Secretos de Españita
Secreto 1: Majkuali shijualakan
La primera semana de trabajo que tuve en la comunidad de Miguel Aldama, del municipio de Españita, estuvo enmarcada por un antiguo conflicto religioso que me recordaba constantemente a las viejas y olvidadas cruzadas europeas que hubo entre los grupos de musulmanes adoradores de Alá y los caballeros cristianos que idolatraban a Jehová, pero en esta ocasión el campo de batalla no eran los campos cercanos al Mediterráneo, sino era la escuela Ignacio Allende, mientras que los guerreros dispuestos a morir por sus creencias poco cultivadas eran los padres de familia de dicha localidad.
Por un lado, aquellos hombres que se bañaban entre las aguas tibias de un catolicismo viejo y polvoso buscaban imponer sus creencias a los otros, y, por el otro, estaban los navegantes fervientes que se autodenominaban testigos de Jehová tratando de sobreponer sus ideas de “verdad” y “liberación” a éstos. A ambos grupos les costaba recordar que la primacía de la escuela era salvo guardar el conocimiento y la educación de quienes a ella asistían y que, si había o no había evento del 15 de septiembre, la celebración de la independencia de México, era un asunto de segundo plano.
Para colmo de sus males, en medio de estos dos bandos revolucionarios se presentaba un individuo con armadura limpia y lustrada, defensor de los principios institucionales, pero también un fiel crítico de los mismos. Aquel personaje traía consigo una espada semiusada, pero cansada, polvosa y cubierta de gigantescas manchas existenciales que en un momento eran lucidas y en otro momento eran más oscuras que la noche misma, pues gustaba de coquear tanto con la ciencia, la filosofía, la historia y todo aquello que tuviera que ver con la investigación científica, como con las cuestiones espirituales y de metafísica que en ocasiones lo hacían orillarse a la lectura de la biblia católica, y, sin embargo, no decidía a quien prestarle sus servicios de forma permanente.
Los testigos de Jehová, a golpe de lanza, sostenían que uno de sus principales mandatos era no participar en las festividades culturales de la vida escolar y menos si se trataba de “venerar” a un pedazo de tela atada a un palo sucio, aunque ello significara deslindarse de sus raíces; mientras que el otro grupo argumentaba que la localidad se regía por tradiciones y costumbres centenarias que los conectaban con su pasado de esplendor, por lo cual consideraban que era preponderante llevar a cabo la realización de tal evento haciendo bailables, realizando el desfile, eligiendo a la nueva reina de las fiestas patrias, cantando el himno nacional, realizando los honores a la bandera y cenando los antojitos típicos mexicanos.
Pienso que, al igual que sucedía en la política desde el instante en la cual los romanos se las robaron a los griegos, la religión, más allá de organizarnos y dictar la forma armoniosa de convivir entre nuestros cercanos como lo dictaron los profetas y predicadores hace ya más de dos mil años, en realidad se presentaba como la manzana dorada de la discordia de los dioses del Olimpo de la antigua Grecia, y por tal motivo, venía a separar a las personas de las diferentes naciones, y en este caso, el lejano pueblo de Miguel Aldama no era la excepción.
Al final del día, el no llevar a cabo tal festejo cultural, pienso que se estaba volviendo una costumbre por parte de los testigos de Jehová, obligándolos a caer en el adoctrinamiento de llevar a cabo tal celebración patriótica. En pocas palabras, caían en lo mismo que ellos mismos criticaban. Lo anterior, forzaba a hacerme la siguiente pregunta ¿Quién es el verdadero ganador o beneficiado de todo este embrollo religioso que busca separar a los seres humanos?...
Al mismo tiempo, esa enorme discusión también me parecía más una gravísima lucha absurda entre dos castillos enormes de egos y de ver que grupo demostraba mejor su dominación en el arte de la retórica e imposición dentro del campo de batalla que toda una fiel, sincera y honesta firmeza de cuidar, mantener y promover la esencia de las ideas de amor fraternal, empatía, humildad y virtud que se encuentran dentro de aquel texto místico israelita.
Debo reconocer, como una carga para alguien de mi jerarquía, que la reunión que estuvo bajo mi mando, en este sentido, no sirvió de mucho como la mediación que deseaba o esperaba o de la cual siempre me jacte, e incluso, me atrevo a decir que fue un enorme, frío, sangrado y desconsolador fracaso. Ello, en cierto grado, me ponía triste, sensible, y evocaba una tenue decepción de lo que profesaba desde hace ya más de 20 años, sin embargo ¿Qué tanto podía hacer un hombre de 30 años que apenas llevaba medio día en aquella localidad cuando los problemas ya llevaban algunos años enraizados?
La experiencia me había jugado muchas sorpresas que se sujetaban a los cambios según el lugar, y por ende, me apegaba a que todos los integrantes, de una o de otra manera, se organizaran para participar, y en esta ocasión no sería la excepción: ya sabía lo que sucedía si alguien buscaba deslindarse de esa parte (todos los demás padres de familia también seguían el ejemplo de ellos, diciendo que sí a algunos no se les exigía a ellos tampoco se les tendría que exigir).
Como a lo largo y ancho de todo México, y para no variar, aquí estaban acostumbrados a ver siempre lo que hacían los demás (pero de forma negativa para enjuiciarlos por sus actos y por sus actitudes) y no lo que hacía uno mismo, sea para su bien o sea para su mal. Sé que esta idea apelaba un tanto al individualismo que fragmentaba al nacionalismo, sin embargo, era menester aplicarla para que cada uno velara por sus objetivos e intereses y dejara de tachar los actos de su prójimo.
Por tales circunstancias y como la reunión ya llevaba más de dos horas de discusión, se llegó al acuerdo de que aquellos que no participaran en el evento del 16 de septiembre tendrían que realizar alguna otra actividad que se relacionara con el mantenimiento escolar. Ello no funcionó, pues don Pablo, aquel hombre que profesaba la religión de los testigos, se negó rotundamente diciendo que se estaban violando sus derechos constitucionales. Por tal motivo, aquel acuerdo lo firmaron los demás padres de familia, claro, a excepción de don Pablo quien decidió acudir a instancias mayores.
Tras haber concluido la junta y tuve un momento a solas dentro del salón escolar, me acosté encima de tres butacas, me cubrí con mi jorongo como si fuese cobija y reflexioné en torno a aquel asunto. De primera mano, pensé que fui un tanto radical en torno a la diversidad de opiniones, tratando de imponerme a cualquier costo y de esa manera velar y mantener mi seguridad personal.
Una parte de mí apoyaba la propuesta de los testigos de Jehová de no llevar a cabo el evento, pues además de que se gastaba en vestuario que no se volvería a ocupar en otra ocasión, también consideraba que sí realmente se tenía amor por la patria, la mejor manera de probarlo era estudiando y preparándose para ser un mejor ciudadano. Estos tiempos, como toda época, traía sus propios retos y estos deberían ser abordados antes de que la destrucción y la ignorancia nos alcanzaran una vez más… ¿Cuántos más tendrían que palidecer por semejante retraso humano?...
Los expertos en psicopedagogía, así como algunos educadores-promotores, consideraban que las actividades cívico-culturales no sólo permitían al alumno sensibilizarse y desarrollar las habilidades socioemocionales, sino que, además, se lograba alejar a los jóvenes de la delincuencia y los malos hábitos, malas compañías y actividades que tuvieran que ver con la drogadicción. Estaba comprobado que a través de las artes existían un abundante camino en el cual se rescataba y orientaba a la juventud.
Yo, incluso, tenía una formación en el área humanística y desde muy pequeño admiré y bien vi todo este tipo de actividades, pero con el paso de los años me había percatado como el país estaba palideciendo a causa de la desigualdad económica, la carencia de la reflexión y la conciencia, así como las mentiras convencionales que nos arrastraban para alejarnos del bien en común… era indignante ver cómo mientras otros luchaban por obtener un grado de estudios superior y con ello un trabajo estable, otros modificaban la ley de acuerdo a sus intereses y colocaban a sus conocidos con su secundaria terminada en puestos que, por la naturaleza del trabajo, requería personal honesto, capacitado y con principios éticos y de valores. Es por ello que ahora priorizaba la adquisición de conocimientos, a fin de evitar la caída en aquel círculo vicioso de aquellos hombres (virus de la sociedad mexicana) sin olvidar claro, la parte cívica, de valores y humanitaria.
Tras un intenso debato interno en torno a mi rígida postura, concluí que había hecho lo correcto, talvez no lo adecuado, pero si lo correcto, puesto que la participación es de suma relevancia en un país en donde la indiferencia y la poca preocupación por el presente y el futuro ha desembocado en violencia, injusticias, corrupción y muerte. Por lo tanto, promover la participación y la iniciativa se estaba convirtiendo en una estrategia crucial para sacar a flote no sólo a la nación, sino a las pequeñas comunidades como lo era el caso de Miguel Aldama.
Convencido bajo dicha línea, decidí colaborar con buena fe y actitud la festividad de septiembre colocando los bailables a los estudiantes de la escuela. Las madres de familia habían solicitado dos y, después de revisar las propuestas de trabajo, opté por colocar lo más sencillo y que estuviera a mi alcance, dado que el baile regional no era una de mis habilidades a destacar. También me di a la tarea de elegir una canción que me ocasionara algo de inspiración. Por ello, la primera que me pareció alegre, llamativa, con ritmos grandiosos que llevaban la energía y la alegría al borde de los sentidos ocasionando un disfrute tanto para el cuerpo como para la mente, fue la canción de Lambada: el baile prohibido, de un grupo llamado Kaoma. Yo tenía entendido que esa agrupación era de origen brasileño, sin embargo, las actividades de septiembre eran una fiesta, y eso era lo que pretendía mantener: una fiesta de convivencia.
El otro bailable fue el que se conoce como Sinaloa, del cual estaba en completos ceros. En Lambada apelaba a la experiencia que tenía en el ejercicio y en la zumba, mismo que me ocasionaban un grado gigante de inspiración, pero de un baile regional, para mí, si era un reto. Recuerdo que en cierto momento de mi existencia participé con algunos bailarines en algunas presentaciones, pero al final de un año terminé desertando porque me di cuenta que no poseía la habilidad motora que se necesitaba. Las esperanzas no se esfumaron y me apoyé de algunos videos y de pasos básicos… demasiado básicos podría decirlo cualquier conocedor de la danza. Por supuesto que esa era la solución a dicho reto, ya que estando a escasas tres semanas de que fuera 15 de septiembre no estaba seguro de que quedará un bailable presentable. Sobre todo, porque todo tenía que ser bueno, bonito, barato y rápido.
Los ensayos comenzaron de inmediato: esa misma semana. Mientras tanto yo transitaba por uno de esos momentos en los que no sabes que es lo que haces, pero sabes que es algo que necesariamente se tiene que hacer porque no hay otra opción: ni desistir, ni renunciar, ni ocultarte o agacharte, de rehusarte o negarte, de dar la espalda o, como dicen en mi pueblo, de hacerte de la vista gorda. Para esta actividad había programado una hora a partir a las 10 de la mañana y sería diario. Esto para aprovechar el tiempo máximo que fuese posible. Además, tenía que llevar un buen equilibrio puesto que no debía de perder clases y no porque fuera a recibir una sanción o mi superior me exigiera resultados, sino porque ello era un compromiso con los estudiantes, con los padres de familia, con mi patria, y, sobre todo, conmigo mismo.
El lugar de ensayo iba a ser el patio de la escuela, pero las madres de familia trataron de persuadirme para que fuera a visitar al presidente de comunidad, don Gerardo, y de esta manera solicitarle las llaves del auditorio. Aquello no funcionó porque quiénes terminaron visitando a aquel hombre fueron los propios estudiantes que estaban a mi cargo. Al parecer ellos si tenían intereses en participar en el evento. Tras conseguir las llaves, se llevó a cabo el ensayo como estaba planeado. Inicié con el bailable de Lambada pues supuse que eso haría que mi mente se desenvolviera en cuanto a los pasos, perdiera la timidez de abrir una parte más de sí misma con seres desconocidos y logrará la fluidez que tanto necesitaba liberarse, pero que le daba miedo de reconocer por sus propias ataduras.
Esa táctica funcionó bien, claro, para ser el comienzo, pero aun así fui serio y cauteloso, puesto que no sabía cuál sería la reacción de los chicos con respecto a mi comportamiento alegre. Recuerdo que muchas ocasiones había bailado sólo en la sala de mi departamento completamente para mí y sólo para mí, incluso, podía asegurar que en esos instantes me encontraba al desnudo conmigo mismo. En cambio, ahora el reto se ampliaba hacia otros cuerpos y las cadenas se desvanecían: aro por aro.
Ellos, por su parte, la mitad mostraba un completo desinterés y absoluta desobediencia, mientras que, la otra mitad permanecía observando como colocaba los primeros pasos y el otro grupo desobedecía. Sólo una de ellas mostraba interés por querer intentarlo: Cintia (una estudiante de tercer año), la niña que no podía participar porque su madre era una mujer testigo de Jehová de hueso colorado.
No sé, no estoy seguro, si los pasos les comenzaban a agradar o la obediencia se dio por tener consideración y empatía conmigo. Talvez se dio por miedo a mi autoridad o al de las mamás, puesto que ellas también celebraban que bailaran sus hijos y participaran en el evento del 15 de septiembre. Aunque, quizá también lo hacían porque tenían en cuenta que ello influiría en su calificación de artes. Sea cual fuera el motivo, poco a poco empezaron a ceder para que los cuadros se fueran conformando uno a uno y eso me mantuvo tranquilo: no quería que se perdiera mi autoridad. Debo reconocer que esa primera actitud mostrada me devastó en mis deseos de colocar pasos en donde se lucieran más movimientos rítmicos con respecto a la música. De hecho, me congelé tanto del cuerpo como de la mente a tal grado que tuve dejar me mantener mi tolerancia con ellos y comenzar a imponerme para que obedecieran, algo que siempre he odiado porque he procurado apelar siempre a la buena conciencia y la reflexión, pero sentía que no tenía otra opción.
Al cabo de dos semanas, los bailables quedaron listos para la presentación, tanto los que ejecutarían los niños de la secundaria como aquellos que darían a conocer sus mamás durante este 15 de septiembre. Los alumnos del kínder 13 de septiembre a cargo de la maestra Maritza también ejecutarían una pieza denominada México, del grupo extinto de Timbiriche, y, finalmente, ella se había ofrecido para cerrar el evento con broche de oro cantando una pieza ranchera, dado que ella había tenido clases de canto desde muy pequeña.
Antes del evento decisivo sólo dio tiempo para realizar dos ensayos generales, debido a las actividades que tenían las mamás dentro de sus hogares y nosotros, los maestros, para no descuidar el avance científico en los infantes. El nerviosismo en todos se iba perdiendo. El vacío generado se cubrió con emoción porque ya fuera la hora y el momento de estar enfrente del público para deleitarles la pupila.
Empero, durante las jornadas de practica no todo fue bello, puesto que algunos de los pasos que llegue a colocar en el bailable de Lambada los niños los consideraron muy afeminados, lo cual me disgustó demasiado. Además, a mi parecer, los veía muy forzados haciendo el movimiento que aquella música obligaba a tener. Incluso, una de las niñas de primer año, Laura, se equivocaba mucho. En cuanto al bailable de Sinaloa, la coreografía, según ellos, era demasiado fácil o básica, dado que aseguraban haber participado en otros eventos con pasos más difíciles y complejos. Yo escuchando ello, solicité ayuda de forma disimulada y les propuse que me los enseñaran para que los implementáramos, para lo cual se negaron. Por tal motivo, me vi a la tarea de forzarlos a seguir los pasos que yo propuse, les gustara o no.
A partir de ese momento, me percaté de que la mayoría se quejaba de todo, pero no proponían métodos de solución, tal y como muchas de sus mamás hacían durante las juntas anteriores durante esas tres semana… sin querer (y lamentablemente) ellos se estaban convirtiendo en la auténtica figura de sus madres y de una manera tan fiel que parecía casi imposible modificarla para evitar que cometieron los mismos errores de ellas por discutir por cualquier insignificante motivo.
Algo que se agregó a la copa para que casi se derramara fue que tanto Laura como Diego, otro de los niños que también cursaba el primero de secundaria, por estar jugando, rompieran un foco del auditorio que nos habían prestado para llevar a cabo los ensayos. Claro, que, indirectamente, yo también me sentía culpable por haber permitido que llevaran el balón de futbol.
De ello le saqué cierta ventaja, puesto que con ese pretexto argumente que impondría un reglamento más severo, además de que ya no permitiría los balones tanto en el salón de clase como en el patio cívico, el cual utilizaban los niños como cancha de futbol. Sabía, en el fondo, que les taba haciendo un mal ya que los privaba del deporte y, por ende, posiblemente, los acercaba a que buscaran en que “entretener” el tiempo.
Pronto iniciaría un nuevo taller de baile y les regresaría los balones para que dispusieran de ello, pero en esta ocasión sería de forma ordenada para evitar otro accidente como aquel que sucedió dentro del auditorio, puesto que al final del día ellos eran mi responsabilidad y eso era algo que estaba claro entre las mamás de los niños que rompieron el foco, mismas que me culpabilizaron por permitir la llevada de la pelota.
Pese a esos eventos ocurridos de mal gusto, por mi parte, podría decir que el evento no se manchó, pues aquel domingo en la tarde todo se llevó a cabo como estaba planeado: el foco estaba repuesto, el auditorio adornado, el programa y los reconocimientos en su lugar dentro de mi carpeta, y, además, el presidente de comunidad invitó a un solista ranchero para amenizar el momento.
Algo muy curioso de esta comunidad fue que, desde hace 20 años, se tenía la costumbre de ir por la reina de las fiestas patrias anterior para que le cediera la corona a la reina de las fiestas patrias que sería de este año. Para ello, toda la comunidad tenía que asistir por ellas a sus casas y los padres de las galardonadas tenían que ofrecer algún pequeño refrigerio a los visitantes.
Al día siguiente también se llevó a cabo el típico desfile. En él participaron madres de familia, así como los alumnos de preescolar, primaria y secundaria de la comunidad de Miguel Aldama. La maestra Maritza y yo encabezamos el evento en compañía del presidente de comunidad. Después de todo, puedo asegurar que ese fue uno de los mejores 16 de septiembre que pasé en mi joven vida.
Es mi sangre la que vibra
mientras sostienes mi mano para bailar bachata.
Una vez más (como círculo psicológico vicioso de un neurótico), y para no defraudar a cada una de las predicciones de los más sofisticados observadores y a los más de 5 mil años del conocimiento acumulado dentro de los libros y pergaminos (y ahora computadoras), los vientos fríos y ásperos invernales arribaron a las superficies visibles de cada una de las rocas y piedras, así como de los inseparables sedimentos que conforman los largos y altos cuerpos montañosos admirables no sólo por los pintores paisajistas, sino por los curiosos forasteros que los visitan, por los seres cuya adrenalina es imposible resguardarla, así como por los pensadores y meditadores que se acercan al polvo, a su supuesto origen estelar y galáctico que la ciencia poco a poco ha comenzado a aceptar.
La robustez y las grietas que me atrapan por semanas (porque no he logrado concretar las palabras para definirlas con la mayor sutileza que se merecen) se encuentran acumuladas por centenas y décadas del crecimiento fotosintético sobre el cuerpo troncal aunada a la implacable resistencia de cada una de las largas ramas de los pinos (desde la más delgada hasta la que ya presentaba varias subdivisiones), tampoco evitaron que el calor compartido por el astro solar se escapara desde la más pequeña hoja con su amante crudo de diciembre y enero.
A tal situación abismal, pero aceptable porque lo que procede de lo natural se asemeja a lo celestial, a lo divino, a lo incorruptible, a lo inexplicable, se le unía, muy forzosamente, las puntas (y algunas secas) de los quebradizos y crujientes pastizales que luchaban de forma feroz contra cada gota de bióxido de carbono dentro del aire para no desvanecerse todavía: arraigándose de forma extracomunal afín de no perecer en la batalla que libraban… que todos libramos porque se ha perdido el sentido de la belleza a lo existente… afín de que el intento de sobrevivencia triunfara sobre lo que algunos han denominado como la nada, como el vacío o la muerte de la que ya no hay regreso (¿Quién nos dijo que esa mentira es verdad? ¿Quién o qué y por qué?).
Lo misterioso de lo turbulento se adueñaba de cada rincón pequeñito de todos los caminos dibujados por la mente del hombre maduro hasta ahora: desde las olvidadas veredas que sólo visitaron una vez el pie de un ser humano hasta las más reconocidas carretas transitadas por los autos lujosos y particulares y los trailers que llevan el comercio, la tecnología y la civilización dentro de sus enormes cajas metálicas descansando sobre sus más de ocho ruedas.
Pero ese bautizado clima, el cual fue percibido por primera vez por la conciencia del primer pensador, y la enigmática forma de las rocas (adquiridas de tal manera por un Dios bebé, un Dios tolerante y armonizado por la belleza de lo único) que se unen para admirar el terreno pequeño de esta parte del meteorito que se denomina como el bello y legendario estado de Tlaxcala, es también sinónimo de la luz que se asoma de entre las cortinas a través de las ventanas.
Por tal motivo ya manifestado cabalmente desde la energía que se me dispone en estos instantes, diré que no sólo las dos benditas semanas de vacaciones escolares habían culminado (para mi desgracia, por una parte), sino que, además, el regreso a clases exigía un redoble del esfuerzo, un redoble de trabajo, tanto por parte de cada uno de los alumnos como del propio maestro: los retos dentro de este siglo XXI no parecen tener límites y ello me parece algo sumamente maravilloso, sobre todo para el maximato de la ciencia y el intelecto, pero una parte de mi reincidía en la pregunta necia… ¿A costa de qué?... aun así, pienso que más vale ser sobresaliente que alguien ignorante de la magia que trae consigo el estudio, el conocimiento. Ahora se les denomina sapiensexual, empero, ello sólo es un concepto, dado que la definición auténtica siempre se escapará de los sentidos de los investigadores, de los intelectuales.
Durante toda esa temporada de recreación decembrina que corresponde al inicio de capricornio y el cierre de sagitario, incluyendo los primeros días de regreso a mis labores docentes, permití lo criticable, lo juzgable, lo tachable, lo que fue inventado para ser aborrecido por un puñado de seudopensadores destructores de la creatividad y la imaginación: a lo que me refiero es que el cuerpo (mi cuerpo prestado) de doble filo de la flojera se extendiera con cada uno de sus dedos y uñas sobre mi templo desnudo (también prestado), sin puerta, sin barrotes, para que me acariciara como lo hacen los amantes en medio de la noche y bajo la lluvia, y de esta manera, ella se apoderara de la rutina (que sin darme cuenta parecía causarme cansancio)y yo, aprovechando de esa posesión, no desperdicie el tiempo para bañarme con cada uno de sus perfumes, por lo que descanse, pienso que como nunca, muy bien estas vacaciones.
Ahora mi mente me dicta, por alguna extraña razón, que estoy cayendo en las vacaciones eternas y es que se debe a que es cierto aquel dicho que sostiene que el amor al trabajo (y me refiero al amor armonioso) en realidad sólo se divierte desarrollando las actividades para las cuales no sólo presta su intelecto, sino también la fuerza brutal, por muy mínima que esta sea.
De hecho, tengo que presumir (aunque ello me remita al alimento del ego insaciable que casi siempre me domina, aunque lo trate de armonizar con mi yo armónico) que fueron los días de receso con una de las mayores trascendencias que he tenido desde hace ya un buen y largo tiempo, es más, desde mi adolescencia tardía, luego de que decidiera y encomendara mi existencia al estudio y al trabajo. Claro que ello (como ya muchos otras saben tanto por lo que han escuchado de mí como por la propia experiencia personal) fue agotador, pero a mis 29 años pienso que disfruto plenamente de las cerezas de este sabrosísimo pastel que me deleita, sobre todo al escribir. Eso puede ser o también el simple hecho que tiene el poder de la aceptación y la serenidad. Espero firmemente o, incluso, fielmente, transmitir eso a aquellos que no necesiten, que estén cerca de mí.
En cuanto a las actividades laborales programadas, cada detalle, cada círculo, cada conformación de la existencia parecía ser un bello cuadro pintado por las manos del talentoso Vicent Van Goth (debo recordar que les guste o no a los teóricos, la obra literaria nunca podrá separarse del sentir humano, del sentir del autor), puesto que, como el rompecabezas, cada parte tomaba su lugar correcto para conformar la armonía de la imagen final, así como la balada para Adelina. Con ello, me refiero a que las madres de aquí comenzaban a hacer a un lado sus diferencias y se estaban poniendo a trabajar en pro de sus hijos, punto crucial no sólo de la especie, sino de la comprensión de nuestro entorno y trabajo dentro del universo (propósito universal y eterno). Para mí, y yo pienso que para cualquiera que estuviera en mi situación, aquello se convertía en algo alentador: soy como esa ardilla feliz frente a un bellota o nuez.
El aparente principio, porque todo científico e investigador sabe que las raíces gruesas, bien alimentadas, resistentes, se ocultan muy dentro del subsuelo del desconocimiento y de lo inconsciente. Eso lo presento a continuación, claro que estoy seguro de que hay algo que se me escapa tanto por falta de observación, de conocimiento, observación y hasta de sentido. En fin, a lo que me refiero es que ese trabajo o iniciativa estaba a cargo de doña Paula, la actual presidenta del comité de padres de familia.
Ella manejaba una ideología definitivamente diferente a la que permeaba aquel lugar, sea por costumbre o sea por reacción o sea por aprendizaje. Lo que ella venía manejando era el trabajo de no problemas, no gritos, no enojos… sino de “yo ayudo y yo de apoyo”, algo muy difícil de creer por el carácter enraizado en los habitantes. Claro que bien se podría decir que ella estaba sembrando en tierra que sólo Dios sabe si era fértil, aunque a estas alturas, cualquier intento es digno de reconocerse, y si está en nuestras manos, de fomentarlo. Asimismo, considera diga de nombrarse como una mujer pionera en la introspección social (a falta del concepto correcto).
Siguiendo ese clima contagioso, aunque la gripe que me azotaba mantenía y aferraba su nido dentro de mi garganta, nariz y pulmones desde hace ya varias semanas, una extraña y creciente sensación de bienestar se blandía y se expandía dentro de las redes neuronales en el interior de mi cráneo, tomando una gran fuerza de fortaleza, de muralla, pienso que similar a la de Sansón o Hércules, y al mismo tiempo, como una pequeña semilla de frijol que ha de germinar pronto, muy pronto, para ser alimento de otros y compartir sus nutrientes para el interminable ciclo de la cadena alimenticia. Una parte de mí me decía que doña Paula había influido: talvez sí, talvez no, quien sabe… es sano pensar y creer que es así, pues la fe es la fuerza que depositamos sobre algo o alguien.
Pienso que los momentos más difíciles que tuve que atravesar aún sin cumplir los 30 años de edad me ayudó en mucho sobre lo que tenía que trabajar y darle ese énfasis que requiere (y no porque estuviese distraído), porque la verdad había llegado para quedarse conmigo, a mi lado, ser mi vela, mi espada, mi armadura y mi espíritu, por lo que era necesario afrontarla ahora, nuevamente, porque el retraso no es más que el camino hacia el suicidio, hacia la muerte en vida, hacia la melancolía y la tristeza: apoderarme de ella es ser uno mismo con el propósito de la naturaleza del universo (por ahora no hablaré del más allá). La actitud y la sonrisa fue preponderante para todo aquello que se avecino y que ahora forma parte de los recuerdos que custodian cada una de estas páginas. Todavía continua en mí la duda de si esto servirá de algo o sólo serán los escritos turbios de alguien que le tiene miedo al olvido, mucho miedo significativo.
Sobre todo si se trata de algo que es bello, pero cuando digo bello me refiero a esa forma que sentenció una vez Sócrates en uno de esos textos que dejó a través de Platón, en donde prácticamente concluye que la belleza es indescriptible, sobre todo si la perfila una mujer de carácter ameno, de tolerancia frente a la discordia, de paciencia frente a lo que es incapaz de autoeducarse.
Alguien que también parecía portar ese estandarte y pienso que lo demostraba con mucho orgullo vivía aquí, en el paraíso de Miguel Aldama. Lo digo porque una de ellas, una de aquellas mujeres que me ayudó a recordar lo valioso e invaluable que es la armadura de la sonrisa fue una humilde y hasta picaresca señora, además de… yo digo que joven… pues a pesar de estar casada y ser madre de uno de los alumnos que tenía en la escuela, su rostro todavía denotaba frescura, energía, vitalidad, talvez un poco de preocupación, pero, ante todo, un buen humor que la caracterizó a diferencia de las demás mamás, quienes siempre permanecieron a la defensiva.
Hay un peculiar recuerdo, uno que me regaló por lo espontáneo que fue, por lo fresco del momento y que me conmovió, más allá de la reflexión, a lo divertido que es cada una de las locuras que rondan dentro de la comunidad. Para algunos bien se catalogaría como burla, empero, dadas las circunstancias, yo lo colocaría dentro del juego y dentro de la inocencia que coexiste en un cuerpo adulto lleno de preocupaciones, de responsabilidades, y por supuesto, de un infinito e incierta especie de fraternidad:
¿Usted maestro no hace muchas juntas, verdad?
La verdad no. Pienso que las reuniones sólo son necesarias cuando se trata de atender un asunto grave o algo que realmente sea de impacto para todos, pero si no es así, honestamente, no le veo el caso ¿Para qué hacerles perder el tiempo tanto a ustedes como el mío? Y claro, el de los niños… ¡Sí ya de por si son pocas las clases con todas las suspensiones en el calendario escolar ahora imagínese si constantemente las tengo aquí!
Eso me parece muy bien, maestro, muy bien, porque allá en el kínder hacen junta de todo.
¿En serio?
Sí, maestro. Bueno, con decirle que hacen junta ¡hasta porque se metió la mosca al salón de clase!
¿Cómo está eso?
Pues sí, maestro ¿A poco no ve a las mamás de kinder? Del salón no salen. Creo que viven ahí con la maestra.
Bueno, es cierto, he visto que entran muy seguido.
Pues por eso le digo maestro. Entre ellas mismas hasta se han de decir: ¡Ay Dios mío! ¡Ya entró la mosca otra vez al salón de clases! ¡Hay que hacer una junta de nuevo! Y todas van pa´dentro.
¡Doña Bertha! ¡Qué picara es usted! – y no paraba de carcajearme al igual que aquella bendita mujer.
Como ya lo dije, el nombre de aquella mujer amable y respetuosa es doña Bertha, quien siempre procuro (porque yo estuve ahí para ser testigo), pese a los comentarios y acciones de las otras mamás, ver el lado amable de todo lo que sucedía dentro y cerca de la escuela, así como los asuntos que a ello le conciernen y que ahora pudiese olvidar. Además, ella era la mamá del pequeño Diego, quien, aunque apenas cursaba el primero de secundaria, mostraba habilidades y actitudes tanto para el aprendizaje como para el trabajo y la memorización (no profundizaré en el pequeño por ahora).
Pienso que, por las facciones faciales en la frente, las mejillas y la barbilla que conformaban el rostro redondo de aquella mujer, no rebasaba más allá de los 35 años de edad (lo digo porque no creo atreverme a preguntarle su edad original mientras tenga contacto con doña Berhta). Además, ella, al igual que doña Anabel, no era originaria de la comunidad de Miguel Aldama, es más, ni siquiera pertenecía al esplendoroso estado de Tlaxcala.
Incluso, ese acento que se presentaba al final de cada enunciado que emitía: alargado, con un punto tónico y suavizado al final de las oraciones (tal vez un poco alzado en el tono, no en la personalidad) nos revelaba que ella pertenecía a la zona sur del país, y para ser exacto, del estado de Oaxaca, algo que no descubrí y ni siquiera imaginé sino hasta que ella misma me lo comentó en una de las pláticas que tuvimos y que salió a flote sin necesidad de que yo se lo preguntase.
Su piel era similar a la mía: de un tono moreno brillante (como el del cacao o champurrado) y libre de acné y espinillas, a mí estatura… o talvez unos cinco centímetros menos, cabello largo y negro cenizo y sin canas todavía, cuello firme sin papada que lo cubriera, nada de maquillaje en el rostro y ni esmalte en las manos. De lo que si recuerdo y pienso que recordaré hasta la fecha, es de ese afán es estar muy bien enfocada tanto en los aprendizajes de su hijo como en el buen comportamiento del mismo.
Diego, de 11 años, según me platicó, fue su hijo único y no tanto porque ella así lo hubiese deseado, sino por lo complicado que había sido desde el periodo de la gestación hasta su parto. Incluso, los primeros meses de embarazo también representaron un obstáculo de salud para ella, por lo que tuvo que tener cuidados intensivos. De hecho, según lo que ella me platicó, durante casi todo ese año que estuvo en espera de su niño prácticamente no movió ni un dedo del pie izquierdo.
Uno de los momentos más críticos fue la fecha del nacimiento de Diego (nombre puesto en honor al hombre que vio por primera vez a la virgen de Guadalupe, tanto por ser una bendición, un agradecimiento y el milagro esperado por aquel matrimonio) el parto, mismo que prácticamente se tuvo que convertir en cesárea por lo complicado del asunto, pero, como ella decía, gracias a Dios todo había resultado bien y, después de dar a luz, el doctor le sugirió que se operara para no tener más hijos, pues su vida volvería a correr riesgo, lo cual, ella aceptó.
Doña Bertha me comentó que dentro de sus planes de vida estaban dos o tres hijos por delante y eso mismo opinaba su marido, pero como su salud se había puesto en peligro dentro de los meses de gestación, pues prefería orientar y amar a Diego y verlo crecer hasta donde la vida se lo permitiese. Su marido tampoco buscó correr ese riesgo. Al final de cuentas, la llegada de ese niño le trajo mucha satisfacción, y no sólo a ella, sino también a su esposa y a toda la familia.
La comida que guisaba aquella mujer tenía un muy buen sabor. Y de las tortillas a mano no se puede decir menos: pues además de tener una circunferencia perfecta y no poseer quemaduras, ella prefería utilizar el maíz azul. Pienso que prefería acercarse a los alimentos que estuvieran cerca de lo sano. Además, ella casi no consumía café, ni refresco, sólo agua natural o de limón, la cual le quedaba deliciosa.
Siempre vestía un par de tenis sucios, no viejos, pero si sucios. Pienso que era más por comodidad que por fachudes, dado que el niño siempre llegaba a la escuela impecable, bien peinado, con los zapatos lustrosos. Además, debo recalcar que era una mujer que todavía se dedicada a algunas actividades propias del campo, tales como sembrar, recoger la cosecha, ir al molino, etc.
Asimismo, vestía pantalón siempre, sea ya de mezclilla o de pans, una playera sencilla o si hacía frío una chamarra encima, una coleta entera enredada con lo que en México se le conoce como bolitas. En ella también era típico ver un sombrero, así como un par de aretes pequeños o arrancadas, pero de diámetro pequeño. Observarla me recordaba mucho a una de mis tías: Malena, con quien crecí prácticamente desde los seis años.
Con doña Bertha siempre era grato sostener una charla de cualquier tipo, puesto que siempre terminaba sonriendo o hasta riéndose por todo lo que sucedía. Efectivamente, como era de carácter más tranquilo recuerdo que en cierta ocasión tuve que intervenir en lo que pudo ser una discusión, cuando uno de los alumnos de tercer año le faltó al respeto al decirle “a usted que le importa”, luego de que le llamará la atención en frente de ella y doña Bertha considerara decirle que a la escuela se venía a aprender y no a rezongar, claro que, eso era algo ya típico en esa escuela.
Secreto 20: ne notoka…
¡Sal
de mí, oh inquietud! y produce ese infierno
que
sólo deje en cenizas mi domesticación.
Hay días en los que me
levanto y observo a mi alrededor. Me doy unos cuantos minutos antes de
abandonar la cama por completo. Me pierdo en el techo y en las corinas color
vino que compré hace como seis meses. Admiro el estampado de la tela, los holanes
y después me agrada perderme en aquellos triángulos que conjuntamente le dan
forma a esa esfera de cristal.
Son mucho más bellos y
atractivos de noche cuando la luz que se despide de los focos en forma de velas
atraviesan el cristal. Es en esos instantes cuando es inevitable recordar
aquella pregunta que leí hace algún tiempo… Sí ese niño que una fui estuviera
ahorita, en el presente, yo ¿Lo decepcionaría? O ¿Estaría orgulloso de en lo
que se convirtió? A grandes rasgos diría que estaría muy orgulloso de lo que
llegó a ser y es entonces cuando el corazón comienza a cantar dulces melodías
que empalagan todos a todos los sentidos.
Pero a ello aquel deleite
divino se le hace frente una hoja que trae consigo un torbellino. Tales vientos
traen algo consigo: los recuerdos de los comentarios que una vez me dijeron
algunos conocidos… La soledad es mala, la soledad aterra, quién me verá… y así
una infinidad de oraciones que todas apelan a la misma idea. La última vez que
hablé con una psicoanalista decía lo mismo. Incluso, a mi maestra Rosalinda le
llegó ese momento de amor, aun cuando siempre lo negó.
Por ahora, pienso que
defender afanosamente esa idea de que la soledad es el camino al amor auténtico
no tendrá mucho valor al haber cierta discordancia dentro de las emociones. En cambio,
ese dicho se quedará a un lado de mí y el que resaltaré será el siguiente:
estaré aquí sentado dentro de un círculo mirando la inmensidad del cielo con la
energía, porque los sentidos estarán cerrados, y entonces regularé mi respiración,
agradeceré y enalteceré a la existencia por permitirme abrazar un latido más
del corazón del oxígeno dentro de este mundo físico. Y es que lo que estaba por
venir pronto sería un indicio para reconsiderar nuestros hábitos, reconsiderar nuestras
formas de pensar y de ahí la importancia y justificación de la búsqueda de
respuestas dentro de lo más profundo de nuestro yo interior.
Era un nuevo año para
todo el planeta. Las festividades se llevaron a cabo como cualquier temporada,
aunque hubiere un grado de encarecimiento de los productos para la realización
de las cenas decembrinas. Las tradiciones parecían sobrevivir esqueléticamente
sin los valores que se decían y se fomentaban a través de la palabra, pero que
en completa acción se notaba su gran ausencia. No era dolor lo que permeaba,
sino una completa incertidumbre de qué era la felicidad y lo que se necesitaba
para que éste se llevara a cabo. Las familias, más o menos destruidas, gustaban
de reunirse para festejar bajo la sabana del frío y del motivo honesto que les
dijera del porqué estaban ahí.
Pronto llegaría a todos
los hogares una noticia de impacto del nivel trascendental que movería y
sensibilizaría a cada individuo: desde aquellos que se mostraban como figuras
de elección popular legítimas hasta las masas populares que se habían reunido
en más de una marcha para das muestras de la inconformidad que les agobiaba.
Talvez era parte de lo que necesitaba para recordarnos que algo estábamos haciendo
muy, pero muy mal. Además de que se demostraba que una de nuestras rutinas era
capaz de revelarse y destruirnos.
Fueron dentro de los
primeros días de enero cuando en el mundo oriental se comenzó a hablar sobre
una nueva enfermedad que afectaba a la humanidad por medio de una complicación
respiratoria: una nueva cepa del coronavirus, la cual, aparentemente había
llegado al ser humano por medio de un animal (supuestamente un murciélago),
logrando mutar para que fuese capaz de sobrevivir al sistema inmune humano.
Durante esas primeras
semanas, se aisló a los enfermos por tal virus con el fin de aquello no se
saliera de control, lo cual no fue evitable. El nuevo virus, llamado covid19,
se había expandido tanto a Europa como a América y parte de África. La realidad
era que no había vacuna ni tratamiento: todo quedaba a la suerte de tu propio
organismo biológico y a la resistencia que este lograra desarrollar en torno a
dicha infección.
Muchos de los principales
afectados y que serían los más vulnerables a fallecer a causa de esta neumonía
“atípica” eran aquellos con enfermedades crónicas y degenerativas (personas con
cáncer, diabetes, virus de la inmunodeficiencia adquirida, asma, obesidad, entre
otros), además de las personas mayores de 60 años y los niños (el sector
conocedor y el sector esperanzador). Sin embargo, no estaban libres la
población juvenil (la fuerza creciente), pero esta era considerada como la más
resistente.
Tal situación, como era
de esperarse, llegó a México por medio algunos medios, siendo uno de los
principales de personas que habían viajado a los países del medio oriente
recientemente. Toda esta pandemia traería muchos retos que afrontar, realidades
que cobrarían los errores que se han venido cometiendo y acumulando, entre
ellos, el asunto de la educación… la educación presencial, la educación a
distancia, la educación a la deriva y la educación para el pensar y para la
vida.
Una de las verdades de
más peso por el hecho de que había sido uno de los temas centrales del debate
era la justificación que emanaba de las circunstancias: indudablemente los
maestros no podían ser reemplazados por la tecnología para la educación de los
infantes, al menos no durante las siguientes décadas, no sólo por el calor
humano, sino por el apoyo en cuanto a las dudas que provienen del ser pensante
creciente.
La estrategia que se implementó
de parte de los servidores públicos educativos para evitar que se perdiera el
ciclo escolar fue, principalmente, el asesoramiento a distancia: los alumnos
tenían la obligación de ver televisión durante la mañana hasta pasado el
mediodía, regresando un tanto a la educación tradicionalista, pero tecnológica.
Mientras tanto, los maestros tenían la obligación de llamar o localizar
mediante algún medio al alumno para dar seguimiento tanto a las actividades
presentadas durante la transmisión televisiva como a las complementarias
propuestas por ellos mismos.
Toda esa organización e
inversión en la generación de los contenidos educativos parecía rescatar el último
tercio del ciclo escolar que estaba en progreso. Sin embargo, pese a que la
estrategia buscaba cumplir con un derecho establecido dentro de la constitución
mexicana, también se evidenciaba lo que ya otros investigadores habían
denunciado a través de diarios y conferencias: el campo o la zona rural simplemente
no estaba habilitada para que tal método de enseñanza se llevara a cabo y se
cumplieran tan siquiera los objetivos específicos mínimos de aquel proyecto de
saneamiento emergente… ¿La educación se tendría que anteponer a la salud? ¿La
educación y la adversidad? ¿Educación, salud y adversidad? Mis abuelos tenían
un dicho muy conocido que era típico de su generación: sin salud no existe el
mañana.
Lo anterior se debía a
que en tales lugares no sólo la señal televisiva era de escaza calidad (sino es
que nula), sino que además el acceso a las tecnologías de la comunicación, como
el teléfono celular, era contado para los habitantes cuya prioridad era la
seguridad alimentaria de la familia. En su lugar, se otorgaron unas copias
engrapadas que juntas conformaban un cuadernillo con diversas actividades
(español, matemáticas, sociales y naturales).
Junto a ese material
también se les incluía una carpeta amarilla nombrada de “experiencias” y aunado
a esto algunos libros que incluían autores como Rosarillo Castellanos y Octavio
Paz (algo que por supuesto yo aplaudí). Tales insumos estaban programados con
una fecha de culminación del 31 de mayo, estando tentativamente programado el
retorno a las aulas el lunes 1 de junio.
Más, aunque estoy seguro
que muchos profesores contaban con esa buena fe de brindar la asesoría
pedagógica necesaria con tal de que los niños aprovecharan al máximo los
estudios a distancia, un nuevo problema se salía a relucir en la cuestión
cultural: la mayoría de los padres de familia estaban poco interesados en el
apoyo y seguimiento para el aprendizaje de sus propios hijos. La situación se
agudizaba debido a que algunos estudiantes carecían de iniciativa, disciplina y
autonomía para llevar a cabo su estudio independiente.
Mucho se decía en los
diarios electrónicos y en los noticieros sobre la estrategia implementada,
destacando principalmente la poca eficacia dentro de tal estrategia para
concluir “satisfactoriamente” el ciclo escolar. Mientras que por un lado se
escuchaban peticiones del pase automático al siguiente grado según cada
estudiante, por el otro se comentaba la pérdida completa del año escolar
haciendo repetir el grado nuevamente para todos.
La realidad (si es que
podemos acercarnos) era que la inversión económica en educación no era barata,
pues los gastos abarcaban desde los salarios del magisterio, el pago de
servicios, tales como agua y electricidad, útiles escolares, libros de texto
gratuito, entre otros, lo que hacía más complicada la decisión final. En tanto,
el secretario de educación pública anunciaba que podría preverse el regreso a
clases y cierre del ciclo de manera presencial, más se esperaría a tomar la
decisión en conjunto con la secretaría de salud.
Mas, dentro de la
catástrofe, bien se podría rescatar algún aprendizaje (siguiendo el nuevo
concepto de error). La ventaja que se le podría sacar a todo esto era
aprovechar que los padres de familia (que no se encontraban laborando) se
integraran a la responsabilidad educativa de sus infantes (que estaba colocado
dentro de la ley de educación), algo que a través de las décadas se venía
relegando exclusivamente a las instituciones educativas del estado y las
particulares.
Se asomaba un nuevo clima
para nuestra Era (porque en otros tiempos también estuvo este clima, más la
memoria no fue lo suficientemente fuerte para recordarlo): una nueva época de
cambios y de paradigmas, de cuestiones filosóficas y de enfoques, ya que de
ello dependía tanto la sobrevivencia de nuestra generación como de la especie
humana hasta donde fuera posible dentro de este planeta que gira alrededor de
un sol en un rincón del frío universo infinito.
Los retos eran múltiples.
En primera instancia cuidar lo que tenemos en el momento presente (sea un
hogar, sea un trabajo, sea la salud) y comenzar a dejar a un lado las
ambiciones de liderazgo caducado y administración pública rancia. Además, de un
ahorro de los recursos financieros, evitando de esta manera el desperdicio y la
compra voraz de productos que realmente no son tal “útiles” e “indispensables”,
recurriendo y privilegiando aquellos que son de primera necesidad.
No podemos dejar a un
lado la relevancia de los recursos naturales, y derivado de ello, el agua y los
alimentos que resultan ser propicios para cualquier especie. Dentro de esto
mismo también es importante poner sobre la mesa de debate del siglo XXI a la
mesura y a la cautela sobre qué animales son aptos para el consumo humano sin
riesgos tanto para la dieta en general como para el bienestar físico (recordando
que la mayoría de la comunidad científica apuntaba como origen del nuevo
coronavirus al murciélago, luego de que éste se hubiese comercializado y
consumido por la China).
Algo que también entra
dentro de la biodiversidad es el respeto de la misma, es decir, clavarnos la
idea de que el planea no es únicamente nuestro… ¡Claro que no! Ya que no le
pertenece ni a alguna “potencia” ni a un solo grupo de “magnates” ni a un grupo
de “élite”, es más, ni siquiera al ser humano por muy “pensante” que éste sea,
pues por el hecho de que por un “accidente” o por “gracia divina” haya logrado
evolucionar su cerebro y desarrollar ciertas facultades pienso que estás más
que claro que hay otros seres que también tienen derecho de existir.
Delfines, zorros,
águilas, ballenas, osos, efectos de bioluminiscencia, así como playas limpias
con aguas color turquesa nos han demostrado que la vida podría continuar sin la
mano del hombre, ya que muchos de pestos han sido vistos en lugares más
enfocados al turismo que a la preservación ¿A qué se debe esto? A un principio
biológico de hace unos cuantos siglos atrás: ellos comen para existir, más no
sólo existen para devorar.
¿Entonces hacia que
dirección repunta la raíz de nuestro problema? En México, al menos, a toda esa
gama de obtención y posesión a (ya no gigantes) extremos niveles, a la poca
satisfacción duradera de lo que nos produce placer, gozo o “felicidad”, a que
lo delicioso de una charla caminando dentro del parque y de la propia persona
que nos acompaña se ha desviado hacia lo bares y las salas de cine en donde hay
“empleados” que a diario son engañados bajo una forma de vida rodeados de la
opulencia mientras que olvidad el significado de la dignidad, la igualdad y la
fraternidad.
El cambio de perspectiva
es urgente. Se tiene que dejar un poco el celular y recobrar la confianza, y no
porque sea mala la tecnología que ya mucho ha abonado a la evolución social,
democrática y de libertad de expresión, sino porque también hay que dejar
descansar a los materiales que son diariamente procesados y extraídos y que de
un día para otro pierden completamente su valor comercial.
Más todo esto, bajo mi
percepción, es sólo la punta del iceberg, ya que si seguimos jalando ese
delgado hilo de costura bien es posible (en un alto grado) toparse el problema
con valores actuales y modernos (el éxito, la prosperidad, la competitividad,
el liderazgo, el trabajo bajo presión degradando la dignidad que tanto se ha
ratificado en diversos tratados de derechos humanos, la resiliencia como un
arma para resistir las desigualdades y los abusos, entre muchos otros tantos) y
la falta de una conciencia auténtica en el registro mental de los ciudadanos de
las diferentes generaciones que se han acumulado dentro de este planeta que osaba
con desobedecer todas las reglas sanitarias recomendadas.
Al hablar de conciencia auténtica
me refiero a ese espíritu interno del pensamiento y proceso cognitivo que nos
permite actuar en libertad sin descuidar el respeto de las demás ideas que
surjan en oposición a la propia, ya que este espíritu se rige por el amor a la
existencia, a los cielos, a las rocas, a la tierra, a los mosquitos, a las
arañas, a lo que causa angustia sin permitirse someter o abatir, en fin, al
acto de prevalecer dentro de los lineamientos de la verdadera sabiduría.
Y claro que al hacer
falta ese espíritu que da vida a la conciencia auténtica no era de sorprenderse
que hubiese, más que una desobediencia colectiva rebelde, más bien hay una
grandísima decepción que sale a flote, dado que esta decepción se ha venido
originando debido a la poca eficacia de la democracia representativa para
atender los grandes problemas sociales como por el robo y descaro de quienes
son elegidos para atender las demandas humanas de dignidad.
La extensión de tal actividad
(conocida más comúnmente como corrupción) dentro de la clase suedo-política (los
auténticos políticos ni siquiera reciben éste calificativo que, en sí mismo,
designa categorización) era significativamente similar a la que se mantenía (y
parecía perpetuarse) dentro del magisterio educativo mexicano: contratación de
figuras educativas que carecían de los perfiles idóneos para la educación, pues
se le daba preferencia a amigos y familiares.
¿Y quién pagaba los
costos? Todos: el hombre que iba al día ahora era inevitable que saliera a
vender sus productos para sobrevivir, pues refería morir a causa de una
enfermedad que todo de la abstinencia. El personal médico, además de estarse
contagiando por falta de protección y creatividad, se vería colapsada su zona
de trabajo a causa de las cifras que iban en aumento ¿Y qué hay de los más
pequeños? Estos sufrían las consecuencias de los mayores que o no sabían tomar
decisiones o preferían tomar aquellas que sólo los satisficiera egoístamente.
Tampoco he notado el amor
a la diferencia y a la diversidad ¿A qué me refiero con esto? Porque con la
mínima discordancia, con el diminuto sonido que formule una palabra de
contrariedad ya es ocasión de molestia o enojo. Debo confesar que hasta a mí me
pasa: cuando recibo órdenes de alguien que es mi superior, por ejemplo, dentro
de las últimas semanas en el trabajo.
Y ello no signifique que
me contradiga y que todo lo que he venido diciendo y explicando ahora sea signo
de mi molestia, más bien, todo ello se lo atribuyo a la falta de organización
que hay por parte del personal que sólo se dedica a dar indicaciones sin tomar
en cuenta que no apela a un programa de construcción integratorio, sino que
sólo lo hace en aras de colocar actividades de “entretenimiento” y para “desquitar
el sueldo”.
Si hubiese un plan,
quiero pensar, que ese mismo se nos detallaría desde los objetivos a lograr
hasta la justificación del porqué es imperante que tal estrategia e lleve a
cabo. Pero todos los textos que plantean proyectos basados en la resolución de
problemas que tanto fomentan pareciera ser que sólo lo dictan sin revisarlo,
sin comprender que si quieren que se lleve a cabo en la práctica ellos también
tienen que cumplirlo, ya que estamos atrapado en la dinámica de la
“apariencia”, en donde ellos aparentan que aplican la norma educativa y los
estándares de calidad por medio de una capacitación superficial, cumpliendo los
objetivos de un modelo educativo que no prioriza la libertad de pensamiento,
nosotros pretendemos aplicar y replicar tales métodos de enseñanza, siempre con
ese grado alto de desconfiabilidad porque sabemos que vienes la orden desde
“arriba”, lo padres sólo se limitan a enviar a sus retoños para poder ir a
trabajar debido a que el dinero no les alcanza (mientras que otros los envían
porque así tendrán un rato de paz en la casa) y los infantes, los infantes no
les queda de otra que obedecer, que sobrevivir al rígido sistema educativo que
frustra ideas, sueños y planes porque es primordial el personalidad del
trabajador que la personalidad recreativa, refugiándose en su yo interno, sin
posibilidad de que alguien lo escuche y lo ayude a realizarse dentro de esta
existencia.
Hay una condena brutal,
radical y poco bondadosa… y ahora que tenemos que estar privados de los campos,
de los parques y de los patios viene a mí una pregunta que ya otros habían
dicho… ¿En dónde jugarán los niños? ¿Habremos exagerado a introducir la
educación inicial cuyo objetivo es integrar al infante al ambiente grupal (y
posiblemente hostil) para que cuando este ingrese a primer año de preescolar
(un lugar para sustituir el amor fraternal y la responsabilidad paternal) sea
menos complicada su adaptación y de esta manera no pierda tiempo para
adentrarse dentro de las aulas con barrotes y rejas?
Talvez sea indispensable
replantear a quien hay que educar ¿A los más pequeños o a los padres para que
estos retomen las atribuciones que les corresponde (más allá del derecho
natural sino por compromiso por el amor al ser que es indefenso) para evitar
así dolencias futuras tanto de los propios gestores como de los propios
infantes? Si no se ha de replantear lo anterior, por lo menos si se ha de
reconsiderar a nivel social, pero sobre todo a nivel personal.
