo anterior se agrava si es que he sido severamente debilitado en mi sistema inmune, en mi sistema atmosférico por los contaminantes de mis malas decisiones, en lo profundo de mi campo magnético si éste fue violentado desde sus orígenes.

Por tal motivo, aunque pueda parecer placenteramente grandioso siempre estar cerca de la divina luz, también esto es de gran peligrosidad porque de acercarme tanto a la exposición solar bien ello podría resultar nada menos que en mi propia destrucción, en mi propia extinción. Esto, estoy seguro, que parece de locos y es posible que surjan miles de debatientes en torno a este asunto, por lo que, aunque por ahora no exista en mí una seguridad radical, sí hay, al menos, un alto grado de probabilidad.

De lo que sí me atreveré a defender y esto se debe a que lo observé detalladamente, es que el mundo de Aldama me fue abierto y yo estuvo ahí, aquí, para leerlo, para percatarme de que lo que en un principio parecía ser mi agujero negro, en realidad fue una especie de cola de gusano, ya que tuvo la fuerza de atracción para trasladarme a esa dimensión en donde la formación es tan importante como lo es el pan de cada día ¿Increíble que diga yo esto de este poblado que crece casi en silencio, como muchos otros, y que también son ignorados por no aparecer en una zona de oro en el mapa? Pues así es, porque así suele ser para nosotros que hemos posado la riqueza en el trato humano, dentro de la humana fertilidad que busca perpetuar los campos de la ciencia y el buen comportamiento.  

Todos y cada uno de ellos con su propia y enigmática historia quien sabe de dónde originada, enraizada; con su excepcional experiencia adquirida conforme el entorno se los permitió y que forma parte de esta masa gigantesca de las especies que ahora me ha dado de que hablar, de que imaginar… un universo exorbitante que merece ser recordado, aunque sea en un periodo corto de tiempo.

Debo de reconocer que, como suele sucederme cada vez que estoy a punto de cerrar una aventura, es posible que a partir de este instante me enfoque en aprovechar más cada una de las convivencias con otras personas que se me presenten y deje a un lado a aquellas que fueron mi respaldo emotivo, porque muy seguramente no volveré, al menos no dentro de un lapso corto de tiempo, no hasta que haya cumplido mi con satisfacción mi proyecto emprendido.  

Así pues, esta gran mancha de recuerdos comienza a desvestirse y a quitarse el camisón de la nostalgia y de la añoranza, quedando solamente en medio de la deriva, en medio de la existencia efímera. Se concentra ahora, trasladándose, dentro de un nuevo panorama, es decir, en lo que fue, ya que, si bien es cierto que se cierra una pasta, es evidente que se apertura otra: un nuevo plano, un nuevo objeto de estudio y yo necesariamente tengo que estar preparado y enfocado para ello, pues debo de mantener aquella promesa de pensar más en el presente que en el pasado o en el futuro.  

Por tal motivo no estoy con el corazón y el pensamiento ansioso como antes solía serlo en una intensa medida (talvez ya fui curado de la esclavitud a la cual yo mismo me sometí por ahí de los 17 años); tampoco me encuentro preocupado, porque me he obligado (aun en contra de mi propia voluntad) a ser un tanto más tranquilo; ni siquiera siento emoción alguna por lo inesperado porque ya lo decía mi viejo amigo Buda: las diferentes aristas de las emociones son tan similares a aquellos que las han creado. Simplemente estoy pendiente, al margen, y también a la espera de contemplar el panorama que se avecina para, nuevamente, decidir como cualquier ser humano que procede.

Y es que ahora, a partir de todo lo sentenciado, sí puedo hablar, finalmente, después de casi 15 años, de un verdadero flote en las nubes… nubes de Miguel Aldama. Tanto ha sido así el cambio, la evolución o la interiorización que debo de confesar que me he acostumbrado a llevar un estilo de trabajo menos abrumado y más sofisticado, o al menos, en comparación de otras etapas de mi corta existencia.