Secreto 21: senka tlasojkamati
El
pasado asecha y no como ancla
Sino
como el más sutil y amoroso recuerdo
Debes en cuando, sobre
todo cuando me encuentro leyendo un libre que sé que pasadas las semanas y
después los meses no volveré a abrir por un larguísimo tiempo, viene a mí la
siguiente idea invasora: existen gran cantidad de nombres que no me agradarían
que quedaran bajo las rocas volcánicas del olvido luego de que hayan pasado torbellinos
de generaciones que les tocó presenciarlos cara a cara aunque sea por un año en
su vida, recibiendo de ellos alguna palabra, alguna vivencia, algún consejo o
algún conocimiento que les hiciera un bien durante algún instante de su
existencia.
Y es que, si pienso en
sus rostros, en sus características y en sus virtudes, queda perfectamente
justificada la tesis popular que me heredaron, la cual sostiene que dentro de este
planeta nacen y caminan más seres humanos que procuran el progreso armónico y
compartido, la sana convivencia acompañada de la comprensión y el
entendimiento, así como el florecimiento de una felicidad libre de la
dependencia y sumisión, lo cual resulta sumamente motivador para un idealista o
soñador, como lo es este servidor.
Es muy grato, ferviente,
alucinador y encarrilante concebir esa idea dentro de la misma multitud. Lo es
a tal grado que me motiva a ser uno de ellos: incluirme bajo las palabras de
respeto, honestidad y de persistencia en cuanto a las sanas (evitando decir
buenas) costumbres (lo digo porque hace tiempo creí destruidos y perdidos los
pilares sobres los cuales descansan mis virtudes).
De entre ellos aquellos
nombres que usaron los dignatarios y que espero fervientemente que pasen a la
posteridad (aunque sea momentáneamente por alguien cuando indague por este mar
de ideas), quiero destacar con gran orgullo los siguientes: Aurelia, quien tuve
como maestra cuando curse el tercer grado de la primaria José María Pino Suárez,
puesto que hay un motivo en particular que la destaca porque apela a la virtud
de la persistencia que creí perdida y desvalorada.
Lo que estoy a punto de
relatar se lo debo a uno de los familiares que me cuidaron cuando fui un
infante vulnerable. Pues resulta que la maestra Aurelia ingresa a esta lista porque
según mi tía Malena (quien también supo ser una madre para mí), ella dijo un
pequeño, pero significativo comentario: mencionó en una de sus reuniones con
padres de familia que el pequeño (yo) había salido adelante por mí mismo y no
porque hubiese alguien que me hubiese apoyado…
Es muy cierto, estoy
apelando a mi vanidad, sin embargo, lo que también sucede es que ella fue la
única que reconoció la falta de atención por la cual atravesaba yo de pequeño.
Por aquellos días solía dedicarme (como en la actualidad) al estudio por gusto
(¿o habrá sido por falta de atención?). Era muy agradable leer mis libros de
historia, bueno, hojearlos y detenerme en las imágenes que me llamaban la
atención y, por supuesto, poner una mayor atención en el párrafo que había
debajo de aquellas imágenes (Ahora comprendo, talvez, que parte de mi atracción
hacía las ciencias, el pensamiento, la inferencia y el arte se deba a los
ilustradores).
Reconozco que fui, como
muchos otros de mi época o etapa, un niño muy tímido que prefería quedarse dentro
del resguardo de los muros del salón de clases adelantando la tarea o
realizando ejercicios de caligrafía para mejorar mi letra, algo que, por cierto,
por más esfuerzo que puse, nunca logré. Ello me orilló a practicar, aplicar y preferir
la conocida como “manuscrita”, que en momentos salía bien y en otros, pues no
tanto.
Hubo un momento realmente
memorable por aquellos días de mi temprana infancia, ya que la fortuna parecía
hallarse muy cerquita de mí, aunque debo aceptar que me dificultaba tener una
relación sólida y fraternal con ella. Había una niña llamada muy simpática
llamada Daniela (la cual me recordaba a la telenovela “El diario de Daniela”,
sobre todo por la rima que decía “…en el diario de Daniela se han escrito
tantas cosas, sus secretos escondidos…”) Villegas Calles.
Aquella niña güerita, con
mejillas ruborizadas naturalmente y con voz rasposa mostró cierto interés en mi
persona, pero, aunque me gustaba un poco (y no sé porque pues para ser honesto
me atraía más la niña con la que se llevaba mucho, Aide Paleta Mora]) no le
tomé mucha importancia a lo amable que pretendía ser conmigo. Con ellas se
juntaba otro muchacho llamado Alberto, el cual era un niño muy delgadito y
usaba lentes con los cordones de protección que les colocan a los lados para
evitar que se rompan. El cabello de él estaba cortado en forma de honguito.
Pues resulta que ellos tres
se acercaron a mi butaca un día de clases durante la media hora de receso.
Daniela se colocó en frente de mí (ya que era la “líder” del grupito) y me
propuso que me invitaría una paleta de hielo (mi favorita siempre ha sido la de
limón y en segundo lugar la de uva, sin tomar en cuenta las de leche porque
entonces la lista sería muy larga), si me iba a jugar con ellos.
Para esa edad no
comprendí el valor interno e infinito de la propuesta calidad que los tres me
estaban haciendo (es especial Daniela) …. ¿Jugar? ¿Yo? No lo creo… dije dentro de
mí, lo cual me orilló a mentir en aquel instante: me quede en silencio por
algunos segundos, y después les respondí que sí, pero que yo me adelantaba primero
porque iría al baño y ya después los alcanzaría en la cancha de futbol.
Ellos aceptaron, aunque
casi no les di tiempo de responder y de escuchar su respuesta, porque casi de inmediato
salí del salón y me escondí atrás de una columna que estaba en la siguiente aula
pasando las escaleras, como a unos 10 metros. Ahí esperé ansiosamente y cuando
observé que ellos tres habían bajado las escaleras (porque nuestro salón de
tercero “c” estaba en el segundo piso) me regresé al salón y me senté en mi
butaca de madera pintada de color café de árbol que compartía con otro niño (al
cual no recuerdo porque no era mi amigo) para continuar haciendo mi plana de
caligrafía, por supuesto, por gusto. Después de ese engaño, nunca me lo volvieron
a proponer.
También he de mencionar
el nombre de Ángel Carillo (su mamá era una señora chistosa morena, de cuerpo
ancho, cabello semi ondulado y con una verruga debajo de uno de los lados de la
nariz) que se juntaba de vez en cuando con Daniela (al parecer eran primos
lejanos). A ellos una vez los encontré en la calle de la colonia en donde crecí.
Creo que ese día le dije que me gustaba, la verdad, no recuerdo, pero iban
juntos: Ángel encima de una bicicleta de montaña (que estaban muy de moda) y
ella caminando.
Pero así fue el asunto
con Daniela, la niña del copete hecho con tubo de plástico, cabello bi8en recogido
y aplacado y aroma agradable, quien luego de terminar el tercer año se cambió
de escuela y no volví a saber de ella pese a que era vecina de la colonia (cierta
ocasión la fui a buscar, pero me dijeron que no vivía ahí, aunque la placa decía
“Familia Villegas Calles”. Ahora considero que tal acto fue sumamente chistoso).
Entre ellos también
recuerdo con mucho cariño a mi primera amiga Rosa Delma: una niña más alta que
yo con rasgos indígenas muy marcados y con quien comencé a juntarme porque era
muy buena para contar historias y eso era definitivamente algo que me agradaba
escuchar. Pienso que realmente dentro de su espíritu existía el don de la
palabra. Su voz la recuerdo muy bien, era un timbre sin hueco, pero tampoco
ronco, más bien se asemejaba a los sonidos de alguien que habla con
profundidad.
Además, el rostro de Rosa
Delma era de forma rectangular vertical, con cabello largo en forma de coleta
entera, mismo que jamás fue tocado por el sprait, que en ese entonces estaba de
moda. Su cuerpo era esbelto y en su rostro siempre se dibujó una gran sonrisa,
al menos para mí. Talvez alguna vez la vi triste, pero realmente ya no lo
recuerdo. Su amistad me acompañó hasta que salimos de la primaria y en verdad
espero con todo fervor que haya tenido una vida de adulta digna, pues la última
vez que supe de ella fue un par de años tras terminar la secundaria y fue sumamente
decoroso saber que no había cambiado su carácter amable y dulce.
Durante algunos recesos
solíamos sentarnos juntos cerca de la misma columna en la cual me escondí
debido a la invitación de Daniela. El suelo era de cemente gris pulido.
Definitivamente era muy grato escuchar sus historias de miedo y de terror, yo,
por supuesto, quedaba fascinadísimo con aquellas narraciones llenas de misterio
y pavor con curiosidad y asombro: Claro que ahora ya no las recuerdo, salvo,
talvez, una de un nahual que le decía su abuelita. Creo que sería invaluable
escuchar nuevamente un de ella y de su propia voz.
La familia de Rosa Delma vivía
un poco cerca de la colonia en donde crecí (San Rafael Oriente), lo cual orilló
a que en un breve tiempo su hermano fuera compañero de trabajo de mi primo
Germán en una carnicería (debo destacar que mi familiar comenzó a trabajar
desde que iba en primaria, como a eso de los 10 años, por lo cual es una
persona que admiro bastante, además de que su patrón, el señor Javier resultó
ser como un padre o tutor para él, porque, como muchas otras historias no
contadas ni escritas aquí en México, Germán y sus otros dos hermanos no
crecieron con su papá, luego de que éste dijera que ni uno de los tres eran sus
hijos).
Recuerdo mucho a Nayeli
Xicoténcatl y Nayeli Soriano. La primera era una niña delgadita, quien siempre
tuvo problemas como de nutrición y aprendizaje. Ella tenía una prima llamada
Edith (niña de piel muy morena y ruda, con un tono de voz rápido, energético,
pero de baja intensidad) que fue muy conocida porque se juntaba con muchos
hombres, entre ellos Cesar (alto, delgado, moreno y con un tono de voz retraído),
el simpático y travieso del salón, quien ingresó a nuestro salón en quinto
grado luego de que fue expulsado de otra escuela por mala conducta.
La mamá de Cesar era una
señora de cuerpo grande, con el cabello pintado de rubio y entre piel blanca y
güera. Ella tenía mucha fe en que su hijo cambiará el mal comportamiento que
tenía o al menos de ello me percaté la vez que le llevo un pastel al salón de
clases, mismo que todos disfrutamos luego de que le cantáramos las mañanitas,
porque su mamá el único favor que le pedía era que cambiará su actitud y
mejorara en sus calificaciones. Del padre jamás escuche hablar, aunque Daniel (otro
niño del salón que era gordito, güero y pecoso), un niño que le hablaba mucho,
me confió algo de él: sus padres se habían divorciado y ellos debes en cuando
se visitaban.
En cuanto a Nayeli
Soriano recuerdo que era muy guapa y su cabello era uno de los más atractivos
porque hacían juego perfecto con su rostro y personalidad, ya que su voz era
muy animosa y sonriente (a comparación con la de Cesar quien siempre parecía
estar enojado) que contagiaba a quien se la dejaba escuchar, es decir, a casi
todos. De ella, tras haber culminado primaria no volví a saber.
A Nayeli Xicoténcatl me
la tope en la calle varias ocasiones. Incluso, en dos o tres momentos, la fui a
visitar a su casa ya que su domicilio se encontraba a cinco calles del mío. En una
de esos reencuentros, me platicó que Edith se había ido a Estados Unidos y que
seguía jugando basquetball. Además, se rumoraba que tenía novia, pero hasta
donde ella sabía sólo se quedaba en eso: rumor.
También me platicó que
terminó la secundaria en una técnica del estado y que en el bachiller donde
estudió tuvo problemas con el director de la escuela, ya que éste la acosaba y
aunque ella denunció, simplemente no le creyeron. Claro que ese suceso ya tiene
mucho, sin embargo, hay aspectos que se han mantenido y hasta enraizado. A pesar
de los topes que sufrió, logró culminar con éxito su bachiller.
La niña que
definitivamente me encantó durante mi época de primaria fue Guadalupe García
Robles: morenita, con sus aros de cabello arriba de su frente, rostro redondo,
manos suaves y voz “quedita”. Era muy aplicada y tranquila. Ella debes en
cuando se unía a la charla interminable de receso conmigo y Rosa Delma, pues
también tenía historias de terror que compartir. Vaya amor efímero y primerizo…
una vez, recuerdo que guardé una plastilina que me regaló Guadalupe y casi
estuvo bajo mi resguardo un año entero, hasta que la perdí luego de que unos de
mis compañeros rompieran mi caja de colores donde la tenía pegada y forrada.
Gracias a Guadalupe y
Rosa Delma se me hizo costumbre quedarme después de clases a jugar piso, a lo
que anteriormente se le conocía como avión, pues ellas también lo hacían. Era muy
divertido ir por una piedra como ficha e ir brincando turno por turno. Es cierto,
la integración me lenta y complicada, pero se dio de forma no forzada y
voluntaria, carácter que se extendió hasta estos días.
Entre quinto y sexto año,
cuando me acompañó en mis momentos de aprendizaje la maestra Blanca
Téllez, definitivamente mi integración fue más completa. Entre los compañeros
que tuve estuvieron Ricardo “el güero” por su piel y su hermana muy linda (pero
no recuerdo su nombre), Olín “el chino” por los ojos que tenía, Ángel Efrén con
quien conviví muchísimo desde esos momentos ya que vivía enfrente de mi casa y
Giovani Mejía Saucedo a quien le decían “el guayabas”.
Con todos ellos era
divertido jugar tazos, sobre todo por las tardes cuando iban a visitarme. El “güero”
a veces llevaba a su hermana a jugar con nosotros y era muy divertido jugar con
ella. Claro que eran otros tiempos en donde no era muy peligroso salir a la
calle y jugar. Una vez, jugando corretizas ella salió raspada, pero aun así no
dejo de salir a jugar con nosotros casi todos los días.
Con Ángel Efrén tuve más
aventuras que con los demás (aunque en la escuela me juntaba con Giovani) ya
que todas las tardes me iba a visitar para salir a jugar. Incluso, con él,
construí una tipo casa club con material reciclado (supongo que de ahí la
costumbre de reutilizar) en un terreno baldío. Por las tardes nos juntábamos ahí
y platicábamos de muchas cosas. Gracias a él mi infancia tuvo tintes
definitivamente dignos… recordarlo es revivir mi espíritu de deseos puros de
pequeño.
¡Cuántas veces jugué hasta
tarde con él! compartiendo ideas, sueños, juegos. Él me acostumbro y me enseñó
el valor de un amigo y una persona: siempre caluroso, siempre atento, siempre
compartido y siempre amable. Son incontables las veces que él llego y tocó a mi
casa preguntando por mí, por mi persona, por mi compañía sin importarle mi
físico o mi condición.
Gustábamos de jugar en la
calle tazos, stop, avión… y él siempre me apoyó, siempre estuvo a mi lado como
un verdadero hermano para mí ¡Cuánto amor y confianza me tuvo! ¡Cuánta
paciencia y ganas de jugar conmigo en aquella casa en construcción, en obra negra
que le apodamos el laberinto! ¡Cuántas veces solos en la oscuridad imaginando
lo más terrorífico y aun así lo enfrentamos gustosamente! ¡Cuántas historias de
terror platicamos en la noche!
Ángel Efrén es una de las
personas que va a estar conmigo siempre ¡Y le agradezco a Dios por ello! Porque
sea mi vecino y viva enfrente de la casa en donde crecí, ya que es una amistad
que ha trascendido berreras, en una amistad duradera y especial, tan sublime,
tan magnifica, tan intachable y todo ello queda en el tesoro invaluable de los
recuerdos escritos de mi corazón.
Como olvidar a Ricardo
Ortiz, quien terminó estudiando administración y que se juntaba mucho con Mariano,
a quien mangoneaba con su voz aguda. Ricardo tenía una pequeña hermana que a veces
se ponía a jugar con nosotros en la escuela. Su mamá era un ujer morenita,
delgada, bajita y de chinos que siempre andaba con una bolsa de mandado hasta
en las juntas.
A Mariano le tocó vivir
una experiencia que en ese momento pareció graciosa, pero ahora, ya de adulto,
pienso que fue definitivamente formativa. Por aquellas décadas los álbumes
estaban de moda entre la población infantil, sin embargo, para poder tenerlo
completo era necesario adquirir las estampas que venían dentro de unos sobres
que se vendían aparte. La señora que los distribuía, era una señora robusta,
güera y chapeada, con la misma verruga que la mamá de Ángel Carillo.
Resulta que aquella
señora depositaba todos los sobres (además de otras figurillas de plástico,
catálogos, maquillaje para mujer, ropa y artículos de temporada) en un nylon grueso
azul cielo recostado sobre el piso junto a un árbol, que era el espacio
disponible para su puesto. Ahí, entre la multitud de niños que se acercaban y
entre la plática con las señoras, a Mariano se le ocurrió tomar un sobre y
retirarse sin problema alguno. Ese acto lo hizo tres veces un mismo día y la señora
no se dio cuenta. Nosotros: Giovani, JorgeAntonio y Ángel, como chamacos, nos
emocionamos muchos. Más al cuarto intento, la señora se dio cuenta y lo detuvo
con él.
Nosotros no sabíamos que
hacer, con escasos 10 años, lo único que sabíamos era que estábamos frente a un
acto que no debería haber sido. Esperamos unos momentos y luego que vimos que
lo soltó nos fuimos, pero ya no tratamos de hablarle. Al día siguiente, a la
hora de receso pudimos platicar con más tranquilidad con Mariano y él, con una
sonrisa (que era típica en su rostro) nos comentó que la señora lo dejo ir con
la condición de que no lo volviera a hacer y le pagará los sobres que se había llevado
al día siguiente.
Mariano le había pedido 5
pesos a su mamá para material que supuestamente sería una actividad en la
escuela y con eso había pagado los 3 sobres de estampas que se había llevado,
lo que equivalía a tres pesos. Hasta donde nosotros supimos Mariano no lo
volvió a hacer e incluso ni uno de nosotros volvimos a fomentar o celebrar ese
tipo de actos. Definitivamente todos quedamos con un pequeño, pero buen
escarmiento.
Junto a ellos dos, y
haciendo mal tercio, estaba Erick Toxcle, cuya hermana conocí cuando fui
acolito en la iglesia de mi colonia. Erick tenía sus ojos grandes, moreno de
cara redonda y delgadito. Ricardo era el más alto de los tres, era moreno y
corpulento. De ahí le seguía Erick y finalmente Mariano, el más bajito de los
tres, pero también el más veloz de todo el salón, lo cual lo convertía en el
favorito del grupo para los deportes (y también de muchas de las niñas).
En quinto grado entró un niño muy divertido que era muy inteligente y le decíamos “el cochinilla” con su hermana Marisol que era pecosa y risueña. Ellos recientemente se habían mudado en frente de la escuela y los dos eran personas amables. Su nombre era marco y era muy inteligente en todo lo que hacía. Ambos pronto se destacaron en calificaciones y pienso que lo tenían bien merecido. Pronto él nos demostró que la inteligencia se sobreponía a la fuerza.
Secreto 22: nimitstlatlaukilia
-
¿En qué
empleas tus energías?
-
En todo
aquello que implique la renovación de las mismas
Es grato, es maravilloso,
es alentador mencionarlos aunque sea por última vez, porque muy segura e
inevitablemente llegará un momento definitivo en que aunque mi ser quisiera
afanosamente retenerlos, mi capacidad no me lo permitirá, además de que, claro
está, no es muy “sano” que digamos. Pronto olvidaré a mi buen amigo Jorge
Antonio y las incontables veces en que enterró sus lapiceros atrás de los
baños, cerca de donde estaba la maya de alambres gris, donde vivía una perrita
mestiza que era la mascota de la escuela, porque ya no tenían más tinta y según
él debían recibir la sepultura y las lágrimas correspondientes, sin olvidar
claro, la repartición de obsequios y artículos de promoción (como arcos y
tazos), en calidad de supuesta “herencia”.
A Lourdes también será
inevitable dejar de mencionar, quien eres una niña de cabeza circular, morena y
chapeada, con cabello en forma de hongo y una coleta que más bien parecía
“cuete” y quien ingresó en quinto de primaria con nosotros. De vez en cuando
platicaba con ella y Ángel Efrén me acompañaba a ello… mi gran amigo… talvez
mencionó de donde venía, pero sólo sé que su casa estaba a seis calles de la
primaria, junto a una tienda donde me agradaba comprar las famosas paletas de
tarro y de cochinito.
En frente de aquella
tienda vivía Rocío, una de las amigas más queridas de mi tía Laura. Ella era
una mujer delgadita, bajita y blanca, de cabello largo y color castaño claro.
La recuerdo mucho porque, además de que se parecía a la cantante Fey, su
actitud y su vocabulario siempre mostraban la personalidad de libertad que
siempre admiré. Pero nuevamente hemos de recordar que estamos a merced del
misterio y de lo paradigmático que suele ser la muerte y la existencia, ya que
Rocío, la amiga de mi tía Laura, falleció de nomás de 25 años cumplido. Según
lo que me platicó mi tía, porque yo estaba todavía muy chico, Rocío falleció de
anemia, dejando a sus dos niñas pequeñas a cargo de su marido.
Aunque hay pedazos de
imágenes dentro de mis ojos cerrados, si recuerdo que mi tía me llevo con ella
a una de las fiestas de las hijas de Rocío, creo que fue un cumpleaños de 3
años, y claro, también al velorio. Por dentro la casa era muy bonita, no sólo
por el patio que resultaba muy atractivo al estar cubierto de plantas y ser
grande, sino también por el estilo de vecindad mexicana, en donde parece que te
encuentras dentro de un laberinto con grandes escondites y paredes con cemento
que asemejan a la corteza de la tierra.
Después de ello, mi tía
Laura no volvió a colocar un pie sobre aquella casa de zaguán negro. Y aunque
estoy seguro que ella no la ha olvidado, y yo tampoco, aprendió a resignarse y
a esperar con ánimos a que nuevamente se volverá a encontrar con su “manita” de
cabello largo que siempre utilizó una dona para cabello en las muñecas. Con
todo esto, no cabe la menor duda, que los años están plagados de aventuras y
señuelos.
Había otra niña que se
llamaba Ana Karen, delgada, flaquita, pálida, con quien me encariñé mucho. Ella
vivía en la colonia San Felipe y en más de dos ocasiones me invitó a su fiesta
de cumpleaños. También invitó a Giovani y de hecho, él fue quien me llevó a mí,
pues yo no sabía dónde vivía tampoco conocía más allá de donde yo había crecido
debido a que mi abuelo Miguel no era de la persona que usualmente me dejara
salir a la calle a jugar o a hacer tareas extras, aunque conforme fui creciendo
eso cambió (mucho le agradezco que así haya sido, porque gracias a los amigos
que comencé a tener ahora puedo presumir que tuve una de las infancias más
maravillosas que cualquier infante haya tenido aun en un estado de
precariedad).
La fiesta de Ana Karen
coincidía con la fiesta patronal de San Felipe, por lo que lo divertido de su
fiesta era precisamente ver afuera de su casa los juegos mecánicos, los puestos
de comida como chalupas y elotes, los plátanos fritos machos con mermelada o
lechera, los juegos pirotécnicos y todo eso típico de una fiesta de pueblo
tradicional. Y para continuar con la tradición, además del pastel que le
compraban a Ana Karen, la comida estaba acompañada de un rico arroz y mole.
Su padre iba a dejarla
junto con dos de sus hermanos todos los días en una bicicleta. Ellos viajaban
atrás sentados en una tabla desgastada por la ceniza y el cemento que tenía
sobre ella. A la hora de salida él también ya estaba afuera esperando por ello.
Al único que recuerdo muy pero muy a lo lejos es a Julio, quien iba en tercer
año. Julio era un niño de cabeza alargada, pálido (igual que Ana Karen) y con
el cabello siempre parado, pero libre de gel y moquiento.
El padre de Ana Karen era
un hombre alto, delgado y bigotón. Yo pienso que se dedicaba a la construcción
pues siempre iba con una gorra y de sus brazos se asomaban las venas, que es
algo típico de aquella persona que usa mucho la fuerza. Las dos veces que fui
al cumpleaños de Ana Karen, vi a su papá, pero a su mamá creo que sólo la vi
una vez, realmente de ella la mayoría ha quedado en el olvido, ya que él único
de detalle que continua permanente dentro de mí es la estatura bajita, lo cual
era muy contrastante con respecto a su marido, es decir, el papá de Ana Karen.
Además, Ana Karen siempre
llevaba dinero en un monedero que se colgaba al cuello. A veces, durante el
tiempo de recreo, nos compraba dulces a Giovani y a mí. Fue una niña muy cálida
con nosotros dos, especialmente con Giovani, quien le gustaba mucho (juegos de
niños). Sin embargo, una vez le tocó vivir una mala experiencia que a todos nos
marcó para bien.
Las quejas sobre la
pérdida de dinero por parte de mis compañeros, siendo víctima en una ocasión
Eduardo Domingo, iban creciendo y aunque la maestra Blanquita ya había hablado
varias ocasiones sobre el asunto con todo el salón, la situación no mejorana ni
en lo más mínimo. Por tal motivo, en cierta ocasión, antes de regresar de uno
de los ensayos de un bailable que estábamos preparando, la maestra Blanquita se
limitó a llamar a Ana Karen, con quien estuvo platicando el resto del tiempo
hasta que culminó la hora de ensayo.
Cuando podía, yo
observaba desde el patio en el punto que me había tocado estar, de pie, el
segundo piso, enfocando mi atención en la maestra Blanquita y en Ana Karen,
ambas recargadas del barandal blanco, conversando… Mientras la profesora
parecía observar la explanada y en ocasionas regresaba los ojos a mi amiga,
ella permanecía viendo la parte inferior del barandal y talvez hasta el cemento
gris pulido que sostenía a ambas.
Después de aquel momento
nunca más se volvió a saber de la pérdida de dinero. Sin embargo, días
posteriores a tal evento, Giovani me había comentado que varios del salón
rumoraban que Ana Karen era la que sustraía dinero y cosas de las mochilas de
los demás compañeros y que ese día la maestra Blanquita había dejado al
propósito un dinero sobre su escritorio, siendo sorprendida Ana Karen.
Supongo que es ese tipo
de actos que a un maestro le duelen y que prefiere no darlo a conocer a todo el
grupo afín de evitar consecuencias de actos que podrían solucionarse con la
generación de conciencia a través de las palabras. Yo no me atreví a
preguntarle a Ana Karen sobre lo que había sucedido o de lo que habían platicado
ella y la maestra Blanquita. Tampoco indagué sobre los rumores que decía
Giovani o Eduardo Domingo, ya que este último aseguraba que Ana Karen era la
que le había robado su dinero.
No cabe duda que la
escuela es un mar de aprendizajes, contrastes, encariñamientos y emociones. Hay
un nombre que he olvidado, pero no su persona: un niño blanco, muy blanco,
delgadito, con un tono de voz firme, de paz. Sólo recuerdo que le decían “Buda”
y que fue siempre amigable, al menos conmigo y con Giovani. Él se graduó con
nosotros y como muchos otros, ingresó a nuestro grupo en quinto de primaria.
No recuerdo su nombre,
pero si recuerdo los actos de mala fe que realizamos Gionavi y un servidor. Así
es, porque no todo lo que he hecho es bueno y definitivamente hay actos en los
cuales me faltó más razonamiento. Con él aprendí que una amistad es más valiosa
que todo el dinero, que más vale la confianza que las personas te tienen que
todo lo que puede haber de valor material. A ello quiero agregarle que también
aprendí que cuando alguien te da la confianza nunca debes de defraudarla,
porque pierde valor tu palabra, tu espíritu y la amistad que pudo haber
surgido. Me da tanta vergüenza recordarlo y admitir que así sucedió, pero no
hay algo mejor que la verdad.
Resulta ser que Giovani y
yo nos juntamos con él, pero al notar que traía dinero nosotros nos
aprovechamos de esa situación y comenzamos a pedirle que nos comprara
golosinas, paletas de limón de hielo y cosas de ese tipo. Lamentablemente la
“amistad” no dura más allá de la semana y cuando me di cuenta del error no fue
demasiado tarde, pero él prefirió no juntarse más con nosotros dos. Con él, con
“Buda”, es una disculpa que, si he de pronunciar, talvez él nunca la logre
escuchar.
En cierta ocasión, me
topé a “Buda” en la calle y él me habló como si nada hubiese ocurrido, me
saludo y fue grato verlo, sin embargo, éramos muy jóvenes y yo no me atreví a
pedirle disculpas, tal y como él se lo merecía. Han pasado los años y debo
admitir que quiero mucho a ese niño, ya que gracias a él aprendí a que, aunque las
circunstancias sean malas y egoístas contra ti, tú no debes de responder de la
misma manera, algo que definitivamente quedo acorde con mi personalidad.
No olvidaré ni a su madre
(una señora que tenía el cabello largo y ondulado con el rostro liso y con un
carácter ameno) ni a su hijo, Olín “El chino” niño que fue sobrenombrado así
por sus ojos rasgados. Ahora que lo pienso, su piel si era del tono
amarillenta, gordito, con un lunar debajo de su boca (talvez del lado
izquierdo, talvez del derecho, no recuerdo), pero un niño agradable y divertido
con quien muchas veces jugué tazos y casi siempre le ganaba.
De hecho, gracias a una
de esas partidas, luego de haberle ganado todos sus tazos, el me pidió que se
los revendiera y así fue, a 50 centavos cada uno, con lo cual tuve lo
suficiente para comprar mi juego de geometría que mucha falta me hacía y que
mis abuelos no tenían para comprarme, aunque en ese entonces no pasaban de 12
pesos. Breve anécdota, pero significativa, pues Olín me compró mi juego de
geometría.
La maestra Blanquita
nunca nos quitó los tazos y a la hora de recreo había muchas bolitas de niños
jugando. Incluso se inventaban reglas medio raras y extrañas para hacer perder
al otro y también para ganar. Una de ella era que mientras tu contrincante
trataba de cambiarlos de cara, tú con tu tazo pegabas en el suelo y son eso,
supuestamente, le dabas mala suerte y su tiro fallaba. Realmente era divertido
jugar a eso por aquellos días, lo mismo que al trompo y a los “cancazos”, es
decir tratar de interrumpir el giro de tu contrincante en el suelo.
¿Cuántas corretizas no
tuvimos en ese entonces? ¿Cuántas? No sólo con los de nuestro salón sino con
los del grupo de sexto grado, varios de ellos, amigos y amigas de la hermana de
Ricardo, el “güero”. Los tiempos han cambiado con un gran contraste, porque
mientras nosotros nos matábamos corriendo a la hora del recreo, ahora mis
alumnos están más pegados al teléfono celular que todo al ejercicio.
Pero retornando a Olín,
una vez nos invitó a su casa a comer pizza y a jugar videojuegos por su
cumpleaños. La comida ni el pastel fue importante sino lo maravilloso del
tiempo que todos pasábamos juntos. Aunque sé dónde vive no he regresado para
saludarlo, talvez sea el momento de que le haga una visita al niño que Ricardo
le comenzó a decir “el chino”. De hecho, ahora que lo recuerdo, una vez la
maestra Blanquita cansada de tanto escuchar ese apodo, nos reprendió por no
respetarlo. Sin embargo, en una ocasión también dijo que deberíamos sentirnos
orgullosos por tener un compañero “chino” en México, pues era señal de que
hasta a esa etnia le gustaba nuestro país.
Ricardo, el “güero” o
“pantuflas”, como también le decíamos, me contó una anécdota de “el chino” (que debes en cuando tan sólo de
imaginármela las carcajadas son imparables) que surgió dentro de un momento no
muy grato. Resulta que en quinto de primaria ingresó un niño alto, delgado,
callado, moreno, que se llamaba Alberto. El detalle de este niño es que sufría
ataques epilépticos desde nacimiento, según lo dio a conocer la maestra
Blanquita a todo el grupo.
En el salón de clases como
dos o tres veces le dio uno de esos ataques al niño Alberto: comenzaba a
temblar parte de sus extremidades y finalmente esto se extendía en todo su
cuerpo, no sé si él se caía por accidente o se arrojaba al suelo todavía medio
consciente. Sus dientes comenzaban a chocar y después de un momento arrojaba
mucha saliva en forma de espuma de la boca. La maestra actuaba de inmediato y
entre las medidas de seguridad que tomaba era colocarle una cuchara en la boca,
con la finalidad de que no se mordiera o lastimara la lengua.
Otras de las medidas que
tomaba la maestra Blanquita, en ese entonces, era dejarlo recostado sobre el
suelo sin moverlo, colocarle una almohada debajo de la cabeza y esperar a que
solito reaccionara en sí nuevamente (ello por recomendaciones de la madre).
Además, todos teníamos que distribuirnos de tal manera que Alberto tuviera la ventilación
suficiente. Eso era algo nuevo para nosotros y la primera vez que Alberto
sufrió su ataque de epilepsia tuvieron que llegar los paramédicos para
atenderlo y llevárselo. Posteriormente, la maestra se encargó de informarle a
su mamá de lo sucedido.
Pues resulta que, en uno
de esos ataques de Alberto, la maestra dijo: - denle aire – y el chino, a dos
metros de distancia comenzó a agitar el lomo de su libreta para darle aire… la
broma se cuenta sola… bueno, eso fue lo que me platicó Ricardo Beltrán, yo no
lo vi porque estaba distraído con lo que le pasaba a Alberto. No sé si sea
bueno o malo lo que hizo Olín, pero para mí y para Ricardo fue, es y será
siempre gracioso.
Para sexto año, ese niño
continuó con nosotros y durante todo ese último ciclo escolar en la primaria
José María Pino Suárez nunca más tuvo un ataque de epilepsia. Hizo amigos
porque le comenzó a hablar a Cesar, Edith, Victor Hugo (un niño flaquito,
delgado, alto y blanco que era muy callado) y debes en cuando a Roberto. Talvez
eso le hacía falta, socializar y olvidar (incomparable el valor y la fuerza de
la amistad). Dios quiera que aquel niño (lo pido de todo corazón) se haya
curado y nunca más allá tenido que vivir o revivir un momento de esos, por el
bien de él y también el de su familia presente y futura.
Roberto, por su parte, fue
un niño que siempre tuvo problemas visuales. Desde pequeño tuvo que usar lentes
con una graduación muy alta. Su madre y su abuelita eran quienes se hacían
cargo de él. Ambas se turnaban para ir a las juntas, pero casi siempre vi a su
abuelita, pues su mamá tenía que trabajar. Pese al problema visual que tuvo
Roberto, alcanzó a estudiar bachiller, el cual lamentablemente quedó trunco.
Pero he de resaltar su trabajo por ser alguien digno de superación,
perseverancia y amor.
Roberto me acompañó
todavía después de que nos graduamos de secundaria y debes en cuando me
visitaba en casa de mis abuelos para platicar de los viejos recuerdos. En
cambio, después de que me salí de casa de mis abuelos, perdí comunicación con
él. Espero en el Dios todopoderoso e omnipotente que nunca se olvide de él, de
su hijo Roberto quien siempre supo ser un gran ser humano.
Hay pedazos de recuerdo
por todos lados y que a esta edad ya fungen como un rompecabezas enorme.
También había una niña llamada Perla que venía de Veracruz, era alta, morena,
con el cabello chino y de carácter muy, pero muy fuerte. Con ella casi no curse
palabra alguna durante los dos años que estuvo en el grupo. Por su forma de ser
se juntaba con Edith, Cerca y Victor Hugo.
Había otra niña que entró
sólo una semana en cuarto año y que platicó con Giovani y conmigo un sólo
receso y aunque sé dónde vive nunca más volvimos a cambiar palabras. Eso
también se debió a que a la semana la cambiaron de salón, en el cual iba mi
prima Elvira, Concha de cariño. Usaba lentes, era blanca y cabello
semiondulado. Estoy casi seguro que ella no se ha de acordar para nadita de
mí.
Otra de las personas con
las cuales se forjó una amistad más allá de la propia escuela fue con Karla
Guadalupe, una niña alta y gordita, que cruzó con nosotros el sexto año, es
decir, ya casi de salida, pero que el cariño hace que todavía recuerde su
rostro de niña. Claro que con el paso del tiempo ella se volvió tipo “dark” es
decir, vestía siempre de negro, ya que decía que estaba de luto contra la
sociedad.
Su mamá se llamaba Bety,
una señora delgada y bajita que vendía oro y plata y que siempre sonreía mucho.
Karla Guadalupe era una niña buena para conversar, ya que siempre tenía tema
para compartir. Tenía un prima con la cual cruce algunas palabras, pero sólo
ello. Esta familia también era de la colonia en donde crecí, lo cual me
facilitó visitarla como en dos o tres ocasiones, una de ellas, acompañada por
Jorge Antonio.
También recuerdo a Francisco,
el niño bajito y delgado que me decía “Vitor” y con quien me llevaba de vez en
cuando. Era hijo de la familia Montiel, la cual tenía sui fama de ser
“pelionera”. Es posible que haya sido cierto, la verdad nunca lo tuve que
comprobar. Ahora que recuerdo, Francisco fue uno de los primero amigos que
comencé a tener o compañeros de escuela, pues con él se dio mi primera amistad
y aunque no trascendió como tal, ya de adulto, cuando lo llego a ver, se
detiene a saludarme y a tener una pequeña charla amena.
Había un niño gordito de
cabello chino con una cicatriz en la mejilla que se llamaba Rodrigo y se
juntaba mucho con un compañero que se llamaba Eduardo Domingo. En sexto año
entro un niño gordito con rayitos en el cabello que también se llamaba Eduardo y
cuya hermana yo le gustaba, o al menos eso me día él. Su mamá era delgada,
simpática y andaba siempre bien arreglada y con el cabello también con rayitos.
Este último Eduardo era
amable y fue el primero en enseñarnos que estar en sexto grado de primaria ya
era signo de cuidar más la apariencia, pues el olía bien, se peinaba y siempre
parecía aseado y limpio. Bueno, ello a comparación de todos nosotros que
todavía estábamos acostumbrados a corretearnos en la hora de receso y que por
tal motivo la maestra Blanquita nos llamó mucho la atención, por los malos
olores que comenzábamos a despedir.
Había otro niño que se
llamaba José de Jesús que tenía un lunar bien marcado en una de sus mejillas.
Era morenito, delgado y con el cabello ondulado. Su voz era profunda y aguda, a
comparación de la de Eduardo Domingo, a quien ya se le notaba los cambios hacía
la adolescencia al ser uno de los que más sudaban luego de jugar futbol durante
la hora de recreo. Pienso que a la fecha ha de practicarlo todavía y ha de ser
muy bueno en ello.
Secreto 23: ompa
Mis
dudas me hicieron buscarte
Y
cuando llegué me estabas esperando con los brazos abiertos
Toda historia que se ha
de construir es preciso e imperante que se alcance a sí misma por medio de los
diferentes vestigios: escritos (como fue después del principio), imágenes (como
lo fue en la representación de la organización para la cacería en las pinturas
rupestres) fotos (tras la invención de las primeras cámaras fotográficas) y en
última instancia el video (gracias al avance tecnológico que parece no toparse
con límites), sin apelar, claro está, a la codificación electrónica
computacional.
Esto con la finalidad de
que si sufres alguna angustia como yo y un miedo enorme de olvidar entre la
pérdida y la memoria aquello que es realmente significativo para ti, no sólo
quede la huella lo más clara posible de lo que fue, sino que además ello te
permita deambular tranquilamente como cualquier filósofo dentro de su
introspección y meditación, con la certeza de que siempre que quieras volver a
la realidad que te fue otorgada realmente haya un camino seguro como retorno,
porque hay infinidad de casos de aquellos que se han alejado de sí mismos, de
su infancia y de todo lo que le corresponde a la bondad, centrándose únicamente
dentro de su oscuro abismo sin posibilidad de salir y no porque no pueda o
quiera, sino que debido a lo que ofrece las piedras preciosas o los minerales
llamativos que no son indispensables para la existencia, siendo ese el motivo
de su anclamiento a lo terrenal y peor aún ¡Jalando a los demás a ese mismo
confinamiento!
¿No hay mucha lógica en
todo esto? ¿Verdad? Ya quedo más que claro en los últimos días de esta llamada
pandemia del Covid19 que hay personas que, más que una moneda, ya solicitan
mejor alimento para su supervivencia. Pero esto también deberá ser colocado
dentro de la memoria individual y colectiva (sea verdad o no como muchos
escépticos opinan sobre el coronavirus), con el fin de salvaguardar lo que
realmente es importante dentro de este planeta.
He dicho ya lo que es
importante para este hombre y quedando ya bien clarificado (y de ser posible,
justificado) he de continuar recabando todas esas pistas que dejé regadas entre
los escombros de mi hogar, de mis habitaciones y de la alcoba principal: para
reencontrar aquello que me dé tanto respuestas como certezas, tanto recompensas
como balances de lo que una vez me prometí, pero lo que en la actualidad me
convertí.
No habrá reproches, solo
resultados, comparaciones y balances. Eso es de suma importancia para la
trascendencia interior y autónoma, puesto que de esto dependerá el testimonio
que he de rescatar y compartir con aquellos que están próximos a venir y a
continuar enriqueciendo la gama infinita de conocimiento artesanal, tecnológico
y humanístico que hace posible la vida cotidiana de este plano existencial.
Asimismo, como ya lo he
venido diciendo, hay muchas cáscaras sumamente desgajadas de recuerdos bien esparcidas
y hasta escondidos de la claridad como las propias estrellas en este infinito y
oscuro universo… en mi universo y que con cada segundo se alejan y alejan a una
gran velocidad sin algo o alguien que las detenga: se rigen por su propia
naturaleza gravitatoria al igual que los cuerpos celestes.
Por ello es relevante
trabajar arduamente en las memorias y en lo pasado, es decir, en la historia,
afín de que ese dicho popular que es sencillo, pero definitivamente directo, de
que quien no recuerda su historia vuelve a repetirla, quede solamente como un
mero ornamento de la arquitectura contemporánea actuacional, como un mero objeto
antropológico cubierto de dudas y de poca relevancia para las futuras (e
incluso algunas de las presentes) generaciones.
Es inevitable, en un
centenar de ocasiones, escribir en forma lineal y precisa cada una de las
vivencias, darles un orden bien estructurado a aquellos eventos repletos de emoción
que provocan un sinfín de mareas tempestuosas de agitación para el renacer de
los sentidos que se encuentran muy sutilmente diluidos y esparcidos por la costumbre,
la decepción y los pocos anhelos o deseos cumplidos.
Por tal motivo (incluyendo
mi experiencia propia) apelamos indiscutiblemente a las escasas escenas y no a
las posibles cadenas, de aquí que actualmente se busque que los aprendizajes
formales (o escolares) se respalden bajo los tintes de lo subjetivo y no dentro
de lo objetivo, y que éste último se entierre de forma obligada (y a veces
hasta incoherente y deforme) dentro del otro.
¿Eso es de tramposos como
ya lo criticaron algunos pedagogos? ¿Eso es de mentirosos como ya lo
sentenciaron algunos analistas? ¿Eso es de ansiosos para aquellos que buscan
meramente acrecentar un poder que pierde validez si replantearamos lo que es
importante para lo vida? ¿Eso es de apoyo para aquellos que su interés está
lejos de la curiosidad y el estudio? No cuento, por ahora, con una respuesta
concreta para ello y aunque pretenda evitarlo, talvez se deba a “un poco de
todo”.
Como es difícil responder
a tales interrogantes que fluctúan libremente enfrente de mi como bloques
mentales, lo que ahora he de platicar, lo que he de escribir a continuación y lo
que he de describir será con un motivo primordial (y por privilegio o
excelencia) que orille a mi alma y espíritu a quedar sólo, en medio o alrededor
de un vacío, para, ahora sí, construir un nuevo libro, cerca de lo divino y de
los principios armónicos por los cuales se rige todo el macrouniverso y el microuniverso sin demeritar o
menospreciar aquello que descansa detrás de nuestras propias espaldas.
Y dado que debajo de
nuestras acciones se encuentran una infinidad de motivos, es menester
redescubrirlos, reescucharlos y trabajarlos afanosamente para que estos sean aromatizados,
sutilizados, exaltados y pulidos, para que, una vez lograda tal obra de magnificencia
artística (que se manifiesta como figura artesanal a través de los actos, los
pensamientos y el propio cuerpo que poseemos), de ser posible, sea dado a
conocer a los observadores, a los admiradores y a los imitadores, claro que sin
esa molesta presunción de que así tenga que ser a través de los siglos.
Ya que aquí, recostado
sobre una alfombra azul medio aspirada (porque ahora sé que es un lujo
descansar sobre un pedazo de hilos aparentemente bien ordenados y
confeccionados sin las preocupaciones que otros nos han heredado), continúo con
esa tarea que me fue encomendada (no sé en qué momento), de dejar testimonio
sobre lo que ha de perdurar (para mí) y lo que ha de desvanecerse y dejarse
perder entre las arenas del desierto, porque si no hay testimonio ¿Cómo
aprenderemos a diferenciar entre lo que es destructivo y lo que permite generar
una vida plena y digna lejos de los conflictos y de los provocadores que buscan
generar aberraciones terrenales sobre carne que es temporal, pero que es
poseída por energía y movimiento atemporal?
Yo espero (con buenas
intenciones) que las siguientes palabras den claridad de lo que quiero decir,
no con las palabras en sí mismas ni con los actos que se describen pobremente, sino
con ese cuerpo (no es fácil observar un cuerpo que no es visible a la vista o
al tacto humano, pero el científico lo ha logrado a través de la reacción que
hay con otros cuerpos sí palpables cercanos a éste a traerlo a la mesa física y
de debate) que se asoma a medida que se desarrollan cada uno de los párrafos
que he descrito para ustedes y, por supuesto, para mí y para ese espíritu que
se aferra a generar herramienta utilitaria intelectual, tal y como lo es del
barro de la tierra, y del jarrito de la tierra.
Otro recuerdo que todavía
tengo muy presente es el siguiente (mismo que en su momento fue talvez doloroso
de afrontar, pero que ahora pienso, estimo y revaloro porque forjó parte de mi
aliento de sobresalir, aunque no siempre se sabe qué hacer, pero la intención
fue la que me dictó la última palabra): en una ocasión, la maestra Aurelia nos
dejó inventar una obra de teatro guiñol con algunos de mis compañeros. Ello
implicaba el trabajo en equipo, y por supuesto, adquirir un títere.
Ahí fue donde el asunto
se complicó: en el último punto. Los días pasabas y pasaban y la maestra exigía
el títere día a día. Antes de comenzar los ensayos de las obras de teatro
guiñol, la profesora Aurelia pasaba a preguntar por el títere a niño por niño y
mi respuesta siempre era la misma: no lo traje, pero claro que ello no se debía
a que fuese irresponsables, sino porque en mi familia ni me compraban uno ni me
ayudaban a elaborar otro (y para ser honesto tampoco se me había ocurrido
elaborar uno).
Con el paso de los días,
fui excluido del grupo original en el que estaba, más por mi propia persona y
por la pena que me ocasionaba de participar con quienes ya tenían sus títeres
que todo por mis propios compañeros, entre ellos, Guadalupe. El equipo que,
prácticamente, abandoné, había inventado una obra sobre el cumpleaños de uno de
sus personajes y por ende la realización de la fiesta. Además, para representar
el pastel llevaron una tapita de garrafón de agua simulando que era aquel
postre delicioso infaltable en cualquier tipo de fiestas cumpleañeras.
Mientras tanto, yo me
refugié en el grupo de los que casi no tenían material, ni títeres o que lo
habían llevado casi hasta el último. Dentro de ese equipo estábamos cinco, pero
sólo recuerdo a Rosa Delma y a Rubén (que tenía a su hermana llamada Paloma y
cuyo nombre me causaba mucha gracia). Rosa Delma había llevado un títere de un
changuito delgado pegado a un palo de paleta de madera plana, pero cuando se lo
enseñó a la maestra creo que no lo admitió, porque días después lo tuvo que
cambiar.
No sé si la maestra
Aurelia fue cruel al decir que pasé al frente del salón el grupo de los irresponsables
para saber que presentará, en el cual yo me autoingresé por falta de títere, pero
estando ahí no me dejé vencer, pues detrás del escritorio, aunque estuvimos por
algunos minutos en silencio, finalmente el ingenio y el miedo al regaño me
orilló a que comenzará a narrar una historia, historia que posiblemente estaba
muy ligada a mi existencia y lo daba a conocer a todos los compañeros de aquel
entonces.
Como ya dije, Roda Delma
y otros compañeros pasaron conmigo (incluyendo a Rubén) pasaron conmigo. Y la
historia que invente aquel día, en realidad fue muy breve, pues tan sólo trataba
de una niña, la muñeca de Rosa Delma (que era una morenita estilo veracruzana o
cubana) que estaba en el parque sola, triste y hasta llorando porque no había
alguien que quisiera jugar con ella.
Pero de repente, un
milagro ocurrió: sentada sobre la banca sin darse cuenta, un gato hecho de
bolsa de papel café (similar al del pan), hecho por Rubén, se acercó y le
preguntó e motivo del porqué estaba triste. La muñeca le respondió que sus
lágrimas se debían a que no había alguien que quisiera ser su amigo, por lo que
el gato se dio a la tarea de brindarle su amistad. Y así se fueron integrando
otros personajes, un tigre y otros que no recuerdo. Pronto todos se
encontentaron y las lágrimas desaparecieron para siempre (con esas ideas crecí
y con tales ideas construí mi mundo. Por tal motivo siempre me he dado a la tarea
de generar amistades en cuanto a calidades y no en cuento a cantidades).
No sé qué reacción tuvo
la maestra Aurelio, pero pienso que en aquel momento le gustó. Paso talvez como
un mes hasta que llegó el momento de presentar las obras al público. Yo me había
convertido en el narrador de la obra de mi equipo y con cada ensayo que pasaba
todos íbamos perfeccionando nuestros diálogos, turnos y papeles…
definitivamente fue una de las experiencias más divertidas…
El único detalle que se
me pasó decirle a mis tías y abuelos era que ya no era necesario el títere,
pues yo me había convertido en el narrador de aquella historia. Tarde fue
cuando mi tía Laura me llevó a visitar a la señora Male (una vecina de la casa
de mis abuelos y cuyo papá siempre fue un hombre tanto amable como amigable,
por lo mismo era saludado por todos nosotros) para pedirle prestado un títere
(el de un bebé), mismo que, aunque llevé al salón de clases y lo presenté, no
lo utilicé.
Así transcurrió parte de
la vida que tuve durante la primaria y que a medida que sabía que nunca más
retornaría a ver a aquellos niños y a tener esas vivencias diariamente las
valoré cada vez más dando como resultado la existencia dentro de mi memoria. No
negaré que por muchos instantes estuve lleno de melancolía por tales
pensamientos, lo cual trajo como consecuencia que buscase afanosamente
retenerlos, claro que ahora ya no han de ser resguardos y conservados dentro
del anonimato, sino que han de ser revelados afín de perpetuar su
trascendencia.
A veces me pregunto qué
habrá sido de otros niños con los cuales casi no jugué o hablé, como Ricardo
Salinas, un niño flaquito y güerito con la cabeza alargada y el cabello
ondulado, quien tenía una gran cantidad de tazos, porque su tío trabaja en tal
empresa que se encargaba de distribuirlos, por lo cual, durante la competencia
no le dolía perderlos; mismo que hablaba como si siempre tuviera flemas en la
nariz, pero quiero suponer que se debía a su timbre y no aun problema de asma,
así como Ricardo Lozada que siempre vestía una chamarra azul tipo abrigo con
dos franjas blancas que abarcaban desde el cuello hasta las mangas, una de cada
lado, y el bordado de hilos de un velociraptor sobre la espalda, cuyo papá se
dedicaba a la confección de uniformes escolares y la organización de torneos de
futbol en el campo de béisbol, conocido como “El hoyo” y en el que ahora,
lamentablemente, construyen casas-habitación.
Infinidad de recuerdos también
tuve en aquel campo conocido como “El hoyo” que hasta hace un par de años estuvo
abierto de forma libre, los cuales van desde una fractura que tuve en la
clavícula luego de que una niña me empujara y callera, provocando la no
participación en un bailable escolar y la cura de mi brazo a través de un
curahuesos hasta la mojiza de fin de año de sexto grado con una pipa, en donde
estuvo presente la maestra Blanquita y todos mis compañeros de aquel entonces.
En dicho campo también se
organizó un convivio escolar, día en el cual una pelota de béisbol me lastimó
mi dedo pulgar, pero que se curó “solito” y con el paso del tiempo. Campo que
también me vio salir a correr las primeras veces cuando decidí hacer ejercicio
y la participación en mi único torneo de futbol, luego de que desistí al
percatarme de que ese deporte simplemente no era lo mío, sea por educación o
por falta de talento (aquí también quedó evidenciado mi gusto por los tatuajes
luego de que me coloqué y enseñé uno que tenía en mi tobillo con forma entre
esqueleto de pescado y símbolos de comunicación color morado delineado de color
negro, pero que se borró con agua tras algunos baños con jabón que tuve aunque
traté de protegerlo).
En la primaria también
fui castigado en primer grado por el maestro Agustín (un señor gordito, bajito
y moreno de bigote negro, el cual estaba casado con la maestra Ángeles, una
mujer alta, delgada, de cabello corto y con chinos color castaño claro que,
hasta donde sé, nunca tuvieron hijos y cuya casa estaba a una cuadra de la
escuela), quien no acabó el ciclo escolar debido a su jubilación.