Es cierto, todavía hay, digamos, ciertos alfileres que me ocasionan un piquete punzante, como lo suele ser lo que considero subjetivamente como injusto, más ya no es tan corrosivo, tan hiriente y hasta tan sangrante, pues digamos que ya recibió aquella medicina que se encuentra dentro de aquellos mismos que ocasionaron la herida: herida que tanto esperaba sanar desde el inicio de la adolescencia… de mi adolescencia.

Yo espero (porque desconozco si esto también suceda con los niños de secundaria de Aldama en la profundidad de su ser) que la paz ronde dentro y alrededor de las familias de esta comunidad en lo más extenso de la palabra, al menos, a partir de mi sencilla intervención, pues de no ser así, me temo que habrá sido en vano aquello que busqué trasmitirles precisamente en el día a día. 

El tiempo talvez no fue el suficiente por todos los cambios que se han tenido que ajustar debido a la pandemia; las palabras, las palabras posiblemente sí fueron las adecuadas y el ejemplo, éste sí fue el oportuno, ya que ahorita, como para muchos otros jóvenes de su misma edad, se vienen los nuevos retos y con ello nuevas direcciones, nuevos giros a su vida y con ello, definitivamente, los segundos pilares para la construcción de lo que sea su estilo de supervivencia.

Claro que, para mí, un giro de traslación de la Tierra no es suficiente para conocer y orientar cada una de sus inquietudes, ya que crecen al mismo ritmo que las mías. Sobre todo, a ello hay que agregarle que, conforme transcurren las semanas, desconozco la generación exacta a la cual pertenecen. Basta con revisar los estudios y las publicaciones científicas que, si bien recopilan datos e información para concluir en un decreto, enriquecen la diversidad y la complejidad de la evolución de las especias, destacando los detalles de algunas variables no estudiadas o no previstas en determinados eventos, lo cual propicia la modificación de los resultados en torno al comportamiento humano. 

Y es que, como dije en un principio, a este pueblo, el de Miguel Aldama, todavía le falta mucho que platicarnos y hasta confesarnos, porque lo que no comparte es la médula ósea del proceso de la evolución: retomar de él su experiencia y que esto desemboque en una buena experimentación y por lógica en nuevos y mejores resultados. No sé si aquí se cumpla aquel dicho de “pueblo chico, infierno grande”, empero, en definitiva, hay una gran cantidad de temas que trabajar entre los habitantes: aquellos que van desde el férreo machismo, hasta la libertad de expresión y la defensa de los derechos humanos y constitucionales. 

Basta con rememorar el problema del agua que hubo por ahí de finales del 2019, en el cual también me vi involucrado con mi firma que otorgué y con el sello que presté al documento de inconformidad que, presuntamente, fue presentado ante el gobierno municipal. Problema que desembocó en el cierre de la presidencia y del auditorio de la localidad. Problema que se agravó a tal grado de solicitar la destitución del presidente de comunidad (ahora nombrado auxiliar) por parte de un sector de los ejidatarios. Problema que dejó en posible evidencia un presunto delito electoral. Problema que aclaró la verdad de los tintes de la mentira: un interés político.

Y es que, primeramente, platicando con algunas madres de familia, algunos de los pobladores estaban sumamente molestos por la elevación del precio del agua de casi un 150 por ciento en tan sólo un año. Lo anterior lo justificaba el auxiliar como un método para recuperar el pago de aquellos que debían tal líquido desde hace ya casi 10 años y que al mismo tiempo serviría para dar mantenimiento a las bombas y pagar los recibos de luz que éstas propiciaban.

Y aunque algunos aseguraban haber otorgado el pago, pese a haberse alzado bruscamente, la inconformidad crecía en torno a una única pregunta que a muchos sacudía ¿En dónde estaban los apoyos federales que se designaban año con año a la comunidad? Y quiero pensar que no estaba de más que dicha cuestión hiciera tanto alboroto y tanto ruido, sobre todo en un país como el nuestro en donde el robo se da a ojos vistos.