El castigo por parte de
aquel docente, pienso, que fue bien merecido, porque estaba platicando con un
compañero (no recuerdo de qué ni quién). Para ello, me pasó al frente y en
frente de todos comenzó a preguntarle las vocales y las sílabas. Para mi
fortuna si las conocía bien, pues ya me las había aprendido de memoria. Ese es
el único recuerdo que tuve o, más bien, que conservo de él, lo cual me remite a
recordar a dos niños que eran más altos que yo (Carlos Limón y Oscar) que
trataron de acosarme y de lo cual siempre procuré escapar. Al cabo de dos o
tres ciclos escolares, ambos se cambiaron de escuela y nunca más volví a saber
de ellos (aunque a veces creo que sí me tope a Carlos Limón en una vecindad
donde vivieron dos de mis tías, Virginia y Norma, pero que jamás comprobé y me
aseguré).
En los últimos meses de
primer año y los primeros de segundo año también tuve varios maestros
sustitutos, hasta que ya casi al finalizar el ciclo escolar se quedó con
nosotros en definitiva la maestra Piedad Popoca Flores, una profesora que tenía
la cara en forma de gota invertida, rostro plano, con ojos medios perdidos, con
el cabello similar al de la maestra Ángeles (quien fue docente de mi prima
Elvira y mi primo Saúl, con este último batalló mucho en su aprendizaje, debido
a que empezaba a cambiar el sistema de enseñanza de letras al de fonemas), alta
y delgada.
Con ella también en una
ocasión me pasó hasta el frente del grupo y comenzó a preguntarme las tablas de
multiplicar. Recuerdo que me preguntó cuánto era cuatro por cuatro y yo
respondí mal, y lo que ella hizo fue repetir ese número más la frase “x palazos
te voy a dar”, porque tanto el primero como en segundo año todavía me tocó la
época en donde los maestros podían pegarles a los niños. De hecho, el maestro
Agustín nos había repetir las sílabas escritas en un papel bond, mismas que nos
iba señalando cual pronunciar con una regla o metro.
Asimismo, recuerdo que
dos o tres veces me ganó del baño (como dicen por ahí, de la pipí) en segundo
año, pero solo una vez se dio cuenta la maestra piedad. El castigo no lo recuerdo.
Claro que tampoco recuerdo porque no pedía permiso para ir al baño, aunque muy
seguramente era por miedo. De esta manera surgió la maña de colocarme el suéter
amarrado de la cintura, para que no se percataran que me había ganado del baño.
Con la maestra Piedad una
vez tuve que recoger toda la basura del salón, lo cual yo hice con gusto a fin
de que no se diera cuenta de que estaba mojado de los pantalones. Yo había
acabado mi trabajo y me había ofrecido a levantar la basura, incluso, como era
pequeño, me arrastraba por debajo de las bancas. Debo recalcar que ella, la
maestra Piedad, jamás me evidenció en frente de mis alumnos por hacerme pipí,
aunque una vez si me tuvo que llamar la atención en frente de otra maestra (que
recién había llegado con ella a esa primaria y que le había tocado a mi prima
Elvira) porque me ganó en la hora del receso y yo no quería salir ni al baño
(posiblemente por la amenaza o el miedo de Oscar y Carlos Limón).
Yo quise y admiré mucho a
la maestra Reynalda Pozos, porque vestía siempre con presentación y era una
maestra muy bonita. Recuerdo que siempre iba con lápiz labial y arreglada, con
zapatillas y vestido azul. Además de que ella fue una de mis favoritas, ello
era recíproco, porque también siento que me quería mucho. Mi abuelo conocía a
su marido, a quien le arreglaba el coche. Ambos vivían atrás de la primaria y
su casa era grande con paredes bien revocadas.
Es inevitable recordar todo esto y también rescatar lo que se ha perdido, los salones en donde estuve, los juegos que disfruté, las caminatas sobre las llantas de colores que estaban enterradas y que servían de barda para el jardín y que era divertido pisarlas porque en ese entonces soportaban mi peso… y todo aquello que ya casi queda tan sólo un delgado, descalcifica y débil esqueleto.
Secreto 24: nikan
Si
el mundo fuese como una simple ecuación de primer grado
Habría
inconformidad tan grande como un granito de mostaza
Los detalles que más
atesoro de mi primera edad son aquellos que se relacionan con la secundaria: en
los tres años que estuve ahí. Aquí Daniel fue con quien compartí casi todas mis
vivencias. Hay algo peculiar con respecto a él: fue un compañero que tuve desde
el kínder Motolinia, pero hasta secundaria fue cuando compartimos palabras,
trabajos, bromas y un sinfín de buenos y gratos momentos.
El primer día de
secundaria, durante el tiempo de receso (como ahora se le llamaba para hacer
énfasis de que ya no éramos niños físicamente), me quedé junto con Daniel a
convivir. Esto, en definitiva, marcó los siguientes años escolares: buscamos
ingresar al mismo taller técnico, participar en la escolta, ingresar a la banda
de guerra y participar dentro del club de ajedrez, y aunque sólo coincidimos en
las reuniones de aquel juego de mesa, dentro del salón nos sentábamos cerca.
Con Daniel fueron muchas
las ocasiones que pedí permiso para irme a su casa a hacer la tarea juntos,
aunque no fuera una actividad en equipo. Entre ellas estuvo hacer la tarea de
raíces cuadradas con punto decimal, lo cual fue divertido y especial para mí.
En otro momento fui a su casa sólo para comer unas deliciosas enfrijoladas que
él mismo preparó, puesto que su mamá tenía que trabajar todo el día y Daniel
tuvo que aprender a cocinarse.
En la casa de Daniel
vivía su tía, su tío, y cuatro perros, de los cuales al único que recuerdo es a
canelo: un perrito café y con uno de sus ojos sin la posibilidad de ver, pero
que siempre fue muy cariñoso conmigo. El patio no estaba pavimentado, pero ya
para ese entonces no jugaba la tierra ni construía presas de tierra como antes
solía hacerlo solo o con algunos de mis primos.
Los primeros días de
secundaria fueron maravillosos. Daniel inventó un juego llamado “papelitos”, el
cual consistía en escribir castigos en un pedazo de hoja, hacerlo bolita y
colocarlo dentro de una bolsa de plástico. Posteriormente, cada uno de nosotros
agarraba uno y el castigo que le tocara al escoger un papel al azar, simplemente,
lo tenía que realizar sin opción a cambiarlo.
Al principio los castigos
trataban en decir groserías o detalles de ese tipo, pero conforme se fue
popularizando con todo el salón se comenzaron a incluir aquellos cuyo reto era
besar a alguien. Uno de los castigos que le tocó a Ana Laura (la niña más
bonita del salón y posiblemente de toda la escuela) fue hacer tres reverencias (y
sí las hizo) y claramente recuerdo que alguien dijo – ora ¿quién puso ese
castigo? Esta feo, quítenlo – porque todos querían sacar retos de besos.
Francisco, el hijo de un
carnicero de la colonia en donde crecí que le dicen Margaro, también jugó con
nosotros, pero él era algo violento. Alma Delia también estuvo en el grupo y
Andrea López Gaona, a quien le tocó como castigo besarme y aunque no lo cumplió
fue casi uno de los motivos que nos llevaron a conocernos y tratarnos como
seres humanos, ya que pese a asistir en la misma primaria, aunque diferente
salón tuvimos ciertos conflictos en sexto grado (al parecer ella anduvo con
Jorge Antonio, uno de mis amigos).
Roselia era una compañera
callada y cumplida, que se juntaba mucho con Alma Delia, pero que no se llevaba
con Daniel. Incluso en uno de los recesos que tuvimos ella lo llamó maricón,
pero él la ignoró. Roselia siempre fue aplicada, supongo que como muchos de
nosotros tenía un futuro prometedor, pero todo quedo en incertidumbre. Ella en
tercer grado se hizo novia de un chavo que le apodaban “el rata”, del cual
desconozco el origen de tal sobrenombre, sin embargo, era un compañero
respetuoso.
Daniel comenzó la moda de
pintarse el brazo y la mano, lo cual algunos consideraban de “locos”, pero eso
no me importó, porque, aunque a mí también se me hacía extraño, yo sabía que él
era mi amigo y tenía que estar ahí para apoyarlo, no para cuestionarlo. Años
después comprendí el motivo de ese hábito que tomó y ello se debió a que yo
también comencé a hacerlo.
En un examen de
matemáticas que aplicó el maestro Alberto en tercer año, yo le pasé algunas
respuestas a Daniel, incluso, cambiamos de examen y sólo Martín (otro
compañero) se percató de tal situación y cuando ese profesor nos entregó las
calificaciones, ambos fuimos los únicos que pasamos el examen. Martín nos acusó
y la respuesta del maestro Alberto estuvo plagada de ciertos motivos extraños…
“el tonto fuiste tú, por no haber copiado también” …
Gracias a Daniel conocí
el cine, ya que él me pagó la entrada para ver una película llamada “El tren
fantasma” y lo que es comer alimentos pocos nutritivos para divertirse de una
manera alejada de algún tipo de vicio. Ese día, antes de entrar a la función a
los cines llamados “Gemelos”, ahora ya no existen, en la plaza comercial de San
Pedro, entramos a un supermercado: Comercial Mexicana. Ahí Daniel compró
refresco y un paquete de Doritos incognito (que es una botana compuesta de
totopos y condimentos que ya no se producen).
Yo estaba muy apenado,
pero no llevaba dinero para gastar o compartir, más él no me pidió ni un peso
ni para el pasaje. Con Daniel también me di a la tarea de conocer las bibliotecas
públicas: la de San Felipe y la del Benemérito Instituto Normal del Estado
(BINE) con quien fui más de tres ocasiones, lo cual fue muy divertido porque
nos íbamos en trasporte público y regresábamos caminando comiendo por primera
vez la famosa sopa Maruchan en los primeros oxxos de la ciudad.
Esas caminatas duraban
casi 40 minutos y definitivamente son parte del tesoro que resguardo
celosamente, pues no había ni un minuto de aburrimiento: todo lo contrario,
pues las pláticas iban desde nuestros sueños hasta las aventuras que teníamos
en el salón de clases todas las mañanas durante la secundaria. Daniel, con su
sonrisa y positivismo, me demostró una hermandad inconmensurable, con esa
sonrisa infinita que dejaba entre ver sus dientes blancos.
La visita a las
bibliotecas fue porque el maestro Juan Manuel había dejado escribir una
antología de diversas fuentes que contuvieran mitos, leyendas y cuentos. Quien
diría que un simple trabajo escolar me permitiría salir de mi casa y del lugar
en donde crecí por primera vez. ¡Increíble! Que en una de esas caminatas, él y
yo encontráramos cartas Yugioh tiradas en el camino, un juego que se puso de
moda por aquellos días caminando cerca de la vía del tren, las cuales todavía
se usan.
No puedo negarlo. No
puedo evitarlo. Recordar todo esto me pone melancólico, un poco triste, pero un
tanto feliz. Esos días tan maravillosos e incomparables en los cuales
dibujábamos sueños en el aire. Unos se han hecho realidad, otros se han ido
desquebrajando ¡Más es increíble recordar todo esto y saber que no volverá
nunca jamás y que sólo quedo allá en el pasado, en mí pasado, que no volverá!
¡Dios te bendiga siempre! ¡Daniel!
Como lo he dicho, hay
eventos de los cuales me avergüenzo, tales como aquel día en el cual Daniel y
yo robamos el libro de Francisco, el niño maldoso del salón, y lo quemamos hoja
por hoja, diciendo, esto por hacer esto, esto por hacer aquello, esto porque
simplemente quiero… fue divertido en su momento, aunque ahora hay una leve
culpabilidad por tal acto, aunque no dejó de ser divertido. Francisco se quejó
días después de lo sucedido, pero ni él ni yo soltamos la sopa de nuestra
travesura.
Incluso, ambos fuimos a
presentar el examen al mismo bachillerato (se le llama Cetis) número 104, y los
dos lo pasamos, pero en mi caso, por falta de dinero, no ingresé. Yo había
elegido la especialidad de contaduría, porque como era buen matemático
imaginaba que ahí me iría muy bien. Daniel Martínez Genis y Monserrat Rico Cruz
fueron a hablar con mis abuelos a solicitar prórroga de pago en el
bachillerato, pero cuando llegamos, la dirección nos dijo que se habían
otorgado a quienes las habían solicitado, a quienes no lo hicieron en tiempo y
forma, habían perdido el lugar.
No estudiar fue un golpe
sumamente doloroso para mí, porque mi vida estaba dedicada a la ciencia y no
ver la posibilidad de seguir bajo su tutela, simplemente me rompía el alma y el
corazón. Más, como ya lo saben, yo me prometí darme estudios después de
trabajar una temporada, porque sabía que yo estaba destinado a ello y por tal
motivo no habría algo que me detuviera para lograrlo, claro que ello es otro
asunto.
Quiero hablar ahora de
Andrea López Gaona: una adolescente delgada, de rostro redondo, con peas,
cabello largo hasta la espalda, siempre peinada con cola de cabello. Ella,
Andrea, le tocó sentarse detrás de mí debido a que nos ordenaron tomar asiento
según el orden del número de lista. En ese entonces éramos cerca 31 años,
posteriormente, entre los que se fueron y los que ingresaron, en total llegamos
a ser 35.
Andrea, la niña Andrea,
conforme pasaban las semanas, íbamos conviviendo y conversando, y de esta
manera, pronto nos dimos cuenta que teníamos mucho en común. Lo que viene no es
difícil de adivinar: yo me enamoré de ella, de su forma de ser (aunque ya la
recuerdo poco) y creí que pronto sería mi novia. De hecho, dentro del juego de
papelitos, a ella le tocó besarme, pero no se atrevió: era evidente, yo también
le gustaba y mucho.
Lo anterior fue en
definitiva confirmado por Ana Laura y Angélica Pacheco Flores. La primera
porque me preguntó que quien me gustaba del salón y que ella sabía del alguien
que quería conmigo. La segunda porque encontró un papelito que Andrea le había
dado a Ana Laura diciendo que le ayudara a que yo fuera su novio y su chico
ideal. Cuando yo me enteré de ello estaba nervioso, pero contento.
¡Pero oh! ¡Destino cruel
y doloroso! Andrea comenzó a faltar a la escuela y, después de dos semanas,
sólo llego a despedirse de todo el salón. La razón era que se cambiaba de casa
y por ende de escuela. La verdad nunca la supe, pero con Ana Laura me dejó un
recado que todavía conservo de aquella hermosa niña: dile a Víctor que es un
chico muy buena onda, padrísimo y que nunca lo voy a olvidar… eso me sucedió de
joven… muy joven…
Talvez en aquel momento
sentí un golpe fuerte en la mente y en el corazón, sin embargo, al ser muy
joven, el tiempo paso y Andrea pasó a ser un bello y hermoso recuerdo. No digo
que haya sido sustituida, pero pronto comprendí que había una delgada línea
entre el amor y el cariño, sobre todo cuando comencé a llevarme con Alma Delia,
con quien me encariñé mucho, pero sólo ello, sólo ello.
Alma Delia era una niña
más alta que yo (casi todas las del salón), con el rostro plano y mejillas
largas. Su cabello era ondulado y siempre iba bien peinada. Era delgada al
igual que sus piernas. Su tono de piel era entre amarrillo y blanco. A la
escuela llevaba aretes y debes en cuando se pintaba las uñas de negro. A pesar
de que me atrajo de cierta manera, en realidad la sencillez de Andrea no se le
comparó.
Alma Delia, en una
ocasión me hizo “el paro”. Habían grafiteado el salón con un plumón negro y
para mi desgracia ese día yo llevaba un plumón permanente de ese color. hubo
operación mochila y a todos nos pasaron a revisar las mochilas mientras cada
uno de nosotros esperaba enfrente del pizarrón. Yo sabía que el plumón estaba
en mi mochila, pero Alma Delia, por orden del maestro, revisó mi mochila y yo
sé en qué momento encontró el plumón, pero no lo dijo. Cariño con cariño se paga,
y gracias a ella, Alma Delia, lo aprendí. Es una lástima que se haya cambiado
de vivienda una vez terminado la secundaria (rentaba a una cuadra de la
secundaria) porque no volví a saber de ella, de su hermana o de padre (un señor
moreno, bajito y delgado, muy delgado, incluso, se rumoraba que tenía
diabetes).
Pasaron los días sin
darme cuenta, las materias, las ciencias y todo lo que debíamos de aprender.
Definitivamente amaba asistir a las clases e incrementar el alimento que estaba
hecho para satisfacer mis dudas y todo aquello que me ponía, de cierta manera,
inquieto. Todo pasa más rápido que los propios vientos, por lo que, si es
posible, hay que comenzar a enseñar a detener el tiempo a través de la palabra
y de los actos, antes de que se consuma nuestra carne a través del desgaste
físico.
E imitando al viento y a
los misterios que a estos le conciernen, llegó, sin darme cuenta, la amistad de
Ana Laura: su sonrisa, la belleza de sus mejillas rosadas que contrastaban con
el blanco de su piel y cuyos anteojos de armazón negro resaltaban aun más a
través de ese rostro redondo. El cabello no era tan largo como lo era su
carácter ameno y amigable. Con ella quedaba perfectamente claro que un cuerpo
delgado no hacía falta si se contaba con carisma y afecto.
Había días en los cuales
intercambiábamos palabras, abrazos y hasta besos en las mejillas. Incluso, en
un intercambio de regalos, ella me otorgó un tipo cenicero de yeso. La parte
del plato estaba pintado de color verde y de él sobresalía un reno café con los
cuernos rojos y una que otra mancha blanca. El regalo traía chocolates sniker y
otros que ya no recuerdo. Por mi parte, le entregué un muñequito de chocolate
m&m.
La verdad estaba apenado,
porque creí que su regalo era mejor que el mío, más no me atreví a preguntarle.
Sólo recuerdo la escena de ella sentándose en la butaca de al lado, cerca de la
ventana por donde se oculta el sol, sentándose y acomodándose la falda,
sonriéndome porque se dio cuenta que la estaba observando, y claro, yo apenado
porque había un sentimiento hacía ella, mismo que perduró hasta el último año
de secundaria.
Ambos solíamos jugar
ajedrez después de clases. Por azares del destino nos tocó estar dentro del
mismo taller de dibujo técnico y aunque sé que vivimos muchos momentos felices
y contentos, lamentablemente quedaron bajo la sabana de lo oculto. Claro que no
ha dejado de ser alguien importante en mi vida, como muchos otros, y por
suerte, la última vez que la vi tiene como dos años: es una mujer hermosa y
alta, sublime y todavía vive en casa de sus papás.
Sus padres se separaron
hace ya algún tiempo atrás. Tengo conocimiento de que el señor se hizo de una
amante (no comprendo el motivo dado que Ana Laura heredo la belleza singular de
su mamá) y decidió probar suerte con ella. Su hermana (la que sigue de ella) se
casó y ya tiene un hijo, mientras que la hermana menos parece que todavía
seguía estudiando. El padre no sé a qué se dedica, más su madre es secretaría
precisamente en el bachiller que iba a entrar a estudiar.
Ana Laura puso un negocio
y lo administra con apoyo de su hermana que es casada. Ambas atienden el local
de comida y tortas que está muy cerca de casa (cerca del campo que fuese
llamado “El hoyo”) y ya llevan varios años con él. Su emprendimiento se ha
visto favorecido debido a la universidad privada que se colocó en una de las
canteras hace ya casi 10 o 12 años, en el cual terminó estudiando Daniel.
Ana Laura se juntaba
mucho con una niña llamada Julisa (una morenita delgada de cabello chino) de la
cual, hasta este momento, no volví a tener noticia. Fueron muy amigas hasta
donde tuve conocimiento de ello y lo mejor de todo es que ambas eran aplicadas
y tranquilas o al menos, hasta donde recuerdo, no tuvieron problemas con el
área de prefectura ni reportes en la dirección.
Hay una chica con la cual
compartí sonrisas, sonrisas y hasta carcajadas. Es imposible, e incluso, no me
perdonaría continuar escribiendo sin pronunciar su nombre: Angélica Pacheco
Flores. Era (espero que siga siendo) una amiga sumamente risueña, lo cual lo
hacía definitivamente compatible conmigo. Recuerdo que con ella solíamos jugar
todo el tiempo y hablar y reír.
En clase de matemáticas,
por ejemplo, con el maestro Porfirio, que nos dejaba pasar lista nosotros, nos
tomábamos el tiempo para hacer rimas con los apellidos de nuestros compañeros,
claro que lo que rimaba no era algo virtuoso sino todo lo contrario. A veces,
incluso, nos peleábamos por las listas y aun así era motivo de risas y
carcajadas. Ella se reía todavía más que yo y finalmente terminaba
contagiándome.
El maestro Porfirio tenía
esa costumbre de que cuando llegaba al salón nos dividía en colonias (como si
quisiera representar un plano cartesiano y las cuatro regiones éramos los que
conformábamos el salón) y sin que él se diera cuenta, Angélica y yo
arrastrábamos al propósito las bancas para hacer más ruido y eso era motivo de
carcajadas por parte de los dos.
Teníamos, además, la
extraña costumbre de reírnos de las caras de nuestros compañeros. Al principio
nos decíamos en voz bajita “su cara”, las veíamos y entonces comenzamos a
carcajearnos y es que era inevitable porque en realidad las caras que ponían
era definitivamente graciosas ¡Cualquiera que las hubiera visto sabría de lo
que ahorita estaría hablando! Aunque ya con el tiempo ese sistema fracaso, por
lo que fue necesario implementar otro: con el dedo índice de la mano derecha
dibujabas un círculo en nuestro propio rostro y después señalábamos al
responsable de nuestras fechorías… ¡Y zas! Otra vez a reír sin parar…
Entre las víctimas
potenciales recuerdo las de Fernando Jovan (un chavo de rostro blanco,
simpático y que le gustaba a Angélica), al amigo con quien se juntaba mucho,
Francisco, también la del otro Fernando (un compañero que se había unido con
nosotros en primer grado, pero que había reprobado), la de Gonso (un compañero
feo y que se integró al grupo en tercer grado y que era sumamente
desagradable), la de Leonardo (un compañero que siempre me defendió y muy
persistente en las matemáticas), la de Hugo (a quien apodamos como jugo de
papaya, que por cierto era muy alto, con la nariz grande, moreno, el rostro
rectangular y que también siempre me defendió), la de Alberto Cerezo (un
compañero delgado, moreno, de cabello chino, que también se unió en tercer
grado) y así la lista infinitamente.
Con Hugo comenzaron
nuestras primeras clases de albures, pero yo sabía poco y lo que le decía a
Angélica que le contestara a Hugo cuando nos albueraba terminábamos regándola y
él siempre ganaba. Lo único que recuerdo es que Hugo dijo una frase, Angélica
le contestó te hago el favor, Hugo se comenzó a reír y dijo “está bien, ven” …
y así es como jugábamos y reíamos.
Con quien también llevé
una estrecha relación fue con Irais Gómez Salinas. De quien ya he hablado y con
la que continúo llevando una maravillo amistad, ya que ahora ella es casada,
estudió Derecho y tiene una hija: Victoria. Ella le hablaba mucho a Edith
Gonzáles, otra compañera que una ocasión, por error, en basquetbol le toqué con
mi mano uno de sus senos (en verdad fue un error): sólo escuché un gran grito y
dijo que alguien la había tocado.
Secreto 25: oui
-
Pareces un
bebé – dijo Ana Laura (posiblemente de forma tierna)
-
Y tú
pareces un elefante – aseveré (molesto y desconociendo los motivos de su comentario)
Escribir para recordar,
escribir para revivir, escribir para sentir, porque el oficio del escritor está
sometido a los actos, a la descripción y al encantamiento. Claro que no es de
una forma que rasgue y dañe a las muñecas o a las palmas, que ocasione rasguños
a la piel de los dedos, sino todo lo contrario, aunque en diversos momentos la
melancolía haga presencia, siempre se antepone a ella la serenidad, el balance.
Más el escritor deja de someterse cuando rompe las barreras de sus propias limitaciones,
lo cual conduce inevitablemente a un enfrentamiento con la materia amorfa, la
materia viva universal que es la base de todo el intelecto del ser humano.
Ello es inevitable: el
viaje por la montaña rusa infinita que sube y baja, que viene y va, que en
etapas llega a ser más rápida y en etapas llega a ser más lenta, desafiando a
la tempestad de los vientos con su carácter de inestabilidad y
potencia-mecánica cambiante para finalmente imponerse ante la materia de lo temporal.
Claro que los vientos son muchísimos más viejos que los seres que viajan en tan
carrito y más conocedores por los viajes que realizan que todo el metal que
parece ser a primera instancia más resistente que el propio cuerpo escurridizo
del viento.
Pienso entonces que he de
situarme dentro de ese carrito y vivir el viaje una vez más para aventurarme
dentro del mar de las emociones: enfrentarme a ellos de pie, a que nos
entreguemos mutuamente sin que dejar o abandonar el balance con el cual venimos
a estas tierras. Que venga el miedo, pero que traiga consigo la satisfacción y
la dicha. Que venga la adrenalina, pero que traiga con ella a la aventura y a
la esperanza. Que venga la melancolía, pero que traiga consigo a la memoria y a
la fe. Que vengan los recuerdos para blandirlos con nuestras acciones
presentes.
Porque si he de
aventurarme en el interior de un mar de emociones y sentimientos pasados y he
de convivir con ellos hasta que el viaje culmine, entonces me he de dar a la
tarea de hacerlos míos, propiamente míos, íntimos, de rehacerme a uno con ellos
mismos, afín de que sean la propia piel la que ha de mantener fresco los rayos
de sol que reciba diariamente y no perder esa idea principal que ronda entre la
majestuosidad y la excelencia, aquella que dicte que el sentir es un puente
para el conocimiento, para la fortaleza de mi saber que me cubra de lo que a
simple vista podría ser inclemencia del clima, y que no necesariamente tiene
que ser así.
Y como tal buena ventura
esconde muy dentro de los emotivos tesoros auténticos que se esparcen a través
del interior del espíritu y le dan un nuevo tinte a la carne que parece
empolvarse con el envejecimiento, me he de dignificar todo lo que ha quedado
plasmado a través de la relación con el entorno (con mi entorno) bajo la bella
figura de la palabra y la literatura, porque el arte es ese sentimiento,
similar al amor fraternal, que se impone de forma sublime a las especies que
así lo desean: darle la bienvenida a un sentimiento dentro de uno de tus
rincones mentales hogareños…
Siguiendo los pasos
anteriores escritos, respetuosamente, diré lo siguiente: de entre las
compañeras que tuve en aquel tiempo y casi rara vez intercambiábamos
conversación alguna se encuentran Kerigma Josafat (ella decía que su nombre
provenía de la biblia israelita, la verdad nunca lo verifiqué) Villa Gómez
(ella y su familia venían del maravilloso y caluroso puerto de la Veracruz.
Su piel era morena brillante,
bronceada y achocolatada tal como la piel de los exquisitos y frescos cocos de
donde ella provenía. Además, poseía una cabeza en forma de triángulo invertido,
lo cual quedaba más marcado por las coletas que llevaba casi de forma diaria, por
lo cual los compañeros le pusieron de sobrenombre la E.T, haciendo alusión al
extraterreste de la película estadounidense, algo que al principio le molestó,
pero después le fue indiferente).
Kerigma tenía el carácter
más fuerte de todo el salón, lo cual se sumaba perfectamente al tono fuerte de
voz que poseía, lo que la hacía parecer que siempre gritaba o chillaba, aun en
su participación en clase. Y es que Kerigma era una de las niñas que le gustaba
jugar con los niños, sobre todo con Fernando Jovan y Francisco, sólo que a este
último se le pasaba la mano y no sólo con ella, sino con todos porque era muy
confianzudo. A mí parecer era alguien de cuidado.
En fin… Kerigma, Ana
Laura, Julissa y Daniel (integrándose posteriormente Roselia y Aurora, esta
última quien fuera la más pequeña del salón de clases: delgada, morena y de
cabello largo; incluso, todos le decían “chiquita”, de cariño y el parecido
entre ella, su hermana de tercer grado – ya que esto sucedió cuando cursábamos
primero-- y su mamá era increíblemente sorprendente. Además, ella tenía la
costumbre de cubrirse la boca con su mano derecha luego de haber emitido algún
comentario que ella considerara incómodo) trataron de integrar un grupo coral
que se llamaba “Las abas”, tal y como aquel que se transmitía por la televisión
abierta en un programa de televisa llamado “VidaTV”, que era conducido por
Héctor Sandarti y Galilea Montijo.
Tal grupo corista no
llegó a durar más allá de un bimestre, esto luego de que a la maestra de
taquimecanografía (una mujer delgada, de piel muy blanca, cabello corto casi
por completo cano, con lentes, alta), le robaran su celular dentro de su propio
salón, siendo sospechosos cada uno de los que asistían a tal club, ya que quien
ofrecía el apoyo y el lugar para los ensayos era ella.
Tras lo ocurrido, la
maestra se vio obligada a entrevistar a cada uno de ellos, y aunque amenazó con
citar a sus padres de familia por el asunto (y en donde recuerdo que Kerigma
culminó entre lágrimas y alaridos porque además de asegurar su inocencia,
resaltaba que si su papá se enteraba muy seguramente la iba a golpear, puesto
que era un hábito que él había tenido para con ella, con su mamá y sus hermanos
tiempo atrás, algo que había cambiado con los años, pero que podía reincidir),
no logró encontrar al presunto culpable.
Ana Laura siempre se
mantuvo tranquila, porque decía que ella tampoco había sido, lo mismo que Julissa
y Daniel. Daniel me platicó que de quien se sospechaba era de Kerigma, tanto la
maestra como de algunos alumnos, pero los días corrieron uno a uno y el celular
nunca apareció y todo comenzó, al parecer, a quedar en el olvido de todos los
implicados (salvo de la maestra, por supuesto).
Asimismo, la maestra,
hasta donde sé por parte de Daniel, nunca avisó ni al asesor encargado del
grupo, ni al área de prefectura, así como al área de trabajo social o a la
dirección. Todo el asunto se calmó y. Claro que ello fue motivo para que la
maestra cancelara el apoyo y el espacio para los coristas del grupo: un hecho
lamentable en todos los sentidos. Yo sólo fui una vez a uno de sus primeros ensayos,
pero honestamente no me gustó dado que no vi algún tipo de seriedad (o eso creí
ya que estaba muy acostumbrado a la sistematización escolar) y no volví a parecerme
a regresar a tales clases.
Ahora que recuerdo, ese
único día que asistí ellos estaban practicando una canción que había escrito (hipotéticamente
hablando) Ana Laura y que se llamaba “El relojito”, y decía algo así: “por la
mañana cuando me despierto yo escucho un ruido… ring, ring, hace el relojito,
ring, ring… hace sin parar… en la tarde cuando llego a casa yo escucho un
ruido… ring ring, hace el relojito, ring, ring… hace sin parar…” y por desgracia
es lo único que recuerdo, pero la canción estaba conformada por cuatro estrofas
de cuatro versos.
“El relojito” lo habían
estado practicando dos versiones muy contrastantes uno de la otra: por un lado,
una era más del estilo llantica, al estilo de iglesia dominical y aleluyas; y
otra un poco más rítmica, como si fuera un rap, porque por ese entonces se
transmitía un comercial de un niño que improvisaba en el escenario durante un
evento escolar, luego de que su compañero vestido de bombero se callera accidentalmente
(…se cayó el bombero, se cayó el bombero… se escuchaba en el audio).
La melodía que si
practiqué con Ana Laura cuando la fui a visitar en compañía de Daniel fue el
Himno a la Alegría. Yo no conocía la letra, pues lo hice hasta ese momento. Sólo
recordaba ciertas partes de la música y eso a través de la flauta porque fue la
clase que recibí cuando estaba en quinto año de primaria (vaya que la maestra
Blanquita se esforzó por darnos una pisca de música. El maestro era un señor de
edad ya avanzada, posiblemente con más de 40 años, alto, moreno, pelo entrecano
y con los dientes salidos. Por ese entonces pagamos 2.50 pesos por clase.
Además, él también sabía tocar el piano. Creo que se llamaba Benito). Vaya que
la letra me pareció una de las más conmovedoras y por mucho tiempo fue una de
mis favoritas.
Después de casi más de 20
años me doy cuenta que la embarrada de música que tuvimos por aquel entonces
fue un mínimo esfuerzo (enfatizo) para aprender algo más que sólo contenidos
curriculares de primaria. Las artes son peligrosas para la existencia de un
mundo acelerado, creciente, que aparentemente buscar cumplir las demandas
gigantes de alimento y bienestar, pero que en el fondo se traduce en la
división social entre los poseedores y los despojados. Por ello el arte es un
arma peligrosa, letal. Algo que, por supuesto, se pronuncia mucho en las
universidades, pero que poco se tiene conciencia realmente en la vida
cotidiana: del daño casi irreparable que se ocasiona al carecer de esta
formación que sensibiliza a la carne a través de los sentidos: pagar por estos
servicios para adquirirlos es un mero lujo que más bien parecen sólo tener
acceso y derecho a aquellos que viven lejos de la preocupación, talvez, a costa
de la ignorancia de otros.
Bendita la experiencia
sensitiva y el recuerdo grato y mínimo, porque, aunque es muy pequeño el
momento, opuesto al significado, todo contribuye a la formación del ser. Es
posible que cada uno de nosotros sólo seamos el resultado de las consecuencias
de la causa, algo muy atentador contra el ser, pero la certeza de ello se puede
justificar desde la cultura y el contraargumento por el camino de la psicología
hasta encontrarse en la alborada de la filosofía. Lo que le sigue, en verdad lo
digo, no lo conozco, todavía no tránsito por ello: posiblemente esté cerca,
pero también posiblemente me encuentre muy lejos.
De aquí la relevancia
vital de reconstruir los escenarios en donde se llevó a cabo cada uno de
nuestras reacciones con respecto a un evento, talvez programado, talvez
híbrido, talvez universal: porque esa construcción mucho nos dirá sobre lo que
cada uno es por vía de lo que fue y sólo así percibo una casi podríamos
asegurar una reivindicación de las consecuencias de causa, apelando al
surgimiento de ser.
Y de cierta manera es
sencillo, muy sencillo: la situación es tan similar como al nacimiento del agua
que proviene del subsuelo, que brota, pues ella misma toma ayuda de los
minerales que la contuvieron, de las bacterias, de la arena para, después de
cierto tiempo transcurrido, lograr purificarse. Desconozco se la purificación
sea el máximo logro para el cuerpo y el espíritu, pero bien es cierto que se
convierte en una potente herramienta que desemboque en algo todavía más divino,
en aquello en lo cual me he dado a la tarea de buscarlo. Siendo clarificado
nuevamente tal asunto, prosigamos con las pistas ocultas dentro de la cueva de
la memoria.
Había alguien dentro del
salón que portaba el siguiente nombre: Sonia Carpinteiro. Pero ¿Quién fue lo
que era conocido como Sonia Carpinteiro? Pues era aquella que usaba frenos
sobre los dientes y que siempre me agradó porque me pedía ayuda en las
matemáticas (aunque también lo hacía Leonardo) y yo con gusto y detenidamente
le explicaba, debido a que él maestro era muy exigente y sólo explicaba dos
veces.
En temporada de exámenes de
matemáticas entre ella y algunos demás compañeros (como Martín) les gustaba
sentarse junto a mí, con la finalidad de trata de copiar. Ahora pienso que esa
situación fue muy divertida y en ese momento no puedo negar que me encantaba
sentirme alagado por tales actos. Alma Delia, que concretó su amistad con
Sonia, la imitaba y hacía los mismo. Debo de admitir que, gracias al
conocimiento, fui acobijado con respeto, atención, cariño, amistad y amor
fraternal. Finalmente comprendo esa parte de mi espíritu y ser por afanarse al
conocimiento y la ciencia.
Sonia era una compañera
morena que tenía el rostro redondo, cabello corto en forma de hongo, morena.
Ella al igual que Alma Delia comenzaban a ir con los ojos delineados, el
cabello pintado (siendo el caso de Alma Delia pintado de negro y de rayitos y
posteriormente rojo intenso de Sonia), las uñas pintadas y perfume definitivamente
atractivo para aquellos que nos relacionábamos con ellas.
El carácter de Sonia era
similar al de una mujer voluble (talvez típico de la edad): conmigo siempre se
portó amable y respetuosa, pero con aquellos que gustaban de molestarla, no
sólo les gritaba o les daba de manotazos, sino que hasta en muchas ocasiones
terminaba jalándoles el cabello. Era divertido ver esa situación, a veces
sorprende. La voz de Sonia, como ya se imaginarán, era grande, pero con poca
intensidad, al contrario de Alma Delia, cuyo sonido era bajito y liviano.
Quiero imaginar que tales
características eran exclusivas de Sonia, tal y como una característica
exclusiva de Edith Gonzales era decir “pues si te queda el saco póntelo y si no
deja de molestar”. Edith – y eso debo de confesar y admitir – también fue una
gran persona con quien siempre tuve una buena relación. Fue tan grata que una
vez, luego de haber terminado la secundaria, como a los seis meses
aproximadamente, me fue a visitar a casa de mis abuelos.
Según lo que me dijo
aquella es que había tenido un examen de educación física (y me enseño su short
blanco que llevaba en una bolsa de nailon negra) y que se había acordado de mí
y de cómo en matemáticas siempre tratábamos de hacer nuestras diabluras.
También me comentó como le había ido durante su primer semestre en el Cetis y
lo divertido y cálido que habían sido nuestros momentos de secundaria.
Fue gratificante verla
esa mañana, sentada sobre la banqueta platicando conmigo y recordando vivencias
con Daniel, Irais, Hugo y todos los demás. Ese día fue la última vez que
platicamos porque nunca más la volví a ver o toparme con ella. Por tal motivo
siempre la recordaré con esa enorme sonrisa que dejaban ver sus dientes, sus
pómulos salidos al tiempo que se ocultaban sus ojos, de piel amarilla y cabello
corto, por lo cual Alberto Delfino (muy amigo de Martín) le apodó “La kiyakis”,
haciendo alusión a los cacahuates japonenses de esa época.
Por otra parte, su
tocaya, Edith Xicoténcatl sólo nos acompañó en el grupo hasta cierto tiempo,
pero no culminó con nosotros la generación completa. Los rumores apuntaban a
que se había cambiado a una secundaria técnica, pero el otro, bueno, ya lo
saben ustedes, y aunque no conviví mucho con ella, cuando dejó de asistir
comenzaba a tener repercusiones en mí, pues poco a poco a todos los sentía como
miembros de mi familia.
En aquel salón siempre
fuimos más varones que señoritas y así continuó hasta culminar los tres años de
secundaria. Unos se fueron y otros llegaron, y no hubo alguien que se detuviera
a explicarlos que la temporalidad es permanente y, en consecuencia, que lo
permanente es sólo temporal. Y es que hay pistas por todos lados: Aide, por
ejemplo, quien estuvo conmigo en primaria, ahora se encontraba en otro salón y aunque
en ocasiones intercambiábamos saludos, definitivamente no era lo mismo. A ella
una vez la vi en una estética y platicamos, pero fue el último día que
contemplé su rostro: y así suele suceder infinitamente.
En cambio, ahora me
dedicaré a nombrar a aquella persona con quien también viví grandes
experiencias en secundaria: Monserrat Rico Cruz. Esta señorita, la más alta de
todo el grupo, morena, delgada, hermosa, de cabello largo, suelto, venía de una
secundaria técnica (a Monse le platiqué a de Guadalupe García Robles y para mi
sorpresa ella la conoció, ya que iban en el mismo grupo. Luego me llevó una
foto y efectivamente, logre comprobar que era la misma que estuvo conmigo en
primaria).
Monserrat fue de los estudiantes
que ingresó en tercer grado, junto con los dos Enriques: Enrique Arenas, que
después lo apodaron Killer Pollo por un personaje que estaba de moda por ese
entonces en internet y que era bromista; y el otro Enrique, con quién si llegué
a jugar varias ocasiones y hasta Daniel y yo lo fuimos a visitar a su casa, la
cual estaba a una cuadra de “El hoyo”. Su mamá tenía un bochito blanco y cada
vez que veía uno imaginaba que era él con su mamá).
Ella me quería mucho y el
cariño siempre fue reciproco, de hecho, hasta hoy en día. Yo me acerqué a hablar
con ella primero cuando recién llegó a la escuela y después de ello nunca nos
separamos: Daniel, Monse y yo. A muchas de las demás compañeras Monse les
parecía alguien poco agradable, debido a esa facilidad que tenía de ser
carismática con los niños del salón, claro, sin llegar a lo grotesco.
Ella, al inicio, parecía
que, así como se levantaba de la cama así llegaba a la escuela. Más conforme
fue avanzando el ciclo escolar, Monse ya llegaba con brillo en los labios, el
cabello con aceite de uva y demás detalles que los demás compañeros no lograron
evitar observar. De hecho, Monse se convirtió el vínculo de convivencia entre
Daniel y yo para con el grupo del salón más enfocado en las relaciones
personales que en el conocimiento.
Monse me llego a platicar
problemas que tenía en su casa con sus padres, sus miedos, sus temores y sus
alegrías. Los sueños que tenía de formar un mundo ideal y un matrimonio, así
como lo gratificante que estaba por haberse cambiado de escuela. A ella le tocó
estar en el mismo taller que yo, lo cual hizo que nuestra amistad se
fortaleciera aun más. Daniel me explicó cómo llegar a la casa en donde ella
vivía, en la colonia de la María, lugar en donde una vez la fui a visitar y que
platicamos toda la tarde.
Para ese entonces, la escuela
había terminado. Ella me había platicado que su relación con Edgar (un
compañero con labios gruesos) había terminado. Además, en el CETIS (bachiller)
que iba con Daniel, estaba conociendo a otra persona. Asimismo, tenía sospechas
de que estaba embarazada, pero todavía no lo corroboraba y, finalmente, Daniel
había abandonado el CETIS.
Recordamos la ocasión que
tanto ella como Daniel me fueron a visitar a casa de mis abuelos para encontrar
una solución a mi situación de escasos recursos y continuar estudiando. Fue tan
motivante escuchar a Monse decir que yo no podía quedarme sin estudios, primero
porque tenía una gran capacidad y segundo porque era su amigo y sabía que la
educación me iba a hacer falta. Y vaya que Monse no se equivocó. Algún la
volveré a ver y sabrá que ese deseo se cumplió.
Secreto 26: tlazojtla
-
¿Hay aun
destino peor que la muerte?
-
Traicionar
a tu infancia
¿Qué poder tiene el
sonido en sí mismo? ¿Y qué poder le otorga a la música? Para que ésta sea capaz
de revivir momento gratos y sublimes, enternecedores y enriquecedores ¡Porqué
la música tiene ese don de permitir realizar los viajes a través del tiempo
bajo un estado interno de la materia que todavía sigue siendo ignorado pese a
peso de su poder? ¿Porqué? ¿Porqué? ¿Porqué?...
Porque gracias a ella se
puede también facilitar las emociones, los sentimientos: tomarlos de forma
arrebatada de las carnes que los engendran y convertirlos de una gigantesca
masa que es liberada a través del canto o voz de los ejecutantes a un tenue e
inocente estado subjetivo que permite a la más fiera feroz tornarse en un
conejito esponjoso, acariciable, de ternura ante la mirada que lo califica.
La música no puede ser
algo demoniaco, por mucho que se le quiera dar esa etiqueta mal acomodada
¿Desde cuándo liberar a ese ser que se encuentra acostumbrado a la reja sin
oxígeno y con los músculos atrofiados ha sido signo de peligro para los jueces?
Pues desde que se justificó la matanza y lo sangriento en nombre del amor, de
la paz y de la verdad “verdadera”.
La música desde el inicio
de la conciencia del hombre ha sido (o pertenecido) a las divinidades: deidades
que se entregan a un mundo caótico de sentimientos y pasiones. Más la música no
interviene, sólo es ejecutada para ser, en su mayoría, empalagante. Talvez de
ahí su condena: con el poder de convencimiento inocente que en realidad es
envidia de aquellos necios que a fuerza han de querer construir un mundo que no
es, es decir, cerca de una perfección sustentada en lo exigible ridículo y
denigrante para la propia música.
Mas yo bebo de sus vinos
a través de la copa de mis tímpanos, de mis oídos, y en consecuencia derramo
palabras y textos que amenazan con permanecer, por lo menos, hasta una
generación más después de la mía, para que, con el paso de los años, tales
palabras retornen a la mente de quienes conocieron y se renueven a través de su
lengua y, de cierta manera, haya nuevos significados.
Es de esta manera que
antes de realizar los actos que ahora estoy a punto de narrar, me doy ese
permito de embragarme entre letras y melodías, porque la melodía es
poderosísima, más con la letra que te llama a interpretarlas una por una, se
convierte en una invitación para que cruces la propia puerta del paraíso del
Edén al paraíso divino: lugar de la ambrosia y miel que consumen todos los
espíritus bañados en virtud y paz.
Posteriormente, me comienzo
a recostar, tranquilizar, bajar el ritmo de mi respiración para que ésta sea
más profunda, más provechosa en cada una de sus partículas de oxigeno que
atrapan a través de mis fosas nasales. Tales partículas alimentan mi sangre y
me preparan para una travesía que nuevamente he de intentar atravesar con la
robustes de mis ideas, de mi mente.
Cierro mis ojos y
enfrente de mí aparece una pantalla negra, pero no es obscura absoluta, porque
logro distinguir diminutas partículas que con contrarias a todo el escenario.
Ambos colores son del tipo del agua y del aceite: que no logran combinarse, y
por tal motivo, se aferran a ceder cada uno sus tipos de partículas ¿Son
egoístas? ¿Tuvieron un problema dentro de la mitología atómica? simplemente, lo
ignoro.
Pero todo ese agujero
oscuro (talvez aquí este el origen de la idea de hoyos negros que deambulan por
todo el cosmos) no es más que una entrada. Empero, como cualquier entrada te
otorga dos opciones: la entrada o el límite para que no accedas y, aunque es mi
puerta (mi propia puerta) no siempre logro atravesar. La mayoría de veces me
rebota hacía los recuerdos de las partes de mi cara, de mi cuerpo, de los
objetos que alguna vez vi o de las personas que, en tal instante, por algún
motivo que no tengo muy claro (algunos podrían apelar al apego en sus
diferentes niveles y si seguimos la lógica puede que sea hasta cierto punto
justificable, empero, si apelamos al azar, bueno, ingresamos a terreno de la
probabilidad, más aun así, ésta, como todas las ciencias, tienen limitaciones
temporales y eternas), se hacen presente.
Es tensión, al menos,
para mí, esto es un síntoma de que todavía hay demasiada tensión que debe de
ser trabajado, manejada, liberada, olvidada, pues estando presente ella
definitivamente habrá distractores que permitan una permanencia no esplendida
luego de haber atravesado la puerta. Es un ejercicio que llevo a cabo y que me
ha costado darle forma y figura.
Además, despejar toda la
tensión había y ocultada entre la energía oscura, hay que tener mucho cuidado
con la relajación que poco a poco va dominando el cuerpo (mi cuerpor), ya que
demasiado deshacer hará que desemboques entre el sueño profundo y la flojera
que es superflua. Nuevamente tendría que trabajar, necesariamente, bajo un
flujo de relación con la capacidad disciplinaria de realizar la ejercitación
para la cual me estoy adentrando. Claro que, siendo muy honestos y muy humanos,
es algo que me logra vencer en ciertos instantes, muy pequeños instantes en los
cuales, al perder la concentración tan diminuta que logro, me remite retornar
al inicio nuevamente (Y eso requiere todavía un mayor esfuerzo energético, algo
que, por supuesto, requiere esfuerzo mental y sobrenatural, agregando que no
hubo una enseñanza o guía de joven en torno a las ciencias de la liberación
espíritu).
En cambio, cuando logró
escabullirme y atravesar esa puerta por algunos instantes (aunque sean muy
pequeños en tiempo-materia), logro asomarme a ese pensamiento que pesa como
bloque mental, que más bien parece materia en bruto porque no ha sido
trabajada, lo cual resulta en convertirse en un grumo gigantesco dentro de mi
mente y, nuevamente, todo vuelve a tornarse poco claro.
Aun así, detrás de todo
este esfuerzo, subyace una fuerza viva, una energía que se mantiene ahí para
mí, esperándome sin prisas, para que llegue yo a ella cuando finalmente lo
logro, cuando finamente me permita a mí mismo lograrlo, puesto que ello sólo
está ahí por tres motivos: ser, existir y esperar. Y aunque no recuerdo haber
sentido por completo su manifestación, sino sólo su recuerdo de que alguna vez
ya estuvimos juntos, estoy seguro que continúa ahí, tranquila, esperando por
mí.
No conozco muy bien sus
dotes, pero tal atracción me incita a ir con ella, a seguirla, a reencontrar el
camino hacia ella a través de mis actos, pensamientos, ideas que sólo fueron la
ilusión de un reflejo por, de cierta forma, atender o enfrentar lo que se me
estaba colocando enfrente de mí en cada uno de mis momentos que viví. No es
algo descabellado, es algo sutilmente claro ¿Y porque no? Hasta justificado…
Invoco ahora a los
recuerdos, aquellos que servirán nítidamente como llaves-señuelos, para
encontrar el retorno a tal energía y hacernos uno sólo nuevamente, dejar y
olvidar aquella gruesa pared llena de lo que parecer ser, pero que en
definitiva no lo es y que causa mucho daño, desde la molestia pequeña, hasta la
perdición completa de la carne y del espíritu, que se juntan una a una,
haciendo que los pesares materiales se antepongan ante la vida auténtica,
llevando a cometer centenar de errores que traen muchas pérdidas de seres
humanos, animales y todo tipo de criatura existente (y que está lejos de un
proceso natural de renovación).
Ya hablé de Daniel,
porque es él quien me acompañó en incontables aventuras. Pero ahora le dedicaré
algunas cuantas palabras a Martín. Tal compañero fue uno de los más desastroso.
Pienso o quiero creer que él culminó la secundaria de panzaso, pues, aunque
curso con los tres años, recuerdo que sus todas boletas siempre resaltaba el
número cinco. Ahora que lo pienso, no recuerdo haber visto a su mamá en alguna
de las juntas.
Martín era un niño
delgado, blanco, cabello ondulado y ojos café claro. Era un poco burlista y
siempre estaba alrededor del desorden. El maestro de matemáticas siempre le
colocó cinco y él simplemente se burlaba. En tres ocasiones, tan docente le dio
un coscorrón, pero aun así Martín continuaba haciendo y deshaciendo de las
suyas. Una vez, en una caminata por la colonia Francisco I. Madero lo vi entrar
a una casa con portón blanco, un patio enorme y me saludo, diciendo que él
vivía ahí. Fue la última vez que lo vi.
En primer año, Martín se
juntaba mucho con otro compañero güero que se llamaba Alberto Delfín. Todos en
el salón le decíamos así: Delfín o Delfino. Pese a llevarse muy bien con
Martín, Delfino era un poco más cumplido que Martín y en las calificaciones le
no iba tan mal. Durante tercer año de secundaria, ambos dejaron de hablarse. A
Delfino le afectó más que todo a Martín, porque Martín continuaba riéndose y
echando relajo con los demás compañeros, pero Delfino se volvió un tanto más
tranquilo, seguía gritando con esa vos fuerte y poco clara, como acento de
jarocho, pero varias veces durante la formación para honores a la bandera los
días lunes, lo sorprendí agachado, hincado, con la mirada hacia el suelo,
pensativo.
Delfino era un poco más
alto que Martín y no tan delgado. Él era tan güero que sus mejillas se ponían
color rosa si este se reía o se chiveaba o le llamaban la atención o reía
mucho. Delfino siempre llevaba unos zapatos negros muy grandes, lo cual siempre
me llevó a imaginar que no le quedaban. Con ambos realmente tuve platicas que,
así como llegaron, así se fueron.
Tan sólo lo único que
recuerdo es que Delfino y Martín molestaban a Daniel por su forma de ser, y
debo confesarlo: aunque me ganaba la risa por lo que le decían (como gorda o
maricotas o marrana) yo siempre me quedé con Daniel. Asimismo, Delfino se ganó
el apodo de cuñado, debido a su hermana Yanina que era una adolescente de
tercer año, pero presentaba un cuerpo de mujer de 21. A Delfino nunca le
molestó, dado que quien se lo decía era todo el salón. Quiero pensar que
prefería ignorarlos a buscas pleitos gratis.
Delfino era de los pocos
niños que llevaban los pantalones con parches en la zona de las rodillas y lo
mucho que sobresalía cuando se reía o cuando gritaba eran sus dientes, porque
no es por hablar mal de él o etiquetarlo, pero tenía la mandíbula similar a la
de un caballo. Pienso que Delfino terminó una carrera técnica y que Martín ya
está casado y es papá. La realidad es que posiblemente nunca lo sepa.
En primer año, había un
niño muy chistoso, peloncito, a mi estatura, pero todo lo contrario a mí:
jugaba futbol, le gustaba jugar pesado con los demás compañeros y debes en
cuando se metía en problemas, también era moreno y llevaba frenos en los
dientes. Le decían “Chuky” y su risa al igual que su tono de voz era un poco
ronca. Andrés, mi alumno de Villalta me recordaba mucho a él tanto por su
personalidad como por su inquietud. En cambio, él sólo estuvo hasta el segundo
bimestre, pues después de ello lo cambiaron de escuela, o al menos, eso fue lo
último que no dijo.
Había un morenito,
delgado, con un lunar debajo del ojo. Su nombre: Gerardo. Él me ayudó a pasar
la materia de dibujo técnico: ya que él compraba el material y yo ponía la mano
de obra. Para tal trabajo final, la maestra me vio fijamente y enfrente de él
me pregunto “¿Te ayudó?, y yo le mentí y aunque preguntó dos veces enfatizando
que si no era cierto ella lo reprobaba porque “se lo merecía y yo no tenía por
qué defenderlo”, mas no lo negué. Y es que, como dije, él me apoyó.