A lo anterior, como mencioné, se agregaba el hecho de que se había modificado inesperadamente la fecha tradicional para la elección del auxiliar de enero o febrero a noviembre, es decir, casi dos meses de anticipación, por lo que supuestamente habría ocasionado la inasistencia de una buena parte de Miguel Aldama para la renovación del cargo, asistiendo, presuntamente, sólo algunos: los que precisamente respaldaban al ahora seleccionado auxiliar. Claro que ello, aquí también se rumoraba lo siguiente “de broma en broma, la verdad se asoma”.

La mesa de debates conformada por personal de la presidencia municipal, algo así como un colegio electoral, que se encargaba de dar fe y legalidad a su jornada electoral había consentido el acto en el cual, cabe mencionar, no participaban las mujeres, puesto que tal cargo se reservaba exclusivamente a los hombres, lo mismo que el voto, algo que, por supuesto, también comenzaba a causar revuelta entre algunas féminas (al menos así lo relataban las mamás). Lo cierto es que la votación se llevó a cabo y el nuevo servidor público estaría ahí por cerca de cuatro años.

Saber todo lo anterior me causó cierta sorpresa, más por el hecho de la exclusión de las mujeres dentro de la vida política y electoral de Miguel Aldama más que el supuesto fraude electoral, porque entonces todo lo que yo había explicado dentro del aula a mis aprendices sobre la igualdad y la participación de la mujer en los asuntos públicos, prácticamente, todo se venía abajo.        

¡Y es que grande fue mi ignorancia al llegar a tal comunidad sin advertir siquiera que había reglas se mantenían vivas por más de 50 años! ¡Grande fue mi ceguera al admitir que todo es como yo pretendo que sea! ¡Pequeño fue mi conocimiento y también mi cerebro al desconocer la historia de México! Ya que dichas normas, por anticuadas que parezcan, posiblemente permanecerían, al menos, por una larga década más y respaldadas por nuestra constitución.

Lo anterior me hizo comprender y redescubrir lo que mucho se dice entre algunos de los círculos de intelectuales y periodistas: que mi México lindo, amado y querido lleva, al menos, unos 15 años de retraso tanto en lo educativo, en lo político, en lo tecnológico, en su forma de impartir justicia y ahora ¡Hasta en lo ideológico!... Esto es hiriente, pero innegablemente cierto.         

También me sorprende que o yo haya crecido en la ignorancia de lo que sucede en mi propio país o que yo haya crecido en medio de un desierto desolado por la dominación de la mentira y el engaño, pues, aunque en los grandes medios masivos de información (y yo dentro de la escuela) se predica consecuentemente la paridad de género, parece que todavía existen ciertos rincones en donde tal ideología o sólo es un mero sueños para las mujeres, como lo fue para Cintia, o es algo que ni siquiera es posible concebir por el sometimiento de las féminas ante la fuerza ilusoria machista.   

Pero así es este aclamado y enorgullecedor siglo XXI, en donde cada cual se pierde dentro de su propio laberinto, evitando las salidas aunque las conozca a la perfección, porque éstas resultan ser una incómoda puerta hacia la verdad que, por no aceptar, la prefieren evadir tercamente. Y el asunto se torna muchísimo más cruel y delicado al invitar a que los menos ilustres se adentren dentro de esos temibles, fríos y devoradores pasillos confusos que no tienen retorno salvo para los confundidos edificadores. Aquí, los menos doctos, son fáciles de manipular, saquear y hasta sacrificar a cambio de la supremacía de uno, a cambio de los privilegios de uno.

¿Virtuoso será entonces ya no aquel que practique los valores sino aquel que por lo menos logre sacudirse de las ideas ajenas que sólo lo buscan persuadir y entorpecer? ¿Virtuoso será entonces aquel que sea capaz de sobrevivir a los designios que aparentemente provienen de una deidad suprema, que son ideales al tiempo que incuestionables o dogmáticamente utópicos porque apelan a la mayoría, más que en sí mismos son el reflejo de unas sandalias de hierro puro? Si esto no fuese parte de lo que es cierto, pienso entonces, que una condena a la eternidad dentro del propio infierno resultaría ser como un pase especial al paraíso.    

             

Secreto 41: CHICAHUALIZTLI

 

Prefiero vivir en mi abierta mentira

 que en el interior de tu cruel realidad…

 

Consideraciones finales

Siendo este el último secreto que escribo, porque los demás tendrán que esperar no sé qué tiempo, es preciso que plasme y comparta dos principales motivos importantísimos. Uno de ellos ya he hablado incansablemente y a lo que me refiero es al rescate de lo que para la esencia es indispensable para existir. Ello tiene que ver con lo necesario de lo necesario, porque así lo amerita este siglo que se engalana con la Era tecnológica y que mucho a todos ha maravillado y, a fin de mantener la humanidad dentro de las vías de lo que parece desmoronarse, es imperativo aceptar sin cuestionar tanto, ya que tan valioso es el relativismo como la responsabilidad en la voluntad, en la disciplina y en la responsabilidad.

Lo segundo tiene que ver con un asunto tan subjetivo como el primero. Y este se refiere a la admiración que siento hacia otras personas que muestras dotes más firmes como el propio árbol joven ante los vientos agresivos. Tal observación no puedo evitar que me influya en lo mucho en cuanto a mí postura sobre algunos asuntos, lo cual me orilla a una necesaria reflexión antes de tomar y ejecutar una o cual decisión, porque aquellos que me conocen saben perfectamente que radico entre la inseguridad y la estabilidad tal como si fuera el pan de cada día. Más lo anterior tiene su premio, porque me obliga siempre a cerrar los ojos, respirar, imaginar, recrear, encontrar.

Hoy, por ejemplo, luego de dejarme ahorcar por aquella tormenta mental, logré finalmente alejarme a cierta distancia de aquel mar tempestuoso, acto que no fue nada fácil, ya que los truenos y los vientos todavía me recordaban que no me hallaba en un lugar a salvo, resurgió la fuerza… ¡sí! ¡Aquella fuerza que me dictaba regresar hacia mí! ¡Hacia mi energía interior! Hacia mi entidad plasmática en donde la energía se transforma en materia.

Ahí adentro, en donde el color blanco no es más que un destello generado por la luz y en donde soy potentemente fuerte, sino es que invencible, permanecí cortos lapsos de tiempo, y aunque fueron realmente cortísimos, como la millonésima parte de la eternidad, fue suficiente para generar antes de actuar y reencaminar. Así pues, también me coloqué a prueba para comenzar a medir mi fortaleza y liberé a todos los vientos que dañaban con el poder de la flecha. La batalla se llevó a cabo y esta demás decir que vencí.

Ahora bien, al escribir estas líneas, nuevamente vienen a mí ciertas consideraciones muy pertinentes. ¿A cuáles me refiero? A que tal fuerza, tal contacto llegó a mí por dos caminos: por aquel que tanto solicitaba sin saber a quién y también por medio de una petición grupal que se llevó a cabo desde Miguel Aldama. Aquellos que lanzaron una plegaria con cantos y alabanzas fueron lo que me bautizaron como hermanos y a los cuales los tengo con mucho aprecio dentro de mí.

Efectivamente, fueron la fuerza potente de todas sus plegarias las que alcanzaron los cielos y sus misterios para que la sanidad espiritual llegase hasta a mí, aun en la distancia, aun en el espacio, aun en la memoria que lucha en contra del olvido, aunque casi siempre gane éste último. Y es que por doloroso que así sea, el olvido termina imponiéndose a las mentes más débiles… débiles como la mía.