Incluso, para ese
trabajo, unas semanas antes fui a su casa a realizar el trabajo. Ahí platicamos
un poco sobre Monse, vimos la tele, jugamos tazos y al último comenzamos a
hacer el trabajo. Claro que yo fui quien lo terminó. A Gerardo me lo he topado
y ya engordo y también creció. Se casó y fue papá. No terminó el bachiller,
pues se quedó a medio camino, sin embargo, continúo el oficio de su papá:
herrero. A su papá si lo recuerdo: era un hombre delgado, con bigote y pelo
entre cano. A quien también recuerdo es a su hermanita pequeña, que siempre
quería jugar cada vez que lo iba a visitar, pero él no la dejaba.
Fue novio de Monse por algún tiempo, pero su
relación nunca se concretó del todo. También fue uno de los que siempre me
defendía, porque sabía que no era capaz de pegar. Gerardo me defendió de Edwin,
un compañero que entró en segundo año a nuestro salón y que a veces trabajaba
con entusiasmos en las materias y otras veces no.
De Edwin sólo recuerdo
que ya era de los hombres altos del salón y de los que tenían el cuerpo ancho.
Su piel era blanca y debajo de os labios tenía una extraña infección en la
piel. Al principio era muy notorio, pero con el paso de los días fue
desapareciendo, quedando en cicatriz hasta que finalmente la piel hizo su
trabajo y quedo restaurado. Él posiblemente haya culminado el bachiller,
posiblemente no.
Además del Edgar, novio
de Monse, también había otro Edgar que le decíamos “el vaca”- a lo que se debía
tan apodo era que su rostro estaba plagado de jiotes (esas manchitas blancas y
que supuestamente se deben a desnutrición) sobre su rostro moreno. Ese Edgar
también ingreso con nosotros a destiempo, en segundo año, y conforme pasaron
las semanas él se convirtió en un buen amigo. Él y su mamá, junto con su
hermano rentaban a media calle de la escuela, pero una vez que le entregaron su
casa a su mamá, se fueron a vivir a Amozoc, o al menos eso fue lo último que
supe.
Edgar, “el vaca”, fue uno
de los compañeros que continúe frecuentando aun después de culminar la
secundaria. Él me invitó a mi primer “Hallowen” en donde lo único que había era
alcohol y aguas locas. Esa noche por primera vez besé a una niña delgadita,
blanca, de cabello largo, simpática. Los dos estábamos y borrachos. Me dio su
número de teléfono y aunque la busqué, nunca más la volví a ver.
Esa noche de brujas fue
especial. Primero porque fui con Edgar y su hermano, segundo porque esa
señorita se dejó conquistar por mis encantos. Claro que comenzamos a hablar en
el sillón y terminamos besándonos en la banqueta. Fue extraño, pero divertido.
Finalmente, tras despedirnos, esa noche nos regresamos caminando desde la
libertad hasta la colonia en donde nos conocimos.
A Edgar le gustaba mucho
el look de un guitarrista del grupo Moderato, que por esos días estaba de moda
con canciones renovadas de Timbiriche. A mí también me gustaban mucho. Edgar
sabía jugar muy bien futbol, su posición era defesa y delantero, sin embargo,
era mejor siendo delantero. Él trató de enseñarme a jugar futbol, de hecho el me
llevó a mi único partido de torneo en el cual nunca más volví a participar (en
el “Hoyo” donde estuvo Julissa y Ana Laura), pero finalmente deserte y no
regresé.
Con Angélica Pacheco
Flores me burlaba mucho de la cara de Edgar. Él nunca lo supo, pero era y sigue
siendo divertido recordar un poco sobre ello. En cierta ocasión, cuando todavía
no le hablaba muy bien, yo aventé una bolita de papel a Hugo, pero le di a él.
Edgar se volteó de inmediato y dijo “que onda, que pedo” y yo permanecí en silencio
y callado, ya cuando Edgar dejó de mirar me comencé a morir de la risa, lo
mismo que Pacheco.
De Leonardo tampoco puedo
decir mucho. Él comenzó a trabajar en una tienda por las tardes y era uno de
los que siempre procuraban cumplir con todas las actividades. Siempre fue uno
de mis defensores y, a cambio, yo fui uno de aquellos que lo apoyó en
Matemáticas. Él también se burlaba mucho de Daniel y tenía un hermano: Leonel,
que iba en el salón “F” con mi prima Elvira.
La última vez hablé con
Leonardo fue en el camión. Él llevaba lentes y decía que era una lástima que no
siguiera estudiando, ya que me consideraba como un cerebrito. Sé que algún día
me lo toparé y le diré que este cerebrito tiene otra misión, mismo que en parte
se debe al afecto y respeto que me tuvo durante toda la secundaria, junto con
Hugo, que era con quien se juntaba mucho (Leonardo también era una víctima
potencial de Angélica y yo: su rostro era redondo, siempre rapado y una actitud
al estilo niño bueno, pero con una fuerza sobresaliente, porque debes en cuando
cargaba bultos de cemento).
De igual manera, Hugo
poseía muchas fuerzas en sus brazos: muestra de ello eran los conejos que
tenía. Él era de los más altos del salón: tenía la cara plana, rectangular y él
siempre recalcaba que me respetaba. Además de ser la víctima potencial de
Pacheco y yo, pienso que él también le tengo que agradecer el hecho de que
dijera: yo por Víctor… sabía que yo no era de problemas y que siempre estuve
para ayudarlo, como a muchos otros, en matemáticas, por lo cual, al igual que
Leonardo, me decía “Gracias, Víctor, tu sí eres un buen amigo” (Por tales
razones estoy demasiado encariñado con mis compañeros de secundaria y con tales
recuerdos, ya que ellos si me daba un gran valor).
La última vez que lo vi
fue cuando entró al restaurante donde yo trabajaba. Nos saludamos y me dijo que
estaba trabajando repartiendo leche. Me dio mucho gusto verlo después de casi
seis o cinco años. Además, también me platicó que ya tenía su propia casa y
aunque sólo tenía dos cuartos pequeños, él continuaba trabajando para que
pronto la culminara. Todavía no se había casado y hasta donde sé tampoco tenía
novia en ese entonces (creo que pertenecemos a la generación de la esperanza en
el estudio).
Su papá esa ocasión lo
acompañó y, para mi sorpresa, Hugo era más alto que él, y no me refiero a la
edad. Han pasado ya 10 años desde que me topé a Hugo en aquel restaurante y
pienso que, si ahora viera a Hugo, él talvez ya tendría a su primer hijo, con
su casa grande y se seguiría dedicando a la venta de leche. Además, sería (como
siempre lo fue) responsable y llevaría su matrimonio de forma tranquila y
amena.
¿Recuerdan al Enrique que
se juntó mucho con Monse, Daniel y yo? Pues ese Enrique, medio gordito, burlón
con Daniel, bueno para la cascarita de futbol, tenía la piel como amarilla y el
rostro redondo. Siempre se peinaba hacía atrás, aunque en los últimos años se
paraba el fleco, como muchos de nosotros, al ser un peinado de moda. Con el
jugamos cartas Yugioh y Daniel y yo lo visitamos varias veces en su casa,
porque su mamá casi no lo dejaba salir. Tengo entendido que estudió sistemas
computacionales.
De ahí, sólo resta
mencionar al Alberto Cerezo, a Jonathan, el más alto del salón (de piel blanca)
que por su rostro le decían el teletón, a los Fernandos, y con ellos culminó
parte de aquellos que benditamente conformaron esa entrañable etapa de mi vida.
Pienso que daría lo que fuera por volver a aquellos días magníficos en donde la
única preocupación era jugar y cumplir con los maestros y sus tareas. Dios me
permita revivir mucho esos días y que no se sigan desvaneciendo como hoy en
día, porque tales han alumbrado mi oscuridad y la incertidumbre que reina
ahora, más por las condiciones del covid19 y por la injusticia que por la falta
de relaciones humanas.
Secreto 27: TLACAITA
Quiero
vivir
En
un mundo en forma de triángulo equilátero
Más sobre todo se ha de
mantener la serenidad y el balance, aunque por ahora debo de admitir que no
tengo muy bien definidos y clarificados aquellos conceptos. No me preocupa
porque no me he puesto a investigarlos, más sólo me limito a extraer de la
experiencia su significado a mi presente. Como científico corro el riesgo de
perderme en ideas absurdas, subjetivas y poco sostenibles. Más, como literato,
corro el riesgo de perderme entre la realidad y los disparates. Ni aun la
filosofía podría rescatarme de lo que piense o diga. Por tal motivo, lo que
emane como significado de aquellos conceptos sólo será válido para mí, por muy
egoísta que parezca.
Más tanto mis amigos y
compañeros definieron muchos de mis gustos actualmente (la admiración del
conocimiento que tuve y que fue buscada por muchos, así como la lección de
Daniela que trascendió con Irais y Monse) como también lo hicieron los maestros
que se fueron presentando conforme avanzaba mi formación académica (ahora
comprendo a los teóricos el por qué suelen asegurar que los profesores deben de
ser un grupo de élite y profesionales en sus asuntos).
Dado que ya plasmé lo que
he podido por obligación de mi ser que se aferra a los recuerdos hacia mi mente
que no es capaz de conservar lo que es valioso para sí (y algo en lo cual tengo
que necesariamente e imperantemente que trabajar a fin de que el dolor y la
calumnia corrompan a mí espíritu y de ahí a mi cuerpo) sobre los maestros que
tuve en primaria, he de continuar estas memorias con los rabies que me
acompañaron en mi formación durante los estudios de secundaria (considero que
ya no es válido nombrarlos así, pues muchos estudiantes apenas si culminan este
grado de estudios, por lo cual debería renombrarse afín de que su contenido
englobe más conocimientos sobre la tolerancia, el respeto y haga consciente la
ambición, la desmedida, la avaricia, el poder y la corrupción, pues no hablar de
ellos no necesariamente trae como resultado la eliminación de la existencia
humana, sino de su propagación como virus y, en consecuencia, la enfermedad
terminal del cuerpo y el contagio de muchos otros presuntamente inocentes).
Entre los que destacan
esta mi maestro de Geografía: un hombre gordito, bajito, de cabello entrecano y
bigotón. Él fue el asesor del grupo en primer año (por lo que en ese entonces
se le tenía que guardar un respeto aún mayor que a los demás profesores, aunque
no entendí, en ese entonces, el motivo; claro que mis compañeros me enseñaron
más a tenerle miedo al decir cada vez que lo veían: ahí viene el asesor).
Como maestro, recuerdo
muy poco de sus clases. En cambio, como asesor, él (y más tarde Humberto, y
actualmente, por convicción propia) se mostró flexible luego de que hiciera una
pequeña travesura: más por ímpetu y ego que todo por lo gracioso de los actos
que efectué. Aunque también se encuentre por aquí una demostración intrínseca
de llamada de atención de Ana Laura hacia mí.
Así pues, resulta que por
seguridad de las pertenencias que había en nuestras mochilas (porque el robo
parecía no eliminarse aun después del hecho que se llevó a cabo en el salón de
la maestra de taquimecanografía) el salón se tenía que cerrar con llave durante
el tiempo que duraba el receso (20 minutos), siendo la jefa de grupo la
encargada de ello (Aurora, puesto que yo era el subjefe de grupo).
Mi inquietud por entrar
al salón me llevó a querer brincarme por una ventana que sólo tenía como 1/8 de
vidrio en la parte posterior. Me sostuve del marco metálico (que estaba pintado
de color gris), me impulsé y después de ello, lo único que se escuchó fue un
¡Zas! Y pedazos de vidrios cayendo al suelo. Mi cabeza, gracias al cielo,
estaba intacta, pero dos pedacitos quedaban todavía pegados en el marco de la
ventana, mientras que el resto del vidrio en el suelo.
Poco a poco todos los
demás compañeros comenzaron a llegar al salón sólo para enterarse de lo que
había sucedido. Yo estaba cada minuto más hundido en la pena y en la vergüenza,
porque podía adivinar lo que se venía sobre. Para tratar de ocultar mi
travesura, luego de que Aurora abrió el salón, jalé la otra ventana y busqué
que con su vidrio se perdieran los pedacitos del que yo había roto con mi
cabeza.
¡Y para rematar con
broche de oro! La clase que estaba por iniciar era precisamente la de
geografía, en decir, con el asesor de grupo. El maestro no tardó en llegar y lo
primero que preguntó es sí había algún detalle que tuviéramos que darle a
conocer o si había alguna problemática con algún maestro en la cual él pudiera
intervenir con el fin de no afectar nuestra calificación bimestral, etc.
A esta edad la memoria
comienza a desvanecerse dejando en su lugar rocas grises imposibles de perforar
(talvez los recuerdos están hechos de diamantes, tan resguardados dentro de
ellos para que algún día sean resucitados y por tal motivo se van aislando,
para que éstos no se pierdan). Talvez le dijo Aurora, talvez le dije yo. El
hecho es que el maestro terminó por enterarse ese mismo día:
-
¿Cuál vidrio? – preguntó
-
Ese – señalé los pedacitos que quedaban.
-
¿Y todo lo demás?
-
No estaba completo – respondí
-
Sólo tenían un pedacito – dijeron algunos
de mis compañeros.
-
¿Por qué lo hiciste?
-
¿Quería entrar al salón?
El maestro me miró
fijamente casi un minuto. Se acercó a la ventana, quitó los pedacitos que
quedaban y sólo me mandó por una escoba y un recogedor con el conserje de la
escuela. Yo imaginé que terminaría pagando el vidrio completo y que una regañiza
vendría a mí, además de que me enviarían a trabajo social, más nada de ello
sucedió. Limpié mi desastre y la clase continúo como de costumbre.
Ahora me pregunto tres
supuestos. El primero es si, luego de que mi alumno Omar transitara por el
mismo suceso y yo tampoco cause mayor revuelto, entonces… ¿Apliqué la
estrategia heredada de mi antiguo asesor? El segundo supuesto es ¿Habré sido yo
persuadido por la bondad de mi asesor, es decir, reflexionar en torno al asunto
en el cual me había involucrado para no volver a repetirlo y ser más cauteloso
de ahora en adelante? Y tres (que se relaciona mucho con el anterior) ¿Habré
sido yo un potencial desordenado dado que este era un indicio de que la
rebeldía podría ir en aumento, aunque fuera por infringir una puerta cerrada?
Eso, talvez no se revisó en el momento, pero dadas las circunstancias, bien
pudo haberse especulado que mi intención por entrar primero al salón en
realidad estaba envuelta por otros motivos.
Talvez me encuentre ante
una pregunta demasiado seductora, porque como todo ser humano, las hijas y
hermanas de las vanidades siempre me han coqueteado a tal grado de que me
sienta atraído por ellas como para justificarlas de acuerdo a ciertos contextos
e, incluso, como para elevarlas al rango de la filosofía y buscar el lado
amable de cada uno de los vicios humanos que, por lo general, suelen ser
catalogados como vicios destructivos. Es posible… es posible…
La maestra de Español, la
maestra Gudelia, era una mujer blanca, con el cabello rubio, con joyas y rostro
tipo rectangular, más por la edad que todo por nacimiento. El ella siempre creí
ver a un hombre que vestía de mujer, pues a pesar de todos los rasgos
característicos de una mujer, pienso que le faltaba algo, tal vez calidez.
Nunca tuve problemas con ella. Además, casi no dio clases, debido a que siempre
estuvo acompañada de practicantes.
El practicante que casi
estuvo todo el año con nosotros fue un hombre alto, delgado, moreno, con voz
delgadita y bajita (lo cual me dificultó tener notas claras en el dictado),
tranquilo y muy serio, cuyo nombre nunca supe debido a que él llegó y se
presentó cuando yo contraje hepatitis, lo cual me llevó a estar un mes en casa
en recuperación (yo extrañaba muchos a mis amigos al igual que a algunos
maestros, y aunque no comí muchos dulces como supuestamente se recomendaba, me
recuperé sin mayor repercusión alguna). Más cuando éste terminó, hubo una
temporada que nos quedamos sin maestro, ya que la maestra Gudelia se había
jubilado.
Fue así como llegó el
maestro Juan Manuel: un hombre alto, de cuerpo ancho, cachetón y con un anillo
de oro. Prácticamente, durante primer grado y parte de segundo no tuvimos
maestro. Sin embargo, cuando el maestro Juan Manuel dejó formar una antología,
bueno, pues fue gracias a él que tuve la posibilidad de conocer otras
bibliotecas y de salir con Daniel a caminar por las vías, es decir, todo lo que
ya narré.
También recuerdo que nos
dejó construir un teatro y como casi no tuve dinero para comprar material de
papelería, lo que hice fue pegar tapitas a rectángulos de cartón, a fin de
armar las sillas. En la parte superior, coloqué otro cartón y más sillitas,
logrando hacer un miniteatro del tamaño de la caja de huevo. El maestro me
colocó de calificación 9, y aunque me hubiese gustado el 10, supongo que se
debía a que la estructura era muy frágil.
En tercer año quien fuera
nuestra maestra se convirtió en la más divertida y una de las que fueron el
motor de mi inspiración, ya que ella siempre estaba dando clases de moral y
buen comportamiento, sobre agradecimiento, recompensa y virtud. Además, debido
a los reportes de lectura que dejaba, yo comencé acercarme todavía más a la
lectura, sobre todo de textos de terror.
Los libros eran de
elección libre y yo siempre pedía que fueran de leyendas o cuentos de terror.
Mi abuelo me compraba de aquellos que costaban 20 pesos, de una editorial que
se llama editores unidos mexicanos, y que resultaron ser muy entretenidos. En
el primer reporte de lectura que entregue, la maestra me felicitó con una nota
que decía “¡Así es! ¡Muy bien!” y es porque en el comentario había dicho que la
curiosidad nos permite… y no recuerdo que más escribí.
Unos de decías la maestra
mosca; yo y Monse le decíamos la sisi (en referencia a un personaje de la
televisión de un programa que se llamaba la hora pico) y es que al terminar
algún comentario, ella siempre cerraba con un sí. De esta manera, cada vez que
explicaba algún tema o daba una charla de reflexión, ya sabíamos que culminaría
con un sí, y nosotros, empapados en risas y carcajadas.
Aquella maestra, alta,
del cuerpo en forma de rombo, con lentes, siempre peinada con coleta y
vistiendo pantalón, también fue víctima de Angélica Pacheco y claro, mía. Claro
que ahora al grupo se agregaba Monse, quien también se reía de “su cara”. De
hecho, ahora que recuerdo, creo que Monse fue quien descubrió el cierre del
“sí” de la maestra, ya que ella me lo comunicó con el Whatsapp de la época:
mensajes a través de papelitos (y es que yo me sentaba delante de Monse y atrás
de Daniel. De esta manera ella me aventaba los papelitos y yo se los regresaba
de forma discreta. El grupito fue creciendo por Enrique, Gerardo hasta que,
finalmente, un cuarto de salón estaba ahí en bolita, llevando al maestro de
matemáticas de tercer año, Alberto, a desintegrar las dos filas sobrecargadas
de alumnos, es decir, por nosotros).
Pienso que de esta
maestra tuve un cariño especial, debido a que siempre me atendía con una
sonrisa, toleró una de mis bromas al referirme a Daniel como ella, en lugar de
él, cuando me mandó a buscarlo al grupo de escolta en el cual estaba. Entre
otros detalles. Como maestra era buena, pero como ser humano, al menos conmigo,
fue una persona que transmitía bienestar y seguridad.
La última vez que la vi
fue en el transporte público. Ambos íbamos en la combi que va para Angelópolis.
Ella seguía dando clases en la secundaria en donde fue mi maestra, yo iba
camino al restaurante en donde trabajaba, tenía como 18 y 19 años la última vez
que la vi. Le platiqué que estaba estudiando la preparatoria abierta y
trabajaba al mismo tiempo, lo cual la alegró mucho. Sin embargo, pienso que a
mí me alegró más verla nuevamente, saber que estaba bien y que seguía enamorada
del cantante Chayanne y que no iba a conciertos que costaran menos de 1000 pesos.
El maestro de
matemáticas, el profe Porfirio, me comenzó a tomar como uno de sus favoritos,
esto luego de que viera que fui capaz de prenderme la tabla del 25. Su clase
era una de mis favoritas, pero al igual que la maestra Gudelia, se jubiló antes
de tiempo y nuevamente nos quedamos sin maestro. Fue hasta mediados del segundo
año cuando se incorporó un nuevo maestro. Él tenía fe en mí: pues me mandó a un
concurso de matemáticas, junto con Ana Laura. Ella sacó 7 y yo 1.
Él siempre solicitaba que
las tareas estuvieran firmadas por los padres de familia, algo que muy rara la
vez yo tenía. Si la tarea no iba firmada, sólo te colocaba una palomita, pero
si estaba la firma del padre, te colocaba su firma. Con él, pese al gran
esfuerzo y empeño que mostraba lo más alto que llegue a sacar fue 7: era un
maestro muy exigente. Gracias a él recuerdo muy bien mis ejercicios de
matemáticas y al leer los libros de Baldor no me cuesta recordar los
procedimientos.
El maestro de matemáticas
de tercer año, el maestro Alberto, fue un tanto más humano que el maestro José
Luis (maestro de mateméticas de segundo) y también fue uno muy inteligente y
diestro es su materia. Él era delgado, alto, de piel amarilla, con labios
rosas, tranquilo y con voz en forma de pato. No lo conocí como humano, sin
embargo, nunca tuve problemas con él.
El maestro encargado de
la enseñanza de la historia fue el profesor Saúl Quiñonez Hernández. De él se
rumoraba que había comenzado como conserje y al pasar el tiempo lo habían
ascendido de maestro. Ese rumor lo decía mi tía Malena. Lo cierto es que las
primeras clases de Historia me encantaba como explicaba y cada vez que tocaba
esa materia yo me alegraba mucho, pues más allá de enseñar, la contaba. Lo cual
era muy entretenido.
Ese maestro era algo,
robusto, con panza y moreno claro. Su voz era gruesa y siempre vestía con
camisa y pantalón de vestir con cabello un poco largo y esponjado. A medio
ciclo escolar se lastimó el brazo y tuvo una incapacidad más allá de los dos
meses. Más cuando regresó ya casi no daba clase, pues sólo se limitaba a
dejarnos hacer resúmenes del libro de texto, mismo que en muchas ocasionas sólo
revisaba hasta el final del bimestre.
Él se salía siempre del
salón, pero cuando se quedaba le gustaba que todo estuviera en silencio, y si
alguien hablaba entonces todo el salón corría a darle pamba. Yo sólo observaba
como todos mis compañeros corrían despavoridos a darle pamba al alumno que
hablaba. Sólo participé una vez en contra de Francisco. También me tocó una vez
pamba a mí y también una a Daniel, otra a Enrique (éste nombre me gustaba
mucho).
En segundo año, por
alguna extraña razón, el maestro Saúl nos había dejado aprender los 14 puntos
de Wilson. Para ello había dado un tiempo de una hora, es decir lo que duraba
la clase. Después de dar la indicación, él se salió del salón y al cabo de unos
30 minutos regresó y comenzó a preguntarnos algún punto. Yo no me los aprendí,
más cuando me preguntó uno de ellos, quien me ayudó fue Edith (Gonzales) pues
me iba diciendo en voz bajita. No sé si el maestro se dio cuenta, yo pienso que
sí, pero no tuve mayor problema pues él quedo conforme.
Yo tenía mucho miedo,
porque si se daba cuenta me imaginaba que podía reprobarme. Así que cuando
Edith me soplaba la respuesta, yo trataba de hacer como que pensaba y hasta
simulaba trabarme, con tal de que hiciera parecer que estaba recordando. Al
final de la clase Edith y yo nos reímos y ella me preguntó porque me detenía
mucho cuando ella me decía la respuesta, y por supuesto, le dije mis motivos.
El apoyo fue recíproco,
porque a Edith yo le presté mi libreta de matemáticas, de Historia y de Química
para ponerse al corriente con los demás temas, ya que en segundo año parecía
que dejaría la secundaria, pues hubo una temporada en que comenzó a faltar
mucho. Al principio decía que le había dado varicela, lo cual le creímos por
las cicatrices en su rostro, pero después hasta parecía que se había tomado
unos días de más.
Durante los tres años de
secundaria llevamos (porque ahora ya desapareció) la materia de Formación
Cívica y Ética. La maestra Gladis, una señora morena, de cuerpo doble, pelo
entrecano, medio corto y ondulado, los ojos negros y pequeños, que siempre
vestía de falda, medias, y tacones, desde la generación de mis tíos tenía fama
de ser una mujer muy exigente y severa tanto en sus comentarios como en sus
enseñanzas y actitudes.
En primer grado, cerca de
un mes nos planteaba la misma pregunta “¿Por qué niños? ¿Por qué? ¿Por qué una
formación cívica y ética? Y aunque había escases de respuestas, ella siempre la
clarificaba. Su materia siempre me llamó la atención, tanto por las lecturas
como por las cuestiones humanas. Los libros de aquel entonces eran muy bien
elaborados, con lecturas reflexivas, intrigantes y llamativas. Mismas que nunca
faltaba comentarlas entre compañeros sin necesidad de un maestro.
La maestra Gladis, es
cierto, sí tenía un carácter fuerte y rígido, pero los rumores de que rompía
las libretas enfrente de nuestros ojos al estar mal un trabajo o algo que no le
gustara, al parecer fue sólo un mito, ya que durante los tres años que me
impartió la materia, jamás vi ello o incluso algo similar. Siempre fue recta y
correcta, y al mismo tiempo muy respetuosa sin descuidar el vocabulario bien
empleado.
Incluso, durante todo ese
tiempo sólo hubo una ocasión que nos aplicó un examen escrito de cinco
preguntas. Entre ellas se encontraban unas que hablaban sobre algo que puede
ser grato a su debido tiempo, pero complicado si no es la edad. Continuó
dictando las preguntas y nos dio determinado tiempo para responderlas. Después,
cada uno procedió a entregarle examen.
Secreto 28: TEXCATL
El
propósito oculto de las matemáticas siempre ha sido
Traer
equilibrio y justicia a los acontecimientos de las criaturas.
Ella, la maestra Gladis, los
recibió en el escritorio conforme fuimos terminando y entregando cada uno. La
forma de evaluación es una que hasta este momento nunca he vuelto a ver que sea
aplicada por otro maestro (ni siquiera por mí, más que espero aplicar pronto
para rescatarla), misma que fue la siguiente: antes de revisar, primero colocó
las respuestas en el pizarrón blanco con un marcador rojo y ahora sí, conforme
revisaba los exámenes sentada, tranquilamente, ella se detenía para mencionar
el nombre en voz alta del alumno seún leyera en la hora y, posteriormente,
solicitar la calificación de acuerdo con las respuestas que recordábamos haber
colocado contrastadas con las escritas sobre el fondo blanco del pizarrón.
Cada uno de nosotros
decía la calificación que creía correcta. La maestra se detenía a releer el
examen de acuerdo a la calificación que le decíamos. Si ella creía que nos
habíamos colocado una calificación con un porcentaje de más, ella se detenía a
cuestionarnos, pero si coincidía con lo que ella creía, entonces continuaba con
el siguiente examen. Así con cada uno de del salón.
Ese día todo el salón se
calificó con 6, incluso unos hasta con cuatro y otros hasta con cero. Yo
(nuevamente mi ego) fui el único que saco 8 luego de dictarle mi calificación
sin recibir cuestionamientos. Había una parte de mí que tenía miedo, pero me
alegro de que me haya atrevido. Y, de hecho, la respuesta en la que estuve mal
es de la pregunta que recuerdo, pues según la maestra Gladis lo correcto era el
embarazo durante la adolescencia.
Para Kerigma eso fue un
golpe atroz, por lo que cuando la maestra la cuestionó trató de alcanzar el 8, autocalificándose,
pero durante la argumentación la maestra Gladis consideró que las respuestas
que ella había escrito no concordaban con las colocadas en el pizarrón, por lo
cual le dejó el 6. Lo mismo intentó Roselia, pero el resultado fue el mismo y a
aquella maestra nadie se arriesgaba a contradecirla más de una vez. Mi ego no
me dejaba en paz (como hasta ahora) y ello se acrecentó cuando sentí la mirada
de todos al decir 8 cuando ella me preguntó y al revisar mi examen no discutió
en lo absoluto, sólo se limitó a colocar el número en su lista junto a mi
nombre.
Al cabo de los meses y
tras una plática detenidamente, Monse y yo nos percatamos de que como tal la
maestra Gladis no era precisamente tan exigente o brusca como muchos la
describían y catalogaban. Más bien era la fama que otros estudiantes le habían
creado, talvez por alguna mala experiencia, tal vez por desquite, talvez para que
la dirección la despidiera… claro que los únicos que conocen la verdadera razón
son aquellos que se encargaron de crear esos rumores de ella, de la maestra de
sociales Gladis y que ahora están dispersos entre la ciudad, entre los estados,
sin percatarse, posiblemente, del mal que ocasionaron la herencia de cada uno
de sus comentarios.
Tan sólo me he de limitar
a recordarla sentada detrás del escritorio, con una falda gris que le llegaba a
media rodilla, lo cual permitía ver parte de las medias que llevaba. Estando
ahí, recargada con sus brazos sobre la base de la mesa, fomentado las virtudes
y los valores como Sócrates o Platón, explicando mientras nos miraba a cada uno
de nosotros, buscando generar conciencia en cada uno de nosotros, de nuestros
actos a través de un ideal de la efímera perfección.
También quisiera que un
recuerdo de ella quedara intacto como retrato de una mujer mexicana de
comunidad rural, cálida, educada bajo la escuela de los años de 1950, comiendo
en la cooperativa de la escuela el desayuno del día, sentada tranquilamente desgustando
los caldos y el mole de res que generalmente vendían, con la mirada sombría,
pero muy lejos de los rumores que giraban en torno a su forma de enseñanza, a
su estilo de ser maestra, siendo nada más que un ser humano, sólo eso, un ser
humano.
En el área de la biología
y lo que a ella le corresponde estudiar, tuve tres maestras en un año. Tal
parecía que me había tocado desarrollarme en la generación del cansancio y la
jubilación. El único problema que nos visionaron mis maestros era a quién le
dejarían su legado, su experiencia (aunque me atrevo a decir que yo soy todos
ellos en uno, una parte mínima de su experiencia teórica, otra parte de su
experiencia humana).
La primera maestra, de
apellido Salamanca estuvo tan sólo nos acompañó dos meses. Para la fortuna de
la escuela, la nuestras y la de aquella maestra, una practicante hermosa,
delgada, de cara redonda con las mejillas bien notadas por el tono colorado que
tomaban al sonreír era la docente Berenice, misma que prácticamente estuvo casi
todo el ciclo escolar con nosotros, pues la hija de la maestra Salamanca sólo
llegó a culminar el año escolar al último mes de clases.
La maestra Berenice, al
principio, fue amable con todo el grupo, buscando que todo aprendieran sin
necesidad de la palabra fuerte y el sometimiento. Para mí era válido, empero,
para mis demás compañeros no lo era: ya que más de medio salón aprovechaba la
inexperiencia de la maestra y su bondad para realizar sus travesuras. Al menos,
así sucedió durante el primer mes.
Ella no dudó ni un
instante en cambiar de estrategias y la maestra linda y cariñosa que fue al
principio se convirtió en todo lo contrario. Al menos eso sucedió con la
mayoría del salón, pues con un servidor y con aquellos que realmente queríamos
aprender, la maestra Berenice continúo siendo la misma de siempre.
Definitivamente ella sí tenía vocación para la enseñanza, a comparación de la
hija de la maestra Salamanca, de la cual realmente el único recuerdo que poseo
es cuando ella me libró de un castigo, luego de que me colara la primera clase.
Yo espero que aquella
maestra tenga actualmente seguridad laboral, pues ella realmente tenía vocación
para la enseñanza. Aquí nuevamente queda recalcado un problema del magisterio
que se ha arrastrado hasta nuestros días. Pienso que si no hubiera sido por la
maestra Berenice en realidad nunca hubiera aprendido algo de biología, algo
que, en honor a ella, ahora to me encargo de enseñar a mis alumnos.
Una de sus evaluaciones
fue un tanto curiosa, pero que definitivamente fue significativa para mí. Ella
no aplicó un examen común con preguntas y respuestas, sino que ella sólo se
limitó a dar la fecha para la aplicación de la evaluación. Yo estaba seguro que
vendrían temas como el origen de la vida, las eras geológicas y demás temas que
habíamos visto durante el bimestre.
Más, aunque si fue como
tal aquellos temas, en realidad, cuando llego el día marcado por ella sólo se
limitó a dar la siguiente instrucción: saquen su libreta, arranquen una hoja de
ella y coloquen todo lo que recuerden de la materia. Ese va a ser su examen y
dependiendo lo que expliquen y desarrollen eso se convertirá en su
calificación. Para mí, más fácil no puedo ser, por lo que me dediqué a escribir
y casi acompleté dos hojas.
Para motivarnos, antes
del examen, nos había dicho que, si había buen comportamiento y aprendizaje de
nuestra parte, exentaría de examen a alguno de nosotros. El único que logró
exentar fue mi compañero que le decían “El chuky”, pero el día del examen le
dijo que también tenía que hacer la evaluación debido al mal comportamiento que
había ido teniendo en las últimas semanas.
Faltó a su palabra, pero
el mar comportamiento del salón iba en aumento, y sólo así logro finalmente
tener al grupo callado y poniendo atención. Conmigo siempre fue amable y
sonriente, empática y yo la estimaba mucho. Han pasado más de 10 años y espero
que Dios la halla bendecido como a muchos de los demás profesores que, en
medida de lo posible, buscaron contribuir al aprendizaje de todos nosotros.
Había un maestro que
muchos querían, pero del cual recuerdo muy poco. El maestro “Paquito” o
“taquito”. El impartía la asignatura de introducción a la física y química
(Delfino le compuso una canción al título de tal materia), más sólo recuerdo
que nos dejó inventar un acordeón muy ingenioso para evadir examen y de esa
manera exentar la materia. Gracias a él comencé a realizar mis lecturas de
revistas científicas y a percatarme de que hay maestros que a veces no comprendo
que quieren.
Gracia a este maestro
(que tenía u su hijo en aquella institución y al cual también le impartía
clases) tuve mi primer acercamiento con el internet y el manejo de la
computadora. En un disquet teníamos que guardar el archivo de la vida de un
mosquito. Para tal actividad tuve que apoyarme de Daniel y de Gerardo, ya que
por ese entonces apenas se ponía de moda el uso de la computadora.
De hecho, según recuerdo,
ese era el taller al cual muchos buscaban ingresar, claro que el cupo era limitado,
además de que era el único que requería el pago mensual de 100 pesos, con
máquina compartida. A mí, en lo particular, no me llamo mucho la atención. En
realidad, ni uno de los talleres que se ofertaban despertaban mi interés, ni
uno. Aunque ahora conozco algo básico de arquitectura gracias al taller de
dibujo técnico al cual ingresé. Desde ese momento no fui capaz de darme cuenta
que en el mundo no siempre está lo que tú quieres a tu alcance (lo digo por los
talleres), y que el tráfico de influencias se sustenta bajo la cobija del don
dinero.
La maestra de química se
llamada Isabel (es curioso cómo funciona la memoria: desde que me gradué
prácticamente olvidé su nombre y ahora, a tan sólo unos segundos de omitirlo,
así de la nada, al parecer, regrese a manifestarse, a reclamar su lugar en la
historia, en la memoria; y vaya que lo tiene bien ganado, pues fue diestra en
sus saberes además de que, aunque se apoyó de una maestra prácticamente, nunca
descuidó al salón para cualquier duda que surgiera).
Media como 1.65, de piel
morena, cabello ondulado con rayitos, algo así como la Celia Cruz de la
escuela, tanto por la imagen como por el tono de voz. En cambio, la practicante
era todavía más delgadita y un poco más bajita de estatura, con cabello siempre
de coleta y corto. Llevaba unas bolitas simples para recogerse el cabello. Ella
se llevaba muy bien con una practicante de Historia que no conocí, más sólo la
saludé cuando la veía junto a la practicante (de ella si no recuerdo su
nombre).
Mis compañeros burlones
no solían ponerle atención: su cuerpo, rostro y figura parecían ser el de una
adolescente de tercer grado. Por tal motivo, la maestra siempre tuvo detalles
con más de medio salón. Más hubo una tarde en la cual un alto porcentaje
decidió mostrarse humano y empático luego de que ella culminara en lágrimas en
frente de todo el salón. Debo admitir que, cuando yo presencié aquel acto, mi
corazón no sólo le mostró empatía rompiéndose junto al de ella, sino que además
hubiera dado hasta mi vida con tal de que no derramase una gota más.
Los días pasan sin
detenerse si quiera por aquel que lo necesite y no caiga en la infortuna.
Talvez el tiempo no es siempre ese ente abstracto y misterioso que a tanto
filósofo y literato enamora, talvez también es un ser desconsiderado que sólo
busca crear caos y heridas entre todos los que somos materia. Talvez tiene
celos de ello y por eso resulta ser un juez y un verdugo al mismo tiempo.
Así pues, cuando ese
torbellino incipiente destructor más de esperanza que todo de cuerpos cedió una
ráfaga liviana de viento para que una parte, muy mínima, de oxigeno viniera a
nuestra sangre y fuéramos testigos de un presente atado y un presagió en el
abismo, fue cuando ella, la maestra practicante, con compartiera la verdad, más
no cualquier verdad, sino su verdad…
Ella, como muchas otras
que han quedado dentro del anonimato, había crecido en medio de un mundo de
sueños y posibilidades, agregándole a ello, que pertenecía a una clase
acomodada. Pues ello no fue lo suficientemente fuerte como para que le poder de
la decisión le fuera otorgado: a nuestra edad (bueno, a la edad de ese
entonces) ella se veía a sí misma como a una mujer enfrente de un restirador,
con los lápices HB a su disposición, rodeada de escuadras, reglas “T” y
haciendo de su genialidad una cantidad incalculable de planos.
Mas, como era de esperar,
al ir creciendo el mundo (principalmente de sus padres) le hizo saber que el
desarrollo de una soñadora sólo se encuentra dentro de los libros de magia y
literatura, ya que no sólo hicieron que desistiera de su deseo de verse como
una mujer profesional y arquitecta, sino que además le impusieron que su
destino era ser maestra y atender a los niños, a nosotros, y claro, al
percatarse de que no tenía “madera” de control grupal, finalmente, como
cualquier ser humano, explotó.
¿Por es tan cruel este
mundo que ataca con la daga del destino a las mentes y a los corazones? ¿Por
qué les hace creer que vivimos dentro del castillo de las posibilidades, pero
cuando menos nos lo esperamos, resulta que estamos nadando en un río
contaminado con aguas residuales de industrias que sólo saben gritar y gritar
para acabar de desquebrajar lo poco que queda de bondad y alma dentro de
nuestros cuerpos?... Pues esa es la historia, esa es (ahora) su historia…
La cátedra de Educación
Física estuvo a cargo del maestro Martín: un hombre alto, delgado y con una
sonrisa de nacimiento. Por ello, algunos lo apodaban como “Cepillín”, por esa
similitud con aquel personaje. El tema que más me agradó y que expuse en una de
sus clases fue la celda solar. No sólo me había preparado para el tema, sino
que realmente había comprendido el texto de aquel libro. El maestro, luego de
que culminara mi exposición, agregó información extra, lo cual hizo más
llamativa la exposición. Finalmente, me felicitó y me dijo en frente del salón:
“muy bien Vitor, tienes 10”.
Pienso que le caía bien a
ese profesor, porque, no lo sé, pero siempre se ponía a platicar con Monse, con
Daniel y conmigo. De hecho, fueron tantas las ocasiones que me vio con ella que
llego a creer que era mi novia, diciendo que él era como yo, es decir, que
durante su segundo año de secundaria lo suyo era el futbol, pero en tercer
grado se consiguió una novia y también le gustaban grandotas, aunque le peguen.
Ese maestro, junto con
maestra Gudelia, la maestra Gladis, el maestro Saúl y la de taquimecanografía,
así como el prefecto de tercer año Omar y el maestro Alejandro de Educación
junto con su esposa Lorena que impartía la misma materia, habían iniciado como
personal académico cuando recién inició funciones la escuela, por lo que muchos
de ellos conocían mis tíos y tías, más no eran capaz de reconocerme a mí.
En tercer grado había una
materia que se llamaba Identidad Poblana, la cual era impartida por la maestra
encargada del taller de computación: una mujer alta, blanca, con el cabello
largo y claro, bien parecida y siempre presentable. Ella en cierta ocasión
aplicó un ejercicio de tintes psicológicos, pidiendo que dibujáramos un árbol.
Todo iba bien hasta que decidí colocarle un agujero en la parte superior del
tronco, en primer lugar, porque mi compañero Oswaldo lo había hecho, y en
segundo, porque era algo que me parecía muy atractivo.
Cada uno de nosotros pasó
a que la maestra les revisara. Cuando pasé yo me dijo que la esperara un
momento. Cuando terminó de revisar a mis demás compañeros me preguntó el motivo
de aquel agujero negro y yo le expliqué que era porque lo consideraba
atractivo. Ella, amablemente, me dijo que eso significaba que algo tenía que me
estaba ocasionando cierto desbalance del pasado en el presente, por lo cual me
dijo que tenía que meditarlo.
La verdad es que ese
detalle lo había hecho más por imitación y por imaginar que ahí vivía un búho.
Talvez si le hubiera compartido éste último detalle ella me hubiese dicho algo
más. Más ahora y siempre será incierto, y aunque haya tenido razón, para ese
entonces, ahora es algo que atesoro como una experiencia más de lo que me
sucedió cuando era un adolescente, un inocente adolescente…
Siempre me interesó el
idioma del inglés: esa capacidad de hablar otra lengua y de poder concretar una
conversación con alguien siempre me fue intrigante, maravilloso, atractivo,
apasionante. El único problema era que el método de enseñanza de la maestra
Ángela, al menos para mí, no fue el adecuado. Ella llegaba y se la pasaba
hablando en inglés, pues aseveraba que esa era la forma de aprenderlo:
escuchándolo aún sin saber, dado que así sucede con el español.
Ella hizo que nos
aprendiéramos el saludo de good morning teacher, mismo que teníamos que
responder luego de que ella entrara al salón (obviamente de pie), ella
inmediatamente decía el famosísimo how are you?, siendo nosotros los que
debíamos responder I´m fine y posteriormente regresarle la pregunta how are
you?. Entonces ella respondía I´m fine, thanks you. Sit down, please y
finalmente cerrábamos aquella diminuta conversación con el thanks you, teacher.
Una palabra que también
repetía mucho era “alumno” aun refiriéndose a todo el grupo. Otra frase que,
ahora yo les digo a mis alumnos, era decir open your book, misma que una vez
empleó Martín para hacerle burla. Ella, por supuesto, respondió en inglés, pero
es algo que no recuerdo y jamás sabré por el devenir del, nuevamente, tiempo.
Las clases de inglés, en ese entonces, eran tres veces por semana.
Mas la maestra que estuvo
cargo de dicha materia se ausentó por casi más de medio año por una operación
que tuvo en la cabeza, tras haber tenido un accidente (o al menos eso se
rumoraba). Para segundo año ella continuó con su incapacidad y finalmente, el
prefecto Omar se tuvo que hacer cargo del grupo (quien sabe si el haya
realmente tenido la especialidad o formación) hasta terminar el ciclo escolar.
Posteriormente, antes de culminar el segundo año, el prefecto Omar nos hizo
saber que la maestra Ángela ya no regresaría a dar clases, ya que había
promovido su jubilación.
No demerito el esfuerzo
que hizo (aunque sea mínimo) el prefecto Omar para dar la asignatura de Inglés
(materia de la cual no teníamos libro), pero para ser honesto, el único Inglés
que realmente fue provechoso y que realmente entendí fue aquel que recibí hasta
tercer grado de secundaria (un año antes de graduarme), mismo que fue impartido
por el maestro Alberto: un hombre alto, moreno, con dientes bien formados, pero
amarillos, que siempre llevaba un portafolios, un pastalón de vestir y un
suéter al estilo de los que confeccionan la abuelas para sus nietos. Su voz era
bajita, más eso no era impedimento para aprendiéramos y comprendiéramos el
idioma: todo lo contrario, él se esmeró no sólo para tratar de dar los
contenidos que le solicitaba el propio ciclo escolar y grado, sino que además
se dio el tiempo para regresarse y repasar los temas básicos que, obviamente,
nunca vimos ni siquiera de embarrada.
Secreto 29: PAHAMACA
Sólo
el yo niño
Puede
rescatar al yo adulto
El profesor Alberto,
además de dar a conocer sus conocimientos de una manera que yo (y pienso que
muchos) los podía comprender sin algún problema, también mencionaba ciertos “tips”
para una mejor pronunciación del idioma del inglés, por ejemplo, el colocar la
lengua detrás de los dientes de la parte inferior, ya que mencionaba que ello
limitaría el movimiento de la lengua y la abertura de los labios, pues si
deseaba dominar tal lengua era necesario ser consciente que se oponía a los
movimientos de los órganos vocales para el español.
Además, él también
compartió con todo el grupo que había estado viviendo una buena temporada en los
Estados Unidos, cerca de más de tres años, lo cual le permitió la consolidación
de sus aprendizajes en el idioma. Aunado a ello, la práctica docente era algo
que le apasionaba, por lo que él realmente se sentía realizado cada vez que se
paraba frente a los estudiantes para compartir parte de sus conocimientos. Por
tal motivo, se consideraba una persona afortunada.
Por otra parte, aunque él
se mostraba siempre como alguien que vivía dentro de los frutos de sus sueños
por los cuales luchó incansablemente, había algo que lamentaba de vez casi
siempre al inicio del año escolar, sobre todo cuando se percataba a través de
un examen diagnóstico de que su trabajo se tenía que duplicar o hasta triplicar
durante un ciclo escolar dentro del mismo salón de clases, incluyendo hasta a
todo el grupo completo.
Ese detalle que le
causaba mucha revuelta, era tan simple en su inicio, pero que se enredaba y
sumergía dentro de una dudosa tierra oscura, pero a la vez fértil: la dirección
siempre le otorgaba los grupos de tercer grado en lugar de los de primer grado,
ya que opinaba que siempre le tocaba reparar a los alumnos de los errores de
sus “colegas” que de repente se les pasaban enseñar ciertos detalles básicos y
principales.
Por tal motivo él se veía
obligado a ensañar de forma apresurada, corriendo, buscando elegir siempre que
dar, que esperar, que posponer, ya que en la mayoría de los seis salones del tercer
grado se daba cuenta de que muchos de los estudiantes llevaban grandísimas
deficiencias en cuento a la estructura en la escritura, así como la
pronunciación. Educar al oído también era un arte fina que se tenía que
perfeccionar, más era algo por lo cual también estaba limitado, dado que la
escuela carecía de grabadoras o reproductores de video, pese a ubicarse dentro
de una zona urbana.
No es que despreciara a
ese grado en particular, más él tenía la pequeña idea de que el enseñar y
atender a alumnos “nuevos”, es decir, los de primer grado, era una de las
maneras ideales para que él plasmara cada uno de sus conocimientos esenciales desde
un principio, es decir, muchos antes de que se formaran todos los mitos de la
dificultad para aprender el idioma inglés, puesto que ya estando a punto de
culminar la secundaria, no había quien no pensara que tal lengua era sumamente
confusa, tan aburrida como el propio acto de no saber en qué emplear el tiempo
y poco atractiva como para desarrollarse como una de las habilidades
intelectuales particulares.
Recuerdo una anécdota
divertida, la cual se dio entre el primer examen que aplicó y las instrucciones
para el llenado del mismo. Él decía que todos los años era lo mismo: a los
alumnos se le olvidaba colocar su nombre en la evaluación. Así pues, dijo que,
en esta ocasión, quien olvidara colocar su nombre le restaría un punto a la
calificación que obtuvieran, como una sanción por olvidar algo que era
fundamental, lo cual no sólo le molestaba, sino que al mismo tiempo le restaba
tiempo para llevar un orden dentro del avance dentro del registro de su lista.
Aquel día, luego de
advertirnos dos semanas antes de la valoración escrita que aplicaría, llego
finalmente el momento de la verdad. El profesor Alberto se dispuso a entregar
las hojas que permanecieron boca abajo hasta que él diera lo orden de comenzar,
misma que fue indicada luego de que culminara de entregar a todos los exámenes.
Así pues, recordó no olvidar colocar el nombre o de lo contrario ya había una
advertencia de por medio ¿Se imaginan que me paso? ¿Cierto?
En cuanto a la materia de
Artes, durante el segundo grado, estuvo a cargo de la maestra que ofrecía el
taller de Corte y Confección. Ella era una mujer que usaba un bastón negro,
brillante, con algunas decoraciones doradas, para poder caminar, ya que tenía
lastimado el pie. Parecía que ese problema lo tría desde niña, aunque también
pudo ser un accidente durante su juventud. La realidad que ni uno de nosotros
conocía la historia real de esa dificultad física.
Cuando yo ingresé a
secundaria aquella mujer ya tenía más de 40 años. Su rostro era redondo, con
las mejillas ya desaparecidas entre las manchas de la piel y las arrugas de la
edad. Además, usaba anteojos para enseñar y para caminar siempre lo hacía
portando un par de gafas oscuras. Pienso que eso se debía a un gusto, a una
moda o, incluso, a un signo de vergüenza.
Con ella hicimos varias
actividades artísticas con ella durante aquel ciclo escolar, más del trabajo
que recuerdo es aquel paisaje que realice con acuarelas y cáscara de huevo
triturado sobre papel cascarón, sí como el relleno de papel lustre sobre los
dibujos (Por aquel entonces yo dibujo un muñeco de la serie Yugioh, la carta
que se llamaba arlequín sin rostro, una figura que me causaba intriga,
misterio, en medio de un niño y una niña a su lado, con capacidades mágicas y
hechiceras).
Más como maestra del
taller de Corte y Confección era sumamente estricta y causaba algo de miedo a
los estudiantes debido al tono de voz fuerte que poseía e imponía. Yo supongo
que esa era su especialidad y, ahora que lo vivo, pienso que al ofertar la
materia de Artes sólo fue un complemento a la falta de personal que había en la
secundaria. Yo no tengo tan malos recuerdos de ella, dado que siempre cumplí
con las actividades (aunque debes en cuando había una llamada de atención a
todo el grupo para guardar silencio). Lo de ser rígida me lo platicó Irais,
quien estuvo en ese taller y quien me aseguró que le gritaba muy fuerte a
aquellos que no llevaban el material completo: sea las reglas especiales, sea
la tela, hilo, tijeras, etc.
En cambio, la maestra de
Artes de primer año fue la de Taquimecanografía. Con ella hicimos sobre una
cartulina un dibujo y aplicamos la técnica del salpicado de tinta con su
cepillo de dientes (técnica que me gustó mucho y hasta la fecha debes en cuando
sigo aplicando en algunos de mis trabajos profesionales). Por aquel entonces yo
veía mucho la caricatura de Bob Esponja (claro que al inicio no me agradaba,
más después de que Ana Laura me la recomendó comencé a verla y tras,
coincidencia o no, ver el primer capítulo que se conoce como “solicito
empleado” quedé encantado con la actitud y la perseverancia del personaje), por
lo que hice una réplica de él en forma de fantasma.
También realizamos
esculturas con jabón de barra. Yo hice dos: la misma figura de Bob esponja en
fantasma fue la primera, y la segunda, fue con una barra de jabón zote rosa en
donde intenté reproducir la Venus de Milo, imagen que viene en una caja de
cerillos muy conocida y ya con más de 50 años de existencia en México. Debo
aclarar que al final no quedé conforme con ninguna de las dos y tampoco me di a
la tarea de practicar nuevamente, aunque había una inclinación a las artes
plásticas.
Con ella también
esculpimos figuras con plastilina de colores. Yo elegí dos barras y después
intercambié mis colores por otros diferentes con mis compañeros. Durante la
clase yo hice a “Gari”, un caracol que fungía como la mascota de Bob Esponja, más
que emitía maullidos como si se tratase de un gato. También esculpí al propio
Bob Esponja y otras cuatro figuras que se relacionaban con la caricatura: unas
algas que más bien parecían maguey, las imágenes de flores que también se ven
en el fondo de los escenarios de dicha caricatura, más es de lo poco que hasta
la fecha recuerdo.
De hecho, ahora que abuso
y aprovecho que se encuentran trabajando mis neuronas a un nivel como antes,
con un profesor hicimos la realización de pipetas y figuras de vidrio con tubos
largos de cristal (es posible que las haya realizado con el maestro Paquito o
Martín). Yo hice seis y las coloqué pegadas con el silicón rojo, que utilizaba
mi abuelo para sus trabajos de mecánica, sobre un octavo de papel cascarón.
Tal trabajo perduró vivo por
varios años, incluso casi hasta mis primeros días de licenciatura en la
universidad del estado, hasta que finalmente fueron destruidos luego de que
abandonara la casa de mis abuelos, claro que lo mismo sucedió con todos los
demás trabajos que resguardaba cariñosamente. La idea de lo que fue ahora se
mantendrá dentro de este templo letrado, del estilo biblioteca menta, para mi
seguridad y confort.
La profesora Arlet,
también de Artes, de tercer grado, atendió a nuestro salón, aunque su clase era
más bien hora de platicar con ella, hora de hacer tareas para otra clase de
otro maestro más severo, hora para salir a ver partidos de futbol en las
canchas. Su apariencia era estética para la vista: era un cuerpo doble, piel
clara, maquillada, cabello corto, pero ondulado y con rayitos.