Más lo digo porque quien me regresó en sí fue ella, doña Gume, quien por medio del tiempo que se dispuso a regresar mis pensamientos a las tardes que compartí dentro del templo evangélico de Miguel Aldama, los martes a partir de las seis de la tarde hasta casi después de las ocho de la noche, con los que se autodenominaban hermanos, que no eran más de 10, pero que cuya fuerza de oración siempre me pareció imponente.

El señor moreno, de lentes redondos, delgado, sin cabello, con bigote canoso, que siempre vestía un abrigo cuadrado, siempre que hablaba pedía por aquel que denominaban como pastor, por las comunidades aldeanas y por el proyecto de “las cajitas”, es decir, de algunos obsequios que enviarían del país vecino para los niños de la comunidad. Su esposa, una mujer morena y delgada, más o menos, no hubo sesión que me extendiera la mano de forma amigable para saludarme. Ambos pidieron por mí desde el primer día que asistí a acompañarlos a su hermoso culto.

A ellos también les debo un grato favor. Resulta que el día que tuve que salir de Aldama para encaminarme hacía el estado de Hidalgo por un proyecto laboral, se subieron en el trasporte de don Pablo, quien nos dejó en San Diego Recova para abordar la combi que llegaba hasta Calpulalpan. Ahí fue como me enteré que ambos el señor era originario de esta comunidad y que su esposa venía del estado de México. Ambos se conocieron porque el señor estuvo viviendo una larga temporada allá, hasta que, finalmente, luego de que sus hijos realizaran su propia familia, él decidió regresarse y para sus días en el lugar que lo vio nacer. Ella, su esposa, lo siguió. De esto que les habló ya iba para los 10 años, porque los señores ya rondaban cerca de los 70 años de edad.

Como dije, además de amables, resultaron ser cálidos y hasta parlanchines, respetuosos y entabladores de una charla amena. Ese día ellos se prestaron a pagar mi pasaje. Yo, por supuesto, no se los pensaba permitir. Sin embargo, la insistencia fue potente y la cordialidad que ellos demostraron no pude negarla al último ¡No! Ya había aprendido a que cuando es de corazón puro el acto no se tiene que renegar, porque sería como despreciar una bendición, un milagro del propio cielo.

Siendo así la realidad, no me sorprendería que ellos hayan sido los que pidieran por mí junto a doña Gume y junto a la otra señora de piel blanca, alta, mamá de pastor, cuya voz y presencia siempre me pareció muy cercana al Señor, al Dios que predicó Jesús de Nazaret, lo mismo que, claro está, aquel que le decían pastor, ya que él era un hombre del conocimiento divino, pero no por ello se mostraba intolerante con respecto a las cuestiones o las demás ideologías: la tolerancia y la apertura a la explicación siempre me pareció una característica única de él. 

Siendo todo esto aclarado, como lo sentí, agradecido estoy con aquella fuerza divina que vino a mi auxilio y que no me ha dejado y que me continúa correspondiendo tal cual ser necesitado. Ahora bien, mencionado brevemente lo anterior, me dispongo a profundizar en lo segundo para finalmente concluir en lo primero, porque a ambos les corresponde el mismo grado de belleza: tanto lo que se dicta primero porque de esto resalta lo primordial, tanto lo que se dicta en segundo porque aquí yace el tesoro, el cofre de oro de la conclusión.                         

Hay virtudes que, por su propia relevancia para la existencia y porque se encuentran implícitamente dentro lo que es más viejo que la propia naturaleza y me refiero al universo mismo, están destinadas a ser parte de nosotros mismos. Más, aunque están implícitamente conformándonos, ello no quiere decir que realmente sean desarrollas, utilizadas o perfeccionadas (perfeccionadas dentro del concepto armonioso de la palabra), porque así sucede también con los órganos que van cambiando según la necesidad, de acuerdo con la biología.