El carácter de aquella
mujer era grato para todos, cálido, y empático: no había distinción entre los
que cumplían y los que no. A ella nunca la vi molesta o enojada, pues su
temperamento tenía la suavidad propia del agua, y si algo le disgustaba sabía
manejar el arte de la ironía y la evasión. Por esa forma tan diferente a los
demás profesores se ganó el respeto de todo el salón, ya que no había alumno
que le faltase al respeto, por el contrario, figuraba entre la favorita de
todos.
Ello, para mí, me
garantizó la concentración en otras materias que solían requerir más tiempo y
mayor concentración, tal y como lo era por aquel entonces el inglés. A la
maestra Arlet muchas ocasiones la vi con junto al profesor Saúl y muchas veces
imaginé que eran novios y terminarían en santo matrimonio, algo que me parecía
grato ya que como pareja se veían bien. Claro que, luego de culminar la secundaria
no retorné y no sé cuál fue el fin (con el pasar de los años) de los dos.
Talvez hicimos trabajos escolares
con ella, talvez no. Sólo recuerdo que contra ella jugué uno de los partidos
más “arriesgados” de ajedrez de mi corta vida (todo el conocimiento de mis
amigos aplicado sobre un tablero, en un determinado momento, en una determinada
hora y acompañados por algunos de ellos). Claro que por algún motivo surgió,
con ese juego, una apuesta: si yo le ganaba ella me regalaría un punto en mi
calificación final, más si ella ganaba, me reprobaría automáticamente.
Como ya lo dije, ese momento,
para mi edad, fue intenso y también de gran ganancia al vencerla durante esa
partida. Talvez se dejó ganar, talvez fue suerte. Más ese momento trascendió
para mí, como muchos otros. Debo de agradecer a Daniel, a Enrique y también a Monse,
quienes me acompañaron desde que inicié hasta que culminé la partida. Martín,
Gerardo, Delfino y Edith Gonzáles iban y venían al escritorio, en donde se
desarrollaba el juego. Sin embargo, quien me felicitó y se sorprendió del resultado
final fue Monse, de quien recibí un abrazo.
Durante mi estancia en
esta secundaria federal también aprendí a buscar formas para generar dinero. En
primer grado hubo una excursión a las ruinas de Teotihuacan y a la Feria de
Chapultepec organizada por el maestro Saúl. Yo quería ir en ese viaje y conocer
tanto las ruinas como al parque de diversiones. Mis abuelos, por otra parte, no
tenían dinero más que sólo para comer. Así pues, yo me di a la tarea de vender
globos rellenos de harina (los cuales se ponían de moda para hacer bromas
pesadas), siendo mi prima Elvira la que me ayudó a ofrecerlos, aprovechando que
se venía la coronación de una reina. Con ello recabé no más de 20 pesos, pero todavía
estaba muy motivado, muy ilusionado, con esas ganas y esa actitud de que todo
es posible.
Por ese tiempo yo sabía
que, por mi edad, ya no era posible salir a pedir dinero o dulces en temporada
de Hallowen, más lo hice advirtiéndome que sería el último año, y lo recabado
sería para mi viaje. Los días pasaron y de igual manera sólo junté cerca de 50
pesos. Haciendo la suma llevaba yo 70 pesos. El día se acercaba y no llevaba ni
siquiera la mitad del costo del boleto, el cual era de 250 pesos.
Más por esos días se
llevó a cabo una Kermes, precisamente para recaudar fondos (no recuerdo para
que). A mi salón le tocó preparar envueltos de mole. Mis abuelos me apoyaron
llevando un cuarto, más como Daniel ese día apoyó porque estaba en la caja, de
los envueltos que se vendieron me apartó 40 pesos. Nadie lo supo, sólo él y yo,
porque la idea era ir ambos a la excursión.
Junté 110 pesos, más
todavía me falta mucho y estábamos a dos semanas de que se llevara a cabo la
excursión. Yo estaba muy triste, porque sabría que no lo lograría. Dios escuchó
la imploración de mis ruegos y me mandó a mi tío Juan (su bondad pronto se
vería opacada por la desgracia del destino), esposo de mi tía Norma, quien me
dijo que pondría el resto. Yo estaba muy feliz, muy contento, muy agradecido,
porque al viaje iría también Elvira.
Ese día del viaje llegué
corriendo junto con mi prima. Ambos nos fuimos juntos en el tercer autobús. A
Daniel le tocó irse en el primer autobús por haber pagado a tiempo. Más el ir
con mi primar me hizo conocer y platicar con Lucina, una amiga de mi prima que
me cayó muy bien y con la cual hice buena amistad desde ese día. Los tres,
durante todo el viaje permanecimos juntos y no nos separamos.
Lucina era una niña
delgada, entre la estatura de mi prima y la mía. Su piel era blanca y su tono
de vos era delgado y dulce. Al igual que mi prima, no terminó la secundaria, ya
que ella terminó juntándose muy joven y siendo mamá casi después de que se
juntó. El chico con el cual hizo vida conyugal también estudiaba en la
secundaria y en el mismo salón. Su nombre no lo recuerdo, pero era uno de los
más altos de la escuela.
Mi prima Elvira se quedó
en segundo de secundaria. Ella me quería mucho y yo igual. Solíamos ir a las
maquinitas de “Don Chávez” a jugar video juegos. Además, ella se hizo amiga de
Oscar: uno de los más simpáticos de toda la escuela. Anduvo de novia con
Filemón, uno de sus compañeros de salón, más sólo duraron una semana. Ella
siempre hablaba de un tal julio “El pellejas”. Yo siempre creí que le gustaba,
más ella lo negó siempre.
Quien siempre le rogó,
más nunca anduvo con él fue con uno de sus compañeros que se llamaba Arturo,
más nunca le hizo caso. Arturo terminó casándose, y después divorciándose, con
Lucrecia, una de mis compañeras de salón que estaba “muy desarrollada” y con quien
también tenía diversas platicas. Es un extraño recordar hasta apenas a
Lucrecia, y con ella, a Adriana, otra compañera que era similar al Lucrecia por
ser bajitas, pero con el cuerpo de una mujer joven.
Fueron pocas las veces
que salí en excursiones escolares. En primaria fuimos a Izucar de Matamoros a
nadar a San Carlos con la maestra Blanquita. Fuimos todo el salón y de regreso
de aquel balneario, por alguna extraña situación íbamos diciendo adiós a todos
desde el autobús. Hubo una hermosa señora que decidió jugar con nosotros desde
su coche, haciéndonos adiós con las dos manos: una lagrima se ha derramado.
Simplemente no puedo evitar mirar al pasado, con nostalgia y recobrar todos
esos tesoros con la añoranza de revivirlos, más en este caso, de plasmarlos a
través estas letras.
Tampoco he de olvidar a
Ana Karen, una niña simpática de cabello muy largo y ondulado, la cual rentaba
en una vecindad con su familia. Ella fue amiga de mi prima Elvira, pero también
me hablaba a mí. Ellos venían de Orizaba y una vez que terminara la primaria,
ella y su familia se regresarían para allá o para Veracruz. También había una
niña delgadita con pequitas, cuyo nombre no recuerdo, más ella estaba enamorada
de mí.
Regresando a los eventos
de secundaria, también debo de rescatar aquel taller de Ajedrez en el cual
participé desde que inició hasta que culminó. Quien lo impartía era el maestro
del taller de Electricidad en conjunto con maestro Martín. El primer día todos
estábamos emocionados y habías más de 30 niños, más conforme avanzó el tiempo
sólo quedamos unos cuatro por mucho. Ana Laura participó también y muchas veces
jugábamos juntos.
El profesor Martin sólo
dio una clase de ajedrez el primer día: el caballo se mueve en forma de “L” y
es la única pieza que puede brincar. De ahí nunca más volvió a dar una cátedra,
ya que se la pasaba jugando contra el maestro de electricidad (un hombre
delgado y bajito, con voz un tanto amanerada). Yo aprendí gracias a Ana Laura,
Daniel, al niño que le decían el Chuky y otro niño delgado, moreno, del grupo
“A”, y claro, perdiendo muchas partidas.
El maestro de Ajedrez que
ingresó un año después sólo sería exclusivo para primer grado: era un hombre
alto, rapado, con bigote y con panza. Dado que la popularidad del taller
decreció, ambos talleres se juntaron y sólo quedó uno a cargo del maestro
Martín y del “Pelón”. Con este último aprendí a dar jaque mate solamente con
Dama, después con Torre, con dos Alfiles, con Caballo y Alfil.
Quien también me enseñó a
reflexionar más mis jugadas fue uno de sus alumnos de ese maestro pelón y
bigotón: un niño morenito y delgado. Con el siempre que jugábamos quedábamos
empatados. Así sucedió durante tres partidas, hasta que, en una, finalmente me
ganó. De ahí, me volvió a ganar otra dos veces y sólo fue hasta la siguiente
que le gané una vez. Él fue mi rival, más sólo de forma amistosa.
Gracias a ese taller, yo
fui a concursar a un torneo a nivel zona. Íbamos tres niños y una niña: en
número 1 iba un niño peloncito, muy bueno en el ajedrez como su propio maestro,
en segundo iba el niño flaquito del “A”, el tercero yo y en el 4 una niña que
se llamaba Mariana. Para pasar al siguiente nivel todos teníamos que generar la
mayor puntuación en equipo. Más los marcadores no nos favorecieron como se
esperaba.
El niño peloncito ganó cuatro juegos y quedó uno empatado. El niño de “A” perdió cuatro y sólo ganó uno. Yo perdí dos y gané tres. La niña sólo ganó uno. En mi caso, mi primera partida, aunque llevaba ventaja, por confiado la perdí. Mi última partida me dejo una lección de humildad. Mi rival provenía de una secundaria técnica y cuando supo que mi número era el tres, me saludo extendiendo la mano diciendo que también estaba en esa categoría.Yo no le di la mano, más por timidez y porque no me imaginaba que él hiciera eso, más aun así fue descortés. Cuando me enfrenté a él en mi última partida, él me destrozó jugando con su dama, el único detalle fue que, cuando le capturé su dama, le causó tanto daño que no logró reponerse. Yo le gané aplicando la técnica de Rey y Dama contra Rey. Después de ello, fui yo quien quedó agradecido por la lección de educación que me dio.
Secreto 30: PATLANI
¿Cuántas veces mi armadura se vio desgastada?
Las mismas veces que te convertiste en mi escudo y espada
Cada vez que me lo permito (porque suelo ser un loco programado entre el horario y las actividades), me imagino a mí mismo sentado con la espalda recta (algo que siempre me ha costado y cuyos esfuerzos son intensos cuando intento meditar) observando a este gigantesco mundo social que se encuentra debajo de mí, girando con toda la tierra y caminando siempre en contra de ella (aunque sólo sea en la imaginación) y, aunque el límite es aquello mismo que sucede enfrente de mi cuerpo, es inevitable querer profundizar en toda esa composición que me modela, que me atrae como fuerza de gravedad hacia un centro físico e inhóspito afín de saber el orden de cada ente que funciona dentro de un espacio que está configurado bajo ciertas características: yo soy parte de él, más debo de admitir que ello me molesta demasiado.
Hay una dicotomía (partes que se contraponen según la maestra Ligia) entre lo que muchos han nombrado como destino y entre aquello que me agrada siempre mantener en alto y el origen de la existencia: el azar. Claro que, bajo ciertos criterios, estoy casi seguro que nunca podría vencer los argumentos de los que creen y defienden al ingeniero del destino y sus brazos mecánicos que actúan como lianas en la selva.
Aun así, con toda la evidencia que ellos pudieran recoger, utilizar, demostrar, justificar para persuadirme de momento, cuando pase alguna hora o día, yo no voy a estar tan seguro de cual se impone o de cual sea mera ficción de la cabeza del ser humano para sostener tales o cuales actos que se dan tanto para el desarrollo de la historia cotidiana como en los grandes textos de la literatura universal que inundan las bibliotecas y las universidades (soy un ser sumamente necio que le fascina beber constantemente de la fuente maravillosa de la especulación y los divagues).
Más ello es algo que debe de trabajarse bajo el paradigma-arlequín de la realidad: lo que se es y lo que se será (esto para lograr arrebatarle el poder a la frase de “por algo pasan las cosas” que mucho se le ha dado en los últimos años, pues lo que “fue” sólo será tomado en cuenta como un germen o virus histórico que dé como resultado una fracción mínima del presente, de lo contrario, el intelecto de nuestra especie estaría ligada a la mera casualidad, a lo accidental y no estaría acobijado de la manta de la razón).
Talvez eso sea aquello que se conoce como presente: una mínima fracción del pasado reflejo dentro de su continuo vigilante, una fracción del destino artificioso manejado por un titiritero cuyo rostro jamás definiremos tanto por la oscuridad del universo como por el exceso de luz que le da el sol para darle luz, una fracción de lo natural (que apenas si se escapa nítidamente de lo artificioso) y una fracción del bendito azar (que tanto amo).
Más como todos estos conceptos ya han sido abordados por multiplicidad de autores, filósofos, sabios y filántropos (que incluso leído para esclarecer ideas) ahora sólo me enfocaré a recordarlos y mencionarlos en cuanto me sea permitido por mi pequeña cabeza distraída, con tal de que cada zona geográfica obtenga sus propios argumentos que sustenten sus decisiones y sus respetables estilos de vida, de pensar, de costumbres, y por supuesto, por su futuro próximo emanado de su presente en construcción continuamente.
Dentro de la comunidad rural de Miguel Aldama, que no escapa a ni uno de los pilares ya mencionados, es importante que sean tomados en cuenta por cada uno de sus habitantes, antropólogos e historiadores para que procedan a respirar esas partículas que den respuesta a los porqués, a las confusiones, a los conflictos que podrían presentarse dentro del aquí y dentro del ahora, para decidir y no convertirse en víctimas de sí mismas y de las circunstancias, aunque aquí se vislumbre constantemente el límite y poder de las mismas.
Hay inclinaciones que perturban la delicada línea recta (o semirecta) de los pasos, haciendo que aquel cuerpo que la dibuja con su energía la remueva hacia otro plano, hacia otra dirección, hacia otro sentido (una inagotable riqueza de masa esperando a ser moldeada). Aquí entonces surge una ramificación ¿Repetible? ¿No repetible? Los resultados nos dirán una verdad (talvez relativa) del fenómeno que sucede en tal “modelo” de experimentación, de aplicación, dando como resultado lo que los matemáticos han bautizado como la probabilidad.
Aunque en muchos de los casos la experimentación está en constante peligro por la propia riqueza de la cotidianidad (¿Estará peleada la innovación con el pensamiento ancestral?), ello no implica que su importancia y validez desaparezca de los grupos que están afuera de los científicos, ya que sucederá todo lo contrario: el grupo de especialistas adquirirá una responsabilidad intrínseca que le concierne al propio conocimiento y a los seres divinos de la luz y la vida, afín ya no de que la especie humana perdure, sino de que el concepto de movimiento, crecimiento y evolución bajo ese centro que se cataloga como vida perdure hasta que el universo vuelva a fusionarse con nosotros mismos, con la materia biológica que somos.
A Laura, por ejemplo, le tocó vivir dentro de un pequeño experimento en torno a la decisión propia y el poder que a ella le atañe: la que le recomienda el maestro aplicar siempre, la que observa por parte de su hermano rebelde ante toda palabra que le incomoda, la que influye directamente de los padres por el hecho de ser adultos y cargar responsabilidades, la que observa a partir de sus demás compañeros de acuerdo a sus gustos y preferencias (o influencias), y posiblemente, dentro de algún grado dado que al final del día prefirió: de ella misma, permitiendo trabajar la duda y su contraparte, la seguridad y su contrario, quien podría permitirse personificar y quien no…
Las primeras clases en Miguel Aldama, en la escuela secundaria de Ignacio Allende, junto a la estudiante Laura, dejaron mucha expectativa para bien, dado que todos, incluyéndola a ella, mostraban empeño para el aprendizaje y el trabajo. Claro que, en el caso particular de Laura, claramente, había mucho que trabajar a detalle. Yo, por una parte, poco a poco crecían algunas dudas en torno a ella: tanto por la rapidez en la cual terminaba la actividad como por la forma en la cual presentaba su trabajo (a veces con orden, a veces con letra clara, a veces con múltiples colores, a veces se reflejaba el poco ánimo que llevaba), y aun así valoré siempre lo que presentaba sobre las hojas de las diferentes libretas escolares.
Esa actitud (aparentemente) fresca de alguien que recién termina (o cree terminar) una etapa de su vida e inicia una nueva en otra institución educativa se mantuvo casi durante el primer trimestre, empero, a partir del cuarto mes hubo un pequeño cambio: no para bien, pero tampoco para mal, sino para que ese ser de libertad comenzara emerger, a transfigurarse de las neuronas a la actuación (talvez la etapa de la adolescencia no sea la más difícil por los cambios biológicos, físicos, psíquicos y emocionales, sino la etapa más rica por la diversidad de sensaciones que se liberan en torno al crecimiento, pero que a muchos les gusta tachar de volubles por lo rico que resultan, pero por lo poco que se conocen sobre ellas).
Yo, cruelmente, les di a elegir que libros deseaban trabajar durante este ciclo escolar: por un lado, estaban aquellos que poseían más información, investigación, teoría (de acuerdo a mi perspectiva), y también estaban aquellos que estaban dirigidos al “pensamiento”, pero con falta de línea bien clara y dirigida, pues todo el libro estaba en torbellinos como si fuese un esbozo o boceto de muchas líneas, círculos y puntos, esperando por el artista que les diera un cuerpo, una forma, un fin. Yo transitaba (y todavía lo sigo haciendo hoy en día y hasta que de mi último respiro) por una senda que abarca la tolerancia, el respeto, la diversidad, el libre albedrío, la decisión y la conciencia.
Aunque reconozco el mínimo esfuerzo por aquellos libros que estaban más orientados al desarrollo del pensamiento, no puedo dejar de decir que dejaban mucho que desear cada una de sus páginas, de sus contenidos y de los ejercicios que conformaban las lecciones o temas (o unidades): eran unos superlibros que abarcan desde el preescolar, la primaria y hasta la secundaria, y aun así, no rebasan de las 300 páginas: no sólo se pretendía un ahorro en cuanto a material bibliográfico (respetable desde el punto de vista ambiental, pero ¿A dónde se dirigen los recursos?), sino que también (presiento) que se pretendía dar a conocer lo más básico de lo básico. Bastaba con leer que los autores de tal edición en realidad sólo eran compiladores de otras ediciones igualmente deseosas de párrafos, teorías y conocimientos por parte de expertos.
Laura (la niña de piel blanca con mejillas chapeadas y siempre peinada de coleta entera), luego de estudiar con aquellos que consideré mejor en cuanto a temas y actividades, decidió cambiar por aquellos que otorgaban mayor valor a la construcción del conocimiento (aparentemente). Yo, por supuesto, se lo permití, pues ese era su deseo, aunque desde el fondo de donde inicia mi ser no quise que ello sucediera, odié esa decisión, pero estaba aferrado a no tratar mal a mis estudiantes, a no gritarles, a tratarlos como seres humanos, a respetar su individualidad, a fomentar su decisión temprana, porque es cierto lo que dicen por ahí algunos autores: ellos deben de aprender a decidir desde pequeños y no de manera inconsciente.
Yo procuré ser lo más claro posible al advertirle sobre mi punto de vista. Sin embargo, dada tal decisión, al final del día la apoyé. Claro que también me tomé el momento pertinente y le expliqué que la ayudaría con ese material, como a todos los demás, hasta donde alcanzaran mis conocimientos y aptitudes (me gusta hacerles saber a mis alumnos que no por el hecho de ser maestro soy un ente que todo lo sabe) más que no por ello descuidaría al otro grupo que preferían continuar con los libros que yo había sugerido: era, digamos, por así decirlo, encontrar un equilibrio para establecer dos formas de trabajo dentro del salón de clases.
Y de esta manera ella continuó con sus estudios según sus deseos y posibilidades, por un lado, y los demás alumnos con los libros que propuse, por otro. A veces pienso que fui sumamente cruel y sumamente egoísta por permitirle ese cambio repentino, brusco, y aunque encontré consuelo bajo las palabras de un amigo diciéndome que hacía lo correcto, mi corazón me decía, me gritaba, me reprochaba que así no debería de ser el asunto, no cuando se trata de la formación de un infante, de alguien que necesitará todo el conocimiento posible para sobrevivir a este mundo duro y voraz.
Laura, en una plática corta a la hora de receso, me comentó que ella prefería tomar esos libros puesto que al terminar sus estudios de secundaria se iría a trabajar a la ciudad de México vendiendo la miel que producían las abejas de uno de sus tíos y también haciendo jarritos, ollas y platos de barro, lo cuales se vendían bien por lo tradicionales que resultaban para muchos. Además, las cazuelas eran de las preferidas, por la cantidad de alimento que se podían guisar dentro de ellas para los eventos especiales.
Tales actividades son, al tiempo, una noble labor y un ejercicio de primera necesidad, así como una admirable actividad ancestral como muchos otros empleos (La mal llamada sisi siempre recalcó que el trabajo de barrendero era tan digno como el de maestro, siempre que se fuera un barrendero al estilo de la actitud de las películas de “Cantinflas”, aunque muchos piensen que ello es sinónimo de conformismo, idea que definitivamente yo no comparto en lo más mínimo). Más, aun así, a lo que ella decidiera dedicarse, era preciso que conociera todo lo que el mundo había logrado a través de la ciencia, la investigación y el trabajo en los laboratorios y que en sí mismos pertenecen a los derechos humanos.
Su madre, al ser mujer, sólo le permitiría culminar los tres grados de secundaria, como sus otras dos hermanas. Su padre, por otra parte, opinaba que con estudiar los seis grados de primaria (o hasta de ser posible sólo hasta tercer año) bastaba para vivir, ya que aprendiendo a sumar, restar, multiplicar y dividir era más que suficiente. Y claro, saber leer y escribir también era importante. Todo lo demás carecía de valor para él, incluso, el estudio de la medicina.
A todo ello que vivía Laura se agregaba un eslabón más a la balanza del azar (o del destino para otros): la familia iba al día con el sustento que llevaba el padre a través de su oficio (albañil), lo cual traía como resultado que ni uno de ellos podría pagar estudios de bachiller a Laura (la niña más alta e inquieta del salón), aunque quisiera o mostrara las capacidades para continuar estudiando (yo siempre la vi como una abogada o mujer de política prometedora, algo que, por supuesto, se lo compartí en más de una ocasión).
Yo estoy sumamente amarrado al amor por los saberes, los descubrimientos, las inferencias y todo aquello que es digno de la curiosidad desde que tenía su edad. Por tal motivo, escuchar las palabras de Laura y luego conocer un poco sobre la situación familiar de la niña (agregando las dificultades geográficas) fue un golpe de espada filosa de la propia muerte, causante de hemorragias mentales. Por tal motivo, no sólo la compadecía a ella, sino en general a toda su familia.
Sin embargo, diré algo que ya muchos saben, pero que es preciso mantener siempre y no dejarlo sólo a la sombra de la deducción: estudiar no está demás, pues es una herramienta tan valiosa como lo es el trabajo del constructor o el trabajo de la cocinera: algo que siempre he dicho y nunca me cansaré de repetir, aunque las circunstancias en México sean algo extrañas: la clase profesionista batalla mucho tanto para encontrar trabajo estable como para vivir de lo que estudio, porque es cierto que aunque seas pedagogo puedes terminar trabajando como administrador y así hay un sinfín de ejemplos (Yo mismo me incluyo dentro de esta categoría).
A Laura le había tocado vivir dentro de una familia un tanto difícil: con su hermano Jesús, con el cual peleaba mucho, casi a diario, incluso dentro del salón de clases no se hablaban y cada vez que los ponía a trabajar juntos, simplemente sino los cambiaba, no hacían las actividades. Un tanto de ello bien se originaba en su extraño carácter fuerte que ambos poseían, posiblemente era resultado de la ira generada por los chantajes de la madre, posiblemente por la imposición de los deseos del padre, hay mucha tela de dónde cortar... Talvez me hecho la soga al cuello, no lo sé, pero de que hay gato encerrado, lo hay. Dejaré esto en manos de los expertos.
Así se la paso Laura (la niña con la voz más fuerte de todo el salón) hasta por ahí de febrero, cuando se aburrió de los libros que le permití estudiar y aunque a principios de marzo ella decidió reintegrarse al grupo con los libros que estaba trabajando desde un inicio, no volvió a ser la misma niña entusiasta que conocí los primeros días. Talvez fui yo el que apago esa vela al permitirle cambiar de libros y luego regresar a los primeros, talvez se deba al descuido por parte de la madre que se estaba llevando a cabo desde diciembre del 2019, talvez atravesaba problemas que ni yo mismo conocía.
Laura, como toda niña de su edad, era algo traviesa y yo, por supuesto, fui tolerante por mucho tiempo con ella. De hecho, me enorgullezco al presumir que nunca le grite y si le llame la atención fueron sólo con dos o tres veces. La mayoría del tiempo hablaba más como aconsejando que como exhortando y es que, como maestro, no debo ocasionar recuerdos que causen tristeza o melancolía a su existencia jovial, ya que ¿Con qué bellos recuerdos vivirán el día de mañana cuando la noche, por algún motivo, caiga sobre ellos? ¿Por qué ocasionar heridas que sólo perpetúen la represión que se supone se ha estado combatiendo desde el renacimiento?
Ellos, como todo ser humano que habita en este planeta, tienen derecho a una infancia (o vida) libre de todo tipo de violencia y recubierta de amor fraternal y comprensivo donde pueda florecer su seguridad, su autoestima, sus sueños y de que se percaten de es posible vivir dentro de un mundo donde sólo haya espacio para la armonía y la paz (aunque se escuche muy cursi o idealista).
Laura rompió un foco casi al inicio del ciclo escolar y muchas veces se gritó fuerte con Diego, llegando hasta a la agresión física, más, aun así, siempre busqué que se llegara a un acuerdo por parte de ambos, como, por ejemplo, que cada uno tuviera su mesa con su respectiva silla, y, en consecuencia, su espacio (aunque la mamá de Laura argumentaba que debía de obligarlos a sentarse juntos porque debían aprender a convivir. Yo, por supuesto, opinaba que había que darle tiempo al tiempo, ya después, por naturaleza, ellos se acercarían sin necesidad de mí o de las circunstancias, sino por su propia decisión).
Aun así, no dejo de pensar, pese a todo el disgusto que Laura me llegó a ocasionar, que hay un espíritu noble y fraternal dentro de ella, no es su esencia, sino en el exterior, el cual tuve la fortuna de conocer. Que ha sido difícil para sí misma por cómo ha sido educada claro está, pero es inevitable que deje de ver en ella esa chispa de bondad, esa chispa de amistad, de niña que merece tener una oportunidad para llevar a cabo su vida con respecto a lo que piense que es más conveniente para sí y conocer que el paraíso se vive y disfruta aquí en la tierra, en la tierra de que habitamos.
En cierta ocasión (bueno, una de tantas) que hablé con ella por los malentendidos que tenía con Diego, ella terminó llorando, diciendo que lo sentía, pero que ella le gritaba porque él también lo hacía. Pienso que si algo aprendí de Rodrigo es que me duele ver llorar a mis alumnos. Aquella tarde, sólo me limité a consolarla y decirle que buscara moderar su carácter y que, de ser posible, por el momento se alejara de Diego, a fin de que no tuviera problemas porque lo que menos quería era mandar a traer a su mamá.
Otro recuerdo de ella es cuando cambió mi cargador por el suyo. Yo me di cuenta luego de percatarme que mi celular no cargaba. Al hacerle el comentario, lo dice recalcando que si había sido un error dado que los cargadores eran los mismos no había problema, pero que, si había sido apropósito, entonces tenía que trabajar más en ciertos valores. Aunque toqué los dos puntos, hice mayor énfasis en el error de cambio por ser idénticos, claro que mi mente me dictaba más la segunda hipótesis, misma que preferí ignorar.
Ese día, al terminar la clase, posiblemente por el detalle del cargador del celular, Laura se había ofrecido a lavar los baños. Algo que agradecí. El mundo de los niños es el más bello, y el mundo del perdón en definitiva es invaluable. Yo espero en Dios que guie a Laura, porque su situación no sólo es algo compleja, sino que bien podría orillarla a tomar decisiones poco fructíferas, ya que a todo lo anterior se agregaba un rumor que me había platicado doña Mari en una de aquellas tardes en la cual fui a su casa a comer.
Resulta que Laura había dicho un rumor (el cual yo no dejaría dentro de una bolsa de saco roto): su tío abuelo la había manoseado hace un año, más por miedo no había dicho algo sino hasta apenas. Por tales palabras sólo me comentaron que casi le da un infarto a su madre y todo quedó ahí. Durante las clases de formación Cívica y Ética siempre hice énfasis en que cada uno de ellos era dueño de su cuerpo y que ni una persona, fuese maestro, fuese amigo, fuese familiar, tenía el derecho de tocarlos y que si ello sucedía tenían que denunciarlo, porque no hay persona que deba de ultrajarnos. Más por la pandemia que se desató ya no regresamos a clases presenciales y me fue imposible investigar tal asunto.
Secreto 31: Acuetzcomatl
Sedúceme, ¡oh! canto grave
Con la rigidez de tu vibración cual vaso de vidrio
El canto de la mujer solitaria, diosa de la ópera, me regresa la fuerza interna sumergida en las corrientes frías, me regresa la intensidad para volver a saborear porque ésta se ha visto desgastada por los tragos amargos, me regresa la vibración magnifica del tono a cada milímetro de los glóbulos rojos mi sangre, induciéndome a cantar desesperadamente mirando hacia el intenso e infinito cielo, provocándome a cantar con un movimiento sutil de las manos y los brazos como queriendo imitar la ligereza del místico y refrescante viento: sin fricción alguna, me induce a rasguñas con las uñas mordisqueadas las paredes frágiles de mi habitación, de mi puerta, de mi propio manicomio, me induce a imaginar sus dientes blancos y la ferocidad que despide cada uno de ellos, me induce a imaginar esa garganta sobrehumana con el potencial fulgor de un atleta olímpico, me induce a respetar las fuerzas sofisticadas y caprichosas del viento, del propio aliento y toda partícula liviana que es capaz de sobreponerse a la materia sólida por muy resistente que esta aparente ser.
Mas todo ese éxtasis que me seduce incansablemente como el propio yunque del odioso recuerdo, que me seduce como lo hacen los sueños inundados de imágenes y situaciones que nunca comprenderé por más que me afano en descifrar, son definitivamente los regalos de las musas mayas inspiradoras que en ocasiones las bendigo y en ocasiones las maldigo, porque al tiempo que me traen el fabuloso ingenio, la inagotable imaginación y la balanza de la paz, al tiempo también me traen una gran piedra de desdicha, poca la flama de la gloria y la gran sombra de la melancolía al abandonarme en mi trabajo en desarrollo, obligándome a dejar un trabajo inconcluso, un trabajo a medias.
Es una gran y terrible maldición tener muy cerca de ti ese sonido (porque ni siquiera es voz) que te diga qué tienes que sentir con forme avanzan sus vibraciones (y no precisamente hablarte al oído, sino al tacto y aun así escuchar todo su esplendor, siendo la piel erizada por el propio tono), pero que a la vez te impida escribir por lo grato y atractivo de su cuerpo enteramente secreto y recubierto por la oscuridad de las cavernas abandonadas, de su cuerpo sensiblemente invisible, pero perfectamente presencial para el amante de la flojera, de la sorpresa, de lo azaroso.
Sólo tú, canto que sube y baja, que se vuelve intenso y de inmediato regresa a lo sereno, que crea curvas mágicas e imaginarias instantáneas mágicas, que te lleva a un mundo puramente sensible y te trae de regreso donde la materia te limita, que te habla sobre el verdadero significado del amor, quitándole esas impurezas que lo acercar al desamor, sobre la tranquilidad que se manifiesta con todo su esplendor en medio del éxtasis de una recamara vacía, seca, en blanco, porque es de comprenderse que los misterios de la sensación nunca abandonaran ese castillo que los resguarda de todo mortal, de todo mundano, de todo indigno, de todo insensato, de todo insensible.
Yo he pretendido imitarte desde que era muy pequeño, claro, sin lograr obtener un resultado en concreto o que me dé una señal de que lo he logrado. Yo siempre he pretendido invocarte desde que cruzaba la adolescencia de los 12 años, más todavía no siento que te hayas hecho presente con toda esa grandeza que te caracteriza. Dime ciego, dime sordo, dime todo ello que quieras, pero aún así no te escucho, no al menos, completamente, como quisiera.
Te gusta jugar conmigo, y aunque debo admitir que hay ocasiones en que ello me molesta, también debo de admitir que es el mejor juego que he jugado ¿Y sabes por qué? Porque me haces sentir que siempre estoy a la par de ti, que nunca pierdo pero tú tampoco ganas ¿Sabes lo maravilloso que es ello? Yo supongo que sí porque hasta la fecha es algo que continuamos haciendo, es algo que continuamos compartiendo y estoy segurísimo que lo haremos por toda la eternidad dado que, el hecho de haberte conocido, para mí, es el matrimonio divino que todo ser en desarrollo quisiera vivir: no me atas, no me corres, no me celas, no me dejas, no desprecias y no dejas de abrazarme y besarme… y no es que te sea infiel, sin embargo todo esto me sucede con muchos de tus rostro: más siempre es tu mismo cuerpo…
Detenerse a recordar encima de un tapete de los cantos es un boleto inevitable para el campo de las vivencias, de la respiración ¿Por qué sucede de esta manera? Es bastante simple: el canto es un puente entre el presente y el pasado (muy pocas veces del futuro incierto), es un puente entre el centro de la ilusión del pensamiento y de lo que le atañe al recuerdo, es un puente entre lo que se es y lo que fue, es un divino puente que permite llegar hasta aquello que se cree estar infinitamente lejos, más ha quedado muy dentro, pero muy dentro en el interior del cuerpo.
Claro que lo cantos no terminan (afortunadamente), pero sí cambian a través de las generaciones que se van gestando conforme otras se van quedando, se van estabilizando, se van centrando: sus talentos son riqueza, son renovación, son recreación y creación, es aquello que brinda parte de la significancia al intelecto humano, a las artes y al ambiente de las palabras, de la filosofía misma.
Pensar en estas generaciones ¿Qué significa? ¿Es pensar acaso en la prosperidad de la vida? Es algo que por primera vez me pregunto luego de tantos años de perseguir mis anhelos… ¿Por qué pensar? O ¿Por qué detenerse unos cuantos minutos a preguntarse el valor de las generaciones? ¿Para saber que hago con ellas (mientras me dedico a esto)? ¿Qué están haciendo los otros con ellas? ¿Por tal motivo ahora hay mucha confianza en lo particular más que en lo público?
Detenerme a observar cómo crecen y se manifiestan las generaciones es detenerme a pensar en cada uno de ellos, de los muchachos y saber si realmente estarán listos para sobrevivir a este temible lugar que se ha creado por otros en calidad de “dioses” o más bien, diría yo, de demonios, puesto que basta con salir a dar una camita por el parque para contemplar los errores de la falta de amor, de compasión, de solidaridad y de conciencia que han dejado esos demonios acosadores con máscaras de ángeles y que se niegan a dejarnos vivir en paz, en tranquilidad.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Se pierde lo inocente por la ambición (¿Será acaso en el momento en el que la soberbia transforma a la ignorancia en ira?), la verdad por la apariencia (¿Será cuando el miedo trasforma la aceptación en terror?), la felicidad por el dolor (¿Será cuando la mentira transforma lo esencial en lo necesario?) ¿Es que acaso hemos sido condenados a la extinción por el meteoro de la dominación por poseer un bajo entendimiento como los dinosaurios por permanecer en un estado natural? Debo de ser honesto: estar frente a grupo no es algo fácil, al menos no para alguien como yo que gusta de colocarse entre la perfección, la bondad y sobre todo en contraste con la realidad artificiosa en la cual uno se coloca como peón, como alfil, como rey o como dama.
Y es que, por ejemplo, cuando uno de mis alumnos me pregunta sobre cómo es la forma y el mundo de los adultos, realmente me cuesta tanto decirles lo que he alcanzado a ver, a conocer, bajo los tintes de la certeza, ya que tengo miedo de darles una respuesta que esté basado en un idealismo utópico y cuando ellos crezcan, en la lejanía, recuerden mi nombre para reprocharme y darse cuenta de otra realidad, como lo que bien podría dibujarse como nuevo dentro de un planeta en donde ello no es muy bien visto, permitido, valorado.
Realmente, esto parece un simple juego que no implica una gran carga o un gran estrés, pero es una pregunta a la cual le temo mucho, demasiado diría yo, o al menos así será hasta que los principios de una verdadera humanidad tan sólo se lleven a cabo dentro de las páginas de los pensadores, de los escritores y de los poetas (o se retomen aquellos que han sido olvidados).
En varias ocasiones busqué siempre dar respuestas basadas en ello: que vivimos dentro de una realidad un tanto alejada de los ideales que se fomentan a diario y que por tal motivo era siempre caminar por senderos cautelosos, cuidarse de las piedras y de los vendedores que ofrecen falsos espejos, caminar y defender aquello que se cree viable y cuidarse del mal: el verdadero mal y no ese que se asemeja con el diablo.
Dentro de aquel salón, no había ni uno que escuchara esas palabras en algún momento. Incluso, de ello platiqué en diversas ocasiones con Diego, el buen Diego, porque de él admiré su carácter amigable, su carácter noble y honesto: esa percepción del gusto por el esfuerzo en el trabajo, en la paciencia que busca mantenerte lo más recto posible y por esa lucha constantemente incansable por cumplir, como se es posible, con lo encomendado.
Más no sólo esos valores que poseía aquel niño resaltaban ese orgullo de mí hacia él, sino también la gran memoria que poseía y una sorprendente capacidad para aprender y jugar ajedrez (he escuchado de los niños prodigio, más no hay que abandonar esa fascinación por alguien que se encuentre por debajo de ellos): vaya que con él se cumplía nuevamente aquel dicho mágico que una vez escuché cuando fui niño: la inteligencia se mide de la cabeza hacia el cielo.
Pasados los primeros días hasta casi el medio año del ciclo escolar, este niño de piel morena, mantuvo sin alterarse ese carácter de aplicado y cumplido con respecto a las actividades escolares. A simple vista, este muchachito delgado y de cara redonda, considero que estaba sumamente emocionado por haber ingresado a primero de secundaria, pues su amabilidad y su interés por aprender las distintas materias se reflejaban a través de la frescura y entusiasmo que ponía durante la clase: una participación espontánea sin miedo a que le dijera que estaba mal (como se está acostumbrado por esta zona geográfica).
Más todas esas virtudes que he dicho, sumándolas a las actitudes que Diego demostraba tener, no todos los demás compañeros lo tomaban como algo que es digno de apreciarse, digno de lo que ha de ser admirado por su valor y belleza intrínseca, pues bajo el efecto de lo opuesto, algunos de ellos mostraban una postura de sus emociones que, en lo personal, abría la puerta de la especulación.
Talvez, ese fenómeno de la contrariedad, rondaba entre el salón sin que yo pudiese percatarme del todo. Por un lado, estaba Diego, pero por el otro, se asomaban esos comportamientos de los otros: o lo hacían por tan sólo llamar la atención, sea por aluna muestra de una planta cuya semilla era la envidia, sea porque así sus padres los alimentaron cuando fueron pequeños, sea cual fuere el motivo o atributo, Jesús y José comenzaban a molestarlo en cuanto yo me descuidaba.
Tras algunas llamadas de atención, tras intervenciones para evitar malos entendidos y colocar sobre la mesa las aclaraciones pertinentes, el efecto de todo ello, en ocasiones parecía rendir frutos, y en otras, parecía suceder, nuevamente, lo contrario. Y es que, según estos estudiantes, un hombre tenía que ser de carácter fuerte, rudo, imponente, rebelde y con un tono de su voz intimidatorio, fuerte, hasta el punto de que sería justificable gritar, lo cual en Diego, no sólo no cumplía con aquellos requisitos de “macho dominante”, sino que además, físicamente, se mostraba ante ellos “vulnerable”: bajito, delgadito.
En cuanto a las ciencias, Diego poseía las habilidades para la lectura y para la comprensión de los textos escritos. En Historia, por ejemplo, gustaba de aprender sobre la cultura romana, la griega, la azteca, la olmeca y la maya. Además, recordaba las fechas de los eventos históricos, los nombres de personajes sobresalientes, así como detalles de algunos eventos humanos, lo cual siempre le permitió tener una participar en clase sobresaliente.
Por otra parte, él también se llegaba a enojar y frustrar con respecto a las matemáticas, porque tenía esa creencia de que no era capaz de resolver los ejercicios. Sin embargo, luego de indagar en su trabajo, en ello sólo encontré sólo gran timidez, aunado a ello, talvez una mala experiencia en cuanto a su periodo escolar durante la primaria, talvez algún negativo momento con algún número, alguna operación, algún problema.
Aunque mis intervenciones se llevaron a cabo siempre, esa inseguridad me la dio a conocer siempre: durante todo el año, pese a dominar y resolver los ejercicios. Aun así, para combatir y compensar esa parte de su aprendizaje, siempre utilicé un lenguaje propio, amable, amigable, cálido, que me permitiera acercarme a su entendimiento y a su persona, con el fin de lograr derribar ese muro, o por lo menos, alguna parte de él.
Además, sobre cada uno de las hojas de todas sus libretas, él escribía utilizando solamente un lápiz. Ahora que recuerdo, nunca me atreví a preguntarle a que se debía ello: si era su favorito, si su maestro anterior trabajaba así, si había tenido alguna experiencia que le haya orillado a trabajar siempre con el lápiz, si lo utilizaba porque es un instrumento práctico para corregir el error a través de la goma, realmente no lo sé y ahora que estoy lejos nunca conoceré el motivo.
Yo le sugerí que cambiara aquel lápiz lo por algún lapicero, sea ya de tinta negra o de tinta azul, y le aclaré que no se debía que me molestara o incomodara, sino por el motivo de la perdurabilidad, es decir, aquellas libretas se convertirían en su apoyo de estudio, en una guía para posibles consultas en los años posteriores, eso si continuaba estudiando, aunque también por el hecho de la herencia que yo les dejaba (dado que yo busqué conservar mis libretas hasta donde me fue posible).
Él, Diego, no sólo ignoró mi proposición, sino que, además, continuó trabajando con aquel instrumento hasta el último día de clases (aun tomando en cuenta la distancia), algo que no me causó molestia, pues lo que realmente me interesaba era que aprendiera y no se perdiera esa actitud de trabajar y cumplir, ser responsable en cuanto a sus trabajos, mostrar respeto para con sus demás compañeros y, sobre todo, continuar siendo ese ente que estaba en proceso de su construcción propia, de su desarrollo mismo.
Una prueba de ello es cuando construyó su tablero de ajedrez, el cual lo hizo con un cartón café, coloreándolo después con un plumón negro que le presté y con un corrector que venía en los útiles que le había otorgado el gobierno del estado. De esta manera estaba completo el campo de los cuadros blancos y los cuadros negros. Yo, en sí, había solicitado papel cascaron para llevar a cabo tal actividad, pero le permití que utilizara tal material por la cuestión de que también les inculqué el reciclaje.
Asimismo, las piezas las hizo de plastilina para construir todas las fichas de ajedrez fueron de color amarillo con gris (yo les permití traer dos colores diferentes a elección propia, privilegiando el color blanco y negro). Aunque las figuras realmente necesitaban detallarse para lograr diferenciarse entre sí (sobre todo entre los peones y los alfiles, así como el rey con la dama), eso no implicó que aprendiera correctamente el movimiento de las piezas, la captura, el desarrollo de un juego aceptable, así como ser victorioso en las partidas a las que se enfrentaba, logrando vencer a Laura, a Wendy, a Joana, a Carlos, a José.
Tan sólo con Alexander el juego era de empates, aunque había partidas en las cuales este niño sí lograba imponerse a Diego. Aun así, el tiempo designado para ajedrez (y para los que realmente lo aprovechaban), para Diego fue bastante productivo y constructivo: pues como a todo niño le gustaba entrar en batalla para ganar. De continuar jugando, pienso que pronto viviría las bendiciones de tal juego: pese a ser hijo único, como todos sus compañeros, dentro de sí había un potencial enorme.
Esto me hace traer nuevamente algunas ideas que se manejaban dentro de la universidad en los debates que se llevaba a cabo durante el tema de la pedagogía, en lo cual casi siempre se llegaba al mismo dilema: hay un infinito miedo creciente y consecuente a lo que es la individualidad y lo que a ella le atañe (entiéndase la individualidad como resultado de ideas renovadoras).
¿Por qué? Muy posiblemente eso tenga su potente origen (y todavía difícil de arrancar la raíz) dentro de la propia historia humana de lo costumbre y la sistematización, dentro de la falta de comprensión y muy… muy dentro del espíritu del autoritarismo, el cual no se ha ido aunque se piense que esta deserrado con la llegada de los modelos democráticos y la tolerancia: el continua moviéndose con una fluidez incomparable dentro de cada uno de nosotros (yo no estoy exento) y este mismo continuará porque está dentro de la propia naturaleza de la vida, claro que dentro de ésta no se le conoce así, sino que se le llama supervivencia.
¿Será acaso que el miedo a no sobrevivir también sea el miedo a que no florezca como tal la individualidad? Es posible que una parte sí. Como padres y como maestros optamos por lo que se cree que es mejor (o nos han hecho creer que es lo mejor), dado que hay experiencia que se alarga más allá de nuestra propia existencia, es decir, está fundamentada dentro de la propia generación. Más esas generaciones que estuvieron detrás de nosotros lo único que dejaron fue ese legado limitado, abandonando lo que bien podría nutrir también a la individualidad.
Esa es una pregunta muy importante que tendríamos que hacernos a cierta edad temprana… ¿Qué es lo que se nos ha heredado durante la infancia y a través de la formación? ¿Qué hay que mantener, preservar y evolucionar para el bien propio y qué realmente ya resulta inaceptable? Es de esta manera como ese ideal del “cambio” entraría a la realidad que a diario generamos.
Diego, al menos dentro de ese grupo, apelaba a que se podría ser un niño aplicado, diferente, especial. No concibo la perfección, más él se acercaba a aquel espíritu que no busca dar problemas, más sólo pretendía estar dentro de la armonía con el entorno. Claro que su mamá, al contrario de él, parecía querer exigirle más, y no estaba de más comprender el miedo que le imponía al infante, ya que había realmente era una mujer intimidatoria.
Resulta un tanto curioso como la tolerancia al dolor se impone al miedo a lo nuevo. Y esto lo digo dado que la primera semana de clases, Diego y Laura quedaron sentados juntos, es decir, sobre la misma mesa que tenían que compartir. Y es que ambos aparentemente convivían tranquilamente, más una disputa que hubo me orilló a separarlos para que cada uno continuara trabajando sin preocupación de que el otro lo incomodara.
Dado que hubo una reincidencia entre ambos, me vi obligado a llamar a sus mamás. Aquí es donde pienso que la costumbre se impone al pensamiento, a esa capacidad de creer que se toma decisiones, más que sólo se deja mucho de lo que hacemos a la deriva (al final de cuentas casi somos una imitación de este globo terráqueo que habitamos): resulta que esos problemas entre ambos se remontaban al preescolar y a la primaria, era algo que, según las mamás, venían combatiendo desde hace ya más de 10 años y que no lograban ponerle un punto final. Ambas presionaban a imponer la relevancia de la convivencia, yo, bajo los tintes de mis terapeutas decía: si no te gusta el lugar en donde estas, tienes que moverte.
Secreto 32: Ahcomalacotl
Déjame escribir, ¡oh, universo! las chispas que brotan de mi sensibilidad
Tal y como tú lo haces con el polvo cósmico, el hielo de los cometas y principio del misterio y de la casualidad
Un diminuto ser, una invisible partícula, que no piensa, que sólo se reproduce, que sólo se limitar a existir (¿deberíamos ser como ellos? ¿Cómo los virus? En cuanto a esta característica que los representa, regulando, por supuesto, lo que podría parecer destrucción de un ser vivo) nos está demostrando que es muchísimo más fuerte que todos los ejércitos del mundo, que todas las armas atómicas del mundo, muchísimo más letal y peligroso que algunos venenos, que posee un poder inmenso inconmensurable de tal magnitud que es capaz de tenerlo todo, incluso talvez, la propia destrucción de la vida dentro de este planeta azul.
Su sola presciencia, simplemente, es más poderosa de lo que podíamos imaginarnos y ha ocasionado un millar de estragos en muchas partes de cada uno de los continentes, y, aun así, la especie humana busca imponer su resistencia a lo que estaba tan acostumbrado desde hace ya unos cuantos siglos atrás, aun a costa de su propia seguridad (o de la de aquellos que pareciera depender más su trabajo que la propia salud… ¿A dónde se nos ha orillado?¿A concebir que es más importante el trabajo para la obtención de dinero que el cuidado de la salud que de ésta depende todo lo demás? Pienso que la balanza está muy mal equilibrada, muy mal…). Muchos gritan por las calles que prefieren morir de enfermos que morir de hambre: no sé qué tan ciertas sean sus palabras con respecto a sus necesidades cuando detrás de sus posturas veo camionetas nuevas y autos de lujo.
Y es que detrás de todo esto hay una decena de teorías que actualmente a muchos les gusta bautizar como “conspirativas”, las cuales resultan muy atractivas, novedosas, incitadoras, dado que desprecian (y hasta repudian) los sistemas de organización (principalmente por la desigualdad creciente cada vez más). Más, la experiencia, me ha arrojado a recabar lo siguiente: que muchos malven a la educación, pero al mismo tiempo también necesitan la medicina y los fármacos.
Entre lo que he llegado a escuchar es que hay una conspiración amenazante, la cual trata sobre la imposición de un nuevo orden mundial y de dominación (¿Realmente somos libres si dependemos de los productos industrializados, el dinero que se gana dentro del comercio? Que iluso…). Lo cierto es que el planeta finalmente comienza a fragmentarse en solamente dos únicos bandos: los que consideran que el virus del covid19 existe, que es peligroso, letal y que atenta en contra de las diferentes razas humanas del planeta, y aquellos que han decidido negar la existencia de tal virus y de tal enfermedad, porque simplemente hay algo que “no cuadra” (y es que aquellos que manejan la pandemia desde los cargos de elección parecen no tomar esas grandes precauciones que ellos mismos sugieren implementar). Podría decirse que, si se sabe rescatar lo bueno de la desgracia, bien podríamos aprovechar a hacer más subjetivas las fronteras de los países, así como los diferentes estratos sociales que han ocasionado un centenar de molestias a diario.
Talvez todo esto nos envíe hacia un largo y ancho camino que en realidad siempre estuvo ahí, a un lado de nosotros, cerca, íntimo, haciendo señales para que lo transitáramos, esperándonos pacientemente, talvez un poco empolvado y ya con mucha maleza encima de su superficie, pero que es indiscutiblemente preponderante que se utilice para el nuevo tránsito de nuestra especie dentro de este planeta que es, más que un hogar, el mismísimo paraíso que nos ofrece cuanto está en sus recursos para llevar una existencia moderadamente placentera y feliz.
Un lugar en el cual sea permitido llevar a cabo el trabajo y desarrollo de aquello que nos interesa y nos hace sentir que realmente estamos vivos, con energía, con salud, sin que se asome esa chispa de susto o de miedo a que no tengamos lo suficiente para comer, vestir o hasta para pagar una vivienda, ya que, considero, estamos en uno de los siglos más afortunados: la tecnología, los intelectuales y el interés por la igualdad están de moda. Siendo así ¿Por qué seguir evitando que un individuo realice la actividad con la cual se sienta placentera? O ¿Por qué seguir dentro de ese afán de imposibilitarlo para que desista en su camino a la excelencia de la habilidad, del espíritu? Aunque ésta esté más encaminada al desarrollo artístico que al productivo.
He decidido dejar esto escrito porque no pretendo olvidar a Wendy y aquel trabajo que ella plasmaba sobre algunas de sus libretas que resguardaba con mucho recelo, pero que mostraba con cariño a aquel que se inclinaba a escucharla aunque sea unos cuantos minutos: dibujos creativos que salían de sus lápices, de sus colores, de sus plumas por orden de su espíritu y que eran realmente conmovedores a quienes postraban su vista sobre ellos, haciendo imposible que te robaran una sonrisa en el rostro, por muy difícil que fuese el momento, puesto que esa sensación de admiración se desataba al observar lo que era capaz de ser un infante con tan sólo unas pinturas y unas cuantas hojas en blanco.
Y es que yo nunca le pregunté a Wendy que le gustaba hacer, que hacía en aquellos pasatiempos, cuando descansaba o cuando quería simplemente expresar la inquietud de sus sentimientos a través del papel y de la hoja (y ese fue un gravísimo error que no remedié, infinitamente grandísimo, porque como me puedo decir que soy un guía educativo si no conozco a fondo esos detalles tan sencillos de mis alumnos que son fundamentales y valiosos para ellos, plasmándome más en la importancia de la enseñanza que en aquellas señales de vida propiamente de ellos).
Más ella, como no fui capaz de advertir tales señales, con gusto se acercó a mí para compartir aquel trabajo íntimo. Pero fue en una de esas ocasiones, luego de haber pasado la “prueba de la confianza” que ella y los demás niños poco a poco se comenzaron a acercar a mi persona, haciendo a un lado mi postura de maestro y su postura de aprendices. Laura (que fue la primera), por ejemplo, debes en cuando me llevaba algún dulce, algún chicle, alguna paleta en la hora de receso, mientras que José y Alexander me convidaban de alguna de las frituras que llevaban al salón de clases. Wendy y Joana fueron de las últimas en llevar a cabo ese tipo de gustos (lo cual ni me incomodó ni me preocupó). Debo admitir (y hasta confesar) que todos esos pequeños regalos nunca los desprecie: los disfrute más de los normal al ser grandes detalles al corazón, al espíritu, al alma, a mi ser y a aquello que me conforma y que no estoy en mis facultades para explicar.
En cambio, Wendy, en una de esas ocasiones en la cual ella regresaba antes de que terminara el tiempo de receso, se acercó con una libreta que no había visto antes, la cual, no se encontraba todavía muy desgastada, ya que aún conservaba su forro y los estambres, más, por lo menos, ya tenía dos años de antigüedad. Además, el color del papel lustre que cubría casi completamente las dos pastas antes del plástico era de color morado con negro, y por dentro, todas las hojas blancas de aquel cuaderno poseían dentro de su cuerpo líneas y líneas que corrían conformándose punto tras punto hasta darle vida a una figura cuya interpretación la completaba el espectador.
En definitiva, cada uno de aquellos trazos representaban entre osos animados, rostros de personajes similares al manga de la cultura oriental, flores, gatos, algunos personajes que eran exclusivos y frutos de su imaginación y uno o dos paisajes. Dentro de ellos sólo había como unos cinco que no estaban culminados (éstos mismos Wendy prefería que pasará rápido la hoja para que no los viera, más yo procuraba detenerme los minutos necesarios para admirar uno a uno). Además, otros estaban pintados con muchos colores y otros sólo la combinación del blanco con el negro, o simplemente, con el rastro que dejaba el carboncillo del lápiz.
Según Wendy, la niña con el cabello más largo del salón (porque le llegaba casi hasta la cintura) cada uno de esos dibujos los venía realizando desde hace ya algún tiempo: casi desde que estaba en quinto año de primaria. Para ella, dibujar era algo que le fascinaba demasiado, que le encantaba sentarse sobre un banco y descansar sus brazos sobre la mesa mientras sus morenas manos y un cerebro hacían lo que les corresponde. Asimismo, tal actividad la disfrutaba porque, según ella, la hacía trabajar, esmerarse, pensar e imaginar, por lo que prefería hacer eso que estar viendo la televisión o quedarse a jugar con su celular algún juego disponible (a comparación de su hermano de sexto año, quien pasaba más tiempo en tan dispositivo móvil).
Además, en algunas de las tareas extras que dejé para profundizar en algún tema o conocer alguna lectura con su respectivo autor, logré ver también retratos de esos distintos autores, algunas imágenes de los monumentos de las culturas prehispánicas que dejaba investigar, también algunos animales como perros e, incluso, aquí sí había muchos gatos… ¡Demasiados gatos! Ya que no sólo adoraba a los perros (en su casa tenían a cuatro y uno de ellos se llamaba panda: que era un perro blanco con manchas negras y que yo solía decirle vaquita porque me recordaba a mí mismo cuando era menor de seis años) sino también a esos rumiantes felinos.
Ahora que recuerdo, uno de esos perros venía de Apizaco: tenía sobre sus cuatro patas una historia conmovedora: (que se repite, más que en muchos de los casos también se olvida… y no me refiero precisamente a la historia…) Wendy me platicó que su mamá y su papá habían viajado a aquel municipio para comprar la despensa para toda la semana. Entonces, saliendo del mercado y tras realizar la compra de todos los víveres, ellos vieron a ese perrito que estaba lastimado de su patita, por lo que a ambos les conmovió la situación indefensa de aquel cachorro. Finalmente, luego de dialogar, los dos acordaron llevárselo a su casa para sanarlo e integrarlo a su nuevo hogar.
Después de algún tiempo (porque a éste es imposible mimarlo para detenerlo), el perrito logró adaptarse a su nueva casa en donde nunca más le volvió a faltar ni agua ni comida ni un buen trato. Aunque al principio, claro está, le costó llevarse muy bien con los otros canes que ya tenían. Así también pasaron las semanas rápidamente y el cachorro logró recuperarse de su patita por completo (es decir, dejo de cojear) y finalmente acabo de convertirse en un integrante más de aquella familia. De los demás canes no me contó su historia, más yo imagino que bien pudieron ser similares a ésta que acabo de relatar (aquí yace lo increíble de lo común, de la maravilla).
Debo de aclarar que Wendy cumplía con más tareas y trabajos que el propio Diego (un tanto por convicción, otro tanto porque tenía una hermana que pronto se graduaría de bachiller para estudiar enfermería, una padre que proveía de todo en cuanto podía y una madre que lo apoyaba y no descuidaba el hogar que, me imagino, siempre quiso vivir –sin olvidar su carácter de advertencia siempre- ) y lo único que a veces me causaba cierta dificultad trabajar con ella era su caligrafía, ya que no era un tanto entendible lo que escribía en las libretas de estudio.
Mucho he sabido por algunos compañeros de trabajo lo que quiere decir o significa el hecho de que un infante aplique lo que se conoce como “fea” letra. Según ellos lo han leído en artículos e investigaciones, algo que yo no he decidido hacer, por el motivo de que no hay gran interés sobre el asunto, al menos de mi parte. Sin embargo, pese a que a veces le tenía que preguntar que decía tal o cual párrafo, fui muy tolerante, como siempre, y casi siempre sólo me limité a descifrarla para interpretarla y, de esta manera, revisar sus trabajos tanto en clase como los de casa.
Asimismo, a comparación de Diego, a Wendy le gustaba mucho utilizar distintas tintas de colores en sus escritos de estudio: cuando no era el morado, era el verde, cuando no, el amarillo (que era un poco difícil de distinguir por su tono claro en contraste con la hoja) o si no, era entonces el azul rey, pero siempre tenía que haber colores diferentes tanto en la fecha como en los apuntes que realizaba.
Ello, supongo que, de cierta manera, rompía también con la tradicionalidad que se daba en otros tantos colegios al emplear solamente tinta negra, azul o roja (al menos los que yo conozco). Esta técnica, la que aplicaba Wendy, por mi formación, me parecía un tanto peculiar y poco uniforme, sin embargo, me dije a mí mismo: ¿Por qué no? Pues, aunque no se ve uniforme como a mi vista le agradaría (sea por los motivos que fueren), eso no dejaría de restarle valor a sus trabajos.
Es curioso y muy atractivo como la propia máquina del presente absorbe al parche de la Historia que construyen los investigadores para traer de vuelta los actos que se repiten. Y aun es más excitante como ese mismo hilo (herramienta neuronal del presente) se pone a coser (en la prenda del espacio-tiempo) un pedazo de tela (fruto del rescate histórico) del propio costurero (yo).
Lo anterior lo relato debido a que esa aventura de los escritos de arcoíris, me remiten precisamente a alguien: al maestro Paquito y a aquellas palabras que pronunció frente a todo el grupo cuando yo iba en primero de secundaria: “esa ficha de trabajo seguramente es de una niña, porque está escrito con tinta rosa, verde y uno que otro color”, resultando que al preguntar a quién pertenecía tal actividad era a mí.
Nuevamente es curioso como el presente puede perdonar a la Historia, aunque ésta esté generada por los mismos protagonistas realizando los mismos errores un centenar de veces. Por tal motivo, me doy permiso de imaginar a los niños como los espíritus curiosos que han emanado de mí, y, al ser hermanos, iguales, o paridos del mismo ser, son ellos en mí y yo entonces en ellos, lo cual, trae como consecuencia que trabaje aún más para que ellos continúen con el trabajo que alguien más me encomendó: talvez mis maestros, talvez su energía, talvez su movimiento…
En cierta ocasión, Wendy también llevo dulces para vender en la escuela (¿A quién me recordará?). No le pregunté porque había hecho tal acto y no es que me haya molestado, sino más bien estaba sorprendido por la edad que tenía y ya estaba permeada con los conceptos de los economistas de la inversión (tema muy de moda que surge a partir de la falta de fuentes de trabajo). Es algo que, a su edad y a mi parecer, sólo se hace comercio con el fin de obtener recursos mínimos para volver a gastarlo, y en Wendy, quiero imaginar, que también se regía por esta finalidad.
Yo la apoyé comprendo de vez en cuando algunos chocolates (porque en definitiva no hay sabor más magnifico al paladar que una deliciosa barra de chocolate macizo, aunque los actuales digan que ya no es cacao puro) y unos dulcesitos de azúcar roja que se llaman tamborcitos (los cuales comencé a disfrutar desde que tenía más o menos su edad y que, a mi parecer, continúan siendo muy deliciosos).
Además, también le sugerí que vendiera chicharrines o palomitas recién hechos y con una pizca de sal, jugo de limón y salsa al gusto, debido a que éstos son, por lo general, unas botanas muy irresistibles, al menos, en cualquier rincón de Puebla y Tlaxcala, pues hasta la fecha no conozco yo a alguno que no deguste una botana de ese tipo y que ha sido alimento (y existido) desde la generación de mis padres (o tal vez más antiguo aun). Es más, pienso que son ese tipo de alimentos que ni pasan de moda al tiempo que son buscados por chicos y grandes.
Incluso, para que su emprendimiento prosperara lo más distante en la línea del tiempo posible, invité a todo el grupo pequeño que éramos a comprarle algunas golosinas, más quien sólo se acercó a consumir, de vez en cuando, fue Joana, Diego y, para no variar y desacreditar la fe que siempre tuve en la bondad escondida pese al carácter que presuntamente mostraba su personalidad, Laura.
Los demás niños preferían ir a la tienda que estaba a tres calles de la escuela y traer ya los productos que eran más comunes, más consumidos y más conocidos por todo el país debido, principalmente, a los comerciales que constantemente pasaban por la televisión. El consumo de tales productos también se debía a que, después de ir a su casa desayunar durante el tiempo de receso, cuando regresaban a la escuela, la tiendita les quedaba de paso: recordemos que Aldama era una comunidad pequeña: muy pequeña todos se conocían y todos los servicios estaban muy cerca: al alcance de todos, lo cual, de cierta manera, era como un plano digno de ser observado, estudiado y comprendido, ya que apostar nuevamente a la economía interna, pequeña, de forma estimulante diariamente, a la larga, con esfuerzo, ahorros y sin sacrificios, bien podría equilibrase con el comercio internacional, que, como toda actividad humano, no sólo debe ser regulado y vigilado (de forma estable, con pago justo y libre de ambición desenfrenada) sino también codificado en cuanto a la repartición de los bienes en beneficio de, si no todos, en la mayoría posible.
Dado lo anterior, sean ideas vagas, bajas de poco peso, porque ello es el fruto de la educación pública que recibí, y aunque sean derribadas por los grandes economistas y desechadas por los lógicos que a diario se atiborran de mejores y más acabados pensamiento, yo, apoyándome en tales ideas cocidas como el estambre en la bufanda, me sirvieron para volver a emitir algo que ya había dicho antes… Me refiero a que, yo, nuevamente, no logré evitar decirles que, en medida de lo posible y en cuanto su conciencia se los dictaré de forma impositiva, siempre buscaran apoyar los pequeños comerciantes, a los pequeños proyectos que iban naciendo o estaban creciendo (o me atrevo a decir que hasta sobreviviendo) y no sólo lo decía por mi alumna Wendy, sino que me refería en general (y sobre todo a los artesanos, cuyas piezas siempre me han parecido maravillosas, pues en sí mismas encierran belleza, magia, encanto, imaginación, pensamiento, armonía con la tierra, así como trabajo fino y arduo).
Así pues, les reitere que cuando necesitaran algo que bien se podía encontrar con los pequeños comerciantes (y el precio era justo) lo consumieran precisamente ahí. Más si no lo encontrasen con ellos, siguieran a los de medio abasto, los cuales por lo general ya están más establecidos. Por consiguiente, si aquello que les urgiera por trabajo o cualquier demanda, entonces prosiguieran a visitar los grandes almacenes. Estoy muy conocedor de que algo en esto podría salir mal y que hay muchos rostros que nos engañas, pero entonces ya todo dependerá de nuestra intuición, la cual, he confirmado que nunca falla y no por experiencia propia, sino a través de otro (mi gran amigo Alex, cuyo nombre original es Alfredo Gutiérrez Ponce).
En cuanto a Wendy, su emprendimiento perduró cerca de un mes. Desconozco a que se deba el cierre de mismo, porque también se me escapó de las manos (y de la cabeza) ese tipo de detalles preguntar, más como dicen por muchos lados aquí en México, lo vivido y lo bailado ya no hay alguno que no los pueda quitar, y esa experiencia, muy pronto entraría a debatir para encontrar su lugar (espero no su lugar de ser) dentro de la cabeza de Wendy: la niña morenita, delgada, de cabello semi ondulado, bajita, bien portada, puntual y con una presentación diaria excelente en cuanto a higiene y belleza, algo que se mantuvo desde el primer día de este primer grado de secundaria hasta la última vez que la vi.
Secreto 33: AILHUICATL
Viaja, cerca de la frontera, sin miedo
Porque hallarás alimento tan dulce como la miel…
- Sabe, profe, mis papás están ahorrando mucho dinero ¡Qué digo mucho! ¡Todo el dinero que pueden! Y es que ¿Qué cree? en mi casa estamos construyendo un cuarto más – dijo ella, dando una risa disimuladamente, como solía hacerlo siempre que se mostraba amistosa conmigo sin, por supuesto, sobre pasar el margen de respeto que la propia escuela y relación imponía.
- Me imagino – divagué, pues sabía que pronto tendría a toda la fila de alumnos detrás de ella esperando a que les revisara el trabajo (siendo ese uno de los pretextos para hacer bromas y desorden, como la caída que tuvo Juan por estar empujándose con José y que, aunque no lo hubiese querido en el fondo, tuve que solicitar un trabajo extra para recalcar en sus actos pudieron haber traído consecuencias de mayor lamentabilidad. Sin embargo, siendo honesto, una parte dentro de mí se reía mucho por tal hecho y por lo que había pronunciado Alexander luego de que Juan terminara derramando algunas lágrimas sobre su hombre… ¡Mira lo que has hecho!¡Te estás limpiando en mí!¡Ya me dejaste todo el suéter lloroso!... quién sabe si exista tal palabra que hasta ahora y espero siempre recordar…).
- Mi mamá y mi papá dicen que ese cuarto va a ser solamente para usted – seguía diciendo Joana a un lado de mí, supongo que estaba observándome a mí en lugar de ver mi escritorio y su libreta y de como yo le daba vuelta a las hojas de aquel cuaderno para saber si estaban correctos los apuntes.
- Para mí… ¿Espera? ¿Cómo? ¿Para mí? ¿Acaso me lo van a regalar después de que me adopten? – reí un poco dentro de mí, más conforme repetía en mi cerebro como grabación lo que me había dicho Joana no pensé más de dos veces en abandonar momentáneamente los apuntes que ella me había traído sobre su libreta. Mi mente poco a poco, de la broma pasaba a la gracia, de la gracia se trasladaba a la curiosidad, de la curiosidad viajaba al asombro y, finalmente, del asombro se quedaba como un pequeño pajarillo dentro de una jaula, como una almohada en medio de un cuarto oscuro, como hoja en blanco que espera ansiosamente ser escrita por alguien más… además, mis ojos no lograban contenerse, pues con cierto grado de asombro e intriga le dictaron una pregunta que imaginé que no le costaría adivinar, más no fue como pensé. Ella, Joana, la niña con copete en su peinado, todavía no conoce el mundo tramposo y misterioso de los adultos que siempre esperan que todas las personas con la que se habla adivinen lo que están pensando, o dan por hecho que se puede inferir así de la nada sólo porque son adultos, buscando siempre, de cierta manera, imponer lo que ellos saben tras un largo tiempo de silencio.
- Sí, bueno, no todo eso, porque no lo vamos a adoptar, pero esa habitación sí va a ser para usted: para que así tenga un lugar seguro, donde estar, dejar sus cosas con toda tranquilidad y así… – respondió Joana no limitándose a responder con un simple monosílabo. Era evidente que aquella chiquilla me obligaba a lanzar, al menos, otra pregunta más para mantener la conversación que se estaba poniendo interesante por lo que le atañe a ella, a su familia y a mí. No pienso que tales palabras pronunciadas por Joana hayan sido para distraerme de revisar y calificar su trabajo, ya que ella, Joana, la niña que se sentaba a un lado de Wendy y con quien tenía una buena amistad, compartía esa misma responsabilidad de cumplir tanto con las actividades en clase como con las tareas que poseían la mayoría de sus compañeros de clase.
- Eso es algo que realmente no me esperaba. Es más, tengo que decirte que estoy perplejo y en mi cabeza ronda mucho la eterna pregunta del por qué… – decidí seguirle el juego por las siguientes razones. Primero, porque era evidente que quería escuchar esa respuesta a el comentario principal que había arrojado estando yo concentrado en cumplir mi rol de maestro, aislado, alejado de todo cuanto sucede a mi alrededor que no se relaciona directamente con mis responsabilidades… ahí, encerrado, aquí, ciego, sordo, sin escuchar o percibir esas construcciones que se dan diariamente aparentemente sin que yo sea partícipe, siendo aparentemente un individuo más en un poblado más de un país dentro de un mundo excepcionalmente único. Segundo, ya que el acto del descubrir y esa sensación de asombro no es suficiente, lo hice para indagar en aquel mundo de los niños nuevamente, el cual una vez, y no sé en qué momento, lo abandoné por lo que imaginé casi siempre en convertirme de adulto, más en el mundo de la familia de Joana y en el mundo de la comunidad de Miguel Aldama, que tanto me sorprendía día a día con lo que ocurría entre sus habitantes, me regresaba a ese camino en donde no hay miedo ni al hambre ni al peligro ni a la muerte.
- Pues a veces mis papás hablan mucho de usted y dicen muchas cosas. Pero lo que ahorita recuerdo es porque dicen que usted es un gran maestro y que les gusta todo lo que nos dice y cómo nos enseña y que también han visto como yo he mejorado muchos en las materias y en mis calificaciones – lo dijo bajo un estado emotivo que no comprendo, no entiendo o que talvez no recuerdo que significa, porque muy seguramente lo apliqué en algún momento de mi vida. Lo que si recuerdo de esa mañana con sus ojos café oscuro que me miraban cuando pronunciaba esas palabras que ya mencioné. Además de ello, ella se mantenía sin emitir alguna facción más dentro de su rostro, más pese a ser una seriedad sencillamente evidente la que mostraba en su postura con los labios sumergidos hacia dentro de su boca, no pienso que haya sido una seriedad cercana a la frialdad, a lo que sabe amargo, a lo que tiene colores opacos, más bien era ese tipo de seriedad que se mantiene y perdura cuando no sabes que hacer, que más decir, porque no sabes cómo va a reaccionar la otra persona o porque simplemente el mensaje fue clarísimo. Es esa seriedad, pienso, que se mantiene dentro de sí misma, rodeada de un círculo sonriente, pero muy tranquilo, alegre, pero muy sereno, oculto para los ojos de quien este enfrente de ella, pero con eco para aquel que aprendió a escuchar con la bondad que está conectada a la respiración de la ternura humana, misma que está en peligro de extinción, a punto de desaparecer ¡Y lo peor de todo es que lo hará sin dejar rastro! Porque poco fue resaltada en cuanto a su importancia…
Hubo, además, un silencio abrupto creciente (eso si no tomamos en cuenta a sus demás compañeros que continuaban trabajando sobre sus mesas). Ella, Joana, había logrado lo que en muchas ocasiones a mi sensación de nostalgia se les escapaba cual virtud a los hombres muy envejecidos, rancios y de piel cana: traerme de un fuerte jalón con sus palabras en forma de brazo desde la más lejana galaxia cuya luz, si no se cuida como debe se convierte en barreras cegadoras, hasta el rincón más claro de todo el universo en donde no es necesario temer, investigar o preocuparse de si hay otras formas de vida en viviendo sobre la planicie de otras cortezas de planetas, porque debo recalcar que en el lugar en donde ella me llevó se encuentra el sol de fuego bailarín intenso, mismo de donde se frota el calor que de energía a todas las especies del espacio: no a través de rayos o vientos solares, sino a través de esa vitalidad energética que ocasiona que la evolución cobre su manifestación entre el tiempo y el espacio.
Estar, transitar, observar, descasar y fijarme otra vez dentro de ese (o este, en algunos momentos a partir de esta conversación) lugar magnifico de calidez absoluta tan infinita como el propio mundo del amor no tenía por qué ser abandonado como si fuese un lugar cualquiera, y no porque ello trajera consecuencia, sino porque si el espíritu de la vida me hacía esa invitación a través de Joana para contemplar sus tierras húmedas, fértiles, frescas, de alivio, yo lo aceptaría de manera grata, agradecida y bendita como cual regalo de las flores es la lluvia saciante. Por tal motivo, al permitirme adentrarme a aquel majestuoso oasis, paraíso, hogar de las divinidades eónicas, la libreta se fue desvaneciendo poco a poco, quedando congelada o talvez hasta perdida sobre la base de plástico negro del escritorio, olvidando momentáneamente que estaría ahí por algún motivo específico, que tendría alguna utilidad o relevancia, ya que fue hasta este instante que finalmente había descubierto algo más valioso que la propia palabra escrita (y que ya había sido dictado por muchos otros, más que no era capaz de conjeturar), es decir, su alma: la palabra oral…
- Antes que me pierda entre los escombros y el polvo que nublan muchas veces la vista como lo suelen hacen las lagañas de días y días a través de la falta de pulcritud por flojera o por menospreciar las actividades que son pequeñas más que no por tal no implica que no sean relevantes (lo dije así para que ella comprendiera que sí la entendía a la perfección, que nuevamente hablaba ahora yo con la gracia espiritual que me fue otorgada hace ya casi 30 años y no como un ser adulto o maestro, sino de mi gracia espiritual a su gracia espiritual en perpetua equidad, en perpetuo alineamiento), gracias a ti. También muchísimas gracias le tendrás que dar a tú mamá de parte mía si te es posible, y por supuesto, mil gracias también para tu papá y lo que piensan o creen de mí. Es un bellísimo gesto lo que ellos dicen más también lo que tú ahorita has hecho conmigo (lo decía por el mensaje, pero con un mayor énfasis por el retorno dentro de mi interior viaje), más veremos qué sucederá el próximo ciclo escolar cuando tu pases a segundo grado – dije buscando anteponer las palabras más lentas en la fluidez entre el moldeante y fijador cuerpo del viento y el propio sonido de mi timbre, junto a ello con la postura que me ahora me comenzaba a caracterizar (o que me imagino que así es) de rodearme de grande y plena tranquilidad por tal abrazo que se me obsequió a través de la voz divina, auténtica, más yo, sabiendo que la realidad que se dibujaría en el futuro a causa de este presente que se enraíza en el pasado de que no hay como tal permanencia, sino sólo la perdurabilidad, busqué aclarar que, si así se dictara y se cambiara el pre-destino, entonces, así sería, sólo que yo no buscaría en lo más mínimo meter los dedos de mis manos en tales asuntos que a veces siento que no me conciernen, porque debo de admitir que si algo he buscado (o incluso abusado) siempre es precisamente mantener mis planes forzosos (y a veces hasta anticuados) lejos de lo podría ser un destino aberrante y aferrante, porque ello causa más dolor a la larga y desde que inicia, aunque no niego que el hecho de no hacerlo también me ha traído ciertos dolores de cabeza y consecuencias de gran envergadura; también admito que la recompensa por no meter mano e intriga en donde posiblemente no me corresponda como tal desde mi nacimiento, me ha traído un centenar de regalos infinitamente genuinos como el que estaba presenciando en este mismo instante. Hay una teoría, incluso, que estipula que así se conforma el universo y todo lo que se sujeta a sus leyes: a la coincidencia y a la casualidad, lo cual ha permitido las grandes riquezas que ahora poseemos y que mucho, o casi todo, no siempre esta tan sujeto a la objetividad y a la racionalidad, sino que en gran medida todo se debe a lo subjetivo, a lo azaroso y a lo intuitivo y a los brazos que éste tiene consigo.
- Entonces ¿Si se va a quedar? – preguntó nuevamente manteniendo esa seriedad, más ahora, esa misma seriedad se convertía en el tipo de duda, de incertidumbre, talvez hasta de inseguridad. También podría ser ese tipo de seriedad que busca insistir, porque al existir una mínima posibilidad de que algo sucede, así puede ser, y no dar por sentado el hecho de que no sería así, orillando al pensamiento a un leve negativismo. Además, en Joana, el espíritu de gracia era más puro que el mío, por lo cual escuchaba e ignoraba, anteponiendo lo que es bueno sobre lo que ocasiona molestia y sus secuelas. Por tal motivo, una gran parte de mí, ajena a mí espíritu de gracia, se molestó conmigo mismo por traer esos malos y enfermizos pensamientos del mundo de los adultos y de los olvidados de la esperanza y la fe hacia aquel rincón y todo por querer fijarme sobre la línea de la honestidad reglamentaria e institucional. Más otra parte (la que aún vacilaba entre mi yo educado y mi espíritu de gracia) también insistía que así debía de ser, pues ya muchos estudios psicológicos verificaban las conclusiones consecuenciales de lo traen consigo los diferentes apegos, y por tal motivo, un espíritu como el mío, siempre amante de la libertad y la actividad, así como en su constante búsqueda de lo que más se podría acercar a la libertad absoluta, había dicho lo que en la actividad laboral era lo correcto. Posteriormente, al cabo de los días siguientes fue más grande la culpabilidad con contagiar o tratar de contagiar al mundo de los niños en donde la fe es infinita, la fe es la realidad, la fe en lo posible se alimenta día a día cual si fuesen tarros de miel (como lo sugiere el arte del decreto, porque este se impone ante la casualidad y lo posible, al menos, para algunos pensadores y constructores o reconstructores de lo que es la naturaleza humana), y, a pesar de que bien podría decir que superficialmente fue superado, en lo profundo, mi ser, siempre se reprochara a sí mismo el haberle dicho, por lo menos, que así sea en la realidad construida …
- Como lo dije ya en otras clases anteriores a todo el grupo y como lo he mencionado en los talleres con padres de familia, Joana, eso no está en mis manos, es una decisión que se escapa como tal liebre al más experto cazador. Como has de saber, ese tipo de decisiones van a depender en gran medida de quien está muy arriba de mí. Hay opciones que se pueden tomar al respecto, pero eso entra dentro de la posibilidad y hasta ahí solamente. En parte, me gusta esa forma de pensar que tienes: quedarse en un solo lugar implica grandes beneficios a alguien como yo, ya que implica cierta tranquilidad, rutina, organización y muchas ventajas porque me he vuelto un conocedor de los alumnos de Miguel Aldama y de las familias que aquí habitan y eso también trae ventaja porque ahora soy un poco sabedor de lo que hay y de lo que no, de cómo actuar ante lo que bien podría causarnos dificultad con ustedes y los demás, así como permitirme ese acercamiento intuitivo de apoyo mutuo, como la ocasión en que firmé el documento de la mamá de Wendy en repudio a la falta de agua potable que les hicieron pasar hace no mucho tiempo: todos fueron testigo de que no soy amigo de lo considero injusto e incluso a ustedes les hice y siempre les hago el llamado de defender su dignidad ante cualquiera que se las pueda arrebatar. Sin embargo, como ustedes sabrán, soy un espíritu que ha leído mucho, demasiado y ha permitido que algunos textos y pensadores me persuadan llegando a creer lo que ya muchos sostienen, es decir, que es mejor cambiar de estados o lugares porque eso es una prueba, una habilidad del propio intelecto del ser el estar constantemente adaptándose a las diferentes pruebas que algunos van colocándote (que mientras unos nombras como vida, yo simplemente llamo tiranos), lo cual suele resultar muy alentador cuando meditas y te das cuenta que estas lejos del lugar en donde creciste y tuviste amistades que aun hoy en te regalan los más fantásticos recuerdos, y, si nos podemos a pensar en este instante pequeño, si yo no me hubiese dejado persuadir simplemente yo no estaría aquí, contigo, a tu lado platicando de todo esto, es más, nunca nos hubiéramos conocido, yo jamás hubiese sabido de una niña de 12 años que se llama Joana y que es muy inteligente para las matemáticas y tú jamás hubieras sabido que existe alguien que puede orientarte en tus aprendizaje y que lleva consigo un nombre de pila que tú ya conoces. Muy ciertamente que esto, nos agrade o no, gracias a esto fue que tú y yo nos llegamos a acercar. No niego también que posea un alma que es bastante frágil, como lo suele ser talvez la mayoría, bueno, no es tan convincente tales frases y estudios de persuasión como se podría asegurar dentro de una simple inspección, más también es cierto lo que se ha dicho ya por otros: que todo el planeta en realidad es hogar nuestro y por tal motivo, que a donde quiera que fueres hacer de la tierra tu miel y tu pan - como ya lo dije, lamenté pensar como lo hace el mundo de los adultos en el cual convivo todos los días.
- Mmm… ya… entiendo… pero si puede, debería quedarse… - dijo Joana sosteniendo la vista en mí, pero esa intensidad y brillo que se manifestaba a través de las pupilas de sus ojos no había descendido con cada palabra que pronuncia que le había pronunciado. Supongo que, en su mundo de niño, el de los niños, había más una cuestión de asombro por lo que decía dado que era una sensación nueva para su espíritu: saber que el maestro de secundaria no es como el de primaria y que ello implicaba que había cambios y como tal el mundo estaba plagado de ellos, más dichos cambios deben de ser abordados de tal manera que ni afecten ni desalientes, sino que se presenten como lo que son y no por ello que influyan en el espíritu de la gracias, es decir, que el hecho de que tengan un grado enorme de probabilidad tenga que ser aceptados o negados: la mente reconocía algo que ya sabía, pero por algún motivo extraño lo ignoraba o lo había olvidado y es que, como repetiré sin cansarme, el mundo de los adultos es un mundo muy pero muy tramposo.
- Habrá que esperar… - culminé regresando la mirada a su libreta para continuar con la revisión de la actividad: ya no sólo como alguien que se enfoca en realizar arduamente su trabajo, sino también como alguien que tiene un alma frágil que se conmueve con palabras tan sencillas porque su mensaje es más potente de lo que suele ocasionar un mal, como una bomba, como un dolor; porque por más que me esfuerzo y busco reeducar mis pensamientos siempre se posan más los que ocasionan preocupación que los que ocasionan respiros profundos, libertarios, de una sensación de alivio para alguien que pronto ve la finalización de uno de sus viajes que, cuyo recorrido, le costó más que fuerzas y energías.
Luego de entregarle la libreta, vi como ella, Joana, la niña delgada, morena, más alta que Wendy, pero no tanto como Laura, con ese cabello casi tan largo como el de su compañera de mesa, con el rostro ovalado, con algunos lunares sobre el rostro, peinado siempre de coleta entera y con uniforme impecable, tomaba su lugar tranquilamente, colocaba su libreta sobre su mesa y leía atentamente las anotaciones que yo había hecho en ésta tras la revisión de la mismas. Joana lo había logrado (lo que algunos trataron de hacer en algún momento, pero se los impedí por el miedo férreo que batalla con mi bienestar en medio de una crisis existencialista): traerme de regreso al mundo en donde tan importante es el conocimiento, pero no tanto como lo suele ser la bondad…
Secreto 34: CIHUAPILLI
Aun después de haber consumido la última partícula de oxígeno
La esperanza ha de permanecer intacta
- He escuchado, más por tu propia madre, que eres muy hábil para desentrañar lo que es el arte noble, arduo y hasta misterioso del álgebra, de la aritmética y de la geometría analítica – le dije mientras ella permanecía sentada en el lugar que ella había elegido desde el primer día de clases, recostada sobre su mesa con los codos y antebrazos recubiertos de una tela roja (que eran los tejidos del suéter del uniforme que los mismos papás habían elegido para ellos), realizando la operación que estaba escrita con gis blanco sobre el pizarrón sobre su libreta.
- Un poco, maestro. Quienes siempre me están ayudando en las matemáticas y en los problemas que deja de tarea son mis dos hermanos. A mí me interesa un poco más el inglés, se me hace muy fácil – mencionó Monse luego de haber alzado la mirada para verme, limpiándose con sus dedos los ojos haciendo creer que era de cansancio, pero yo preferí imaginar que era por pena, chiveo, porque en su rostro nacía y se mantenía una liviana sonrisa que oscilaba entre el orgullo y la alegría por el reconocimiento del esfuerzo, la honestidad y la sinceridad.
- He notado eso precisamente: que en el inglés tienes la facilidad de retener las palabras y su significado, aunque también me he percatado de que te da mucha pena hablarlo, pronunciarlo ¿O caso me equivoco? – deje al tiempo que le devolvía la sonrisa que ella me había obsequiado, porque cuando alguien te regala una sonrisa no es digno que le regales un rostro serio o amargo, pese a lo que te esté acongojando.
- Es que… no sé… maestro… - estiró sus brazos para relajar el cuerpo y la mente a través del estiramiento. Tomó la cantidad de oxigeno que el propio cerebro le exigía y no dejada de sonreír, lo que me permitió ver los “braquets” en sus dientes.
- La respuesta la posees dentro de ti, en tus pensamientos, en las ideas que rescates de éstos para llevarlos a cabo en el día a día de tus actos. Claro que también hay una cuestión de seguridad, incluso, debo de admitir, en cuanto a mi experiencia.
Monse, la niña que todos los días iba peinada con una trenza hasta la mitad de su espalda, uniforme impecable, zapatos bien lustrados y calcetas perfectamente lavadas, permaneció callada, con la vista todavía sobre mi rostro sin que emitiera comentario alguno con respecto a lo que yo le había dicho. Llegó a mí la idea de que lo que había dicho, talvez, no era lo suficientemente claro, más también recordé que talvez estaba frente a una situación en la que a veces no hay algo más que decir en torno al asunto, y no porque se acepte en cuanto se calle, sino porque posiblemente se asestaba la prudencia. No busqué forzar lo que parecía tener un diminuto cierre, porque me topé a mí mismo con mis limitaciones tanto en las habilidades en cuanto a las materias que ofrecía y en cuanto a la habilidad que tienen los abogados de llevar una discusión a grandes escenarios aun cuando estos ya no se quieren comentar.
- Entonces, ¿De quién es la habilidad de las matemáticas? ¿Tuya? O ¿De tus hermanos? ¿De los tres o de los cuatro? – indagué en torno a su propia postura sobre el arte numérico y espacial al no tener gran éxito en el dialogo sobre la dominación de los idiomas.
- Pienso que les pertenece más a mis dos hermanos que todo a mi hermana o a mí: el que ahorita está estudiando la carrera en ingeniería y el que está en el bachiller en Recova. Mi hermana ya no quiso estudiar, pero sí terminó la secundaria hace ya como unos cinco años – dio a conocer.
- Eso es grato para mí, más ¿Lo será también para ti? Reconocer lo que está dentro de nosotros no siempre les sucede a todos: es una actividad gratuita, pero que poco se aprecia y no sé si se deba a que en nuestro sistema económico es más valioso lo que cuesta que lo que se da de forma con poco esfuerzo o talvez sea una simple preferencia por parte de todos lo que conformamos esta sociedad. Tú, por una parte, espero que aprendas de esto y después lo desarmes y lo armes. Dentro de tu familia, por ejemplo, ¿Sabes cuál fue el motivo de que ella, tu hermana, abandonara sus estudios? – especulé sobre el rol de la mujer en Miguel Aldama.
- No estoy segura, maestro. De hecho, no recuerdo que ella haya mencionado el motivo o que yo se lo haya preguntado. Mi hermana es un poco rara: sólo le gusta ayudar y trabajar dentro del taller de mochilas a mis padres y casi no le gusta salir o divertirse – daba a conocer Monse lo que percibía en su entorno familiar, lo cual implicaba uso impecable de su observación.
- No te parece que, entonces, ¿Hay una plática pendiente entre tú y tu hermana? Bueno, yo así lo considero, siempre resulta ser reflexivo conocer las decisiones de otros… (y no por las implicaciones cercanas o lejanas que haya sobre nosotros, sino porque es una oportunidad de conectarte con esa energía gemela que hay bajo los pliegues de la piel y del cuerpo y con ello apoyarte en su sabiduría para encontrar la propia, la tuya, la que te satisfaga y te identifique) ¿Y tus hermanos? ¿Sabes por qué tomaron tal decisión? – pregunté.
- El mayor, conforme fue creciendo, le llamaron mucho la atención las computadoras y por eso optó por estudiar algo que tuviera que ver con ellas. De hecho, mis papás todavía lo están apoyando con los pasajes y los demás gastos, pero yo veo a mi hermano muy feliz y contenta, pues a él le fascina todo lo que ha estado estudiando: pasa todas las tardes armando y desarmando las computadoras que tenemos en la casa, porque dice que hay que darle mantenimiento y limpieza para que siga funcionando bien. Una vez lo escuché decirle a mi mamá que prefería mucho estar con sus máquinas que trabajando en el campo como mi papá. Mí mamás sólo le dijo que recordara que todo el trabajo es importante y eso es lo púnico que recuerdo – platicó entusiasmada Monse, en tanto, yo recordaba la ley de derechos de autor que estaba en debate en el Senado, vacilando entre decirle eso a ella o esperar a que de ello se encargaran los noticiarios, dado que en la ciudad ello ya estaba causando revueltas, lo cual, imaginé, que también estaría sucediendo en algunos tecnológicos que se relacionaban en dicha materia. Por unos cuantos segundos también configuré algunas imágenes sobre la gran brecha divisoria que se comenzaba a ensanchar entre la tecnología y sus avances y la mano de obra que se configuraba en cada uno de los individuos de nuestro país. Guardé silencio hasta el momento de esperar a que los sucesos terminaran de concretarse, con el fin de no interferir en lo que ella buscaba plasmar para su presente y futuro.
- ¿Qué hay de tu otro hermano, Monse? La otra vez me envió un mensaje a mi celular pidiendo disculpas por que tú no habías entregado la tarea. Leer ese mensaje no significó que yo lo lograse comprender, supongo que la disculpa lo hacía más por el apellido y la tradición familiar porque tengo entendido que ustedes siempre se han destacado en la escuela y en los conocimientos. Así así, no dejo de pensar que tu hermano es un chico respetuoso, responsable y hasta cierto punto, por el mensaje, empático.
- Fue lo que me contó. Él comenzó a ayudarme con la tarea, pero al darse cuenta de que la tarea ya era de hace algunos días, se molestó conmigo diciendo que cómo era posible que no le hubiera dicho antes para que yo la entregara para el día que usted la solicitó. Ya después le dije que usted nos había dado chance unos días más, pero aun así su disgusto no bajo. Por eso le mandó el mensaje, y es que él es todavía más inteligente para las matemáticas que el mayor: si usted lo viera maestro ¡Resuelve unas operaciones que le ocupan muchas, pero muchas hojas! Una vez una maestra les dejó 20 operaciones de un día para otro. Él se tuvo que desvelar, más lo logró: el cumplió – comentó Monse con una cierta viveza creciente sobre la retina de sus ojos conforme hablaba de su hermano.
- Sí, me imagino que hay grandes talentos en tu hermano como en ti y como en mucho otros de tus compañeros aquí presentes. Yo le comenté que hay culpas que no le corresponden por lo que no es necesario que cargue con ellas, puesto que a la larga esa actitud se vuelve rutina a tal grado de que los grandes errores pueden llegar a convertirse en las grandes penas, que, al final del día, sólo son penas ajenas y que nosotros mismos nos aferramos para hacerlas nuestras. No le indiqué que tuviera cuidado, porque el mensaje de aquella palabra estaba implícita en cada una de las palabras que había escrito en aquel mensaje como respuesta. Asimismo, no dudé en agradecerle aquel gesto y le repliqué que continuará practicando la disculpa cuando así se requiera, pero que realmente se requiera… – recalqué mucho para que también a Monse le llegara el mensaje.
- Él se parece mucho a mi papá, maestro. Yo digo que eso es raro, bueno, lo pienso, más nunca se lo he dicho – agregó Monse.
- ¿En su forma de ser? ¿De pensar? O ¿A qué te refieres con que es raro? – pregunté mientras en mi cerebro se daba la construcción de otras ideas, como lo que le atañe a la personalidad del hermano de Monse, quien es posible que antepusiera sus valores adquiridos ante cualquier situación que se le presente. Eso, en un planeta en donde la sinceridad entra en conflicto con el fin, anteponer los valores a la situación es sinónimo de, simplemente, pensar antes de actuar, algo definitivamente estratégico para evitar un error: el error que desemboca en actos que toman forma de zapatos de concreto.
- Sí, maestro, es que no siempre nos llevamos bien. De hecho, hay veces que peleo mucho contra ellos, pero él, Jonathan, al último, siempre me tiene más paciencia al enseñarme y explicarme de lo que ya no recuerdo a comparación del mayor que cuando se enoja ya no me ayuda y le dura días la molestia – comentó.
- Pienso entonces que, a pesar de todos esos percances, en realidad, tienes un gran apoyo entre los miembros de tu familia y todos son buenos ejemplos a seguir dado que tus dos hermanos estudian y tu hermana trabaja, lo mismo que tus dos padres ¿No lo crees así? – coloqué en mesa de reflexión.
- De cierta manera sí, tiene usted razón, maestro – dijo Monse mientras su rostro no parecía estar seguro de lo que pronunciaba. Para ser honesto la flojera parecía resaltar en ella, más no dije algo por la falsa interpretación que bien podría haber hecho, Preferí utilizar el juego de palabras para indagar un poco, sólo para indagar…
- Te notó un poco insegura por lo que acabas de mencionar. Talvez sólo sea una corazonada, pero así lo siento – comenté.
- Es que a mí, maestro, todavía me gusta jugar mucho y a ellos ya casi no. Ellos ya prefieren más el estudio o el trabajo y yo sé que eso es importante, pero también suele ser eso muy aburrido – alumbró mis pensamientos y al mismo tiempo, Monse comenzó a reír un poco al decir lo que realmente pensaba, lo que realmente sentía sobre lo que aparentemente traía progreso, felicidad y razón de ser en casi todos los continentes de este planeta.
- En definitiva, te doy la razón en esto último que comentas. Algunos han propuesto aprender jugando y han recalcado la importancia de trabajar en algo que sea de disfrute para que no se “sienta” pesado, más al final el objetivo sigue siendo eso: trabajo… – agradecí las palabras de Monse que me encaminaban a esas premisas sobre el entusiasmo, la realización y el trabajo.
- ¡Y es que el trabajo, maestro, parece una cadena infinita de esfuerzo y esfuerzo! Mis papás, por ejemplo, le dicen a mí hermano que le pagaron la carrera, más a él le va a tocar apoyarme a mí y a Jonathan conforme vaya pudiendo, porque no saben si van a poder más. En mi caso, maestro, no sé si yo quiera entrar al bachiller o ya después mejor ponerme a trabajar.
- Tú y yo casi estamos dando vueltas en está platica, porque hemos regresado al punto de partida del cual salimos al inicio de esta conversación. Más todo esto se resume nuevamente en lo que te he de preguntar… Dime, sinceramente, ¿Hay algún motivo en especial del porque no quieras ir a bachiller a continuar con el estudio de este mundo y lo que le extraña?
- Por flojera, maestro, por flojera – y Monse comenzó a reír sin parar. A ella, como bien me lo había dicho y que yo me negaba a oír, salía a flote su visión de que el juego bien se puede anteponer a lo serio de esta realidad que se ha venido creando y concretando.
- ¡Tú! ¡Monse! ¡Teniendo todo un potencial por delante y con un campo de posibilidades y apoyo! ¡Me sorprende! – insistí, más con cada palabra que decía ella parecía convencerme tanto por la ironía como por la gracia y la simplicidad.
- Bueno, como le digo, todavía no lo sé, todavía lo estoy pensando mucho para tomar una buena decisión – aseguró mientras calmaba las risas no me dejaban comprender si era verdad lo que decía o una simple travesura de niños.
- Bueno, eso está bien, de hecho, es lo mejor que puedes hacer ahorita – dije referiéndome más al juego de palabras que a la conversación de superficie que llevábamos a cabo – es más, pienso que todavía tienes un gran tiempo para decidir cómo vas a ir formando tu vida futura precisamente desde este punto de partida, desde hoy…
- Aparte – interrumpió.
- Dime – me dispuse a escucharla.
- Mi mamá tiene miedo porque soy mujer y usted sabe que el bachiller más cercano esta en Recova.
- Comprendo… entonces si vas tendrías que bajar caminando este monte por la carretera ¿Cierto? – lamenté a escuchar la historia que se volvía a repetir en Monse tal y como en su adolescencia le había sucedido a doña Paula.
- Sí, maestro y aunque no es mucho porque serían como 30 o hasta 40 minutos, tiene miedo a que me suceda algo malo. Usted sabe cómo está la situación actualmente en México. Las noticias lo dicen a diario – comentó.
- Cierto, todo lo que se escucha ahora con respecto al rapto de menores, el tráfico de órganos, la trata de personas… en fin… es algo muy lamentable y sumamente despreciable. No demerito las precauciones justificadas que toma tu madre ahora.
- Así es maestro. Ella dice que el pueblo sigue siendo muy tranquilo, pero la carretera que nos conecta con Recova y con Españita ya no son tan seguros como antes ¡Ya por aquí se rumora que ese es el camino de los huachicoleros! Por eso le dijo a mi hermano mayor que tendrá que apoyar a Jonathan para que ya no se vaya caminando.
- ¿En qué tiempo termina el bachiller Jonathan? – pregunté.
- Está terminando el segundo año. Ya sólo le faltaría uno – compartió Monse.
- Pues ya casi, Monse, ya casi. En tu familia se posará nuevamente el olivo – festejé.
- Sí, maestro. Mi mamá, por ahora, se aguanta el miedo sólo por las tardes. Temprano, Jonathan, se va en la combi, más por las tardes, cuando mi papá puede va por él a la escuela, pero por el trabajo a veces ello se le imposibilita y se regresa caminando. Si se pone nerviosa con él, ¡Imagínese conmigo!
- Estoy seguro que encontrarán una forma ambos de lograr que curses el bachiller. Pienso que tus padres han sabido orientarlos y han procurado darles lo mejor. Yo lo veo mucho en la comida que me obsequian, en el detalle que colocan y en ustedes mismos: son muchachitos de bien. Esto ya es en sí mismo un premio invaluable.
- Mis papás nunca nos han abandonado. Mi mamá todavía nos cuida mucho y es que dice que antes cuando ella era niña no estaba tan feo, pero ahora ya está más fuerte la inseguridad y las drogas. Por eso nos cuida mucho. Yo la amo.
- A esto me refiero, son muy inteligentes: han sabido observar lo que sucede a su alrededor y han buscado adaptarse a las condiciones. Por tal motivo, esas recompensas se viven y muy seguramente perdurarán hasta que la existencia se los permita, en definitiva, así será… - culminé y regresé al salón con los demás aprendices… recordando el significado de la palabra amar…
Secreto 35: CHOCOTO
Ser pequeño le decían
Y en un año me ayudó a descubrir porqué…
- Yo soy muy pobre, pero también rico – dijo Alexander en una caminata que dimos juntos por las veredas escondidas de Miguel Aldama. Bueno, en realidad, él, un niño de 13 años, era quien me guiaba por esos senderos, dado que él era experto en sus tierras, pues pese a ser su maestro él me demostraba que también podría serlo. Permitirme cambiar ese juego de roles era definitivamente la mejor forma de acercarme a Alexander, al verdadero Alexander, al que se oculta detrás de su pupitre, de su informe, de su formación académica, y de esta manera igualarme como lo que somos dos seres humanos andantes sobre un planeta que un millar de científicos busca comprender, y en ese lapso, traen los mejores tesoros para todos dignificando a la ciencia, aunque a otros, como se ha documentado, les suceda todo lo contrario.
- No comprendo eso. Dime ¿Cómo es posible ser alguien que es pobre, que no tiene ni en donde caerse muerto y al mismo tiempo puede ser alguien rico, es decir, poseedor de múltiples riquezas, joyas, dinero, oro, diamantes? – cuestioné mientras ambos transitábamos sobre el camino angosto, húmedo, con un campo de cultivo al lado derecho mientras que el bosque se mantenía en nuestro lado izquierdo, más, los únicos colores que abundaban era el de la vida y el de la eternidad del universo claro en la cúpula celeste.
- Pues sí, maestro, es muy fácil: Yo soy un pobre niño rico – repetía Alexander, el niño delgadillo más alto que yo, de piel blanca y pecas bien disimuladas por las manchas de su piel que sonreía sin llegar a la burla al repetir esas palabras. El viento iba y venía, tal cual torero juega con la ira del toro, la ignorancia del cuadrúpedo, la vida del indefenso.
- Eso sólo existe en tu mundo, Alexander, pues, aunque yo le podría dar un sinfín de interpretaciones, la verdad es que finalmente terminaría equivocándome. El ideal es que mejor me expliques a que te refieres ¿No te parece? – comenté al tiempo que nos sentábamos para descansar tras la caminata que ya casi le pegaba a la hora. Sobre la rama de los aquellos arboles todavía se podía notar gran cantidad de pascle: esas fibras que se entrelazan y que son muy vistosas en los nacimientos decembrinos.
- Mi mundo es muy extraño, maestro, más de lo que usted se podría llegar a imaginar. Ya sabe cómo somos los muchachitos de ahora, que a nuestra corta edad ya hemos vivido mucho – aseguró Alexander, el niño de rostro ovalado y cabello con corte tipo alemán con una liviana modificación en el fleco, el cual era más grande de lo que exige la norma escolar.
- No pasas de los 15 años. Te falta más de lo que te imaginas y más de lo que te podrías permitir a ti mismo. Tú eres similar al salmón que viaja sobre las corrientes del río de agua dulce y el cual pronto llegará al mar – imaginé.
- ¿Y? – cuestionó bruscamente.
- Es bastante lógico ¿No te parece? La tierra no ha mostrado lo suficiente en Aldama las estrellas del zodiaco como para que tus ojos puedan reconocerlas sin el apoyo de algún manual ¿Me explico? – sonreí por el juego de palabras que le lanzaba a ese niño que vacilaba entre ser un espíritu traviesamente responsable y rebeldemente respetuoso.
- Sí, a mi abuelita también le pasó eso que dice usted – también sonrió porque entendió, al menos, el juego de palabras que le había dicho – Pero como le dije, yo soy un niño que ya he vivido mucho: ya tomo chelas, ando con pura morra como la de los videos de Cartel de Santa, ese que le enseñe de pollo y conejo. Además, siempre ando con la banda, así bien locochon. Cuando sea más grande comenzaré a darle bien recio con la “maría”.
- Pienso que, pese a llevar tu vida cerca del torbellino, has logrado bordearlo sin la necesidad de que éste te logre infiltrar dentro de sus fuertes vientos, ya que vuelas astutamente. Más ello no implica que te encuentres seguro del peligro. Como te darás cuenta, es indispensable que mantengas una alerta constante. Recuerda los principios biológicos sobre la evolución y el cambio. La cuna de Moisés es bella por sí misma, más ello implica un esfuerzo por la búsqueda de los nutrientes necesario e indispensables. Por tal motivo, la mitad del círculo de la vida se da por el azar y la otra mitad por aquello que tu hagas para que el azar se transforme en tu presente ¿No te parece?
- A mi abuelita también le paso eso que usted dice. Por eso yo debo evitar esa situación. Es más, de una vez le digo que yo ya decidí que voy a hacer en unos años después: o me va a ver como narco mis famoso rodeado de muchos billetes y nenorras o un famoso huachicolero. Ya sabe usted que aquí en Aldama se da la pura adrenalina.
- ¿Narco? ¡Vaya! Es algo que al parecer compartes con otros de tus compañeros, como Jesús. Incluso, me atrevería a decir que como muchos otros y eso se debe sólo al hecho de que se ha pronunciado tanto su fama en las series que todo por convicción. Así suele pasar siempre con cada una de las generaciones. Sólo que, comparándolas con otras, presiento que hay una extraña razón de siempre desear ir en contra de algo o de alguien, es decir, esa constante se repita. En unas ocasiones más fuertes que en otras, pero la constante siempre resulta ser la misma. Y la muestra de ello es que ahora tú quieres ser narco.
- Sí, como narco. Voy andar cargando unos pistolones que todo mundo me va a respetar, ya lo verá: no habrá ni uno que no conozca o pronuncie mi nombre, porque eso de estudiar la mera verdad no es para mí. Ahorita lo hago y cumplo porque me lo pide mi mamá, pero espere a que termine por lo menos la secundaria – dijo Alexander entre juego y opción. Dada mi insistencia en siempre ser hombres de bien y lo que a mí me tocaba ver, me limité a continuar el juego de palabras que se había dado desde el inicio de la conversación.
- Existe una teoría que habla sobre la ilusión del respeto y lo que a éste le constituye. Se supone que el respeto es un acto que se basa en la distancia entre todo aquello que esta alrededor nuestro y nuestras manos, es decir, ese espacio que da cabida al hecho que podría ser ejecutado. Hay otra idea que sostiene que el respeto es un cuerpo, pero un cuerpo ilusorio, ya que quien lo porta, como tú dices, bien puede ser el miedo. La verdad, es que el respeto, como todo valor moral puede resultar ser el propio sol y sus rayos sobre la superficie terrestre – pronuncié evitando decirle que todo lo que había dicho o bien lo podría llevar a una arista del respeto o bien a una arista que fluye y se fusiona con la oscuridad de una cueva que alberga víboras de cascabel, cobras y hasta coralillos.
- Yo he visto que todos los que portan armas se ven bien locochones, maestro, así como el Babo en sus videos. No puedo esperar a ser, por lo menos, parte del ejército y andar trayendo siempre una ametralladora… y ahora si… a ver… ¿Quién se mete conmigo? Van a salir corriendo más rápido que en lo que canta un gallo. Y es que yo soy de sangre fría ¡No puedo esperar a estar con los militares para que vean todo lo que soy capaz de resistir! Mi hermana que ingreso con ellos me platica de las rutinas de ejercicios que les ponen y, aunque al principio ella quería llorar, ahora mire nada más ¡Hasta es más fuerte que mi hermano el flaco! Ella es la única que lo somete, bueno, y mis papás también – narraba Alexander como si ese fuese el sueño de sus entrañas y como si fuese ese el propósito que lo motivara seguir respirando aquí, enfrente de mí.