Por tal motivo no está demás rendirles un diminuto tributo, sobre todo si es que pasaron sin ser vistos. Además, reconocerlos, pienso, es una buena oportunidad para abocar a los instantes que resultan de difícil entendimiento. De entre estos saberes que también forman parte de la virtud, son los siguientes. No son muchos y tampoco son complicados. Mucho menos es algo nuevo que yo este aportando. Basta con leerlos para conmemorarlos y recordarlos cuando estemos frente a la práctica rutinaria del día a día para que no se mantengan encerrados dentro de una caja cuya llave se oxide y deforme por la intemperie de la decepción y la mala vida. Así pues, comenzaré con este… 

…Pienso que la virtud de reconsiderar todos los bienes que a nosotros llegan y todas las fortunas que son enviadas para maravillarnos, siendo estos dos los cuales nos producen esa sensación de ser seres benditos o bienaventurados y de considerarnos dentro de una relación lejos de la inquietud, el malestar, el dolor o la preocupación, es decir, dentro de un estado existencial nítidamente en movimiento, lejos de los abusos que acarrea una necedad ceguera, ha de ser parte fundamental de lo que viene a constituir esos mecanismos naturales que diariamente generan la potencia, el movimiento y todo lo que posteriormente viene a desembocar.  

Otra virtud que se une a lo ya estipulado y no sólo ha de ocasionar un bienestar dentro de una misma persona en cuanto a la medida de su frecuencia, ha de ser aquella acción que concierne a lo otorgado y a lo despojado, porque como otros ya lo legaron, tal acto virtuoso transciende más allá del día y de la noche: su valor y fuerza resulta ser tan imponente como el calor recibido por el astro superior, pues este prosigue y continua hasta enterrase dentro de los niveles más oscuros de la conciencia, desencadenando un pensamiento, talvez una idea, o en el mejor de los casos una realización y explicado esta que esto traerá repercusiones que blinde a este ser y a aquellos con los cuales tenga encuentros que se solidifique una intención desprovista de lo que ocasiona envidia y engaño.

Asimismo, pese a que durante la explicación de cada uno de estos secretos que conforman las páginas anteriores se cimbraron bastantes espacios vacíos más que todo clarificar lo ya existente, no colocaría sobre una mesa de debate lo que a partir de aquí escribiré: abandonar la mirada pasiva sobre lo que hace aquel que está a un lado mío o enfrente de mí para que las extremidades pongan en juego lo que mejor saben hacer no es más que un sinónimo, una mímesis en términos aristotélicos, una construcción arquitectónica en términos de la cultura maya, de lo que hacen los dioses antiguos de los Aztecas y que fueron bien representados por los Teotihuacanos entre la famosa y bien nombrada Calzada de los Muertos (quienes tuvieron mayor sentido común que muchos individuos de las sociedades contemporáneas), es decir, de otorgar los elementos inorgánicos para la subsistencia de los elementos orgánicos ¿Será de exagerar el decir que es aquí el punto en donde se unen lo que aparentemente no posee animación y lo que sí? Si la anterior pregunta tuviera algo de verdad, entonces ¿Estamos frente a 8 capsulas prefértiles que un día por eso representaron a los dioses de los antiguos romanos? Bueno, aunque lo anterior fuera una falacia, lo que si se ha de reconsiderar es el otorgamiento ya mencionado de ellos hacía nosotros, incluso recalcado siempre por la propia astronomía.

Derivado de lo anterior es inaudito proseguir con estas consideraciones finales no sin rescatar y destacar aquello que ha caído dentro de los debatientes entre que sí es o no es. Yo pienso que su mera presencia dentro de la obra de Picasso, de Leonardo Da Vinci, de Rafael, de Netzahualcotl y hasta drento del Popol Vuh queda más que fundamentada su existecia. No está por demás mencionar el esqueleto de los argumentos de aquellos que defienden a sus deidades y compararlo con el esqueleto de los argumentos de quienes están a favor de darle presencia a este estado, a esa inclinación de lo que ha permitido ser una herramienta fundamental para la evolución intelectual de las especias, porque cada vez es más evidente que no es una forma exclusiva de humano, sino de todo ser existente. Por tal motivo, vuelvo a reincidir dentro de este punto: tal acto de la inteligencia se puede hallar tanto en un penacho, como en una vasija de barro, como en el calendario solar, como en el invento de la brújula o el reloj de sol.

Otra menester virtud es aquella que muchos creen manejar sólo por atribuirse la posición que su propio ego les arroja. Y es posible que tal posición sea la correcta para ciertos parámetros, pero no para todos, porque incurriríamos, nuevamente en una falacia. Por tal motivo, esta fina virtud que se forja a través del arte, ha de ser mantenida y dada a conocer por cuanto ésta sea necesaria ¡Y no antes! Pues tal fina virtud es delicada que un propio comentario de más he de manchar su pureza. Así pues, debo insistir que si alguno ha de querer entregar lo que su propia experiencia le dicta a otro que se ha dispuesto a escuchar, ha de ser sólo lo que es necesario, como lo hace la tierra para con su sembrador. No cabe duda que, los grandes maestros de tan finísima virtud, son aquellos que crecen entre nosotros y cuya comunicación no ha sido posible por la flaqueza de nuestra propia ceguera. Claro que también esta lengua es un secreto bien resguardado y sólo delegado a los que han dedicado sus amaneceres, atardeceres y anocheceres al estudio y al cuidado de estos maestros de la palabra.   

También viene aquí a tomar el lugar que le corresponde dentro de la virtud tal acto que proviene de la actitud y de la correspondencia. A lo que me refiero es a aquello que se perfila como el mayor alto de los bienes porque coloca cada pieza dentro del espacio adecuado y preciso para ello. Más para llevar a cabo esas decisiones de igual manera se ha de estar siempre cerca de lo lúcido y cerca de aquello que se encuentra protegido hasta de sí mismo, porque esto garantizará la autenticidad de tal porción a su dueño. De otra manera, se abre la puerta a la especulación, a los comentarios insanos y a una posible discordia que traiga consigo los mayores malos inesperados, sobre todo si no existe la debida prudencia entre los moradores.

Y por cuanto la siguiente virtud se ha olvidado, por eso ha de ser considerada virtud, porque la virtud es algo que, si bien se tiene, muchos en gran cantidad la pierde, porque la virtud no permanece intrínseca dentro del alma, sino que existe dentro de la mente que la practica por medio de cuerpo. Así pues, queda bastante claro que la virtud es sinónimo de trabajo y no de palabra.

Más a lo que me refiero que ha tomado un lugar dentro de la virtud y abandonado lo que le pertenece a la costumbre es nada más y menos esa forma casual de emitir seguridad, de emitir seguridad cuando otro cuerpo parece no tenerle (aunque sí la posea), a ese transmitir de lo que la propia palabra y al acto sin sentido con incapaces de otorgar por cuanto se les ha olvidado practicar porque el aprecio lo solicita.                                   

Bien. Todo lo que he relatado son, como ya lo dije, mis consideraciones finales, que son sólo un mero puente para lo que en realidad quiero decir y que por desgracia a mí mismo se me escapa traer al mundo físico. Y es preciso que sean tomadas como ello, como simples consideraciones por el propio lector, porque son lo que a mí me ocasionaron sanidad durante todo este periodo de recuperación por el cual he tenido que transitar ahora que me miro frente al espejo para disponerme a ser lo que realmente yo pretendo ser, aunque sea muy costoso, peligroso o difícil.

Muy seguramente habrá otras más cuantiosas que no me he permitido explorar por cuanto me lo impedido y por cuanto me he visto imposibilitado, pero por cuanto también soy un ser humano en medio de un valle, que a veces sube a la montaña corriendo y baja de ellas caminando, por cuanto soy un ser humano que viaja en carretera como cualquier otro: bajo la disposición de que sucedan las mejores circunstancias. Sobre todo, por esta pandemia que parece no tener fin, y por tal motivo, a muchos seres ya los cautivo y los orilló a enfrentar a la tensión del encierro.