- Veo en ti un gran agrado por la formación militar, la formación ruda y con bastante disciplina. Es inevitable que piense en ello, en las palabras que pronuncias y al mismo tiempo en Omar, uno de mis alumnos de años pasado que también tenía una gran inclinación a las fuerzas armadas. Pienso en ti y en ese rasgo que te lleva a desear todo y, pese a que no logro concebir eso en la formación humana, supongo que tampoco tengo el derecho de arrebatarte esas aspiraciones, pues algo habrá de productivo para el crecimiento de la especie dentro de esos cuartes de formación. Quiero imaginar entonces que también vas a andar siempre viajando con el rostro cubierto, con gafas, con un carácter fuerte e imponente, y si es posible, hasta cubierto de tatuajes cómo el vocalista de Cartel de Santa ¿Verdad?
- La vida ruda es lo que hace a los hombres: hombres. Esas pruebas no cualquiera la aprueba. Mi hermana me dice que a veces los dejan en medio del bosque y su misión es regresar vivos a los cuarteles. En otras ocasiones hasta tiene que hacer lagartijas bajo la lluvia y en los suelos de tierra: todas embarradas de lodo. Hay muchas que no resisten, terminan llorando y hasta se van saliendo. Por eso ahí está la verdadera voluntad de acero. De los tatuajes eso si no sé mucho, pero por las dudas no me haré porque quien sabe si me dejen ingresar con ellos en caso de que yo los tenga.
- Esas pruebas físicas ¡Vaya que sí han de tener mucha ganancia y mucha ventaja en cuanto a actividad corporal! Y a la larga ¡Hasta formación mental sólida! Entre los militares se recalcan mucho los valores de honor y amor a la patria. Sin embargo, ahora también se ha leído en algunos periódicos que, ellos que son servidores de la nación, han atacado a aquellos que deberían de proteger. Eso resulta ser algo absurdo, algo ridículo, pero suele suceder. En cierta ocasión platiqué con el chofer de una combi cuando recién ingresé a la labor docente. La ruta de ese transporte público no la recuerdo como tal, pero es una que va para Cuaxomulco centro. Pues aquel hombre decía que vivir dentro del mundo de los militares es precisamente eso: otro mundo, más no el que un civil se imagina, ya que también adentro de ese grupo de guerreros también hay vicios… muchos vicios…
- ¿Vicios? ¿Qué tipo de vicios? – preguntó Alexander asombrado por el comentario que le hacía.
- Decírtelo, Alexander, es dejarte en medio de la incertidumbre, la imaginación y la especulación. Para la filosofía ello podría resultar beneficioso, para la literatura una gran herramienta, incluso, para la física cuántica también podría abonar a la generación de hipótesis, pero, para la defensa civil y para tu espíritu que deambula entre lo que podría ser… tengo que ser honesto contigo… eso sería terrible para mí: poner en peligro aquello que podría llevarte a la gloria y el éxito ¡Aun cuando no comparta el mismo agrado por tales actividades! ¿Qué te diré? Aquello que se dice en cualquier lugar, en cualquier tiempo, a cualquier ser humano… hay que ser sensato y precavido.
- Seguramente lo que le dijeron son puros chismes, maestro, puros chises. Más, aunque así fuera entre los militares, yo sólo le diré que seré el número uno, el mejor. Por algo soy un pobre niño rico, pero inteligente, muy inteligente.
- Bueno, dentro de todo lo que hemos venido platicando, pienso que te verás mejor de militar que de narco o de huachicolero. Por cierto, Alexander, ¿Tu mamá sabe todo esto que me dices? Es decir, la idea de ser militar.
- Sí, ella lo sabe y mi papá también. De hecho, mi mamá quiere enviar también a mi hermano el flaco y como mi hermana ya está adentro dice que nos ayudará con los exámenes y con el proceso para que no nos tomen de sorpresa.
- Entonces ya casi es una realidad. Me parece perfecto, sólo que con los militares no pienso que te dé tiempo de irte por tus chelas, es más, no te van a hablar “bonito” como yo lo hago contigo cuando no quieres apurarte: allá lo haces porque lo haces y nada de que no quiero. Por cierto ¿Es cierto que has tomado o sólo es un juego?
- Sí, bueno, pero poco.
- ¿Tus papás saben? Porque ahora que los veo les voy a preguntar.
- ¿No me cree?
- La verdad, sólo lo de que quieres irte a estudiar con los militares. Todo lo demás, bueno, hasta no ver no creer – sonreí.
- ¿Porqué? – también sonrió. Era como si el lado bromista de cada uno se encarara para ver de qué cuero salía más correa.
- Estas muy chico. Yo la primera gota de alcohol la tomé casi antes de cumplir los 18 años y eso porque me iban a operar. Si no hubiera tenido cita para intervención posiblemente no hubiera bebido.
- ¿Y eso qué? Maestro, no porque a usted le haya sucedido así quiere decir que me va a suceder a mí también. Además, esos eran otros tiempos, ahora los jovencitos de ahora, bueno, usted ya sabe cómo somos – dijo sin bajar la guardia en la plática nutrida.
- Por algo te llaman Pequeño.
- Eso no tiene nada que ver, maestro. Pequeño me dicen desde muy pequeño porque soy pequeño.
- Por cierto ¿Por qué te dicen así? Me parece gracioso que todos utilicen ese sobrenombre para llamarte: hermanos, papás, primos y hasta amigos… ¡Ya sólo faltó yo!
- Esto me lo platicaron hace ya mucho tiempo. Se supone que yo iba a ser el último de la familia porque así lo decidieron mis papás, aparte de que ya conmigo éramos cuatro hijos que tenían. Así pues, según ella, yo iba a ser el “Pequeño” de la casa y de todos los primos. Casi casi, como quien dice, el consentido, aunque deje decirle que sí lo soy. Pero ni se imagina, maestro, mi mamá no se operó porque pensó que a su edad ya no volvería a embarazarse y tener más hijos y chan chan chan chan… - fue inevitable que Alexander alzara el rostro al techo del salón soltando unas cuantas carcajadas.
- Beli llegó de sorpresa ¿Verdad? – disimulé ese sentimiento empático que buscaba manifestarse en mi rostro en cuanto a la conmoción que transitaba en el espíritu de Alexander.
- Así es, maestro, Beli llegó casi casi de sorpresa ¡Con decirle que mi mamá no sabía que estaba embarazada nuevamente! Pensaba que los mareos y las náuseas se debían a que estaba enferma de algo y como sólo se tomaba los tés que le daba mi abuelita para calmar las molestias, pues no se enteró de mi hermanita sino ya hasta cuando fue al médico quien le dio la gran sorpresa. Claro que la sorpresa fue para todos, maestro – relató Alexander quien mantenía el buen humor que deja aquella experiencia a un adolescente de su edad.
- Ah mira… las casualidades de la vida… - exclamé sorpresivamente más por los gestos de Alexander que por la propia historia que me contaba – más todavía te dicen Pequeño.
- Sí, se les quedó la costumbre. Usted ya sabe cómo son las familias de ahora ¡Todas muy extrañas! – dijo este muchacho que parecía no conocer la seriedad y la cordura adulta.
- ¿Y sí te gusta? ¿O te es incómodo en algunas ocasiones? Digo, tu siendo aspirante a militar eres un hombre al final de cuentas y no un “Pequeño” de mamá y de papá.
- Sí, me gusta mucho. Yo soy un hombre Pequeño – dijo como cualquiera que pronuncia algún logro que ha obtenido en su carrera.
- ¿Porqué? – insistí en buscar la explicación a tal agrado.
- Porque soy Pequeño… - se limitó a decir.
- Si ser Pequeño implica ser Alexander, entonces, pienso que todos lo somos, Alexander, todos lo somos…
- Aun así, a pesar de ser Pequeño, no se le vaya a olvidar que también soy un pobre niño rico – reclamó el título.
- Si esas son tus explicaciones, Alexander, debo confesarte que ahora, entonces, yo también lo soy… - concluí.
Secreto 36: COCHILISTLI
Poseo la ferocidad del león maduro
Dentro de este cuerpo de este joven cachorro
- Varia, profe, varia. Hay veces que sí surge esa cosquillita de continuar con el bachillerato, saber más, hacer nuevas amistades y todo lo que significa seguir estudiando – dijo José mientras observaba como jalaba la silla hacia atrás que estaba a su lado y debajo de la mesa para sentarme junto a él.
- ¿Y entonces? ¿Cuál es el detalle de que esa chispa sólo sea eso: una simple chispa incapaz de causar la bomba de conocimiento? – pregunté al tiempo que posaba mi mirada sobre su perfil, reteniendo la imagen en mi cerebro de una postura que era similar a las de las revistas de científicos e intelectuales, sólo que, a comparación de José, ésta parecía no poseer la luz detrás de sí para resaltar los contornos de su figura en el espacio.
- Porque hay veces que ese no refleja todos los asuntos que se interponen, profe, parece muy fácil para usted porque usted es maestro y por lo que hemos platicado usted siente un amor grandísimo por los libros. En mi caso, profe, es muy diferente – dijo José manteniendo la mirada sobre la libreta y el libro que descansaban sobre su mesa gris, con el lápiz detenido para poder responderme, con las páginas impresas casi vacías.
- Explícame – dije sin buscando cerrar las ventanas que permiten la captación de la imagen, buscando agudizar más el sentido de la reflexión y la buena argumentación bajo el colchón de la comprensión, puesto que limitarme a escuchar, eso, eso lo puede hacer cualquier otro en cualquier lugar y en cualquier momento: imaginar con armonía procurando no descuidar todos los detalles, eso, eso es escuchar, observar, sentir: tomar la preocupación y la inseguridad de José y hacerla mía, colocarla sobre la balanza dorada y entonces sí: emitir un par de palabras bañadas en la bondad y en la compasión.
- Una parte porque mi mamá me dice que ya no tiene dinero. Eso es algo que hemos venido platicando desde que estaba yo en segundo año, o sea, en año pasado. Mi papá no lo conoce, pero él ya está grande: tiene más de 50 años, casi lo mismo que mi mamá. Además, a mi papá por su edad ya casi no le dan trabajo. Debes en cuando se va de albañil, pero son obras pequeñas, por lo mismo de la edad. Mi mamá también trabajó mucho de joven, pero ahorita dice que ya está cansada. Aparte aquí en el pueblo hay muy poco trabajo. Si tienes tierras, bueno, te apoyas de la siembra y de los apoyos para el campo. Si tienes animales, bueno, por lo menos sabes que comida no te faltará. De ahí en fuera, profe, solo el pascle o la leña o detallitos así te dejan algo de trabajo. Por todo eso que yo veo y por todo lo que me dice mi mamá y las necesidades de la casa pienso que va a ser más difícil, demasiado difícil.
- Bueno, lo de los gastos escolares tiene, ahora, una simple solución, basta con indagar entre los diferentes programas de apoyos a estudiantes: beca gobernador, beca Benito Juárez, Beca escribiendo el futuro, etc. Yo les he informado de algunas de ella en su momento ¡Acuérdate! Sólo falta que tomes en tu cabeza la decisión y aunque no descarto la probabilidad de que suceda un evento poco favorable para la solidificación de tu proyecto, dime ¿Qué se pierde? ¿Tiempo? ¿Energía? ¿Esfuerzo? Mas a mi favor, he tocado livianamente ese asunto con tú mamá, y hasta donde entendí, porque hay una sensación de desconfianza ante lo incierto, ella sí te apoyaría con el mantenimiento – comenté mientras jalaba un poco el libro para echar un vistazo en general.
- Sí… supongo que sí, profe, tiene usted razón… - dijo José divagando, ocultando lo que realmente sentía, talvez por desconfianza, talvez porque no lograba hilar las palabras correctas, tal vez por no identificar bien sus emociones y expresarlas, talvez por la propia adolescencia en la cual se encontraba.
En este sentido, debo aclarar lo que pienso en torno a los trabajos de los psicólogos. Éstos han sido sumamente aportativos a la comprensión de los jóvenes, a la mejora educativa y a la regularización de las emociones, pero ¿Cuál es la certeza de que lo que ellos abstraen con sus observaciones y con explican por medio de sus conclusiones sea un acercamiento firme sobre la situación de puberto? ¿Se justifica suficientemente con la objetividad, el respaldo de un marco teórico bien definido y la aplicación de un método científico?...
En tanto, José se recargó sobre el respaldo de la silla y permitió que deambulara en el trabajo que realizaba. Dio un bostezo que dejaba especular a mi razón entre un presunto significado de alivio, relajación e indiferencia, algo que por supuesto, no podría asegurar aun cuando lo vuelva a presenciar (o repetir a través de una cámara de video). Sus ojos, como cualquier humano, se perturbaron por una diminuta humedad de lágrima, quiero suponer que por consecuencia de propio bostezo que dio. Por otra parte, yo, inconforme con la respuesta que había escuchado me aventure a explorar su ciudad perdida del Dios Mono:
- Es inevitable el presentimiento ¿Sabes a lo que me refiero? A esa sensación de que existe algo, un motivo por el cual hay grandes dudas dentro de ti. Dudar es decidir. Dudar es el regalo de la naturaleza para la supervivencia, como el obsequio de las alas a las aves. Dudar es sinónimo de búsqueda y ello implica la razón de ser del caminante por las brechas. Y aunque yo soy sabedor de que se le apuesta más a la seguridad que a la duda, porque así se justifica la doctrina castrante de lo radical, es imperante que tú ahora redefinas la conceptualización de ciertos vocablos ¡Y más tú! ¡José! ¡Quién siempre ha mostrado una brillante habilidad para la clarificación de los conceptos y la clasificación de los mismos!
- No hay algo más, profe. Yo le he dicho tola verdad. No tengo motivos para mentirle y menos en la cuestión de los estudios – dijo José mirándome fijamente.
- Es común, tras el contacto y la observación, percatarse de que cuando una persona se aferra a un sueño es sumamente difícil que alguien o algo se los arrebate tan fácilmente. Se comenta que es más fuerte esa resistencia en la mujer, pero yo opino que sucede de la mima manera en el hombre y a cualquier edad.
- Y según usted ¿Qué hay en mí que le diga que hay algo que me detenga para seguir estudiando y que yo no conozca?
- Es fácil y complicado al mismo tiempo. Es cierto que no han dado ni las 10 de la mañana, eso lo dice el reloj. También es obvio que tú dejas desayunado en tu casa todos los días. Bien sabemos que esta es la segunda clase del día. Dime ¿Hay algún indicio que sea de suficiente peso como para que en tu cuerpo no exista vibración de energía inquieta? Tus palabras, y no es por desanimarte, pero son tan fuertes como tu propia fuerza de voluntad, y la fuerza de voluntad está pegada junto con tu energía.
- Es que va a ser más difícil en todo, profe, y yo no creo que vaya a poder con todo lo que está por venir. Usted mismo sabe que a veces me cuesta el inglés. De leer ¡Ni se diga! ¡Usted sabe cuanta flojera me da! ¿Para qué haré gastar a mis padres algo que no voy a aprovechar? Usted mismo lo ha dicho: no debemos ser malagradecidos con nuestros papás y si ellos nos están brindado el apoyo para estudiar entonces tenemos que pagarles con la misma moneda ¿O acaso me equivoco?
- Es cierto… yo se los he dicho ya en más de diez ocasiones. Para ser honesto, José, eso es algo que yo mismo me inculqué desde pequeño y se fue reforzando conforme fui creciendo y con el pasar de los años. Más también me he dado cuenta de que hay muchas formas de agradecer. Siendo esto así, entregar buenas notas es una manera de agradecerles en el momento, no metiéndote en problemas es otra, ayudándoles en casa también, trabajando fines de semana o apoyando a tu papá en su oficio, y así podríamos enlistar toda una serie de acciones con las cuales, ahorita, en el presente y hasta en el futuro cercano, conforme vas trascurriendo los días, se forje y forma esa palabra que te he dicho. Ahora bien ¿Es entonces el miedo a ser malagradecido lo que te limita a seguir estudiando o es el miedo ante los retos venideros? ¿A tu inseguridad a lo que desconoces o a tu nula capacidad de enfrentar lo que a ti venga? Tú y yo ya hemos sostenido en más de tres ocasiones charlas de esta índole.
- Un poco de ambos, profe.
- Entonces lo único que tenemos que hacer es trabajar en ello arduamente y asunto arreglado. Además, José, soy saberdor de que en ocasiones la voluntad de los padres influye. Por eso me atrevo a pensar que para ellos tampoco es fácil dejarte ir ¿Te imaginas por qué? Bueno, porque eres el último hijo que vive bajo con ellos bajo el mismo techo. Dejarte ir no será asunto fácil, pero debes de decidir, siempre es así.
- Ella dice que yo tengo su apoyo en lo que al final del día yo decida. También suele decir que no le ve el caso que tenga tanto estudio, porque en sus tiempos con la primaria ya podías conseguir trabajo. Si ella tiene miedo o no, profe, o si mi papá lo tiene, es algo que no han mencionado y yo tampoco se los he preguntado ¿Realmente usted cree que también se deba a ello, bueno, en parte? Ella me ha dicho que la cuestión es el dinero, principalmente.
- Bueno, es muy aventurado eso que te dije. Hay varios psicólogos que sostiene eso que te acabo de decir: es en realidad el miedo el que se enfrenta en una guerra interminable contra lo que pretendemos hacer o ser. En mi experiencia personal, hay palabras que callamos, pero que pueden intuirse a través de la mirada, claro que esto no es algo nuevo.
- ¿Será, profe? O se estará usted confundiendo.
- Bueno, si es parte de mi confusión lo podemos descartar, al menos por ahora. Pero en lo personal, yo no lo descartaría.
- Es posible, entonces.
- Para mí, sí. Pero no se te olvide que aquí es importante conocer los factores externos para saber cómo manejarlos sea para enfrentarlos o sea para manejarlos a tu favor. Más los factores internos son los de mayor envergadura ¿Por qué? Porque son los que se encuentran dentro de ti y son los que van a echarte a andar. Así pues, ten presente ello siempre, en cada instante, ahora mismo para que construyas tu propia obra.
- ¿Mis decisiones? ¿Verdad?
- Efectivamente, José, efectivamente. Antes ya te lo había dicho y la propuesta de solución que es la misma: te siento “bloqueado”.
- ¿Bloqueado?
- Sí, bloqueado. Mira me refiero a que…
- Sí, lo que me ha dicho cuando no entiendo algo, pero que en realidad no es porque no lo entienda sino porque hay una parte de mí que no lo quiere hacer, pero, profe ¿Y eso es malo? Usted mismo ha dicho que la desobediencia también puede ser tomada como una virtud.
- Claro que no, José, claro que no. De hecho, es lo más normal de lo que podemos imaginar. Siempre he creído que la seguridad y la estabilidad es una mera ventana de la ilusión. Se puede uno asomar por ella, pero nunca será suficiente y tampoco estará por siempre. En el mundo se cree que así es, pero en lo personal es una vil mentira que nos han dicho como muchas. Algunas por producto de la ignorancia, otras por motivo de la desconfianza.
- Eso no me ayuda en mucho, profe, no me dice que hacer o por donde ir o como debo de actuar.
- Bueno, a lo que me refiero es a lo que ya he dicho durante las clases de formación humana.
- ¡Ah ya! Sobre la autoestima y el proyecto de vida.
- Así es.
- Pues vuelvo al mismo punto que iniciamos, profe… yo no sé qué hare: si trabajar o estudiar. Lo de estudiar ya se lo dije y lo de encontrar un trabajo, bueno, dicen que estoy muy chico para trabajar. Es más, profe, a esta edad no pagan lo que es justo: de los 100 pesos diarios no pasa. Se lo digo porque ya he investigado.
- Recuerda las ideas que yo les he compartido sobre la concepción de la relación entre trabajo y pago.
- Eso es algo contradictorio, profe. Usted mismo se queja de su sueldo: que es muy bajo, que es insuficiente hasta para cubrir sus gastos básicos.
- Cierto, muy cierto, José, a veces permito que la preocupación de mis criadores me abrume mentalmente, los pagos que tengo pendiente mes con mes y aquellos gastos que se relacionan con mi sobrevivencia, pero, sabes, cada uno de esos factores tiene solución: una tan sencilla que puede ser enlistada. Más a lo que yo me enfrente es a una reedducación de mi mente que se acostumbró a sólo pre-ocuparse de todo lo que le causa miedo por la incertidumbre del qué será. Es mi batalla que día a día llevo a cabo y, por lo que dices, es claro que en ocasiones permito que me gane y en otras me sobrepongo a ella ¿Sabes a que me refiero?
- Más o menos.
- Cada quien tiene su propia guerra. Tu ahorita llevas a cabo la tuya con respecto a que planeas hacer ahora que seas graduado de secundaria. La mía, por otra parte, es destacar las recompensas que he ido adquiriendo por mi labor por sobre las picaduras de los malestares: los gastos serán cubiertos como lo han sido ya desde hace cuatro años. En cambio, mi familia solo pide algo que es tan fácil de cumplir y que no ha sido sino hasta esta charla contigo que, como dicen por ahí, me cayó el 20.
- No me imagino qué, profe, no conozco a su familia.
- La atención, José, la atención. Hay quienes opinan que cuando vamos envejeciendo en realidad es ir rejuveneciendo, es decir, venimos a este mundo como bebés y por lógica tenemos que partir de la misma manera: siendo bebés. Claro está que tales palabras no se refieren al cuerpo, porque tú y yo sabemos que ello no es posible, sino en cuanto al propio espíritu alegre, cantor, ese que no es capaz de corromperse como sucede con a carne. Si todo esto resulta ser cierto, entonces podríamos decir que los abuelitos, a tal edad, lo único que quieren es atención, tal y como lo piden los más pequeños, según los psicólogos y pediatras.
- Entonces usted no debería de alejarse mucho de ellos. No debería estar aquí con nosotros dando las clases porque los está descuidando – comentó José cerrando sus palabras con ese rostro de niño pícaro que busca decir, disimuladamente, que las clases no son necesariamente lo suyo.
- Bueno, como se dice en las películas japonesas en su mayoría: yo no me alejo, nunca lo he hecho y nunca lo haré, puesto que ellos siempre están presentes conmigo, aquí, en mi mente y mi corazón y ahora más que nunca, ya que incluso salieron a relucir dentro de esta charla. Este mínimo pensamiento de saber que también me encuentro en su lengua, dentro de sus emociones, me da fortaleza para seguir andando hasta el punto en donde tenga que, finalmente, establecerme. Esto es parte esencial para vivir la paz y acercarte a la plenitud.
- Mi mamá también me da mucha fuerza interna, y mi papá, profe, ni se diga – destacó José mientras regresaba la vista hacia el libro, mostrando interés en aquellas páginas y ejercicios que esperaban ser contestados impacientemente por él.
- Entonces, está claro lo que yo tengo que hacer. Sin embargo, en tu caso, ¿Está más claro que tienes que hacer? ¿Cierto?
- Es posible, profe, es posible.
- Entonces, dado que las palabras comienzan a sobrar dado que ya resultaron decirse las bastantes, continuemos con la lección por ahora y dejemos esta charla con una conclusión pendiente…
Secreto 37: CENTETL
Son historias para ser vividas
No para ser leídas…
- Todo lo que inicias lo tienes que terminar: no es posible que dejes a medias el trabajo que comenzó bien – le dije mientras pensaba en lo que implicaba la verosimilitud de mis palabras: si todo tiene un principio, así como la humanidad lo tuvo, entonces, por lógica, era inevitable la alborada de nuestro fin, en algún día, en algún momento, en algún segundo. Otro ejemplo vivo típico eran los dinosaurios o los trilobites. Claro que existían los helechos, las tortugas, cocodrilos, caballos y tiburones, descendientes de aquellas especies. El ser humano, por su parte, como lo decían los biólogos, del mono. Aun así, no había una garantía total y absoluta: talvez, simplemente, andábamos transitando por unas cadenas fuertes de hierro puro (que es la materia) y con algunas manchas de oxidación (que es la vida).
- Ya no voy a continuar estudiando, profe. Ya hablaron mis papás conmigo. Además, usted sabe que los libros nunca fueron lo mío – dijo Juan, el estudiante de tercer año, el más alto del salón luego de que Chucho desertara a medio ciclo escolar.
- ¿Y eso es un motivo suficiente para que ahora quieras dejar todo a la deriva? – dije al tiempo que buscaba su rostro, su mirada, que parecía estar entretenida por el salón que estaba a punto de abandonar. En mi propia cabeza, aunque procuraba decir las palabras más apegadas a la realidad, también tendían a cierta corrupción por la propia duda y la deducción. Bastante ya he dicho sobre el apoyo a las teorías que han surgido luego de observar el movimiento terrestre, como aquella que se conoce como la deriva continental: Juan la nueva isla, su porvenir el inmenso mar, y yo, si es que existía, permanecía de forma incorpórea dentro de su más intimo universo.
- ¿Para qué me va a servir todo eso que usted nos enseña? ¡De nada! En el campo lo que se necesita es mano dura, fuerte, resistente. Usted mismo ha dicho: que admira a los campesinos por el trabajo arduo y el desgaste físico que implica el manejo de loa tierra – rescató Juan, el niño delgado y blanco de la escuela que había aprendido a convivir con su paladar hendido.
- ¿Y la inteligencia? Juan, dime que hay sobre ella ¿A poco esa no es útil para el campo? ¿Apoco no también se emplea para el uso de animales, del surco o del tractor? ¿Esa cómo se obtiene? ¿Por obra del espíritu santo? En la escuela no sólo trabajamos conocimientos, sino también pensamiento y ahora con la situación actual que atravesamos me atrevería a decir que también estamos frente a un nuevo obstáculo de la evolución. Tal vez exagere, tal vez no. Sin embargo, a cada momento es necesario la aplicación, sino del conocimiento, si de la inteligencia. Ahora bien, dime ¿En dónde la ejercitamos? Yo sé que dirás a cada minuto y puede que sea eso cierto, más, aun así, ¿Por qué existe la posibilidad de entrenar a la inteligencia en la cotidianidad ello demerita el aporte que hacen los libros dentro de tal ejercicio? Tengo entendido que a ti te gusta el parku. Para ello se necesita entrenamiento ¿No es así? Lo mismo para el cerebro.
- Bueno, la inteligencia, sí, pero todas esas operaciones: que la x, que la y, dígame ¿Eso para qué? Eso nada tiene que ver con el campo, con los tractores – comentó Juan, el niño delgado con rostro en forma de pentágono invertido, lo cual hacia resaltar las orejas de su rostro.
- Bien, dime, ahora que te has enfrentado a tus primeras labores dentro del campo ¿Ya tiene todos los conocimientos para poder manejar la tierra, afín de que crezca fruto dentro de ella? – cuestioné buscando más el acercamiento a través de la confianza que todo la comprobación de la relevancia en torno a algún contenido curricular.
- No, voy aprendiendo – afirmó Juan con la actitud similar con la que debatiente sostiene su postura por los trabajos realizados en la práctica.
- Pues bien, tú dentro de ese ir aprendiendo te encuentras husmeando, buscando, explorando ¿No es así? La x o la y, también es una búsqueda, sólo que en la matemática. Ahorita y hasta cuando tú lo decidas, buscarás la x de la tierra dentro de la y de tu vida. No hay gran diferencia, no la hay. Ahora bien, regresando al punto inicial que considero es crucial para esclarecer el meollo de todo este asunto que ahorita nos retiene. Desde esta semana y desde que tu memoria te lo permita, dime ¿Qué has observado en cuanto a la actividad que realiza tu mamá? Cuando ella se levanta de la cama todas las mañanas ¿Qué procede a realizar primeritamente? – aseveré ahora sí buscando comprobar lo que yo creía correcto, porque por mucho que quiera permanecer en la neutralidad del espectador, la profesión me incurría en intervenir en la orientación de tal ente.
- Cuando yo me despierto, ella me sirve el desayuno.
- Claro que tú sólo observas el desayuno, pero ambos sabemos que el desayuno no se prepara solo: la tecnología avanza, pero un huevo no se puede guisar a sí mismo, o el atole o cualquier otro alimento. Es claro que estos tienen que guisarse por alguien más ¿No es así? – aseguré.
- Así es.
- Pues bien, ese alguien que prepara, en este caso, tu madre, dime, Juan ¿Alguna vez te has acercado a preguntarle si se siente cansada, aburrida, desanimada o preocupada como para que evite no sólo servirte el desayuno sino también el preparártelo?
- No.
- Como te darás cuenta, Juan, en muchas ocasiones no expresamos realmente lo que sentimos o lo que pensamos; si lo que necesitamos es un consuelo, un abrazo o simplemente estar sin compañía alguna. Ahora bien, dime, ¿Alguna ocasión la has visto enferma de gripa?
- Sí.
- Y dime, Juan, a pesar de encontrarse en ese estado ¿Ha dejado de cocinar y preparar la comida, de lavar la ropa tuya o de tu hermana, de mantener tu casa limpia, de acompañar a tu hermana al preescolar a la hora de entrada?
- No que yo sepa.
- Te imaginas, Juan ¿Qué sucedería si cualquier médico o científico se dejará agobiar por los estados de ánimo que son súbitamente cambiantes, por algún fracaso dentro de su investigación o por la pérdida de alguno de sus pacientes?
- No me imagino, profe.
- Pienso que no sería muy aventurado comparar ambos casos y llegar a una misma conclusión, es decir, que cada uno de nosotros no podemos permitirnos quedarnos a medio camino: en ni uno de los obstáculos o de las circunstancias que se hagan presentes. Hay proyectos que deben ser modificados porque no hay algo que ya esté completamente destinado. Pues bien, nuestra labor es precisamente trabajar con lo que corresponde – le mencioné a Juan buscando que cada palabra estuviera colocada sobre el lecho de la sinceridad.
- Mmm… - emitió Juan, lo cual me hizo pensar que se encontraba vacilando entre la duda y la indiferencia.
- Es cierto que la mayoría del tiempo estoy ocupado, muy ocupado, entre la atención que requieren tus compañeros y lo que propiamente exige cada una de las materias afín de que el contenido de la clase no se pierda. Más aun así, pienso que no te he descuidado en cuanto tú me has solicitado apoyo ¿No te parecer así? O dime, Juan, ¿Alguna vez he dejado de reconocer tu trabajo y el esfuerzo que a diario colocas en cada una de las ciencias?
- No sé…
- ¿Acaso dejé de reconocer la creatividad que plasmaste en cada una de las historias que escribiste?
- No
- Yo espero muy en el fondo de todo esto que no pienses que es una especie de reproche, Juan, porque ni a mí me gustaría que así pareciera ni tampoco quisiera que te quedaras con esa idea al término de esta charla, pero dime ¿Acaso te he negado la ayuda cuando la solicitaste, pese, a que yo ya había explicado más de dos veces alguna materia, talvez, como en el caso de aritmética?
- Tampoco, profe.
- Entonces pues, ahora sí voy a exigir una larga respuesta. Bueno, está bien, no una tan grande, sólo que sea lo suficiente para pueda yo comprender el porqué de tu actitud. Si yo no permito que haya un estancamiento en ti, dime ¿Por qué tú mismo te lo permites sabiendo que en este siglo el conocimiento es tan importante como el propio alimento? ¿Porqué?
- Aparte, profe, mire, la veritita verdad he tenido ya que ir a trabajar al campo todos los días. Eso es por las mañanas y parte de la tarde. Realmente no me da tiempo de hacer todas las actividades que usted deja, aparte ¡Son muchas!
- Ahorita vivimos tiempos de pandemia. Lo más seguro es que esto vaya para largo. Mucho me temo que todo regrese a ser como antes pasados al menos unos dos años. Dado que no son ni vacaciones ni días para salir de casa ¿Por qué no procurar tan sólo un par de meses dedicarle a la recta final lo que le concierne como tal?
- Precisamente por eso, profe, tengo que salir a trabajar: por la dichosa pandemia que ni existe ¡Ya sabe que son sólo puros disparates del gobierno para tenernos con miedo y bien vigilados! Además, ahorita el taller de las mochilas está parado y lo poco que hay se encuentra en el trabajo en el campo.
- Bueno, es cierto que eso de la pandemia también tiene que someterse a la mesa de debate, porque históricamente hablando los gobiernos de México nos han fallado. Eso sí hay que reconocerlo, pero ¿Y los doctores? Dime ¿Crees que ellos te engañarían siendo que su ética profesional se los impide? Ellos están para salvaguardar la vida y la existencia de nuestra especie ¿Es acaso necesario negarles la palabra y la verdad a todos ellos? Yo me considero un hombre consagrado a la ciencia y al conocimiento, como mucho lo he dicho y pienso que jamás dejaré de repetir. Ahora bien si esta pandemia sólo es una cortina de huma, es bien, no sabes cuánto me alegraré de que todo salga a relucir, empero ¿Y si no? Dime, Juan ¿Cuánto vale nuestra vida? ¿El precio de la ignorancia te es suficiente para pagar con tus fuerzas y energía? Yo pienso que no ¿O sí? No le falto ni le faltaré al respeto a mis ideas sobre la continuidad del alma y la renovación, más ya he aprendido a que no siempre se debe ansiar lo que ya está estipulado para nosotros. Es algo muy difícil de aprender, más es imperativo que se aprenda a tiempo. Y como todo entonces tiene un momento, ahora te pregunto nuevamente ¿Y por las tardes en qué empleas tu tiempo?
- Bueno. Mis papás dicen que eso del covid es como lo del chupacabras: puras mentiras y engaños, y ni modo que no les crea a mis papás. Usted siempre dice que ellos son lo mejor que tenemos ¡Y eso es verdad! ¿A poco no? Ahora profe, el tiempo que me queda lo ocupo para descansar. La vida de campo es difícil.
- Claro que lo he dicho y mantengo esas palabras que ahorita mismo me atacan. Sin embargo, también recuerda que les he dicho que ustedes tienen dos tareas más: orientar a sus padres con respecto a los nuevos conocimientos y también perdonarlos si es que ellos, de acuerdo a su pensar, tomaron una decisión que a simple vista pareciera afectarles. Dicho lo anterior, ya no apelo a tu entendimiento sino a tu sabiduría para que actúes con precaución y prudencia. Por otra parte, Juan, con respecto al trabajo del campo decirte mucho en realidad no puedo. Conversaciones largas he tenido con otros con respecto a la vida laboral del campo, mismos que si han dicho lo que tu ahorita acabas de mencionar: que es sumamente cansada, pero, aun así, considero que no es suficiente motivo como para que dejes de cumplir con las actividades que te corresponden. Además, ni siquiera se están realizando trabajo complejos o difíciles. Si tu recuerdas en clase eran un tanto más detallado el tema. Realmente considero que, y espero no te molestes, que todo lo que dices son meramente pretextos.
- No son pretextos, profe. Usted mismo lo ha dicho: el campo requiere de un gran esfuerzo.
- Esta bien. En esta ocasión te daré la razón y no buscaré más allá de lo que podría indagar. Aun así, entonces, nuevamente quiero escuchar tu voz, tu conciencia, y que sean entonces tu responsabilidad y el compromiso los que hablen por ti ¿Qué propones para que yo pueda apoyarte en cuanto a tu última evaluación? Porque estoy seguro que no está entre tus planes que tu promedio descienda al cual llevabas antes ¿O sí?
- No.
- Te sigo escuchando.
- Yo podría realizar las actividades que vienen en los primeros cuadernillos que nos entregó. Lo que usted deja y que llega a través del teléfono, eso no, profe. Pero usted dígame si es eso es posible.
- Bueno. Debo de ser honesto contigo, como siempre lo he sido, y dejarte en claro que, al menos para mí, esto que acabas de solicitar no es ni la mitad de suficiente para que cubras por completo lo que hace falta para culminar por completo los cursos. Tu sabes lo que yo opino de tales actividades que vienen en las hojas de los cuadernillos… opinión que por supuesto comparto con otros más doctos en la materia. Aun así, con todo ese malestar que me provoca y manteniendo mi palabra de que me iba a someter a escuchar tus propuestas y siendo entonces tu yo responsable el que en este momento da la cara, sólo me limitaré a decirte que si realmente te vas a comprometer y estas palabras no quedaran en el espacio perdiéndose a cada segundo que transcurre, está bien, admitiré, revisaré y evaluaré lo que envíes y que sea parte de los cuadernillos de trabajo.
- ¿Seguro?... ¿Está usted seguro? No después se va a echar para atrás y me pida todos los trabajos a la mera hora, porque entonces no le voy a entregar ni las libretas finales cocidas en el libro artesanal.
- Espero que eso no sea advertencia ni amenaza, Juan. Sin embargo, no tienes por qué preocuparte el que yo cambie de parecer, dado que tú sabes perfectamente que ello no sucederá. Mira que estoy accediendo a tu petición y sin ni siquiera colocarle condición alguna. Si tú ya lo estipulaste así, te repito, así quedará sentado. Salvo que, claro está, y sólo lo diré para que no pienses que así de fácil es, entonces ¿Qué haré si no cumples con lo que acabas de decir?
- Me reprueba.
- ¿Seguro?
- ¡Seguro!
- Dado que aquí no hay algún papel escrito, será entonces tu madre, la que yace aquí junto a nosotros la testigo de lo que acabas de pactar conmigo. Porque esto no es un acuerdo, ya que yo no participé en los más mínimo del convenio.
- Sí, está bien.
- Bueno, Juan. No hay más que decir entonces. Las palabras que has dicho con tus propias herramientas. Cuídalas y consérvalas hasta donde el día te lo permita, porque de ellas nacerá la verdad o la mentira. Es cierto… muy cierto… pienso que ahora entonces has dejado de ser un niño para entrar al complejo mundo del adolescente.
Secreto 38: CENTLI
Conozco el suelo, porque mucho me ha tocado besarlo
Más no ha llegado el día que conozca la espada, porque mi fuerza fue blandida con un impenetrable escudo
Eran más de las 4 de la tarde en Miguel Aldama. El clima era frío, pero no tanto como lo es en Tlaxco. Aquí todavía había tardes con el sol colocado hasta las cinco o seis de la tarde. A partir de ahí, los vientos comenzaban a reinar sobre el publito casi hasta el amanecer. Y aun así las noches resultaban ser sumamente agradables, incluso, para sentarse a comer alguna golosina en el kiosco que estaba enfrente de la iglesia vieja y de la nueva, la cual se estaba construyendo precisamente a un lado.
En México ese suceso se repetía constantemente: parecía querer arraigarse a esa deidad superior dentro de los grandes templos construidos en forma de cruz. Y claro que en Aldama eso no era novedad. A partir de las 8 de la noche, el abrazo que siempre había mantenido al planeta desde su nacimiento, permitía enseñarnos esas chispas dulces de un lado a otro. La luna no era la excepción. Pienso que, además de Villalta y Temalacayucan, Aldama continuba poseyendo esa magia con respecto a la contemplación de los astros… ¿Por qué? Talvez porque aquí, en medio de la soledad, es magnífico dejarse atraer por lo inexplicable, lo que despierta la curiosidad y se encuentra plagado de misterio. Son esas sensaciones eternas que nos llevaron de un estilo de vida rudimentario hacia otro un tanto más organizado.
Pues ahí me encontraba yo: perdido entre las páginas de los libros que corresponderían a la clase del día siguiente, ilusionado con brindarles más al tiempo que yo mismo me exigía, entusiasmado por todo lo que encierra cada palabra, cada oración, cada texto, fascinado con el espíritu de la soledad que me asecha desde que nací, como a la mayoría de nosotros. Así pues, me dispuse a continuar con lo que yo mismo me hacía corresponder, hasta que, nuevamente, el destino oponiéndose a mis necios deseos, me enviaba a aquellos para que pudiera compartir ideas, sentimientos, más allá de las propias clases…
- Maestro ¿Puedo pasar?
- Adelante Jesús, adelante. Dime ¿Qué te trae por aquí? Es una grata sorpresa que andes merodeando por este santuario.
- ¿Qué está usted haciendo?
- Lo de siempre: preparo el material que hemos de ocupar para las clases del día de mañana. ¿Y tú?
- ¿Cuándo vamos por los elotes? – dijo Jesús con ese tono de voz que es similar al de un buen vendedor que busca intercambiar su mercancía cueste lo que le cueste.
- No sabía que tenías tierra, Jesús, y, además, que sembrabas – dije mientras hacía a un lado los libros, porque una visita así nunca se desprecia, siendo todo lo contrario, se disfruta mientras esta perdure en el presente, y talvez, en la memoria.
- ¡Qué paso! Maestro. No se necesitan tener tierras para ir por los elotes. Lo único que se necesitan son las manos, las piernas y las ganas. ¿O caso me dirá que usted nunca ha ido por elotes allá en su pueblo? – mencionó ese niño que casi le pegaba al 1.60, completamente moreno: muy muy moreno, haciendo que lo blanco de sus dientes siempre resaltara.
- Bueno, como se lo he dicho, yo no tuve la fortuna de crecer en un pueblo. De la zona urbana de donde yo vengo no se va por elotes al campo. Allá o se va al mercado por ellos o se espera uno a que pase el señor que vende la verdura en su camioneta o el señor que ya vende los elotes hervidos y preparados, los esquites y todo eso que sabe delicioso. En pocas palabras, allá sólo se obtienen los elotes comprándolos, no hay otra forma – comenté ya sabiendo más o menos a lo que se refería el niño delgado Chucho, de ojos saltones y cráneo bien remarcado.
- ¡Qué pario, maestro! – aseguró el niño que llevaba puesta una bermuda y una gorra y que al momento soltó algunas carcajadas - Aquí todos los elotes son gratis. Eso lo sabe cualquiera que viva en el pueblo.
- Entonces parece ser que ya me está llegando tu verdadero mensaje – dije mientras también sonreía un poco. No quería fingir más, pero también quería bromear un poco con él, dado que ¿Quién me aseguraba que lo que decía Jesús era tan sólo una broma y no pasaría más allá de los actos? Claro que había una contradicción en la propia filosofía que abarca la decretación… - Te refieres a que podemos ir por ellos sin permiso ¿Verdad?
- ¡Ya ve! ¡Usted sí ya me agarró la onda! ¡Nada más que le gusta hacerse el que no sabe! O ¿Será que acaso ya una vez lo hizo, verdad? ¡Sí! ¡Ha de ser eso! Sólo que, como es maestro, obviamente no puede hablar sobre ello. Pero no se preocupe, yo no hablaré sobre ello: seré como una tumba – dijo Jesús mi sucio juego, ya calmado con las carcajadas, más no con la sonrisa.
- ¡Cómo crees, Jesús! Así, dirían en mi pueblo, se hacen los chismes. Yo lo sé porque es lo que he escuchado de los niños, claro, yo supongo que lo dicen en juego, como Alexander – aclaré antes de que Jesús me hiciera caer en su pequeña trampa.
- ¡No, no, no! Maestro, si usted a mí no me va a engañar ¡Y menos a mí que yo soy experto en esas cosas! Usted sí ha ido por los elotes gratis. A lo mejor aquí no, a lo mejor no en su pueblo, pero sí en las otras comunidades que ha estado de maestro, como dice que ya ha estado en muchas…
- ¡No andes inventado, Jesús! Sabes perfectamente que yo sería incapaz de hacer eso ¿Te imaginas? Yo dando y dando clases de Formación Cívica y Ética y que al final del día salga con esto… ¡Eso sí que sería una reverenda contradicción! Pienso que el día que haga eso, si es que lo llegara a hacer, no volvería al pueblo porque la cara se me caería de vergüenza – continué mostrando mi lado irónico a Jesús.
- Maestro, pero si usted es bien exagerado – Jesús se dispuso a divertirse por las palabras que le había dicho – Además ¿Por qué está mal llevarse los elotes? Eso es comida y todos tenemos derecho a comer. Es más, dígame, usted saber correr ¿Cierto o me equivoco?
- Es evidente que sí, Jesús.
- Ahí está, maestro. Es lo único que necesita para que ahoritita mismo vayamos por los elotes. Bueno, eso y un costal. Pero no se preocupe si no tiene uno. Allá en mi casa tengo varios, si quiere le presto a usted uno, para que no ande cargando sobre sus manos – dijo un poco entusiasmado.
- Ya me estoy imaginando para que es necesario correr…
- Entonces, maestro ¿Qué decide? ¿Vamos o vamos?
- No vamos.
- No pasa nada, maestro. No sea usted tímido. Además, lo más malo que podría pasar es que los dueños se den cuenta y nos quiten los costales con los elotes o nos obliguen a pagarlos. Pero de ahí ni se espante, porque no nos van a llevar a la cárcel. Es más, aquí la patrulla ni siquiera pasa: somos un pueblo sin ley.
- Ahora tú eres el exagerado, Jesús. Además ¡Te imaginas que yo me viera envuelto en un asunto así! No, Jesús, yo no podría darme esos lujos. Piensa en tus compañeros, en las madres de familia. No, definitivamente no podría dejarme que me lleves a ir por elotes – le mostré a Jesús mi lado amable, mi lado adolescente, pues le hablé como si fuera cualquier niño.
- Bueno, está bien, maestro, entonces voy yo solo, pero me permite usted guisarlos aquí en el salón de clases.
- Tampoco, Jesús, Tampoco.
- Pero ¿Por qué no? ¿Apoco la escuela es suya?
- No lo es.
- Ahí está ¿Entonces?
- Pero yo estoy a cargo de ella.
- Bueno, nada más me presta la parrilla eléctrica que está en el almacén.
- No podría autorizar tal cosa.
- ¿Apoco usted no ha comido los elotes asados?
- Claro. Son muy deliciosos.
- Ahí está ¿Entonces?
- No podría, porque estaría consintiendo de forma indirecta el acto de ir por los elotes sin permiso.
- ¡Pero usted no va a hacer algo! Eso ya lo dijimos. Sólo me va a permitir que los venga a azar aquí ¿Cómo ve? Hasta le voy a convidar y eso que ni usted se va a ser el que se arriesgue.
- Recuerda el viejo dicho… peca tanto el que agarra a la vaca como el que la mata.
- ¡Pero nadie se va a enterar! ¿Apoco piensa usted que yo soy un chivatón? Pues obvio no. Eso sólo lo hacen las niñas.
- No es que vayas de chismoso.
- Entonces ¿Le da miedo que le vengan a reclamar porque está asando los elotes aquí en el salón de clases? ¿Verdad? Es más, las mamás ni le van a decir algo. De todas maneras, la luz se tiene que pagar.
- No es miedo, Jesús.
- Sí… ¡A usted le da miedo todo! ¡Tiene miedo! ¡Tiene miedo! – dijo Jesús como cual niño pequeño.
- Sí, es cierto, me descubriste… me da miedo, mucho miedo… - decidí admitir afín de lograr persuadir a Jesús.
- No es cierto, maestro, no se vaya usted a enojar.
- No tendría por qué enojarme.
- Es que ni usted mismo cree eso que acaba de decir de que tiene miedo. Usted ya sabe cómo soy de burlón.
- Es que sí tienes razón: yo tengo miedo, mucho miedo – dije sin revelar el miedo que me envolvía en torno al nacimiento de la idea de la formación que estaba teniendo Jesús con respecto a sus actos y lo que ello le puede acarrear.
- Mire… usted pone la mayonesa y el refresco y yo y pequeño vamos por los elotes ¿Cómo ve? Ya así le hacemos para ya acabar con este cuento, porque se está haciendo tarde y entonces va a ser más peligroso ir por los elotes por las víboras.
- En verdad Jesús, ya dejando a un lado los juegos, creme que no puedo permitir eso. Sé que parece algo divertido hasta ahorita, pero en realidad ambos sabemos de qué no es así. En todo caso, recuerda lo que ya mucho les he dicho: pequeños actos no correctos pueden desembocar en actos grandes tampoco muy correctos, lo cual, a la larga, trae muchísimas repercusiones ¿Me explico?
- ¡Pero si todo el mundo lo hace! ¿Por qué nosotros no?
- ¿Y porque todo el mundo…
- Sí, sí, sí, ya sé… - interrumpió Jesús - Si todo el mundo lo hace y se va al pozo porqué lo haré también yo.
- Mira. Te voy a compartir lo siguiente. Hace ya casi dos años que tuve mi primera elotada, algo con que, por supuesto, quedé encantadísimo. Yo nunca había tenido una experiencia así. Realmente ha sido una de las vivencias que más me sorprendieron, más por la convivencia que todo por la tradición. La elotada se llevó a cabo en la escuela con todos los estudiantes y algunas madres de familia. Después de ese evento, se llevó a cabo otra elotada a la cual fuimos invitados. Ella se organizó en la casa de dos de las alumnas de una colega mía, la maestra Lupita, Raquel y de la otra niña realmente no recuerdo el nombre. Más, como ya te dije, fue muy divertido porque probé el té de elote y hasta un poco de pulque. Dado que tú quieres una elotada, te la puedo conceder aquí en la escuela. Claro que, en esta ocasión, la organizaremos siempre y cuando todo el salón, y eso te incluye a ti, se comporten y cumplan con todas las actividades escolares.
- ¿Seguro?
- ¿Me preguntas que si yo estoy seguro? Pienso que quien debería de hacerse así mismo esa pregunta eres tú ¿No te parece? Tú eres quien mucho a preferido distraerse en clases, molestar a Diego, incluso hasta a Cintia y aunque mucho he procurado hablarte de la manera amable no he logrado un gran cambio en ti. A veces me pregunto si es necesario que sea contigo más tolerante o más represivo. Es cierto que tienes grandes actitudes para las artes plásticas, pero dime Jesús ¿Qué puedo hacer por ti? Y no lo digo con ese afán de ya no saber qué hacer o cómo actuar frente a ti, por que son muchas las formas represivas que puedo yo actuar en ti, más ¿Eso tiene algún caso? ¿Tiene algún efecto en ti? Dime ¿Para qué? ¿Qué gano yo con reprenderte y amenazarte? Con crearte un infierno en esta adolescencia, uno que, posiblemente se una a la carga que de por sí ya mismo traes contigo. Debo de aclarar que tan sólo lo único que pido es que te regules en cuanto a la relación con tus compañeros. Es más, te voy a ser honesto: la violencia creciente que veo en ti la comparo con el miedo ¿Por qué? Por dos sencillas razones. La primera porque así lo han dictado los expertos. La segunda porque veo en tus ojos la desesperación entre enfrentar a tus padres o continuar aquí. Dime tú ¿Qué hay detrás de toda esa violencia que diariamente emites? ¿Qué? ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Angustia? ¿O será acaso que, como tú dices, yo exagero? Sí es cierto que mi ceguera llega a tal grado de no lograr percibir siquiera un granito de realidad, entonces dime tú, nuevamente, qué puedo hacer por ti.
El muchacho insistente y rebelde se esfumo, o talvez, se ocultó. No logre identificar el motivo de su ausencia. Sin embargo, a medida que cada palabra pronunciada se azotaba como asteroide sobre su cavidad craneal lunar, parecía extinguirse su presencia, parecía extinguirse esa voluntad de querer continuar dialogando. Incluso, no sólo permaneció callado por algunos segundos, sino que, además, su semblante parecía tomar un tono más sereno, más tenue, algo muy poco común para su estado energético. Mucho me temía que estuviera matando a Jesús, el verdadero Jesús que todo lo consideraba entre juego y relajo, un atentado que se estrellarían de forma indirecta en mi memoria, pero algo que también abría la posibilidad para husmear y encontrar, dentro de cada fragmento de barro tirado, un pedazo de Jesús anterior al que se encontraba hace unos cuantos instantes conmigo hablando y discutiendo. Finalmente, él mismo optó por romper el silencio que a ambos nos mantenía en un extraño juego de ajedrez, dentro de un extraño jaque jamás jugado dentro de la historia:
- Una elotada – dijo Jesús desviando su mirada que mucho mantuvo sobre mi rostro, arrojándola lejos, allá, en donde no era capaz de percibir su auténtica respuesta… respuesta que posiblemente seguirá ocultando y evadiendo, hasta que su mente alcance el límite y sea, finalmente, capaz de vomitarla con todos sus actos, con todos sus errores, o de ser posible, con todas sus victorias…
- Tu elotada tendrás…
Secreto 39: CIHuapilli, Cihuapilmotlacuitlahui, cihuatl, CIHUATLAchichitiani
¿Se justifica la existencia de la bondad,
de la filantropía y de la humanidad en cuanto a la pobreza humana?
He dejado… he dejado… he dejado casi para el último, para lo que está cerca del final de estos secretos a ella, para ella, Cintia. Y es que lo último siempre he considerado que es una de las partes más sinceras que puede haber dentro de las actividades humanas, si no es que lo más valioso. Basta con mirar un jarro, una servilleta perfectamente cocida con hilos de colores, un tapeque de palma perfectamente elaborado, un texto bellamente descrito y bien acabado, en fin, no hay algo más digno de admiración que el final de una creación, de una obra. Por ello, y por más que ahora ignoro, he dejado para este fin a Cintia: la más honorable alumna que tuve durante mi estancia en Aldama, en Españita.
No es por exagerar algo que por sí mismo se describe de forma pomposa y ampulosa, en el buen sentido de la palaba, porque ella, Cintia, antecede a mi también estimada aprendiz Laura en cuanto a su persona que se conforma con la fortaleza de una estrella galáxtica y la sensibilidad de la creación del universo, en cuanto a su bondad es como el tesoro del origen de la vida y la energía cósmica.
Ella, Cintia, debo confesar, sea ha convertido en un ser tan virtuoso que por tal motivo despierta una incontable cantidad de sensaciones humanas, emociones que oscilan entre la empatía, la persistencia, la solidaridad y lo que da origen a la emoción, así como sentimientos propios de la infancia y que difícilmente se llegan a conservar a alguien que ha caminado y visitado los gigantescos pantanos lodosos ¿Por qué? Porque considero que ella es el mismo retrato perfecto de lo vulnerable que es el cuerpo, la persona, el alma que a la deriva se encuentran, en medio de un mar de tiburones y cocodrilos.
Cintia es aquello, prácticamente, de lo que a infinidad de personalidades les gusta pregonar, pero que a pocos realmente nos interesa, preocupa y hasta agrada atender, porque entre el supuesto de mantener a maestros con vocación real y tangible y el sentido de urgencia ante las dolencias que causan la fragilidad y posterior ruptura de nuestras esperanzas, y sostener a aquellos que sólo arrojen cifras y números que acrencenten las gráficas o los resultados en los largos y confusos discursos sin sentido como es de mucha costumbre dentro de esta planilla cultural que antepone su incesante idolatría al número mayor con respecto a la estabilidad del ser, siempre, al menos hasta ahora, es preferible mantener esa extraña y desgastada (sino es que hasta aborrecida y a punto de colapsar) ideología dogmática del segundo supuesto en relación al primero.
Y la tentadora y necia pregunta es ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué?... ¿Por qué se ha de permitir que coexistían todavía ideas de la Edad Media en pleno siglo ulterior al de Las Luces? ¿Por qué? ¿Por motivo de los necios perfeccionistas que todavía tienen al error dentro de la categoría como algo imperdonables? ¿Es el propio precio de la ignorancia que tenemos que pagar por el desprecio que gira en torno a la evolución y el conocimiento? Y es que ella, Cintia, no fue más que otra víctima más de esa perfección (y es que si hay una perfección esta debe estar más cerca a la propia relación entre el ser y lo cotidiano propio más no dentro de algunos estándares superpuestos, porque, si de esa manera hubiese sido ¿Se habrían encontrado diferentes métodos de trabajo o de estudio, las diferentes corrientes artísticas seas arquitectónicas, teatrales, esculturales o literarias? Es evidente que esto es absolutamente absurdo) inexistente que se apela y busca desorbitantemente y también el juicio mal empleado, de una imponente aberración que continúa asesinando a pedradas a la mente, a la autoestima, la seguridad y como ya lo dije, al propio espíritu.
Cintia, la niña de 14 años, que fue amedrentada por sus iguales de mayor edad sin posibilidad a la intervención de la prudencia, incluso, por su propia madre ¿A dónde fue a recurrir cuando la casa de la tolerancia estuvo cerrada por un helado candado que se esparcía a las demás puertas de todas las casas que ella tocaba? ¿Cómo tomar el martillo para azotarlo sobre las cadenas invisibles del destino egocéntrico y asfixiante que se aprovecha de la ausencia de la conciencia y la oportunidad?
Pues bien, por tales crueldades que son ocasionadas por el infortunio de la geografía y de una ideología poco tolerante, yo ruego a Dios, a ese Dios verdadero que predicó Jesús de Nazaret y que se ha venido olvidando a cambio de figurar esa horrenda imagen impiadosa que dibujan muchos pastores y predicadores, porque aquella niña, ahora mujer, encuentre la felicidad bajo los términos que la reconforten y el cuerpo de la propia y auténtica calidez de la cual padeció desde que nació. Por tal motivo, ahora, a Cintia, la recuerdo efímeramente en cada segundo de mis días con los más grandes honores con que ella debe de ser recordada, nombrada, perdurada.
Así pues, Cintia era, como cualquier mujer bendecida por el creador con el libre pensamiento, una niña muy adelantada a su tiempo, al menos en el cual se construía el poblado de Miguel Aldama: con enormes alas mayor a las de las águilas, sagaz tal cual leopardo en la selva lacandona, alegre como los propios cantos que se corean en el reino de los cielo, divertida como lo suele ser una ardilla, atenta de sangre amazona, respetuosa como aquel que es merecedor, solidaria tal cual mamá pichón, cariñosa como una cangura materna, con la iniciativa propia de la que muchos carecen, pero al final de cuentas eso que resulta ser una joya incrustada en la corona: una libre pensadora que cuya libertad le costó lentamente, a falta de otras palabras, la cabeza. Y no es de exagerar que yo utilice tales términos, pues resulta que algunas mamás siempre lo dijeron de muy mala gana enfrente y detrás de ella: Cintia está muy mal de su cabeza.
La fisiología de Cintia no la ayudaba mucho, ya que ella no era ni robusta ni alta: pues estaba más o menos ubicada entre la estatura de Laura y Joana, quienes figuraban entre las más altas del salón con su 1.55. Su piel apiñonada, es decir, acercándose al color claro sin descuidar su tonalidad morena mexicana, tampoco imponía que fuese alguien de cuidado, tal y como sucedía con Jesús. El cabello que recubría parte de su rostro y alcanzaba casi media espalda por ser uno de las más lacios del salón ¡Es cierto! casi siempre lo llevaba suelto y con poca forma de “peinado” a la escuela, pero eso siempre parecía hacerla sentir cómoda… ¿Cómo negarle uno de los pocos espacios en donde ella podía ser sí misma? ¿Cómo?
Su rostro era de forma ovalada vertical. Los ojos marrones estaban en equilibrio con la nariz respingada que tenía. Las mejillas se notaban lo suficiente como para darle forma a su cara, pero no en tal magnitud como para decir que Cintia era cachetona. De sus labios, de sus orejas y hasta de su cuello no podría yo decir mucho, dado que mi observación no es tan meticulosa como quisiera. Más, confiando en la armonía de la naturaleza y en la sabiduría de la genética, no había algo que denigrara en ella el concepto portador de la belleza.
Cintia era de las niñas que solía llegar casi a tiempo para las clases, no tan temprano como Wendy, pero nunca tarde como para interrumpir la clases, es decir. Lo que hacía José. Ella tenía el hábito de saludar y despedirse siempre de forma cortés y entusiasta. La letra que escribía sobre sus libretas era una de las más pequeñas y más bonitas. En cambio, los dibujos era algo que tenía que aprender a mejorar.
Ella, como suelen decir en mi pueblo, lo poco que tenía lo llegaba a ofrecer conmigo: así fuera una simple botana. Su carácter tranquilo y ameno la posibilitaba para relacionarse con todos los estudiantes del salón, excepto, claro está, con aquellos que la molestaran, aunque generalmente no lidiaba con ni uno del salón, pues era muy tolerante hasta con Jesús, quien al haber heredado el carácter de su madre poco media las palabras que pronunciaba. También gustaba de participar activamente en clase sea ya para emitir una opinión o sea ya para compartir algún conocimiento, incluso, era la que menos se limitaba en ese sentido, pues demostraba que la timidez no era algo propio de su personalidad.
Terminada la primera mitad de la jornada escolar, Cintia solía ser siempre la primera en regresar de su casa trascurrido el tiempo dedicado al almuerzo. De inmediato, al ingresar al salón, siempre me compartía que había desayunado y hasta cuando no había tomado si quiera agua. Según ella, por lo regular a esa hora disfrutaba de un café con pan, un atole de maíz o algo de lo que hubiera sobraba de la cena del día anterior.
En otras ocasiones lo único que llevaba a su estómago eran algunas golosinas que compraba con tan sólo 5 pesos que le daban sus padres cuando tenían que salir a trabajar y su casa no hubiera quien la atendiera, y es que, hay que mencionar que por estos tiempos ya una torta de jamón o queso de puerco no baja de los 10 pesos. La vida se estaba encareciendo pese a los avances tecnológicos en la producción de alimentos… que irónico…
Sin embargo, para el trabajo desarrollado en clase era dedicada en cada lección. Eso ocasionaba que por la rapidez que yo exigía de repente se atrasara un poco en algunas actividades, pero aun así yo era tolerante con ella. Al final de la clase Cintia solía quedarse a completar lo que le había faltado durante la jornada o las tareas, como muchos otros de sus compañeros, más ella no mostraba signos de molestia: todo lo contrario… pues terminábamos platicando de ciertas inquietudes por las cuales atravesaba: los verdaderos amigos, la lealtad, la mejor amiga, el amor de pareja, etc… Más, cuando alguna necesidad urgente se presentaba y no lograba terminar, nuevamente me mostraba flexible y otorgaba la salida sin algún problema. Esto es algo que siempre he procurado en mi persona para hacerlo una característica propia.
Y es que de todo esto no está demás mencionar que una lección había aprendido de una situación similar que viví con Juan, y no porque de ahí surgiera la idea, sino que de aquí se complementaba el asunto. Resulta que en cierta ocasión a Juan le faltó parte de la tarea que había dejado un día anterior y, por obvias razones, él tuvo que quedarse al final de la clase como cualquier otro que hubiese incurrido en tal acto.
Sin embargo, ya siendo más de las 4 de la tarde llegó su mamá al salón. Lo primero que imaginé fue un reclamo por parte de ella. Pero no fue así. Desde la puerta del salón ella se asomó y solamente se limitó a preguntar en que tiempo salía Juan. Yo, sin pérdida de tiempo, miré a su hijo y le pregunté cuántas actividades le faltaban para concluir. Posterior a la respuesta de Juan, calculé y me respondí diciendo que aproximadamente como media hora. La mujer no discutió y agradeció, abandonando el salón y dejándome nuevamente con Juan.
Sin pensarlo más de dos veces, me acerqué a la mesa y le pregunté a Juan si había alguna urgencia. Él respondió que ese día visitaría junto a con su padre a su abuela que estaba muy enferma, pero que, como él estaba en el salón todavía, muy seguramente ya no acompañaría a su padre al pueblo en donde vivía aquel familiar. Inmediatamente le di la orden de que guarda todas sus libretas en la mochila y se fuera a alcanzar a su madre para que no diera la información de su retraso en las actividades a su marido y él, Juan, alcanza a acompañar a su papá. Juan demoró en acceder y se fue. Al cabo de algunos días, tras recordar aquella situación, le pregunté a Juan sobre el estado de salud de su abuelita. Él me dio a conocer la noticia de que ya había estaba en el cielo y el día que lo dejé ir sin culminar las actividades, prácticamente se fue a despedir de ella. Después de ello no indagué más, pues considero que son temas sensibles en los cuales la curiosidad tiene poca cabida, sobre todo si se cae en la imprudencia.
Pues así también apoye a Cintia cuando fue conveniente, pero ella, por extraño que fuera, degustaba hasta de quedarse para apoyarme en el aseo del salón, del patio o de los baños. Esa convivencia permitió que hubiera un cierto grado mayor de confianza en comparación de sus otros compañeros. Así fue como comencé realmente a escucharla, a Cintia, a una parte de la verdadera Cintia.
Entre lo que recuerdo que me compartió y que no me sorprendía, pero que sí causaba en mí un estado descomunal fue que ya tenía novio, pero que lo había “tronado” porque lo había encontrado besándose con su mejor amiga, una adolescente de primero de preparatoria que se llamaba Ximena. Esa fue algo que le causó demasiado dolor, algo que “le había cortado el alma en dos” porque ahora pensaba que ya no podía confiar en alguien más.
Compartir ese tema fue como tratar de calmar las dolencias de algún paciente en recuperación intensiva. Yo hablé esa tarde con ella durante casi más de dos horas. Claro que también primero la escuche, pues era evidente que tenía que quitarse esa navaja del centro de su pecho. Al cabo de decirle lo que en ese momento mi Dios me dictó, la situación aun así no terminaba de tornarse compleja.
Además, esa misma tarde Cintia me comentó que en su casa peleaba mucho más con su mamá que todo con su papá, lo cual hacía que se sintiera más sola porque no tenía con quien platicar cosas de “mujeres”. A esto se le agregaban ciertas riñas que ellas habían tenido desde primaria por el comportamiento un tanto no “correcto” de Cintia, o al menos lo que era correcto para la madre.
Cintia no se detuvo ahí, También me platicó que ella gustaba simular que se cortaba las venas de las manos, lo cual yo comprobé cuando observé sus brazos inferiores. Ese día, debo admitir, terminó llorando y yo con el corazón en coágulos de sangre. Yo, por supuesto, además de quedar impresionado y conmovido, busqué nuevamente orientarla en lo más que me fue posible. De aquí que yo todos los días le preguntase cómo se sentía y que tal le iba, procurando escucharla con el oído del sentimiento y la razón. Con esto, concrete mi ideal de que a un niño no se le debe de causar un maltrato o un día negro durante la escuela, todo lo contrario, enfatizar siempre que estamos dentro de un proceso evolutivo constante que, por más gris que se torne, no se tiene que dejar de pulir.
Por otra parte, así como la luna ya me había mostrado parte de esa superficie en la cual no llega la luz, también se disponía a mostrarme la superficie que era más visible. Por tal motivo, Cintia me platicó que le gustaba mucho el baile y por ello siempre la veía fascinada en participar en las clases de bachata, bueno, en las prácticas de bachata que teníamos en la escuela. Ahora que recuerdo, ella fue a la única que mostraba interés sin miedo a las críticas: siempre tan segura de sí misma, sin reclamar por los pasos… eso, supongo, también era lo que muchos envidiaban de Cintia: siempre sonriendo, siembre afrontando los obstáculos con una actitud sumamente desafiante, una autoestima de acero imperforable aun por las inclemencias de los tiempos.
Su voz era un tanto, una de las más poderosas armas de su personalidad, era, como solemos decir los amorosos, melosa, dulce y hasta más fluida que la mía, ya que ella tenía el don del actor, es decir, podía elevar el tono según lo dispusiera su estado de ánimo o su emoción. Parece algo que muchos dominan, pero no es así, sólo lo hacen aquellos que tienen dentro de sí la sublime virtud artística.
Pese al mundo complejo en donde Cintia existía, a ella sólo la vi, en muy pequeñas ocasiones, triste o melancólica, y si esos episodios se presentaron, se debieron más por el entorno tan enjuiciante que giraba en torno a su alrededor que por otros ocasionados por sí misma. Tal vez eso era evidencia de que, como otros lo han creído, el ser humano es la única especie que busca su propia súper posición a través de la destrucción de otros. Esto realmente no podría yo aclararlo a fondo, es más, si acaso tan sólo podría especularlo. Más, aun así, Cintia se mantenía en el centro de aquellas palabras que le dan vida a la esperanza, la alegría, el fervor, el anhelo y los sueños.
Cintia, al igual que Alexander, Jesús y en ciertas ocasiones José, era quien me visitaba en el salón de clases posterior al culmino de la jornada escolar. Siempre era típico escuchar de ella frases como ¡Qué hay de nuevo profe! ¡Holaaaaaa profeeeee! ¡Ya llegué profe, ¿Qué se va a invitar?! Y si llegaba con más energía entraba al salón bailando, moviendo todo el cuerpo y los brazos en formas que yo no conocía. Ella presentía eso y sólo decía: ¡Apoco a usted no le gusta el baile, profe!… Tan divertido era, tan agradable para la vista que la mente nuevamente de dictaba razonar lo siguiente: ¿Por qué destruir, limitar, ocultar o querer hacer desaparecer ese estado de ánimo tan fugazmente contagiante aun para un alma que está en completo desastre a causa de la bomba que casi la extinguió?
Sin embargo, como dicen los profetas: el día de un juicio final que dictara una nueva sentencia le llego finalmente a ella, a Cintia. Ese extraño poder torrencial llegó y cimbró a Miguel Aldama y éste fue lo suficientemente fuerte como para hacer vibrar al todo pueblo a través de los rumores y las realidades. Quien resultó más afectada (entiéndase en el sentido lo más neutral posible) a la muy vulnerable de la niña Cintia. Esto de lo que hablaré sucedió durante las vacaciones de Navidad, tiempo en el cual yo me encontraba de regreso en Puebla, festejando un año más de existencia junto a aquellas maravillosas personas que conozco y que ahora forman una parte importante e integral de mi corazón.
A Cintia, a la pequeña Cintia, también le llego esa parte integral al corazón a sus recién cumplidos 15 años: un muchacho de Hueyotlipan (cuyo nombre ignoro) de 17 años, finalmente la había cautivado, de qué manera, no lo sé, pero ello había ocasionado que Cintia se alejara de la conclusión de sus estudios de secundaria, así como del hogar que, tristemente, ella siempre rechazó. Al menos eso fue lo que me comentaron los niños y las mamás: Cintia se había juntado así, extrañamente, de un día para otro, con alguien que trabajaba en el oficio de la tortilla.
Después de la fiesta patronal de Hueyotlipan, misma que se llevó a cabo en diciembre, ella nunca regresó a casa. Nuevamente, los rumores giraban en torno a Cintia: en que la culpa era propiamente de ella, en que la culpa la tenía la madre descuidada, en que la culpa la tenía el cambio de religión, en que la culpa la tenía el padre que nunca se preocupó, en que la culpa la tenían sus ahora los suegros por no correrla y que las cosas se hicieran bien, en que la culpa la tenía el novio, culpa, culpa y culpa… ¡Ahora todos éramos culpables, pero no remediadores, no curadores, no deseadores del bien a nuestro prójimo!
La noticia, como era de esperarse, me llegó en los primeros días de enero. Fue tal la sorpresa externa como la propia lógica interna. Finalmente, ella, Cintia, había encontrado una forma de seguir existiendo ¿Para bien? ¿Para mal? Eso, como se los comenté a los niños y también a las madres, simplemente no podría decirlo. La suerte se junta tan bien con la fortuna y la desgracia que es imposible tener boca de profeta para estas cuestiones. Lo importante, como en toda situación, era brindarle la mejor de las esperanzas, aun cuando se estuviera en un estado de no aprobación por tal decisión.
Y así tuve que continuar con las clases, con un pupitre vacío más dentro de mi mente y corazón que todo en la propia escuela. Sabía que pronto se avecinaba la alborada de entre ella y su ahora marido de un nuevo ser, simplemente porque era lógico. También sabía que pronto ella tendría que abandonar la adolescencia para convertirse en la jefa de un naciente hogar. Y, sólo para recalcar, desde lo profundo de mi existencia, de aquello que se genera y no me es posible describir, mis mejores deseos y las más frondosas bendiciones pediré para Cintia.
Secreto 40: COATEPEC
Existencia, por más tramposo que sea el mundo,
No permitas que se apoderen de mi tiempo, de mi fuerza, de mi energía.
He hablado en términos generales de lo que he logrado rescatar de cada uno de ellos, de los moradores de la localidad de Miguel Aldama, del municipio de Españita, con los cuales conviví por casi un año. Pienso ahora que invocar todos esos recuerdos y plasmarlos a través de un texto escrito bien podría ser un principio para, primeramente, comprender los diferentes comportamientos que se pueden configurar dentro de un entorno nacional.
Aunado a ello, espero que esto también sea una oportunidad de acercamiento infinito hacia ellos que en lo exterior son diferentes, muy diferentes, pero que a medida que el asunto se va examinan o interiorizando, somos como suelen decir los espiritualistas: partes diminutos de un todo completo. Debo aclarar que no sé si esto todo sea Dios o la fuente de energía, o meramente algún tipo materia, porque tanto es un misterio que no desentrañaré, tanto porque es un asunto que le corresponde a alguien muchísimo más lúcido que este humilde comprendedor.
Y a pesar de que al principio se gestó una especie de sensación de inseguridad que me invadía nítidamente, al final de emprender tal obra en dicha comunidad, fue mucho más retroalimentador de lo que me hubiera esperado. Y es que es evidente que realmente no me fue tan mal, porque, a partir de todo lo acontecido hace ya casi un año atrás, es claro que tanto el cuerpo como el propio espíritu se encontraban dañados, sensibles, quebradizos… la arena de mi piel o se secaría tan rápidamente como en otras ocasiones, no, al menos, dentro de un larguísimo periodo.
Empero, dejando a un lado aquello, no niego que me gustaría narrar una infinidad de detalles que me aliviaron en muchos aspectos los originarios de Miguel Aldama… lo que sentí en cada uno de los instantes precisos, tal cual como se estudia la molécula en torno a su átomo que compone la materia, más ello, melancólicamente hablando, me resulta sumamente imposible, puesto que la memoria sensitiva, la memoria sensible no se encuentra en sintonía con la memoria racional y aquella que registra neciamente los sucesos históricos de forma neurótica.
Todavía más a mi favor (a esa parte que me es desagradable que tenga la razón), me resulta complicadísimo recordar las precisas sensaciones por cuento mi cabeza es un mar de tormentas revueltas por lo frío y caliente de mis suspiros meditabundos, que lo único que prefieren es traer toda esa gigantesca masa de realidad deforme que se constituye de los momentos de adversidad impura y engañosa, porque hay que aclarar que una adversidad pura es aquella que se deslinda de la naturaleza y sus peligros, y no aquella que se conforma con las medidas ilógicas, tiránicas y absurdas de la propia especie humana que se respaldan bajo el argumento de que “así se elige lo mejor”, por cuanto vivimos dentro una sociedad teocrática.
Así pues, tal atracción de lo dañino y de la adversidad impura, talvez se deba a la siguiente explicación: porque mi propio yo se acobija con ese miedo afín de no regresar hacia esos círculos vicios y tramposo que para lo único que sirven es para cometer los errores típicos humanos. Esto podría ser una posibilidad, aunque siendo honesto, es algo en lo cual continúo trabajando aún.
Lo más sensacional habita dentro de lo más contradictorio, dado que, aunque quiere o supuestamente pretende evitarlos, pues, nuevamente, vuelve a demostrar que es un ser fiel obediente a estas dolencias y ataduras. Lo anterior, pienso que, no hay necesidad de explicar porque las palabras terminarían en redundancia y esto lo pretendo desde hace largo tiempo evitar. Supongo, también, que esto pertenece a ese tipo de contradicciones que son inevitables concebir, construir y hasta perpetuar, como lo son el bien y el mal, según los pensadores del lejano oriente y algunos filósofos europeos.
Otro obstáculo (siendo este sí desligado de lo natural) que se manifiesta es el hecho de que cada sensación posee un espíritu propio (una verdad que se ignora y que neciamente se quiere encajar bajo una sola fuerza pura fluyente), similar al alma del ser humano en cuanto es dispersa e indescriptible, al tiempo que es casi irrepetible en cada una de sus partes aun cuando se trate de la misma y aparentemente simple emoción.
¡Y no me tachen de loco! Pues en verdad, créanme cuando digo que, por más que procuro, cerrando los ojos serenamente (y a veces hasta aferradamente), atraer a mí aquello que ronda dentro de lo misterioso y que quisiera poder tan sólo describir mínimamente y de ser posible compartir con ustedes, lo único que encuentro son algunos fósiles muy modificados por el tiempo y el olvido, momificados por mi memoria deficiente, los cuales no podrían considerarse ni siquiera viles sobrevivientes de la verdad, pues por muy conservados que éstos se encuentren sólo permitirán predecir lo que fue en tanto a la posible realidad: aquí yace dicha gran limitante.
Pues bien, dado que esa es la gran presa que me evita el acercamiento hacia el corazón de la vida misma: el océano resplandeciente y vibrador, sólo me resta admitir que bajo tal muralla de concreto voluminoso me sigo tan sólo viendo a mí mismo como un espectador que todo como un protagonista de mi propia historia, de mi propio relato… un simple deambulante por sobre los bordes de la carretera, un solitario que todavía lo acosa la incertidumbre en gran medida: con esa duda que lo único que indica es no identificar hacia dónde quiere llegar o terminar. Sí, es cierto, tengo objetivos como cualquier otro ser aquí dentro de este diminuto planeta que gira sin detenerse, sin descanso, y también a la deriva bajo su propio eje, bajo su propia elipsis, más que mientras claros son, se difuminan dentro de esa potente luz.
Y es que ahorita mismo, aunque no del todo pueda sentirlo, yo también me encuentro girando sobre mi propia elipsis que me fue otorgada por el propio ambiente de la explosión de mis progenitores. Elipsis que busca estabilizarse sobre una línea que me permita existir hasta el día del retorno, y, al mismo, evadir los peligros que se avecinan hacía mí en forma de asteroides o cometas que se camuflajean perfectamente gracias a una energía oscura que no permite la mirada exacta sino sólo a través del desarrollo de la intuición de los demás sentidos.
Así tan deambulante soy que giro entorno a un sol que me irradia un intenso calor (de aquí que los objetivos se difuminen), el cual o me permite crecer y me deja largas y grandes quemaduras. Y lo anterior se agrava si es que he sido severamente debilitado en mi sistema inmune, en mi sistema atmosférico por los contaminantes de mis malas decisiones, en lo profundo de mi campo magnético si éste fue violentado desde sus orígenes.
Por tal motivo, aunque pueda parecer placenteramente grandioso siempre estar cerca de la divina luz, también esto es de gran peligrosidad porque de acercarme tanto a la exposición solar bien ello podría resultar nada menos que en mi propia destrucción, en mi propia extinción. Esto, estoy seguro, que parece de locos y es posible que surjan miles de debatientes en torno a este asunto, por lo que, aunque por ahora no exista en mí una seguridad radical, sí hay, al menos, un alto grado de probabilidad.
De lo que sí me atreveré a defender y esto se debe a que lo observé detalladamente, es que el mundo de Aldama me fue abierto y yo estuvo ahí, aquí, para leerlo, para percatarme de que lo que en un principio parecía ser mi agujero negro, en realidad fue una especie de cola de gusano, ya que tuvo la fuerza de atracción para trasladarme a esa dimensión en donde la formación es tan importante como lo es el pan de cada día ¿Increíble que diga yo esto de este poblado que crece casi en silencio, como muchos otros, y que también son ignorados por no aparecer en una zona de oro en el mapa? Pues así es, porque así suele ser para nosotros que hemos posado la riqueza en el trato humano, dentro de la humana fertilidad que busca perpetuar los campos de la ciencia y el buen comportamiento.
Todos y cada uno de ellos con su propia y enigmática historia quien sabe de dónde originada, enraizada; con su excepcional experiencia adquirida conforme el entorno se los permitió y que forma parte de esta masa gigantesca de las especies que ahora me ha dado de que hablar, de que imaginar… un universo exorbitante que merece ser recordado, aunque sea en un periodo corto de tiempo.
Debo de reconocer que, como suele sucederme cada vez que estoy a punto de cerrar una aventura, es posible que a partir de este instante me enfoque en aprovechar más cada una de las convivencias con otras personas que se me presenten y deje a un lado a aquellas que fueron mi respaldo emotivo, porque muy seguramente no volveré, al menos no dentro de un lapso corto de tiempo, no hasta que haya cumplido mi con satisfacción mi proyecto emprendido.
Así pues, esta gran mancha de recuerdos comienza a desvestirse y a quitarse el camisón de la nostalgia y de la añoranza, quedando solamente en medio de la deriva, en medio de la existencia efímera. Se concentra ahora, trasladándose, dentro de un nuevo panorama, es decir, en lo que fue, ya que, si bien es cierto que se cierra una pasta, es evidente que se apertura otra: un nuevo plano, un nuevo objeto de estudio y yo necesariamente tengo que estar preparado y enfocado para ello, pues debo de mantener aquella promesa de pensar más en el presente que en el pasado o en el futuro.
Por tal motivo no estoy con el corazón y el pensamiento ansioso como antes solía serlo en una intensa medida (talvez ya fui curado de la esclavitud a la cual yo mismo me sometí por ahí de los 17 años); tampoco me encuentro preocupado, porque me he obligado (aun en contra de mi propia voluntad) a ser un tanto más tranquilo; ni siquiera siento emoción alguna por lo inesperado porque ya lo decía mi viejo amigo Buda: las diferentes aristas de las emociones son tan similares a aquellos que las han creado. Simplemente estoy pendiente, al margen, y también a la espera de contemplar el panorama que se avecina para, nuevamente, decidir como cualquier ser humano que procede.
Y es que ahora, a partir de todo lo sentenciado, sí puedo hablar, finalmente, después de casi 15 años, de un verdadero flote en las nubes… nubes de Miguel Aldama. Tanto ha sido así el cambio, la evolución o la interiorización que debo de confesar que me he acostumbrado a llevar un estilo de trabajo menos abrumado y más sofisticado, o al menos, en comparación de otras etapas de mi corta existencia.
Es cierto, todavía hay, digamos, ciertos alfileres que me ocasionan un piquete punzante, como lo suele ser lo que considero subjetivamente como injusto, más ya no es tan corrosivo, tan hiriente y hasta tan sangrante, pues digamos que ya recibió aquella medicina que se encuentra dentro de aquellos mismos que ocasionaron la herida: herida que tanto esperaba sanar desde el inicio de la adolescencia… de mi adolescencia.
Yo espero (porque desconozco si esto también suceda con los niños de secundaria de Aldama en la profundidad de su ser) que la paz ronde dentro y alrededor de las familias de esta comunidad en lo más extenso de la palabra, al menos, a partir de mi sencilla intervención, pues de no ser así, me temo que habrá sido en vano aquello que busqué trasmitirles precisamente en el día a día.
El tiempo talvez no fue el suficiente por todos los cambios que se han tenido que ajustar debido a la pandemia; las palabras, las palabras posiblemente sí fueron las adecuadas y el ejemplo, éste sí fue el oportuno, ya que ahorita, como para muchos otros jóvenes de su misma edad, se vienen los nuevos retos y con ello nuevas direcciones, nuevos giros a su vida y con ello, definitivamente, los segundos pilares para la construcción de lo que sea su estilo de supervivencia.
Claro que, para mí, un giro de traslación de la Tierra no es suficiente para conocer y orientar cada una de sus inquietudes, ya que crecen al mismo ritmo que las mías. Sobre todo, a ello hay que agregarle que, conforme transcurren las semanas, desconozco la generación exacta a la cual pertenecen. Basta con revisar los estudios y las publicaciones científicas que, si bien recopilan datos e información para concluir en un decreto, enriquecen la diversidad y la complejidad de la evolución de las especias, destacando los detalles de algunas variables no estudiadas o no previstas en determinados eventos, lo cual propicia la modificación de los resultados en torno al comportamiento humano.
Y es que, como dije en un principio, a este pueblo, el de Miguel Aldama, todavía le falta mucho que platicarnos y hasta confesarnos, porque lo que no comparte es la médula ósea del proceso de la evolución: retomar de él su experiencia y que esto desemboque en una buena experimentación y por lógica en nuevos y mejores resultados. No sé si aquí se cumpla aquel dicho de “pueblo chico, infierno grande”, empero, en definitiva, hay una gran cantidad de temas que trabajar entre los habitantes: aquellos que van desde el férreo machismo, hasta la libertad de expresión y la defensa de los derechos humanos y constitucionales.
Basta con rememorar el problema del agua que hubo por ahí de finales del 2019, en el cual también me vi involucrado con mi firma que otorgué y con el sello que presté al documento de inconformidad que, presuntamente, fue presentado ante el gobierno municipal. Problema que desembocó en el cierre de la presidencia y del auditorio de la localidad. Problema que se agravó a tal grado de solicitar la destitución del presidente de comunidad (ahora nombrado auxiliar) por parte de un sector de los ejidatarios. Problema que dejó en posible evidencia un presunto delito electoral. Problema que aclaró la verdad de los tintes de la mentira: un interés político.
Y es que, primeramente, platicando con algunas madres de familia, algunos de los pobladores estaban sumamente molestos por la elevación del precio del agua de casi un 150 por ciento en tan sólo un año. Lo anterior lo justificaba el auxiliar como un método para recuperar el pago de aquellos que debían tal líquido desde hace ya casi 10 años y que al mismo tiempo serviría para dar mantenimiento a las bombas y pagar los recibos de luz que éstas propiciaban.
Y aunque algunos aseguraban haber otorgado el pago, pese a haberse alzado bruscamente, la inconformidad crecía en torno a una única pregunta que a muchos sacudía ¿En dónde estaban los apoyos federales que se designaban año con año a la comunidad? Y quiero pensar que no estaba de más que dicha cuestión hiciera tanto alboroto y tanto ruido, sobre todo en un país como el nuestro en donde el robo se da a ojos vistos.
A lo anterior, como mencioné, se agregaba el hecho de que se había modificado inesperadamente la fecha tradicional para la elección del auxiliar de enero o febrero a noviembre, es decir, casi dos meses de anticipación, por lo que supuestamente habría ocasionado la inasistencia de una buena parte de Miguel Aldama para la renovación del cargo, asistiendo, presuntamente, sólo algunos: los que precisamente respaldaban al ahora seleccionado auxiliar. Claro que ello, aquí también se rumoraba lo siguiente “de broma en broma, la verdad se asoma”.
La mesa de debates conformada por personal de la presidencia municipal, algo así como un colegio electoral, que se encargaba de dar fe y legalidad a su jornada electoral había consentido el acto en el cual, cabe mencionar, no participaban las mujeres, puesto que tal cargo se reservaba exclusivamente a los hombres, lo mismo que el voto, algo que, por supuesto, también comenzaba a causar revuelta entre algunas féminas (al menos así lo relataban las mamás). Lo cierto es que la votación se llevó a cabo y el nuevo servidor público estaría ahí por cerca de cuatro años.
Saber todo lo anterior me causó cierta sorpresa, más por el hecho de la exclusión de las mujeres dentro de la vida política y electoral de Miguel Aldama más que el supuesto fraude electoral, porque entonces todo lo que yo había explicado dentro del aula a mis aprendices sobre la igualdad y la participación de la mujer en los asuntos públicos, prácticamente, todo se venía abajo.
¡Y es que grande fue mi ignorancia al llegar a tal comunidad sin advertir siquiera que había reglas se mantenían vivas por más de 50 años! ¡Grande fue mi ceguera al admitir que todo es como yo pretendo que sea! ¡Pequeño fue mi conocimiento y también mi cerebro al desconocer la historia de México! Ya que dichas normas, por anticuadas que parezcan, posiblemente permanecerían, al menos, por una larga década más y respaldadas por nuestra constitución.
Lo anterior me hizo comprender y redescubrir lo que mucho se dice entre algunos de los círculos de intelectuales y periodistas: que mi México lindo, amado y querido lleva, al menos, unos 15 años de retraso tanto en lo educativo, en lo político, en lo tecnológico, en su forma de impartir justicia y ahora ¡Hasta en lo ideológico!... Esto es hiriente, pero innegablemente cierto.
También me sorprende que o yo haya crecido en la ignorancia de lo que sucede en mi propio país o que yo haya crecido en medio de un desierto desolado por la dominación de la mentira y el engaño, pues, aunque en los grandes medios masivos de información (y yo dentro de la escuela) se predica consecuentemente la paridad de género, parece que todavía existen ciertos rincones en donde tal ideología o sólo es un mero sueños para las mujeres, como lo fue para Cintia, o es algo que ni siquiera es posible concebir por el sometimiento de las féminas ante la fuerza ilusoria machista.
Pero así es este aclamado y enorgullecedor siglo XXI, en donde cada cual se pierde dentro de su propio laberinto, evitando las salidas aunque las conozca a la perfección, porque éstas resultan ser una incómoda puerta hacia la verdad que, por no aceptar, la prefieren evadir tercamente. Y el asunto se torna muchísimo más cruel y delicado al invitar a que los menos ilustres se adentren dentro de esos temibles, fríos y devoradores pasillos confusos que no tienen retorno salvo para los confundidos edificadores. Aquí, los menos doctos, son fáciles de manipular, saquear y hasta sacrificar a cambio de la supremacía de uno, a cambio de los privilegios de uno.
¿Virtuoso será entonces ya no aquel que practique los valores sino aquel que por lo menos logre sacudirse de las ideas ajenas que sólo lo buscan persuadir y entorpecer? ¿Virtuoso será entonces aquel que sea capaz de sobrevivir a los designios que aparentemente provienen de una deidad suprema, que son ideales al tiempo que incuestionables o dogmáticamente utópicos porque apelan a la mayoría, más que en sí mismos son el reflejo de unas sandalias de hierro puro? Si esto no fuese parte de lo que es cierto, pienso entonces, que una condena a la eternidad dentro del propio infierno resultaría ser como un pase especial al paraíso.
Secreto 41: CHICAHUALIZTLI
Prefiero vivir en mi abierta mentira
que en el interior de tu cruel realidad…
Consideraciones finales
Siendo este el último secreto que escribo, porque los demás tendrán que esperar no sé qué tiempo, es preciso que plasme y comparta dos principales motivos importantísimos. Uno de ellos ya he hablado incansablemente y a lo que me refiero es al rescate de lo que para la esencia es indispensable para existir. Ello tiene que ver con lo necesario de lo necesario, porque así lo amerita este siglo que se engalana con la Era tecnológica y que mucho a todos ha maravillado y, a fin de mantener la humanidad dentro de las vías de lo que parece desmoronarse, es imperativo aceptar sin cuestionar tanto, ya que tan valioso es el relativismo como la responsabilidad en la voluntad, en la disciplina y en la responsabilidad.
Lo segundo tiene que ver con un asunto tan subjetivo como el primero. Y este se refiere a la admiración que siento hacia otras personas que muestras dotes más firmes como el propio árbol joven ante los vientos agresivos. Tal observación no puedo evitar que me influya en lo mucho en cuanto a mí postura sobre algunos asuntos, lo cual me orilla a una necesaria reflexión antes de tomar y ejecutar una o cual decisión, porque aquellos que me conocen saben perfectamente que radico entre la inseguridad y la estabilidad tal como si fuera el pan de cada día. Más lo anterior tiene su premio, porque me obliga siempre a cerrar los ojos, respirar, imaginar, recrear, encontrar.
Hoy, por ejemplo, luego de dejarme ahorcar por aquella tormenta mental, logré finalmente alejarme a cierta distancia de aquel mar tempestuoso, acto que no fue nada fácil, ya que los truenos y los vientos todavía me recordaban que no me hallaba en un lugar a salvo, resurgió la fuerza… ¡sí! ¡Aquella fuerza que me dictaba regresar hacia mí! ¡Hacia mi energía interior! Hacia mi entidad plasmática en donde la energía se transforma en materia.
Ahí adentro, en donde el color blanco no es más que un destello generado por la luz y en donde soy potentemente fuerte, sino es que invencible, permanecí cortos lapsos de tiempo, y aunque fueron realmente cortísimos, como la millonésima parte de la eternidad, fue suficiente para generar antes de actuar y reencaminar. Así pues, también me coloqué a prueba para comenzar a medir mi fortaleza y liberé a todos los vientos que dañaban con el poder de la flecha. La batalla se llevó a cabo y esta demás decir que vencí.
Ahora bien, al escribir estas líneas, nuevamente vienen a mí ciertas consideraciones muy pertinentes. ¿A cuáles me refiero? A que tal fuerza, tal contacto llegó a mí por dos caminos: por aquel que tanto solicitaba sin saber a quién y también por medio de una petición grupal que se llevó a cabo desde Miguel Aldama. Aquellos que lanzaron una plegaria con cantos y alabanzas fueron lo que me bautizaron como hermanos y a los cuales los tengo con mucho aprecio dentro de mí.
Efectivamente, fueron la fuerza potente de todas sus plegarias las que alcanzaron los cielos y sus misterios para que la sanidad espiritual llegase hasta a mí, aun en la distancia, aun en el espacio, aun en la memoria que lucha en contra del olvido, aunque casi siempre gane éste último. Y es que por doloroso que así sea, el olvido termina imponiéndose a las mentes más débiles… débiles como la mía.
Más lo digo porque quien me regresó en sí fue ella, doña Gume, quien por medio del tiempo que se dispuso a regresar mis pensamientos a las tardes que compartí dentro del templo evangélico de Miguel Aldama, los martes a partir de las seis de la tarde hasta casi después de las ocho de la noche, con los que se autodenominaban hermanos, que no eran más de 10, pero que cuya fuerza de oración siempre me pareció imponente.
El señor moreno, de lentes redondos, delgado, sin cabello, con bigote canoso, que siempre vestía un abrigo cuadrado, siempre que hablaba pedía por aquel que denominaban como pastor, por las comunidades aldeanas y por el proyecto de “las cajitas”, es decir, de algunos obsequios que enviarían del país vecino para los niños de la comunidad. Su esposa, una mujer morena y delgada, más o menos, no hubo sesión que me extendiera la mano de forma amigable para saludarme. Ambos pidieron por mí desde el primer día que asistí a acompañarlos a su hermoso culto.
A ellos también les debo un grato favor. Resulta que el día que tuve que salir de Aldama para encaminarme hacía el estado de Hidalgo por un proyecto laboral, se subieron en el trasporte de don Pablo, quien nos dejó en San Diego Recova para abordar la combi que llegaba hasta Calpulalpan. Ahí fue como me enteré que ambos el señor era originario de esta comunidad y que su esposa venía del estado de México. Ambos se conocieron porque el señor estuvo viviendo una larga temporada allá, hasta que, finalmente, luego de que sus hijos realizaran su propia familia, él decidió regresarse y para sus días en el lugar que lo vio nacer. Ella, su esposa, lo siguió. De esto que les habló ya iba para los 10 años, porque los señores ya rondaban cerca de los 70 años de edad.
Como dije, además de amables, resultaron ser cálidos y hasta parlanchines, respetuosos y entabladores de una charla amena. Ese día ellos se prestaron a pagar mi pasaje. Yo, por supuesto, no se los pensaba permitir. Sin embargo, la insistencia fue potente y la cordialidad que ellos demostraron no pude negarla al último ¡No! Ya había aprendido a que cuando es de corazón puro el acto no se tiene que renegar, porque sería como despreciar una bendición, un milagro del propio cielo.
Siendo así la realidad, no me sorprendería que ellos hayan sido los que pidieran por mí junto a doña Gume y junto a la otra señora de piel blanca, alta, mamá de pastor, cuya voz y presencia siempre me pareció muy cercana al Señor, al Dios que predicó Jesús de Nazaret, lo mismo que, claro está, aquel que le decían pastor, ya que él era un hombre del conocimiento divino, pero no por ello se mostraba intolerante con respecto a las cuestiones o las demás ideologías: la tolerancia y la apertura a la explicación siempre me pareció una característica única de él.
Siendo todo esto aclarado, como lo sentí, agradecido estoy con aquella fuerza divina que vino a mi auxilio y que no me ha dejado y que me continúa correspondiendo tal cual ser necesitado. Ahora bien, mencionado brevemente lo anterior, me dispongo a profundizar en lo segundo para finalmente concluir en lo primero, porque a ambos les corresponde el mismo grado de belleza: tanto lo que se dicta primero porque de esto resalta lo primordial, tanto lo que se dicta en segundo porque aquí yace el tesoro, el cofre de oro de la conclusión.
Hay virtudes que, por su propia relevancia para la existencia y porque se encuentran implícitamente dentro lo que es más viejo que la propia naturaleza y me refiero al universo mismo, están destinadas a ser parte de nosotros mismos. Más, aunque están implícitamente conformándonos, ello no quiere decir que realmente sean desarrollas, utilizadas o perfeccionadas (perfeccionadas dentro del concepto armonioso de la palabra), porque así sucede también con los órganos que van cambiando según la necesidad, de acuerdo con la biología.
Por tal motivo no está demás rendirles un diminuto tributo, sobre todo si es que pasaron sin ser vistos. Además, reconocerlos, pienso, es una buena oportunidad para abocar a los instantes que resultan de difícil entendimiento. De entre estos saberes que también forman parte de la virtud, son los siguientes. No son muchos y tampoco son complicados. Mucho menos es algo nuevo que yo este aportando. Basta con leerlos para conmemorarlos y recordarlos cuando estemos frente a la práctica rutinaria del día a día para que no se mantengan encerrados dentro de una caja cuya llave se oxide y deforme por la intemperie de la decepción y la mala vida. Así pues, comenzaré con este…
…Pienso que la virtud de reconsiderar todos los bienes que a nosotros llegan y todas las fortunas que son enviadas para maravillarnos, siendo estos dos los cuales nos producen esa sensación de ser seres benditos o bienaventurados y de considerarnos dentro de una relación lejos de la inquietud, el malestar, el dolor o la preocupación, es decir, dentro de un estado existencial nítidamente en movimiento, lejos de los abusos que acarrea una necedad ceguera, ha de ser parte fundamental de lo que viene a constituir esos mecanismos naturales que diariamente generan la potencia, el movimiento y todo lo que posteriormente viene a desembocar.
Otra virtud que se une a lo ya estipulado y no sólo ha de ocasionar un bienestar dentro de una misma persona en cuanto a la medida de su frecuencia, ha de ser aquella acción que concierne a lo otorgado y a lo despojado, porque como otros ya lo legaron, tal acto virtuoso transciende más allá del día y de la noche: su valor y fuerza resulta ser tan imponente como el calor recibido por el astro superior, pues este prosigue y continua hasta enterrase dentro de los niveles más oscuros de la conciencia, desencadenando un pensamiento, talvez una idea, o en el mejor de los casos una realización y explicado esta que esto traerá repercusiones que blinde a este ser y a aquellos con los cuales tenga encuentros que se solidifique una intención desprovista de lo que ocasiona envidia y engaño.
Asimismo, pese a que durante la explicación de cada uno de estos secretos que conforman las páginas anteriores se cimbraron bastantes espacios vacíos más que todo clarificar lo ya existente, no colocaría sobre una mesa de debate lo que a partir de aquí escribiré: abandonar la mirada pasiva sobre lo que hace aquel que está a un lado mío o enfrente de mí para que las extremidades pongan en juego lo que mejor saben hacer no es más que un sinónimo, una mímesis en términos aristotélicos, una construcción arquitectónica en términos de la cultura maya, de lo que hacen los dioses antiguos de los Aztecas y que fueron bien representados por los Teotihuacanos entre la famosa y bien nombrada Calzada de los Muertos (quienes tuvieron mayor sentido común que muchos individuos de las sociedades contemporáneas), es decir, de otorgar los elementos inorgánicos para la subsistencia de los elementos orgánicos ¿Será de exagerar el decir que es aquí el punto en donde se unen lo que aparentemente no posee animación y lo que sí? Si la anterior pregunta tuviera algo de verdad, entonces ¿Estamos frente a 8 capsulas prefértiles que un día por eso representaron a los dioses de los antiguos romanos? Bueno, aunque lo anterior fuera una falacia, lo que si se ha de reconsiderar es el otorgamiento ya mencionado de ellos hacía nosotros, incluso recalcado siempre por la propia astronomía.
Derivado de lo anterior es inaudito proseguir con estas consideraciones finales no sin rescatar y destacar aquello que ha caído dentro de los debatientes entre que sí es o no es. Yo pienso que su mera presencia dentro de la obra de Picasso, de Leonardo Da Vinci, de Rafael, de Netzahualcotl y hasta drento del Popol Vuh queda más que fundamentada su existecia. No está por demás mencionar el esqueleto de los argumentos de aquellos que defienden a sus deidades y compararlo con el esqueleto de los argumentos de quienes están a favor de darle presencia a este estado, a esa inclinación de lo que ha permitido ser una herramienta fundamental para la evolución intelectual de las especias, porque cada vez es más evidente que no es una forma exclusiva de humano, sino de todo ser existente. Por tal motivo, vuelvo a reincidir dentro de este punto: tal acto de la inteligencia se puede hallar tanto en un penacho, como en una vasija de barro, como en el calendario solar, como en el invento de la brújula o el reloj de sol.
Otra menester virtud es aquella que muchos creen manejar sólo por atribuirse la posición que su propio ego les arroja. Y es posible que tal posición sea la correcta para ciertos parámetros, pero no para todos, porque incurriríamos, nuevamente en una falacia. Por tal motivo, esta fina virtud que se forja a través del arte, ha de ser mantenida y dada a conocer por cuanto ésta sea necesaria ¡Y no antes! Pues tal fina virtud es delicada que un propio comentario de más he de manchar su pureza. Así pues, debo insistir que si alguno ha de querer entregar lo que su propia experiencia le dicta a otro que se ha dispuesto a escuchar, ha de ser sólo lo que es necesario, como lo hace la tierra para con su sembrador. No cabe duda que, los grandes maestros de tan finísima virtud, son aquellos que crecen entre nosotros y cuya comunicación no ha sido posible por la flaqueza de nuestra propia ceguera. Claro que también esta lengua es un secreto bien resguardado y sólo delegado a los que han dedicado sus amaneceres, atardeceres y anocheceres al estudio y al cuidado de estos maestros de la palabra.
También viene aquí a tomar el lugar que le corresponde dentro de la virtud tal acto que proviene de la actitud y de la correspondencia. A lo que me refiero es a aquello que se perfila como el mayor alto de los bienes porque coloca cada pieza dentro del espacio adecuado y preciso para ello. Más para llevar a cabo esas decisiones de igual manera se ha de estar siempre cerca de lo lúcido y cerca de aquello que se encuentra protegido hasta de sí mismo, porque esto garantizará la autenticidad de tal porción a su dueño. De otra manera, se abre la puerta a la especulación, a los comentarios insanos y a una posible discordia que traiga consigo los mayores malos inesperados, sobre todo si no existe la debida prudencia entre los moradores.
Y por cuanto la siguiente virtud se ha olvidado, por eso ha de ser considerada virtud, porque la virtud es algo que, si bien se tiene, muchos en gran cantidad la pierde, porque la virtud no permanece intrínseca dentro del alma, sino que existe dentro de la mente que la practica por medio de cuerpo. Así pues, queda bastante claro que la virtud es sinónimo de trabajo y no de palabra.
Más a lo que me refiero que ha tomado un lugar dentro de la virtud y abandonado lo que le pertenece a la costumbre es nada más y menos esa forma casual de emitir seguridad, de emitir seguridad cuando otro cuerpo parece no tenerle (aunque sí la posea), a ese transmitir de lo que la propia palabra y al acto sin sentido con incapaces de otorgar por cuanto se les ha olvidado practicar porque el aprecio lo solicita.
Bien. Todo lo que he relatado son, como ya lo dije, mis consideraciones finales, que son sólo un mero puente para lo que en realidad quiero decir y que por desgracia a mí mismo se me escapa traer al mundo físico. Y es preciso que sean tomadas como ello, como simples consideraciones por el propio lector, porque son lo que a mí me ocasionaron sanidad durante todo este periodo de recuperación por el cual he tenido que transitar ahora que me miro frente al espejo para disponerme a ser lo que realmente yo pretendo ser, aunque sea muy costoso, peligroso o difícil.
Muy seguramente habrá otras más cuantiosas que no me he permitido explorar por cuanto me lo impedido y por cuanto me he visto imposibilitado, pero por cuanto también soy un ser humano en medio de un valle, que a veces sube a la montaña corriendo y baja de ellas caminando, por cuanto soy un ser humano que viaja en carretera como cualquier otro: bajo la disposición de que sucedan las mejores circunstancias. Sobre todo, por esta pandemia que parece no tener fin, y por tal motivo, a muchos seres ya los cautivo y los orilló a enfrentar a la tensión del encierro.
Dentro de estas consideraciones finales, afín de que no quede en especulación por parte de mi amigo lector, quiero que lo siguiente quede bastante claro, aunque sea lo único comprensible de todo este pequeño texto. Y es que quiero que sea de esta manera afín de perpetuar los lazos que me unan, por si es que la memoria nuevamente me traiciona, a ese ser que logró ser empático en cuanto se le prestó la ocasión.
Dicho lo anterior, quiero resaltar que esta obra está dedicada a amiga admiradísima Lupita, mi colega de Villalta, mujer bella en cuanto a sus sentimientos y hermosa en el quehacer docente, así como sublime dentro de su gran habilidad para hacer un momento de adversidad impura siempre divertido. Debo reconocer también que es una de las mujeres más valientes que he conocido, pues cerca de decir lo que siente y opina, también se ha levantado en cuanto a su orgullo para denunciar cuando la dignidad se encuentra en peligro, algo que, a mí, por supuesto, me cuenta llevar a cabo por cuanto mi grado de entendimiento sigue en construcción.
Por tales motivos no me atreví a colocar como título de todas estas reflexiones el de “Secretos de Miguel Aldama”, lo cual hubiese quedado bien y perfecto de acuerdo con la tradición que vengo generando ya desde hace casi tres años, siendo de esta manera lo más correcto. Pero ahora tiene más peso la admiración por el municipio en general que vio nacer a este ser humano que la propia comunidad que me vio crecer como ser humano. Y no es que no sea importante en sí mismo lo que una vez inició con nombre europeo, pero dado que siempre habrá algo que tenga más valor: el propio sistema en el cual he crecido me lo ha dicho y el estudio de las demás culturas también me lo ha demostrado, es preciso colocar el respeto y la estima a quien se lo merece.
Finalmente quiero agregar lo siguiente y que mucho se ha dicho y mucho se ha repetido: los cosas no son lo que parecen. No sé cómo funciona este mundo y posiblemente, porque ahora la experiencia me lo dicta, nunca lo descubriré. Así como llegué cuando fui bebé a este mundo muy seguramente me iré cuando regrese de donde salí: con un millar de dudas que se multiplican y multiplican como la extensión del propio universo infinito.
De esta manera como me sucede a mí, le sucede a otros y a la especie humana en general. Basta con recordar el siguiente ejemplo que, lejos de denunciar, colocaré afín de que nos libremos de los prejuicios, de los pensamientos que no hacen algo más que dañar o perturbar, pensamientos que emanan tanto de la ignorancia como de la propia terquedad de una voluntad decadente, triste, percudida.
Explicado lo anterior, no me resta más que decir lo siguiente: lo que muchos observan como cabello largo, melena de rebelde, y juzgan y tachan de ser algo informal, de persona sucia o desordenada, no son sino víctimas de su propio espíritu viejo y amargado, pues lejos de reflexionar son incapaces de preguntar. Como lo dije, son seres perdidos que están condenados, por sí mismos, a permanecer dentro del círculo donde merodea la mentira y la falsa lealtad.
Ellos no piensan algo que podría ser, como lo que estoy a punto de declarar: que aquello que a muchos molesta a partir de hoy y hasta donde el cielo lo permita no es una melena de león, sino que es un cabello para niños o para niñas, para señoras solteras o para alguna madre, que esperan tranquilamente recostados sobre una silla recibiendo el tratamiento especial, esperando el día en que aquellos meses de dura paciencia, sufrimiento y hasta desesperación ocasionado por el dolor se conviertan meramente en un sutil y alejado recuerdo.
Pero ello es un secreto, y por tal motivo no puedo hablar más de esto, porque eso es un secreto, un secreto de Españita…
Fin de
Los secretos de Españita
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