Dentro de estas consideraciones finales, afín de que no quede en especulación por parte de mi amigo lector, quiero que lo siguiente quede bastante claro, aunque sea lo único comprensible de todo este pequeño texto. Y es que quiero que sea de esta manera afín de perpetuar los lazos que me unan, por si es que la memoria nuevamente me traiciona, a ese ser que logró ser empático en cuanto se le prestó la ocasión. 

Dicho lo anterior, quiero resaltar que esta obra está dedicada a amiga admiradísima Lupita, mi colega de Villalta, mujer bella en cuanto a sus sentimientos y hermosa en el quehacer docente, así como sublime dentro de su gran habilidad para hacer un momento de adversidad impura siempre divertido. Debo reconocer también que es una de las mujeres más valientes que he conocido, pues cerca de decir lo que siente y opina, también se ha levantado en cuanto a su orgullo para denunciar cuando la dignidad se encuentra en peligro, algo que, a mí, por supuesto, me cuenta llevar a cabo por cuanto mi grado de entendimiento sigue en construcción.

Por tales motivos no me atreví a colocar como título de todas estas reflexiones el de “Secretos de Miguel Aldama”, lo cual hubiese quedado bien y perfecto de acuerdo con la tradición que vengo generando ya desde hace casi tres años, siendo de esta manera lo más correcto. Pero ahora tiene más peso la admiración por el municipio en general que vio nacer a este ser humano que la propia comunidad que me vio crecer como ser humano. Y no es que no sea importante en sí mismo lo que una vez inició con nombre europeo, pero dado que siempre habrá algo que tenga más valor: el propio sistema en el cual he crecido me lo ha dicho y el estudio de las demás culturas también me lo ha demostrado, es preciso colocar el respeto y la estima a quien se lo merece.     

Finalmente quiero agregar lo siguiente y que mucho se ha dicho y mucho se ha repetido: los cosas no son lo que parecen. No sé cómo funciona este mundo y posiblemente, porque ahora la experiencia me lo dicta, nunca lo descubriré. Así como llegué cuando fui bebé a este mundo muy seguramente me iré cuando regrese de donde salí: con un millar de dudas que se multiplican y multiplican como la extensión del propio universo infinito.

De esta manera como me sucede a mí, le sucede a otros y a la especie humana en general. Basta con recordar el siguiente ejemplo que, lejos de denunciar, colocaré afín de que nos libremos de los prejuicios, de los pensamientos que no hacen algo más que dañar o perturbar, pensamientos que emanan tanto de la ignorancia como de la propia terquedad de una voluntad decadente, triste, percudida.

Explicado lo anterior, no me resta más que decir lo siguiente: lo que muchos observan como cabello largo, melena de rebelde, y juzgan y tachan de ser algo informal, de persona sucia o desordenada, no son sino víctimas de su propio espíritu viejo y amargado, pues lejos de reflexionar son incapaces de preguntar. Como lo dije, son seres perdidos que están condenados, por sí mismos, a permanecer dentro del círculo donde merodea la mentira y la falsa lealtad.

Ellos no piensan algo que podría ser, como lo que estoy a punto de declarar: que aquello que a muchos molesta a partir de hoy y hasta donde el cielo lo permita no es una melena de león, sino que es un cabello para niños o para niñas, para señoras solteras o para alguna madre, que esperan tranquilamente recostados sobre una silla recibiendo el tratamiento especial, esperando el día en que aquellos meses de dura paciencia, sufrimiento y hasta desesperación ocasionado por el dolor se conviertan meramente en un sutil  y alejado recuerdo.

Pero ello es un secreto, y por tal motivo no puedo hablar más de esto, porque eso es un secreto, un secreto de Españita…

Fin de

Los secretos de Españita     

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